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La formación social
boliviana en transición
Las élites tradicionales sienten desdén por el reposicionamiento
social, político y económico de la población nativa o mestiza y odian
al MAS porque piensan que es el instigador de ese proceso. Esta
observación no debe ser interpretada en el sentido de que el desdén
o el odio son las únicas razones para oponerse al MAS, pues puede
haber también otras razones.
Hasta comienzos del siglo XX, Bolivia ignoró la presencia de los
indígenas a pesar de constituir la mayor parte de la población. En las
primeras décadas de ese siglo, desde diferentes tendencias,
empiezan a preocuparse por ellos. Desde el lado más retrógrada,
quisieron demostrar que los indígenas no tenían el mismo nivel de
inteligencia de los que no lo eran y para hacerlo hicieron venir
misiones de Europa para medir el tamaño del cráneo de indios y
mestizos. Entre los entusiastas por esta tarea estaban las élites del
partido liberal y el famoso profesor Georges Rouma, fundador de la
Normal de Sucre. Pero, hubo también importantes intelectuales y
políticos bolivianos que abogaron por la igualdad de capacidades
entre indios y no-indios, entre ellos estaban los líderes de los
partidos de izquierda, de los anarquistas y de los movimientistas.
Pero, hubo que esperar la revolución de 1952 para que muchas
ideas que se dieron entonces se convirtieron en políticas públicas.
Entre las más importantes están la devolución de las tierras
usurpadas a los campesinos a fines del siglo XIX y el inicio de la
escolarización de los niños y jóvenes indígenas que pronto sería
masivo.
Hoy en día, casi la totalidad de niños y jóvenes entre siete y 15 años
de edad están escolarizados. La administración pública ha captado
un número significativamente grande de empleados entre las
familias cuyos miembros se beneficiaron de las reformas de la
década del 50. Esto molesta mucho a las antiguas élites, que piensan
que esos puestos están reservados para ellos. Pero, hay también
razones más nobles de descontento. Resulta que muchos de los
jóvenes contratados en las últimas décadas por la administración
pública no tienen aún buenos niveles profesionales porque la
masificación del proceso educativo se hizo sacrificando la calidad.
Parte de la élite tradicional perdió la oportunidad de lograr niveles
académicos aceptables, por modorra y por falta de espíritu
competitivo. En una perspectiva histórica, como grupo social, es el
responsable de la gran cantidad de malas decisiones tomadas en el
pasado y que explican, parcialmente, el atraso de Bolivia.
Actualmente, por ahorrar esfuerzos en estudios y en el trabajo, esta
élite no manifiesta ideas para apoyar el progreso de Bolivia; sólo se
limita a criticar al gobierno impulsada por su descontento de ver
disminuida su influencia en las decisiones nacionales.
Luego, en lo cultural y político, Bolivia está en un proceso de
transición, en el que las élites tradicionales están perdiendo espacio
beneficiando a las poblaciones relegadas. En el campo económico,
el proceso es aún más importante debido al vigoroso desarrollo de
una burguesía aymara y de miles de emprendedores en el comercio
y en la industria. Estos grupos están desplazando a la burguesía
tradicional creada bajo el ala de las antiguas élites y el Estado.
Esta descripción es válida para el occidente del país. En Santa Cruz y
Beni, el proceso es bastante diferente. Allá, se ve con gran recelo la
transición en el occidente, pero el progreso económico enfría
posibles conflictos entre grupos sociales emergentes de la
desigualdad de oportunidades y de acceso a recursos productivos,
especialmente, la tierra. Allá, no se vislumbra un proceso de
transición cultural, político o económico. Los conflictos existentes
por la posesión de la tierra son imputados a los campesinos
migrantes del occidente con el aval del gobierno del MAS. El conflicto
es de carácter territorial y feudal: miles de migrantes buscan
mejores condiciones de vida, empresarios hacendados que se les
oponen y una autoridad, el INRA, que brilla por su falta de definición
sobre la propiedad de la tierra y que lleva el estigma de corrupción
en beneficio de los grandes empresarios. Cabe insistir con que el
conflicto por la posesión de las tierras en el oriente del país es muy
grave y corre el peligro de agravarse en los próximos meses.
Rolando Morales Anaya es economista
CARLOS HUGO MOLINA
Quedan muchas acciones por hacer, las más dependen de la ética y coherencia
de vida de las personas involucradas con los paraísos fiscales, pero también de
normas que generen una cultura de ética y transparencia. Habrá que promover
la continuidad de investigaciones, como las realizadas por el ICIJ, definir normas
que contribuyan a una mayor transparencia, la creación de una comisión
internacional para regular estas acciones, ya que el capital se moviliza de
manera global. Urge reformar las reglas impositivas internacionales,
garantizando que los países se involucren en su elaboración y aplicación. Como
dice Dereje Alemayehu, presidente de la Alianza Global para la Justicia Fiscal,
corresponde “Encontrar una solución global a la evasión y la elusión impositiva
global será sin duda un proceso difícil, desordenado y prolongado. Pero la
transparencia y el compromiso de todos los países son fundamentales, como así
también el compromiso de la ONU”.
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¿Quién controla el oro del noreste?
11 de junio de 2021 / 01:46
Hablar de oro es siempre alucinante y como anotaba en uno de mis
escritos el brillo de este metal fue “la primera locura del hombre”
(Plinio el Viejo en Naturalis, 79 d.C.), inspiró las más arriesgadas
expediciones y es el metal más buscado desde tiempos inmemoriales.
Por otra parte, hay un dicho popular que circula entre los
exploradores: “el oro no es del que lo busca, sino del que lo encuentra”;
siempre hay un halo de misterio en todo lo que se refiere a este metal.
¿Por qué vuelvo a citar estas frases en esta columna? En el país hay un
debate sobre los yacimientos aluviales de oro del noreste del país, su
manejo arbitrario para decir lo menos, sobre el contrabando,
informalidad e ilegalidad que campean en las faenas mineras y en la
cadena de comercialización del metal; aspectos que he tocado desde
años atrás en esta columna y en otros escritos y como geólogo, desde
los albores de la exploración moderna de los años 70 y 80 en la que
participé, especialmente aquella de los años 80 cuando como director
de Exploraciones de la Corporación Minera de Bolivia (Comibol) dirigí,
entre otros, un proyecto de exploración de oro en el noreste que tenía
la ayuda del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y
que se frustró alrededor de 1985 cuando la inestabilidad política
instaló en el país un gobierno de tinte “neoliberal” que terminó con
éste y con otros programas estatales de exploración minera y abrió el
país y la corporación al capital privado nacional y transnacional. Al
margen de afinidades políticas o juicios de valor al respecto, la nueva
etapa, como todas en el vaivén de políticas contradictorias a lo largo
de la historia del país, generó resultados positivos y también negativos,
que no son tema de esta columna. Lo que quiero “remarcar” es el
efecto negativo de este vaivén, cuando de desarrollar proyectos
mineros se trata.
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