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042 Swidler
042 Swidler
La finalidad de estas páginas es muy clara: demostrar que Jesús consideraba a la mujer
exactamente igual al hombre en dignidad y que, al actuar así, atentaba deliberadamente
contra los criterios y costumbres sociales entonces en uso. La actitud de Jesús, por tanto,
supone una ruptura por el hecho de tratar a las mujeres fundamentalmente como
personas humanas y no como "seres inferiores", ciudadanos de segunda categoría. Su
mensaje de libertad y absoluta igualdad para los llamados al reino de Dios no hace
ninguna discriminación.
La mujer estaba, ni más ni menos, a la altura de los niños y de los esclavos. Tanto en el
templo como en la sinagoga había una estricta separación entre hombres y mujeres,
naturalmente en detrimento de éstas. (Esta situación también aparece en el código de
derecho canónico, canon 1262!).
Las máximas rabínicas, en fin, son altamente elocuentes: "Cuando nace un varón, todos
están contentos; cuando nace una niña, todos están tristes", "...en las mujeres resaltan
cuatro cualidades: son glotonas, chismosas, perezosas y celosas", etc. En resumen: la
condición de la mujer en Palestina era ¡verdaderamente anémica!
Un somero recorrido de los cuatro evangelios demuestra que en ellos no hay ninguna
actitud negativa respecto de la mujer. Ahora bien, la importancia de esta comprobación
aumenta enormemente de valor cuando se tiene en cuenta la interpretación actual de los
evangelios como "testimonios de fe comunitaria". Esto quiere decir que todo cuanto
Jesús dijo o hizo nos llega a través del prisma de los primeros cristianos. Por eso, es
muy significativo el hecho de que la actitud negativa respecto a la mujer vigente en el
medio palestino no aparezca, en absoluto, en la interpretación de la primitiva comunidad
cristiana, inmersa de lleno en aquel ambiente. Esta constatación subraya, sin lugar a
dudas, la importancia y el influjo de la actitud positiva, "feminista", de Jesús para con
las mujeres: la consideración de la mujer como persona humana es un componente
esencial de la buena nueva de Jesús. Después de esta consideración general vamos a
detenernos en algunos puntos particulares.
La enseñanza del evangelio se dirige también a las mujeres. De esta forma Jesús rompe
con la odiosa costumbre de mantenerlas al margen de la enseñanza de la Escritura. Más
aún: ¡las mujeres se cuentan entre los discípulos de Jesús!, no sólo porque escuchan su
palabra, sino porque le acompañan en sus viajes, asistiéndolo con su ayuda. Lucas, con
asombroso atrevimiento, las menciona junto a los doce: "...le acompañaban los doce y
algunas mujeres que le servían con sus bienes" (8, 1-3; cfr. Mc 15, 40-41). Es curioso
notar que el término griego utilizado por ambos evangelios (diekónoun) tiene la misma
raíz que la palabra "diácono": en realidad, las tareas de los diáconos en el cristianismo
primitivo, eran muy similares a las desempeñadas por estas mujeres que acompañaban a
Jesús. Y este fenómeno adquiere mayor importancia todavía si se recuerda que, en los
ambientes más estrictos, las mujeres ni siquiera debían dejar su casa.
(Lc 7, 13). Por último, Jesús resucita a Lázaro a ruegos de sus hermanas; y el
evangelista anota: "Viendo llorar a María y que también lloraban los judíos que la
acompañaban, se conmovió interiormente, se turbó y dijo..." (Jn 11, 33).
En estos tres episodios hay algunos elementos que vale la pena consignar. En primer
lugar, sólo en el caso de la hija de Jairo, Jesús tocó el cuerpo del difunto, lo cual le hacía
ritualmente impuro. Y uno se pregunta por qué escoge Jesús quebrantar la ley de la
pureza ritual precisamente en este caso y no en los otros dos- En segundo lugar,
sorprende ver que la única vez que el evangelio habla de Jesús como la resurrección y la
vida, el oyente es precisamente una mujer, Marta (Jn 11, 25): ¡Jesús revela a una mujer
el acontecimiento central de su mensaje!
La mujer-objeto
Los evangelios en varias ocasiones, refieren cómo los hombres tratan a la mujer en
calidad de un ser inferior, más aún, como simples objetos de placer sexual. Así era; y se
esperaba que Jesús tendría que ser de la misma opinión. Pero no. Recordemos la comida
en casa del fariseo (Lc 7, 36 ss): la pecadora pública es vista por el fariseo
exclusivamente bajo el prisma de lo sexual: si Jesús fuese profeta sabría lo que es esta
mujer sexualmente hablando. Así piensa el fariseo. Pero Jesús rechaza expresamente
esta reducción deplorable de la mujer a simple objeto; se enfrenta con la norma y sólo
habla de las actitudes humanas y espirituales de aquella mujer: de su amor y de su falta
de amor, del perdón, de su fe; se dirige a ella y -contra lo socialmente admitido- le habla
en público, como a una persona humana: "tus pecados te son perdonados... tu fe te ha
salvado... vete en paz".
Jesús y la samaritana
Los diversos elementos que han ido apareciendo hasta ahora, nos dan pie para
imaginarnos lo escandaloso que tenía que parecer el comportamiento de Jesús en su
encuentro con la samaritana (Jn 4, 5 ss). Todo el pasaje refleja una formidable
transgresión del código social en uso. Normalmente, un judío jamás se hubiera dirigido
a una mujer samaritana, como ella misma observa. Además, un hombre -mucho más un
rabino- nunca hubiera hablado en público con una mujer. Sin embargo, Jesús inicia la
conversación rompiendo con la costumbre, más sí cabe por hablar con una mujer que
porque ésta fuera samaritana (cfr. Jn 4, 27: reacción de los discípulos).
El matrimonio
Uno de los pasos más importantes dados por Jesús en lo referente a la dignidad de la
mujer fue su posición ante el matrimonio (cfr. Mt 19, 10: "Los discípulos le dijeron: si
tal es la condición del hombre respecto de su mujer, no trae cuenta casarse"). La actitud
de Jesús, evidentemente impopular, presuponía que las mujeres debían tener los mismos
derechos y responsabilidades que los hombres- Con ello, Jesús echaba por tierra la
poligamia y el divorcio: como ya vimos, la mujer, en ambos casos, apenas si contaba;
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era un bien que podía tomarse o dejarse, al arbitrio de la prepotencia del hombre. Se
trataba de un alarmante modelo de doble moralidad que Jesús refuta insistiendo tanto en
la monogamia como en la eliminación del divorcio. Prescindiendo ahora de la cuestión
de cómo entender las prescripciones éticas de Jesús, lo que sí queda claro es la absoluta
igualdad del hombre y de la mujer en sus relaciones recíprocas en el matrimonio. Y si
en teoría la Iglesia cristiana ha mantenido la línea de Jesús, en la práctica esta igualdad
de derechos y deberes tampoco llegó a tener vigencia plena en el ámbito del matrimonio
cristiano, en el cual el papel general de la mujer era: iglesia-hijos-casa.
La vida intelectual
Pero Jesús nunca pensó tan estrechamente acerca del papel de la mujer, reducida sólo a
su función de ama de casa. Hay un pasaje en el evangelio de Lucas en donde Jesús
manifiesta directamente su repulsa sobre la concepción de que el sitio de la mujer deba
ser la casa (Lc 10, 38). Mientras Marta se encarga de lo "típicamente femenino", María
asume el papel "masculino". Cuando Marta se queja de ello a Jesús, éste se niega a
encasillar a todas las mujeres en un tipo único y confirma a María en la "mejor parte"
que ella ha escogido: la parte del espíritu, lo más propiamente personal. Y si se piensa
en las limitaciones impuestas a las mujeres en Palestina en lo referente al estudio de la
Escritura y a todo lo que fuese vida intelectual, entonces aparece con claridad meridiana
la insistencia de Jesús: la vida intelectual y espiritual es propia de la mujer exactamente
igual que la del hombre.
El mismo mensaje aparece en aquel breve episodio de Lc 11, 27: "Estando él diciendo
estas cosas, alzó la voz una mujer del pueblo y dijo: ¡dichoso el seno que te llevó y los
pechos que te criaron! Pero él dijo: dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y
la guardan". La mujer expresa su alabanza en términos extremadamente reducidos a lo
sexual ("pechos y vientre"), de una forma que seguramente era corriente entonces. Jesús
acepta el cumplido, pero corrige la falsa concepción de la mujer como "máquina de
hacer niños" y, nuevamente, insiste sobre la facultad intelectual y moral de la persona,
como superiores a todas las otras. No me parece que se haya de poner el acento en otro
aspecto del texto. Lucas, la tradición y la comunidad cristiana de las que el dependa,
debían haber tenido muy claro el significado sexual de este episodio. De lo contrario,
¿por qué se ha conservado un suceso tan insignificante? Si se ha conservado no es sólo
por ser una palabra de Jesús, sino además porque Jesús subrayó esta bienaventuranza
como primaria respecto a la sexualidad de una mujer. En todo caso, Lucas, ésta y otras
veces, parece haber intuido el pensamiento de Jesús sobre la cuestión de la condición de
la mujer. Pero esta intuición del sentido más evidente del texto, no ha sido compartida
por los cristianos, sin duda alguna a causa de los prejuicios de sus propios ambientes
culturales.
Los publicanos y pecadores se agolpan en torno a Jesús. Los fariseos le censuran entre
dientes por tratar con aquéllos. Entonces Jesús expone tres parábolas en cada una de las
cuales hay una unión profunda entre Dios y lo que estaba perdido. La primera parábola
es la de la oveja perdida... y el pastor es Dios; la tercera es la del hijo pródigo... y el
padre es Dios; la segunda es la de la mujer que encuentra la dracma perdida... ¡y la
mujer es Dios! Jesús, por tanto, no rehuye presentar a Dios en figura femenina. Y, de
hecho, parece que Jesús haya incluido, deliberadamente, esta imagen en este contexto
preciso, puesto que los escribas y fariseos se contaban entre quienes más denigraban a la
mujer...tal como lo hacían respecto de "los publicanos y pecadores".
Sería interesante investigar si estas imágenes que Lucas presenta de Dios han sido
usadas, alguna vez, en sentido trinitario, lo cual daría como resultado la representación
del Espíritu Santo en imagen femenina. Porque si la interpretación tradicional ha visto
al Padre en el padre del hijo pródigo y al Hijo en la figura del buen pastor, resulta
"lógico" que en la mujer que encuentra la dracma perdida se viera al Espíritu Santo.
Pero parece que nunca se ha dado este último paso. Una tal fa lta de "lógica" habría que
achacarla a la general desvalorización cultural de la mujer, y no vale decir que la causa
hay que buscarla en la aversión que los cristianos sentían por las diosas paganas, pues
igual aversión sentían por los dioses y, en cambio, esto no ha sido óbice para la
representación masculina de Dios.
Conclusión
Por todo lo dicho es evidente que Jesús promovió con todas sus fuerzas la dignidad y la
igualdad de la mujer en medio de una sociedad dominada por el hombre. Jesús fue
"feminista" y lo fue de manera radical.
Notas:
1
Como caso particular de un tema más amplio y decisivo: Jesús y los marginados
sociales de su tiempo, presentamos este artículo que ha sido reproducido, en casi todas
las lenguas, por diversas revistas de Europa y América (N. de la R.).