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Maqueta: RAG JUSTO SERNA Y ANACLET PONS

LA HISTORIA CULTURAL
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justo Serna y Anaclct Pons, 2005


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ISBN-lO: 84-460-1871-3
ISBN-13: 978-84-460-1871-1
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lmpreso cn EDIBOOK
Yuncos (Toledo)
LOS PREPARATIVOS DEL VIAJE.
MAPA Y DESTINOS

Agradecimiemos

Queremos agradecer las ayudas con que hemos contado para reali-
zar este libra. En primer lugar, a quien nos propuso emprender este NATURALEZA Y CULTURA
recorrido, a la profesora Elena Hernández. Sandoica. También desea-
mos recordar a quienes han leído y comentado el texto original, como La histo ria cultural es probablemente e! domínio histoiiográfico más
innovador de las últimas décadas, aquel sector en el que se están hacien-
así es el caso de Jordi Canal, Encarna García Monerris e Isabel Burdiel.
do los avances más destacados, más deslumbrantes, más controvertidos,
Finalmente, no podemos dejar de mencionar la buena disposición mos-
tal vez por los muchos y vatiados temas gue sus practicantes se propo-
trada por los protagonistas de este volumen a quienes nos dirigimos nen investigar. En efecto, sus objetos se multiplican sin cesar, abarcail-
para contrastar nuestra perspectiva, más allá de las coincidencias o do no sólo la literatura, el arte, el pensamiento, que han sido sus domi-
diferencias que pudieran existir: en particular, la amabilidad de Roger nios traclicionales, eso que en otro tiempo se llamó la alta cultura, sino
Chartier, Carla Ginzburg y Natalie Zemon Davis, que han contestado también otras elaboraciones humanas a las que se les suponía escaso
expresamente a nuestras insistentes comunicaciones. prestigio o menor brillo. De acuerdo con esto, sería propio de la histo-
Esta investígación, por lo demás, se incluye dentro de dos progra- Lia cultural de hoy en día todo producto humano que nos distanciara de
mas financiados respectivamente por la Generalitat Valenciana y por la naturaleza, que nos sirviera para edificar un entomo propiamente arti-
la CICYT, iniciados ambos en 2004 (6V-04B-189 y HUM-2004- ficial: por eso se habla de cultura material, popular, de masas, gastronó-
0527). m.ica, sexual, etcétera. De lo visto a lo leído, desde los rutefactos visua-
les hasta el libro, desde los utensílios hasta el arte, todos esos produclos
cabrían bajo su domínio. Eso no significa gue la historia cultural absor-
ba los géneros y especialidades tradicionales· · t ri'a d.e la Ilteratura,
la e arte, la de la CJencia, la de la música, etcétera. Lo que quiere decir
gue 5sos o!;z:[etü"S'ãDofdados eor los eseecialistas son
..Rroductos complejos que se relacionan entre sí a través de esa
mirada cultural que; aprecia
-= ............
sus• vínculQ.«.__d.e. modo gue un libra tal vez
mas con un ltenzo o .
volumen mjsmo genero. Eso obliga al
tiador cultural no sólo a saber de literatura o rute. sino a atravesa.r los
ctominios v las frm1terã'SãCã<.Témicas-.
.._.ffientido podria ser p;:óximo:sãiva;1do las dist<mcias, al que pro-
pusiera f\1arcel tvíat!SS en su Enscr.Yc; sobre los dones. El regalo, que es
indudablemente un objeto cultural, era observado por aquel sociólogo en todas las culturas. Pero no es esto lo que ahora nos interesa, sino
francés como un hecho social total: ios obseqtrios tienen un coste y, por aquella contraposición de la q1,1e partíamos.
tanto son hechos económicos; pero los presentes son tambíén gestos de Es decir, lo natural es lo que de entrada no producen o controlan los
amis;ad, de apaciguamiento, de obligación, de reconocimienlo, hombres, sino lo que les. sobreviene sin el gobiemo de su voluntad, ese
dual y colectivo, aparentemente voluntarios auuque a la postre domínio en el que la intervención humana es siempre aprendida, exter-
torios en la medida en que implican devolución. Etcétera. Y este na, postiza, posterior. En principio, las montafias y los ríos, los terre-
plo que proponemos no es extemporáneo ni pues ha s1do motos y las tormentas, no son causados por los individuas; como tllm-
expresamente abordado por una de las grandes h1stonadort.'lS culturales, poco la rnaterialidad misma de nuestro cuerpo y sus necesidades son
<P Natalie Zemon Davis, en su Essai sur le don dan.s la France du X\1]• una claboración intencional de las personas. Nacemos con. un organis-
: siecle. se atrevería·a decir gye eJ ree:alo.es un asunto_menor, mo, pero nadie nos ha moldeado a su antojo; tenemos hambre o urgen-
sólo ser tratado desde un úmco punto Al cias sexuales, pero nadie ha decidido que esto sea así ni cuándo debe.n
1<- >JJ._,til ._,1-j .q_ i al que la erenc1a de obs 10s _es susce õble de sei ser satisfechas esas presiones acuciantes de nuestro cuerpo. Lo que
. <t 1\l desde la bistoria cultural numerosos obJetOs o actos e la VJ a cot1 Ja- somos es, desde este punto de vista, naturaleza, algo que se nos impo-
mae
L ;;.f_ . :§i': \h oy X de! pasado pueden y deben ser esmdiados así. Son ne y que es fruto, llamémoslo como queramos, de la necesidad, del ·
)!?" p;:oductos y son elaboración, aguello que nos hace azar. de la chiripa o de la combinaci6n de factores. Pera, evidentemen-
aquello que nos distanc1a de la naturaleza. nuest10 te, además de ese organismo con el que hemos nacido, y además del
·"">-.. cuerpo, por supuesto, hacemos cosas que van mas alia del orgamsmo. cspacio silvestre que nos envuelve y ante el que somos una parte infi-
I :.JV
la soruisa, por ejemplo. Como indicaba Remo Bode1,. s1. d""' lJeramos que nitesimal que poco o nada puede, hay algo más: hay, en efecto, otra
ese oesto es una cont:ractura muscular, estaríamos en lo cierto, pero sería dimensi6n a la que convendremos en llarnar cultura.
una.::>explicación muy insatisfactoria, muy reduccionista. Habría, pues,
que completada afiadiendo que tiene un significado en c?ntexto, qu_e
forma parte de una determinada cultura en la que una sonnsa o gut-
Lo cultural parece ser el dominio de los seres humanos .. aguella
esfera ue ellos misrnos han roducido individual o colectivamente,
reciente o remotamente. deliberada o inconscientemente. a cu tura
*)0
'"'-t. . I
•. 'b..c..., iio tienen un sentido que va más allá de la puramente ffs1ca. es un molde, una demarcación que delimita los confineSde lo •
i'-tY · _f.Q.mo el iector podrá apreciar, hay en la de_la cu_ltura como no. Por un lado, es todo aquello que nos aleja de los animales, es una <J
dimositivo que nos aleja de la naturaleza. una_rnfluenCJa mas o menos ffõntera frente a lo natural, como lo es la cboza que alguien const.nJ- '-1
àe grandes teóricos y pensadores del SJglo XX podemos ye para protegerse de las amenazas de las bestias y de la adversidad
0
;:JÍ(. · reflejada en esa última histeria cullural}tablamos, por de meteorológica. Por otro, lo culmral se da cuando modj5camos esa I
mund Freud. Aceptamos por convencwn, lo damos por sab1do y evi-
dente, que la cultura es lo opuesto a la naturaleza. Freud lo de:i6 dicho
para discernir las posibilidades dei psicoanálisis. La naturaleza es l.o
naturaleza que es constitutiva de los indivíduos o dei entorno que les
fõdêã." Es decir, el bosque feraz, aquel en e! que los árboles arraigan I
_I
ycrecen sin concurso humano, puede ser domesticado, somctido,
universal, lo que se da aquí y aliá, antes y después, lo que es necesídad alterado, colonizado, reducido, eliminado. Esto es, el cuerpo mate-
y exigencia primadas, lo que, en plincipio, es ins[into animal. De rial, los órganos con que la naturaleza nos dota, sólo es una posibili-
que, por ejemplo, abalanzarse sobre los fPJtos crudos, comer y saciar el dad que debe actualizarse a partir del adiestramiento propiame.nte
hambre, son requerimientos que nos acucian a todos, pero rccolectar, cultural de los sentidos, un compendio de funciones posibles que
;:_:, cocinar, àisponer la mesa, preparar los cubiertos y los manja- debemos aprender y que deber'"an ser activadas. Los entranables ejem-
res sem ya artificios culturales que varían temporal y espactalmente.É__ plos de aquellos relatos de niiios salvajes, que tanta fortuna tuvieron
A' sabido que, a pattir de esas dístinciones, de lo que separa lo crudo de_ en el siglo ">..1X (corno el de! célebre Víctor, el pequeno de Aveyron),
éoc1do. Claude Lévt-Strauss construyó a1gunos de sus argumentos prr!!- o, más aún, la nan-ación de Kipling, El libra de la selva, son, entre 1"i1)S!...l
!' Cípales sobre la diversidad cultural y sobre e,;e solapa.miento es 2,. otros, casos de ese enigma (.Es posible hacerse humanos sin el con-
. regia y el-artificíó c;on ue abordamos y sans!acemos las curso de olros semejantes, sin c! auxilio de la cultura?
,j nat1.1rales. A ello afíadió, en c ave muy rancesa, que hay una mstancta Más aún, ese cuerpo y sus requisitos los revestimos. Como decía-
la que bicn podtíamos llamar civilizaci6n y que englobaria . mos, el hambre no se sacia simplemente atnncando el fruto silvestre del
las oocas presc1ipciones y prohibiciones. las pocas reglas, que son efec- árbol que ya estaba ailí, sino que lo alcanzamos y lo desprendemos, lo

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tiv;mente universales, es decir. que siendo artiüciales estarían presentes
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cultivan1os o lo cocinamos. Es decir, la cultura no es sólo ese lím!l.e c;ue
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_los seres humanos imponen a la naturaleza, sino que es también ero- fuimos en ese edén temprano. El paraíso ten·enal de los relatos bíbli-
J9ngación. Por eso, afiadía. Freud, otra de lo propiamerrte cos, por limitamos a la tradición judeocristiana, es susceptíblc de ser
humano es ese conjunto de prótesis de! que nos servimos para inte1pretado como un eco cultural y colectivo de esa aiioranza indivi-
nQJLÇldemos por nuestros Ero12ios medíos naturales o el mstru- dual. Reparemos en ello. Antes de la caída en el tiempo, hubo un
mento aue nos permite alterar' el estado natural de las cosas: dei entm:.: momento en que no había dolor ni límite propiamente. físicos ni otros
no, trazando un camino en el bosque, el curso de las aguas; peligros amenazadores que hostigaran a los habitantes del edén. Pero
existe la figura de! padre, que es la ley, la prohibición, un cierto limite
..r.ero tambiéQ. dei cuerpo, protegiéndonos de las inclemencias climato-
l_Qgicas, vistiendo las vergüenzas o engalanando las distinta-> partes para que no se puede franquear, justamente esa tentación a la que sucumben
o de los por debilídad y por e! acecho de la serpiente. Comienza el pecado y se
Sin embargo, más a:Jlá de estas trivialidades, que son archisabidas, ingresa entonces en la vida propiamente mortal, en la cultura. La
también la cultura es el sentido propiamente humano que le damos a .lo expulsión d el paraíso es o significa crecer, vestir, trabajar, padecer,
natural, a aquello que los hornbres no ban producido, y a lo artificial, á envejecer y morir. M ucbas de las elaboraciones humanas, tanto las exi-
esas e laboraciones que las personas han contribuído a hacer. Es clecir, mias como las perversas, cie1tas creaciones dei arte así como algunos
lo cultural es artificio de la materia, instrumento, pero es también el de los artificios dei pensamiento, pueden ser una sublimación, una
significado que !e attibuimos ai entorno, ai cuerpo, a las cosas y a los reparación, una restitución imaginaria o simbólica de aquello q ue está
contemporáneos, antepasados o futuros, visibles o invisibles. definitivamente perdido, de aguel edén en que se supone que empezó
sentido a las acciones que acometemos, como sei'íaló M ax la humanidacl o de aquel paraíso que fue la vida temprana dei nifío.
es imprescindible para la vida frágil, amenazada, dei indiVIduo. Ese retofío crece, distingue a su progenitora como otro ser diferen-
Por eso, hetramientas, prótes1s y significados constituyen la cultura. te, pero también a la figura patema como instancia próxima aungue
Desde que nacemos, los seres humanos precisamos todo tipo de cuida- distinta. Sin embargo, hay un más aliá: es ac1uel en donde sitúa e iden-
dos, una setie de atenciones que nos asistan física y psicológicamente. tifica a quienes están más alejados y a los que, en principio, percibe
Nacemos tan desvalidos y tan inermes, son los nuestros un cuerpo y como desconocidos, potencialmente hostiles, y a quíenes localiza en
una identidad tan primitivos, tan potenciales, que la sociedad y la natu- un mundo enotme, dilatadísimo, extrafío, que el nifío a duras penas
raleza resultan ser amenazadores, hostiles, estemos en el mundo más advierte o entiende. Desde ese punto de vista, crecer y madurar no con-
primitivo posible o habitemos en el entomo más sofisticado. Nacemos sistirían sólo en alejarse de ese paraíso originaria, sino que o bligarían
desprovistos, con una memoria fi logenética (la propia de nuestra espe- a ingresar propiamente en la cultura, en el tiempo, un lance semejante a
cie) gue está aún por y con unas habilidades ontogenéticas aquella primera caída bíblica; crecer y madurar serían, pues, identificar
(las específicas de cada uno) que están todavía por activar. De ese correctamente el mundo que nos acoge o que nos amenaza, localizar
modo, e! nifío que fuimos no se distingue diferente o, mejor, no se iden- l?s objetos externos (e inte.rnos) que lo y nos rodean, lipi- ,r>J,'f?
tifica a sí mismo frente al resto de los humanos, particularmente fren- ftcar a los humanos y precisados. Identtficar, localizar, tipificar y
te a la madre. La madre es la fuente nutricia, aquella de guien viene e! cisar son, a la tareas a nos obliganlos _
primer alimento y el cuidado más temprano, pero para ese infante y la mera superv1venc1a hoy y mil afíos atras, nor ejemplo. Esas labo - >fz"'-:_ !/:)
. - - \
recíén nacido esa figura es indistinguible. No hay un yo, desde luego, res, que pronto emp1ezan, pero que n unca acaban, sólo intermmpidas ·:R
que pueda ser percibido por el nino, pero tampoco hay una madre gue por la muerte, las podemos resumir en la empresa de dar significado, ..., I'?
puecla ser sentida como alguien diferente. ese empeõo sobre el que insistió Max Weber.
Numerosas coniemes cult'urales han hecho de este asunto el princi- Los seres humanos no perciben desde el vacío primigenio y precui-
pio ele su reflexión y de sus especulaciones acerca de la condición tural, no sienten sin esquemas perceptivos previos, como si vivieran aje-
humana: habría una experiencia inicial, la fusión primitiva con la nos a todo concepto o modelo de realiclad. Todos los indivíduos, estemos1 .
madre, de la que el crecimiento, la maduración, la socialización, la cul- . tU+
tura e n suma. nos alejarían. Madurares. en definitiva distanciamos de mos, )' tengamos ]a ecJaÕque tem!amos, nos valemos de Cielt OS .. .
... ..
ti ficando el d.Ql2f es vl\'lr, la hmltac1on que es la eJostencia.1as cor- ...9.Ja .. ··· -
ele l,:?s que_!22fhan transmitido y por (r
I'-ladíe puede reshtuir al nifío gue .. Es decir;·ãjsí:eii(:íeii1císã

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tinguimos como alguien diferente, nos acostumbramos a determinados el hecho de que su estudio contuviese más de ciento cincuenta defini-
olores, nos habituamos a tocar las cosas que nos rodean y a discernir la ciones de este término, aunque ese esfuerzo recopilatorio les !levara a
r VOZ o los ruídos cercaoos. No ha pru.-a nosotros, o ai menos jamás podre.. incluir como sinónimo el vocablo civilización. Si a comienzos de los
mos recordar] o, un momento origin , pnstmo, en que oyeramos, en que anos cincueota se podía contabilizar ese elevado número de acepcio-

I
l!llfateáramos, en ue saboreánunos, en que tocáramos o en que viéramos nes de un mismo término, en un momento en que ese campo de estu-
r mera vez sin m ac10n alguna, sin cultura revia ue nos tera dio no se había trabajado con la profusión y el denuedo con los que se
pistas acerca de· cómo sentir. En ello inststió particulannente Freu . cultivaria en las décadas posteriores, hoy la conclusión habría de ser
Cuando empezábamos a hacer todo eso, dichos actos los emprendimos bien distinta. Gracias ai ímprobo trabajo de historiadores, sociólogos,
-y los seg>Jimos ejecutando después- auxiliados por quienes nos antropólogos, psicólogos, semióticos, filósofos y otros :a
y nos adiesLran. A esa operación, a la manera de adentramos en el mun- cantidad de definiciones que actualmente podóan sumarse superana
do, de averiguaria y de enfrentarlo, lo llamamos otorgar significado. No de manera alarmante aquella prirnera compilación.
vemos lo que ocurre, sino lo que nuestros esquemas perceptivos nos per_. En realidad, aquellibro, Culture. A Critica/ Review of Concepts and
miten advertir. Nuestro .interior recibe toda clase de mensajes y estímu- Definitións, pretendía reconstruir una genealogía, es decir, aspiraba a
los, pero no está inerme, sino que solemos oponer frecuente contención hacer un rastreo histórico que permitiera agrupar por etapas la concep-
a lo que nos ilega. Unas veces ctmscientemente y otras de manet-a invo- tualización y los dominios que incluiría. Una empresa de este tipo ha de
luntaria; unas veces por saturación, por sobreabundanc;ia, esto es, por ser entenderse en el contexto de las ciencias sociales de posguerra y, en par-
mensajes redundantes; y otras por mero rechazo, por ser esos esrímulos ticular, en el momento de Ia aparición, en 1951, del célebre texto de Tal-
algo que nos desmiente, qlle nos incomoda o que nos desconcierta. cott Parsons sobre el sistema social. La circunstancia es suficientemente
Cõnõcidã.Êstamos en el período de auge de! funcionalismo, en una eta-
pa histórica en la que en los Estados Unidos se elabora
DEFINJCJONES DE ClJ'LTURA que intenta describir las distintas esferas en que dtvtdma la acc10_n
humana, dicho esto en un sentido vagamente webenano. En efecto, hacw
_La cultura es así un repertorio amplio de códigos o de convenciones, poco tiempo que Max Weber había sido traducido y editado, en
un compenCio vastísirno de prótesis y de inst.--umentos, un depósito de lar en un texto antológico que seniiria como vía de acceso a su socJ.olo-
í·e_glas, de. significados, de prohibiciones y prescripcwnes, que nos limi": ma comprensiva. Sin embargo, más que la comprensión, tema de, ongen
"' .
(fN!=f..,!J9i,
f tarian y ue a la veinos harían vivir, gue nos servman ara resolver
mejor o ;:>eor nuestra re actón con el entorno social y físico. No obstan-
te, más aliá de este simple esbozo de lo que sea Ja cUltura, según nues-
evidentemente alemán, los runcionahstas
rífica como el id a1
_Ia CJen-
ue debeóa tender la soctolo a, a ena, ues a las
tmensiones intencionales y subjetivas de la acctón individual. El siste- \
-

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tra concepción actual, existen una multitud de formas de entenderia, ma se dividía en subsistemas: el económico, el político, e! social, el cul-
numerosas definicíones que desde la antropología a la historia han pre- tural, etcétera. Se trataba, pues, de saber qué constituía cada una de esas
senlado su objeto. Puesto que nuestra pretensión no es en ningún caso partes y su funcionarniento, es decir, se trataba de se
aclarar, debatir o liquidar lo que tanto y tanto se ha discutido en otros lograba la estabilidad de dicho sistema y qué provocaba dtsfunciOnalida-
ámbitos y en diversas disciplinas, quizá lo más conveniente sea acudir des, los desajustes o fricciones. En otros rémúnos, el conlrol social era 1ª-.
al texto canónico que suele utilizarse para estas ocasiones. Es tan indis- meta cognoscitíva de esta sociologi'a en un contexto polílico-ideoló ico
cutible y tan citado, que incluso e! lector puede considerar reiterativo de Guerra Fría y de antimru.-xtsmo, para o cu ax e r odía tomar-
que nuevameme volvamos a él. Pero, a pesar de ese reproche, incunire- se como alternativa ai materialismo storico.
mos en ello porque su contenido todavía nos es provechoso y opemtivo. Desde su Departamento de RelaciOnes Sociales de Harvard, que
Recordemos, pues, algo de lo que allí se decía. había sido creado en 1946, Parsons lanzó un ambicioso programa de
En 1952, dos prominentes antropólogos norteamericanos, Alfred trabajo que permitiera estudiar los diversos que
Kroeber y Clycle Kluckbohn se tomaron l.a molestia de elaborar una ese sistema social: sociólogos que como él estuvteran d1spuestos a
revisión crítica de las definiciones que las distintas disciplinas, y cn explicado, psicólogos como Jerome Bruner prest.os a anaiizar los ele-
particular la suya, babían ofrecido de! concepto de cultura, una mentos básicos y el funcionamiento de la conducta humana, y final-
reconstrucción que era marcadamente anglosajona. La principal pani- mente antropólogos como Clyde Kluckhohn que se ocuparan de la
culaJidad, aquello por lo que sus autores alcanzaron fama, es sin duda cultura. (,Cultura, en qué sentido? Para estaba com-

lO 11
de a uellos valores, ideas o creencias (símbolos ex resivos o vante porque cie ordinarias objetQ__de estudig. cosa que
patronesl_que formaban una determinada tradición. Su definici n tenía · desmentía cierta tradición ilustrada que entendía la cultura precisamente
por objeto detaliar y conciliar lo que él mismo veía como conflicto como alta cultura, de manera que los pueblos que no babían progresado
entre antropólogos y su propuesta aspiraba a sentar las bases de una lo suficiente eran incultos. Por eso, la definición de este antropólogo bJi-
ciencia analítica dentro de ese gran proyecto que, de consumarse, tánico, a pesar de los posibles reparos epistemológicos o a pesar de! resa-
habría de gozar, por otra parte, de un lenguaje común, unificado, jus- bio decimonónico que hoy le apreciamos, ha servido como punto de par-
tameme lo que, de! oti·o lado. parecía ofrecer el marxismo. tida para una concepción totalizadora.
Por tanto, el libro de K.roeber y Kluckhohn era algo así como una No nos interesa discernir aguí si, como Kroeber y Kluckhohn afir-
::t! desafío y ;:: la prcvocación lanzados per el 3ociólogo fun- man, l1robra de Tylor supone una ruptura en la definición y en el curso
cionalisla. Sin embargo, lo que aquellos dos autores acabarían defen- seguido por este concepto o si, por el contrruio, ese punto de partida ha
diendo frente a Parsons sería la autonomía de su disciplina. c,Por qué de encamarse en la obra de Matthew Amold. Tampoco nos interesa
razón? Porque, por un lado, ai estar vinculada a ese proyecto común, la · repasar a los innumerables autores que, a partir de entonces, fueron
anlropología no disponía de un margen suficiente de independencia; por aportando diversas contribuciones y agrandando aquel compendio. Los
OLro, porque la defmición de su objeto de estudio quedaba restringida nombres son, por otra parte, suficientemente conocidos: entre otros,
con el fin de facilitar la división del trabajo académico propuesta por Boas, Benedict, Lowie, Manilowski y un largo etcétera. Lo más signifi-
·Parsons. Era' lógico, pues. que estes antropólogos rescataran y amplia- cativo es, para nosotros, la posición que ambos compiladores adoptan
ran el concepto de cultura, que era el núcleo central en e! que su disci- en relación con el texto de Tylor. A su juicio, e! valor de aquel primer !.
plina se basaba. Para ello, como hemos dicho, recopilaban uri sinfín de esfuerzo estada fuera de toda duda, pero a la altura de los anos cin-
definiciones, las clasificaban, y sobre todo establecían su genealogía. cuenta, con el avance que las ciencias sociales estaban experimentando, ,.'

I
En ese sentido, primero moden1amente el sería necesario actualizru·, completar y matizar lo dicbo en 1871. Por un
no de cultura habna sido el bntáruco Edward Bametl }J:lor, en su céle- " lado, la definición de Tylor sería demasiado vaga, pues incluiría algunos
primitiva, en<i@J. Esta defini- aspeclos que serían propios de la sociología, como las instituciones, por
cton ha s1do nul veces repettda y reproduc1da, pero stgue siendo un ejemplo, unos domínios o fenómenos exclusivos de una disciplina par-
referente inexcusable. Tomándolas cn su sentido etnográfico amplio, la ticular en Ia división académica establecida en el ámbito parsoniano. Es
cultura o la civiliz.:'lción, dice Tylor, son aquel todo completo que inclu- decir, una cosa sería la organización social y otra, bien distinta, la cu\- .
ye el conocimiento. las creencias, las rutes, la moral, el derecho y la ley,- Así pues, lo más caracteiÍStlCO de esta última serían los valores, y
adeO:á.s de las costumbres y otros X ... a eilos habría que afíadir otro objeto de reciente imerés entre los estu-
·-ªdgumdos por el hombre como m1embro de la soc1edad:.. Como se pue- diosos de la materia. t,Cómo se transmiten esos valores o las ideas a
de observar, hay varios aspectos que son significativos y que pennitidan ellos asociadas? Mediante los símbolos, es decir, las metáforas sociales "q
una lectura actual y provechosa para nuestros propósitos. Se u·ata de una · en que cristaliza la operac ión humana de observar e! n':lundo que reciben :
formulación omnicomprensiva de! término de cultura, aunque según los individues y de interpretado, y que les sirven para enfrentar signifi- '
!.
una perspectiva irreparablemente decimonónica marcada por el evolu- cativamente la realidad. En consecuencía, ese nuevo elemento, el de la
cionismo (cada grado de desaJTOllo en la cultura es una etapa en su evo- Y dimensión simbó_lica!. se convierte para Kroeber y Kluckhohn en un f.
lución) y por el comparatismo (la relación entre la civilización de las tri- 6 .Jr!d-Wensable yyrometedor. - d
bus inferiores con la de las naciones «superiores»). ·Pero. sobre todo, r f. Esto, a su vez, abrirá una breêfia en el sólido edifício funcionalista,t
, ,,.f: , desde nuestra erspectiva, lo decisivo en T lor es otra cosa: ue el brecha por la que en las dé.cadas posteriores, a finales de los cincuenta
Z.:f'--1.:? sea en cultura y que esas y comienzos de los sesenta. irán filtrándose perspectivas y corrientes.
{1( , no sean las proptasTela. la sofisticación, más o menos alejadas de Parsons. De entre todas ellas, ciertas te01ías
9 • 1'!! el énfasis en las esferas simbólicas en que se desenvuclven los
./ en costumbresJ!ábitos y
. . SJtuada en su contexto, esta 1dea era realmente novedosa. En pri- r· .• individuas. Particularmente hablamos del
/. ;:'-,r;i·-! mer lugar. porque por aquel entonces no se acostumbraba a reconocer , {!.'r;'V:.) Mead y de las. quê_ tríunfan a
,:r que los pucblos '<inferiores» tuviera.'1 una cultura: se consideraba que · . :f <..f tamb1en, po_r:
erar' simp!ememe salvajcs o bárbaros. incapaces aún de alcanza.r e! esra- o .. fin.
ciio de la civi!ización. En segundo térm ino, esta noción de Tvlor e:a rcle- \ ?e•"C' a est0S nombres hay OtfO CU''!: H11pOJtanCta será mayor •
.,... ,-.
J
1:. 13

:;: ·..
ban por incorporar otros elementos de la cultura que los nor-
y cuya influencia será decisiva en lo que podemos llamar el giro cultu- teamericanos no habían tenido en cuenta y gue, por el contrano, las tra-
ral de las últimas décadas. Nos referimos a Clifford otro de los dicíones europeas contemplaban. . . .
ahijados inconformistas de 'làlcott Parsons. Nos referimos, pues, a uo Admitido esto, cabría preguntarse qué lustona cultural desa-
antropólogo, que a comienzos de los setenta, con La interpretación de rrollarse desde fina1es de los setenta particndo de esa defimc10n Y
las cu/Juras, parece dar el cierre definitivo ai viejo funcionalismo, cuya objetos serían los tratados. Muchos aiios después, en_!.22J, prop10
hegemonía estaba en declive desde tiempo atrás. Pero "<lejemos momen- Burke volvería sobre el particular aJ escribir ex profeso una mtroduc-
táneamente a este etnólogo, que tan decisivo v cióu ala edición espanola de La cultura. popular en la nwde:-
tural de las últimas décadas, y regresem s a s na. Con la experiencia que Je daban el período transcUIT!do,_ prop1a
primeros que subrayaron abierta.rnente la · . · i.nvesticración y la lectura de las muchas obras que hab1an 1áo apare-
(.Cuál había sido la definición que estos autores ofrecían de a cul- ciendo0sobre este campo, Jlegaba a la conclusión de que cl de
tura en I 952, en plena hegemonía parsoniana? La cultura, decían, es un j )
cultura se había vuelto conforme se le !doatnt>f'
sistema de sümificados, actitudes valores com artidos, así como de 1 , A'......-\xendo un sentido cada vez mas ampho. De ese n:odo, mSJStía, este ter-
formas simbólicas a trav e las cuales se ex resa r se encarna. Es una i/
if ino se em leaba ahora·y cada vez máS'·para des1gnar todo a ue1lo
definición verdaderamenle útil, amplia, operativa, una definición que, -8'
ltC' pu iera ser aprehendtdo de una etermma a sociedad (comer, beber,
sio embargo, excluye expresamente las instituciones, como ya vefa- ;,/;- ); andar, a ar, callar, etcétera). Así ;o vemos wna
mos. ·i.Es que, acaso, éstas no formao parte de la dimensión cultural de
la actividad humana? En cualquier caso, a pesar de los cargos que
61; (2 S punto e partida puesto que esta acepc10n U::S. a
c.:l. ":J - e nosotros habíamos propuesto en las pnmeras mas.
1
pudieran hacérseles o de las exclusiones de las que partían sus autores, · estoque hemos convem o ya en los

\_r
posibles
la det1uición de Kroeber v Kluckhohn habría de ser enormemente 11\\. De algún modo, así es, pero el problema bas1co, el de la Jeiarqma de
influyenle a lo largo de his décadas sucesivas y en diversas disciplinas. lf!' esos conlcnidos, de esos múltiples conrenidos, permanece. .
t,Tiene algo que ver esta idea de la cultura con la que nosotros mismos
plameábamos al inicio de estas páginas? (.Se aprecia en lo que decía-
mos la influencia remota de Kroeber y Kluckhohn? Aunque no siem- VARIEDADES DE LA HlSTORlA CULTURAL
pre coincidan los referentes, como es el caso de Freud, hay, sin embargo.
en nuesu·as primeras páginas un énfasis deliberado, también weberia:. Una de las formas de averiguar cuáles sean los dominios, los ente-
Õõ, en la dimensión sionificativa simbólica como lo ro io de la cul- rios y e\ orden de la historia cultural podría en repasar las
tura. En ello no decimos nada sustanci mente nuevo que no bubieran publicaciones aparecidas en los últimos anos. Lo que nos lla-
Cilcíiô o esbozado con anterioridad Kroeber y Kluckhohn. \ maría la atención sería la cantidad,.centenares de trabaJOS que_ muestran
\ 1 Por eso, no sorprenderá que uno de los primeros historiadores que\ \\ una ext.raordinaria variedad. Así, podríamos leer textos que dicen abor-
\\ I se propuso explícitamente renovar la vieja histeria cuJtural partiera de · \ , • dar la historia cultural de este y de aquel continente, de amplias zoil:as
1
I
t e esa conceptualización. En efecto, en 1978, coando Peter Burke pubü-! t geográficas, de un bu_en número países, de de dís-
có en inglés su célebre libro La cultura popular en la Europa moder- tintos períodos en dtferentes nacJOnes, de remos,_ de republicas, de
na, que tanta influencia ha llegado a tener en este campo, empezaba imperios, ôe cortes, de ciudades, de pueblos o de tnbus. Se ha rastrea-
\
reproduciendo aquella definición clásica y esa opción era suficiente- do asirnismo la genealogia de este campo y se han
I mente significativa. Así pues, tambiéo para nuestros propósitos es éste \ sores en Vico, en Herder, en Hegel, en Burckhardl, en yveber,
precur-

\:l un ponto de partida adecuado puesto que Peter Burke no fue el ?a


Lukács, en Benja11l.Ín o en Huizinga. Y todo ello _conclmdo en
en aceptar la utilidad práctica de este referente, su operatividad. Así, en torias culturales àel crimen, del tiempo, de los paxsaJeS, de la vent:JI<:
J980, cuando se publica la versión italiana de La culrur·a popular en la q:1ia, del consumo a crédito, de la Cotte Suprema de los Es:ados
Europa madema, quien se encarga de introducirlo es Carlo Ginzburg, dos, de la cirugía estética, de Halloween, de la la
otro de los historiadores que también se proponía renovar los estudios de la guerra, de las lápidas, de la_ de la
de la cultura popular. Pues bíen, eu ese breve texto, Ginzburg valoraba la religión, dei corsé, del arte del dtbUJO, del ractsmo, del '"
positivamente la definici6n de Kroeber y Kluckhohn reproducida por muerte, de los diccionarios alemanes, dei viaje, dei ael s me,
Burke. Y emitía este juicio porque a su entender era una propuesta elás- de las Jectoras, de la intoxicación, de las bibliotecas. de los l!bros Y st1s
iica e inclusiva, aunque a la vez reconociera que no bastaba, que falta-
15
14
editores, de la bebida, de la arqueología, de ias lágrimas, de la terapia esquema no era el menos admirabÍe, pues había otros llenos de ambi-
familiar, de la belleza y del cuerpo, de la energfa física, dellenis, de los güedades, redundancias y deficiencias. Es el caso de aquel que el doc-
eunucos y lGs castrati, de! pene, de los museos, de la filosofia africana, tor Franz Kuhn atribuía a cietta enciclopeàía china titulada Emporio
de los e xplosivos, de los bestsellers, de! rostro, dei teatro, de! suicídio, celestial de conocimientos benévolos. En aquellas páginas se esctibió
de la fotografia, dei tabaco, dt: la diplomacia, de los tatuajes, de los q ue los animales se clasificaban en diferentes especies, encasillamien-
fumadores. del folclore, de! amor, de la comida, de! derecho a molir, to que se extendía desde los pertenecientes al emperador hasta los que
de los bosques, de! parto, de la educación, de la cosmética, dei broncea- de lejos parecen moscas. Se trataba de una taxonomía sin criterio uni-
dor, del humor judio, de los s/...7.nheads. de las relaciones internaciona- forme que aunaba los diferentes tipos, llegando a una yuxtaposición en
les, de la homofobia, de los cemente1ios, de las drogas y los venenos, la que e! todo era inconcebible aunque cada una de sus partes pudiera
de Ia arquitectura, de la música, del arte, de la apicultura, de! significa- ser pensada. La celebridad de este texto bargiano y sus efectos cómi-
do de los nombres propios, de la mentira, de la histeria, de las imáge- cos y cognitivos se deben no sólo a su autor, sino también ai uso que
nes y los slogans, del uso ritual del chocolate, dei violín, de los hote- . Michel Foucault hizo de esa idea en e! incipir de Las palabras y las
les, de las películas de James Bond, de! tumor, de lo grotesco, de las cosas. La variedades vastísima, la clasificación no sigue critetio rneLó- l
pulgas y su control, de la lengua inglesa, de la tecnología, de la madu- di co alguno, ero adernas no mcluye toda la a de lo osible, el con-
rez del hombre, de las emociones, de los elementos (aire, agua, tierra, lunto e seres gue preten e englobar. En el caso de Borges, esa impo- !
fuego), de la ciencia, del erotismo, del calzado, del fetichismo, de la \ sibilidad taxonóm.ica perseguía un efecto irónico haciendo burla de!
esc1itura, de la danza, de la religión, dcl canto, de la cama y el dormir, cartesianismo; en el ejemplo de Foucault, la alusión a la encicloped ia
del fin d e sigla. de los números, de los barbarismos, de! repollo, de la china se proponía para provocar e n el lector malestar ante las eviden-
a1istocracia, del baile, del paseo, de) vino, de la Navidad, de los sím- cias del saber, ante las certidumbres de! pensamiento, ante los a prio-
bolos, d e la nutrición, dei mundo dei espectáculo, de la enfermedad, de ris de las disciplinas. Ellos y nosotros nos las vemos con una clasífica-
la ópera, de los pantaiones femeninos, de las epidemias, de! jazz, de! ción im osible con una enumeración a ru·entemente ru·bJtrana, ue
género y de la raz.a, de la ecología, de la horticultura, del desastre remire a su condición inmaneja e, resistente a cua qUJer an 1s1s. Sin
de! Tztanic, de la televisión, dei Paralelo de Barcelona, de! trabajo y de embargo, Borges y Foucault operaban con una ficción; nosotros, en
los trabajadores, de! aroma, de los anuncias, de las narraciones popu- cambio, no.
lares, de la caza, de la novela americana, de los gestos, de la viola de E l lector incrédulo podría verificar que esos objetos de la historia
gamba, de los bafios públicos romanos, de los homos y las panaderias, cultural, cuya enumeración recuerda a la taxonomía de aquella e nci-
dei acto de sentarse, de las felicitaciones navidenas, de la vejez, del clopedia china, no forman pmt e de una bibliografia apócrifa, s ino q ue
horror, de la sexualidad, de Ias sustancias tóxicas, de las trutas nupcia- son una tras otra referencias contrastadas, aparecidas en revistas aca-
les, de la armóruca y dei acordeón, de! agua, de la dieta y el sobrepe- démicas o que dan título a volúmenes realmente existentes. Como
so, de la mineria, de la diabetes, de la menstruación, de las acttices, de! prueba, puede servir una breve incursión en cualquiera de las bases d e
az.úcar, de! sonido y del ruído, de la infancia, de la música para piano, que recogen el acervo de nuestra disciplina, ya sea el Arz &
y de algunos cuantos objetos más.
Si es que nuestro paciente lector ha llegado hasta el ú ltimo etcéte- ,
.1 Humaniries Citation l nde.x o los Historical Abstracts. Allí hay cente-
Y. centenares de y de libros que _incluyen ia expresión
ra, es muy probable que desconfíe de esa retahíla inacabable, que pien- culwral>> en sus eptgrafes o en los resumenes que los acom- ,
se que es una impostura de nuestra parte, que la juzgue imposible e -:;<'f:'r/ 1 pru"ian. S on rales la vastedad y variedad de asunlos y de objetos { ( !
incluso cómica. O acaso crea que recaemos otra vez, como otros ya ceptibles de ser incluídos bajo que la voluntaà de dat\ " "' "
incmTieron, en una suerte de juego borgiano corno el que este escritor i, .f.S.i't coherenc1a a tOdo ello parece condenada al fracaso. Quizá la primera
propusiera en Orras Inquisiciones, en particular en «EI idioma analíti- •.: '- . rréacciõ11'podi'íãser 1ãêfC âeSeél1ar estos objetos por variop intos y
co de John Vvilk:ins>>. Reparemos en ello, aungue sólo sea como com- :;i' 'l anecdólicos, por irrelevamcs, dignos de un museo de curiosidades
pensación a! esfuerz.o de nuestro Ject.or, cansado por esa retahíla previa. '' desordenadas; por ello, sobrarían razones para descartar cualquier
En aquel texto, Borges abundó en obra especulativa de este egregio intento ele síntesis, convirtic;ndo páginas en una simp!e enume-
cape!ián inglés, rector por lo demás de uno de los colegios de Oxford, racíón de d ichos y HlS posib iiidades. Sin embargo. como indi-
entre cuyas felices cutiosidades se cuenra el haber ideado un idioma c-a CliJ ford Geertz e n t.: J: :l pi:gina de Conocimicntu iflcal, no hablamos
unive::sa! promcdiar el siglo xvn. No obstante. nos adve1tía que su de antt que s.: a deportes e;;.travagantes y a c;.1:1osida-

j(- 17
des ocasionales. Tampoco nos referimos al becho admitido de que lo EL COLEGIO INVISffiLE
innovador sea, por piincipio, difícil de definir. En realidad, hablamos
de un domínio historiográfico reconocido, el de la cultura, en el que Hemos supuesto que la tarea de identificar y ordenar este campo
se tratao aspectos fundamentales de la vida humana, y todo lo anterior, de investigación es ímproba. En consecuencia, guizá debiéramos
'esa retahíla inacabable, contrene sólo un parte mímma de lo que la resignamos y decir que la historia cultural es aquel\o que hacen los
existencia de las personas entrafia. Por eso, nos vemos oblígados a historiadores que se reclaman o son reconocidos como tales. Pese a
ensayar una vfade acceso a este tipo de histeria que sea lo que pueda parecer, pese a su apariencia tautológica, esta sencilla
y no es que los objetos de aquella retahíla n_o lo una 9ue perm,l- fórmula no es de! todo trivial o imprecisa: más bien, es un ·recuJ'SO
ta captar sus aspectos sobresalientes más alia del hstado de msp1rac10n frecuente en muchos ámbitos académjcos cuando la y los
borgiana. . criterios de jerarquía presentan ciertos obstáculos. Es entonces cuan-
Conviene, no obstante, advertir ai Jector ai menos en dos senttdos. .do echamos mano de la sinécdoque, de esa expresión que identifica
En primer lugar, hemos de insisür en que lo 9ue a . el todo por una de sus partes. En este caso, pod.ríamos elaborar una
es sólo una forma posible de abordar este objeto tan maprens1ble. De lista somera de aquellos investigadores decisivos, alguno de los cua-
hecho ) seria leO'ítimo
c
utilizar
.
otros caminos y quizá con ellos seria
1 ••
ies ya hemos nombrado, a quienes se reconoce como oficiantes de
Jóoico que las conc!usiones fueran distintas. Por nuestra parte, e1 JtJ- esa nueva historia cultural que aparece desde los afios setenta. Es
que hemos adoptado nos parece adecuado y sencillo, y ade- decir, estaríamos hablando de aguellos gue marcan esa jerarguía de
más coincide en buena medida con lo que otros historiadores euro- objetos (y de rocedimientos or la que antes nos reguntábamos,
peos y americanos han emprendjdo cuando se ban enfrentad? a un or en que podríamos aventurar sensatamente a prutir de sus Ero-
rnisma tarea, con lo cual no creemos pecar ní de extravaganc1a m de PioSêstudios, un orden que, en todo caso, habría sido corroborado y segui-
arbitrariedad. En segundo lugar, sea cual sea la ruta prefetída, el avan- 'êiõpÕrlos múltiples colegas académicos gue los reconocen y por un
ce sólo puede ser selectivo. Son tantos los acciàentes dei tan- público más vasto que los habria leído con provecho. -
ta la geografía a visitar, tanto los reclamos, que lo que se mcluye por esto que con dichos historiadores sería posible reconstruir
fuerza ha de dejar a un lado un buen número de sefiales: cl mapa no la unidad de la historia cultural y establecer la jerarquía de los objetos
coincide cone! territorio, desde luego, pero, además, ese mapa es aún de investigación? Como sefialaba John R. Hall, la nuestra es una época
vastísimo y sólo sugíere destinos posíbles por los que optar. Hace ya muy incómoda y a la vez muy interesante. Lo seda por la imposibilidad
algunos anos, Geoffrey Eley escribió un breve ensayo que intentaba de encontrar un marco común, un paradigma gue a todos unificara, que
dar respuesta a la pregunta What is Culrural History? En e.se texto, pemútiera abordar los proyectos históricos bajo unos mjsmos supues-
las cinco primeras páginas, antes de que empezara su propta redac- tos. Esta diversidad inmanejable es, no obstante, una muestra de vitali-
ción, están ocupadas por trece citas. t,Erudición, narcisismo? En dad, un ejemplo de la riqueza de las investigaciones culturales. De ese
lídaà, con esta operación tan inusual, Eley àeseaba poner .de modo, concluye Hall con una metáfora previsible, esta práctica plural es
fies to la notoria dificultad de ordenar y organizar un terntono tan corno una hidra de mil cabezas separadas de un tronco común que ya no
vasto y variado como éste, en e! que confluyen disciplinas diversas y podríamos encontrar. Así, aquella vitalidad dependeria de la conexión
tradiciones nacionales diferentes. intercultural entre los diversos investigadores, que además emplearian
(,Habría, pues, algún modo de cruzar esas fronteras académicas y metodologías no siempre compatibles y que abordarían asuntos que
estatales? Lo hay y lo hemos ensayado en las páginas siguientes, pero rebasan los limites de sus respectivas disciplinas. No se puede, pues,
el lector sabrá disculpar todas las omisiones voluntarias o involunta- perseguir una urudad que no existe y que, lejos de ser una carencia, es
rias que, sin duda, se pondrán de manifiesto. Nuestro propósito es un estado de cosas. Reducír la complejidad a unas pocas ideas signifi-
adentrarnos en el territorio de la historia cultural, atravesando fronte- caria empobrecer el análisis y dar una apariencia de sistema que no hay.
de un mapa pro io ue nos sirva de ruía y Es por eso por lo que no debemos temer la vastedad y variedad de regis-
tienêfÕlos pnnctpa es accidentes En esa eiec- tros gue. hay entre los historiadores y por lo que debemos reconstruir la
Ción de destliíõs;-se exciuirán, pues, algunos detalles menudos de la comunicac.ión que entre ellos se da, justamente en un mundo académi-
orografía y renunciaremos, con mayor sacrifício,. a visitar otros de co cuya globalización es un proceso asentado.
mayor relieve. l. Y cuáles son esos referentes que Jalonan el terreno. Así, admitido lo anterior, nadie debería extrafiarse de que este libro
esos que penniten cartografiarlo? se centrara en algunas conexiones y en deiemtinados practicantes. pues

i8 19
ése es e! mundo propio de la historia cultural. En este último sentido, una elogiosa resefia de un artículo («Spie» ). Era también. en fin , quien (
.
nad1e debería extrafiarse tampoco que una relación posible de histmia- examinando los últimos experimentos narrativos de nuestra discipli-
dores que la cultivan incluyera a Peter Burke o a Carlo Ginzburg, pero na subrayaba en Formas de hacer lzistoria la oJiginalidad del relato
también a Nmalie Zemon Davis, a Robert Darnton o a Roger Cha.rtier. emprendido por Natalie Zernon Davis. Por su parte, Robert Damton, 'i
Resulta evidente que hay muchísimos más nombres gue merecedãn en ese mismo volumen, hacía partir su estado ele la cuestión sobre la \
1
figurar en esta sucinta relación y que también podrian ser estudiados lecrura, como domínio expansivo de la historia cultural, ele! ejemplo de 1
por sus contribuciones hechas a este ramo. Sir: embargo, a pesar de sus Ginzburg, además de referirse a todos estos autores de uno u otro modo
diferencias. de sus litigios y de sus controversias, algunas de las cuales en sus otras obras o en sus enjundiosas resenas en el New York Review \
sor. :;uficicntcmcnte con::>cida:;, hay en estos nombres una setie de afi- of Books. Pera de todos ellos, de <odos los casos que ahyra podríamos 1
nidades, de rasgos compartidos que los hacen copattícipes de una mis- mencionar como indjcios de esa red textual que se disenüna en ambos i
m4 práctica historiográfica. Ha en ellos, en fin, una ex inclu- continentes, el mayor es el de Roger Chartier. Es en su pluma i'
so amistosa que los aproxima a esar e la distancia geográfica ue los · en donde convergen todos estas historiadores, de quienes explora, ras-
una operación bana , este mdic10 permltiría avan trea y comenta sus obras más .significativas. Cuanelo se pub)jcó la ver-
zar en la elaboración de esta cartografia humana. sión original de La gran 11U1tanza de gatos, dei norteainericano Robert
A pnmera vtsta, puede parecer que hemos escogido unos cuantos Damton, fue dicbo historiador francés quien más activamente intervi- (
historiadores significativos, tomados de aquí y de aliá, al margen de no en la discusión amistosa y polémica de sus presupuestos y de sus \
la relación que mantengan, por el simple hecbo de que sean autores resultados. Fero, sin duda, el indicador más fiable, aquel campo sobre
ele obras muy reconocidas en la disciplina. Sin embargo, no es así, no e! que observar la coincidencia y la relevancia que se prestan, .nos la .
forzamos su vecindad, sino que sus afinidades son evidentes y con: proporciona un libro de resefías del propio Chartier. l
vendría rastrearias por ser altamente sigmficatlvas, reveladoras de sus Nos referimos a El juego de las reg las: lecturas. Antes que en cual-
relaciones rsonales ero tãrÜbién de un modo de hacer historia cul- quier otra versión, dicbo volumen apareció en castellano pubhcado por a
comparten. No son insó 'tas. por supuesto, las sede argentina del Fondo de Cultura Económica. En este libro, Roger
que en sus propios libros se dedican, destacando sus respectivas .con- Chartier recopilaba sus recensiones aparecidas en los afim ochenta y
tribuciones a\ progreso de la disciplina. Eso significa que polem1zan, noventa en I..e Monde, en el Tzm.es Litermy Supplemenr., en libération y en
dialogau o discuten amigablemente. Por eso, no es casual ni irrele- Critique. Dicha obra es una suette de mapa histórico personal, un com-
vante que unos y ot.J·os se prologuen, aprovechando las traducciones pendio de las Jecturas que C hru.tier ha ido haciendo, completando asf un
de sus respectivas obras a diferentes lenguas, en este caso a la del territorio de 1ntereses y de afinidades. Esa operación le permite elejar bien
introàuctor. Como tampoco es extrafío que se dediquen mutuamente claro cuáles son sus referentes y a quiénes de entre sus conlemporáneos
elaboradas resefias de sus distintos libros estableciendo así diálogos considera sus iguales. De ese modo, en dicha compilación y en las cola-
académicos y una interlocución densa. No se trata tanto de que esto boraciones para la prensa diruia que sigue publicando aún, ha resefíado la
sea un préstamo y devolución de favores; no se trata tanto de que se práctica totalidad de las traducciones al francés de Robert Dru.nton, Carlo
promocionen unos a otros; Ginzburg o Natalie Zemon Davis. No se trata só! o de una arnistad que
qUJenes son es un un mis-
como los mas .s.tgllÚI.Çilltvos moêlommw_en estos historiadores traban relaciones entre sí pru·L
además de escribir Ta introducción cam o y ar analíriÇJ!.LSin embargo,
1\ i1.aliana de La cultrlra popular en la Europa moderna, la obra de Peter no ay que descm1ar la amistad, una sociología de la arnistad, de los cono-
• • Burke que ya hemos mencionado, hace lo propio cuando aparece otro cimientos y de Ia difusión de la influencia. Interrogado Peter Burke en el
1
'!! 1 volumen de Roger Chrutier. en este caso el que como Figr!- aiio 2000 por los responsables de. la revista espafíola electróruca Clío
.. \ re della fwfai11eria, y afíade .un epílogo ai conoctdo llbro q.ue Natahe sobre sus relaciones con los hjstmiadores con quienes lo avecindamos,
'::t, .·.' · Zemon Davis dedicó a Martm Guerre. Por su parte, esta h1stonadora respondía t.ajantemenre: «Resulta difícil ubicanue: forman1os un grupo
,, norte americana !e devolvía la atención a Ginzburg resefiando en e! con tantos intereses co!Tiunes. con t.antos encuentros. con tantos diálo-
;J ·-.. . Times LiterCII)' Suppiernent la versión inglesa de su Storia nottuma. A su gos ! ...) Te.ngo muchas en común con todos ellos. que sm taJnbién
'';' .;; vez , Pe,er Burke era quien p:-clogaba olra de las obras del historiador mis <1tnigos. :-lo me sientr: más de nadie en especiaL Tal '.'ez sca más
· 't2.Eano. la que se tradujo co mo Th.e enigma of Piero. o quien le hacía fácil para alg-tJien dt. •'ucnt ·Jt.ica!n1e {...)".

21
(,Cuáles son, pues, esos intereses comunes, esos encuentros, esos inaudita y han sido leídos por autores y colegas de otras profesiones,
diálogos? (, Y cómq ubicarlos a todos ellos desde fuera hasta convertir- apreciando en sus páginas objetos y tratamientos renovadores o insó-
los en representantes de la mejor historia cultural? Aunque no podemos litos. su influencia no se debe sólo a esas obras propiamente
derallar e! conjunto de esos intereses, encuentros y diálogos, justamen- acadénucas, obedece sobre todo a un modo de hacer la historia que
te porque son muchos y reiterados a lo largo de tres décadas, sí que está en esos y en otros libros suyos, algunos de menor impacto.
daremos aquellas muestras que consideramos más significativas. De El texto de gran calibre o formato, ejemplo de la obra de tesis, que
ese modo; los identificaremos como si forroaran parte de una especie un historiador es capaz de hacer, podemos tomado como la confirma·
de .,5!legio ínvisible. sociología de la ciencia, esu: expresió.ILQesig- ción de un aprendízaje. Desde determinado ponto de vista, reconstruir
na ag uei· ámbito en e] que unos objetos corounes oe investicracíÓÕ y a un autor por esa obra volum.inosa, indiscutiblemente.académica, es
trrios pwcedirn1entos y métodos compartidos acercan a sensato, porque ese libro suele ser la incorporación rea1 del investio-a-
que pueden estar geogr' camente muy distantes. ando se erop ea ·dor a la profesión y a sus reglas. Pero suele justamente la
esa noción de colegio mv1sible se hace prectsamente porque no hay un ventaja del academicismo, el respeto y la fidelidad estricta al quehacer
único espacio o una sola institución que a todos los acoja, puesto que y a las normas de la disciplina que más tarde el propio historiador qui-
cada uno de esos investigadores tendría su propio lugar de trabajo. Sin zá rebase o desmienta. Sin embargo, el caso de estos autores, uno de
embargo, esos centros pueden ser vistos como conexiones transnacio- l?s rasgos destacables que apreciamos en algunos de sus primeros
nales, por emplear las palabras de Ulf Hannerz, como nudos de una red hbr?s es el dei convencionalismo de la profesión y de los
acadérnica que coinciden con los límites de un territorio, en este caso hábitos adqumdos en la forma y en los objetos tratados. Todos ellos
intercontinental. Justamente por eso, a pesar de la distancia, los inte- tienen ' n volumen en el u e tem ranamente ro onen un cambio
grantes de esa cátedra sin muros son vistos como maestros comunes, más .o menos ra c o en el que rouestran un atrevímiento gue los dís-
como esos referentes obligados para todos aque!los que guieran em pren- tancta de sus colegas. ESo los eleva a una posición central y periférica
der un determinado tipo de investigación. Así, utilizando las palabras a un tiem , en un dommio e se abre y que se transfonna ·ustamen-
que ernplea Daniel Snowman para trazar el perfil de Peter Burke, te en los últimos veinticinco anos dei si o xx.
podríamos decir de todos ellos que son polemistas tan amistosos como Pero, más de esas obras afortunadas, seguirán enriqueciendo
tenaces, y sus contiendas verbales se extienden de Budapest a Berlín, antes y después el saber histórico con otras, algunas aparentemente
de Cambridge a Canberra, de París a Princeton, de San Francisco a São menores pero quizá más reveladoras de los modos desenvueltos q ue
Paulo, de Tok:io a Tel Aviv. Ahora bien,Eltes de reparar en esos esea- han alcanzado como autores, manifestando asi esos estilemas, mane-
cios o sus. recorridos, en ese territorio que crean fran tiean, es nece:' ras y hábitos perdurables o licencias expresivas o compositivas que
san? en de os rasgos que comparten, os más son en los que los reconocemos. Hablamos, efectivamente, de ciertos
j)bVJOS, los que los hacen interlocutores indiscutibles. libros que jalonan la producción madura de estos his toriadores. En la
- En efectô, Ia cá!acterística iTláSlmportante y obligada para lo q ue· reconstrucción de .Ia historia cultural que en este ensayo proponemos
aquí nos interesa es que todos e llos· son autores de libros que han no renunciamos a examinar también este tipo de volúmenes y los
vemos como documentos, como expresión concreta de un modo de
tarnente, hbros ue han triunfado en el último cuarto de siglo. ZHãy investigar, de escribir, de componer y de publicar que, además, es muy
a guien que pueda dedicarse a este campo e estu io sin mencionar c:azacterística de nuestro tiempo. (,A qué nos referimos? A aquellos
o usar algunos de esos volúmenes que tanto ha11 marcado este domí- libros hechos de trozos en los que se hace explícita, manifiesta, la con-
nio? Hablamos, efectivamentc, de El queso y los gusanos, de La cul- cieocia del fragmento, eventualidad editorial, circunstancia mercantil,
Iura popular en la Europa moderna, de El regreso de Martin Guerre, pero también una de las experiencias intelectualmente decisivas del
de La gran. mar.anza de gatos, de El mundo como represen.tación, novecientos . ..§_on productos hecbos con la voluntad de cautivar, de
pero también de muchos. Así pues, estamos ante obras, algunas atraer a un público más vasto que el de los especialistas interesados
de las cu ales son ya clásicos de este vasto territorio, empleadas como una estru@ãl g_üebãSã
se.fíales o balizas para quienes quieran adentrarse en cse océano algo de su atractiv.o etilã'Vãõedad misma, en la ãe Ias E.ãÍ-
impracticable. No es sólo que dicha influencia baya sido evidente en Son elã6orac10nes ue ex resan, aunque sea indirectamente, la
su propio ámbito, sino que el éxito ha rebasado las fronteras del saber imposibilidad del sistema, que acen manifiesta la
histórico. Algunos de esos volúmenes han alcanzado una celebridad parcial, frâgmentana, rrreparablemente fracasada, del todo. Aúnan lo
disperso del autor, reúneh material vario, de distinta cronología, corn- dan orjgen a ·esos textos, es el historiador selecciona lo
ponen un texto hecho de retales dando como resultado una especie de importante, y no en menor grado que si se tratara de un relato sobre una
collage. Del avecindamiento nace, sin embargo, algo nuevo. célebre batalla un conocido monarca. Más aún, es inquie-
No obstante, más aliá de esos volúmenes hechos de trozos, en tante tratar de adivinar, concluye Gaddis, qué'Seieccionarán como sig-
general todos los Íibros de estos historiadores, incluso los más acácié-· nificativo de nuestra época los hist01iadores dentro de doscientos anos.
a_!!.Q Lo único que podemos decir con seguridad, admite resignadamente, es
gue, al f!.!lal, sólo son de que só lo en palie se nos recordará por lo que boy juzgamos importante.
y de su De _hecho, hay críticos o estudiosos de la histmiogra-
\ "!íã'êiüê.Por esta· circunstancia jdentifican a estos investigadotes como
I si todos eUos fueran microhistmiadores. Pero este es un asunto ENSAYOS Y FRAGMEl'<"TOS
C el que más tarde volveremos. AI margen de eso, otras obras tle-
algo en común: son vez qu_e · En nuestro caso particular, tomamos la fragmentación no sólo por
,.yan ã g_uelfemos perd_!S!g, lo cuaf'éSya, en Sl m1smo, una los objetos que estos historiadores tratan, a la postre siempre frag-
proptamente cultural. (.Por qué razón? Porque mentarias, sino también por la fractura deliberada que bay en tantos
a captar los esquemas culturales de los ante- de sus libros, cuya composición rnisma sigue ese critelio habitual-
pasados con el ftn de entender las razones de sus actos y las intencio- mente. En efecto, al margen de su coherencia interna, abundan entre
nes que pregonaron y para e !lo han de redu c ir la escala de observación ellos, y cada vez más, volúmenes que se confeccionan adosando artícu-
abordando a indivíduos o a comunidades manejables. Es un n).odo de los de investigación o ensayos que tienen entídad propia, que pueden
operar y de emprender el trabajo histórico que parece desmentir la ser leídos de manera autónoma. Pero lo que los hace significativos es
voluntad de sistema que había en las grandes empresas académicas y que esa vecindad no es arbitraria, sino que dichos textos acaban
clásicas, en el Mediterrâneo de Braudel, por ejemplo. entrelazándose, interpelándose entre sí implícita o explícitamente.
Este últímo es un volumen realmente vasto, oceánico, en cuyo Robert Darnton, por ejemplo, lo admite de manera ex presa al final de
texto hay algo más: esa enorme superfície, este mapa desmesurado, su libro más conocido, La gran. matanza de gatos. Los capítulos de
pretendía de algún modo incluir el territorio cartografiado, como en esa obra están concebidos propiamente como ensayos, es decir, bus-
e! célebre relato de Borges. Ahora, por el contrario, después de tres can ensayar ideas y proponen distintas posibilidades de interpreta-
décadas de fragmentación de los objetos, los estudios que estos his- ción culturaL Además, insiste Darnton, están destinados a interco-
toriadores nos proponen son, pues, explícitamente parciales, episo- nectarse, pero no de una manera sistemática, sino como instantáneas
dios, retazos. Y así, les debemos textos que abordan la fortuna edito- que al yuxtaponerse revelan un más vasto. En cualquier caso,
rial y J.ectora de un Iibro, la imagen de un rey, como hace Peter Burke y al margen de lo que este autor nos diga, la mayor parte de los volú-
en dos de sus libras más significativos. Su celebridad obedece tam- menes a los que nos referimos reflejan en su interior la diseminación
bién a la reconstrucción de las ideas de un molinero, del Menocchio del objeto, la aleación y la mezcla, el desmembramiento de un todo
de Carlo Ginzburg. Su capacidad evocadora se concreta en el relato de que ya no es posible reconstituir como entero, esro es, son eu sí mis-
una personalidad suplantada en pleno siglo xvr, el Martín Guerre mos metáfora del estado de Ia historiografía, fracturada, seccionada
de Natalie Zemon Davis. Su audacia analítica se matelializa en la despues aerdeclíve de los gi·andes paradigmãs, una historiografía que
exhumación de una matanza de gatos, observada por lo que de sim- tentativamente a.ccede al pasado iluminando partes.
bólica tenía, como hizo Robert Darnton para e! París del sigla xvm. Son múltiples las razones, generales o personales, que podrían
Su atrevimiento, en fin , les !leva a estudiar la lectura en voz alta o la aducirse para explicar el auge de este tipo de libro histórico en donde
!!amada Biblioleca azul, corno realizó Roger Charr.ier. el fragmento es composición u objeto. Sin embargo, hay dos que qui-
En fin, como ba sefíalado John Lewis Gacldis, habría predi- zá podrían ser verdaderamente significativas. La primera, aparente-
cho que hoy estudiatiamos la lnquisición a [ravés de la mirada de un mente más noble, es de orden epistemológico y narrativo. Como
molinero italiano dei siglo XVI, la fl·ancia pre!Tevolucionaria según la hemos indicado, la conciencia de! fragmento o la soldadura de trozos
perspectiva ele un obstinado sirviente chino o los primeros ai'ios de ha sido una de las experiencias decisivas del siglo xx. No será nece-
la indepenàencia norteamericana a pat1ir de las experiencias de una sario citar 12 genealogía completa de esta operación, de Nietzsche a
comadrona inglesa?
. _. Y aüade: rmás aliá . .de
- .,..---. ia riqueza
-.,.--............... de __
,__........_..._ !as fuentcs gue... . Benjamin o a Wittgens1ein, en ia que ei aforismo se impone sobre el

?.4 25
sistemático o en la que el ensayo sustituye ai tratado doc- Pero no en el sentido dei relato naturalista, en el de que una novela
decir que ya no es posible e! sistema? (.Quiere eso nos remite a «hechos» directarnente externos. En Borges, es costum-
que la ha renunciado ai concepto de totalidad? No es bre servirse de una parábola para ofrccer disquisiciones filosóficas, a1
esta la cuestwn, puesto que e! trozo no se vive como carencia sino igual que los historiadores que citamos hacen lo propio partiendo de
modo pan_icular de acceso a la realidad, como forma que esa episodios aparentemente menores con el fin de trascender el caso. E n
rrusma tJene de expresarse. No significa que el fragmento no una narración lústórica, el hecho concreto puede romarse cornola
tenga conexwn con un todo, que se agote en si misroo, sino que se sabe respuesta local a una pregunta universal y con ello podemos ahondar
que es la pieza visible de algo que la sobrepasa y a lo que no se pue-- en e! conocimienro humano. Pero un ejercicio de este estilo también
dp con fact·1·d
1 ad. Es dec1r,
. algo semeJante
· ai fogonazo o a la i!u- tiene sus riesgos: que el simbolismo explícito o que la parábola evi-
mmacwn que cultivó Walter Benjamin. Lo digan o no, los historiado- dente arruine n el relato, la verosimilitud de los personajes o, en el
res que se multiplicao y se desdobian en los numerosos objetos que caso de la investigación histórica, que su empleo sea meramente ins-
avecmdan e n sus obras o en sus bibliografias se muestran herederos de trumental o que carezca de relevancia alguna. Sin embargo, la con-
esa tradición y _a arrojar una luz más intensa sobre una parce- tención de la parábola borgiana es un recurso feliz: eQisodios, indiví-
la de lo domm10 que es el pasado que hemos perdido. Esta duos, libros, lectores, imágenes, narrados con precisión y CUidado,
compostcJon es algo formal, un modo de hacer libros a partir de reta- SõilVias para abordar la complejidad de lo real.
zos, es de nuevo, una manera de materializar la propia Cuando un historiador obra de manera semeJante, vale decir, cu an-
perspecuva m1cro que se impone en muchos de esos trabajos. do es metódico, suficientemente respetuoso con el pormenor del per-
es, efecto y cn primer lugar, forma. En ese sentido, existe sonaje y de la vicisirud, cuando narra atendiendo a todos los detalles
un eJemplo htera.rio que. quizá nos ayude a entenderlo mejor, a com- conocidos o averiguados, entonces se logra ese fin implídtamente
prender ese modelo de fractura y de composición textual. Además, es parabólico, pro piamente cognoscitivo, que consiste en salir f11era de los
un que comparten estos historiadores, que utilizao o al que hecbos que trata para aludir a una experiencia universal. Por dicha
aluden, y de manera profusa Roger Chartier, y que es raz6n, estos historiadores restituyen a través de esos objetos menores
una muestra de la literatura fragmentaria Se trata, otra vez y por algo que estaba ign orado u olvidado y que, sin embargo, fue decisivo
Jorge Luis Borges, un autor que representa el extremo de para los antepasados, algo cuya importancia no dependeria de su tama-
esta Dete?gámonos un momento en este esctitor, no só!o por fío ni de la generalización inmediata de sus conclusiones. Al menos en
que sea la c1ta obv1a a la que nos remíten algunos de estas investiga- algunas de sus obras, su empefio es el de dar un significado rico, insó-
dores, tan. por el re lato y sus formas, sino también porque lito o imprevisto a datos de una experiencia que no es la actual y de la
Jlustrar ese sentido estético y cognoscitivo que queremos que nos separa ün abismo de sentido, es el de interrogarse por unos
atnbmr ai fragmento, a la composición breve, al objeto troceado y a sus hechos humanos que parecían secundatios o incluso evidentes, pero
mezclas. Además, la atención que ellos prestan a la literatura como que, vistos de otra forma, se nos prescntan distantes. tan extrafios como
tema, como aderezo, como estructura narrativa de la que tomar moldes pueda serlo la epopeya ordinaria de los antepasados y de los contem-
o como_fuente de expericncia pareja a la vida histórica, hace que este poráneos, como pueda serlo iluminar trozos de una vida.
u otro CJemplo semejante estén plenamente justificados. Pero, más aliá de esa razón epistemológica y narrativa que justifi-
LUts :Borge_s elevó prestigio de las narraciones cortas y caría el auge de este tipo de libro histórico, hay otra de índole socjoló-
celebndad sm neces1dad de escribir jamás ninguna novela, gica, que dice mucho de la profesión, de su estado actual y del tráfico
hactendo de la mezcla de géneros y de! avecindamiento el hallazao internacional de las ideas. Por ser historiadores de gran prestigio y
0
de su Para él, la ventaja de la escritura breve, del ensayo y reconocimienro dentro y fuera de la disciplina, por ser parte de ese
dei radJcaba en su intensidad, frente a la novela o los tratados colegio invisible diserninado aguí y aliá, son reclamados continuamen-
doctnnales en los gue abundao necesariamente los tiempos muet1os te para impa1tir conferencias o apremiados para dicrar cursos en dis-
Y en los que ei autor se relaja. Si la novela es la edificaci6n de un tintos lugares de! mundo. Un ejemplo significativo que, además, mues-
entero y tratado aspira ai sistema, el ensayo y el cuento no tra esas conexiones personales y transnacionales puede ser la Three-Dcr.y
a la dtstracc16n, expresan y revelan por la brevedad la ten- Conference de 2005. patrocinada por la Universidad de Edimburgo. en
mJsma de su factura. Más aún, h aliamos en él la idea de la nana- la que los tres únicos ponentes de unas sesiones tradicionalmente mul-
cwn como forma de conocimiento, como modo de acceder ai saber. litudinarias son Peter Burkc, Roger Chattier y Carlo Gínzburg. No

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importa tanto la física, en este caso en un conocido cen- aspectos jerárquicamente decisivos redescubriendo asf un pasado que
tro dedicado a ia histeria dellibro, cuanto el hecho en sí de su continuo había quedado inadvertido nasta entonces para el comUriãe los espe-
peregrinaje para impartir lecciones y cursos de diversa naturaleza. ·Es cialistas: la cultura popular. el pensamiento y el sentido común, e!
esto, la frecuencia de rales ponencias o de rales invitaciones académi- Z!'an creador pero también el indhdd11.o....@ las clases subalternas a
cas, lo que les obligaría a producir textos de corta extensión, adaptados l.!_egan ecos e influencias lejanas, variadas, milenarias; el otro
a la lección magistral o ai seminario de breve duración, que puedan que desin.iente y en cuyos rasgos o actos no nos identificamos, partí-
inieresar a públicos diversos, que iluminen de manera eficaz e inme- cipe de un mundo aparentemente conocido, semejante al nuestro,
diata c l objeto y que lo conecten con problemas más generales, con dis- pero regido por convenciones ajenas, de significado distinto, encar-
cusiones epistemológ icas. Por otra parte, un mismo texto a menudo se nación de l.a alteridad y causa de extrafíeza en un observador con-
presenta en lugares muy variados, ante auditorios de distintos conti- temporáneo; la lectura, el ejercicio de descodificar las palabras que
nentes y este procedimiento, lejos de significar una mera reiteración, lo no nos pertenecen, que no pertenecieron más que a un tercero, la
que provoca es el retoque y su adensamiento. práctica de intervenir activamente interpretando con libertad y con
En lugar de que una idea concreta dé 01igen a un Jibro más extenso, restricciones, con audacia y con fi.delidad a las instrucciones textua-
lo que suele ocurrir, al menos desde que transit..m como historiadores de les y contextuales; las imágenes, la representación del poder X su
prestig io, es su complicación sucesiva, la multiplicación de sus referen- difusión, la transmisión de vãlores, de SignificadOs, a través dei ãfte'
cias o interlocutores internos y la conección continua. Probablernente, ... de los mêdtos de comunicación. empleando la techné, el oficio
cuando esas conferencias adquieren la forma de libro es cuando ya han heredado, pero tam 1 n a creac1 n y sus hallazgos. on efectiva-
llegado a múltiples auditorias y coando sus enmiendas permiten darle su ID.eiiteãsüntoScíecistvos de nuestro tiempo, asuntos que, desde luego,
versión definitiva. Más aún, quizá un ensayo de este tenor se conecte en ellos no han descubierto, pero es a estos historiadores a quienes debe-
una de estas sesiones con una idea más general y esta ioea, a su vez, Ue- mos la conversión de esos temas en materia comúo de la profesión,
ve a otros objetos y, a la postre, conduzca a la escritura de otros ensayos abordados, por otra parte, con enfoques renovadores.
cuyo vínculo secreto es esa iluminación. Adernás, la profesión conuibu- Este diagnóstico que avanzamos no es forzado y, como ya hemos
ye de alguna manera a que ese fenómeno tenga lugar, sobre todo cuando indicado, lo comparten muchos otros estudiosos.
hablamos de grandes historiadores. Los investigadores se hacen como de casi ponto por punto con lo dicho recientemente •.-·'
tales con sus tesis acadérnicas, resis que después se transformao en el editor inglés de una de las más importantes publicac10nes aeêlicadas
libros, a los que suceden unos pocos volúmenes más, que como e! pri- hoy a la historiografia, Rethinking History. Encargado de hacer una
mero suelen tener un único objeto. Pero, con e! paso del tiempo, es decir, introducción a los estudios b.istóncos para una gran editotial universi-
con la edad y con el asentamiento académico, los historiadores se van taria, Routledge, Munslow realizaba un examen dei estado actual de la
decantando bacia el artículo, hacia el texto corto, En este caso, la varie- disciplina subrayando la pllu·alidad de la misma, aunque acertaba a
dad de los productos es amplia: unos son reiteratívos, olros simplemen- sefialar· sus rasgos comunes: la historia más renovadora de nuestro
te informativos. los hay muy especializados, algunos que son fruto de la tiempo bace explícitos sus recursos, sus fun e os, sus procedi-
investigación y otros, por el contrario, que se encarninan hacia la refle- mrentos, ro sobre todo hace manifiesto su modo de acercarse al asa-
xión. De todos modos, lo que distingue a historiadores como los que o, un modo construccwmsta., una manera de abordar lo pretérito que
hemos c itado es que interpelao a lectores variados, tan variados como los es nuestros esquemas P.erceptivos. Si esto es así, la his:'
auditor] os en los que han podido gesta.rse esos ensayo.s. teria tratará de manera. especial la cultura propia y la de los antepasa-
Ahora bien, más aliá ele la forma de esas obras, o más aliá del dos, la cultura como código, como marco, como repertorio de posibili-
modo particular en que han enfocado los temas históricos, lo que, dades, como instrücciones de vida . Muoslow organiza su materiaL sus
aàemás, les caracteriza es la diversidad de objetos que han tratado y páginas. según un orden alfabético, y pone una tras otra las voces deci-
que proponen en dichos volúmenes. En efecto, son ellos principal- sivas de la hist::>riograffa actual. Hay en sus textos un evidente sesgo
mente qu ienes han ·ampliado el domínio de esa historia cultural, una anglosajón. pero , fuera de eso, destacan tres cosas.
hislori a cultural que, como veíamos, ha acabado por desborclarse La ptimera. la fuerte presencia de fi lósofos y p ensadores en torno
ofreciendo con ello un muestrario de temas aparentemente insólitos a los cuales se fundaria explícjta o implícitamente la obra de los his-
y variados. muestrario que puede pecar de irrelevancia y de desorden. toriadores :nás inquietos. Estamos hablando de Michel Foucault, de
Por el contrmio. el mérito de estos historiadores ha sido sondear Roland Bruthe;, c áe los posmodemos, por ejemplo, perc estamos
·-----"·- ----- ..
28 29
aludiendo también a Nietzscbe o a Hegel o a Kant. Es decir, los pares
y los referentes son singularmente filósofos o pensadores que han
li
abierto el horizonte histórico y que antes o ahora nos han obligado a
hacer explícitos nue-stros esquemas y fundamentos. No se trata de
invocar la filosofia de la histQria, sino de obligar al hiswriador a ave-
liguar qué filoso:fa de la misma emplea explicita o implicitamente. DE INGLATERRA A FRANCIA
La segunda cuestión significativa de ese diagnóstico es el peso cre-
ciente que en los esludios actuales tiene la dimensión na.'Tativa, la
conciencia dei a ue se oõlíga el mvestigador al operar con teX-
tos y ai ordenarsúitácÍicamente esas pala ras, r e a trama ue
presenLación req ·ere. o no signi ca necesanamente que histo-
na y novela coinc1dan o se confundan, como Hayden White llega a
soslener y como Munslow destaca. No es eso lo que nos interesa aho-
ra, lo que nos importa es la operacíón narrativa a que se enfrentan los
historiadores de hoy al volver a tratar su material en términos pro-
piamente textuales, haciéndose conscientes de las convenciones que
rigen la puesta en orden de los documentos y la p resentación de la GENERACIONES DE EUROPA
obra histórica. La tercera cuestión que, finalmente, destaca en la intro-
d ucción de Munslow es el peso dado a la historia culturaL Como hemos podido observar, el objeto de esta reconstrucción Y
Esta especialidad, dice nuestro autor, regresa, pero con nuevas de este ensayo es un grupo de historiadores que, de entrada,
formas, con nuevos supuestos, con nuevos oficiantes. Es ésta una his- ser extraordinariamente heterogêneo: un británico, dos norteamenca-
teria cultural en la que se registran todos esos cambios que hemos nos, un italiano y un francês. Parece, pues, que ta1es
mencionado: la conciencia de los recursos epistemológicos, la rele- geográficas, tan d istantes, podrían dificultar una comprens1on cohe-
vancia prestada a lo narrativo no como omamento ·sino como herra- rente de todos eUos. Sin embargo, como advertíamos, hemos supues-
mienta para ordenar y dar significado. Pero, sobre lodo, en lo que to que existe un colegio invisible en el que se desarrolla esta histeria
ahora nos imeresa, Munslow coincide, en este caso, con la hipótesis 'cultural. Había unos indícios mírumos, extraídos de! presente, que
que sostenemos: frente a la selva, frente a la retahíla de objetos cul- nos permitían mantener fundadamente esta suposición .. De.l_o que se
turales innumerables y peligrosamente irrelevantes, propone unas trata ah6ra es de rastrear el recorrido que lleva a la const.Itucwn de ese
pocas lecturas provechosas. Propone una selección de.textos con que grupo, sin, por otra parte, suponerles a sus miembros más
completar su brevísimo diagnóstico, unos textos que van de Burke a que las que podamos documentar. En ningún caso 9ueremos engue-
Ginzburg, de Damton a Chartier, apelando igualmente al ejemplo tarlos como si fueran pertenecientes a una generac1ón concreta, u?a
pionero de Natalie Zemon Davis. Ésa es la red, ése es el espacio pro- oeneración entendida ai modo orteguiano o a la manera en que la h1s-
piamente virtual sobre e! que etigir los fundamentos de la histeria iritelectual o llteraria a a concebido. Eso significa que si emplea-
cultural que viene haciéndose desde hace tres décadas, ésos son los mos dicba voz )Q hacemos en un sentido puramente cronológico o
autores que han dictaminado acerca de los objetos relevantes. De descriptivo, como una cohorte, como un grupo gue integra de mane-
hecho, consideramos este aspecto tan importante que, a lo largo de ra flexible a individues de edad próxima._Si no lo hiciéramos así .se
las páginas succsi,·as, procuraremos mostrar cómo esos temas se nos podría reprochar justamente que sus SUS
incorporao en el seno de la disciplina y cómo ellos los tratan y los tintas tradiciones y sus diferentes trayectonas mvahdan esa aproxJ-
presentan, compartiendo o no sus supuestos y las consecuencias que mación. Siendo, pues, conscientes de todo ello, partiremos de esa
de todo esto se derívan. variedad que los separa para reconstruir el espacio al. .lle-
gan, físico o intelectual, y para adentramos e n ese colcgw mvlS!ble
en el gue finalmente ingresan. .
Senalaba Peter Burke en «Los íntelectuales, un csboz.o de retrato
coléctivoy, que uno de los métodos obvios que hay para abordar e! tema

30 3!
consiste en hablar.sobre. ellugar gue aquéllos en ·Ja historia. Es sobre todo el relato de Cm·lo Levi titulado Cristo se par6 en. Éboli.
decir, aftadía con una expresión remotamente nieLZscheana, no tenemos evocación de su propia vivencia como deportado en e! Mezzogiomo
esencia, pues lo que somos depende de lo que fuimos, pretendamos o profundo.
no romper con 1a .tradición a la que pcrtenecemos. En suma, concluía, En cualquier caso y más allá de estos desgraciados y particulares
puesto que las identidades s-ociales son construcciones, lo que somos desenlaces personales, todos vivieron su juventud o su primera
depende de lo. que fuimos.,. .o.--:eomo po4.:ía.mos aiiadir madurez en esa larga década de los sesenta. Y esto es álgo muy
por nuestra parte- de lo que otros piensan que fuimos. importante puesto que la generación anterior de historiadores babía
En ese sentido y ante todo, hay que destacar un hecho biográfico tenido vivencias bien distintas, de las que se derivan modos diferen-
que no es trivial, porque acabC'. formando la identidad académica y tes de abordar el mundo y también la disciplina. Hablamos de la
vital de estes historiadores. Peter Burke nació en Londres en 1937· generación de Eric J. Hobsbawm y E. P. Thompson, la ·de Georges
en 1939, Robert Darnton en Nueva York y Carla Ginzburg en Duby y Jacques Le Goff. entre otros. Nacidos entre 1917 y 1924,
y, finalmente, Roger Chartier venía ai mundo en Lyon en· l945. Así. todos ellos se vieron marcados directamente por los efectos de la Pri-
pues, y a pesar de esa distancia temporal y de la lejanía geográfica, mera Mundial, por las consecuencias de la Revolución de
· forman parte de una misma época, una circunstancia que habría de octubre, pbr el auge de los fascismos , por la crisis de 1929, y además
facilitar indudablemente unas vivencias semejantes, incluso comu- vivieron la gran contienda de! 39 de forma totalmente distinta, inclu-
nes, afectadas por el estallido del conflicto mundial, por la recons- so participando en ella. Quiere eso decir que la madurez de estos últi-
trucción de Europa, por el Pla.n Marshall y por la Guerra Fria. En mos llega en un contexto bien diferente: Hobsbawm y Thompson son
efecto, algunos de ellos se vieron marcados por las trágicas vicisitu- testigos maduros dellevantamiento dei Telón de acero, dei declive de
des de esta contienda, por la furia vesánica del nazismo, como son los la Gran Bretafía como centro económico y metrópoli impelia!; Duby
casos de los padres de Darnton y Ginzburg, que murieron bajo cir- y Le Goff, por su parte, asisten a ese convulso período de la histeria
cunstancias muy distintas, aunque igualmente dolorosas. francesa en que la República aspira a erigírse en potencia atómica, al
Uno, Byron Damton, faJieció en Nueva Guinea en 1942 ejercien- tiempo que, en pocos afios, se desangrará sucesivamente en Indochi-
do su profesión como corresponsal de! New York Times en el frente, na y en Argelia. Es la época en que se inicia la descolonización y es
como aún recuerda este periódico al evocar supropia historia y como cl momento c n que Europa pierde la hegemonía que históricamente
ha rememorado su hijo. En una entrevista que le hiciera Jeremy Adel- había tenido y es la etapa misma de su refundación.
man, Damton repite lo que este hecho fatal supuso para un nino de Y es en ese período también cuando Burke, Ginzburg o Darnton,
tres aõos: «Nací e! 1Ode mayo de J939. Esto significa que en el mis- por ejemplo, comienzan a vivir los primeros trastornos de un mundo
mo día de mi nacimiento Alemania había invadido Bélgica y el mun- en cambio acelerado. Es e! momento en que se dan las tempranas
do parecía venirse abajo. Dos aiíos después, mi padre murió en el contestaciones juveniles, el existencialismo de los cafés humeantes y
frente de! Pacífico. No lo mataron los alemanes, pero [...] en mi men- de las cavas de! jazz en París, e! neorrealismo italiano, los Angry
te, la de un nino de tres anos de edad, eran los a!emanes quienes lo Young Men, la generación beat o Elvis y la explosión dei roclc. De
habían matado e incluso e! mismo Hitler probablemente lo había hecbo, como el propio Hobsbawm admite, csa línea divisaria separa
hecho». Desde entonces, aquel nino llamado Robe11 se vería envuel- en efecto a ambas generaciones. Él, que ba sido crítico musical ade-
to en el mundo del periodismo como si fatalmente estuviera obliga- más de historiador, lo seiiala tajantemente en su autobiografía: «)'O,
do a reponer la falta de aquel cronista que además fuera su padre. En desde luego, no pertenezco a la generación del rock». Pero esos afias
el otro caso, Leone Ginzburg, cofundador de la editorial Einaudi y cincuenta son también cl período en que se hacen manitiestos los
activo antifascista, sería, primero, depenado a los Abruzos y, final- efectos de la guerra de Corea, deJ maccartismo, del Informe Kru-
mente, secuestrado por los nazis y encarcelado en la prisión romana schev ai XX Congreso de! PCUS, de la ocupación de Hungria, del
de Civitavecchia, de la que ya no saldría con vida. Tanto su viuda, lanzamiento del Spumik. de la revolución caslrista, de la edificación
Natalia Ginzburg, como su hijo varón han dejado testimonios fre- de! Muro de Berlí11, de la crisis de los misiles. dei asesinato de John
cucntes dei trastomo y de! desgaiTO que esa falaliàac', les provocá. En F. Kennecly, de la prosperidad material y dei consumi5mo. Estas cir-
buena medida, como el mismo Cru·lo Ginzbt•.rg ha admitido en reite- cunsi.<lnc:as históricas se coJTesponden con lo que sociólogos e histo-
radas ocasiones. sus grandes referentes de posguerra se han der.ominado l<l americanización del mundo, es ·.:iecir, la
asodar; casi freudianamente a la experienci:· t.raumátic<L del padre, extcn:;ióP <l!'nnción de sus -val(1rcs como mncieío domiMtntc. Aigo

-_, '
gue se hace explídto con el cine, pero también con la implantación LA CULTURA POPULAR Y EL MARXISMO BRTI;\NJCO
de la televisión en Europa. Así pues, Burke, Darnton, Ginzburg y
Cha1tier empiezan a desarrollar su primera actividad profesional cuan- Entre esas dos generaciones, entre el Hobsbawm que nace en 1917
do la hegemonía de los Estados Unidos no es sólo atómica, sino tam- y e! Chrutier.que. lo hace en 1945, hay alguien que podemos ver como
bién cu ando se matelializa ·con la difusión universal de la cultura de engarce, una personc, que aglutina tradiciones y geografías dis-
masas y con la expansión de la sociedad de consumo., es decir, a pares. Nos referimos a Natalie Zemon Davis, una investigadora que
comienzos de los anos sesenta. · adnúte su intensa relación con Robert Damton, con la mayoría de los
Paradójicamente, al tiempo que la hegemonía norteamericana se grandes historiadores franceses y que seiíala, por ejemplo, la complici-
bace presente en Eu:.opa, e! marxismo se extíende entre el mundo dad que le une. a Carlo Ginzburg o la cercanía a Peter Burkc. Nacida en
académico. Antes y después dei Informe Kruschev, antes y después la ciudad de Detrolt en 1928, su biograíía es sobradamenti conocida o,
de la convulsión que supuso la revelación de los crímenes estalinis: al menos, nos es accesible a través de sus declru·aciones a Denis Crou-
tas, rnuchos intelectuales profesaron esta ideología, alimentada origi- zet o a través de su breve autobiografia intelectual (A Life of Learning).
nariamente por e! ambiente antifascista de la guerra. En eíecto, como Pero ahora sólo interesa destacar su temprano compromiso con
nos recordaba François Furet, la filosofía marxista no habría de ser ciertos grupos radicales norteamericanos, próximos eri algún caso a!
verdaderamente influyente en las universidades europeas hasta des- marxismo europeo que contemporáneamente se imponía en algunas
pués de 1945. En Francia y en Inglaterra, el comunismo se impuso universidades àe nuestro continente. Ahora bien, los Estados Unidos de
primero como un fenómeno que despertaba e! interés o la simpatía los anos cincuenta no facilitaban, precisamente, actitudes de este tipo.
entre los escritores, como prueban entre otros los ejemplos de A1lCiré Por eso, la trayectoria contestata,ria .de la historiadora, paralela a Ia de
Gide o Stephen Spender, y sólo tras la contienda, ya en la posguena, su esposo, Chand.ler Davis, le supondría un grave contratiempo perso-
llegaría a las aulas o se extendería sensiblemente entre los estudian- nal, !legando a tener retirado el pasaporte por supuestas connivencias
tes y profesores. E! ejemplo .mil veces repetido es, sin duda, e! de con el comunismo, a juicio del famoso Conúté de Actividades Antia-
Mamice Dobb, quien entre los venerables muros de! Trinity ColJege mericanas. En todo caso, no nos interesa recuperar esa fase inquisito-
de Cambridge formada a una generación de estudiosos fuertemente rial de su experiencia, aungue fuera un lastre de la época con el que
influídos por El capital. Es común recordar a este propósito el céle- tuvo que cargar, con el que le tocó vivir. Así pues, más allá de aquella
bre caso de los comunistas británicos que espiaron a favor de la acusación, infu!ldada como otras tantas, lo que nos resulta verdadera-
URSS y se suele citar, como es lógico, a Anthony Blunt, Kim Philby mente significativo es la relación expresa e incluso anterior que ella
y a sus otros correlígionaríos. adnúte haber tenido con las ideas de Marx.
E! ambiente político facilitaba estas cosas y un joven marxista de El marxismo fue para ella, como adnúte en su A Life
entonces, Eric Hobsbawm, admite hoy en su autobiografia que aun of Learning, una «revelación» temprana, desde su época de estudiante.
cuando no hizo labor de zapa, habóa aceptado esa responsabilidad si No es eÀ.'trafío, pues, que cuando e lia empezó a publicar regulrumente sus
se le hubiera encomendado. El marxismo era ciertamente atractivo trabajos acadénúcos, mostrara un evidente compromiso con la historia
para unos estudiantes que veían en esta ideología un modo de impug- social que ahora denomina «clásica)) y que, a su juicio, intentaba repen-
nar e! propio mundo b_urgués en el que vivian. En efecto, en la uni- sar a pa1tir de sus investigaciones empíricas las ideas de Marx, pero tam-
versidad inglesa de posguerra, estas ideas se imponían entre los happy bién de Weber. De hecho, cuando hoy revisa lo gue entonces aportó,
few, entre unos pocos jóvenes luego decisivos, como fueron Eric subraya su preocupación por las clases populares de! pasado más o
Hobsbawm, E. P. T bompson o Christopher Hill. Por su parte, en la menos remoto, por el día a día de los trabajadores de la Europa moder-
universidad francesa de aguellos mismos anos, e! marxismo se exten- na, por los senti.mientos de aguellos obreros, que no tienen por qué iden-
dió hasta alcanzar cambién a jóvenes historiadores venidos en este tificru·se con los de nuestro tiempo. De ese modo, cuando investigue a
caso de la Resistencia o de ia izquierda política. Es decir, mientras e! mediados de los anos sesenta sobre estas fonnas de trabajo y de relación
mundo cambiaba vertiginosamente y Europa salía de un conflicto san- personal no las juzg:ará corno meras supervivencias precapitalistas, no las
griento, mientras la cultura y la riqueza empezaban a adoptar la forma apreciru·á como atavismos que desapru·ecen con la industTialización. sino
y la entonación americanas, algunos de sus universitarios simpatiza- como maneras de existir que tenían sentido para guienes las vivieron.
ban con el marxismo o, a! menos, se acercaban a su concepción, inte- Además, ella investigaba sobre Francia y era sobre el pasado de
resados por los posibles fundamentos de una historía social. ese país acerca de, lo que trataba. pero la historiografía gala par exce-

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Ese primer aspecto, el del rescate de lo popular, está evidentemen- sino que formaba parte del contexto intelectual de los anos cincuenta
te presente en Rebeldes primitivos. Cuando se publicó, un estudio de en la Gran Bretafia. Y ello, por dos razones suficientemente conocidas.
estas características rompía con ciertos esquemas propíos del comu- La ptimera, por la aproximación que historiadores y antropólogos
nismo y de la historia radical popular que hasta enionces se había desa- habían emprendído desde que E. E. Evans-Pritchard postulara las a...fi-
§1\rrollado. Particulannente, la histeria de Hobsbawm apelaba a formas mutuas y la colaboración que podían prestarse. En cambio, en
hacer política ue no pasaban necesariamente por el partido o por el el continente y por aquellas mísmas fechas, la antropología de Claude
# sm lCato organizado. No las presentaba, sin comot'ases de un Lévi-Strauss marcaba una distancia infranqueable entre el estudio sin-
'.:fi estadio superior, sino que cada manifestación de la resistencia popular crónico y estructural de los etnólogos, de un lado, y el relato de] pro-
debía entenderse en s! misma y en e! contexto en que se étlnmbró. Y ello ceso consciente presentado por los historiadores, çlel otro.
no ocurría en épocas remotas, sino precisamente a partir de la Revolu- La segunda razón de la huella que esta disciplina tenía en la obra
ción francesa, en la circunstancia de la adaptación -decía- al moderno de Hobsbawm debemos hallarla en la renovada búsqueda del primi-
capitalismo. Esas gentes del Ochocientos deseaban conseguir una socie- tivo. Desde el fin de la Segunda Gue1Ta Mundial, la etnología britá-
dad buena y justa, pero esa esperanza no se concretaba necesariamen- nica habria ido resígnáridose a la evidencia de que el salvaje puro,
te en revoluciones extremas, sino que con frecpencia aquéllas se con- prístino e incontaminado, era ya una rareza. El propio Evans··Pritc
tentaban con reformas menores y con la conección de lo que juzgaban chard invitó precisamente a rastrear su impronta entre los <<primiti-
como abusos. Es decir, eran unos revolucionarias - afiade Hobsbawm- vos» dei sur. Esto, que puede parecer una especie de paternalismo
modestos y trémulos, probablemente como cualquiera de nosotros, anglosajón, tuvo, sin embargo, resultados muy interesantes que se
como todos los seres humanos que se ven arrojados al mundo çon materializaron al menos en dos objetos: los pueblos del Mediterráneo
recursos escasos. Es decir, no eran guías de la revolución ni erau líde- y los campesinos. E n efecto, de esa llamada s'urgirán, junto con otras
res de movimientos sociales organizados. Eran, en definitiva, gente aportaciones, la denominada antropología del Mediterráneo y los lla-
rnenuda sobre quienes el historiador volcaba su mirada y su simpatia. mados Peasant Studi.es. La obra de Hobsbawm se inserta en dicha cir-
Así pues, los protagonistas ei'an personas que no sabían leer rú escribir, cunstancia y es una manera peculiar de atender a esos requerimien-
de los que en contadas ocasiones se conocía su nombre, personas, pues, tos, por entonces tan extrafios entre los historiadores continentales. Si
que, por lo común, tenían dificultades para expresarse y a las que el his- este autor se ocupaba principalmente de Italia y de Espafia, de los
totiador dificilmente entiende. Por tanto, lo que en otro momento anarquistas andaluces y de los mafiosos del Mezzogiorno, era lógico
hubíera sido considerado como una serie inconexa de curiosidades, que su enfoque tuviera esa perspectiva antropológica y que, por ejem-
como una mera nota a pie de página -afíade Hobsbawm- , era entonces plo, citara un libro que por entonces fue decisivo, un líbro después
reivindicado como objeto privilegiado óel análisis. traducido como Gente de la Sierra, de Julian Pitt-Rívers.
]3n la lección de Hobsbawm hay dos enseiíanzas posibles.t..gue Pero, más aliá de estos datos, J:iabía otra enseiíanza aprovechable
no Sõrí exclusivas, sino que se apreciarán en otros historiadores, y en aquel volumen de Hobsbawm. La identificábamos antes como una
que nos inr.eresa destacar por la influencia que tendrán. La primera, la perspectiva gramscíana, una perspectiva muy significativa, audaz y
,gue e,?dríamos denominar perspe_Eiva La renovadora en el contexto del marxismo de los anos cincuenta,. Ha de
lla aremos enfoque gramsciano. z.Hay gun t1po e etnología en la repararse en que en e se momento se está en plena fase de desestali-
obra de o s awm y, por extensión, en los textos de otros colegas que rúzacíón, en un período en que se hace evidente la crisis de un mar-
después seguirán? A juicio de este autor, la mayoría de los historiados xismo ortodoxo, esclerótico. Dos hechos tan significativos como el
provienen dei medio urbano e intelectual, cosa que les habría impedi- Informe K.ruschev al XX Congreso de] PCUS en 1956 y la inva<;ión
do comprender -literalmente, comprender- a indivíduos que son tan soviética de Hungría agravaban esa circunstancia. El asunto es sufi-
distintos de ellos, de extracción campesina u ocupados en tareas cientemente conocido y la efervescencia de los intelectuales británi-
manuales. Por esa razón, al estudiar las agitaciones y revuelta.s popula- cos, también. Entre finales de los afíos cincuenta y p1incipios de los
res, las han presentado como atavismos inexplicables o como mera sesenta, muchos militantes prestigiosos abandonalÍan las filas del
antesaJ.a de la modemidad. Y eso les ha ocutTido a todos los investiga- Partido Comunista y otros se distanciarían del modelo hasta entonces
dores, a todos menos a los antropólogos, concluye rotundamente, al dominante. Habrá iniciativas para la creación de una Nuev a Izquier-
verse precisados a tratar con sociedades precapitalistas, ágrafas, primi- da; habrá esfuerzos varios para la publicación de revistas críticas que
tivas. Esta defensa enfática de la etnología no era una rareza entonces, revisen el legado de lvf.arx, que reformulen sus categorias con el fin

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de abordar la historia británica; habrá una gran agitación cuyos prin- erce de! mundo, del a el de las clases y de los con-
cipales artífices intelectuales serán Raymond Williams, Eric Hobs- sensos posibles son resu ta o e esa dirección
bawm, E. P. Thompson, entre otros. Pcro habrá también e) descubri- - A su manera y con una cronología diferente, Gramsci también
miento de Antonio Gramsci, un autor que estará presente e ntre estos tendrá impacto en Raymond Williams, aunque eso ocurr<t un poco
esmdiosos, un filósofo cuyo ·Modern Prince and Other Writings se más tarde. En cualquier caso, Gramsci aparecerá en Williams, por lo
había publicado en Londres en 1957. Como se sabe, los Quaderni del menos a partir de las críticas que T hompson le dirigió. Como decía-
carcere habían sido la gran revelación del mundo culrural italiano de mos, en 1958 publicaba Cultura y sociedad, un exten5o recorrido por
posguerra, una obra de gran libcrtad intelectual hecha e n las peores las fases constitutivas dei jdeario británico contemporáneo, por los
t.:ondi,;iones, er! !as prisiones y bajc la lejana sombra autores más significativos que habrían contribuído a fOijnr la imagi-
de Stalin, y que después edita!Ía Einaudi. Los ecos de esta aportación nación de los ing leses en época reciente. A su modo de ver, la idea
marxista renovadora llegaron, por supuesto, a la Gran Bretafía y, por moderna de culUlra se habría desarrollado en el contexto de la revo-
lo que el mismo Hobsbawm revela en su autobiografia, el primer lució n industrial, de ahí que su uso estuviera unido al de otros voca-
conocimiento fue posible gracias a Piero Sraffa, el académico italia- blos propios de aquella época, como arte, industria, clase o democra-
no afincado en Cambridge. j,Cuá! es la huella apreciable de Gramsci cia. Ahora bien, serian los poetas románticos, de Blake y Wordsworth
en Rebeldes primitivos? hasta Shelley y Keats, qu ienes habrían iniciado la reflexión sobre su
El ejemplo de Grarnsci le sirve para defender la legitirnidad de su significado. Así pues, lo que WiUiams se proponía en Cultura y socie-
estudio sobre el campesinado rebelde, para mostrar la pugnaz lucha a dad era descdbir una tradición literaria inglesa: la gue, partiendo de
que se enfrentaron los antepasados para hacer explícita su oposición ai aqueJlOS .P!Í!!Je!OS escntores_... ha.§!a ofrec1d0 un conjunto de
estado de cosas, para dar expresión a sus levantamientos, para hacer "SÕ'6fe}]Ragel salvador de la cultura en la sociedad industrial.
madurar aquello que estaba sólo fennentando. Estas metáforas son ese empeno, Williams no hacía sino segmr los pasos dei críti-
gramscianas y las toma en préstamo Hobsbawm aludiendo con ello a los co !iteraria Frank Raymond Leavis, guien en su The Grear Tradition
procesos de rebeldía y a la expresión que les da forma y voz. Gramsci (1948) ya había recopilado diversos textos literarios para buscar una
" ..... \ reflex.ionó sobre la cultura popular. sobre el sentido común.Sobre la alternativa cultural, la de aquella mejor Inglaterra dei pasado, que
religión como espacio de ex resión de luch c so ue er- hiciera frente a la deshumanización industrial. Más aún, al margen
,f-""7 rru e cs1gnar as realidades de la gente cmTiente, de esa que él llamó las dei conservadurismo que caracterizaba a Leavis y del radicalismo de
: • Cfãses subalternas. A ese Gramsc1 1indió homenaje Hobsbawm. Pero Williams, este último le seguía en algunos aspectos. De todos modos,
hay otro Gramsci: está también el autor de los Quademi de! carcere que continuar la tradición leavisiana no era tan extraii.o. Un ano ant.es, en
se ocupa de1 concepto de hegcmonía, que reelabora la entera histeria 1957, había visto la luz el texto de Richard Hoggart The uses o.f Lite-
social y política de la ltalia contemporánea proponiendo entenderia en ra.cy, y en ese volumen también existía aquel sentimiento ele nostal-
esa clave. El poder no es sólo dominación. e! col.!!!:ol de aparatos gia presente en Leavis. Ahora bien, en esta ocasión, lo que se contra-
\ Í coerc itivos; el poderes también el logro de la beoemonía, una ponía era la cultura de la clase trabajadora de preguen·a frente a la
} je consenso que otorga legitimidad a guienes cullura de masas de posguerra. Se evocan, pues, los viejos recursos
Precisamente concebida así, es dirección intelectual y moraL es gestión morales dcl pasado comunitario con la esperanza de que con ese
de un proyecto común que aúne a las clases sociales. los intereses y los capital la cultura popular pueda resistir las presiones de la masifica-
agregados distintos bajo una misma tutela y proyecto. Esta idea está ción. Evidentemente, lo que le separa de Leavis es que en él no exis-
marcadamente presente en E. P. Thompson y lo estará en Raymond te desdén hacia lo popular, sino todo lo contrario, un claro apoyo a la
Williams, en autores para quienes la pregunta acerca de la socicdad bli- cultura de la clase trabajadora. En ese sentido, guizá no sea baladí
tánica es sobre todo la interrogación acerca de su cultura, de guiénes recordar que tanto Hoggart como Williams provenían de csa misma
ejerc ieron la hegemonía y gué palabras, qué universo léxico. quê repre- clase y que ambos, como también le ocurrió a E. P. Thompson, se
sentaciones dei n'Íundo se impusieron. Esta tesis, precisamente, será habían dedicado a la educación de adultos.
de discusión temprana entre el propio Tbompson y su más con- Asf pues. que Williams mostrara algunos puntos en comú n con
r..-, . tumaz polemista: Perry Anden>on. y es una noción cuya vir- Lcavis y sobre todo con Hoggart no era nada extrai'io, como también
.,\:t 1c,.): ; tualidad es ia de hacer análisis de la eolíticay-ãcla socie-- eran lógicas sus desavenencias. Una de las más evidenles frente a
.'.' •,
·\ ,.. ...
cu
--------- ------ culturaiâlmenos en el seõilCíõdê
-------- ----·-
Leavis Quiú fuera su defensa de la cultura de los hombres y mujeres
.!,.:' '-':"
Sl
40 41
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corrientes, por lo que rechazaría la fórmula de este último consisten- rre con la clase cuyas creencias y sentimientos sobreviveu
te ilustrada a masa degradada. Cierto es, como a pesar de su devaluacióri:
afíadà Williams, ue. la cultura popular se puede calificar de mala, Pues bien, será este asunto e! que provoque la crítica de Thomp-
_Eero no _ u e ideri"fíficar cÕi11ããe1ãCiãse ttabaJadora, ues una son, pues. a su juicio, Williams infravaloraba esta cuestión. El objeto
t:osa son los b1enes de consumo masivo y otra lo que a ente hace de la controversia será, en definitiva, el papel que convendria reser-
con Por eso mismõ.lãnõstalgia del pasado es sustituida Põ;- varle a las clases e n la propia definíción cultural, a los usos que los
una mirada optimista hacia e! futuro, una confianza en la cultura diferentes sectores sociales bacen de los recursos que la sociedad pone
como agente transformador, democrático. Esta idea está ya presente a su clisposición. Para Thompson, e! concepto que maneja Williams
en su obra de 1958. En e:ae libro, la noción de cultura se presentaba cuando se refiere a la cultura es excesivamente laxo, amplio, omni-
como proceso, como un desenvolvímiento, y no meramente como el comprensivo, de modo que las diferencias se desvaneceo, pues no
depósito de los productos más elevados de una sociedad, no como las atiende suficientemente a la experiencia vital que acompaiia a cada
grandes elaboraciones y obras de un genio particular. Las individua- grupo. En.cualquier caso, esas pegas o reproches que Thompson for-
lidades venían a ser aquí una especie de condensaciones de las líneas mula contra Williams eu 1961, en dos reseiias sucesivas aparecidas en
ele fuerza que una sociedad estimula. Así pues, en su condición de la New Left Revíew, podemos vedas hoy como matic:es que el paso de!
proceso, la cultura nos ofrecería un mapa con cuya ayuda podríamos tiempo ha difumínado. De hecho, la convergencia en las posiciones de
explorar la naturaleza de los cambios que condensa. De ahí su impor- ambos fue lo que finalmente sucedió y convinieron en atacar el núcleo
tancia, pues tal mapa no sólo registraría los usos del lenguaje, las mismo de una tesis marxista obsoleta o poco útil para el estudlo de la
palabras que ho mbres y mujeres emp!ean para dar sentido a sus expe- cultura: aquella que separaba la base de la superestructura, aquella que
riencias, sino las tensiones que se producen entre su modo de vida y establecía un abismo entre el ser social y la conciencia. A la post:re,
los cambios acaecidos. _ . =-- son sus críticas a la tradición marxista lo que hace más perdurable ese
Poco tiempo después, eq-1'96i Williams p longaba su estudio con modo compartido de enfrentar los fenómenos culturales.
un texto titulado «El análisis uido dentro de! volumen Esto mismo se ve claramente en la publicación, en 1963, de La.for-
La Larga revolución, cuyo objeto era la clarificación de los sentidos y mación de la elas e obrera en Inglaterra. i,Qué es lo significativo de este
valores implícitos en una fomia particular de vida. Es decir, abunda aquí libra? Como se admite corrientemente, este volumen, dei que todo ya se
en su idea de la cultura como proceso ampliándola hasta concebida ha dicho, es un clásico de la historiografia, una de esas obras que supe-
como f01ma de existencia, una forma de existencia dotada de institn- ra las limitaciones del contexto o circunstancia en que fue alumbrado,
ciones. Desde ese unto de vista, la cultura es el conjunto de las des- una de esas obras en las que forma y fondo son indiscemibles. En efec-
cri ciones a través de las cuales una socieda otor a senttdo a las expe- to, el modo mismo ·de escritura liene una dimensión propiamente !itera-
riencias ello cristaliza en etermmado tioo de instituciones "o & ria, un domínio del significante que no esmero ejercicio de estilo sino
es.12ecíficas. Vistos ast, e arte o as o tteranas, por ejemplo, una manera de hacer historia comprensiva. Se trataba, en este ponto, de
no serían tanto el recinto exímio de la gran creación, sino un modo par- dos cosas. Por un lado, hace ver al!ector la dimensión social y el espa-
ticular de dar expresión a dicbas expetiencías. Pues bien, esas mismas cio en que se dieron cambias históricos decisivos, dándole esa fuerz.a
instituciones culturales serían el objeto de análisis de los doscientos: vivificadora de quien con la palabra nos lleva hasta allí, hasta ellugar de
anos de que se ocupa. El asunto clave será, sin duda, la hegemonía, los los hechos. (.De qné bechos? De todo aquel proceso en que se vjeron
modos de imponer una ideología, una concepción de! mundo, una involucradas las c] ases populares inglesas. Por eso, por otro lado, la for-
manera de ver las cosas. Desde esta perspectiva, el análisis de la cultu- ma de escritura es fuertemente connotativa y a la vez parece dar la voz
ra supone comprender lo que ésta expresa, la experiencia real a través a o padecieron aquella experiencia colectiva. De
de la cual la viven. Es dccir, se trata de reconstruir lo que Raymond esa m(nera, Thompson la lradición marxista, que habíamos vis-
Williams denmrunaba originariamente la «structure of feeling», !os to expresamente sobre el
valores compartidos por una determinada sociedad o grupo. A su modo papel de la cultura popular en la constitución de la clase oorera. Es decir,
de ver, la «eslructura de sentirnientos» de un período es el conjunto de se pregurifa por cómo las trad1ciones populares del Setecient.os ínfluye-
maneras de pensar y sentir que son comunes y que permiten la comWli- ron en la formación de un sector social nuevo, e! de los asalruiados, cuya
cación. Igualmente, la que pertenece a un grupo determinado puede. por presencia es el factor más significativo de la vida política británica en
esé'l misma razón, oponerse a la cultura dominante, y eso es lo que ocu- las primeras décadas dei siglo xrx. Por todo ello, Thompson afirma que

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de las clases si no es como una (fJr- abordar el estuóio de la cultura. De un lado, la especialidad que se ha
aermJda por los propios ifia:ivlduos y sus múl- convenido en Uamar los- Cultural Studies. De otro, lo que, para enten-
llples expenenc1as. Para cuando eso fue dicho, una afirmación de estas demos, se llama desde que Thompson la definiera así, la HisiOiy_from
características era absolutamente renovadora, un alivio frente ai deter- Below. En el primer caso, la fecha más significativa es la que se
minismo economicísta que el marxismo más 01todoxo imponía, frente corresponde con la creación en 1964 de! Cemre for Contemporary
al esquematismo dei estudio dei ser social. Para cuando esto fue subra- Cultural Srudies, en Birmingham. Su objeto, como es previsible des-
yado, cultura popular aparecfa como ese fem1ento dei que hablara pués de lo que hemos indicado, eran las formas, las prácticas y las
Gramsc1 en donde se gestan las ideas y las posiciones ideológicas. instituciones culturales, así como sus relaciones con ·Ia sociedad y el
Hobsbav;m b::.bfa empezado Rebeldes primitivos díciendo: <<Bando- cambio social. Sn prime r director fue precisamente Richard Hoggart.
leres y salteadores de caminos preocupao a la policia, pero también cuya obra The Uses of LiJ.eracy (1957) conf01maba, junto con las de
debe?"an preocupar al historiador». Pues bien, Thompson sigue esa mis- Williams y Thompson. el referente básico de este nuevo materialis-
ma lmea y se propone, como tantas veces se ha reproducido, «rescatar mo cultural que ento.nces se alumbraba. Por otra parte. aquel que le
al humilde tejedor de medias y calcetines, al jomalero luddita, ai obre- sucedió es quien, finalmente, le daría el impulso definitivo. Nos refe-
de los más anti?uados telares». así como a otros menudos protago- rimos a Sruru.t Hall, otro miembro activo de aquellos marxistas blitá-
de un cambio que ellos mismos percibían sin saber aún qué Jes nicos. i,Qué aspectos centraron la investigación de este instituto?
1ba a deparar el futuro. Así pues, los rebeldes de Hobsbawm y los arte- Desde luego, el arte y la literatura 'a no selian los únicos objetos
sanes de Thompson puede que mostraran actitudes atrasadas o retró- de estudJO: tam 1en as formas po ulares o degradadas de la cultlíí-ã,
gradas frente ai progreso indust1ial, pero sus aspiraciones tenían senti- incluso las manifestaciones 111 ·eriores a que se entrega lq gente . .Des-
do pa_ra e_llos mismos, y merecen ser recogidas a partir de su propia oeese cenu·o, por ejemplo, co6ra rá especlãt lmportaricta erãriállsis
expenenc1a. Lo que resultaba más odioso para Thompson era el tono a de la televisión, los usos de la programación. E n este sentido. será
menudo condescendiente con que los histoliadores o los sindicalistas particulmmente importante el ejemplo de Antonio Gramsci, a qu ien
poste1iores trataban a esos humildes antepasados. Cada uno de nosotros tanto preocupó, como vimos, el sentido común de las clases subal-
no sabe en qué va a parar todo esto y sei contemplado por aJouien de ternas o la religión como domínio cultural en el que se libran las bata-
otra generación con un juicio suficiente y envanecido es una la;eración. lias de legitimidad y de sentido de los campesinos, de los anesanos e
En Thompson habrá siempre una especie de piedad por los luchadores incluso de los asalaríados. Pero también serán decisivas las nuevas
por las causas perdidas, por los caminos muertos y por los vencidos: aportaciones àe la semiólica conlemporánea, la que Umberto Eco,
la postre serán modos de afrontar con coraje la existencia. Afíos des- por ejemplo, desru.Tollará desde los aiíos sesenta. Entre otros muchos,
pués, en 1974, y en una breve nota sobre una biografia de Mary Wolls- dos textos suyos serán influyentes: Apocalípticos e integrados, una
tonecraft - que leemos ahora en su Agenda para una hisloria radical- obra cuya edición original data de 1965 y «i,Perjudica el público a la
nu:stro reiteraba esa posición: <<Y por lo que a su vida televisión?» , una célebre ponencia de 1971. Ocupado e l conti-
refiere: se que yo no la hubiese vívido tan bien, y considero una anu- nente en analizar procesos comunicativos las
gancia que cualquier biógrafo dé por supuesto, con tanta facil idad, que manifestaciones de la cultura de masas ue, en aquel contexto de cre-
\ se haber vivido mejor>>. Lo significativo es, desde Juego, esa Cimtento económico y de estabilidad social, reocu a an e interesa-
compas10n_ por el luchador, pero es también la certidumbre de gue los an a pesar e su es re 1eve arl1St1co o es ético. Nos referimos a
humanos s1empre estamos combatiendo a escasos de recursos, y_ os cómics, pero nos referimos nuevamente a la televisión, a los best
.t-
ft,Cj
sea, no es más que un liviano
tl Jctones y de prestamos, una pequena defensa contra las
sellcrs populares, etcétera. De Eco se recibirá, entre otras cosas,
algún concepto decisivo. como fue el de codificación (y su contra-
..--
la
y ãe muette.
-....._ ____...--=---....•
parte, la descodificación): no hay uso cultural que no pase previa-
mente por su reguiación, por unas instrucciones que obligan. Pera
esas instrucciones no siempre serán correctamente interpretadas (es
Los EsTUDJOS CULTURA LES Y LA H ISTORIA DESDE A'BA.IO lo que este autor liamará descodificación aberrante) ni tampoco serán
universales. Por eso _acabé:!!siendo
. De:: este ::omexto y de esas críticas, de estas posiciones y de esas se c.:>ditican o se descodifican los Qroductos culturales: de ahí que cobre
Jn\'CSl1gacwnes. nacerán enfoque!: paralelos aunque diferenres para enesle campo una importaociã decisiva la idea de comutiídãêf.---
---- ------- ... - ..
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Esa noción· eslaba presente, por supuesto, en Raymond Williams, toria contra los fundamentos del modelo estructurahsta, ese que babía
en aquel Williams de Cultura y sociedad, como también era central en llegado de Paris, y sobre todo contra e! híbrido, el marxismo althusse-
Thompson, cuya noción de comunidad nwral será muy operativa para riano, que tanto rechazo !e provocaba a este historiador. Lo que é1 repu-
entender cómo los valores informan e! empleo de los recursos y la asig- di aba de Althússer era la desaparición del sujelo, la irrelevancia de ia
nación de sentido que se !e da al presente y ai cambio. No es extrafío que, experiencia individual y colectiva, el determinismo _fatal a que parecía
andando el tiempo, este concepto se precisara en el seno de los estudios estar abocado el agente histórico.
culturales, dando lugar a lo que Stanley Fish llamó comunidades inter- Por otro, esas vêcíndades de los Cultural Studies con los estructu-
pretativas. A la postre, la discusión básica que a lo largo de los anos ralistas le llevaron incluso a rechazar sin reservas el epíteto de culrura-
motive a los diferentes estudiosos de este campo será precisamente é..<;a: lista, que i:an a menudo se le adjudica a Thompson. Esta designación.,
(,hasta qué punto la vida es sobre todo un acto interpretativo de unas que se aplicaba genéricamente a la tradición historiog&fica marxista
1:egias que nos vienen irn.puestas por la cultura a la qÜe pertenecemos? de la que él fonnaba parte, era a la vez csa otra vertiente posible de
j,Ü, por el contrario, hay una descodificación cornunitaria o individual aquellos estudios. Nada tengo que ver con todo eso, parecía responder
que pueda ser creativa o aberrante? (,Hasta qué punto bay resistencia ante Thompson, distancíándose así de una perspectiva en la que la e.-"pe-
I •
las emisiones televisivas del novecientos o ante los dictados de! poder de! riencia de! sujeto quedaba reducída a ser sólo la confirmación de pro-
Setecientos? Estas preguntas pueden fonnularse siguiendo el trayecto cesos más vastos qt'!e lo sobrepasan. No nos importao la justeza o la
imaginaria que llevaría de Gramsci a Eco (aunque también podrfan aso- pettinencia de estas críticas, ni siquiera nos interesa abora hacer una
ciarse a otros autores a lejados de esta tradición, como Hans Georg Gada- evaluación de las significativas aportaciones que desde los Cultural
mer), pero estas demandas pueden igualmente plantearse localizándose Studies se han hecho al análisís ele la televisión, de la cultura de masas.
en un ámbito algo distinto: en la zona de! esnucturalismo. En efecto, del Nos importaba, por el contrario, apuntar el rico debate en el que Gran
continente no sólo llegàba a Binningham la influencia de estos eminen- Bretafía se involucra desde los anos sescma a la ahora de examinar las
tes italianos, sino también el ejemplo de los estructuralistas de los anos form-as y las instituciones de la ideología, de la cultura, ele las clases.
sesenta. por eso, Stuart Hall hablaba de los dos paradigmas Justamente por eso, la vertiente que seguiremos es aguella que llevará,
de los Cultural Studies. De un lado, lo que se llamó el culturalismo, esa ahora sí, a la historia cultural: una perspectiva que Thompson apadrínó
verticnte que se origina en Willíams y que hace de la experiencia de! rotulándola como History from Below.
sujeto la c lave dei análisis. De otro, lo que postuló el estructuralismo: los (,Qué entendía este historiador por Historio desde abajo? Este tex-
injividuos no son agentes activcis que puedan acometer la empresa del to de Thompson apareció publicado en 1966 en el Times Litemry
significado, sino que pertenecen a una audiencia o a un agregado deter- Supplement y ahora puede leerse en la Obra esencial que la viuda
minado por regias y estructuras de las que forman parte incluso sin saber- editó anos después -de su muerte. Es algo así como un examen de lo
lo. i\sí se entenderá que una figura como la de Louis Althusser tenga que entonces estaba ya hecho, al fiempo que un manifiesto del curso
presencia en las discusiones que en aquellos afios mantuvieron estes histórico que é! proponia. Sin descartar el estudio de las formas orga-
investigadores y que, incluso hoy, su apelación no sea extrai'ía. nizativas (partidos y Trade Uníons), se trataba de hacer investigacio-
Sin embargo, no es este desarrollo, el de los Esrudios culturales, el nes acerca de las clases populares y de los modos de vida implícitos
que a nosotros nos interesa, pues, aun siendo muy significativo, no fue que los trabajadores dei pasado llevaron. Se trataba, definitiva, de
el ámbito en que trabajaron y trabajan los investigadores que hacen his- averiguar de quê manera se materializó la existencia de los obreros,
toJia cultural. De hecho, uno de los. reparos que se suele hacer al gru- con qué medios afrontaron las estrecheces y con qué valores revistie-
po originaria de Bírmingham y a sus derivaciones es el escaso peso de ron sus acciones. Habla expresamente de cultura popular y, por tan-
la historia, como referente y como discipíina, o ai menos su predilec- to, habla de las experiencias y de las tradiciones que llegan hasta c1a-
ción exclusiva por e l. siglo XX, ese momento en que se impone la cul- ses menesterosas. De hecho, según afirma, se habría ido produciendo
tura de masas. Además, no hay que olvidar que esa inclinación que un desplazamiento del interés que antafío se otorgaba a las insti.tu-
hemos prcsentado· abreviadamente fue vista de inmediato con reticen- ciones dei laborismo, así como a sus dirigentes y a sus
cias por los historiadores, y en especial por Thompson. Dos ejemplos hacia Ia cultura de los trabajadores. En la práctica, afíadía Thompson,
bastarán, Lanto para la vertiente estructural.ista como para la dimensión eso habría supuesto dejar de tomar como punto de partida fechas c.la-
ct.:lturalista. Por un lado, la Miseria de la ieoría, de Thompson, publi- ve, las de J789 o 1832, para retroceder en el tiempo buscando los iní-
cada orig inariamente en 1978, es antes que nada una inmensa requisi- cios de esos cambies visibles, incluso aparatosamente visibles.

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De ese modo, ei objeto se modificaba y ahora la atención se fija- británico de finales de los cincuenta, o aunque pudiéramos haber ras-
ría sobre la ética puritana, la disciplina laboral, los desórdenes, las treado eso mismo en otras tradiciones historiográ'ficas nacíonales, lo
costumbres o el folClore, es decir, e! programa de lo que él mismo cierto es que ese texto de Natalie Zemon Davis se toma, ahora sí,
estaba haciendo o haría. AI tomar estos temas como materia de estu- como e! punto de partida. Por tanto, las alusiones a Williams, a Hobs-
dio, no sólo se altera la cronología evidente de la época contemporá- bawm o a Thompson, que t:an sucintamente hemos presentado, sólo
nea, esas fechas que servirían de marco obvio, universal e indiscuti- teiúan una función instrumental: la de marcar el camino hacia el pri-
do. sino también e! espacio. Dichos objetos requieren, decía Thompson, mero de los libras en el que es obligado detenerse. .
un espíritu comparativo, un contraste de los cursos de acción y de los
resultados culturales para así examinar la índole local o general de
esas circunstancias. Por eso, en la propuesta de este historiador hay NATALTE ZEMON DAVIS: EL MENU PEUPLE Y LAS MUJERES
un acercamiento a las ciencias sociales, puesto que de ellas vendrían
el estímulo de hacer preguntas nuevas sobre temas viejos y el acica- Volvamos, pues, a esta autora y reparemos en ese libro. De entrada
te de mirar de manet-a distinta asuntos ya conocidos. De hecho, conviene precisar su contenido literal, pucs los trabajos que incluye
Thompson advertfa que algunos de los trabajos más valiosos sobre la varían según la versión. El texto original fue publicado en 1975 y sobre
clase obrera estaban apareciendo en revistas en las que se propugna- esa edición se compuso la fra ncesa de 1979, aunque con un título dis-
ba ese acercamiento interdisciplinario, y citaba en concreto la Eco- tinto (Les cultures du peuple: rituels, savoirs et résistance au XVI' sie-
nomic History Review. cle) que acentuaba la parte de estudio de! ritual festivo que contiene. Lo
Recordemos ahora que este breve e.xcursus que hemos realizado mismo ocurrió, por ejemplo, con la edición italiana del aõo siguiente,
sobre la histmiografía marxista partía de una· pregunta bien concreta. que seguía en encabezamiento y contenido a la gala .(Le culture dei
t.Por gué Natalie Zemon Davis había publicado en Gran Bretafía uno popolo. Sapere, rituali e resistenze nella Francia del Cinquecenro). Más
de sus primeros trabajos sobre .Francia y, más en C0)1Creto, en esa curioso es el caso espano!, pues esta edición recupera e! epígrafe otigi-
revista? t.Qué clima h:isLoriográfico había entre los ingleses que pro- nal (Sociedad y cultura enla Francia moderna) y, sin embargo, modi-
piciaba la investigación sobre las clases populares y la difusión de fica su contenido. En cualquíer caso, la versión castellana, aparecida en
este tipo de estudios? Natalie Zcmon Davis publicaba su «A Trade 1993 retira los capítulos tercero y quinto, uno de cuyos objetos son las ·
Union in Sixteenth-Century France» en 1966, c! mismo afio en que mujeres, y los sustituye por otros tantos que, aparecidos anteriormente,
aparecía el texto de Thompson sobre la Histeria desde abajo. Retome- en 1984, estudian temas ya presentes en el rnismo ejemplar. Sin embar-
mos, pues, por un instante a este último. go, el Jector dispone de aquellos textos suplimidos, puesto que ambos
decía en 1966, y repetiría más adelante, que la historia habían sido recopilados previamente, en 1990, por James S. Amelang y
.9e la por la. gue justamente se orientaba Natalie Mary Nash en ellibro espano! titulado Historia y género: las mujeres
podía enri uecer ·e apelando a lãs ciencias sociales. en la Europa moderna y contemporánea.
Sin embargo, aunque pudieran invocarse la soc10logta o la antropo- El volumen de Natalie Zemon Davis es ai tiempo uno y varias
logia, eso no significaría que la importación de categorías de estas libras. Es una sola obra, con sentido pleno en sí mismo. porque la
disciplinas vecinas fuera producliva. Esa idea, persistente en sus tra- autora lo quiso así. porque decidió entregar a la imprenta en 1975 una
bajos, la reiterará, por ejemplo, diez anos después en «Folklore, serie de ensayos gue entrelazados dieran conocimiento de sus inves-
antropología e histolia social», y de manera aún más contundente ai tigaciones. Su objeto era el estudio de la sociedacl y sobre todo de la
sostener que la etnologia só!o era para él un modo de localizar nue- cultura de aquella Francia de los albores de la Edad hilva-
vos objetos, una manera de ver problemas antiguos con ojos uuevos. nado todo ello con un método común. El resultado es, además, un
é!? Cuando sostenía esto en 1976 decía no estar solo, puesto texto colmado de contenidos que ofrecía y ofrece aún un buen núme-
que había alguien con quien compartía semejantes preocupaciones. ro de sugerencías que ya entooces sorprendieron. Sín embargo, es
Citaba expresamente a Keith Thomas y a Natalie Zemon Da vis, pero asimísmo, en los diversos escritos que incluye, una fuente de obras
sobre todo el libro que un afio ames esta autora había publicado: potenciales. unas que se materializaron con otros contenidos en libros
Sociedad y cultura en la Francia Moderna. En efecto, quizá sea éste posteriores y ou·as que quedaron en el camino y que no se consuma-
e! momento clave de constirución de esta histeria cultural que abora ro!l, bien por clecisión de la historiadora o bien porque las vías que
tratamos. A pesar de que hayamos podido remontamos ai marxismo siguió truncaron su volunlad primigenia. Eso es evidente ai menos eu

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lo que respecta a los capítulos primero, segundo y cua1to. Natalie anos del Seiscientos. Ante todo,.§.!:!... volunt ad de des.Plegar e! análisis
Zemon Davis indica en un par de ocasiones que su esrudio de las . a pattir de casos. La idea de esta historiadora norteamericana no es:-
huelgas, de la pobreza y de la vida festiva en la sociedad lionesa de aunque lo fuera en un principio, completar una monografía sobre la
mediados dei sigla dieciséis formaban parte entonces de un proyecto ciudad de Lyón, sino relatamos algo más general: a lo largo dei volu-
aplazado que habría de conc·luir con un libra sobre aquella ciudad men, la Francia moderna; en cada capítulo, un problema europeo par-
francesa: incluso nos avanza su título, que coincide con e! que puso ticular, casi siempre relacionado con o entreverado de las disputas
al primero d e los ensayos del volumen citado, Strikes and Salvation religiosas. Y para ello, en lugar de emprender una gran investigación,
at Lyon. Las razones que le llevaron a modificar esa pretc nsión adopta una posición más modesta y acude a ejemplos escogidos que
cial nos son desconocidas, pero esa declarada intencíón otorga a los le pennitan hacer aflorar esa complejidad. Ésta es, por otra parte, una
primeros artículos una coherenc ia propia, hasta el punto de que fórmula que utiliza en todo el volumen: su investigación parte de
podríamos segregados de la obra finalmente impresa para tomados casos concretos y no pretende abordar su objeto de forma sistemáti-
como un breve volumen aparte. ca, es decir, no toma la apariencia de la monografia sino que
Sin embargo. esa posible operadón no por legítima resultaria la viste 'con el ropaje de breves investigaciones que ensayan formas
menos problemática, al menos si la lleváramos a esas últimas diversas de enconrrarse con esa variada sociedad.
cuencias. Ello no sólo porque estaríamos invirtiendo e! deseo unita- En el primer ensayo, por ejemplo, el que !leva por título precisa-
rio de la autora, sino por dos razones aiiadidas: por un lado, porque mente «Huelgas y salvación en Lyon» aquello que estudia son las rela-
cada uno de esos textos, a pesar de su ligazón, tiene entidad propia, ciones que se establecen entre el movimiento de la refonn a protestan-
al menos aquella que viene marcada por una distinta cronología en la te y e! abanico de fuerzas sociales que están presentes en esa ciudad
elaboración, aspecto este que nos permite advertir la evolución segui- francesa, en particular en su floreciente industi.ia tipográfica. Por otra
da por la historiadora en el tratamiento de un mismo mundo ; por otro, parte, su punto de vista es claramente heterodoxo, al menos si consi-
es evidente que, más a liá dei contexto espacial en el que sitúa sus deramos que ese estudio sobre las huelgas se publicó por primera vez
diversas investigaciones, todo el volumen se configura como una en 1965. Así, la autora rechaza una interpretación fuerte dei término de
sucesión de instantáneas que se complementan entre sí para compo- clase, a pesar de que el tipo de manifestación que analiza parezca pro-
ner finalmente un retrato de conjunto de aquel tiempo y aqueila meter una posición tradicional. En cambio, dejándose llevar por la
sociedad. Desgajar, pues, una parte de ese todo seria contravenir las complejidad de lo que esrudia y por las demandas del contexto, Zemon
instrucciones de lectura y forzar en exceso nuestra interpretaci6n Davis seõala con clatidad que cual uier movimiento social, una huel-
activa como destinatarios. ga por ejemplo, tiene su zstonc1dad y que no E emos im oner ai ·
iCuál es el objeto declarado dellibro? Una suerte historia des- pasado conceptos prqpios de nuestras uc as contemporáneas. De este
de abajo, ai modo, pues, de lo que Thompson había defendido, una rnõcfõ,éuando ella habla de! siglo >..'VI lo que hace es mostramos deter-
historia desde abajo que trata de la sociedad rural pero sobre todo de minados acontecimientos y circunstancias a través de los cuales aflo-
la urbana (especialmente artesanos y gente humilde, el Ilamado menu ran actitudes pruticulares, sin olvidar que grupos sociales como los q ue
peuple en general) a través de diversas manifestaciones culturales. De analiza, los tipógrafos lioneses, tenían expectativas propias en lo que a
ese modo, sus formas de vida y de agrupamiento colectivo se entien- su empleo se refiere y Juchaban por materializarias.
den como instrumentos y recursos, maneras en las que esa gente se Puede que todas esas ideas nos recuerden determinados ecos de lo
relacionaba con el mundo que Je envolvfa. Y en consecuencia el his- que hemos visto que anticipó cl marxismo británico, pero latalie
toriador puede estudiar una reunión, un rito o una algarada con pro- Zemon Davis no explícita en ningún caso esa conexión. De hecho, en
vecho semejante ai que se obtendría cuando se analiza ·un panfleto, e! apabullante aparato crítico que acompafía a toda la obra, no hay refe-
un d ietario o un sermón. Más aliá de esa novedosa premisa, Natalie rencias a esos autores ni en éste ni en el siguiente capítulo, esclito en
Zemon Davis seõalaba en la introducci6n al volumen que los dos pri- esta ocasión en 1968 y dedicado también a los movimiemos religiosos
meros textos de Sociedad y cultura presentan un rasgo compartido, a de la reforma protestante, aunque centrado ahora en el socorro a los
saber: mostrar los tipos de experiencia social que ayudaron a formar pobres. En este caso se investigao de nuevo actitudes, ahor·a las que
la conciencia protestante, algo que incluso podríamos predicar para suscita la miseria y también con la pretensión de abrir e! campo analí-
e! tercero de los ensayos. Pero hay mucbos otros elementos que es tico a pattir de un ejemplo concreto: estudiar Lyón para observar los
conveniente resaltar en su forma de reconstruir aquellos turbulentos cambias producidos en la sensibilidad europea en relación con la men-

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dicidad y el acto caritativo. Aunque el tema que abordaba no era exac- que vivían en las ciudades. Mujeres cuya condición natural era el
tamente nuevo, dado que ya había alguna bibliografia sobre el particu- matrimonio, ya fueran cónyuges o" viudas; desposadas en una o en
lar, derivada en parte de la histmia de la Ig lesia y del c ristianismo, lo posteriores ocasiones. Madres de família que pasaban buena parte de
cierto es que le daba ai objeto una orientación cultural. Se trataba de sus vidas teniendo hijos, pues tras el primer vástago cada dos o tres
verificar de qué modo se representaron los europeos de aquel tiempo a afios daban a luz nuevamente. En ese contexto, Zemon Davis conclu-
los pobres, a los mendicantes y, en general, a los menesterosos que con ye que ambos credos religiosos mantuvie1·on su situ·ación y que, por
su sola presencia interpelaban la concienc ia de! creyente. tanto, no se puede afirmar de forma tajante que ninguna de e sas con-
EJ capítulo tercero mantiene el trasfondo que se advierte con mayor fesiones fuera mejor en este sentido. No obstante , es c ierto que los
c menos intensidad a lo largo de todo el volumen: el mundo de ta refor- protestantes promovieron una suerte de desexualización de la socie-
ma y su interacción con la mayoría católica. Además, puede leerse dad, algo así como una roayor apertura en las formas de comunica-
como complemento de! ensayo que abre ellibro. Si en aquella ocasión .ción y en ciertos lugares religiosos, en los que las mujeres selÍan
se analizaba cómo los distintos grupos sociales asumieron el cooteni- aceptadas. Pero el reverso fu e su ascetismo, una austeridad que impi-
do de la refonna protestante, en este tercer capítulo («City Women and dió q ue los laicos compartieran esa vida festiva y recreativa de la que
Religious Cbange», de 1973, según la versióh original, y traducido en gozaban los católicos. làmbién clausuró la vida monástica, una alter-
Historia y Género como «Mujeres urbanas y cambio religioso»), lo que nativa respetable al modelo familiar. Asimismo, la desaparición de
ta autora aíiade es una perspectiva muy poco cultivada por aquellos las santas como referente ejemplar para ambos sexos eliminó un
anos, la de la diferencia de sexos. En ese sentido, conviene anotar, amplio espacio de afeclo y actividad. Finalmente, al hacer desapare-
como ella misma ha recordado en A Life ofLearning, el auge del movi- cer una identidad y una organización separadas para las inujeres en la
rniento feminista a princípios de los setenta y e! hecho de que en 1971 vida religiosa las hizo más vulnerables a la sujeción en todas las esfe-
ella rnisma organizara en Toronto, junto a Jili Ker Conway, el primer ras. Por todo elJo es diffcil concluir que la reforma protestante facili-
curso sobre historia de las mujeres que se impartía en Canadá (Society tara carobios más rápidos y creativos que los que podía suscitar e!
and Sexes in Early Modern Europe and in America). De hecho, anade mundo católico. Más bien debería decirse que ambas formas religio-
Zemon Davis, muy pocos habían sido los estudiosos que habían inten- sas contribuyeron a su modo a la transformación de los roles sexua-
tado anal izar de forma sistemática el papel de las rnujeres, y mucho les y que cada una f uncionó como correctivo de su oponente .
menos en cuantci al objeto que ella trataba: el cambio religioso produ- Además de ese análisis de la cultura religiosa, estas conclusiones
ciclo durante el siglo XVI. Con todo, la autora preseota en ese tercer pueden verse como la concreción de un programa más general sobre
capítulo tres de las hipótesis que se habían ido elaborando a lo largo de! la histori;t de las mujeres, algo que no conviene dejar de lado, dadas
tiempo. En primer lugar estarían aquellos que, como Max Weber o la trascendencia del objeto y las repercusiones que tendría en la inves-
Keith Thomas, habían creído ver en el calvinismo algunos aspectos tigación posterior. Como hemos indicado, ella fue una de las p1imeras
atractivos para las mujeres de aquel petiodo. En segundo término, algu- historiadoras que se ocupó expresamente de este tema a princípios de
nos historiadores, léase Lawrence Stone o Robert Mandrou, se habrían los setenta, primero en Canadá y después en Berkeley. De hecho, su
centrado en la forma de vida previa a la conversión religiosa. Para estos trabajo en e! citado seminario cauadiense se materializaría en un tex-
autores se debería subrayar e! hecho de que existiera un sentimiento de to presentado en la segunda Berksh.ire Conference on Women HistOJ)',
encarcelamiento e inutilidad frente ai cual el compromiso religioso que se celebró en 1974. Ese ensayo se publicaria poco tiempo después
habría funcionado corno válvula de escape. Finalmente, ella mencio- en la revista Feminist Swdies y se convertiría en un referente, en un
naba a quienes se babfan preocupado por las consecuencias que para clásico, de lo que hoy conocemos como histmiografía dei género. En
las mujeres tuvo la reforma, cuyo argumento central habría sido e! de ese texto Natalie Zemon Davis subrayaba la ímpottancia de poder
que se produjo una significativa mejora de la vida familiar para este comprender adecuadamente la sexualidad en e! pasado. Pf'xa ello
grupo. Como ocun·e en otros capítulos. en los que la autora presenta adoptaba de nuevo una perspectivu antropológica, que era la que !e
dislinLas alternativas para compreocler su objeto ele análisis, Nar.alie preocupaba· en aquellos aí'íos. Ese enfoque habría de permitir desen-
Zemon Davis se declara insatísfecha con las tres opciones e intenta res- tranar las ftmciones y e! simbolismo sexuales en distintas épocas y
ponder de otro modo a los interrogantes que se phmtea. Así pues c:ualquier hisrcri<.dor debe.ría adquirir e! hábito
«Mujeres trata, en efecto, nc dt'i çonjumo de las muje- na!:\:.,,; -dic·::. )(teralmentc:·- de te.ner cn cuenta consecuencias de!
de la Francia de aquel tiempo. más de las gét:e 1-... co11 la inisrna facilidacl c:or; la que toma en que

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I
se derivao de la clase social. De ese modo, el investi_gador tendría que su alcance (físicos, sociales, culturales) para vivir y manifestarse. Y final-
!
•J!
reconsiderar bajo esa mirada buena parte de son capi- mente, junto a la inspiración de la renovada htstona social bDtánica,
tales en su quehacer orclinario y que se han tomàCIDêomo evidentes al otro de los usos provechosos que se permite cs e l que proviene de las a
margen de vicisitud de las mu·eres: el oder, la estructura social, Ia enseiíanzas de la antropología, en particular la obra deA111old van Gen-
prop1edad, los símbolos y la perio ización. Es cietto que todos es os nep, un referente que ella dice haber descubierto duranre su estancia en
argumentos puedenparecer hoy rouy maruaos, archisabidos y acepta-
dos dentro de la academia. Pero esas palabras dichas entonces, a prin-
la Universidad de Toronto a finales de los scscnta. Esta última elección
es, por otra parte, lógica si atendemos al objeto de ese escrito concreto,
ii
I,
cípios de los setenta, eran una programa muy renovador, un plan de el estudio de la vida festiva.
trabajo que después, sobre todo cn la siguiente década, iría.11 desan:-o- Pero, como decíamos y en consonancia con lo antetjor, en este
llando muchas otras historiadoras, tomando a Natalie Zemon Davis cuarto ensayo también cambia e! tono del texto. A diferencia de los g
como una de las pioneras. :I
Sin embargo, a pesar de la importancia de este objeto, su libro, ·li
Sociedad y cultura, iba más aliá e introducía otros aspectos culturales dado e! objeto que tral.a: los usos sociales y políticos del trastorno lj
que conviene continuar tratando, especialmente porque también éstos carnavalesco y la organizacíón festiva, sobre todo en á:lación con la l,
la convierten cn un referente historio gráfico. Retomemos, pues, eJ hilo socialización de los más jóvenes. Así, repasa brevemente Ias aporta-
de la lectura y adentrémonos en el cuarto (tercero en la edíción espa- ciones de E. K. Chambers y la escuela !iteraria, de J. Huizinga y su • l
fiola) de los capítulos que lo componen. Su contenido es especialmen- Homo lu.dens, de Keith Thomas, de Victor Tumer y de Mijaíl Bajtin,
te significativo, puesto que el tono cambia y también las referendas para concluir que son estos últimos y en particular los antropólogos
que lo acompafían. Si bien la documentación utilizada continúa siendo los que más le interesan. De. ese modo, el referente plivilegiado resul-
enorme, como corresponde a una práctjca bastante habitual en ella, en ta ser Van Gennep por el gran número de estudios que .realizó sobre
este texto las alusiones historiográficas perfilan nn ensayo diferente. En la sociedad francesa, pero su uso es sobre todo instrumental, como
«Las razoncs de! mal gobierno», escrito en 1971 y publicado en Past fuente del folclore francés. No obstante, ai margen de esta última
and Present. como «The Reasons of Misrule», hay varios aspectos a elección, conviene detenerse en alguno de los otros referentes utili-
destacar en este sentido. Por un lado, el uso de cierta historiografia zados, de consecuencias teóricas más evidentes para la investígación
francesa annalista, aunque no tanto la que era central en aquellas que esta historiadora proponía.
fechas, sino más bien algunos autores que no representaban la pers- Uno de ellos es Keith Thomas, que precisamente en ese ano de
pectiva dominante de Braudel: Philippe /uies y sobre todo Robert 1971 pub],icaría su obra capital, Religion and the Decline of Magic,
Mandrou, es decir; historiadores vinculados al estudio de las mentali- eventualidad que impidió a Zemon Davis un uso provechoso de ese
dades. Por otro, la apuesta clara por los grandes referentes de la histe- volumen. Para lo que aquí interesa, deberíamos sefialar que Thomas es
ria social inglesa: E. P. Thompson y Eric Hobsbawm. uno de esos autores que podrían incluirse dentro de la reconstrucción.
En cse sentido, su interés por estos historiadores anglosajones se que Uevamos a cabo de la historia cultural, y ello por múltiples razo-
sitúa en dos planos distintos y ambos están presentes en el conjunto de nes. Por un lado, aunque no formó parte dei grupo de los historiadores
su obra. Ante todo, y siguiendo los dictados thompsonianos, su especial marxistas britânicos, tuvo como tutor a Christopher Hill, de! que siem-
atención ai contexto. En segundo término, afinnando que ese contexto pre se sintió cercano, y él mismo desempei'íó idéntica tarea en relación
no determina el comportamiento, que de las condiciones rnateriales de con Peter Burke. Así, este último lo ha seí'ialado en reiteradas ocasio-
esos grupos populares que investiga no se pueden deducír actitudes nes como su maesu·o y en todo momento ha reconocido la deuda con-
necesa.rias frente a determinados acontecimientos y circutistancias. De traída con aquél en su formación. Por otra parte, Keith Thomas fue uno
becho, Natalie Zemon Davis insiste eu que n on dimensiones tales de los historiadores que más tempranamenlc comprendieron la necesi-
fOmo la propiedad, e l poder o Qrestigio las Q_ue ella .QE_oyecta en sus dad de intensificar los intercambios con la antropología. Como hemos
lado otros variables, apuntado, en 1961, e! antropólogo brítánico E. E. Evans-Pritchard
desde la edad ai sexo. es_deçk, que había díctado una célebre conferencia sobre «Antropología e historia»,
!Tiinan igualmente la En suma, en donde argumentaba la semejanza de ambas disciplinas; en I 963,
_rescatar la célebre Hum.an Agency, Thoma.s publicaba e.n Past and Present un texto titulado «Historia y
campesinos como actores que usan los diferentes recursos que tJenen a anu·opología» en el que subrayaba las posíbílidades de colaboración

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entre ambas, tesis que defenderia cn los anos sucesivos y que se mate- pios de los setenta, su impac to fue inmediato, sobre todo gracias ai
rializada en su libro de 1971. Además, la conexión entre el etnólogo y trabajo de difusión realizado desde mediados de los sesenta por Julia
el hist.otiador no es una simple hipótesis, pues fue la lectura dei texto K.risteva y, después, por Tzvetan Todorov. Asf pues, el uso temprano
de Evans-Pritchard lo que originó el ensayo de Thomas. Parece lógico, que de él hace Natalie Zemon Davis resulta muy significativo para
pues, que Zernon Davis, aunque no cite esos textos, cstablezca una definir el tipo de investígación que la historiadora se propone. En par-
alianza natural con la obra de Keith Thomas, puesto que ambos com- ticular, lo que a elia le interesa es la interpretación bajtiniana de la
parten esa aproximación a la antropología. obra de Rabelais, una interpretación que la relaciona con las formas
j,Qué proponía ese texto de 1963? Thomas observaba que existia un culturales populares y no con los valores burgueses, una interpreta-
en amba!: y que el 1·esultado era claramente el acer- ción que toma la vida festiva como el reverso temporal de lo cotidia-
camiento. Así, el provecho que podríamos obtener de las lccturas antro- no, como una forma de imaginar algo distinto, ai margen de que esa
pológicas consistiria en que estos estudiosos no se conformarían con el transgresión refuerce o ayude a trastocar los valores comunitarios.
acopio de datos que les pemúte su trabajo de campo, al que seguiria una lQué es lo que hacía atractivo a un autor que en principio parecía
síntesis descriptiva, sino que tendetían a la generalización, a la interpre- tan distante? (,Qué es lo que hace que su recepción haya sido tan afor-
tación de los hechos, a su estudio en el marco de un determinado siste- tunada en ámbitos cullurales tan distintos? Cuando, entre otros,
ma social. Con cse estímulo, los historiadores irían dejando atrás su espe- Todorov y K.risteva lo dan a conocer en Europa, Occidenle está inmer-
cialización fragmentaria (histeria econórnica, militar, política, etcétera) so en esa crisis que sigue a las convulsiones sociales dei sesenta y
en beneficio de una .investigación en la que los acontecimientos se estu- ocho, al proceso descolonizador y, en suma, muchos de sus intelec-
diarían en relación con la sociedad como un todo. De esta manera, en ese tuales están reconsiderando el papel que !e corrcsponde. E! conflicto
empeno, el historiador tendría mucho que aprender dei antropólogo, espe- social y la impugnación del mundo burgués eran dos tradiciones que
cialmente del análisis detallado que éste ofrece de fenómenos más o reforzaban esa perspectiva. En aquet momento, uno de los problemas
menos comparables. Y los beneficios se extenderían aún más. Los antro- que despertaba mayor interés era el de la idenlidad, la identidad obre-
pólogos dan explicaciones paradójicas, no se dejan !levar por nuestro sen- ra, popular, colonial, el de la definición de sus límites. Bajtin podía
tido común para comprender el pasado y así evitan que éste funcione verse, pues, como un teórico que había defendido la idea misma de
como documento que validaría las razones dei presente. Finalmente, el alteridad, como un analista que estudiaba las identidades en conflic-
acercarniento a la antropología pennitiría ensanchar e! campo de estudio to. Puestos a definir qué fuera ese hecho, los europcos descubrían que
de la histeria acadén-úca, en pruticular en todo lo que se refiere a los diver- el otro no estaba fuera de ellos, sino que e! extrafio era una parte de
sos comportarnientos y actitudes sociales, es decir, a los aspectos más sí mismos. Por tanto, el diálogo entre las culturas, y también entre el
inmediatos de la experiencia humana. Así pues, concluía Keith Thomas, pasado y' e! presente, así como la pluralidad de voces que resuenan
es fácil advertir que los objetos y los métodos de la etnología nos mues- en cada una de aquéllas, esta ban en su interior. Bajtin se convertía
tran lo que podría ser el programa de nuestra disciplina, y lo hacen mucho de ese modo en el referente que, dentro de los estudios culturales,
mejor de lo que podemos apreciru· en las revistas históricas. mejor podía servir para la reflexión sobre esa alteridad. (,Cuáles e ran
Si esa perspectiva antropológica no era habitual en aquellos aiios, los aspectos concretos de su investigación que se difundieron en
menos aún lo era el uso que Zemon Davis hacía en el citado volurnen aquellos aí'ios y que en Natalie Zemon Davis estaban presentes ele
de las ideas de Mijaíl Bajtin. Como se sabe, aungue este autor escri- fonna temprana?
bió en 1940 La'Cirtii(;:;;jiõj)u!ar en la Edad Media y el Renacimien- La principal aportación de este autor, procedente del fom1ali smo
to, su célebre texto sobre Rabelais. no sería hasta 1965 cuando apa- ruso, es la del dialogism o. Estudiando en concreto la obra de D os-
reciera publicado en ruso y habrían de transcurrir otros lres anos para toievsló, este analista subrayaba la polifonía narrativa, es decir, la
que v iera la luz una versión inglesa. Sin embargo, esa traducción no plura!idad de voces que compiten en su obra para hacerse oír, para
Je penniM una difusión rápida. En las décadas de los sesenta y los impone r una versión de los hechos. Esta percepción de las cosas tras-
setenta, la crítica' literaria anglosajona, y en particular la americana. ciende la obra del novelista ruso y define la dirección seguida por la
obsesionada con e! estructuralismo y la deconstrucción, de naFativa contemporánea, en la que esa polifonía se expresa por
modo que Bajtin apenas tuvo eco. De hecho, su recepción no fue medio de perspectivas encontradas -e! denominado perspectivismo-.
masiva hasta que en 198 t aparecie ra The Dialogic lmagin.ation. En por medio de pun:.os de vista diferentes. El descubrimiento permite
cambio, en Francia, donde sus obras e mpezaron a editarse a princi- advertir que las voces contrapuestas encarnao concienc!as en conflic-

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to y, por tanto, aluden a la dificultad de definir el mundo de manera manifestaciones festivas funcionaban al modo de los ritos de paso des-
unívoca, universal. La otra aportación bajtiniana, en conexión con lo critos por Van Gennep y, como tales, nos muestran sobre todo la forma
anterior, es la que se materializa en su obra sobre Rabelais, que es la con la que una comunidad campesina mantenía su orden y su identi-
que expresamente utiliza Natalie Zemon Davis. (.En qué consistiria? dad. Por lo que a las ciudades se refiere, la composición era distinta y
Más aliá de la investigacióa histórica y !iteraria que está en su base, la present.ación más compleja. La mayor alfabetización enriqueci6 esas
e! aspecto más sobresaliente de su gran obra era el que dedicaba al bufonadas ampliando su vettiente üteraria y tealral, con un vocabula-
estudio de la cultura popular y, en particular, a aquellas de sus mani- rio mucho más variado. Además, e! control que los jóvenes ejercían en
festaciones que tenían un sesgo disolvente: la risa, la :fiesta y el car- el mundo rural dejó paso a una organización en la que el protagonismo
naval. Esas fonnas Ct!lturales, aunque no fueran cotidianas, ponían en era espacial (e! barrio o e! vec.indario) o profesional (gtupos ele rutesa-
crisis la gravedad enfática de! poder y burlaban las restricciones que nos). La razón es obvia. Ei crecimiento urbano (su diferénciación, su
las instituciones imponían a las clases populares y a la vida que las desorden) nos explica cómo a la hora de interpretar la cíudad era más
atraviesa: así, la risa seria expansión e impugnaría las coerciones de cohere.nte e informativa una agrupación de ese tipo que otra que estu-
ese mismo poder represar. Estas manifestaciones críticas, de acuerdo víera basada exclusivamente en la edad. Ahora bien, en sentido último
con Bajtin, mostraban la posibilidad de una rebeldía subterránea, no difieren en exceso, pues también en la urbe aquello que se pretende
común e incluso multítudinaria, manifestaciones más habituales en es mantener el orden tradicional. Si en e! campo un motivo recurrente
._t esa cultura popular que el enfrentamiento abierto o la lucha política de las cencerradas es regular e! mercado matrimonial, en la ciudad lo
(/;' expresa. Así pues, _!.o que a Zemon Davis le interesa son dos cosas: serán cualguier alteración del orden y la justicia vecinales (quizá un
L/$ dei carnaval como segunda vida y su función robo pero también un matrimonio extravagante) e incluso el desoróen
\ ,.qif. destructora renovadora; or otro, el ue Ba'tin estudie formas cul- político de los poderosos. En suma, pues, pari:r Natalie Zemon Davis,
{1.,·) tura es populares. or esa razón, no le interesa tanto la celebrada obra el propósito de.esta crítica social, y en ocasiones polftica, adquióa los
. '9 /.V- ' ae-amzinga (Homo ludens) puesto que su análisis del elemento lúdi- perfiles de destrucción y renoYación que seõalara en su momento Mijaíl
. ;rz_(}" co centra en la alta . Bajtin. Y junto a ello, su capacidad de transformación, semejante a la
. . .'A. .t.n todo caso, lo que la h1stonadora norteamericana analizaba era que Hobsbawn percibiera en ciettos movimientos milenarístas, su adap-
. ir- e! juego carnavalesco, ese juego bajtiniano, y lo que recbazaba, en tación a las necesidades de la sociedad rural y t.arnbién a la mayor com-
"Çl Clara sinlonía con los referentes utilizados, era que pudiera presen- plejidad urbana, en la que los jóvenes dejaron paso a artesanos, merca-
tarse exclusivamente como una secularización de tradiciones perdi- deres, abogados o simplemente vecinos.
das en e! tiempo o como una simple válvula de seguridad que des- Este artículo de Natalie Zemon Davis, que como decíarnos apare-
viada la atención de los problemas sociales. La clave, para ella, se ci é en 1971, debe ser considerado como uno de los primeros pasos
resume en dos preguntas decisivas: lgué clase de agrupaciones son dados por la historiografia occidental de aquellos aüos en la larga
las que organízan estos juegos carnavalescos?, lCuáles son sus pre- serie de estudios dedicados al carnaval y a la cencen·ada, esas formas
lensiones? Como es evidente, la mirada etnológica que ba escogido culturales de rebeldía que iban más aliá o estaban más acá de la lucha
le conduce a determinados resultados, pero ello no quiere decir que sus por e! poder. Era una sensibitidad muy caracter1stica de aqueilos aõos
alejen, por causa de aquella premisa, de lo que hemos en que el sesenta y ocho había puesto de relieve la revolución cultu-
pod1do perc1b1r en los ensayos precedentes. De hecho, como ocunía ral, pero era tarnbién un momento en que ciertos marxistas reconsi-
con los ripógrafos, las llamadas abadias de mal gobiemo, nombre que se deraban e! papel de la Jucha política, de las clases populares, de! par-
daba a los grupos que se encargaban de organizar cencerradas y otros tido, y recuperaban formas alternativas de oposición ·que en otros
acws lúdicos, respondeu a una dinámica semejante aunque bajo otras ticmpos babrían parecido anacrónicas o fracasadas. Por otra parte,
condiciones. ese objeto nos permite entender de algún modo por qué muchos his-
En la sociedad mral de la Francia del Quiniemos, esas asociaciones toriadores encontraron en la antropología, como dijeran Tbompson o
eran ptincipalmehte juveniles y sus burlas, escarnios y licencias de Thomas, un estímulo para la historiografia: temas de estudio, pero
todo tipo no eran tanto expresiones de rebelión como recursos al servi- también métodos y perspectivas.
cio de la comunidad en general y de los jóvenes en particular: en suma, A diferencia de! ensayo anterior, con el que comparte un objeto
un tratamiento carnavalesco de la realidad. De esta manera. cualquier similar (ahora, e! significado de los símbolos en ese mundo lúdico),
.deri\'ación en violencia o desorden era un accidente, en tanto que esas el quinto de los capír.ulos dei vo]umen, «Women on Top», que fue

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publicado en Historia y género como «Un mundo ai revés: las muje- celebradas fue ia de la mujer en el poder (la woman-on-top), figura
res en el poder», se escribió ex projeso para la edición de 1975 y este que también tiene que ver con la inversión sexual, una forma de
hecho refuerza aún más determinadas constantes que hemos vistO representación cultural muy ex tc ndida en la literatura, en el arte y en
con anterioridad. Por un iado, hemos de sefialar e! uso provechoso de él mundo festivo. En ocasiones, la inversión suponía disfrazarse dei
perspectivas procedentes de otras disciplinas, en particular otra vez la sexo opuesto, pero también podía ser simplemente asumir los roles
anu'Opología (Van Gennep, Turner, Leach), pero también la sociolo- contrari es. P ues bien, éste es el objeto de! ensayo de Natalie Zemon
gía de la religión (Weber, Le Brass), sin olvidar a autores como Bajtin. Davjs, el estudio de ese juego de inversión sexual, en particular aquel
Como ella misma ha reconocido en A Life oj Learning, la década de que se basa en la imagen de la mujer discola. Para entenderlo, para
los setenta, que pasó en buena parte en Berkeley. fue la etapa en la escudrifíar este mundo a! revés, la autora parte de dos perspectivas
que leyé de forma compulsiva a los etnólogos, sin atender a sus múl- distintas. Por un lado, acude a las sugerencias ofrecidas por los antro-
tiples y variadas disputas, buscando respuestas distintas a Ias que !e pólogos, en particular a los estudios de Victor Turner sobre los ritua-
ofrecían sus hábitos de historiadora social. /\.hora bien, por otro lado, les de reversión dei estatus. Por otro, la autora recutre a las fuentes
no podemos olvidar el uso continuado de Ias reflexiones producidas !iterarias y a través de ellas nos mueslra el tipo de licencias que se
en el seno dei denominado marxismo británico, sobre todo los textos permitían. Sin olvidar que las diversas imágenes de tl·astomo sexual
de E . P. T hompson. Y, finalmente, tampoco podemos desatender la que estaban disponibles para las gentes de la ciudad, que podían
vertiente de género (feminista), algo con lo que habitualmente se aso- observarias en el teatro o en los libros, también estaban presentes y
cia a Natalie Zemon Davis. de modo diverso en las costumbres y en las fies tas populares.
Como en otras ocasiones, la autora utiliza en este capítulo dos Así, mientras que los rituales purificadores o los. elementos mági-
recursos para presentar su argumento. Por un lado, detaliar el contexto cos tenían escasa presencia en la literatura, cobraban una gran impor-
en el que se sitúa su objeto de investigación. Por otro, mostrar las diver- tancia en las festividades populares, junto con las funciones carnava-
sas interpretaciones que se han elaborado para, partiendo de ellas, lescas de mofarse de - o enmascarar- la verdad. Mientras que los
negarias o al menos proponer una cmTección significativa. En cuanto a escritos o las obras representadas incluían a menudo la imagen de la
lo primero, Zemon Davis inicia su texto recordándonos que el femeni- mujer actuando como un hombre o disfraz.ándose como tal, la inver-
no fue el sexo desordenado por excelencia y que, en parte, esta visión sión festiva privilegiaba al varón que asumía el papel de la
se basaba en las creencias sobre su propia psicología. Ya fueran los desordenada. Además, ese intercambio de roles se ha de relacJOnar
médicos que segufan la teoda de los humores o aquel!os otros que con las rnayores licencias que se permitían en la inversión carnava-
abrazaban nociones mecanicistas, todos concluían que la mujer era de lesca, licencias que eran usadas para decir la verdad. En todo caso,
temperamento frágil e inestable y que, por tanto, su inferioridad debía cabe senalar a este propósito que las mujeres tenían menos oportuni -
auibuirse a la naturaleza. Por eso mismo, sus desórdenes la podían con- dades que los hombres a la hora de participar en sus propias ti.estas de
duci.r a las artes demoníacas de la brujería. Así pues, una mujer dísco- inversión. De hecho, las confraternidades para jóvenes casaderas eran
la era un peligro y eran necesarios remedios que lo conjurasen: las ense- prácticamente inexistentes, y cuando aparecían estaban ligadas a la
fíanzas religiosas, e! trabajo honesto y, eu última instancia, las leyes. devoción religiosa.
Todo este arsenal explicaría que la sujeción se hiciera gradualmente (.Cómo influía esa inversión !iteraria y festiva en los roles sexua-
más profunda entre los siglas XVT y xvm y gue en esta última centuria les? Para los antropólogos y los historiadores de la literatura, no haría
muchas mujeres hubieran perdido parte de la personalidad e indepen- sino reforz.ar la esttuctura jerárquica de la sociedad de aquel tiempo.
dencia legales que con anteri oridad babían disftutado. Eso no signifi- Sin negar esta perspectiva tradicional, Natalie Zemon Davis afiade
ca, por otra parte, que no tuvieran un acceso informal ai poder o que no otras dimensiones. La conclusión que extrae es que ese mundo tra-
jugaran un papel en el ámbito económico, pero el carácter de esas rela- vestido olorga a la mujer. como persona y como madre, el derecho a
ciones se hizo más conflictivo. levantarse y a decir la verdad. y esa figura sirve para iegitimar tam-
Con rodo, dichas creencias sobre el temperamento femenino no bién el comportamiento desobediente de los varones. Por un lado, e l
só!o estaban en relación con la conducta de hombres y mujeres. Tenían disfraz liberaba a los hombres de la responsabilidad de sus actos y
que ver asimismo con los diversos usos del simbolismo sexual, e! quizá también del miedo a una vcnganza ultrajante para su virilidad.
cual si bien nos dice algo sobre la expcriencia social también refleja Ai fin y al cabo, s61o eran comportándosc de forma desor-
contradicciones en su interior. En ese contexto, una de las figuras más denada. Por otro. wnfiaban ai poder sexuaL a la energía de la mujer

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díscola y a las licencias que se le concedían, la defensa de la fertili- estas acontecimientos públicos acababan en disturbíos, ya fuera una
dad y de los intereses comunitarios en general, así como la denuncia misa, una prédica y sobre todo cualquier manifcstación callejera, en
de la injusticia. De ahí que esta figura fuera tan popular dentro deJ particular las procesiones y las fiestas. De ese modo se comprende
variado mundo de los rituales festivos. inejor el sentido que subyacía en esas charadas y motines, esto es, su
Un tenor parecido se obse!"\'a en el capítulo sexto, «Los ritos de la relación con los valores que identificao a una comunidad, algo tan
violencia», que vio la luz originariamente en 1973 en la revista Past importante que, por eso mismo, a menudo su defensa se manifiesta
and Present como «The Rites of Violence». En principio, los referen- de forma muy violenta, pero una violencia que, vista así, tiene menos
tes son los mismos y se mantiene incólume esa perspectiva antropoló- que ver con lo patológico que con lo normal.
gica, pero hay un matiz ligeramente distinto, un énfasis mayor en la Los capítulos séptímo y octavo, como el quinto, fueron escritos
histeria social británica y en E. P. Thompson en pruticular. ·En ese sen- para completar Sociedad y cultura, es decir, están datados en 1975. No
tido, conviene insistir en un aspecto que consideramos central. En
1971, en el mismo número de Past and Present cn el que la historia-
dora publicaba su texto «The Reasons of Misrule» se incluía otro ensa-
I conviene despreciar este hecho. En aquel momento, Natalie Zemon
Davis había publicado suficientes ensayos, muchos de eltos sobre la
· ciudad de· Lyon, como para poder cenar e) volumen sin tener que ela-
yo que marcaria durante afios ia forma de entender a Ias comunidades borar nuevos materiales. Si lo hubiera hecho así, habría·cumplido con
preindustliales: e! teJÇto de Thompson sobre la economía moral de la aquella plimera pretensión de estudiar por entero la urbe francesa. Que
multitud. Esa coincidencia estrecharía las relaciones entre ambos ini-
ciándose con ella una relación epistolar en tomo a la simultaneid;d de
sus respectivos temas a pesar de la distancia. Así ai menos lo sefiala
II. esta otra opción no significa que los ot.ros textos no tuvieran
entidad suficiente, sino acaso que la autora quería completar. los reta-
zos anteliores con otros que no fueran recunentes, que aportaran ele-
esta historiadora en respuesta a Denis Crouzet Por esa razón, dos anos mentos nuevos. Y así es, puesto que los dos últimos trabajos tratan de
después, Natalie Zemon Davis utiliza profusamente esta nueva pers- un aspecto no abordado previamente y que, vístos desde el presente,
pectiva, de la que se sentirá cercana a lo largo de su posterior trayecto-
ria académica y profesíonal. Por si esto fuera poco, en 1972, el propio
I son de una clara modemidad historiográfica: las relaciones entre las
culturas oral y escrita. En ese sentido, es lógico que haya una nueva
Thompson había publicado en Annales su conocido artículo sobre la olientación y que la referencía a la historiografia marxista británica sea
cencerrada, que llevaba por tín1lo <-Rough music: Le charivari anglais>,, sustituida, en este caso, por los estudiosos franceses, de Robert Man-
en el que usaba profusa y elogíosamenre «The Reasons o0v1isrule». En d.rou a Jacques Le Goff, pasando por MauriceAgulbon, Jacques Revel
cualquier caso, el objeto que perseguía Naralie Zemon Davis era dis- o los primeros trabajos de su compatriota Robert Darnton.
tinto ai de aquellos que como este autor -Georges Rudé, Eric Hobs- E! primero de estos dos últimos ensayos se mantiene dentro de la
bawn, Charles Tilly o Emmanuel Le Roy Ladu1ie- habían estudiado la cronologia que ya hemos repasado y se plantea de nuevo una pre-
violencia de la multitud en el contexto de los motines relacionados con gunta, en este caso la referida a la manera cómo la imprenta penetró
e! precio del grano y del pan o con los impuestos. en la vida popular de aquel siglo. Y la respuesta es de nuevo comple-
En consonancia con sus anteriores investigaciones, es el elemen- ja, porque no toma e! libro y ai pueblo como dos entidades evidentes,
to religioso lo que le sirve de hilo, es decir, busca comprender el sino que descompone ambos objetos para hurgar en las múltiples
motín religioso como tipo de àisturbio colectivo. Y de nuevo otra idea relaciones que se establecieron entre una cosa y la otra. Así, en el
ahora reforzada por el citado estudio de T hompson. Cató- caso de Ia cultura campesina, que era y siguió siendo básicamente
licos y protestantes se movían por la defensa de una doctrina verda- oral, lo esc1ito se abrió paso gracias a las veladas, las reuniones noc-
por la del cuerpo social que consideraban co1Tecta y jui- tumas que se acostumbraban a celebrar sobre todo en inviemo, aun-
CIOsa, pero tamb1én por la creenc1a de que su actitud era legítima y que la influencia de la lectura en voz alta fuera limitada y aunque el
d.e que no hacían otra cosa que sustituir al gobiemo inerme. En oca- peso de los relatos verbales la transformara. No ocurría lo rnismo en
Siones ocupaban el papel que le bubiera correspondido a un magis- las ciudades, en donde el acceso allibro era habitual y en donde
trado y a veces suplían la inacción de la autoridad eclesiástica, pero cualquier reu nión festiva de amigos o parientes podía dar pie a entrar
de uno u otro modo defendían su economía moral. Por esa mísma en el mundo impreso, sin olvidar espacios privilegiados para ese
razón, e! desencade.nante de las protestas no es unívoco, no es e! pre- menester como los talleres de imprenta o las asambleas religiosas que
CJO del grano, por c1tar e! motivo al que se suele apelar. Más bien hav promovían secretamente los protestantes. Ahora bien, aunque la
que referirse a los propios rituales religiosos. pues la mayoría mayor parte de esta literatura primitiva difundía hacia abajo ideas

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elaboradas por quienes estaban en el centro dei poder político o reli- servicio de la causa moderna. De este modo, la entrada de lo popular
gioso, Zemon Davis advierte que no hay que minimizar la influencia en la gran literatura se produce sacándolo de su contexto y morali-
de aquella otra que escribieron grupos más cercanos a la gente humil- zándolo, eliminando todo aquello que contradice los nuevos presu-
de. Esos pocos textos, y sobre todo su contacto con los productos puestos.
impresos, afianzaron en las clases populares tanto su realismo como Además, y a pesar de ese esfuerzo, e! siglo xvm verá el punto más
sus sueõos, tanto su identidad como su capacidad. de criticarse a sí bajo en el interés de las personas culta<> por ese otro mundo. Y es iógi-
mismas y a los demás. Es decir, no recibieron pasivamente esas lec- co que así fuera, porque los philosophes tenían como bandera incul-
turas, sino que se convirtieron en intérpretes activos. Las razones de car la razón, difundir la Cultura con mayúsculas y Inchar contra la
esa actitud independiente hay q•.le buscarias en aquello que la histo- superstición y el fanatismo. El proverbio que la gente común utiliza-
riadora norteamericana senala con reiteración. La fuerza de la cultu- ba profusamente no era, pues, más que una sucesi6n de ídeas defec-
ra oral y de los diversos modos cómo el pueblo (ya sean los campe- tuosas, falsas asociaciones y errores de todo tipo que era necesario
sinos, los anesanos o ese menu peuple, esa gente humilde que poblaba erradicar. Si ellos los utilizaban o estudiaban era s6lo porque necesi-
las ciudades, a quienes se refiere una y otra vez para rescatar una taban comprerider ellenguaje del pasaçlo y porque se habían de diri-
designación histórica) se organiza socialmente son suficientes para gir a esas gentes anticuadas, ingenuas e incultas que los usaban. Con
resistir cualquier intento de corrección desde arriba, pues ellos pose- eso !legamos a princípios del Ochocientos, cuando cuajó esa idea
eu sus propios valores sobre el mundo y se manifiestan de variadas latente en los reformadores según la cual el pueblo estaba aún en un
formas para defenderias. estado primitivo que necesitaba ser mudado en progreso: el pueblo
Distinto es el último de los capítulos que componen Sociedad y cstaba equivocado, atrasado, pero valía la pena darle .lecciones. Ade-
cultura, y ello aunque e! objeto sea similar al que le precede. En esta más, puesto que e! progreso baría desaparecer aquel mundo, era
ocasión se adopta una mirada que no había aparecido con anteriori- necesario recopilarlo, describirlo antes de que fuera demasiado tarde.
dad, puesto que se privilegia una perspectiva diacrónica. La forma En resumen, este texto de Natalie Zemon Davis propone varias lec-
cómo la literatura afronta y recoge la sabiduría proverbial y los eno- turas. Por un lado. mostrar la crecJenle dtsfancta que se fue creando
res populares -pues éste es el objeto dei último capítulo- se estudia p;pular, básicamente oral, y la cultura escrita de las_
abora a través de distintos cortes cronológicos que vau desde e! siglo xv otro, y a la vez, enseíi.arnos que el uso de esas
hasta princípios de! XIX. Pero en todos los casos bajo una misma ópti- colecciones como fuentes para el estudio de aguel mundo ha de
ca: la manera cómo las personas ilustradas recogían y presentaban Ja hacerse con tiento, precisamente por el alejamiento y la descontex-
infonnación relativa a esos dichos populares. Hasta el siglo xv1, pro- tualización con que los productos impresos trataron a sus referentes
verbios y costumbres fueron tomados por nobles y clérigos como orales. De todo ello se deduce finalmente la dificultad a la que se
parte de su mundo y no parece que fueran relegados pues nadie esta- enfrentan quienes, como ella indica, pretendeo ser «historiadores de
bleció entonces un monopolio exclusivo sobre la sabidutía. Todo esto la cultura popular de la Europa preindustrial».
cambiá en el Quinientos, cuando el interés por esas manifestaciones Visto desde hoy, el libro de ]iaJ:alie. Zemon Davis puede ser juz-
aumentá, pero bajo un nuevo prisma: interesaba más el estud'io de la gado muy favorableménte -ccmio un clásico de los setenta gue aún
lengua francesa que la culrura popular, de forma que las colecciones conserva vigencia. Entre otras cosas, ayudó a introducir y a difundir
que se publicaban venían a marcar la distancia que existía entre unos perspectivas, enfoques y objetos históricos _gue por entonces
évtdentes o que s mip!IDTíente se ignoraban, como es el caso del géne:-t!
y otros. Les interesaban sus recursos lingüísticos en lo que pudieran
contribuir a dar forma y lustre a la lengua de! reino, pero no su sus-
trato de actitudes y creencias. Por eso se adaptaban al buen gusto cor-
ro. Ayudó también a hacer más fluida la relactón de la OlSCtp1ína con
'râ'antropología. al tomarla como estímulo analítico, como acicate \
I
tesano, eliminando todo lo que se consideraba impropio, con lo que interpretativo: una forma de mirar los objetos, de hacerlos manifies- ·
sus funciones sociales primarias quedaban silenciadas. La actitud tos, más aliá de los hábitos y de los temas comunes del historiador.
ilustrada hacia lo popular se lomó más crítica aún a lo largo dei siglo '\'VII. Pero, además, Sociedad y cultura esbozaba igualmente una fonna de
acentuando la distancia social. hasta el punto de que se imprimió un escritura que. después, se impondría entre los mejores autores de la
menor número de obras de este tipo. Y sin embargo es a fines dei Seis- histmia cultural: aquella que hace de! tono narrativo su modo de cap-
cie ntos cuando publica Charles Perrault su celebérrima obrh, pero tar al lector. aquctla que. hacc del acto de comunicación un momento
éstu no es sino un intento de rehacer la tradíci6n oral para poncrla ai clave de !a investigacióP E r. los agradecimientos que acompnnar. al

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volumen, Natalie Zemon Davis rinde tributo a su esposo por haberle III
aconsejado economía en la expresión y por haberle exigido que prac-
ticara el arte de la persuasión. A hora bien, ellibro sólo esbozaba esta
preocupación propiamente !iteraria, esta atención ai relato y ai domj-
nio de lo escrito. i, POr qué razón? Porque este hecho narrativo se con-
sumaría y se llevaóa hasta sus últimas consecueocias más tarde, EL TALLER PARISINO
cuando la propia autora enfrentara la posibilidad literal de contar una
historia, de tratar un caso particular en el que aunar imaginación y
pruebas, documentación y evocacióu, algo que ya estaba presente
entre aquellos grandes historiadores de los que Zemon Davis se sen-
tía muy cercana: Thompson y Hobsbawm.
i,Natalie Zemon Davis? La influencia del marxismo británico entre
los historiadores culturales que hemos identificado (Davis, Burke,
Darnton, Ginzburg o Chartier) no se reduce a esta autora nOiteameri-
cana, aunque pueda ser ella e! engarce entre dos generaciones de inves-
tigadores de diferente edad: es e!la quien mejor y más tempranamente
se vincula a dicha tradición. En realidad, el cambio que los Hobsbawm, PARfS, CAPITAL DEL SIGLO XX
Williams o Thompson favorecido afecla a una generalidad de
autores y a varias generaciones de estudiosos. Asf pues., que algunos de Los historiadores que hemos escogido reúnen la circunstancia
los historiadores culturales no rindan un homenaje expreso a esos pio- común de haberse inspirado en la historiografia francesa e incluso de
neros o no los reconozcan como sus maestros no significa que estén tan haber tomado la Francia moderna como objeto principal de sus inves-
alejados de lo que aquéllos hicieron. Evidentemente, en los anglosajo- tigaciones. Este último aspecto no es meramente circunstancial o irre-
nes esa influencia es mayor. Sirva como ejemplo que Peter Burke levante, puesto que el estudio de esta cultura les ha obligado a com-
recordará de manera explícita a Raymond Willíams al parafrasear el partir o a discutir los presupuestos de la disciplina, los objetos particulares
rótulo de uno de sus libros (Culture and Society) en el epígrafe que que tratan y su relevancia o los procedimientos metodológicos que uti-
daba título a otro de los suyos (Culture and Society in Renaissance lizao. En otros casos, quizá esa coincidencia de historiadores no obli-
ltaly). Ahora bien, ese clima de fondo que reinaba en la historiografía gue a enfrentarse y a asumir las discusiones propias dei país investiga-
britânica en los aiios sesenta y setenta no es suficiente para entender a do. En cambio, eso no ba ocurrido entre aquellos que, procediendo de!
dicho grupo de hist01iadores culturales. De hecho, hay un indicio fun- mundo anglosajón o de otros lugares, se ban adentrado en la cultura
damental en la obra de Natalie Zcmon Davis que nos puede ayudar a francesa. La razón es evidente. De existir una esctiela historiográfica,
raslrearlo. Como hemos visto, el objeto de estudio estaba localizado con sus centros de invesligación, revistas, promoción, difusión, etcéte-
expresamente en Francia. i,Por qué una historiadora norteamericana se ra, ésta seria, sin duda, la de los Annales. Las razones de este éxito son
ocupaba de temas europeos? En realidad, ese becho no era tan excep- múltiples y sobradamente conocidas, puesto que existen numerosos
cional, a pesar de la condición pionera de esta investigadora, y sus cole- estudios sobre su significado, su trayectoria, sus disúntas épocas y su
gas también tomarían la sociedad y la cultura fnmcesas como objeto de peso dentro de la disciplina. Pero un par de cosas han sido decisivas
estudio, como marco general de sus análisis o como estímulo historio- en el conocimiento internacional de esta corriente.
gráfico de sus respectivas investigaciones. Pero és te es otro asunro, por- La primera, la creación de la Sección VI de la École des Hautes
que Paós y su revolución historiográfica serán absolutamente decisivas Études, que a partir de 1975 afíadiría a ese nombre el predicado en
en el desmroUo de la histeria cultural. Sciences Sociales (EHESS), y por tanto el apoyo institucional recibi-
do de! Estado galo para la investigación y difusión de las obras his-
tóricas. El segundo aspecto ha sido la tarea de promoción de la cul-
t'Jra francesa en e! extranjero. Y ello se ha logrado con distintos
medios: la subvención de traducciones a otras lenguas, las becas de
viaje y de intercarnbio de universitruios. :a implantación de distintos
I
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!
centros e instituciones en múltiples países, etcétera. A este conjunto oír en la esccna pública, ue supieron presentarse ante sus conciuda-
ele iniciativas, que se desarrollan dentro y fuera de la República, sele con legitimiclad y con oltat(e, Zola o Sartre
ha denominado Élat culturel. Consiste, entre otras cosas, en la inter- son los nombres propios de esa tradici ón, son los nombres que se nos
vención activa y en el desembolso de grandes capitales para el culti- antojan comunes y. evidentes de aquellos que hicieron valer su cuali-
vo de la virtud republicana,.en la difusión de sus valores, un patri- dad !iteraria o el respeto que su pensamiento merecía para hablar de
monio que se ve como herencia universal y en el que se inviene para otras cosas, para enjuiciar la actividad política o para alajar los desas-
obtener réditos materiales y simbólicos, relativos a su posición cultu- tres colectivos. Levantaron su voz, se empecinaron en causas justas o
ral y geopolítica en e! mundo. equivocadas, irritaron a los poderes o lograron el aplauso ele los ciu-
Desde hace muchas décadas. Francia ejerce una suerte de tutela o dadanos, pero nadíe les disputó el papel que desempefiaban. A fina-
atracción intelectual. Los aJbores de la contemporaneidad son franceses, les de los aiíos cíncuenta, en el momento en que la guerra de Argelia
la gloriosa Revolución que dio inicio a nuestra época es francesa, los estaba conmoviendo a los franceses, cuando se cruzan manifiestos a
grandes debates políticos que definieron e! liberalismo de! Ochocientos favor y en contra, cuando se hacen públicas posiciones extremas
son franceses. En fin, como bellamente nos advirtió Walter Benjamin, sobre la liz,a que envuelve a la colonia, Sartre adopta la voz más radi-
París es la capital dei siglo xrx, el núcleo en el que se concentran las cal, la voz que más incomoda ai Gobierno francés. El diario Paris-
novedades de la centuria, el escenario de las revueltas, de los conflictos, Jour tituló aquel día: «De Gaulle: Je pardonne à Voltaire, mais pas
de los choques más violentos y llamativos, la ciudad de los passages en au.x serviteurs de l 'État>>.
la que se introduce y se inaugura el confort, la ciudad de Haussmann y Esta generosidad soberana, este gesto de apaciguamiento gaullis-
dei desorden, dei trasicgo. Qué mejor descripción, en efecto, del París ta, constituía la plirnera etapa de la canonización de Sartre, apostilla
de aquel tiempo que la que nos diera Walter Benjamin. Lo que él nos Annie Coben-Sollll, su biógrafa. No hay hipérbole en estas palabras,
relata no es otra cosa que retazos, fragmentos de interior a partir de la hay casi una descripción literal de los hechos, del encumbramiento de
vida contenida en las galerias comerciales, en las grandes avenidas o Sartre y dei papel que se Je tiene reservado a los intelectuales en
dentro de cuaiquiera de sus casas. Aunque el Novecientos haya confir- Francia, dei respeto que se merece un bien que es patrimonio nacio-
mado la hegemonía estadounidense, lo cierto es que de París aún se nal y que se exporta. En efecto, a no se le encarcela, puesto
espera cl hallazgo, la novedad que choca y que se acoge, que deslumbra que una agresión a la figura egregia dei intelecrual abate los cimien-
y que incomoda. Las vanguardias del arte, las modas en la indumenta- tos de la política francesa, de ese Estado cultural, dei hechizo gue
Iia, las reivíndicaciones politicas o el mandarinato cultural que Francia provoca lo parisino allí y fuera de allí. Las muertes de Jean-Paul
exporta y que son logros de la inteligcncia y de la audacia ejercen toda- Sartre, de Roland Barthes, de Michel Foucault y de otros grandes
vía un efecto de sentido sobre el resto de los occident.alcs, y en especial autores a comienzos de los aiíos ochenta, el silencio y posterior falle-
sobre aquellos países que le son próximos o vecinos. Desde 1789, una cimiento de Louis Althusser y, en fin, el repliegue de otros, han
creencia común nos hace aceptar lo francés como dotado de universa- un vacío evidente en la Francia actual. 1ànto es así, gue las revistas de
lismo, y sus gestores, sus intelectuales y sus innovadores se empenao en pensamienlo y los sernanarios se preguntan periódicamente, desde hace
presentarse ante el mundo como portadores de un mensaje ciertarnente varias lustros, qué ha sido de la cultura francesa, qué ha sido de la figu-
mundial. Los contemplamos con admiración o con antipatia o con envi- ra àel intelectual, de ese mandarí.n que en los aledaiíos del Estado, en
dia y, cn efecto, de ellos apreciamos su tradición y su audacia, su inteli- la cátedra o en la tribuna de prensa manifiesta su incomodidad, su desa-
gencia, su temeridad, su arrogancia, su suficiencia, su atrevimiento o su zón y, adem<í.s, lo hace invocando los princípios republicanos. Pero
olfato. En fin, Pruís es bastante más que una ciudad universitaria, bas- estas pérdidas sólo son un hccho reciente. Hasta hace unas pocas déca-
tante más que Oxford o Cambridge, como confiesa Peter Burke a! ser das, ese patrimonio se hacía valer universalmente.
entrevistado por Maria Lúcia G. Pallares-Burke, y su capitalidad ofi·ece Así pues, la Francia de la última posgucrra fue, en efecto, una grai]_
no sólo la Sorbona o el Coilege de France como centros académicos, productora d'ê"pei1sãmientoJie.
sino todo un muestrario de instituciones culturales y de personajes que ':§_hâsta
deslumbran al transeúnte. decíf,lõêl'ã epoca dei dei estruç,.:_
Por eso, una ·uslísima, podríamos decir ue la. turaiismo v dei marxismo;ãsnOmõ
intelectual es propiamente mejor, es uno Quien se ha acercado a Annales sabe inmediatameme que lo que se
- ·- ____ ________
..encamado
.. en autores que suE_ieron... hacerse ver y debate allf snpone àe alguna manerél dialogar con todos los pensado-

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res franceses, con esos intelectuales que se erigen en conciencia de la cente Minelü lo lleva a la pantalla grande con éxito mundial. La
República. Quien ha frecuentado sus páginas sabe que los historiado- música de Gershiwn y la coreografíá de Gene Kelly expresaban de
res gaios toman a los filósofos, a los sociólogos o a los antropólogos manera plástica el atractivo que los cafés, los bulevares y las gentes
como sus interlocutores o como sus contendientes. Y esto no só lo por- de aquella capital tenían.
que en aque!la revista haya· referencias a esos maltres à penser, sino
porque éstos fueron requeridos para publicar o para encabezar núme-
ros que renían que ver con lo que ellos mismos abordaban o inspira- LAS AFINIDADES ELECffVAS
ban. (.Puede un investigador leer a los grandes hislotiadores franceses
f siD. encontrarse directa o indirectamente con Claude Lévi-Strauss, Realizar e! sueõo de visitar Paris no era diffcil, al menos para los
Michel Foucault, Roland Barthes, Piene Bourdieu o con Paul Ricoeur? estadounidenses, habitantes de un país gue se imponía hegemónica-
(.Puede uno adentrarse en las páginas de Los reyes taumaturgos, de mente y que disfiutaba en los aiios cincuenta de una época de esplen-
J Marc Bloch, sin oír la resonancia de Émile Durkheim? dor económico y material. Por ejeroplo, el historiador Robert Darnton
Por tanto, no debe sorprendernos que historiadores como la esta- da cuenta 'de eso mismo en uno de sus textos más C()nocidos, inclui do
dounidense Natalie Zemon Davis, el inglés Peter Burke, el italiano finalmente en The Kiss of Lamourette. Allí, insiste Uteraimente en que
Carlo Ginzburg o el norteamericano Robert Damton hayan llegado a la proliferación de b<>veas, la aparición de los vuelos chárter y e] domí-
Francja en un detenninado momento de sus vidas para visitar sus nio de un dólar fuerte hicieron que a los estudiantes americanos, como
archivos, inspirados por el cosmopolitismo, o hayan llegado atraídos a cualquier otro turista, les fuera muy accesible realizar viajes al conti-
por la influencia de aguella escuela o por invítación institucional. nente europeo y, en su caso, completar su formación académica. Pero,
Sean cuales fueren sus razones, lo cierto es que todos ellos empeza- además, Damton sefiala otros aspectos gue nos informan de los mutuos
ron o acabaron i nmersos en las discusiones que esta revista generaba préstamos culturales que se daban en aquel periodo, en patticular inte r-
y en las controversias en que el pensamiento francés se difundía. En cambies historiográficos. Así, cita la influencia de E. P. Thompson y de
efecto, esas discusiones no se agotan en las cuestiones propias de! ia histeria social británica, pera. sobre todo resefia la condición de
quehacer cotidiano del historiador, sino que han ido más allá y han misioneros de algunos franceses, que empezaron a viajar a los Estados
establecido un debate cosmopolita que debe mucbo a la circunstan- Unidos, gracias muchas veces al prbpio patrocínio americano, ayudap-
cia europea de posguen·a. Por un lado, a pesar del convulso pasado, do así a crear ..de...la._tradición
o precisamente por él, italianos, ingleses u otros continentales com- localizados en Pri!lÇ.eJ.On,.Ann Arhor.o Binghamton.
partían en aquel tiempo ese sentimiento creciente de unidad cultural contexto, la revista Annales y su entorno institucional se
europea. Pero es que, además, dicha vivencia no excluía a los ameri- convirtieron en un polo de atracción y con ella se difundieron debates
canos, sino que intensificaba los contactos en ambos lados del Atlán- propiamente historiográficos e intelectuales de gran repercusión. Des-
tico, contactos ya antiguos gracias a las fundaciones Rockefeller o de antiguo, esta publicación había proclamado su fe en la interdiscipli-
Forçl y renovados tarobién con los apoyos dei Gobierno estadouni- nariedad y había fomentado, pues, aproximaciones a las disciplinas
dense en una época de Guerra Fría. Entre los numerosos testimonios cercanas, a aquellos saberes vecinos de los que podían obtenerse méto-
que podrían aportarse, hay muchos que son suficientemente conoci- dos, técnicas u objetos. Ahora bien, más allá de esto, Paris, esa capital
dos y de diferente signÍficación, unos de corte intelectual y otros con cultural, ha sido un escenario privilegiado para el debate de ciertas
un sentido más popular. Del lado francés, entre otros, se podrían citar, cuestiones que ban trastornado e] mundo filosófico. Por edad, por
por ejemplo, los vínculos de Fcmand Braudel con esas fundaciones generación, estos historiadores culrurales, los Burke, Cbartier, Dml1-
norteamericanas, tal como ha analiza.do Giuliana Gemelli; o los inten- ton, Davis o Ginzburg, llegaban a su madurez intelectual en los anos
tos de Raymond Aron de reconstruir puentes entre ambas orillas del sesenta y setenta, justamente en un momento de gran agitación y con-
océano a pesar de las diferencias que provocaba el atlantismo, tal troversias en París y, desde allí, en parte difundidas al resto de la cul-
como podemos 'leer en sus Memorias. Del otro lado, quiz.á la mejor tura occidental. Prácticamente no bubo certezas que no fueran puestas
prueba, la más popular, del he.chízo que la capital francesa provocara en discusión. hasta a salvo del 1
entre los estadounidenses fuera la de George Gershwin. Como se debate se conv1rtJ.eroilei1õb cto ãe cnt1ca o de 1mpugnacton y asuntos il\
sabe, ese encanto le había hecho componer en 1928 Un americano en ' asa · rei · o oue simplemente ha 1an sido
PGrfs, un encanto que se renueva en los anos cincuenta, cuando Vin- o una centralidad crecientes. 1

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Se discutia en aquellas fechas sobre el sujeto y aparecían las fica italiana y la francesa. Además, en este sentido, es bien conocida
· i$
_{i
41 lasmujeres; se impugnaba la legitimación del Estado. se radicalizabal).
y
formas de hacer política; se rechazaba la sociedad burguesa y se
la relación gue en ios anos setenta mantendría Ginzburg con Jacgues
Le Goff, cuyo seminarió parisino -como veremos más adelante-
<li reclamaba la subversión de la vida cotidiana; se cuestionaba la auto- habría de convertirse en un polo de atracción de los historiadores más
Jf !1idad y se socavaban las jerarquías; se apoyaban los procesos .de des- inquietos de aquel momento. Allí acudiría este investigador ]taliano,
1 colonización y, en fin, se repensaba el modelo de. cultura occ1dental. pero también estos otros autores de la historia cultural cuya renova-
1
Eso no sólo ocurría en Pruis, desde luego, dado que en Estados Uni- ción se estaba gestando por entonces.
dos la revuelta cultural contemporánea había comenzado cone! rock. Sabemos, por otra pa1te, que Robert Damton estudió periodismo,
Pero la capital francesa fue el lugar en donde mayor trascendencia una profesión con mayor prestigio en los Estados Unidos que en
adquirió, ai menos para eJ continente europeo. Por eso, algunos de Europa, vinculada a las humanidades, y que le llevaría indirectamcn-
estas historiadores se habían formado intelectualmente estableciendo te a París. Según le revela a Maáa Lúcia G. Pallares-Burke, cuando
evidentes vínculos con la cultura gala, antes inc luso de sus estanc ias en 1963 realizaba su tesis en la vieja Universidad de Oxford, se dio
académicas en París. de bruces' con la huella de uno de los líderes de la Revolución fran -
Sabemos, por ejemplo, que la familia de Ginzburg siempre se sin- cesa, Jacques Pierre Brissot.· Le sorprendió particularmente la refe-
tió cercana a su literatura, a esos escritores de la tradición francesa rencia a las numerosas misivas que este último había escrito o recibi -
que, como Proust y los clásicos de la novela de aquel país, fucron do, ai parecer un caudal in formativo copioso sobre la Francia
algunas de sus lecturas más comunes, significativas. El ámbito fami- finisecu lar. Ha de recordru·se que las cartas en el Setecientos no sólo
liar Je facilitó esa aproximación, entre otras cosas porque la editorial vinculaban personal o afectu'osamente a los corresponsales, sino que
Einaudi, aquella de la que su padre fue cofundador y aguella en don- eran, además, uno de los medios más frecuentes de difusión de la
de su madre sería asesora, era probablemente un núcleo de sensibili- información. Que un estudioso como Darnton, preocupado por el
dad y de afinidades afrancesadas. Proust le vino a Ginzburg de su periodismo, pudiera ncceder a ese patrimonio epistolar era toda una
madre, corno ha confesado en repetidas ocasiones, y desde entonces promesa. Sin embargo, cuando la estancia oxoniense acabó, Darnton
y gracias a ella aprendió dos cosas: de un lado, el aprecio por una cul- vo!vió a su país empezando a trabajar como redactor en la sección de
tura, la gala, tan influyente, tan decisiva, en el Piamonte turinés, en sucesos en el New York Times, cosa que se prolongá entre 1964 y
donde nació y vivían; de otro, la admiración por los grandes narra- 1965. Así, este futuro historiador comenzaría ejerciendo de publicis-
dores, tantos de ellos franceses, desde Ba!zac hasta Raymond Que- ta, siguiendo una tradición familiar gue había iniciado su padre, aguel
neau, pasando por Flaubert. Hacia mediados de los ai'ios cincuenta, aguerrido .periodista que murió en combate y al que ya hicimos alu-
revel a Ginzburg en el prefacio de Mitos, emblemas, indicias, «yo leía sión , y que siguieron si.l madre y su célebre hermano, e! escritor John
novelas; la idea de que pudiera llegar a convertirme en historiador ni Darnton. Sin embargo, aquel hallazgo oxoniense acabada por impo-
siquiera me pasaba por la cabeza>>. Algo muy semejante a lo que el nerse, llevándole, según confiesa, a trasladarse tiempo después a la
propio Hobsbawm indica en su autobiografía, cuando celebra ba las localidad suiza de Neuchâtel, en cuyo archivo se guardaban la corres-
ficciones y la escritura narrativa como algo propio, personal, pero pondencia de Brissot así como miJes de cartas de aquel período. Pero
también característico de sus colegas más próximos. Sin embargo, ese depósito documental, Jejos de reforzar su idea inicial de hacer una
fin almente Ginzburg se hizo historiador. biografía de dicho personaje, le orientó en otro sentido.
En ese sentido, alguno de los maestros de profesión a quienes más Su objeto, gracias a esas otras fuentes epistolares, pasó a ser el
debe, como Delio Cantimori, estaban estrechamente ligados a Anna- gran libro dei sigla xvm, la Enciclopedia, examinada como si de un
les. Por eso, no es extrmío que uno de los primeros artículos de Ginz- enigma se tratara a través de las cartas que sus contemporáneos, res-
burg versara sobre Marc Bloch. en concreto el que apareciera en ponsables o destinatarios, se dirigieron. Sus primeros artículos datan,
1965; no es tampoco insólito, pues, que en 1973 pro1ogara la edición pues, de la segunda mitad de los sesenta y, además de aguel tema,
itali ana de Los reyes wumaturgos, un clásico de la historiografía que, toman el París de 1789 como asunto, pero haciendo especial hincapié
precisamente, volvía por entonces a rceditarse o a traducirse en las en la historia policial de aquel tiempo. es decir, prolongando el inte-
ler.guas europeas; o que en 1979 fuera coautor de una célebre ponen- rés que como periodista de sucesos había cultivado poco tiempo
cia. tituiada entre nosotros «EI nombre y el cómo», dedicada a estu- atrás. Desde cntonces, loda su producción historiográfíc11·está centra-
diar 01 intercnmbio que se habría dado entre la tradición historiográ- da en Francia o tiene como motivo ei enciclopedismo. los intel&tua-

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les y, en fin, los debates, las noticias, los rumores, la literatura sub- que procedía de París, como Maiguashca, que había estado en con-
versiva y la agitación cultural. Desde entonces, sus múltiples lecturas tacto con los miembros de esa corriente y que conocía sus interiori-
Ie llevarán tambíén a frecuentar las obras de Annales y a ser conside- dades, algunas de las cuales, las lucbas por la hegemonía, eran anti-
rado uno de los máximos exponentes de esta corriente en suelo ame- páticas para e! propio Burke. Por eso, ha dicho en más de una ocasión
ricano. E! propio Darnton nunca se ha sentido incómodo con esa que entró en Annales de la mano de un. discípulo latinoamericano de
identificación, sobre todo porque le asocia con algunos de sus auto- Pierre Chaunu, ese de la historia serial. Pero, para todos
res predilectos . Sin embargo, de todos ellos hay uno indiscutible: nosotros, es conocídísimo el manual de introducción a lo que Burke
«for anyone working on French history our god is, of course, March mismo llama La revolución historiográfica francesa, publicado en
Bloc», le revela a Pallares-Burke, y ello no sólo por razones políticas, 1990, obra que fue posible gracias a aquel temprano
por el coraje de Bloch frente ai fascismo, sino por haber escrito algu- to y a los estrechos !azos que había mantenido y mantcndria con algu-
nos de los textos más origínales de todos los tiempos, en particular nos de sus más destacados representantes, incluído Fernand Braudel.
Los reyes taumaturgos. AJ menos en este punto, Darnton coincide Sin embargo, a pesar de este aprecio, a pesar de que se Je c<;msidere
plenamente con Ginzburg. la principal conexión británica de los Annales, é! se toma por un out-
Sabemos que Peter Burke, que había iniciado sus estudios en sider; un inglés que observa con simpatia y con distancia a sus cole-
Oxford, llegatia a la cultma historiográfica francesa en fecha pareja gas de! continente, hasta el ponto de admitir que no tiene muchos
a los de los orros autores que hemos citado. Cuando eso se dio fue amigos entre los franceses. Ahora bien, interrogado por su esposa
para él todo un descubrimiento. Su maestro había sido un Keith Tho- acerca de las lecturas que recomendaria a un futuro historiador, su
mas todavía muy joven, ese académico fuertemente iufltiido a su vez primera elección, como en el caso de Ginzburg o Damton, vuelve a
por Christopber HiU. Oyendo a Thomas, confiesa Burke, creía escu- ser Marc Blocb, también el Bloch de Los. reyes taumaturgos.
char e! eco de! propio Hill. EI caso es que este joven profesor le Sabemos, no obstante, que de todos los mencionados fue nueva-
oríentó hacia la historia dela cultura y de las religiones, su especia- -mente Natalie Zemon Davis la pionera, la primera que llegó a Francia
lidad. A principias de los anos sesenta fue cuando Burke descubrió con fines académicos, así como la que antes comenzó a publicar textos
los Annales, justamente en la Universidad de Oxford, en el Saint An- enmarcados en su período moderno, según vimos. En efecto, fue en la
tbony's College. Ese hallazgo le llevó a sentirse identificado con los primavera de 1952 cuando ella se ti-asladó a Lyon con cl finde acopiar
padres fundadores de aquella revista, sobre todo porque el tipo ele material par·a su tesis. Allí pasaría seis meses, justo antes de que, a la
historia contra el que Juchaban era precisamente el que aún domina- vuelta, los agentes de! FBI le confiscaran el pasaporte. Sin embargo,
ba en las aulas inglesas. De hecbo, Burke le ha confesado a su espo- ese interé$ por la cultura frar1cesa le venía de antiguo, de su época de
sa, Maria Lúcia G. Pallares-Burke, que tuvo en mente trasladarse a estudiante. Cuando ingresó en el exclusivo Smith College, de North-
estudiar a París y que, aunque finalmente lo desechara, su primer ampton (Massacbusetts), un célebre colegio femenino fundado en 1871,
libro intentaba seguir ese modelo. ;.A qué modelo se refiere? Parti- pudo acceder a una de las plazas que se ofrecían en la Maison Françai-
, cularmente, a lo que en los Annales se llamó historia serial Afios se, y esa oportunidad la puso en contacto con dicba cultura. Como ella
después, el propio Burke definía esta expres1ón, que tanto le sedujo, rnisma reconoce en A life of Learning, aquello fue un privilegio que le ·
';f- diciendo que era una fórmula empleada originariamente por Pierre permjtió descublir a los grandes nombres de entreguen·as y
.0 X · Chaunu, retomada inmediatamente después por Femand Braudel y y discutir vivamente sobre Ias obras y las ideas de André Gide o de
j;' [f utilizada para designar e! análisis de tendencias en la larga duración. Albert Camus, de Jean-Paul Sartre o de Marc Bloch. Ese hecho, esa
Es decir, la la corta duración, a la his:- mezcla, es muy propio de la cultura intelectual parísina, esa hibrida-
por los narrativos ingte:-· ción de referencias !iterarias, filosóficas o históricas. La joven Natalie
ses, gracias a uestudio delas continuidaâes- discontinUldades a Zemon Davis aprendió con Marc Bloch que un historiador puede ser
as permitia al historia or también un héroe, aiiade en A life of Learning. Esa admiración la llevó
act1vamente en la elaboración de su marco temporal. ai punto de decidir que si el último de sus hijos hubiera sido varon,
Por aquel entonces, además , el puro azar Hevó a Burke a compar- entonces le habda puesto Marc Bloch, así, con el apellido incluído
tir Collcge con el futuro historiador ecuatoriano Juan Maiguashca. como segundo nombre, según le confiesa a Denis Crouzer en una
Como él ha reconocido, no era lo mismo baber leído a Femand Brau- reciente entrevista. A la postre, ese pat.imonio de intelectuales, esos
del. seguirlo a través de sus obras, que conversar a diarío con alguien ejernplos sobresalientes, la llevarían a su vez a la Francia real y a su

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pasado, a ese inmenso patrirnonio que la deshunbró. Por eso, ingenua velocidad y de intimidaciórl'llevada a cabo por las tropas enemigas.
y equivocadamente, cuando llegó a Lyon empezó a dar vueltas por la Pero, en segundo lugar, es un libro justamente valorado por ser un
c iudad. esperando encontrar en cualquier plaza el inevitable monu- análisis detallado de la contribución de la sociedad civil a aquel
mento que, seguro, tendda el héroe Marc Bloch. Lo que halló fue otra desastre. Efectivamente, lejos de reprochar a la Francia castrense la
realización escultórica que homenajeaba a todos los fusilados. Pero exclusiva responsabiliclad de la derrota, el ciudadano Marc Bloch
Francia, como finalmente admitirán Davis y sus colegas, no sólo era la hace un examen de conciencia y aborda una a una las razones de la
gastronomía, los intelectuales, e! arte, el pasado o Iafinesse de la polí- parálisis, dcl desistimiento: desde la educación hasta e! funcionaria-
tica, sino Lambién Vichy o Klaus Barbie. do, desde la burguesía hasta los obreros, todos los factores decisivos
del declive francés son expuestos. Pero, tal vez, lo que de ese libro
más ha llamado la atención es el arrojo, el coraje resistente de un ciu-
EL MITO DE MARC BLOCH dadano que era ya una persona de edad y un académico bien instala-
do y apreciado cuando hacía este llamamiento clandestino, una exal-
Hemos realizado brevísimos esbozos biográficos de estos histo- t.ación de la fiereza g uerrera frente al invasor, dei derramamiento de
riadores, de su deslumbramiento por Ft·ancia, bosquejos muy impre- sangre inevitable.
cisos o incompletos, pero en todo caso hechos a partir de sus propias En definitiva, lo que ha admirado a tantos, y tantos han celebrado,
declaraciones. por ejemplo las. que se recogen en The New History. es el patriotismo de un judío laico, un ciudadano nacido en una fami-
Confessions anel Conversations, de Maria Lúcia G. Pallares-Burke. Jia mosaica pera ajeno a las creencias religiosas, un francés para quien
De todo e! patrimonio cultural francés, ;,qué destacao, en qué coinci- no ·hubo problemas de doble fidelidad o pertenencia, porque su tradi-
clen? Hay numerosas. afinidades electivas, por supuesto, pero la úni- ción hebraica no era contradictoria con su identidad nacional. Ésta es,
ca constante, aquello por lo que profesan admiración cívica e histo- por otra pa11e, una condicíón que muchos judíos ban afirmado, incluso
riográfica, es March Bloch, y ello por dos razones: por haber sido un tras la fundación dei Estado de Israel. Una condición que, para el caso
resistente que murió torturado ante el ocupante nazi y por baber sido que nos ocupa, podtía predicarse de Natalie Zemon Davis o Carla
el autor de Los reyes taumaturgos. Son importantísimas estas alusio- Ginzburg, y de forma más lejana de Peter Burke, cuya madre nació en
nes porque su reiteración es reveladora de la idca que estos autores el seno de una família de ascendencia hebraica. Pero todos ellos ven
tienen de su profesión y es indicio claro de cuál sea el referente fran- también en Bloch ai resistente, ai luchador que no se amilana ante la
cés más remoto e indiscutible de la historia cultural. fiereza y la tecnología bélica del invasor, una figura épica, de dimen-
Como se sabe, el capitán Marc Bloch, el resistente Marc Bloch, siones mflicas incluso, que debió de atraer indudablemente ai hijo ele
cuyos alias fueron Arpajon, Chevreuse y Narbonne, murió a manos Byron Damton, aquel periodista que falleció en el frente.
de la Gestapo. Primero fue torturado y finalmente fusilado el 16 de AI margen de lo anterior, en La extraiía derrota hay repartidos por
junio de 1944, un expeditivo y brutal ajusticiamiemo en e! que mori- aquí y por a!lá párrafos en los que Marc Bloch dictamina acerca de la
ría g titando «jViva Francia!». Hay un valiosísimo testimonio ele su disciplina histótica y acerca dei papel que les corresponde a sus prac-
experiencia resistente o, mejor, de sus análisis acerca de la ocupa- ticantes. Para empezar, todo el libro es el estudio de un histotiador, la
c ión. Se titula La extrafía derrota y es uno de los libros más venera- obra de quien evita dejarse llevar por la fascinación de los conceptos
dos por la memoria de los historiadores. Se trata de su testimonio, abstractos intentando «restablecer [así] las únicas realidades concretas
escríto en 1940, un documento que permanecerfa inédito hasta 1946, que se escondeu tras ellos, los hombres». Por eso, en algún momento
sie ndo su segunda edició n en 1957. <,Por qué es un volumen tan apre- habla con gran exaltación de la histeria como de la
ciado por tantos y tan diferentes lectores? En primer lugar, por cia». Aungue medievalista, su autor detalla en este libro la sucesión
ser una radiografía sin contemplaciones de las causas que llevaron de la sociedad contemporánea: por eso, en algún que otro
a la ocupación alemana de Francia y, según se dice, a la altura de pasaje babla con gran precisión de la historia como (<ciencia dei cam-
-o incluso mejor que- los volúmenes equivalentes de Léon B lum o bio» . De un modo u otro, y al margen de las palabras que emplee,
Cbades de Gaulle. En efecro. se trata dei examen minucioso hecho por Bloch nos da una muestra de cómo examinar la vida y el presente sien-
un capitán, el capitán Marc Bloch, de la descomposición burocrática do a la ve7 testigo y parcial protagonista. Para ello. como admite ai
del Ejército francés. una tropa curtida en la viejíl contienda de 19 i 4. principio, espera poner en práctica los mejorcs bl1bitos que tie ne ei his-
ignorante e incapaz de la estrategia con que afrontar la guerra de toriador. los mismos que aprendió de sus la crítica, la obser-

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vación y la honestidad. Como se comprenderá fácilmeote, un testimo- remotos, la magia como forma de física errónea o el alma primitiva
nio tan vívido y un académico que expresa una y otra vez su odio a la como repertorio de carencias. Pues bien, esos europeos que creyeron
mentira (Dilexit veritatem, ordenó que fuera su epitafio) habían de tan obstinadamente en la curación milagrosa atribuída a los reyes
impresionar a unos historiadores que accedian a la profesión bajo el eran en este sentido muy parecidos a los salvajes de los antropólogos.
recuerdo de la guerra y que maduraban éon e! aprecio de Francia y de Así, la etnografia comparada !e ensei'íó a encontrar, como el propio
su cultura. Pero, más aliá de La extraiw derroTa, aparte dei ejemplo de Bloch reconoce en el segundo capítulo, los vínculos ocultos que
civismo resistente y republicano, lo que cautivó a Natalie Zemon habría entre concepciones primitivas sobre la naturaleza de las cosas
Davis, a Pe.ter Burke, a Robert Darnton o a Carlo Ginzburg fue la y las prirneras instituciones políticas de la humanidad.
maestria pionera con que Bloch escribió Los reyes taumaturgos. Visto de esta perspectiva, Los reyes taumaturgos puede contem-
(,Qué clase de libro era éste, tan perdurabie? i..Qué efectos tan plarse como un precedente de los estudios acerca de la cultura, preci-
duraderos ba tenido si su primera edición se remonta a 1924? Ha samente porque la conducta de los pueblos formaria parte de ese con-
sido, como puede suponerse, un volumen afortunadísimo cuya vici- cepto cada vez más laxo y que la antropologia se encargaría de dilatar
situd receptora dice mucho de la circunstancia histórica de sus Iecto- aún más. ·Sin embargo, al margen de sus contenidos, de su erudición
res, un texto que ha sido reeditado después en francés en 1961 y en histórica y de sus resultados (la idea de que la sanación· milagrosa fue
1983. i Cuáles son sus contenidos para haberse convertido en un clá- aigo así como un «error colectivo» persistente), aquello que llama la
sico? Lo primero que llaroa la atención es su ticulo, puesto que enun- atención en dicho libro es su misma retórica expositiva. Como ocurre
cia un objeto extraiio, extravagante, un mito para nuestra concepción cuando el objeto es extrai'ío y escurridizo, una de las características de
actual: cierta capacidad sanadora atribuída a los reyes franceses e este volumen es la escasez de fuentes y los vacíos informativos a los
ingleses. En efecto, que estudia Bloch es el poder sobrenatu- que Marc Bloch tuvo que hacer frente. Es esta última la razón que obli-
ral Y transitaria que habrían tenido esos monarcas justo en el momen- ga a! historiador a recurrir permanentemente a las hipótesis interpreta-
to de su coronación y que permitiria curar las escróf1llas de sus súb- tivas para completar lo que de otro modo quedaria sin respuesta. Esa
ditos. Esa manifestación habna tenido su esplendor sobre todo en el elección impone un determinado tipo de estrategia en la escritura, con
medioevo, pero la creencia habría persistido a lo largo de la Edad un uso reiterado de la interrogación, que vendría a demostrar la capa-
Moderna hasta finalmente desaparecer, teniendo un tíJtimo episodio cidad inquisitiva de Bloch, su bagaje cultural y su domínio de la histo-
en el Ocbocientos con motivo de la con.sagración de Carlos X. <<Des- ria comparada, sobre todo a partir de las presuntas analogfas o afinida-
pués de! 31 de mayo de 1825», concluye Bloch, «ningún rey en Euro- des que se darían entre procesos distintos.
pa posó ya su mano en las heridas de los escrofulosos)). Leído dicho libro en nuestro presente, sus contenidos y su forma
Más aliá de la anécdota, aparentemente irrelevante, lo que el his- de escritura nos pareceo de una modemidad obvja. i.,Pero fue siempre
toriador estudia es una institución, la Monarquía, y lo hace a través así? En absoluto. Los reyes taumaturgos fue un libro que cuvo una
de las representaciones colectivas y mediante el examen de la con- buena acogida entre los colegas de profesión y que incluso fue cele-
ciencia también colectiva, como exprcsamente indica Bloch con un brado efusivamente por alguno de ellos cuando apareci6. Sin embar-
lenguaje próximo al de tmile Durkheim. De este modo, analizando go, el número de sus lectores no fue muy alto y quedó circunscrito ai
lo que tantos vieron corno un milagro y los ritos y Jeyendas que lo âmbito de la disciplina. Ello pudo deberse á distintas razones. Entre
acompai'íaron, el historiador construye una histeria· política muy ale-. otras, a la propia complejidad de sus contenldos, al tratamiento de las
jada dei modelo tradicional, tan apreciado por los metódicos, sus fuentes , al objeto mismo, tan raro, y, en fín, a la propia extensión
maestros. Es, pues, una histeria en la que el acontecimiento no es la material y cronológica dei volumen. A todo ello habría que afiadirse,
base de su relato: la política es aquí, sobre todo, una manifestación de quiz.á, el hecho de que este historiador jamás volviera sobre este
ciettas creencias que producen efectos en la vida de las personas de asunto en ai'íos posteriores, quedando relegado en e! conjunto de su
aquellos tiempos. Por eso, puede verse este estudio como un examen obra. De este modo, el Bloch que en fechas siguientes alcanzó gran
antropológico y un· análisis cultural. Él mismo era consciente de los celebridad lo fue por otros motivos. En primer lugar, por haber sido
préstamos que la etnología le hacía y, por eso, se serda de autores cofundador de la revista An.nales. aparecida cinco anos después de
como Lucien Lévy-Bruhl y particularmente James Frazer. (,Por qué Los reyes taumaturgos. Una empresa tan afortunada como ésta sin
razón? Porque estos antropólogos trataban de desmenuzar en sus duda Je di o una reputación que jamás le abandonaría, como pionero
obras los valores y las formas de compottamiento de los puebios más de lo que algunos identificarían anos después como una escuela. En

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segundo término, por haber publicado algunas obras que conseguirían En efecto, a diferencia de lo que ocurría con otros volúmenes de
un éxito inrnediato y duradero, ai ser más específicas y ai ser más Bloch, este había tenido escasa repercusión editorial. Tras su
generales a la vez. apari ción en 1924 habrían de pasar casi cuatro décadas hasi.a que la
Eso es lo que ocurre con el volumen que se ocupa de estudiar los editorial Armand Colin lo recuperara en 1961, y otras dos décadas
caracteres originales de La. historia rural francesa o, sobre todo, lo más, p ara que Gallimard lo volviera a publicar en 1983, y esta vez
que sucede con La sociedad feudal . Pero, en cualquier caso, que estos con un prefacio de Jacques Le Goff. Estas vaivenes editoriales de Los
libras hayan tenido mayor f01tuna editorial se debe, en fin, a que reyes taumaturgos son parejos a los experimentados por la historio-
podían tomarse muy bien como referentes de esa histmia social y grafia francesa. Que finalmente la edición proiogada por Le Goff sea
económica que durante tantos ai'ios dominó en la historiografía fran- la definitiva, al menos de momento, es suficiente indicjo de! cambio.
cesa. Frente ·a Los reyes taumaturgos que, a la postre, trataba un obje- Si para mucbas generaciones el nombre de Bloch se asociaba con sus
to que parecía marginal, de índole política o cultural, sus otros textos obras de historia social y económica, con Duby y con Le Goff, este
se adentraban en asuntos capitales, ya fueran el feudalismo o la geo- historiadores ya el investigador de Losreyes taumaturgos. Los jui-
grafia rural de Francia. Más fortuna tuvo aún, el texto con el que más cios gue ambos formulao, más que identificar a sus autores, precisan
sele ha identificado: la Apología, su librito acerca del oficio de his- la fecha en que se pronuncian. En lbs anos setenta sé celebra esta
toriador. Aunque el volumen fue publicado tras su muerte y a pesar obra como referente remoto de la bistoria de las mentalidades; en los
de quedar inconcluso, e! número de las ediciones y reediciones en ochenta, Los reyes taumarurgos es visto como un volumen que anun-
distintas lenguas supera, con mucho •. a lo ocurrido con el resto de su cia la antropologia histórica y que nos haría pensar en ou·o tipo de
producción. Son numerosas las razones que explicarían ese éxilo y no historia política, más próxima a la perspectiva cultural. Así pues, es
podemos detenernos en detallarlas. Por ejemplo, el tono con gue está lógico que, más aliá del ejemplo heroico de B loch, los Burke. Darn-
escrito, la pasión por el oficio y el estilo vibrante que se adivina en ton, Davis o Gínzburg consideren ese libro como uno de sus veneras
quien sabemos que seria poco tiempo después asesinado. O, por intelectuales imprescindibles.
ejemplo también, el esmero con que se precisan el objeto, las fuentes t,Historia de las mentalidades, antropologia histórica, perspectiva
y los métodos dei historiador, de un historiador implicado en el pre- culturaP Habrá que averiguar qué tiene que ver todo esto con ese
sente y sabedor de los efectos de su profesión. En tercer lugar, en fin, volumen tan antiguo, qué es lo que hace que ahora se rescale por his-
la fama de Bloch se agiganta con la muerte heroica que, como veía- toriadores ajenos a dicha tradición. j.Qué ha pasado para que un autor
mos, sufrió, torturado y fusilado por los nazis a los cincuenta y siete de hoy pueda destacar de este libro, por ejemplo, sus «maneras total-
anos, una fama que va más allá de cualquiera de sus obras. mente actuales de pensar las contaminaciones y prácticas cultura-
Entre Los reyes taumaturgos y la Apología hay, por supuesto, afini- les»? Esas palabras, tributarias de una perspectiva que nos es muy
dades y vínculos obvios y, en ambos casos, su misma originalidad próxima, en cuyo eco se perciben las ínclinaciones de la historiogra-
conspira contra el contexto en que dichas obras fueron escritas. De. fía de nuestro tiempo, corresponden a Roger Chartier. Se trata de la
hecho, el regreso de ambos volúmenes está asociado a circunstancias resefía elogiosa que, con motivo de la reedición de Los reyes tauma-
bien particulares que dicen mucho de cómo fueron recibidos y de qué turgos de 1983, publicó en L ibération y que ahora podemos leer en
pensaban quienes los leían o los publicaban en época posterior a la su volumen E/ juego de las regias. Así pues, quizá no haya mejor guía
que fueron redactados. El ejemplo más significativo es lá introducción que volver a este último historiador, a quien teníamos muy abando-
que Georges Duby hiciera a la edición francesa de 1974, de aquella nado, para poder responder a algunos de esos in lerrogantes, comple-
Apología tan celebrada de Bloch. Sorprende que el j uicio de Duby fue- tando, además, la red de relaciones personales que a todos ellos, a
ra tan clitico con este texto, ai que considera decepcionante, lleno de Burke, a Darnton, a Davis o a Ginzburg, les ha vinculado a Francia.
una anticuada capa de tradiciones y costumbres. Ahora bien, si ese
volumen había envejecido mal, según este historiador, había otro que
él mismo invitaba a revisar: Los reyes taumaturgos. La razón de Duby LA NUEVA MENTALIDAD DE L'ÉCOLE
era obvia: con la recuperación de ese clásico prosegufa la tarea de hacer
la historía de las menl:alidades, una historia que para cuando Bloch Eu el caso de Roger Chartier, la relación con Francia se impone
escribió Los reyes aún no tenía ese nombre pero de la que él habría sido por razones obvias: es su misma naturaleza, la base de su formación
uno de los inventores, concluye. y el centro de su identiclad. pero una formación y una identidad que

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se han hecho de múltiples proyecciones y aleaciones, con una aper- re sorpresa alguna. Si los observamos con detalle, el crecimiento y la
tura intelectual a otras tradiciones o culturas extrafrancesas. Nacido hegemonía intelectual que sucesiv.amente han hecho de Anrwles un
en Lyon en 1945, se formó en la École Normale Supérieure de Saint referente imprescindible se han realizado así: con invocaciones a la
Cloud de 1964 a 1969. Dedicó su primera ínvestigacíón ai estudío de tradición para dar un giro, cambiando un itinerario al tiempo que se
la Academia de Lyon en el síglo xvm, texto que sería publicado en proclama el reconocimiento al pasado glorioso de los maestros. La
1969 bajo los auspícios de Daniel Roche, uno de sus maestros. Tras «escuela» habría pervivido bien, entre otras cosas gracias a esa mez-
obtener el título de agregado en histeria, desempefiaría un puesto de cla de heterodoxia y fidelidad, a ese híbrido entre «revolución» y tra-
profesor en la Sorbona entre 1970 y 1975, afio en que entraría en la dición, a la que se guardaria un respeto agradecido.
École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS), en donde en Sin embargo, el giro de los setenta implicó algo más . .Fue enton-
1984 sería designado director de estudios de su centro de investiga- ces, precisamente, cuando empezó a cuestionarse la existencia mis-
ciones históricas. Es comú:n insistir en la importancia de esta institu- ma de dicha «escuela». Desde la EHESS, esa presunta impugnación,
ción. Como se sabe, la EHESS se ha convertido en uno de los ejes de lamentada por tantos otros, tenía su lado positivo, puesto que permi-
la renovación y de la difusión historiográfica europea. La coyuntura tía disipai la confusión que se babía dado entre la particular corrien-
intelectual y su relieve intemacional, pues el centro acoge a investi- te annalísta y la tradición general de la historiografía francesa. En
gadores procedentes de distintos países, han multiplicado su repercu- cualquier caso, és ta es la historia que ellos han construido sobre dicha
sión. Para lo que ahora nos interesa, esta circunstancia es decisiva, institución, sobre sí mismos y sobre las afinidades y cambies que se
dado que la totalidad de los historiadores de los que nos ocupamos darian entre historiadores diversos, histoliadores que aspiraban a
han pasado por dicha institución. Este hecho no es una coincidencia rebasar la ortodoxia dictada por Fernand Braudel, su proyecto de his-
o un dato menor de la círculación de las ideas y de los académicos, toria total, su plan de geohistoria y su énfasis en la vertiente econó-
sino que es un asunto capital, constituyendo uno de los polos de difu- mica. Lo cie1to es, no obstante, que en 1969 Braudel abandonaba la
sión de la historia cultural, un punto de intersección entre investiga- çiirección deAnnales. Como decíamos, los afíos sesenta son un perío-
dores de distinta procedencia, con sus particulares diferencias y opi- do de gran convulsión historiográfica, de agitación política, de reno-
rúones, pero con afinidades relevantes. Convendrá, hacer un vaç:ión intelectual. La segunda edición de El Mediterrâneo y el mun-
alto en la EHEES y verificar la contribución irúcial de Roger Char- do mediterráneo en la época de F'elipe I!, en 1966, coincide con la
tier. No pretendemos hacer un examen de dicha institución ní tampo- máxima eclosión del estructuraiísmo. Por eso no resulta extrafío que
co un estudio de sus contribuciones. De lo que se trata es de com- los afiadidos que su autor introducirá, y que él mismo había anticipa-
probar cómo ese organismo se convierte en el centro de difusión de do en su artículo de 1958 dedicado a <<La larga duración», aproxíma-
la renovación historiográfica, un centro al que Uegó un joven histo- ban aquelia gran obra de los al lenguaje de ,los sesenta y a
riador llamado Roger Chartier. los temas antihumanistas y antiindividualistas que eran norma común
Como h a recordado Antoine Prost en Doce lecciones sobre la his- entre los llamados maftres a penser dei estructuralismo. Esa segunda
toria, la disciplina tuvo que afrontar. a lo largo de los afios sesenta los edición corroboraba el éxito de la empresa braudeliana, reforzada con
desafios lanzados por la antropología, la sociología y la lingüística, Civilización material y capitalismo, cuya edición original es de 1967,
retos que cuestionaban su insuficiencia teórica y sus objetos de cono- y con la traducción al inglés dei Mediterrâneo en 1971. Sin embargo,
cirniento. En ese contexto, la EHESS, presidida en aquellos afíos por este renovado interés por la obra braudeliana tenía de algo de espe-
Jacques Le Goff, fue el centro que pennitió a los-historiadores apro- jismo. <,Por qué razón? Porque el estructuralismo reinante en las cien-
vechar esa ofensiva, ensayar una apertura, darle cobijo institucional a cias sociales y que este historiador había visto encarnado en Claude
un proceso de renovaciÓn que debía basarse en Annales superando a Lévi-Strauss, un viejo amigo, no conducía a la historia que él defen-
la vez cie1tos aspectos de esa tradición. Dado el colapso y la masifi- dia, sino que subrayaba y hacía más compleja la hístoria de las men-
cación que. afectaban a las universidades -afíade Prost-, sólo un orga- talidades, esa histeria que él había visto en las obras de Lucien Febvre
nismo como éste; e.nteramente dedicado a la investigación, podía asu- y Robert Mandrou y por Ia que sentia una evidente prevención. Una
mir esa tarea de remoción de algunos hábitos de la revista y de la paradoja semejante se da en e! caso de Michel Foucault, otro de los
«escuela», labor paradójicamente emprendida por muchos de los que pensadorés ql)e entonces se asociaba a! estructuralismo.
eran habituales colaboradores de dicha publicación y miembros de la Cuando en 1962 publica una resena de la Historia de la locura en
corriente. O tal vez no haya contradicción ni esta circunstancia depa- la época clásica, de Foucault, Robert Mand.rou critica con una cierta

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severidad su análisis y sus ambigüeclades. Sin embargo, Fernand En ese texto, Braudel dejá constancia de que sus sucesores ban privi-
Braudei anade una nota ez1 ese mismo número de Amzales en la que legiado el estudio de las mentalidades y considera que esa elección se
muestra su admirada aceptación dei trabajo de este filósofo. Lo que ha producido en perjuicio del análisis de la esfera económica. Su sen-
celebra en dicha obra es el acento en lo cstrucrural y en lo profundo tencia no deja lugar a dudas: jpeor para ellos!, puesto que está en total
que hay en esa mirada, así co-mo en los fenómenos de exclusión y de desacuerdo con ese proyecto. Así pues, sólo le queda la resignación,
depuración que Foucault supo ver en cl proceso histórico moderno. dejar que conlinúen su camino y admitir que a cada una de las gene-
Es decir, subrayaba las afinidades que pudieran darse entre la historia raciones le tocará siempre asumir sus propias responsabilidades.
de larga duración, casi invisible, que Braudel defendía, con el antihu-
manismo de este f!lósofo. Y, sin embargo, como ocm-re en el caso de
Lév i-Strauss, las lecturas que se extraigan de las ensenanzas de Fou- .l/\CQiJEs LE GOFF HACE LA NUEVA lllSTORIA
cault desmentirán e incluso contradirán las apreciaciones iniciales de
Braudel, de modo que las obras de este pensador scrán referenciales <,Pero qué son esos nuevos Annales cuyo itineratio parece recha-
y polémicas para la historia de las mentalidades, pero también para la zar Braude!? E n réalidad, no es sólo en la revista en donde mejor se
nueva historia cultural que se estaba fraguando. observa dicho cambio, sino que· hay otros textos que lo expresan de
Pero hay más, hay algo que tiene que ver no ya con esos dom.inios manera más rotundà y que forman parte de los cimientos de esa his-
de la investigación. sino también con la propia metarreflexión de los teria cultural de lâ que venimos habl<mdo. Por eso y por otras razo-
historiadores. Eso mismo lo podemos ilustrar si recordamos un dibujo nes que se verán,-la EHESS y Chartier, este último como eficaz pro-
muy famoso. Aquel estructuralismo, que entonces se venerá y de! que pagador, serán puntos decisivos. <,Qué textos son éstos, que están
Brauclel se sentía tan cercano, quedó inmortalizado en la célebre vifíe- relacionados con dicha institución y con este historiador? Son un par
ta de Maurice Henry, titulada «El almuerzo estructuralista» y apareci- de libros sobradamente conocidos. El primero de ellos, publicado en
da en La Quinzaine littéraire de\ 1 de julio de 1967. En ella podíamos 1974 bajo la direccíón de Jacgues Le Goff y Pierre Nora, miembros
ver de izquierda a derecha a Michel Foucaull, a Jacques Lacan, a Clau- -de fãdirección de Annales, llevabà por título f/acer la historiay con-
de Lévi-Strauss y a Roland Barthes. Pues bien, si tornamos ai ptimero tenía tres volúmenes dedicados a los «nuevos problemas», «nuevos
y ai último veremos en ellos la fuente de esa metarreflexividad, de esa y «nuevos te mas». Pero , además, incorporaba en la
conciencia de la escritura histórica, que cristalizaria cn los afios seten- sentación un breve manifiesto que proclamaba los supuestos del Gam-
ta y que tan desconcettado dejó también a Braudel. bio que proponían. La forma misma, el manifiesto, no constituye un
Una tras ot.ra, estas circunstancias desmintieron las posiciones de estilo inhabitual en los Annales. Desde su apaticíón y por diversas
aquélllegando a cuestionar en determinados momentos la hegemonía razones y coyunturas, la revista dio impulso a su expansión haciendo
que había hecho suya desde Annales, desde la Sección VI de la École proclamas de este tenor y presentando batalla contra un adversario
Practique des Hautes Études y desde otras importantísimas institucio- implícito o explícito. Además, esos manifiestos solían venir acompa-
nes. Esta situación crítica se plasmá no só lo en la renuncia de Braudel íiados de rótu los precisos que daban nombre a los avances historio-
a su privilegiado puesto en la revista, sino también en su creciente gráficos. No se trataba sólo de completar grandes obras de investiga-
extraiieza y desacuerdo con las directrices que se siguieron tras su ción, sino también de darles la cobertura y los epígrafes adccuados
marcha. En 1972, Braudel fue convocado para relatar su proceso de que permitieran su inmediata identificación. Por eso, curu1do este
formación intelectual. Sus confesiones, que podemos leer en los manifiesto de 1974 dice promover «Un tipo nuevo de historia>), no es
Escritos sobre la historia, pueden tomarse como indicio de ese males- sólo que pueda patrocinar tal cosa, sino que emplea el adjetivo como
lar. En el último párrafo se preguntaba si hizo bien en baber abando- rótulo de fácil reconocimiento, como una imagen de marca. Dicha
nado la dirección de Annales dejándola en manos de un joven equipo imagen se consolidará en 1978 con la aparición dei volumen-mani-
encabezado por Jacques Le Goff y su respuesta era senaladamente ficsto titulado La nueva historia, una colección de contribuciones
lacónica: «a veces, francamente, no estoy de acuerdo con ellos». Seis dirigida por el propio Jacques Le Goff, al que entonces se unieron
afíos después, en una contribución hecha en J977 a la Re11iew de Roger Chartier y Jacques Revel. Ahora bien. además dei argumento
lmmanuel Wallerstein, su afamado discípulo norteamericano de Bing- de la novedad, hay otros que es preciso destacar en Hacer la historia.
hamton, la conclusión a la que llegaba era aún más crítica. En ella La nueva histeria no se presentaba como una escuela, rechazando,
mostraba una mayor distancia expresándose en términos muy duros. por tanto, cua lquie:r ortodoxia y, en última instancia. su identificación

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concreta y exclusiva con Annales. En segundo lugar, y como conse- anterior, a lo que por el paso dei tiem o ó or las rutinas heredadas
cuencia de lo anterior, se rehusaba también la vinculación expresa con es _ereciso rebasar. Sin embargo, esa imagen no se correspon e con a
la historiografia nacional francesa, huyendo de un posible nacionalis- argumentación que Jacques Le Goff, su responsable, presenta en el
mo y defendiendo un proyecto abierto a otras influencias foráneas. En apartado titulado con ese epígrafe. Por un lado, recupera las ideas ya
tercer 1érmino, la colección· de textos invocaba el «desmenuzamien- expuesras en el volumen de 1974 y, como en aquél, las entronca lite-
to», algo que es evidente sobre todo en el último volumen, en donde ralmente con la escuela de los Annales, al ser ésta su propia tradición.
se recogen estudios ya muy célebres sobre el clima, e! inconsciente, el Pero, en esta ocasión, el autor, que había sido presidente de la EHESS
mito, las mentalidades, la 1engua, el Jibro, los jóvenes, e! cuerpo, la y era codirector de esa revista, va más lejos e invoca ou·os nombres
cccina, la opinión pública, el cine y el festival. Es ésta, en fin, una lis- para respaldar ese proyecto de «nueva histeria». En ,concreto, se
ta que podemos ver ahora como el inkio de la histeria social en miga- remonta a Voltaire y sus célebres Nuevas consideraciones sobre la
jas·(según la fórmula difundida después por François Dosse) o el ger- historia (1744). En esa obra estaria ya en esbozo, en embrión, la gran
men de esa retahíla que al principio de este libro enumerábamos como renovaci6n: por un lado, los objetos nuevos que el propio ilustrado
. propia de la histeria cultural. En cuarto lugar, esta nueva perspectiva plantea (el estudio histórico de la población y la 1iqueza frente a la
plantea una redefinición de la disciplina frente a «lá agresión de las mera anécdota o el acontecimiento aislado); por otro, 'e] apoyo de los
ciencias sociales» y sobre todo frente la <<atracción» particular que poderes públicos que el asesor áulico de Federico li de Prusia recla-
ejerce la antropología. Así, el avasallamiento de estos saberes modifi- ma. Incorporar nuevos objetos de investigación y servirse del auxilio
caría la histeria social prolongándola hacia el campo de las represen- estatal, de ese Estado cultural que forma parte de la tradición gala,
taciones, las ideologías y las mentalidades. Todo ello sin olvidar, ade- son, pues, rasgos de una historiografía francesa que empezando en
más, una «provocación más grave», precisamente porque se produce Voltaire llegaría a Le Goff. ·
dentro de la propia disciplina, y que !leva a cuestionar su considera- Por eso, desmintiendo en parte lo que en 1974 se había procla-
ción como conocimiento que se ocupa del pasado: se referían literal- mado con un cierto apresuramiento, Le Goff acaba afirmando la filia-
mente a la h.istoria inmediata o dei presente. En último lugar, esta cíón gala y entiende que en buena medida esa renovación se corres-
<<nueva histeria» se afirmaba reflexionando en voz alta sobre «la con- pende esencialmente con la historiografia francesa. "Qué significa
ciencia de su sujeción a sus condiciones de producción», es decir, se eso? En realidad, para mayor paradoja, la «nueva historia» no tiene
inten·ogaba sobre los procedimientos, pero también sobre los recursos un precedente en Voltaire, sino que ya estaba totalmente encarnada en
de la escritura, sobre la disciplina y sobre el autor. este filósofo , desde e! Setecientos y habría ido cambiando y adaptán-
Es éste un autorretraio de :grupo, posible y parcial, inestable, dose !legar a esta enésima renovaci6n que e! propio Le Goff
hecho de rasgos viejos y nuevos, un trazado perfilado, pero sobre encabezaría. Tendría, pues, varies siglos y se habría desarrollado en
todo un proyecto de futuro. Por un lado, se aprecia esa confesada suelo francés con el concurso de aquel'primer ilustrado, pero también
volunt.ad de renovación, con un programa que expresa ciertas posi- con el de Chateaubriand, Guizot, Michelet, Simiand o Berr hasta lle-
ciones radicales en aquel momento e incomprensibles desde la ópti- gar a los Annales. Si ésa es la filiación, "cuáles son las tradiciones
ca braudeliana, pero apelando de nuevo a los grandes maestros, a también nacionales que no se mencionan? Si echamos un simple vis-
Bloch, a Febvre y ai propio Braudel incluso. Otra vez, la revolución tazo ai siglo XIX, observaremos que son muy significativos el silencio
hístoriográfica se emprende paradójicamente haciendo protestas de que se guarda sobre otros historiadores decisivos de la Revolución,
. conlinuidad, invocando a un autor ajeno en particular a lo que ahora particulam1ente Tocqueville, y la exclusión a que aún se somete a los
se programa. Por ou·o, había en ese libro textos nuevos elaborados metódicos. Que a estos últimos se les ignore no es extraiio, puesto
para la ocasión, pero había otros previamente publicados en Annales que obedece a la retórica annalista, en particular la que hizo suya
o en Communicarions, por ejemplo, con lo que el retrato final com- Febvre, contra la llamada histeria positivista. Mucho más sorpren-
bina la instantánea de! momento con el retoque afiadido de lo viejo. dente, en principio, es la exclusión de! autor de El Antiguo Régimen
Cuatro afios después, en 1978, un nuevo volumen aparece en el y la Revolucíón. Sin embargo, no es tan raro si pensamos que Toc-
mercado historiográfico con el rótulo sugerido por los responsables queville fue un liberal escasamente francés, distante de! estatalismo
de Hacer la historio. En este caso, el título es claro y ambíguo a la continental, muy próximo por tanto a! mundo anglosajón, como reve-
vez. (.Por qué razón? calificar un proyecto historiográ- Ja su correspondencia con John Stuart Mil!. En cualquier caso, esta

-fico como <<nueva histeria» es postular una oposición a lo viejo, a lo

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operación propuesta por Le Goff es una forma de Jabrarse un deter-

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minado pasado, eligiendo a aquellos precursores que mejor se adap- o foráneos, pero en cualquier caso afrancesados. Ahora bien, su
tan retrospectivamente· al plan que se defiende y dándole a la etique- intención última era esclarecer lo que entonces fuera la «nueva histe-
ta la suficiente antigüedad, prestigio y ambigüedad para que quepan ria», lo que Ia hacía diferente de la que habrían practicado Voltaire,
maneras muy distintas de hacer histoda. Bloch o Febvre. No obstante, no hay ninguna novedad, puesto que se
Al margen de esa rrayectoria nacional, poco queda de la «nueva reiteran los argumentos y los rótulos fijados en Hacer la historia,
histotia>>en otros lugares que permita ser asimi1ado. De manera algo cuatro anos antes. A partir de ahí, Le Goff establece lo que conside-
confusa y en parte arbitraria, Le Goff incluye y excluye otras tradi- ra la perspectiva más fecunda: la larga duración. Esta teoria, como
ciones, autores y referentes que son decisivos. A su parecer, en Gran expresamente la llama, habría favorecido e! acercamiento a aquellas
Bretaíia, pera también Alemania c en !ta!ia, la posibilida.d de una disciplinas que tienen por objeto precisamente e! estudio de socieda-
«nueva histeria» babría quedado truncada por una perniciosa influen- des casi inmóviles, como la antropología (que é! ve encamàda en
cia. Se refiere a la mala compaiíía de la filosofía de la historia, al Marcel Mauss y Claude Lévi-Strauss), sin olvidar la influencia de la
influjo poco provechoso de autores como Vico, Hegel, Carlyle, Cro- sociología, representada por la obra de Érnile Durkheim, y de otras
ce, Spengler y Toynbee. Incluso Francia se habría visto contaminada, disciplinas cuyos referentes son vagamente enunciados.
aunque dicho país habría podido reponerse del contagio y esa sería la De todo ello, de esa balumba dé alusiones y de tributos que Le
razón de la limitada influencia en la profesión histórica gala de Hyp- Goff menciona, y que hacen prácticamente imposible el estableci-
polite Taine en el Ochocientos y de Raymond Aron en la centuria miento de una coberencia o de una filiación congruente, hay, sin
siguiente. Uno y otro son presentados por Le Goff como filósofos de embargo, q ue destacar dos cosas: el reconocimienro de la antropolo-
la historia y ajenos, pues, a la tradición que él reivindica. Eso expli- gía como hcrramienta o influencia plincipal de la «nueva historia» y
caría, además, que la figura de Max Weber quedara excluída en este la adrnisión dei clásico·estuclio de las mentalidades como el campo
recorrido. De hecho, sólo el rescate de Paul Veyne anos antes lo había más fértil sobre et que aplicar la investigacióil de vanguardia. Ade-
situado dentro de las preocupaciones de ciertos historiadores anna- más de todo ello, en paralelo a esta operación, la iniciativa historio-
listas, aunque es verdad que la genealogía que reconstruía el autor de gráfica aparece vinculada a productos editoriaJes que hay que difun-
Cómo se escribe la historia en 1971 poco o nada Liene que ver con la dir, como las colecciones y libros de Gallimard y de la EHESS, entre
que hilvana Le Goff anos después. Precisamente, los referentes de otras empresas; aparece también relacionada con los medios audiovi-
Veyne son entre o tros Henri Irénée Marrou y Raymond Aron, aque- suales, unos medi os en los que estos historiadores expresan sus ideas o
Jlos que Je Jlevan a Weber, así como Paul Ricoeur o, evidentemente, en los que sus obras son comentadas, promocionadas o tomadas
Michel Foucault, uno de sus grandes amigos. como motivo para realizar algunas producciones cinematográficas o
Por el contrario, Le Goff indica que la aportación foránea que él televisivas; aparece, en fin, aliada a la tarea de extender hegemonías
acepta como propia finalmente quedaría circunscrita en el pasado a institucionales, como fue, en efecto, la presencia crecienre de la
asimilados como Henri Pirenne y Johan Huizinga, al margen, claro EHESS en el mundo académico francés. Una explicación reduccio-
está, de Karl Marx. En cuanto ai presente, e! de aquellos anos seten- nista de todo ello nos podría !levar a concebir simplemente la <<nue-
ta, Le Goff cita la revistas Past and Present y Compara tive Studies in va histeria» deLe Goff como un recurso habilidoso. Pero en el caso
Sociology anel Hist01y, la escuela histórica polaca de B1:onislaw Gere- de ser así, no sólo sería una operación mercantil bien presentada y
mek y Witold Kula, así como lo que él llama la etnóhistoria, que bien difundida. (.Por qué razón? Porque adem{lS de este programa
practicarían la americana Natalie Zcmon Davis y el italiano Carlo abierto, taxo, que incluye a muchos y excluye a otros tantos, se publi-
1 Ginzburg. Es dccir, menciona a historiadores que podríamos consi- can obras, monografías de investigación que son en efecto de van-
Í derar adaptados por su afinidad con lo que representaban los Annales guardia, obras formalmente muy cuidadas, obras que tratan aspectos
1
I
de aquellos aiios, justamente algunos de esos autores que habían esta- insólitos que habían pasado inadvertidos, y obras, en fin, que acaban
r do en Francia, que habían visitado la EHESS y que incluso habían encajando en los domínios de esta nueva etiqueta: la antropología
estudiado su cultura. histórica y e l estudio de las mentalidades.
Sin embargo, no acaba ahí, por supuesto, la declaración de prin- En cuanto a la etnología, conviene subrayar que el apartado que
cípios de Le Gofr. Hemos visto cuáles eran los antecedentes que se se Je dedica en 1978 no sólo es una de las voces mayores que com-
había dado, una filiación que se remontaba ai siglo xvm. Hemos ponen esa enciclopedia. sino que, aàemás, es una novedad con res-
mencionado también los compaiíeros que se había buscado, vecinos pecto ai volumen de 1974. En aquella ocasión anterior. la segunda

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""
.
parte de la obra, ded1cada a los «nuevos enfoques», incluia la arqueo- mitir el acomodo de quienes presuntament.e se adeiantaron a esa for-
logía, la economía, la religión, la literatura, el arte, las ciencias, la ma de hacer histeria_ Aceptando que los nombres propuestos se.an
y la aspecto este t1ltimo que cmna a cargo de imprescindibles, (.qué decir, entonces, de los que no apa.recen simple-
Andre Burgmere. Cuat.ro anos después, este mismo historiador será mente por penenecer a otra trad..ición o a otras nacíonçilidades? (.ES
el encargado de redactar la entrada dedicada a «La antropolooía his- provincianismo? La etiq ueta antropología histórica le sirve, en rodo
lóiica». Especializado en el análisis de las estructuras y de com- caso, de comodín, al no tener dominio propio y por tanto sus perfiles
familiares: obvio d..icho encargo por Ia aparente son bOtTosos pudiéndose acoplar a los intereses de quien la use, aque-
prox1mtdad de ambas diSCiplinas y era comprensible que, por tanto, jada, pues, de! mismo mal, su imperialismo inclusivo, que la voces
p<!.s!!ra de !o demográfico a lo antropológico. De todos modos, el ses- «cultura» e «hisloria cultura», según veía.mos al principio.
go que le otorgaba y los precedentes que encontraba a este nuevo Sin embargo, a pesar de esa laxitud, Burguiere se vi obligado a
saber histórico estaban concebidos en unos semejantes a los presentar estas perspectivas en el contexto de ·e sa <<riueva histeria» de
que antes veíamos ai abordar el concepto de <<nueva historia». De confines también muy dilatados. Quizá eso sea lo más interesante,
nuevo, aparece Voltaire, pero junto a él reclaman su lugar M ontes- porque la. imprecisión le lleva a valorar ciertas virtudes propias dei
quieu, Mably o Condo.rcet, ilustrados que proyectaron una mirada antropólogo y ciertos dominíos suficientemente vastos para poderios
e tnológica sobre la sociedad. Más aún, Jules Michelet cobraba un investigar. Por un lado, en efecto, sefíala la perspectiva dei extraiía-
obvio en la voz becha por Burguiere, dada la empatia miento, es decir, cómo los historiadores han acabado descubriendo en
de aquel para penetrar en los modos de ver y sentir de una época, su el pasado un mundo ajeno, utilizando al modo de! etnólogo la distan-
para describir lo oscuro, su perspectiva etnológica. y ese cia que perciben entre su propia cultura y aquella que estudian. Por
rebeve se Je daba de nuevo por oposició n a los metódicos a Charles otro, la etnologia habría conquistado la histolia QOr abajo, por las
Seignobos en particular, declarado literalmente oficial de expresiones menos acabadas y tmmales de la vida cultural, esto es, las
pues este autor encarnaba una concepción jerárquica de la creencias populares, ios ntos, el folclore. Es por eso por lo que enuen-
h1stona, atenta en exclusiva a los dirigentes y a las instituciones, y de que es en el estudio de las mentalidades en donde .la antropología
que sólo otorgaba dimensión histórica a estas elites y a su visión de resulta más fecunda para el historiaçlor. Así pues, la diferencia entre
Ia sociedad. los primeros Anfi-Oles y esta renovac1ón que e ntonces se proponía se
Por tanto, ya no sorprende.rá que la «escuela de los A nnales» hallaría sobre todo en la disciplina escogida como interlocutora. Si
hubiera tenido la responsabilidad de! <(re nacimiento» de una historia Bloch y Febvre habían elegido dialogar sobre todo con la economía y
Los reyes taumaturgos y Civilización material y capi- la sociologia, la <<nueva historia>> se vuelve en particular hacia la
senan, desde la perspectiva de Burguiere, dos ejemplos espe- antropología, razón por la cual, como veíamos, Los reyes taumaturgos
Cialmente afortunados de esa nueva disciplina. El libro de Marc adquiere un papel imprevisto. Por es·o, tiempo después, en 1989, con
se presenta ahora como una muestra ejemplar de antropología motivo de la celebración de los setenta anos de Annales, Jacques Le
h1stonca sobre todo por su tratamiemo, por la manera de abordar el Goff afirmaba que la expresión «nueva histeria», a la gue él tanto
por la relevancia dada ai folclore, portador de sentido, pre- empuje había dado desde la década anterior, era sinónirno de la voz
CISamente por su propia· marginalidad; por su parte, volumen de «antropologia histórica>>. (.Le falta r.azón a Burguiere en 1978? ;,Acer- ·
Fernand Braudel se valora como un ejemplo destacable al haber mos- taba, Le Goff en 1989? Justificar esa aleación era dar una salida a unos
trado la cultura material, y ai haber investigado los cornportamiemos historiadores, la mayoría, desconce1tados con sus propios avances y
y los hábitos de vida. . con las mezclas fértilcs que lograban; era también un equilibrismo
(.Qué vaJor pueden tener estas filiaciones? (.Qué sentido cabe atri- entre el respeto a las disciplinas, de un lado, y las barreras y la auda-
buir a la designación «antropología histórica»? En ambas operaciones c ia analítica, investigadora, de otro; pero, a la vez, reivindicar las men-
podemos ver de nuevo algo arbitraria, una licencia que e l autor se da talidades, un concepro también vasto, extenso y de uso comente entre
para incluir y excluir algunos nombres dentro de su propia tradición. los annalistas. era así un viaje de ida y vuelta, un modo de demarcar
Con ello, lo que parece muy novedoso se afirma invocando preceden- un territorio ya explorado, pero que ahora exigiria nuevos métodos y
tes franceses y, por tanto, la revolución historiográfica se arraiga sobre aparejos, otros equipos y técnicas.
bases poco sorprende ntes y hasta previsibles. AI hacerlo así y, además, Aquellos argumentos, la relación de la disciplina con la antropo-
ai respetar la fidelidad de escuela, e! concepto se toma laxo para per- Iog.ía y e! cooce pto «emergente» de mentalidad como domínio privi-

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legiado de Ia nueva histeria, se reproducen en uno de los textos más anschauung o al domínio clásico del Common. Sense, que tanto empu-
afamados de Hacer la historia. En efecto, en aqueila obra de 1974 se je tuvó en la filosofía britânica contemporánea. Las evidencias que
ocupaba Jacques Le Goff de un apartado que lievaba por título «Las son comunes, que son colectivas, se imponen sobre una sociedad
mentalidades. Una histeria ambígua». En ese texto, su autor empeza- detemünaqa en un momento histórico y son resultado de un proceso
ba por reconocer la imprecisión del vocablo, una voz que derivaría de no siempre visible para quienes son sus usuarios. Se comparten
la expresión «mental» y que se empleaba para designar una cualidad modos de vida,. pero sobre todo maneras de ver el mundo, de perci-
de eso mismo. Sin embargo, ese término es un neologismo en e! fran- bir la realidad, ele designaria, desde un campesino hasta un noble de!
cés de! síglo :XlX y sólo cobrará el sentido actual a comienzos del xx mismo tiempo, de la misma sociedad. Por eso algunos de los histo-
con Mareei Proust, dice Le Goff. Pese a lo que pueda parecer, la pala- liadores que emplearon esta voz pudieron I legar a acercarse voluntaria
bra «mentabdad» no es de uso corriente en aquellas disciplinas que, o involuntariamente a1 estmcturalismo, o a1 menos a no sehtirse incó-
en principio, poddan emplearla. Ni en la psicología, ni en la psiquia- modos con algunos de sus presupuestos: las evidencias de la mental!:_
tría ni en la antropología habría un domínio de invcstigación dedica- dad, los modos de ver y de actuar serían así un factor semejante a los
do expresamente a este objeto. Sólo en los anos veinte, el psicólogo ãlitomausmos<:íêlaest.ructura profunda, uedando en ambos casos el
francés Henri Wallon y el etnólogo Lucien Lévy-Bruhl habrían titu- mdjyjd_ltÕ .. porta or e algo que lo sobrepasa O que lleva en
lado sus obras con ese vocablo. Las raíces de este objeto y de este tér- el interior. Este aspecto no es incompatible con la versión justamente
mino son varias, pero hay en ellos una evidente influencia de1 clima estructurnlista que empezaban a tener aquellos estudios culturales a los
durkbeimiano que por entonces dominaba una parte de la culmra que nos hemos referido cuando hablábamos de la historiografia ingle-
francesa. Si Émile Durkheim aspiraba a superar el postulado antro- sa. Así pues, aunque en los anos setenta unos hablaran de mentalidades
procéntrico, relegando la intención del individuo a una posición y otros apelaran a la voz cultura , existia una cierta sintonía ambiental
secundaria, entonces los factores extrasubjetivos, los préstamos socia- que habría de permitir en el futuro alguna coincidencia entre represen-
les y los automatismos de la conducta adquióan un papel decisivo en tantes de una y otra tradición. Como veremos, el caso de Roger Char-
su discurso. La psicología infantil y la etnología de aquellas fechas tier es ejemplar a este respecto.
hicieron suya esta idea. Pues bien, ese hallazgo es el que pasará a Por otra parte, en 1978, cuando se publica La nueva h.istoria. los
cierlos historiadores de los Annales, justamente cuando las otras disci- argumentos no eran muy distintos a los de Hacer la historio, pero se
plinas no iban por esa dirección, al menos en el sentido de aprovechar introducían algunos m atices relevantes. En esta ocasión fuc a Philippe
esa expresión ambígua llamada «rnentalidad>>. Podemos preguntar- Aries a quien se le encargó la elaboración del capítulo «HistOiia de
nos, por nuestra parte, si eso significaba que la historia de Febvre, las mentalidades». Lo primero que hay que destacares a su autor, un
Mandrou o Duby, entre otros, llevaba un camino autista, ajeno a la viejo historiador «dominical», un investigador que babía hecho obra
renovación de las ciencias sociales o si era éste un extravío. No e ra ai margen del mundo universitario, pero que había abordado y abor-
tal cosa porque la conclusión a la que llegaba la investigación histó- daría asuntos nuevos que no habían sido tratados corrientemente por
tica era semejante a la que, por ejemplo, el estructuralismo estaba los Annales: la infancia, la muerte, etcétera. Su presencia pública: más
proponiendo. Wallon o Lévy-Bruhl eran referentes antiguos, lejanos, destacada babía sido la de responsable de una de las colecciones de
prácticamente olvidados, e incluso analíticamente condenados por la editorial Plon y sería en los setenta cuando alcanzaría su máxima
Claude Lévi-Strauss: eran p rescindibles para los historiadores, pero re levancia académica ai ser nombrado D irector de Estudios en la
su idea perduraría. EHESS, concretamente en 1978, el mismo afio en que apareció La
Según recuerda Le Goff, la mentalidades eminenteme!lte colecti- nueva his10ria. En esa voz que sele encarga, Aries recupera la genealo-
va y, por eso mismo. proporciona un estudio de la lentitúd, es decir, gía ofrecida por Le Goff, la tradición propiamente anHalista de la que
se aclara con ello la larga duración que el propio amor atribuía como éi no había formado parle, aunque ahora incluya especialmente a tres
rasgo predominante de la <<nueva histeria» . Y ésa es la razón. asimis- personalidades «solit<u·ias» e «independientes»: Mario Praz, Johan
mo, de que él entienda que el historiador que la practica habrá de Huizinga y Norbert Elias. E n cualquier caso, más allá de estas afini-
aproximarse al del antropólogo, pues su pretensión será la de dades, que regresarán en algunos de los historiadores culturales que
alcanzar el nível más inmóvil. más cstable de la sociedad. A la pos- estamcs tratando, lo que interesa destacar ahora es cómo entienden
tre, podemos aiiadir nosotros, esa concepción de la mentalidad, algo y esta enciclopedia del saber histórico ese objeto particular que
desleícln c imprcsionisl<1, e.."taba próxima a la noción alemana de We/1- son mentalidades. -:' cn csle punto sí que bailamos un cambio de

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tono con respecto a Le Goff, que insistía en la larga duración, es dad es un factor capital. Como quiera que nuestro mundo contempo-
decir, en las persistencias. En cambio, Aries i.ndica que la preocupa- ráneo se plasma sobre todo en la escritura, aquel viaje a lo pretérito
ción fundamental de los hisloriadores que se ocupan de las mentali- nos hace ver la importancia que todavía hoy tendría ese sustrnto de
dades debería situarse en la comprensión de la modemidad, en cómo las voces: algo para lo que Freud y su acceso ai inconsciente, a tra-
captar e! advenimiento de nuestra época, pero baciénàolo a partir dei vés de la palabra como representante de pulsiones, sería de gran uti- I
concepto o la idea de la diferencia. lidad. Con unos objetos de esta naturaleza, no resulta extrano, por un
Este aspecto es decisivo y tiene su propia cronología. Serían los Jado,que los historiadores subrayaran lo sincrónico o. por otro, que
historiadores surgidos a finales de los sesenta, los que fueron testigos, las restantes ciencias admitieran la perspectiva de la larga duración,
\
contemporáneos, protagonistas dei sesenta y ocho, los que habrían encontrando así puntos en común a mitad de camino. En e:sa tarea, y I
cuestíonado algunas de las creencias clásicas del pensamiento: la de sobre todo para eluà ir el teleologismo que denunciaba, Aries men-
o l
la acción benefactora e irreversible de! progreso y la de los modelos ciona çlos formas alternativas qe hacer este tipo de histeria. La pri-
de sociedad y autoridad de sus mayores. Es altamente significativo inera, la más frecuente, la que se está imponiendo en esas fechas,
quién d ice eso y en qué circunstancia lo indica. Quien habla es un consistiria 'en pulverizar los modelos de mentalidad, es decir, hacer
historiador identificado en algún momento por sus ideas conservado- justamente lo contrario de lo que emprendíera Febvre. Eso significa-
ras, incluso reaccionarias, por su vieja adhesión a la causa monárqui- ría, además, oponerse a la presentación de sistemas coherentes, váb-
ca y a .los postulados de Maurras y la Action Française. Cuando lo dos para toda la sociedad, sustituyéndolos por una const.elación de
dice es en 1978, en plena crisis energética, en pleno proceso reflexi- microelem.entos poco consistentes, de ac uerdo con las esferas parti-
vo sobre la condición misma de la cultura occidenta l, en un momen- culares de cada sector o grupo, según ai'íade de manera literal. A su
to en que ai indusl1ialismo se le ponen serias reparos y en una etapa modo de ver, quien mejor habría representado hasta entonces esa
en que la modernidad parece efectivamente acabada. No es extra:fío, opción, o bien alentándola o bien llevándola a cabo él mismo, habría
pues, que aquel q ue fuera un reaccionario, e! joven Phi!ippe Aries, sido Lawrence Stone.
estuviera ahora bien preparado para captar ese cambio y lo que pare- La segunda de las formas queAries concibe, menos habitual, con.-
da .s er una crisis estructural de sociedad. Los progresistas quedaban sistiría e n adoptar una perspectiva sincrónica; hecho que no está en
perplejos, pero nuestro historiador no estaba roejor dispuesto. Su dis- contradicción necesariamente con el modo anteriormente descrito.
curso se llenaba de inten·ogantes, algunos verdaderamente capitales: En este caso, e! investigador aislaría un pedazo de ese pasado que
«i.,el fin de la llustración?» Es lógico, pues, que atribuyera a los nue- estudia y lo haría desentendiéndose del antes y del después. Tom an-
vos historiadores una rebeldía contemporánea a la crisis y que viera do como referente la antropología, aquello que se elaboraría seria
en ellos una sensibilidad distinta que ponía en j aque algunas de las algo así como una elnohistoria de ese fragmento exhumado, y quien
evidencias progresistas de siempre. La modemidad no seria inelucta- mejor lo habría plasmado en aquel momento sería Emmanuel Le Roy
ble y la historia no tendría un sentido, una dirección, como tantos Ladurie en su obra Montaillou. Ahora bien, si hubiera que buscar un
profesaron, de modo que incluso la diacronía se convertiría en una ejemplo especialmente significativo de los caminos que est.aba
perspectiva sospechosa de fatalidad, de teleologismo. (..Qué respues- emprendiendo la histeria de las mentalidades, de su ruptura y reno-
tas habrían ofrecido los historiadores a esta crisis? vación, y de esa sensibilidad interdisciplinaria, en ese caso habría que
La historia de las mentalidades era en parte esa respuesta, relo- c itar, concluye ..o\ries, al filósofo Michel Foucault.
mando lo que ya era un antiguo domínio historiográfico, cultjvado Tres nombres destacao, pues, de esa radiografia. Reparemos en
por Febvre, por ejemplo, pero ampliando ahora sus márgenes. Así, el ellos sin ningún afán exhaustivo, sólo como exponentes de Aries,
investigador buscaria sistemas de valores, organizaciones colectivas, como esos indicadores que le sirven (y nos sirvcn) para detectar los
estrategias comunitarias, en suma conductas que pennitieran mostrar cambios que entonces se estaban dando y que se percibían en Fran-
una determinada cultura: popular o elitista, urbana o tural. Con un cia. lmbu ido de su tràdición historiogrática, la britânica, Lawrence
proyecto como éste, era inevitable, decía Aries, el acercamiento a Stone habría predicado, en efeclo, el estudio de lo concreto, con esa
otras ciencias humanas tras décadas de interdisciplinariedad procla- prevención a la sistematización o hacia lo teórico a la que serían tan
mada y no vivida o no praclicada, o incluso a perspectivas teóricas en propensos, sin embargo, sus colegas franceses. Lo pequeno, lo micro,
principio muy a lejadas de la historia, como el psicoanálisis. Según no sería en el discurso de Stone una estrecha histeria local a la que
senala Aries, la mirada al pasado descubre hasta qué punto la orali- faltaran perspectiva o complejidad, sino el modo particular que ten-

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drían los historiadores de dar sentido a la conducta humana, siempre que e l concepto de meotalidad ha supuesto el ensanchamiento del
circunstancial, siempre arrajgada en un contexto. Stone había sido territorio del historiador y que uno de los temas antafio infrecuente
uno de los pioneros que se habían asociado a Past and Presenr, la que ha dado mayores réditos habría sido precisamente el estudio de
revista británica más renovadora y que, desde 1952, tanto había hecho la religión popular. <,Por qué razón? Porque a través de la creencia
por a mpliar y adensar las relaciones entre historiadores y antropólo- religiosa, así como a través de las herejías, los campesinos, por ejem-
gos, entre marxistas y no marxistas. Este investigador habría disec- plo, obtienen un modo de expresión y una manera de configurar el
cionado con precisión el atTanque de lo que él mismo llamaba ya mundo eu términos c ulturales que les son accesibles. Ahora bien, en
entonces, en los anos setenta, la nueva histeria, una designación idên- segundo lugar, el otro aspecto decisivo es propiamente el análisis de
tica a la francesa, pero cuyos no serían exactamcnte coin- una comunidad campesina. Eso significa que el estudio se detiene en
cidentes. aspectos de la vida interior, en las relaciones que se dao entre los
En su libro El pasado y el presente se recogen algunos de esos miembros de una población y que fundamentao la estabilidad del
ensayos que el propio Aries cita y que son un examen preciso de la orden ruraL
orientación reciente de la historiografia. Los microelementos a los En ese sentido, Le Roy Ladurie emplea profusamente las obras
que hacía mención Aties son, en la perspectiva de Stone, aquel hecho esenciales de lo que ya entonces se denominaba los Peasant Studies,
u objeto que, por tener múltiples dimensiones (económica, política, es decír, los libros de los antropólogos y sociólogos ocupados de exa-
cultural, etcétera), cxigen una reconstrucción variada, rica, compleja, minar los valores y la existencia material de la família campesina. .!
respetuosa con las vertientes simultáneas de! asunto abordado. Por tan- Alexander Chayanov, Emest Gellner o Teodor Shanin eran, así, los
to, lo que el historiador británico aprecia en la nucva histeria (e inclu- convocados implicitamente en su examen. Pero, además, también
ye libras de muy diferentes historiadores, de distintas tradiciones eran utilizados otros grandes estudiosos de las economías primitivas:
nacionales) es el prog1:esivo, el creciente escepticismo frente a la idea Karl Polanyi o Marshall Sahlins. Bl propósito era mostrar la inextri-
misrna de sistema o de modelo. El diagnóstico de Stone sobre e! futu- cable relación que habría entre una sociedad, en este caso una micro-
ro de la histeria, sobre <<La histmia y las ciencias sociales en el siglo XX», sociedad, y la economia como esfera atravesada por valores moxales.
era de 1976 y Aries no podía sino tenerlo en cuenta porque una parte Sin embargo, su minuciosa reconstrucción iba más allá de los aspec-
de esa orienlación se debía a los franceses. Justamente por eso men- tos meramente econ6micos, del trabajo, de la explotación de la tierra.
ciona a Emmanuel Le Roy Ladmie, aunque con fines distimos de los Por eso, evaluaba el ocio, la sexualidad, las relaciones personales de
guiaban al propio Stone. aquellos campesinos tomando la aldea como un fragmento de un todo
Le Roy Ladurie era ya, por entonces, autor de una abundante más extenso, la Francia rural, la misma que preocupó a Marc Bloch
obra, incluso de una polémica obra, con una orientación cuantitati- y a quien cita, verificando los modos en que se ejercía el poder y las
vista, un pionero del ordenador, un humanista abietto a las nuevas maneras en que vivían aquelios lugareií.os. Justamente por eso, uua
tecnologías. De todas las suyas, la obra que Aries cita es Montaillou, obra como Un pueblo de [{J Sierra: Grazalema, de Julian Pitt-Rivers,
aldea occitana de 1294 a 1324. <,Qué tenía este libro, aparecido en aparecía entre sus referentes: como ya no había sido
1975, para convertírse en el mejor ejemplo de la «nueva histeria» de éste un libro de un medievalista, por supuesto, sino un examen antro-
las mentalidades que clestacaba Aries? Entre otras características, pológico de un etnólogo britânico que estudiaba la vida cornunitaria
este volumen aunaba varias virtudes. En primer lugar, era especial- en un aldea gaditana en pleno franquismo. Si Pitt-Rivers pudo hacer-
mente relevante el objeto mismo que trataba, la v-ida comunitaria de lo fue gracias a las fuentes orales, a las minuciosas consultas con los
una pequena aldea bajomedieval durante un período relativamente Jugarcfios. <,C6mo pudo hacerlo Le Roy Ladruie si él no podía con-
corw. Un objeto en cuyo interior hallamos el estudio de la herejía tar cone! auxilio verbal de un informante?
cátara o albigense, pues Montaillou fue la última localidad que apo- Para emprender su reconstrucción, el historiador se valió de un
yó de modo activo esa «desviación». Desde este punlo de vista, pues, hombre que había concedido la palabra a los aldeanos, incluso a toda
es un estudio de la religiosidad popular, que en aquellos anos comen- la a!dea como tal. El hombre en cuestión era Jacgues Pournier, que si
zaba a interesar a quienes se ocupaban de las clases subalternas, tan- bien fue obispo e inquisidor encargado del examen de la berejía, era
to en ia tradición británica que !lega a Keith Thomas. como en su ver- también, como concluye metafóricamente Le Roy Ladurie. etnógra-
tiente francesa. el estudio de la mentalidad y de la creencia, que se fo y poticía. Por eso. el prefacio dei volumen tiene un tfrulo bien sig-
remomaría ai propio Lucien Febvre. Por eso, Philippe Aries indica nificativo: «De la Inquisición a la etnografia». Este inquisitivo Four-

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:.
nier, que interrogaba con minucia y torturaba poco, no sólo se preo- han extendido los biógrafos de! filósofo y han subrayado las dificul-
cupó de la desviación herética, sino que se interesó por la vida mate- tades que tuvo que afrontar este autor para ver publicada la que fue
r ial de aquellas gentes, por su cultura, por sus relaciones familiares, su tesis, dadas la extensión del volumen, la rareza de) objeto que
por todo aquello, en fin, que bacia distinta a esa aldea occitana de abordaba y la manera particular de examinado. Tratar la locura como
ot.ras tantas comunidades de aquel tiempo. Pero este libro, de enorme un hecho histórico, docume ntaria con una erudicjón exhaustiva,
éxito editorial en la Francia de los afios setenta, debió una parte de su escribir, en fin, como historiador no eran hábitos comunes entre los
filósofos y tenían, además, una implicación epistemológica de pri-
fortuna ai modo en que Le Roy Ladurie le diera forma, a la escritura
en clave narrativa con la que presentaba la vicisítud de los campesi-
l mera magnitud. No era só lo que Foucault. abordara este tema precisan-
y del inquisidor que los interrogó. ·I do las diferentes etapas de su tratamiento represivo, médico, psiquiá-
trico. Es que, sobre todo, en su examen, el objeto locura dej."aba de ser
Este volumen, pero también e1 propio autor, son una muestra del
cambio decisivo que la lústoriografía francesa experimentaba enton- evidente y, por tanto, su designación, los contenidos de que estuvie.-
ces. Como Antoine Prost nos ha recordado, Le Roy Ladurie defendía ra revestido dicho .térmirJIJ en cada tíempo, eran igualmente cambian-
a fi.nales de los afios sesenta el modelo de historia serial que, por tes. Los furiosos medievales, aquellos que se hacinaban en la nave de
aquellas fechas patrocinaba Annales, una historia que precisaría, cada los ]ocos, no tenían el mismo perfil que los dementes dei gran en cie-
vez más, de la sofisticación técnica y de la estadística. Conocido es rro manicomial, ni que los avenados que liberó Pinel en Francia
su tajante dictamen de 1968 según el cual el historiador del mafiana imbuído como estuvo de las ideas dei Selecientos ilustrado. Su pre-
babría de ser programador. Y luego se nos fue a Montaillou ... , con- cisa reconstrucción es lo que hizo decir a Aries ai'ios después, en ese
cluye irónicamente Prost Para observar lo que eso significa y el cam- texto de 1978 dedicado a las mentalidades, que, a diferencia de otros
bio que se ha basta con hojear ef volurnen de Le Roy filósofos que construían sus sistemas intelectuales fuera del tiempo,
Ladurie. Coando, por ejemplo, ba de descifrar la personalídad de Pie.- Foucault hacía todo lo contrruio. Por eso, era literalmente «uno de
rre Maury, uno de los pastores que frecuentan sus páginas, el autor nueslros mejores histor iadores», según apostillaba.
nos indica la necesidad de ir más aliá de sus lazos económicos y pro- Además, cuando en 1978 Aries celebraba este tipo de análisis mos-
fesionales, atendiendo a su posición social y a su mentalidad. Así, traba con ello el regreso a la filosofia y de la filosofia entre los histo-
Pierre seria pobre materialmente hablando, en realídad es muy riadores: retomando así algunas de sus preocupaciones al âmbito de la
rico, concluye Le Roy Ladurie, por las satisfacciones que recibe, por historiografia francesa, ese domínio que Le Goff creía refractario a
su interesante vida, tan excitante. De ese modo, a Le Roy ya no le aquella influencia. Foucault no era estrictamente un filósofo de la his-
preocupan las cifras, los índices; lo que persigne, dice al final del toria, ai menos no lo era eu la acepción de quien postula un sentido al
libro, es ese catarismo inerte y oprimido durante tantos siglos con el devenir. A ntes al contrario, la obra de este pensador, en clave nietz-
que reconstruir el temblor de la vida de las gentes modestas, una pre- scheana, clesestructuraba la idea básica del teleologismo, esa precisa-
tensión que, con lenguajes y procedimientos distintos, estaba presen- mente sobre la que diagnosticaba Aries, y por tanto mostraba el acce-
te también y desde fecha ant.etior en aquellos historiadores británicos so a la modernidad, a partir de las diferencias, sin esa fuerza fatal que la
que se habían ocupado de los rebeldes o de los tejedores. racionalidad retrospectiva impone al pasado, según expresión que este
Pero, aparte de Stone o de Le Roy Ladurie, Philippe Aries citaba · fiJósofo lomó de A.urora. Invocando a· precisamente, Fou-
expresamente a Michel Foucault, en este caso como responsable o cault destruía la noción misma de sentido histórico, de hilo conductor,
inspirddor de los cambios que se daban en la nueva historia. Resulta y revelaba los procesos particulares que dan nombre a las cosas, la
extraordinariamente revelador que Aries dé el nombre de este afama- fragmentación, el curso discontinuo, destapando así la constitución
do intelectual, que por entonces, a finales de los setenta, estaba en la moderna de los a prioris occidentales que los propios europeos toma-
cima de su producción teórica. Que Aries lo cite tiene que ver con el rán como evidentes o como universales. Por eso, tal vez, el mejor ejem-
contexto de la época, pero liene relación también con otras razones, plo de esto sea ese volumen que el filósofo dedicara al nacimiento de
incluso personales, puesto que existia entre ambos una cierta afinidad la locura, el libro en donde mostraba de qué manera y cuándo se desíg-
que venía de antiguo. De hecho, había sido el propio Aries quien naba como Lal esa contraparte de la razón. La «época clásica» de Fou-
había facilitado la publicación de la primera gran obra de Foucault en cault cs la etapa moderna, en este caso observada sincrónicamente
la colecci6n que dirigía en la editorial Plon. Nos referimos otra vez a según lo apontado después por A.ries, y la Jocura poci.Jía ser, por
la Historia de la locura en la época clásica. Sobre este particular se plo, uno de esos microelementos que tienen su propia historia y que

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rompen el majestuoso y teleológico. de! clevenir. El tributo (cronológicas o sociales). En ese sentido, pues, la tarea del hísto1iador
Aries rinde a Foucau t está, pues, JUSlt5cado por la gran repercus1ón consistiría en sei'íalar los límites de lo gue es pensable en una sociedad
que sus obras estaban tcniendo, dado que marcaban un modo de mirar Y en un tiempo dados. Con esas premisas, Febvre habría desarrollado
el pasado gracias ai cual se examinaban y se develaban los universales sin saberlo una auténtica antropologia ai'íade Chartier.
antropológicos, esos modelos coherentes de los que los propios histo- Quizá llegados a este punto convenga demorarse mínimamente en
riadores se estaban desprendiendo. un aspecto de la obra de Lucien Febvre. En particular, en aquello que
Como se puede observar, la aproxímación que Aries plameaba en se refiere a la tradición francesa en tomo ai concepto de cultura o,
1978 sobre la historia de las mentalidades tiene deudas previsibles más bien, la ornisión sobre este particular. A diferencia de lo que
con la tradición a la que se incorpora. la de los Annales. Sin embar- hemos visto para el caso anglosajón, donde esta categoría teníll una
go, comparada con la propuesta de Jacques Le Goff de 1974, hay larga tradición, una genealogía que afíos después recorrería· en parte
novec!ades verdaderamente interesantes, que nos permiten incluso Raymond Williams, en Francia no hubo un uso similar. La razón aca-
vislumbrar.ya lo que será la evolucíón posterior de ese campo de so haya que buscaria en el hecho de que el término cultura fue susti-
estudi o. Podemos, en efecto, apreciar algunos de lo? referentes bási- tuido aquí per el de civilización y en este punto Febvre fue uno de los
cos en que se apoyarán quienes la practiquen y el desplazamiento que primeros en insistir en su importancia. En 1929, el misrno afio en que
se irá produciendo. ai menos en Francia, desde las mentalidades se fundara la revista Annales, este historiador francés convocó un
hacia esa denominada historia cultural que por entonces despuntaba seminario bajo el significativo rótulo de Civilisation: le mot et l'idée,
o se refundaba. Además, en ese mismo volumen de 1978, bay otro en el que parliciparon diversos especialistas de aquel momento. En el
artículo decisivo, complementario de la voz de Aries, y que resulta texto que inauguraba aguel seminatio, Febvre trazó una breve genea-
muy significativo para los fines que aquí nos proponemos, otro alto Jogía dei término, una suerte de histeria conce ptuàl de la que extrajo
en el camino en este viaje, en esta reconstrucción que Jlevamos a dos sentidos distintos. La palabra civilización lendría, por un lado, un
cabo. Nos referimos ai término «equipo mental», traducción dei fran- significado genérico, derivado de su uso antropológico, que permiti-
cés <{Oufillage mental», pero sobre todo nos interesa reparar en su ría referirse a los rasgos que definen la vida cn común de cualquier
autor, Roger Chanier, ese guía ai que convocábamos páginas atrás y agrupación humana, de modo que su uso remitida a los aspectos
del que abora nos serviremos finalmente para continuar esta incur- materiales, políticos, morales o intelectuales de todo colectivo. En
sión en la Francia historíográfica. cambio, por otro lado, civilización sería carnbién sinônimo de pro-
greso, un término que se asociaba a los europeos por oposición a
otros pueblos pri mitivos, bárbaros o salvajes. Esa idea queda refor-
LA HlSTORlA SOCIOCULTURAL zada por otro de los textos presentados a ese seminru.io, en particular
e! que elaborara Mareei Mauss. Este antropólogo también advertía
Ante todo, deberíamos seõalar que haber escogido esta voz de la una dualidad evidente en el concepto. En principio, existiría una
enciclopedia parece ser una suerte ele homenaje de Cbru.tier a los acepción universal, racional y progresiva, no referida a ningún pue-
padres fundadores, y en particular a Fcbvre, que fue quien utilizá por blo en particular, y que se manifestaría en los avances propios de
primcra vez este término en los anos treinta en la Encyclopédie aquel tiempo. En segundo lugar, tendríamos un uso vulgar, relativis-
Française. inclufa? Bajo esa expresión, hay domínios variados, ta, que permiliría asoci.arlo localmente a cualquier pueblo, de forma
según Febvre, e! vocabulario, la sintaxis, los tópicos y evidencias de que podríamos hablar de civilización francesa del mismo roodo que
sentido común, las nociones de espacio y tiempo o las concepciones podríamos decir civilización islámica. Ahora bien, este segundo sen-
lógicas. La entrada que, por su parte, Cbartier en J978 no se tido se referida a modos pru.·ticulru.·es de pensamiento, esquemas men-
extiende con ponnenor en la noción de «e ui o mental» ue define tales específicos, para lo cual, aiíadía Mauss, era preferible utilizar
como e.J conjunto de so es_(percepciones), lingüísticos y otra palabra: mentalidad.
a De inmediato con- Pero la polisemia del término ha acabRdo por complicar su
ducc s u argumento ai concepto de mentalidad, que habría sido elabo- empleo, de modo que hay ambigüedades no resueltas y cruces de sig-
rado inicialmente por el Marc Bloch de Los reyes taumaturgos y sobre nificados. Así, por ejemplo, cn el ámbito ele Annales, algunos de sus
todo por Lucien Febvre, y que tendría un doble sentido: una acepción usaron la exprcsión material». Braudel en
iotalizadora y, a pesar de ello, el reconocimienlo de las diferencias particular. Sin embargo, andando e! tiempo el término desaparecería,

iOO !Oi
hasta el punto de que en el volumen de La nueva historia hay una voz sino más precisamente .el que va de El nacimiento de la clínica
que recoge la genealogía de la «cultura material», pera ya no hay nin- (1963) haSta Vigilar y castigar (1975). Su importancia radicaria en
guna que expresamente aluda a la primera. Esas apariciones, reapari- buena medida en que sus obras habrian ampliado el temario de \a his-
ciones y desapariciones de categorías historiográficas ban sido muy toria de las mentalidades revelando los códigos y los saberes, las
comunes en la tradición de los Annales y por esos vaivenes se ha vis- representaciones y las prácticas de la modernidad. Son éstas, voces
to igualmente afectada la voz misma de mentalidad. Así, como que dicen tanto dei filósofo como de Roger Chartier, quien en sus
advierte el propio Chartier, el estudio de las mentalidades se habría obras maduras, las de los anos ochenta y noventa, desarrollará y apli-
ido difuminando hasta los aiios sesenta. Por entonces, la histeria se cará estas categorias a sus estudios particulares sobre la lecrura y la
vería sacudida por la impugnación a la que la sometían otras disci- circulación de los textos. Sín embargo, más allá de lo que.el propio
plinas, en particular la sociologia y la antropología, y por el empuje historiador haga después, lo significativo es nuevamente la relevancia
general de la perspectiva estructuralista. Los historiadores rcspondie- que le da a Foucault. Su mirada destaca la reflexión original que
ron a esta demanda de dos formas distintas. aquél sobre el poder en Vigilar y castigar, en ellibro que dedi-
En primer lugar, fueron ampliando el campo de la investigadón ca ai nacimiento de la prisión. Veamos, por nuestra parte, qué babía
con nuevos temas y objetos, en general con aquellos que, aun no s'ien- en dicho volumen que tanto impacto tuvo en Chartier y en otros his-
do totalmente extraiios, eran mucho más familiares para los antropó- toriadores de aquellos aíios, incluso posteriores, que tanta polémica
logos (la actitud ante la muerte, la familia, etcétera), asuntos estas despe1tó entre quienes no simpatizaban con los modos de Foucault.
que, por ejemplo, Aries había hecbo propios. En segundo término, los AI tiempo que bace la genealogía de la punición carcelada, el filó-
historiadores dejaron de lado enfoques bíen establecidos· y se centra- sofo tenía la pretensión de definir el poder en unos términos diferen-
ron en el análisis de las relaciones entre indivíduos y grupos, aten- tes de los convencionales. Una concepción clásica del poder hacía
diendo en particular a sus múltiples significados (ya no s6lo econ6- depender el sistema penal de un aparato político estatal del que sería
micos, sino sobre todo simbólicos). La conclusión de ese doble emanación. Sin embargo, la reflexión contemda cn Vigilar )'castigar
esfuerzo scría la paulatina ·aparición de lo que Roger Chartier deno- es bien distinta, y, más aún, sus planteamientos son contraries a la
mina una «hisloria sociocultural». Y éste es e! cambio decisivo que evidencia de un poder represor, del que se apropia1ían determinadas
nos interesa destacar en su discurso. Aun siendo un rótulo todavía clases o agentes, y que se impondría sobre la sociedad a partir de
ambíguo, sociocultural exEresa ya el abandono de la mentalidad unos mecanismos exclusivamente coercitivos. El poder concebido así
como objeto preferente y apunta en Ta dirección auglosajona que sefã no sería una propiedad política de la que estaría desprovista la mayo-
en el propio Cbartter. En este sentido hay dos aspec- ria, sino que sería una cualídad general que afectaría microfisica-
tos importantíslmos, a su juicio, que fundamentao esa nueva forma de mente a todas las relaciones humanas. Como tantas veces se ha repe-
investigar. Son, por un lado y otra vez, la aportación de Michel Fou- tido desde entonces, una de las tareas más innovadoras que Foucault
cault y, por otro, la orientación microanalítica que estarían adaptan- emprendió en este libro fue la de mostrar las prácticas sociales que
do los historiadores, aspecto este también mencionado por Aries. El preceden a la cárcel y que, procedentes de otras instituciones, con-
nuevo campo, segúo leemos en su contribución a La nueva hisroria, vergen en la prisión, condensándose en su interior y reemplazando a
estaria caracterizado por tres elementos bien defin· : la ampliación otras formas punitivas anteriores. Ésta seria su contribución más his-
IOj la e tdad a los avances e a istoria tórica, J11áS convincente. Numerosos documentos, libras raros y una
ahora el arlâlists según íãSairêrentes esferas; y, en- erudición obstinada serían el capital exhibido en la investigación. Son
fin, la coexistencia de métodõSCfistintos que recorrenan de forma. éstas unas páginas ocasionalmente vibrantes y de gran hondura; otras
ãlversa ro gue fue er dOrmmo ae Ias mental.:Jdades. chaitler veces; son páginas de fría belleza expresiva, que tanto sorprendieron
""nos· propone una genea ógi'a francesa muy partkulargue va de a los historiadores que las leyeron; o, en algún momento, son páginas
Lucien Goldmann a Philippe Alies, pasando por Robert Mandrou, con desc1ipciones minuciosas y sobrecogedoras. <,Quién puede olvi-
pero sobre todo sefiala la extraordinaria influencia que en est.a reno- dar, por ejemplo, el detallismo con e! que Foucault nos mostraba el
vación estaría teniendo Michel Foucault. ajusticiamiento atroz de Damiens, el regicida francés, y e! dolor inde-
En efecto, a! mencionaria aparece el primer gran fundamento de cible que precede a la agonía? Si lo que queria era indicamos la exu-
esa nueva historia sociocultural. Pero el Foucault que Chartier desta- berancia y la cmeldad punitivas del Antiguo Régimen, el autor podría
ca ya no es sólo el de la Historia. de la locura, al que antes aludíamos, haberlo hecho sin mostrar la imagen misma de! espectáculo supli-

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ciante. Ahora bien, ese cuerpo brutalmente danado, amputado, asistentes y terapeutas espoleados por las mejores intenciones, y por
coyuntado, es objeto de relato para alarmamos, para violentar e! buen los propios delincuentes arrepentidos y convencidos ellos mjsmos de
juicio cartesiano, nucstra buena conciencia de ilustrados tardíos. la bondad de una corrección, una corrección que ya no es atroz y que
Frente a csas imágenes que nos lúeren insopm1ablemente, las tiene como fin la normalización social.
páginas que le siguen son un lenitivo deliberado y textual para ese La .tarea histórica a la que se aplicaba Foucault despertó un
buen juicio cartesiano: son la transcripción literal dei reglamento dente interés y suscitó, con algunos cargos, simpatía por la proximi-
contemporâneo de un centro penitenciaria. Ya no hay más dano ni dad de un filósofo. Mostraba a los historiadores una forma de
mortificación de! cuerpo, hay, por el contrario, regularidad, ra en la que el análisis de lo concreto no ímpedía la profundidad
na. El volumer. se concibe come una exp!icación del cambio, y e! reflexiva y la hondura teórica: de hecho, lo concreto era e! objeto de
tránsito de la atrocidad penal·a la sobriedad punitiva de! Ochocientos expresión y a ello se entregaba quien tenía la condición de filósofo.
es su hilo conductor. Ahora bien, ese tránsito no se describe según la Además, enseõaba también el coraje especulativo ·de quien no se con-
interpretac ión benevolente que los humanismos alumbraron. z.Por tentaba con explicaciones perezosas, con explicaciones que tan fre-
qué? Porque, a juicio de se trata de una concepción que cuentemente racionalizan tradiciones o instituciones. Así, los historia-
racionaliza la c rueldad, que otorga sentido aliá donde no lo hubo o dores no tendrían por qué resignarse a lo ya sabido o a las evidencias
que elimina el fo ndo irracional que tuvo y que mantíene. Su obra dictadas por e! sentido común de nuestra disciplina. Podrían afrontar
ta de mostrar que la dirección de la reforma no fue la benignidad de con arrojo la creación de nuevos objetos, exclu ídos o no tenidos en
las penas, como sostuvieron los ilustrados, sino la eficacia de su cuenta hasta entonces. Podrían ensayar nuevos métodos, en los que
cación. EI humanitarismo penal justificó contemporânea y aquel objeto estaría constituído por series ternporales distintas de las
mente la reforma en vircud de la benignidad. Ahora bien, ese argu- previsibles, series en las que la idea misma de continuidad sería des-
mento era sólo un ejercicio de razón ulterior en virtud del cual un cartada por ser el modo propio de la racionalídad retrospectiva. Podrían,
sentido positivo serviria para ocultar la mezquindad irreparable en la en fin, crear nuevas formas discursivas en las que la dcnotación no
que se funda nuestra sociedad y todas las sociedades. Si hemos de creer seda ya Ia única meta expresiva.
ese argumento benevolente, esa mentira piadosa, el suplício de Damiens Por eso, justamente, la máxima eclosión de la nueva historia
seria repugnante por un exceso punitivo, y por tanto el sistema que le c ide en Francia con los efectos más difundidos de Vigilar y castigar,
sucedió habría sido una altemativa menos odiosa. como e! propio Chartier anotaba. En cualquier caso, conviene retener
Sin embargo, aõade Foucault, la cárcel no fue concebida por los no sólo el contenido de esta obra de Foucault, sino también lo que se
reformistas como la solución penal: para los reformistas, en efecto, el entendía como su proyecto de investigacíón, dada la influencia que
nuevo sistema debía basarse en una variedad punitiva que, tendría entre los historiadores. En principio, habían sido los discur-
da en sus formas, fuera más eficaz. i. Y cuál fue el curso seguido en sos el objeto de su atención, algo que está, por ejemplo, cn Las pala-
realidad? Frente a la multiplicidad penal, en los códigos bras y las cosas (1 966) y en La arqueología de/ saber (1968). Con
ráneos acabó por aceptarse la privación de libertad como posteridad, y sobre todo con el ingreso de Foucaull en el College de
to básico. La prisión será un sistema más «eficaz» en la medida en France, e! énfasis se pondría en el estudio de las prácticas, esos hace-
que sus fines no serían los de! dano corporal, aquellos que res sociales no siempre definidos ni contenidos en la enunc iación de
ran Voltaire y Beccaria, sino los de la punición de las almas, un discurso y que acabao creando realidad, para luego quedar inscri-
tidas ahora en casos susceptibles de corrección. ·El infractor no só lo tos en un texto. El ejemplo de Vigilar y castigar sería la mejor
cumple una pena, sino que, además, se le bace víctima de un tra de esto último.
mento penitenciaria que va más aliá de la expiación b de la estricta Sin embargo, más aliá de estas obras y de su autor, la nueva
reparación: se le hace víctima de sus propias inclinaciones, a las que ria sociocultural que Cha1tier clestacaba incluía una segunda orienta-
se ve como reformables o extirpables . Con ello, e! sistema ción, la perspectiva microanalítica. En efecto, además de otros
poráneo es o aspira a ser mejor, porque no sólo se impone la repre- mentos, una de las conclusiones más sig:nificalivas a las que llega
sión del delito o la intimidación simple, sino que se marca la meta de Chartier es la de! problema de la escala de observación. Y aqui, fren-
sojuzgar corrigicndo. Hablamos, en efecto, de la disciplina aplicada te a la larga duración, a las ambiciones globaliz.adoras de A ries o
para enmienda de! desviado, emprendida y llevada a cabo no por un inch;so de Foucault. é! contrapone aquellos otros esmdios que redu-
poder extemo que aplasta o somete, sino por una red formada por cen la perspectiva de análisis y detallan su objeto en un contexto más

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local. A esto, Chartier lo denomina expresamente como microanálisis las relaciones), en ese caso la aldea campesina o el barrio urbano, que
y lo personaliza en tres historiadores bien conocidos: Natalie Zemon se manifieslan como formas diversas de comunidad, son las áreas pri-
Davis, de la que c ita Cultura y sociedad en la Francia moderna, Car- vilegiadas de dicho análisis. Es ésta una idea que él defendía a partir
lo Ginzburg, de qu.ien menciona El queso y los gusanos, y Jacques Le de unos referentes muy concrelos, escasamente coincidentes con los
Goff, del que destaca Tiempo, lrabajo y cultura en el Occidente que Chmtier, por su parte, pudiera expresar. Por un lado, la etnología,
medieval. Estos datos sobre la última historiografia de aquellas fechas, pero no la estructuralista francesa, sino la antropología sustantivista de
estas alusiones a los referentes que trazan la genealogía del estudio de la tradición anglosajona. Por otro, la obra de dos outsiders que se
las mentalidades y esa mención explícita a la historia soc.iocultural, habían convertido en referencías inevitables de la investigación britá-
son los elementos decisivos de lo dicbo por Chartier. nica: Karl Polanyi y E. P. Thompson.
Además, para los fines que aquí nos proponemos, constituyen un pun- Estas menciones de unos y otros, estas genealogías, estas bases teó-
to de iuflexión, pues nos permitcn vislumbrar qué sea eso que se ha ricas, muestran una gran variedad y reflejan la perplejidad, incluso el
convenido en denominar histeria cultural. Aunque Chartier no usa esta desconcierto de una disciplina que estaba cambiando las bases mismas
voz de manera expresa, sí que nos sitúa tanto. en los antecedentes de su investigación. Que Le Goff o Chartier invocaran a unos o a otros,
como en algunos de los desan·ollos que posteriormente tendría. que subrayaran la aportación de la antropología, que pusieran el énfa-
Es muy significativo que Chartier, un historiador francés vinculado a sis en las mentalidades, que tomaran e! Case Study como posibilidad
la EHESS, hable, por ejemplo de histeria sociocultural, justamente en analítica, son aspectos de una renovación tentativa que entonces se
un momento en que para estos investigadores la dimensión social es atín ensayaba, que ya se hab.ía adelantado en parte duranle los anos anle-
la clave decisiva de la renovación de la disciplina, algo que después·será riores y que se iba a desarrollar en las décadas siguientes. Era entonces
puesto en cuestión. Ha de tenerse en cuenta que la revolución historio- cuando se esbozaban nuevas formas de histeria sin una ortodoxia que
gráfica francesa había sido la de una histeria social y las menciones de disciplinara y con unos ecos aún annalistas, unas nuevas formas que pre-
Chartier son tributarias de esa tradición. Ahora bien, no menos relevante dicaban la tradición a] tiempo que la superaban. En ese contexto, y bajo
es que mencione la voz microanálisis para calificar el trabajo de estos la influencia sobre todo de la anlropología (lo extrafio, lo diferente, lo
historiadores. Sin embargo, a pesar de que mencione El queso y los gusa- anómalo), estos historiadores se movieron y se moveóan entre dos
nos, e! uso de cse térnúno no se corresponde exactamente con lo que hoy polos: subrayando lo social con el nuevo aporte etnológico, aquel que
entenderíamos por tal cosa. Con el paso de los anos, ha sido la expresión permite abordar las relaciones y la esfera de lo cotidiano; o haciendo
rnicrohistoria, asociada sobre todo a Carlo Ginzburg, la que ha acabado hincapié en lo cultural, en ese domínio de valores y de recursos mate-
por 1mponerse y su em leo alude, entre otras cosas, a una reducción de riales e inmateriales con que los humanos actúan.
la escala de obseryación y a pre erentemente cultural de Eran varies los lugares, los laboratorios en que se planteaban estas
pasado, dándose a entender ue la cultura es e! marco en que se desen- transformaciones historiográficas, centros asociados a personas espe-
las acciones, las emociones y_ las ideas umanas. o .obstante, cialmente relevantes. Entre ellos, quizá el más significativo de aque-
en aquellos momentos, el enfoque micro aludía más bien a aquellos estu- llos anos fuera precisamente e! Seminario parisino que durante tanto
dios en que el objetoera un caso localizado a partir del cual se intentaba tiempo Jacques Le Goff d irigiera en la EHESS, un seminario por el
reconstruir la cómplejidad o estructura social a la que pertenecía. que pasaron. un sinfín de historiadores europeos y norteamericanos.
Además, la dimensión social de! enfoque micro, la reflexión teóri- Como se sabe, ·ésta era una reunión semanal que se inauguró a prin-
ca sobre su significado, eran e! hallazgo particular dei modernista ita- cípios de los setenta y que en su primer afio se dedicó a la historia de
liano Edoardo Grendi. Para este historiador, el microanáJisis era una las ideas religiosas y de los grupos sociales en la Edad Media. Sin
forma particular de hacer hisroria social. En efecto, bacia 1977 había embargo, más aliá de los títulos que tuviera en anos sucesivos, lo que
defendido expresamente este tipo de perspectiva para abordar aquellas interesa destacares su dedicación ai folclore y a la cultura popular.
otras formas de agregación social y política más reducidas que las que De hecho, a partir del curso 1973- 1974 tomó como objeto la antro-
· podían representai: el Estado o la nación: <,por gué debe ser la nación pología cultural dei Occidente medieval y dos aiios después se tituló
-y no la comunidad o la ciudad o el oficio- ellugar de elección para simplemente antropología histórica. Por eso no es extrafio que en
el estudio de las grandes transformaciones históricas?, se preguntaba. 1975 Le Goff fundara un núcleo de investigacíón bajo el nombre de
Si, a su juicio, la historia social había de tener por objeto la recons- Groupe d'Antropologie historique de l'Occiden1 médieval que dirigi-
Lrucción de la dinámjca de los comportamientos sociales (es decir, de ria hasta su retirada en 1992.

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A finales de los aõos setenta, pues, una obra como La riueva his-
toria, que consuma y expresa parte de las inquietudes que Le Goff IV
había estimulado, refíejaba en buena medida los cambies que se habían
ido produciendo aunque todavía dentro dei espacio y de las coorde-
nadas de la propia tradición francesa. De hecho, para entonces no
existía una propuesta clara ele trabajo que se reconociera dentro de EL LABORATORIO DE PRINCETON
esa etiqueta de bistoria cultural. El propio Chartier, como hemos vis-
to, se sentía más cómodo utilizando el rótulo sociocultural, y esto es
significativo puesto que él sería uno de los abanderados de esa nueva
práctica, cuyo nombre acaba.ría perdiendo ese prefijo tan francés. A nues-
tro modo de entender, y aparte de! magisterio de Le Goff, aoarte de
la intluencia estrictamente parisina, Roger Chartier es una d; las cla-
ves definítivas para entender la trabazón de! grupo de historiadores
culturales a los que hicimos mención a] identificarias como un cole-
gio invisible de distintas nacionalidades: Natalie Zemon Davis, Robert
Damton, Peter Burke y Carla Ginzburg. Será Charlier la persona que
de algún modo relacionará a unos y a otros, en parte porque es fran- EL AM100 AMERICANO
cés y en parte porque aguellos otros historiadores estuvieron en París,
creándose así vínculos de amistad y de camaradetía académica entre Como decíamos al principio, los rasgos ·comunes que comparten
ellos. Sin embargo, hay otro elemento en Chartier que nos interesa estos historiadores son de distinta naturaleza, la proximidad genera-
destacar para comprender la relación que mantiene con el resto de cional, la cercanía a la histeria e historiografia francesas, etcétera.
miembros de ese colegio fnv isible que se constituye por aquellos Pero hay otro aspecto, también decisivo, que podemos tomar como
anos. A diferencia de muchos de sus colegas annalistas, que se nutren indicio aííadido de esa afinidad transoceânica. Nos refetimos al influ-
de propia tradición francesa, este historiador ha mostrado siempre jo, incluso al impacto, de la cultura anglosajona en todos ellos, un
un mterés extraordinario por la historiografia anglosajona, y este ele- influjo obvio en quienes son norteamericanos y británicos, pero que
mento refuerza sus víncuios con Davis, con Darnton, con Burke o es plural, con diferentes polos, y que afecta a éstos y a otros historia-
con Ginzburg. dores que les son cercarios. De todos los centros de influencia .
podemos'singularizar; de todos los sítios adonde podríamos llegar,_Q? Y1í::
la Universidad de Princeton el lugar que creemos más
\
1., Y cómo desplazarnos hasta alli? Entre los medws posibles, optare- \
mos por tomar a Chartier como introductor, a quien habíamos dejado
en el capítulo anterior indicando precisamente su destino atlántico,
sus intensas relaciones con los colegas americanos.
Tras su etapa académica en la Sorbona, que se extiende de 1970 a
1975, este joven histoliador accedía a un puesto en la EHESS, ese
ámbito de! que parte la edición y las contribuciones de la nueva his-
teria. Como hemos visto, Chartier no sólo redacta voces significati-
vas («Equipo menta]>,), sino que es junto con Jacgues Revel codirec-
tor de ese diccionario de 1978 que coordinó Jacgues Le Goff. Por eso
no es extrafío que su firma aparezca reiteradamente a lo largo de!
volumen y gue se ocupe de entradas como «Lucien Febvre», «Histe-
ria social» , «Libro» , «Popular>}, «Educación» o <<Annales». La parti-
cipación tan activa en dicha obra sólo puede entenderse a partir ele su
decisiva instalación en la EHESS , a partir de su acceso a dicha insti-

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tución a una edad temprana mostrando precocidad y conocimiento. propio Chartier h a adrrútido en diversas entrevistas, esa circunstancia les
Aderná?, esa condición de investigador le permitirá a princípios de permitió, ai menos desde 1974, trabar una sólida amistad que, según con-
1976 dtsfrutar de unos meses de estancia en el extranjero y el lugar fiesa, aún perdura. Pero .esto sólo fue el principio de una vida dé fre-
ai que se desplazará será justamente Princeton. Esa elección será cuentes, de numerosísimos desplazamientos a los Estados Unidos. El
decisiva y su estancia reforzru·á su prestigio, porque, eo efecto, clicha currículum de Chartier nos lo muestra como un viajero consumado,
instirución contaba ya para entonces con diversos atractivos acadé- como un académico andarín que imparte Jecciones y conferencias en las
m1cos que hacían muy provechosa la visita. Entre ellos sin duda la universidades americanas más variadas, siendo así embajador de sus pro- c..,
existencia de! Davis Center for Historical Studies. Hagamos, pias investigaciones y cualificado de la...cultura
otro alto en el camino y recorramos de algún modo sus aulas. francesa. Esa circunstanc1a crea una red personal, favorece los conoc1- .!;.;.._
Este centro se había creado en 1968 gracias aJ legado de Shelby m.ientos, aumenta el flujo de la infonnación entre bistoriografías distan- .'
Davis, el nombre de un antiguo alumno de Princeton, diplo- tes y refuerza las coincidencias. Quizá Comell, Chicago y la Johns Hop- "\....
mattco de carrera, que estuvo muy vinculado ai Departamento de His- kins hayan sido los lugares en donde ha pasado más tiempo dentro de un · '
tO!ia, alguien, en fin, que se doctoraría en la Uníversidad de Ginebra larguísimGl etcétera que cubre prácticarnente toda la geografia america-
con una tesis sobre los soldados de color en el África occidental fran- na, sin contar, por supuesto, sus desplazamientos ai subcontínente bispa-
cesa. Con esa importante financiación se crearon dos cátedras separa- no. De hecho, Chartier inicia a partir de Princeton su carrera académica \
más internacional y se convierte probablemente en uno de los conferen-
das,. una a la historia americana (llamada «George Henry
Dav1s» en memona de su padre) y olra a la histolia europea (denomi-
nada «Shelby Cullom Davis»). Ambas están constituidas bajo el for-
mato dei serninatio en e] que se reúnen los profesores del centro, los
tciantes más reclamados de la profesión, tanto por sus evidentes logros
como por ser portador de ciertos valores afiadidos.
Por un lado, por ser un interlocutor de algunos de los filósofos y
alumnos más aventajados, los doctorandos y los docentes visitantes, científicos sociales más sobresalientes de la Francia de entonces,
procedentes de otras universidades, es decir, los llamados Visiting Michel Foucault y Pierre Bourdieu, esos y otros autores que tanta fas-
Corno se puede sospechar, el funcionamiento tiene alguna seme- cinación e interés han despertado en algunos de sus colegas america-
Janza con el que hemos descrito brevemente para e! caso parisino deLe nos. Aunque, por otro, no es irrelevante el modo de· ser del propío
Goff. En Ptinceton, los objetos de discusión, que siempre privilegiao Chartier, becbo que algunos considerarían circunstancial, pero que a
nuevas aproximaciones, nuevos métodos o temas poco comunes, se nuestro entender es decisivo. Hablamos de una persona que ha
fijan cada dos anos y el seminario centra su atención en dichos debates demostrado entonces y ahora una sorprendente capacidad de trabajo,
a lo largo de ese período de tiempo. AI margen de la época histórica o un trabajo prolífico que se distribuye no sólo en Francia, sino también
de la rama de! saber que, en principio, parezcan más afines a ese asun- en aquellb.s destinos que é! frecuenta. Por eso, su cuniculum se mul-
to abordado, lo que se favorece es la interdisciplinariedad. Vale decir, tiplica y se desborda en lenguas y países distintos, siendo habitual-
de lo que se rrata es de hacer confluir miradas muy diversas con el fin mente resultado de sus estancias y conferencias. Hablamos de una
de complicar y enriquecer el análisis dei objeto escog:ido, evitando la persona que domina varias idiomas de manera envidiable, dominio
excesiva farniliaridad q ue colegas próximos suelen tener con sus que le permite expresarse sin dificultad ante auditorias muy distintos,
temas Por eso, cada afio, se invita a diversos profesores, que ante colegas de diferentes nacionalidades, aunque esta circunstancia
pasan vanos meses y participao de fonna activa en ese séminario bia- también podría predicarse de Natalie Zemon Davis, Peter Burke,
nual, que suele concluir con una publicación de los textos más rele- Robert Darnton o Carlo Ginzburg. Hablamos, además, en el caso de
vantes. Así pues, salvando las distancias, este centro también puede Chartier, de una persona que demuestra un interés voraz por las his-
recordar en estos aspectos el funcionamiento de la EHESS. toriografías de otros países, por las novedades editoriales que aquí y
Pues bien, a princípios de 1976, en el mes de febrero, Chiutier llega aliá apareceu y que Je ponen sobre aviso de lo que otros hacen. Y
como Visitíng Felow ai Shelby Cullorn Davis Center for Historical Stu- hablamos, en fin, de un académico fJ"ancés cuyo talante personal es
dies, permaneciendo· basta junio de ese aiio. Allí mismo, en Princelon, y expansivo, abierto, dotado de un don de gentes igualmente envidia-
desde I 968, .JUStamente el aõo que se había creado el Davis Center, esta- ble, accesible, sin esos envanecimientos que son tan frecuentes,
ba Robert Damt.on. A su vez, este historiador norteamericano era uno de lamentablemente, en'tre los profesionales más distinguidos.
esos vü:i tan res que habían llegado a Paris en los anos sesenta y Jueoo en Como es obvio y dadas las caracteristicas del Davis Center, son
los setenta y que habían frecuentado reiteradamente la EHESS. Co;;,o el muchos los profesores a los que se les cursó invitación a lo largo de

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estos aiíos, coincidiendo, pues, con Robert Damton. Para nuestros De entre los testimonios más significativos de quienes allí estu-
fines, para la reconstrucción de este colegio invisible de historiadores víeron, .quizá lo.s más interesantes sean los de Natalie Zemon Davis
culturales, conviene sefialar que Peter Burke fue quien llegó allí más y, sobre todo, Carlo Ginzburg. Tomemos a este último como guia,
tempranamente, a finales de los sesent<l:. Poco después, en septiembre justamente por ser europeo y por apreciar más sutilmente las dife-
de 1973 seda Carlo Ginzburg ÇJUien disfrutaría de dicba estancia. Por rencias entre aquel centro y su Universidad de origen. En <<El ojo dei
su parte, Natalie Zemon Davis llegaría en 1978, aunque en este caso extranjero», un texto escrito eu 1994, Carla Ginzburg atendía la
con un contrato ·de otra naturaleza. En efecto, pasaría a ser profesora demanda de la revista Passa to e presente para que expusiera su expe-
de historia, cargo que ocuparia hasta 1996. (.Qué hay de común en tiencia internacional. Se trata de una sección, «ltinerarios de histo-
esas estancias, más allá, obviamente, de la institución que los acoge? riadores entre Europa y América», que recoge ese tipo de intercam-
Sin duda, la clave está en e! director de ese centro, la persona de quien bios. En su caso, Ginzburg refiere el primer viaje a los Estados Unidos,
procede la invitación oficial, como todos estos historiadores han reco- en septiembre de 1973, invitado por el Davis Center de Princeton. Su
o y
nocido en diversas entrevistas escritos, esa persona no es otra que recuerdo, veinte aiíos después, se centra sobre todo en la sorpresa que
el británico Lawrence Stone. Este investigador había llegado a Prin- le deparó· aquella instítución, una impresión provocada por dos
ceton a comienzos de los anos sesenta y su labor fue tan apreciada que aspectos fu ndamentales y raros, según su opini ón, en la Europa aca-
en 1968 fue elegido para dirigir el nuevo Shelby CuJiom Davis, cargo démica de entonces, tan ceremotúosa, tan respetuosa con las jerar-
que ocupó desde la creación misma dei centro hasta su jubilación, en quías: la heterogeneidad de los participantes en aquel seminario y el
1990, síendo reemplazado enlonces por Natalie Zemon Davis. Evi- estilo de los debates que allí se promovían. El historiador italiano
dentemente, Stone no era el único historiador descollante en aquel atribuía esas cualidades a la personalidad de su director, Lawrence
medio académico. Así, por ejemplo, en 1969 y procedente de Berke- Stone, quien lo había invitado para uno de sus ciclos bianuales, dedi-
Jey había !legado Carl E: Schorske, quien sería el fundador dei célebre cado en aque[Ja ocasión a la «Histmia de la religión popular». Es
Program in European Cultural Studíes, tan influyente enu·e los aca- decir, un tema que se convertiría en habitual entre determinados his-
démícos norteamericanos. De todos modos, a pesar de Ia importancia toriadores de aquella década: el asunto que ya tratara Natalie Zemon
de este último, la figura de Stone se impone para nuestros intereses, Davis en los sesenta, e! mismo tema que desarrollaba Keith Thomas
pues es a él a quien se debe la organización práctica de un semimuio a comienzos de los setenta, el objeto, en fin, que por aquellas mismas
de debate entre historiadores que rompió moldes. fechas ocupaba tambíén a los participantes de! seminario de Le Goff.
Hay numerosos testimonios que podrían dar cuenta dei estilo per- Evaluando aguella experiencia, Ginzburg habla de apertura intelec-
sonal d e su director y dei ambiente que creó en aquel centro. Algunos tual, de Jibertad interdisciplinaria, de vocación comparativa: es decir,
incluso, como Peter Burke, han ido más aliá de! agradecimiento por la de aquellas virtudes acadêmicas q ue obligan a argumentar, a expresar-
invitación y reconocen a Stone como uno de sus maestros. Pero quizá se, a debatir y, por tanto, a presentar objetos que en principio no resul-
e! mejor modo de averiguaria sea, por un lado, evocando las propias tan evidentes para un auditorio tan heterogêneo y sobre todo para unos
palabras de aquel director y, por otro, los recuerdos minuciosos de oyentes de cultura distinta, de tradiciones ajenas a las del expositor.
guienes aUí han estado. Lawrence Stone seiíalaba en El pasado y 'e] Eso obliga a precisar los temas sin dar nada por sabido y eso obliga
presente la importancia de esta institución americana a finales de los también a persuadir a un pt:íblico que, en principio, no tiene interés
sesenta, anos decisivos en el interés de los historiadores por las cíen- local o inmediato en lo que se presenta. De no hacerlo asf, e! invitado
cias sociales. A su modo de entender, uno de los lugares en donde esa se expone a defraudar al auditoria corríendo el riesgo de atTuínar su
aproximación era más palpable había que buscar! o en Francia, en par- carrera internacional, su prestigio y las consiguientes invitaciones que
ticular en Annales y en la EHESS. Pues bien, en ese contexto, el pro- pueda recibir a pattir de ese primer éxito y reconocimicnto.
grama de intercambio para visitantes, que el Departamento de Histe- El resultado de csa estancia y, por tanto, de la investigación que
ria de Princeton inauguró en I968, permitió dar a conocer entre los Ginzburg allí expuso fue una primigenia en francés, del céle-
historiadores norteamericanos esa corriente hisloriográíica que proce- bre volumen E! queso y los gusanos. Cumpliendo con lo habitual, ese
dfa de París. Así pues , en estos dos lugares de ambos lados dei Atlán- texto fue sometido a un intenso debate. como consecuencia dei cual
tico el programa de investigación tenía afinidades y. ai abrirse a las Ginzbmg acabaría redactando una introducción ele tipo historiográfi-
estancias de profesores foráneos, se inrensificaban ias relaciones y se co, que figuraría en Ja ediciôn definitiva, e n la que i11tentaba dar res-
urdía una red de contactos y de per.samiento. pues\a a algunas de las preguntas que se !e habían fo!"nulado en aquci

112 ti3
seminario por parte de sus inquisitivos oyentes. (.Qué es lo que el his- cerrada, con una sintaxis inmodificable, con una arquitectura interna
toriador destaca en 1994 de aquella experiencia? (.QUé es lo que cree ensamblacta hasta tal punto que nô consiente la remoción de ninguna
que compartia con los integrantes de aquel dínámico seminario, lan de svs partes. Si tal cosa es cierta, eso significa que nos ballamos fren-
poco impresionab1es? Aunque sus referentes fueran distintos, la inves- te a un texto que ha alcanzado el estatuto de lo que Roman Jak:obson
tigación podía ser calificada ·de modo análogo a lo que allí se hacía, llamaba la líterariedad, es decir, a este libro le habría ocurrido lo mis-
una suerte de histeria social y cultural, según apostilla. Esa afirmación mo que a las obras !iterarias propiamente dichas: que el autor no las
reu·ospectiva no es irrelevante, y no lo es por dos razones. Por una par- modifica ni las acompafia de paratextos explicativos.
te, porque evita el rótulo más obvio, el más universal que se le atribu- Esta conversión de la monograffa histótica en obra !iteraria est.aba ya
ye a este investigador italiano, el de la microhistoria, una etiqueta gue anunciada en las instrucciones dcl editor (las de Einaudi) acompa-
el autor jamás emplea en El queso y los gusanos.Por otra, porque.usa iiaron a la publicación original de 1976. Ellibro italiano apatecía en una
la expresíón histeria social, tan característica de aquellos anos, pero colección de ensayo, <(f>aperback:s», y sus vecinos eran autores como
aiiadiéndole retrospectivamente el calificativo de cultural, en atención Adorno, Foucault o Lév1-Strauss, entre otros, lo que le conferia unas
a su propio giro personal de hoy (su preocupación explícita por las características especiales que no eran las babitnales en una investigación
«culturas») y en un sentido que no es distante de! que hemos visto usar histórica. Como senalara Hayden White a propósito de Foucault en E1
a Chartier: recordemos que en La nuet:a historia, de 1978, este autor contenido de la forma. hay ciertos libros de ensayo que no consienten
francés también hablaba de histeria sociocultural. Convendrá demo- el resumen, que no pueden abreviarse porque tal operación les amputa-
rarse en EI queso y los gusa nos. y las razones para hacerlo son distin- ria su cualidad, su v.irtud. En efecto, son esos textos en los que el ensa-
tas. De entre todas ellas, y para nuestros propósitos, la más obvia es la yo es propiamente un género literario y en los que la palabra expresa la
que lo convie1te hoy en u n referente inexcusable de la historia cultu- la voz y la implicacíón personal del autor. Así, Giulio
ral, la que lo hace un ·clásico de esta especialidad, un clásico ai um- Einaudi reconocía ante Severino Cesari que esa obra de Carlo Ginzburg
brado en los setenta y que aún hoy conviene visitar. formaba parte dei «hbro cultural» que no admire correcciones, altera-
ciones o desmentidos, puesto que sus palabras conti.enen <<pasajes
tos dei pensamiento» y engendran otros libros.
CARLO GINZBURG: LA CULTURA DE ill' HUMILDE LECTOR Ên fin, éstas son lãs razones externas de dicha conversión, son ins-
trucciones de uso que el editor daba para emplear el hbro de un modo u
Deberíamos preguntarnos qué es exactamente El queso y los gusa- otro, para emplearlo como un artefacto cultural que consiente pragmáti-
nos y ver qué relación tíene con la historia cultural que ento:nces empe- cas diversas de acuerdo con el envoltorio -literario o ensayísti.co- que lo
zaba, qué tiene de biografia, qué de relato literario y cuáles son los pre- presente y de acuerdo C()D su material. Sin embargo, aque-
supuestos desde los que está .concebido. Lo primero que !lama la llo que nos interesa es el contenido de la obra porque, de su con:figura-
atención en esta obra, después de haber transcurrido l.lll cuarlo de siglo, ción, podrá.n extraerse otras lecciones. Ensayemos, pues, una descripción
es que su autor jamás haya retocado o modificado ninguna de las ase- dellibro que nos ocupa. El queso y los gusanos es un volumen en el que
veraciones que contiene, ni las del texto propiamente ni las del prefa- el objeto explícito de análisis es un individuo, o mejoi:, nos hallamos ante
cio que elaboró para responder a sus interpelantes de Princeton: es un libro e.n el que su autor lleva a cabo la biogra:fía parcial y posible de un
decir, que ellibro se reedita y se reimprime una y otra vez, tal y como sujeto marginaL basándose para ello en una serie de informaciones
fue publicado inicialmente. Lo común cuando una obra permanece incompletas, fragmentarias o menores que procedeu de una fuente inqui-
viva editorialmente durante un largo período y el conocimiento histó- sitorial. Esos datos le penníten narrar una vida y recuperar las ideas que
rico ha invalidado algunas de sus afumadones o los cambios historio- defendió, unas ideas que le enfrentaron al sentido común de su época y
gráficos exigen una puesta ai día es que su autor introêluzca lo que al poder de la Iglesia. Dichas concepciones eran el producto de una desa-
Gérard Genette llamaba un paratexto, una leyenda al principio o al final zón, la que procedía de una posición racional y tolerante, atea y materia-
que sirva para situar su trabajo y marcar las distancias que lo pudieran lista, surgida de su resistencia a la verdad impuesta, oscmantista, contra-
separar del oliginal. Esta es, en el caso que nos ocupa, ya no bastada ria a la evidencia de las cosas. f.sas lucubraciones eran, a la postre,
con ese prefacio motivado por e! auditorio americano, sino que habría resultado de una elaboración particular irrepetible, las de quien así se
que haber ampliado los referentes para los lec1ores posteriores. Ésta y expresó, pero tan1bién eran fruto de ciertas creencias populares, tomadas
otras razones son las que nos llevan a pensar que estamos ante una obra en préstamo y fertilizadas con la lectura y con la alta cultura.

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Que un libro publicado hoy trate acerca d_e estas cuestiones no nos a sujetos, en fin, qne tienen ideas. Ahora bien, la vuelta del individuo
sorprende, porque todas ellas forman parte del discurso normal de la no es en este caso la mera recuperación del modelo tradicional, el del
disciplina pero veinticinco o treinta aíios atrás las cosas eran gran soldado o e! de! gobemante ejemplar, ni tampoco el retomo del suje-
muy distintas. De hecho, a pesar dei dinamismo que hemos desctito ai to racional, de aquel que, dotado de omnisciencia, se sabe trasparente
referimos ai Davis Center de Ptinceton, el título det seminario al que y a la vez conocedor de lo externo. Es decir, con El queso y los gusa-
había sido invitado Ginzburg no aludía en absoluto a esas cuestiones, nos no tenemos ai héroe cartesiano del tópico, sino a una persona con-
sino que hacía referenda a esa otra que era la religión popular. Así creta, a aquella que ha registrado dentro de sí los cambies culturales de!
pues, defender la legitimidad de una histeria individual a mediados de siglo. En ese sentido, el molinero de Ginzburg es, además, lector, lec-
tos setenta, y haccrlo además a p-.utir de an :;t;jeto marginal, podía tor de obras piadosas, pero quien lee lo que él dijo (su biógrafo) no pue-
tomarse como una provocación o como una impugnación de las ver- de ya devolvémoslo ocultando las insuficiencias y la racionálidad limi-
dades historiográficas. A pesar de que el contexto de los anos sesenta tada de la que estamos dotados. Por tanto, Menocchio, el personaje de
y setenta pudiera favorecer investigaciones de este tipo, lo cierto es E! queso y los g usanos, como el de tantos protagonistas de la literatu-
que la corporación de los histo1iadores tardó mucho, y no sin resis- ra de nuestro tiempo, duda, se equivoca, se desmiente, afirma y libra
tencias, en registrar esos cambias y en aceptar su normalidad. una batalla dialéctica consigo mismo y con sus inquisidores.
Las repercusiones de mayo del 68, dei posestructuralismo, de los Más aún, el sujeto aquí exhumado pertenece a las clases populares,
últimos procesos descolonízadores y de la crísis energética no modifi- esto es, ni siquiera es un individuo conocido por sus ideas, su riqueza,
caron inmediatamente los paradigmas vigentes en la disciplina. En ese sus obras o por la repercusión colectiva de sus actos. y ése es otro de los
sentido, E! queso y los g usanos forma pa1te de un reducido número de atractivos dei personaje y dei volumen, puesto que quien nos lo devuel-
títulos de esa bistoria cultural que desde entonces comienza a cobrar ve, Carlo Ginzburg, también ha leído efectivamente a Marx y a Thomp-
forma, títulos que en aquellos afias empezaron a mostrar los cambies son. Es decir, no nos restituye la vida de un líder campesino o popular,
que se avecinaban. Ahora bíen, esos libras, y este volumen en particu- sino los avatares de un hombre corriente, escuro, un molinero de! Friu-
lar, no eran el mero resultado de su contexto, sino que, sensibles a las li gue apenas ba dejado huella, como uno más de esos personajes tols-
nuevas demandas, vaticinaban y postulaban implícítamente los nuevos toianos que hacen la histeria sin saberlo y que son héroes anónimos de
usos de la histeria que aún estaban por formularse. En ese camino, la una gesta colectiva, la de la cultura dei librepensamiento.
obra de Carla Ginzburg resulta ejemplar porque reúne tempranamente Ahora bien, de! complejo universo histórico de las clases subalter-
todos esos elementos. Ante rodo, pues, E! queso y los gusanos recupe- nas, Ginzburg escoge como objeto la cultura populaJ. Y lo hace
raba de algún modo un tema, el de! indivíduo. poco o mal tratado has- habiendo leído a Antonio Gramsci, a Mijaíl Bajtin y a los represen-
ta entonces por la historiografia dominante, incluso por la dedicada a tantes del marxismo culturalista anglosajón. Esa congmencia de lec-
la cultura popular. Tras décadas de histeria colectiva, anónima, sin per- turas Ie permite distanciarse, por otro lado, de Lucien Febvre y de su
sonajes reconocibles, ai modo de Braudel, 1a obra de Gínzburg les modelo de Rabelais. En ese sentido, en el prefacio «americano» de El
devuelve la visibilidad, acabando con una de las paradojas de la histo- queso y los gusanos se pregunta por la representatividad de las ideas
riografía del siglo XX. Decía Jacques Ranciere que los historiadores dei de Menocchio, pero de otro modo; se pregunta por la pertenencía o no
Novecientos se habrían visto enfrentados a una paradoja referencial e de su cosmovisión a una mentalidad colectiva propia dei mundo cam-
inferencial. En el siglo xx, se habría construido una disciplina más pesino o de los friulanos de aquel tiempo. Su respuesta es negativa, es
rigurosa, más «científica», que aspiraba a ser más verdadera. pero en decir, Menocchio no fue un aldeano típico de su época, pero eso mis-
contrapartida habría expulsado de su relato ciertos recursos básicos del mo obliga ai observador a precisaJ los límites de la extravagancia del
historiador: los que tradicionalmente babían dado verosimilitud a su caso. La investigación en este campo. dice Ginzburg. no puede ser ni
escritura y que no son otros que los de! relato de avatares individuales. la mera búsqueda de lo general en lo particular ni el énfasis dado ai
Objetos de conoc\miento constmidos con series estadísticas y que no aislamiento, a la incomunicación, a lo irrepetible. Esto es, dicho his-
son i.nmediatamente perceptibles o evidentes habrían convertido el toriador trata de encontrar un nuevo equil.ibrio, entendiendo el con-
referente histórico en ltn dato extrafío, dcsprovisto de camalidad. texto de ios indivíduos de otro modo. Las circunstancias verdadera-
· En cambio, obras como E/ ueso los ausanos devolvían el prota- mente influyentes en Menocchio no son locales ni estrictamente
los vLsibles, a _los S . Lil.9· que sociales, anade, no son las de su aldea o medio más próximo, sino que
a las restricciones y a pertenecen a una dímensión mayor que lo vínculan a las respuestas
- -4--·--..---..,____.
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culturales de otros grupos y otros tiempos. Las ideas de Menocchio, oralidad; y está por otro la narración. Podríamos así admitir que esa
como también las de cualquiera de nosotros, no serían deudoras exclu- <<escripción» se aproxima ai ordo naturalis, a! menos por lo que res-
siva ni principalmente de la época en que vivimos, aunque nadie esca- pecta a la sucesión cronológica, mientras que la escritura de Gínzburg
pe a ella, sino que son un registro o depósito que evoca muertos de seria el ardo arUlidalis. Esto es, en los términos de los formalistas
épocas pasadas, experiencias pretéritas y respuestas antiguas. rusos, de los que tan cercano fue Bajtin, los hechos de Menocchio con-
Esa noción de contexto, que violenta las coordenadas espacio-tem- tenidos en el proceso son la fábula, y la narración dei historiador cons-
porales con las que habitualmente operamos, se adapta mejor a la mü-a- tituye la trama. Es, pues, ese entramado, la disposición de los inciden-
da de los antropólogos que a la perspectiva tradicional de los historiado- tes que lo componen, aquello que bay que considerar.
res. También, pues, en este punto, EJ queso y los gusanos responde a un Tal vez sorprenda que identifiquemos el ardo natur:alís con la
cambio profundo de enfoque que, como hemos visto, ya se estaba dan- fuente inquisitorial, pero c uando la calificamos así es porq'ue las actas
do en la disciplina histórica en los anos setenta y que después se va a de esos procesos son el registro literal de intervenciones orales que
acentuar. Si en el otro, o en nosotros mismos, resuenan las voces de la siguen el .orden cronológico de los interrogatorios y las deposiciones.
alteridad, de lo extraiio, de lo mílenario, nuestro contexto no es simple- Sin embargo, como hemos clicho, quedan fuera numerosos elementos
mente el de los convecinos, ni el de la identidad fija, estable y reconoci- de la realidad externa y por tanto su ontología no es idérHica ni un cal-
da, sino también el de un pasado que compartimos con indivíduos a los co del referente. Además, la fuente es fruto de un acto de violencia, de
que jamás conoceremos. Este hecho, el de la <<inquietante extranjeridad» una coerción que dura meses y que busca la condena de! encausado.
que está en Menocchio, es precisamente uno de las temas más habitua- Ahora bien, Menocchio parece proceder sin ningún tipo de cautela,
les que podemos hallar en las obras de Ginzburg,-el de la distancia y el tomando a los inquisidores como interlocutores y convirtiendo el
del extranarniento que experimenta e! observador. En ese sentido, y documento en una fuente polifónica, de que sus respuestas van
como vimos, Carla Ginzburg, hijo de un judio ucraniano y de una hebrea mucho más aliá de lo que la prudencia dieta o dê lo que los ínquisi-
napolitana, ha leído ai Sigmund Freud del Moisés y la religión monoteís- dores demandan. Nos hallamos, en fin, ante un reo a la vez manso y
ta y al Claude Léví-Strauss etnólogo, y sabe que, al igual que el antro- temerario, dispuesto a hablar profusamente, ensoberbecido por las
pólogo, el historiador emprende un viaje de desarraigo para poder palabras y por las imágenes con las que expresa su mundo.
enfrentarse a objetos extrafios y a indivíduos diferentes en los que, no es la tarea que Ginzburg ·se propone? qué trabajar con
obstanLe, eocueritra afinidades culturales, halla preguntas parecidas y una fuente tan poco fiable? El historiador se plantea, como dice expre-
obtiene respuestas que son a su vez interpelaciones. Pero Ginzburg ha samente en el prefacio, rastrear el mundo cultural de las c! ases popula-
experimentado tambíén ese proceso de extraiiamíento por otra vía; pri- res y es cons6ente de que este objeto apenas ha dejado huellas en el
mero por sus vivencias infantiles, con el confinamiento familiar en los pasado. Por esa razón, un único testirponio, por extraordinario, sesga-
Abmzos dictado por e! régimen mussoliniano, y más tarde a! reconocer- do o dudoso que sea, acaba siendo vaUosísimo. Pero e! problema es
se en Cristo se paró en Eboli, la célebre obra que CarJo Levi publicara cómo tratarlo, dadas su complejidad y la laboriosa reconstrucción de!
en la posguerra. Al igual que el personaje de esta novela, e! historiador contexto en el que insertar aquel universo de imágenes. En ese sentido,
se interroga sobre sí rnismo, sobre la evidencia de su mundo moderno y e! biógrafo Carlo Ginzburg ha de pelear con la opacidad de las palabras
sobre lo que comparte con esos seres extraiíos, los campesinos del Mez- de Menocchio, con sus silencias y con lo que se deja implícito. Desde
zogiomo: él rnismo es un extraiio. Y ese hallazgo es tarea propia de la este punto de vista, su tarea es la dellector consciente, activo, que debe /

antropologia, del psicoanálisis y de la perspectiva bajtiniana. ajustar su inlerpretación a la literalidád y que, a la vez, necesita relle-
Pero El queso y los gusanos es también un volumen sobre el acto nar los espacios vacíos que hay en las declaraciones del molinero. Y lo
de la lectura. de la lectw:a individual como constitutivo de! proceso bio- hace en un contexto cultural -el de los setenta- en el que la pragmáti-
gráfico, de la interpretación como consumación del libro. Menocchio ca de la lectura comienza a imponerse como referente analítico de los
dice y lee, Ginzburg lee lo que Menocchio dice ante los inquisidores y textos. Son los afíos de nacimíento y desarrollo de la denominada esté-
lee los libros que éste leyó y finalmente nosotros leemos a Ginzburg y tica de la recepción y son los anos, por ejemplo, en que Umberto Eco
leemos ai molinero a partir de lo que dice a los inquisidores y que se comienza a analizar el papel dei lector en la obra, autor a quien Ginz-
recoge en las actas. Entre lo dicho y lo leído está la escritura, las escri- burg citará expresamente en El queso )' los gusanos.
uuas: está por un lado la «escripción», un neologismo de Roland Bar- Así pues, si de lo que se trata es de interpretar palabras y silencias,
tbes que alude al acto de transcribir una voz eliminando pane de la de reconstruir sus contextos y sus fuentes, y para ello el historiador no

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cuenta con suficientes documentos, no parece tener otro remedio q ue la asociativa. Por eso, la cosmovisión de Menocchio es objeto de conje-
narración conjetural. De ese modo, lo que Ginzburg hace como histo- tüfãs-ãpãrtir de los indicias que sus palabras aportan, pero el propio
riador es, con todo, algo muy semejante a lo que Lucien Febvre propo- molinero es tomado como atisbo de una realidad más extensa, extraio-
nía al final de sus Combates por la historia cuando reseiiaba el célebre cal, que lo empareja con otros que como é! son expresión de una
«librito» introductorio a la disciplina de Marc Bloch. «Ser historiador», estructura más profunda. En ese sentido, la historia individual que
decía Febvre, «es no resignarse nunca. Intentado todo, intentar llenar Ginzburg postula en E/ queso y los gusanos no es conlradictoria con
los vacíos de información. lngeniárselas, es la palabra exacta. Equivo- una profesión de fe que lo acercaría ai estmcturalismo, tal como lo
carse o, mejor, lanzarse veinte veces por un cam.ino lleno de promesas podría apreciar quien se aproximara a alguna de sus obras posteriores
-y darse cuent<>. des!JDés de que no conduce adonde conducir-. No y en particular a Historia nocturna. , _i
importa, se vuelve a empezar. Vuelve a cogerse con paciencia la made- f Si esa escritura histórica y biográfica es sobre todo un despliegue de 11 ) l
ja de los cabos de hilos rotos, enmarai'iados, dispersos». Efectivamente, interpretaciones acerca de conductas y pensam.ientos de un ser humano, .. "
la forma de operar de Ginzburg se a:semeja a la de Bloch, al Bloch de el análisis parece muy falible y, en todo caso, esas interpretaciones, ade-1
Los reyes taumaturgos. a aquel que planteándose ot>,jelos y preguntas de
difícil rcspuesta debín aventurarse cautelosamente con conjeturas que
clieran cuenta de su senrido, que los aclararan. Ahora bíen, es curioso
i más de estar bien fundamentadas, deben ser seductoras. \
Esto es, a Ginzburg !e sucederia lo que con frecuencia se ha dicho dei
psicoanálisis: que su verdad se basa en una respuesta estética - según lo
que, a pesar de haber sido el introductor en Italia de esa obra pionera, que sostuviera Wittgenstein- o que la convicción depende de un buen
no mencione este volumen en El queso y los gusanos. Y, sin embargo, relato. z,Acepta Ginzburg un diagnóstico de la verdad planteado en estos
Ginzburg se las ingenia al modo de aquél, en la acepción de Febvr:e, tétminos? t,Acepta que sus interpretaciones culturales sólo dan como
planteándose preguntas decisivas y dándose respuestas potenciales que resultado un efecto estético? No lo acepta porque se atiene al concepto
él núsmo critica y descarta, para al final Jlevamos hacia el relato que él clásico de verdad como correspondencia. Es decir, su posición podría
considera más razonable y fundado. En este punto, pues, si las deman- resumirse así: ahí fuera se dieron unos hechos, de ellos quedaron hue-
das eran lo fundamental de Los reyes taumaturgos, la clave aquí son las llas, yo relaciono esos indícios y lo hago de manera que se ajusten a
conjeturas y E/ queso y los gusanos es un repertorio ordenado de ellas aquellos hechos. Si se acepta que la investigación funciona así, mi rela-
con las potencialidades que entrai'ían. to será una natTación construída con materiales referenciales y no una
z,Cuál es e! resultado? Ginzburg parte de la constatación de que mera producción dei signo, como dida Roland Bru1hes. A los discursos
siempre habrá un resíduo indescifrable en las palabras y en los actos así concebidos se los ha llamado textos guc representao el mundo por
humanos, y por tanto en los de! molinero, y desde ahí -como un bió- oposición a aquellos otros -como los de ficciói1- que crean o constru-
grafo aventurado- u·aza los perfiles de distintos Menocchios posibles, yen e! mundo. Justamente por eso es por lo que ya en e! prefacio «ame-
ya sean el delirante, el anabaptista, el lector o el representante de una ricano>> de El queso y los gusanos Ginzburg oponía resistencia ai escep-
cullura campesina de raíces milenarias. Por otra parte, esa sucesión de ticismo epistemológico, que por aquel entonces encamabru1 Michel
conjeturas no se apoya siem.pre en una base documental fitme, sino que Foucault o Jacques Derrida.
en muchas ocasiones ha de recurrir a indícios, a atisbos mínimos, pero En realidad, e! biógrafo Ginzburg había de vérselas con un rema, el
reveladores. Esto es, el observador, en este caso ellect.or-biógrafo Ginz- molinero y su cultura, para el que contaba con escasas fuentes, con obje-
burg, ha de estar atento ai detalle para que, ai modo de un detective, tos que podía mostrar pero sobre los que no siempre podia demostrar lo
pueda relacionar ese pequeno hallazgo con otros, estableciendo así una que de él decía. Por esta razón, más que las pmebas en sí, en El queso
cadena de significados. En realidad, este modo de operar constituye un y los gusanos es e! relato que las hilvana lo que da al texto su gran poder
método analítico que, como se sabe, Ginzburg llamará paradigma indi- de seducción. Esto es, Ginzburg busca la verclad, esa verdad como
un procedimiento que comprutirían SherlodcHolmes, Sigmund correspondencia, pero teje su narración con una se1ie de recursos que
Freud y Giovanni Morelli, el método abductii'O de C harles S. Peirce. constmyen un mundo posible, un Menocchio posible, provocando un
En estos casos, de los efecto estético y es de ahí. precisamente, de donde procede parte de su
o las resonanctas g_ue un atisbs> E.llliunen!e deI observa- , éxito. i,Cuál es el resultado de esta tensión entre el relato y la verdad?
!J dor Õ,põfd ecirlo con cn::uãwigWittgenstein que Jcyera Ginzburg, a z,Cuál es la sernántíca con la que inviste ai protagonista? La elaboración

____
.---------...,_.
cerseêiltre hecbos ---.____.__ ________________
de família que remotamente_e.uedan estable:-'
distantes o entre eS1aboneSãiejados
paso a paso, conjetura a conjetlira, atributo a atributo, de un personaje
humilde y épico. que pasa paradójicamente dei anon imato en cl que

i20 121
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estaba inhumado a ser un héroe desenterrado de nuestro tiempo, un cita en este punto y, con ello, marca una diferencia insalvable con la his- !
defensor de la tolerancia, de la inmanencia, de la finitud, dei materialis- teria de las mentalidades, la de Febvre, a quien valora, pero dei que se
mo y de! racionalismo, como Montaigne o Bruno, dos contemporáneos sientc lejano. Le critica su noción interclasista de mentalidad, como si
con quienes Ginzburg lo compara estratégicamente. Ahora bien, los esta concepción pudiera abarcar al conjunto de los indivíduos de una
héroes de nuestro tiempo contienen ese resíduo indescifrable al que ya época. Es por eso por lo que no se siente cómodo con la terminología i
hacíarnos mención, pues se saben y los sabemos escuros, opacos, extra- de AnnaJes, a pesar de sus evidentes vínculos, y prefiere utilizar el con- .t .
fios en parte para sí mismos y para nosotros. Justamente por eso pode- cepto de cultura popular que se babía desarrollado en la tradición anglo-
mos ver a Menocchio como uno de los nuestros, en expresión e imagen y en Gramsci, como hemos visto. En ese sentido, si se trata de
de Joseph Conrad, como aquel personaje, como Lord Jim, de! que no proponer que existe una influencia recíproca entre la alta y la baja cul-
conseguimos averiguar de! todo la cu lpa que lo oprime. De ese modo, tura, sus referentes no serían sólo algunos annalistas próxübos, como
Ginzburg logra convertir lo opaco, lo ignorado, los silencies o lo indes- Jacques Le Goff y Emmanuel Le Roy Ladurie, sino sobre todo a auto-
.!.'
,.0rable en res como .E. P. Thompson y Natalie Zemon Davis. De hecho, Carlo
dos o tres cosas que sé de ella>> ue desde fecha b1en temprana, desde Ginzburg consideraba entonces que los textos de esta última eran muy
El queso y !,gs guSé!_lJP..S, se !ante mcorpordf las msu cienc1as os cercanos a los suyos. Esta declaración nos permite recordar el peso i·
'õ6stküiõSde la investigación en la prop1a namtcJ n. ·ectivamente, es decisivo que había ten:ido en aquellos aiíos el libro pionero de Natalie '
lo que hace y eso se puede constatar en e l relãtogue nos ofrece de Davis, Sociedad y cultura en la Franda moderna, libro al que más arri-
Menoccb.io. Así, eo esa biografia imperfecta, tendríamos a un investiga- ba dedicamos atención y que nos permitia entrever ya la irnportancia
dor que con"fiesa sus difícultades, que aventura interpretaciories y que, creciente que iba a tener la antropología en el desarrollo de la nueva his-
una tras otra, las descarta; así, tendríamos a un investigador que admite teria cultural. Por eso, no es extraiio que los presupuestos te61icos o los
sus ignorancias y que, ai final, habiendo aceptado una respuesta, nos préstamos de Ginzburg fueran semejantes a los de la historiadora norte-
advierte sobre otros casos que, como el de Menocchio, se habrían per- americana, sobre todo la etnologia y Mijat1 Bajtin. Pero dejemos El que-
dido sin que un biógrafo posterior los pudiera restituir. so y los gusanos y a su autor para regresar de nuevo ai lugar en el que
Como se puede observar, las lecturas que podrían hacerse son varia- esa investigación fue presentada por plimera vez, Princeton.
das, tantas como o marcos de interpretación, tantas que es
imposible adentrarse aquí en ellas, orno ya lo hicimos en otro libro. Sin
embargo, hay un aspecto que conviene retlera.r. Carlo mz U!&._se pro- BAJO LA M!RADA DE LAWRENCE STONE
pone entre otras cosas reconstmir un fra ento de la cultura popular õ
e o ue, en temunos ramscianos, se llama la cu ura de as c ases Hemos acudido a ese centro a partir de las impresiones de Carlo
partir de esa premJsa, se plantea en e pre acio are ac10n Ginzburg y de la actividad que allí desarrolló, pero su propia vicisitud
extstente entre dicha cultura y la de las elites dominantes. Para ello, revi- personal no debe hacernos olvidar que Lawrence Stone era la figura
sa diversas perspectivas de las que se siente próximo o de las que dis- central dei seminario en el que participó y en el que expuso la primera
crepa y que poclrían servir para exhumar esos fragmentos del pasado. versión de El queso y los gusanos. Stone era un académico que h abía
Uno de los referentes sobre los que se pronuncia es el dei historiador logrado gran protagonismo: a él se deben algunos de los escrutínios · >·
francés Robert Mandrou. Recordemos que este autor era discípulo de historiográficos más celebrados y debatidos de las últimas décadas, '
Febvre, que fue secretario de redacción de AnnaJes y que llegó a ocupar algunos de los cuales están recogidos en su volumen EJ pasado y pre-
el cargo de director de estudios en la .EHESS. Sin embargo, como sente. El título de este libro es todo un homenaje a su experiencia al
hemos visto, su fama procede dei estudio de las mentalidades, en cuvo frente de la revista Past and Present, aquella publicación aparecida en
análisis destacó especialmente, razón por Ia cual se Ie recuperaria- al 1952, a la que ya hicimos mención y en la que él colaboró a partir de
hacérsele inspirador de algunas de las derivaciones de la <<nueva histe- 1958 con los historiadores mar-xistas en un ambiente intelectual abier-
ria» parisina. En opínión de Ginzburg, no obstante, habría identificado to y renovador. Poco después, como hemos visto, marchaóa a Prince-
erTóneamente la cultura de las clases populares con aquella otra que !e ton y desde all.í rompería algunas de las tradicionales bru.Teras que habían
era impuesta a través de la literatura ambulante. asimilándola, así. a una separado a la histoJiografía americana de la europea. En su autobio-
especie de cultura de masas avant la lettre, algo totalmente anacrónico, grafía, Elic Hobsbawm nos ha relatado con claridad las difíciles re la-
a su juicio. La posición dei historiador italiano se hace tajante y explí- ciones que se han dado entre la historia académica de ambos lados dei

122 123
Atlântico. En los Estados U nidos de los aõos cincuenta, esta disciplina las etiquetas «nueva historia» o «tústotia total», de resonancias tan euro-
teaía tm papel menor, sustraído por las ciencias sociales, en ese perio- peas, tan continentales, se re llenan de un contenido más internacional,
do de esplendor sociológico, debido a Talcott Parsons, y dei que hablá- más vasto, más plural de lo que Jacques Le Goff hacía.
bamos al principio. Además, quienes la_practicaban apenas tenían con- No obstante, el más importante de los textos que se incluían en Ef
tacto con el Viejo Continente. Así, según cuenta Hobsbawm, la minoría pasado y el presente era el que llevaba por titulo «El resurgimiento de
de los denominados «europeístas» eran vistos con recelo y etiquetados la narrativa», un célebre ensayo de 1979 aparecido en Past and Present.
como lvy Leaguers, es decir, eran excepciones elit.istas dentro de la Las páginas de Stone son una radiografia y una profecía que se cumple,
gran mayoría de los historiadores norteamericanos. Por tanto, la impron- un examen minucioso de lo que ya se había hecho y una descripción de
ta de Stone sería decisiva para cambiar las cosas y sus reconstruccio- algunos de los derroteros que seguiría la histo1i a en las décadas siguien-
nes historiográficas nos sirven para ver qué bubo de común entre los tes. Podría tomarse ese texto como un mapa tentativamente trazado d.e
investigadores de ambos continentes. un territmio que en pmte ya había sido roturado y en el que en parte se
El pasado y e/ presente incluía dos cxámenes que registraban el iban a aventurar los historiadores de los anos ochenta y noventa. Cuan-
estado de la historia, sus avances de las últimas décadas, así como los do fue publicado provocó una gran controversia que ahora no reprodu-
rasgos más sobresalientes dei giro gue estaba tomando Ia disciplina. ciremos y en la gue intervinieron numerosos contcndientes que apoya-
En e! primero de estos ensayos, Stone muestra un profundo conoci- ban y criticaban los supuestos o las conclusiones dei autor. eran
miento de la investigación que entonces se llevaba a cabo, tanto en lo los argumentos de2!.?ne? destacaba el hecho común
que podemos denominar el marxismo britânico como en los Annales. que fâdisciplina hab1a experimentado
De hecho, uno de los epígrafes de ese texto, publicado originaria- constituirse como una h1stona Científica.
mente en 1976, llevaba por lítulo la «nueva historia», así entre comi- se tratabu\e snperar lãs viê'.[as forma aer relato iJõl!Iicõ-êfíPiõmático y
lias, cuyo contenido recuerda extraordinariamente la evaluación hecha de emplem· conce tos, métodos y rocedirrúentos ue túcie ran más
por Jacgues Le Goff en aquella misma década. Además, uno de los so stlca os sus análisis. n ese sentido dist:mgtlla tres formas de hacer
campos de estudio que Stone cita con mayor atención es, como no hist01ia cJentífica:íã"eCõnómico-marxista, la demográfica francesa y la
podfa ser de otro modo, e l de la bistoria de las mentalidades, inclu- cliométrica notteamericm1a. Todas ellas habdan compmtido la creencia
yendo bajo esa etiqueta a autores como Robert Mandrou, Michel de que Ia explicación histó1ica puede hacer resolubles todos los proble-
Vovelle, Maurice Agulhon, Natalie Zemon Davis, Robert Darnton o mas y que, por tanto, existen soluciones irrebatibles aun cuando sus
Keith Thomas, entre otros. Es decir, hace una aleación entre la tradi- resultados no sean coincidentes entre cada una de esas perspectivas. La
ción historiográfica francesa y la renovación anglosajona gue, por clave es la oposición, una evidencia del siglo XX, entre explicación y
enlonces, se estaba dando. Lo significativo es que esta deliberada narración o, dicho en otros té rminos, entre la comprcnsión que se logra
mezcla se realiza bajo la expresión «nueva historia», un calificativo con el relato y el análisis que se obtiene de la aplicación de un método
que clescribía sobre todo el campo de la investigación annalista, y de unas técnicas. Sin embargo, según diagnostica, a partir de los afíos
acentuando la relación con las ciencias sociales. setenta se habría puesto en duda ese determinismo monocausal, ya fue-
a los clásicos, a Max Weber y a Thomas Merton, pero ra económico, demográfico o cuantitativo. Las razones de esta transfor-
subraya especialmente laSUltimas influencias que vendrían, enesre mación finisecular son varias. Una de ellas, dice, tiene que ver con la
§õ. demografia y de la y_ erosión del compromiso ideológico caractetístico de décadas anteriores,
]arte, indica cómo estas nuevas preOE.!:!Qaciones partiendo de a1 debilitarse la adhesión a modelos fue.rtes de racionalidad y de expli-
distintos procedimientos, la rosopografia y lo gue él denoffirnãba I11S- · cación hist01iográfica.
tõriãTõêã!, •c o esto en el sentido que los ingleses dan a esta fórmula. Más aliá de lo que decía Stone, conviene que precisemos ahora
"Es decir, êiestacaba la reconstrucción de los sujetos históricos a partir de una parte de ese contexto intelectual que efectivamente entra en cri-
biografias colectivas y hacía hincapié en el anáJjsis profundo de! objeto sis a finales de los sesenta. Ofreceremos, pues, daros que en el histo-
en cueslión, en pruticular una localidad, un poblado o una província, en riador británico se dan por supuestos. Así, en el contexto de los anos
soma un marco geográfico controlable sobre el que desarrollar una «his- cincuenta y sesenta había sido e l marxismo la principal perspectiva a
toria total>.>. como expresamente dice. Las citas que Stone aduce, los desarrollar o a la que hacer frente y, por eso. algunos de los objetos
autores que indica o los ejemplos que sugiere son preferentemente fran- de conocimiento que sus seguidores abordaron fueron temas reco-
pero también algunos otros no1teamericanos e ingleses. Es decir, rrentes en las polémicas hisloriográficas. El cientdicismo era la palabra

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de orden y, como respuesta al materialismo histórico, se habían desa- al determinismo que ejerce sobre los humanos la posición que se ocupa
rrollado otras corrientes que lo impugnaban o lo matizaban. En el en la estructura económica, ésta habria dejado fnera o mal explicados
caso de los Estados Unidos, ese funcionalismo parsonia110 de! que los dominios llainados superestructurales. Por eso, fue tan esclllldalosa
hablábamos fue un programa domi.nante que pudo tomarse como la para los ortodoxos de entonces, en los anos sesenta y setenta, la reno-
antítesis de los supuestos y.de los procedimientos del marxismo: par- vación que suponía el marxismo britániço, ai introducir la dimeusión
tiendo de la idea de sistema, el análisis funcionalista reducía el papel propiamente cultural en el análisis histórico, sin reducirlo ai reflejo de
y la preponderancia del actor social hasta hacer de él un sujeto hiper- la infraestructura o sin convertir a los agentes sociales en autómatas de
socializado a pru1ir de regias y de roles deliberada o inconsciente- un proceso que ignoran. Los resultados de todo ello son muy variados:
mente asumidos. En el caso de Francia, e! estructuralismo proponía En primer lugar, como el propio Stone afirma, el debil\tamiento de
una explicación superadora del determinismo económico marxista y aquella vieja aspiración a elaborar una histeria científica y, ]unto a éste,
completaba o mejoraba, según sus adeptos, la concepción de la socie- el subsiguiente cambio en los objetos que habían sido dominlllltes en la
dad, renunciando al humanismo y ai antropocentdsmo que aún esla- investigación social e histórica. De ese modo, asuntos como la_
rían presentes en Marx y en sus principales seguidores. leza y las·consecuencias de la transición del feudalismo al cap1talismo
Se Lrataba, en definitiva, de comentes que tuvieron su esplendor cn en Europa, o como la esclavitud en los Estados Unidos, dejan paso a
las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial y que postulaban otros temas, mucho más variados y aparentemente menores, dado que
una explicación científica de la realidad, tanto el marxismo como el fun- en las preguntas que se formu lao los nuevos historiadores habrían per- .
!
\

cionalismo y el estructuralismo: una idea de ciencía, un conceplo fuer- dido peso aquellas que planteaban el·porqué de los hechos.
te de racionalidad, gue oponer a los adversarios ideológicos que com- Pera, más aliá de! debilitamiento dei compromiso ideológico, Sto-
petían por e! análisis de la sociedad. Es decir', tamizada, sublimada o ne subrayaba una segunda razón para explicar la sustitución de la
deformada, también hubo en las ciencias sociales y en las respectivas «histeria científica» por esas nuevas fdrmas que irrumpen en los
historiografías una guerTa fría cultural que enfreotaba a seguidores de setenta. A su modo de ver, un elemento capital habría sido la crecjen-
d istintos modelos de sociedad, modelos inconmensurables y opuestos te preocupación por la acción individual y la cultura de los grupos . i
!
entre sí. Sin embargo, a partir de los anos sesenta, según una cronología como agentes causales de! cambio, factores ambos que reemplazarían
variable, esos enfoques pretendidamente autosuficientes comenzaron a la obsesión cientificista, la que se centraba cn las fuerzas impersona-
declinar por e! empuje de perspectivas alternativas, criticas, o por el pro- les (económicas, sociales o demográficas). Téngase en cuenta -y esta
pio agotarniento de su vida intelectual. El funcionalismo, por ejemplo, es algo que Stone no menciona expresamente- que la década de los
se vio en part.e impugnado o corregido por las diversas corri entes feno- sesenta, que es el fermento de este cambio, es también la época àe
menológicas, microsociológicas, etnosociológicas e incluso por el lla- aquella revolución cultural que antes mencionábamos, la época en que
mado interaccionismo simbólico. Si había ciencia fnncionalisra, ésta crecen y se hacen ostensibles un hedonismo y un individualismo
habría dejado fuera numerosos aspectos del sistema social sin explicar, morales que en parte impugnllll las formas de vida y los modelos de
como la vida cotidiana, el sentido común, la acción ordinaria de los sociedad entonces vigentes. Con las variantes locales y nacionales que
humanos o el significado que otorgan a su mundo y a sus actos. Por su se quieran, con las etiquetas ideológicas que se quieran, con la crono-
parte, el eslrllcturalismo, que había tenido sn momento de auge, su logia diferente que se quiera, lo cierto es que el fin de aquella década:
máxima expresión, a mediados ele los sesenta, entrará en un declive deja muy trastornado ai Occidente de posguerra. Aunque Stone no lo
imparable, sobre todo a raíz dei 68, como atinadamente mostró y anali- trate, hemos de tener en cuenta que la música popular, la liberación
zó François Dosse en su Historia dei estructuralismo. sexual, la emergencia de las minorías étnicas o el hippismo nm1eame-
Si había habido ciencia estructural aplicada a todos los domínios de ricano, entre otros factores, horadaban el modelo estable de cultura
la realidad social, ésta habría dejado fuera aquel supuesto que sus segui- dominante de esa sociedad. Piénsese, por ejemplo, que buena parte de
dores creían baber develado: el papel de la acción humana, la capacidad los grafittirnás célebres de los sesentayochistasexpres?ban
lentativamente creativa e intersticial de la acción humana, no siempre morales que condensao las metas de entonccs. «La 1magmacwn ai
seguidora de las regias presentes en los contextos sociales. Si había poder», «Debajo de los adoquines está la playa», «Prohibido prohibir»
habido cíencia marxista, como perspectiva opuesta a la ciencia burgue- son consignas que resumen esa revolución de la v ida cotidiana que
sa, si esta disciplina había explicado suficientemente el discunir del pro- estaba en marcha y que anunciaba un cambio cultural muy profundo.
ceso hislóiico, dando relieve al peso de la base matelial de la sociedad, De hecho, como apostilla Stone, es en esta época cu ando los ideales y

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1"'7
los intereses individuales habrian acabado por imponerse sobre los cuencias colectivas que acabó teniendo. De ahí que la vida ordinaria
as untos públicos, como resultado de un cierto desencanto de la acción como marco de acción de los indivíduos, de ahí que la cultura como
política colectiva. Es decir, ese hedonismo y ese individualismo de los código que regula sus actos hayan acabado siendo domínios
que hablábamos son parejos a las frustradas revoluciones políticas y a mente abordados por dichos historiadores. Sin embargo, para
los grandes procesos de cambio que habrían dejado sin transformar la · ( a todo ello, hay que exhumar, dice Stone, nuevas fuenles, y particular-
vida misma, como reclamaba Rimbaud. mente útiles han resultado aque llas que procedeu de los tribunales de
En suma, a juicio de Stone, se trataría de un retorno ai principio de justícia, puesto que allí se pueden rastrear testimonios de indudablet
indeterminación, ai reconocinúento de que las variables que ban de te- \ / valor que, a pesar de estar sometidos a interrogatorios severos, mues- \
nerse en cuenta son mvy numerosas y que, por eso mismo, impiden la l tran parte de ese pasado oculto. Los ejemplos más notabies: serían, sin ·
generalización y la suficiencia cie ntificista que bay detrás de cie1to tipo duda, los contenidos en Montalllou y en El queso y los gusanos.
de explicación histórica. Esta crisis habrfa abierto nuevas expectativas No obstante, este crcciente peso del relato que Stone describe y
porque, a partir de ella, podlian fonnularse preguntas distintas, mucbas que nosotros completamos y matizamos no scría tan nuevo, como el
de Ias cuales habían quedado marginadas bajo la perspectiva anterior. propio historiador admite, si lo contemplamos a la luz de lo hecho y
Además, esos intenogantes obligaban a realizar un esfuerzo diferente, lo dicbo por los fundadores de los Annales. No se trata de que Bloch
puesto que ahora la preocupación estaría centrada en el ejercicio com- o Febvre defendieran alguna forma de histeri a narrativa, sino de que
prensívo, en descobrir lo que ocun·ía en la mente de las gentes dei pasa- hay en e!los una preocupación originaria por los seres humanos como
do, en desentrafiar cómo se vivía en otro tiempo. Y todo ello, concluye portadores de cultura y mundos m enlales. No se trata, insiste Stone,
Lawrence Stone, conduce inevitablemenre adejar de lado aquel tipo de de que Febvre predicara el relato, sino de que S!l hincapié en lo psi-
escritura que seguía un orden analítico en beneficio de otra que privile- cológico, en lo cultural y en lo intelectual, en lo mental, aspecto que
gia eJ curso narrativo. Ahora bien, (.este retorno supooe realmente una estuvo en parte relegado en la época de la histeria científica, regresa-
novedad historiográfica? Lo es en la medida en que se aleja dei modelo r.ía abora bajo otro aspecto, con otras preguntas. La razón de que se
clásico de relato histórico dd Ochocientos, en la medida e n que lo incor- recupere a Febvre, décadas después de su muerte, es el cultivo de la
pora como ejercicio de aproximación y de comprensión, e n la medida en histeria de las mentalidades, esa IT!isma que en Francia, como veía-
que puede expresar en forma verbal un examen profundo de los indiví- mos, défendía con otras palabras y en otro contexto la <<nueva histe-
duos, de los adores humanos, que no serían sólo responsables de actos ria» que pregonaban Le Goff y sus colegas. Y con Febvre, aiíade Stone,
extemos, sino también portadores de un mundo interno de difícil exhu- quedan rehabilitados otros autores que se habían preocupado también
mación. Contar ahora no es sin más poner en orden sucesivo hechos y del estudio de las emociones y de los estados mentales, como es el
más hechos, sino alternar la descripción con el análisis, dar la configura- caso, por ejemplo, de Norbert Elias, un autor que iría cobrando mayor
ción de la cultura en que obrao esos sujetos y presentar la circunstancia protagonismo en los anos siguientes, a pesar de que su obra principal
personal, pero también colectiva y extraindividual en que operan, sienten se remontaba a muchas décadas atrás.
o piensan. Si los sujetos de la acción son aquellos que protagonizan Abora bien, este nuevo interés por la mentalidad, variada, comple-
dichos relatos y, por tanto, su vicisitud es aquello que es narrado, enton- ja, de difícil exhumación, habrfa conducido a un renacimiento de la
ces la jerarquía de quienes puedan ser objeto de esntdio cambia. Igual narración de episodios únicos, justamente aquello que era impugnado
que las grandes magnin.tdes no dan cuenta suficiente de la complejidad por la propia tradición de los Annales. Si se desentierra un hecbo o
con que viven los seres humanos día a día, tampoco agotan las acciones acontecimiento no sería al modo de lo que hicieran los viejos historia-
históricas relevantes las que emprenden las grandes figuras dei pasado. dores dei siglo xrx, sino como síntoma o como terreno sobre el que
l
! Así pues, ahora interesarían también las existencias, las conductas V explorar los actos humanos, su racionalidad y los códigos culturales
· : y los sentimientos de las gentes s ín nombre, de los pobres, de los que los informan. Por ou·a parte, los ejemplos que ofrece Stone son
,I pesinos, de los molit1eros, de los exorcistas, de los de los arte- extraordinariamente reveladores y son un indicio definitivo de ese cam-
!/ sanos: de todos aquellos que la historia tradicional había olvidado o bio profundo que entonces ya se estaba dando, ejemplos que con el
!; conve1tido en parte infinitesimal e irrelevante de una multin.td sígnifi- fi tiempo se tomarán como referentes originarias de la histeria cultural
! cativa. Porque lo histórico ya no se reduciría exclusivamente a lo que que a partir de esa década comenzará a desarrollarse. Se trata de auto-
tuvo efectos grandiosos o perceptibles, si no que también debería dar res corno Georges Duby, Carlo Ginzburg, Emmanuel Le Roy Ladurie,
cuenta de io que es significativo del pasado ai margen de las conse- E1ic J. Hobshawm, E. P. Thompson, Roberl Damton. Natalie Zemon

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r

Davis o Carlo Cipolla. Y todos ellos, además, compartirian una preo-


cupación afiadida. Para estos historiadores, el retomo a la narración no
a la edición francesa de EJ regreso de Martin Guerre. Nuevamente, esta
historiadora se ocupaba de Francia, de la Francia moderna y de sus cla-
'j
i
estada ligado exclusivamente a los objetos que tratan, sino también aJ ses populares, de cómo hicieron valer sus recursos culrurales y cómo 1
deseo de llegar a un número de Jectores cada vez mayor. A juicio de se definieron sus identidades, y lo hacía tomando un caso celebérrimo.
\ Lawrence Stone, si esto se consigue no es sólo por el tipo de escritura, La vida y los avatares personales de este Martin Guerre formaban par-
sino porque estos autores se fomJUlan las mismas preguntas que inquie- te de la tradición francesa y babían sido relatados en diversas ocasio-
tan a cualquier ciudadano. Ocuparse de uno mismo, hacerse cargo, exa- nes. Ya Montaigne aludió a este asunto en «De los cojos», uno de los
minar la propia vida, verificar la circunstancia que a uno Je rodea son capítulos de sus Ensayos. i,Con qué fin lo citaba? Éste y otros ejemplos
asuntos propios de! individuo conternporáneo, de esos indivíduos que Je servían a Montaigne para fundamentar su escepticismo o, mejor,
asisten a un debilitamiento de lo colectivo y a una cierta crisis de las para exigir de los jueces y de todos los seres humanos pruebas sufi-
verdades tenidas por incontrovertibles. Si casi todo puede ser exami- cientes antes de rechazar o de descartar las incertidumbres. Es d ecir,
nado, si hay hombrés y mujeres que se interrogan sobre ellos, entonces nuestros razonamientos estaóan impedidos por una cojera incurable
las preguntas revierten sobre épocas anteriores, tratáridose de avelimar que debería llevarnos a ser pmdentes, cautelosos y benévólos cuando
qué hicieron nuestros antepasados. Más aún, deberemos se trata de enjuiciar un acto humano. Pero, además, el Martin Guerre
quiénes fueron efectivamente y con qué razones invistieron sus actos y aludido por Montaigne era efectivamente cojo y su rival, como dice el
bajo qué circunstancias vivieron. proverbio, profería embustes a la pata coja. Más aliá de este uso meta-
Más aliá de la inquietud coyuutural que estas preguntas revelan, las fórico de aquella vieja historia, lo cierto es que la )eyenda de Manin
propias de una circunstancia de gran cambio cultural que todavía per- Guerre nunca se olvidó y por azares del destino Natalie Zemon Dav is
siste, cabóa, sin embargo, plantearse con Stone'si estos nuevos intetTo- acabó ocupándose de ella bacia 1980.
gantes tenían algún respaldo académico fuera de la historia. A su modo En los afíos setenta, esta historiadora había sido profesora en Ber-
de entender, la mayoría de estas preocupaciones estaban relacionadas keley, donde, según su propio teslimonio, se intensificá su interés por
con los desarrollos de la ani:ropología y ello a pesar de que ésta es una la antropología a través de las lecturas ele Evans-Plitchard, Turner o
de las disciplinas más ahistóricas que existen. Más aún, Stone concluye Gee1tz. Y fue ai final de sus afíos californianos cua11do tuvo conoci-
que la primera causa del retorno de Ia narrativa hay que encontraria pre- miento de un libro titulado Arrest Memorable, el relato que el juez
cisamente en la sustitución de la sociologia y de la economía por la Jean de Coras dedicara al caso de Martin Guerre en 1561. Si hemos
etnologia como referente dominante dentro de las cieocías sociales. De de creer su propio testimonio, la primera reacción que le suscitó la Jec-
esta conclusión son varios los aspectos que conviene destacar. En este tura de ese documento fue la de hacer una película. En ese contexto,
diagnóstico hay una coincidencia con lo dicho y visto en e! ámbito de ella invitó a] director francés René Allio para que se desplazara a Ber-
los Annales. puesto que también alü esta última disciplina es considera- keley y les ilustrara sobre un film entonces recíentc, Moi, Pierre Rivie-
da capital, hasta el punto de que la histeria cultural y la antropologia his- re, que había visto la luz en 1976 y que había generado un sinfín de
tórica son en ocasiones ténninos intercambíables, como el propio Le intervenciones públicas y de discusiones sobre la relación entre cine e
Goff admitía. Pero el uso que los historiadores franceses hacían de la historia. EHo por dos razones: por la personalidad dei filósofo que
etnología era distinto dei que propone Stone, que a la postre será el más· había rescatado e! caso Ri\,iere, Michel Foucault, y por la eclosión del
influyente en la histeria cultural cultivada en las últimas décadas. Si em cine histólico. Ese diálogo con Allio reforzó su idea primigenia y
Francia era dominante el peso de Lévi-Strauss y su antropología estruc- finalmente decidió trasladarse a París. Fue allí en donde Le Roy Ladu-
rural, en el caso anglosaj6n se trata de autores como E. E. Evans-Prit- rie le sefíaló que no sólo conocía el célebre caso que a ella tanto !e
chard, Mary Douglas, Victor Thmer o Clifford Geertz. había sorprendido, sino que casualmente un afamado guionista, Jean-
Ciaude Carriere, y un joven cineasta, Daniel Vigne, estaban preparan-
do un proyecto sobre la misma idea. De ese modo, Zemon Davis aca-
E L RELATo" DE MARTIN ÜUERRE, PRUEBAS Y POSIBILTDADES bó por unírse a ellos, resultando de esa colaboración la película El
regreso de Martin Guerre, que se estrenó en mayo de 1982. U n hecho
Buena patte de esas indicaciones, expresadas por Stone, se confir- de estas características resulta revelador por varias razones.
mao en una obra de Natalie Zemon Da vis aparecida justamente un afio Para empezar, que una historiadora participara en la realización de
después de la edición de El pasado y el presente (I 981 ). Nos referimos una película no era extraiío ni en la cultura anglosajona ni tampoco en

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la francesa. Aquellos afíos fueron, en efecto, los de la nueva histeria y su ínvestigación, esto es, ese asunto que tanto había preocupado ya en
era la época en que grandes investigadores proclamaban la necesídad de los afios setenta a los historiadores europeos, pm·ticu1armente a los fran-
vincular conocimiento acadêmico y medios de comunicación. Georges ceses. La conciencia de usar un medio expresivo, frente a otro, obliga a
Duby, por ejemplo, habia alcanzado gran celebridad por ser el respon- emplear recursos y una retótica particular que, de un lado, implica al
sable de algún afamado documental televisivo y Jacques Le Goff, por su emisor y, de otro, condiciona la recepción. Dos notables libras de histe -
parte, sostenía siempre que podía la relación queClebía mm1tenerse entre ria, Montaillou y El queso y los gusanos, eran los que ella citaba con-
investigación histórica y cine. Más aún, según le confesaba a Francesco cretamente como los precursores en los que inspirarse. Como bien
Maiello en 1982, convencido de que la histeria no podlía .92!!: advertía Lawrence Stone en E! pasado y e/ presente, la patticu latidad de
sei::'ar ninguna fu nción y dera sociedadru.Q§... ambos libros cstribaba tanto en e! objeto aparentemente me':lor qtie tra-
ponerse al corriente de los nuevos medias de taban como en la prosa rnisma que adoptaban.
de masas. algo seme- Si ese volumen, El regreso de Martin Guerre, repitiera sin más el
jante y film que, sin embargo, no acabó de compla- afortunado esquema adaptado por Le Roy Ladurie o por Ginzburg,
cerle enteramente. Esa insatisfacción con el tratam.iento dado a algunos entonces sólo seria un sínt.oma de esa nueva sensibilidad historiográ-
de los avatares del caso la llevaría a completar una monografia que apa- fica. Sin embargo, era a lgo más, y son varias las novedades que e!
receóa ese mismo afio, que es el libra finalmente resultante. líbro introducía y que cambiaban los modos de la histeria cultural
De todos modos, esa colaboración cinematográfica no era sólo la vigente e incluso de la microhistoria que por entonces comenzaba a
manera que Zemon Davis tenía de llegar a un público más vasto, de practicarse en Europa. Los aspectos significativos del libro son dis-
transmitir un caso histórico a grandes audiencias. Era también, como tintos, pero nos atendremos a dos. Uno de ellos hace referencia ai
recuerda en A Life of Leaming, lo más próximo a una experiencia etna- asunto clave que se trata, e! de la identidad y el de la impostura de los
gráfica. El antropólogo acude a su tribu distante con el fin de explorar indivíduos, el de las máscaras que se adoptan. en este caso en un
las convenciones culturales de los nativos. El historiador sólo cuenta mundo campesino y familiar. Otro es el de cómo acceder a los hechos
por lo general con testimonios, casi siempre textos escritos, que no cuando de lo único que podemos valemos es de un repertorio de ver-
conservao la vida y el clevenir ordinario, sin que sea posible observar siones narradas, es decir, de relatos con forma, con autoria y con pun-
el escenario en que las cosas acaecen. En este sentido, una película crea to de vista: relatos con narradores que se expresan reuniendo pruebas,
una i lusión, la de estar allí, la de plasmar comportam.ientos y situacio- pero también manifestando su perspectiva y opinión.
nes que, además de documentadas, son verosímiles. De este modo, Como se sabe, la hist01ia que trata Natalie Zemon Davis está situa-
durante la localización de los exteriores o la construcción de .los deco- da en e! siglo XVI y aborda un caso de suplantación de identidad ocu-
rados, así como en la escritura de los diálogos, Natali e Zemon Davis se nida e n e! seno de una fam ília de origen vasco afincada en una locali-
interrogó reiteradamente sobre qué paisajes, qué vestidos, q ué palabras dad occitana, Artigat. Un joven matrimonio campesino, tras unos afíos
y q ué gestos resultaban o no plausibles con aquel pasado irrestituible, de convivencia conyugal, acaba teniendo descendencia y este hecho,
recu uiendo a las fuentes en unos casos e imaginando e n muchos otros. lejos de reportar felicidad a la provoca la escapada dei marido,
Precisamente por eso, su trabajo en la preparación de la película le pro- Martin GuetTe. A pat1ír de aquel momento, este individuo emprendió
voc6 una mayor conciencia antropológica y fue esa preocupación la una larga peripecia andarina, prestando servicios incluso a los enemi-
que acabó por trasladar a su libro. gos de su rey. TranscutTido un tiempo, alguien que decía llamarse Mar-
Ahora bicn, ese volumen no se entiende sin tener en cuent.a otras tin Guerre regrcsa ai hogar y es aceptado, de fuerza o de grado, .por sus
consideraciones. Hay que recordar que, para entonces, hacía algunos pari entes, en prímer lugar por su esposa. Aungue está muy cambiado y
anos que se había incorporado a Princeton y que en aquel lugar sus inte - dcspierta sospechas de no ser e! autêntico Martin, lo cierto es que su
reses, sin abandonaF la etnología, se habían ido decantando hacía cues- vida en Artigat transcurre sín grandes contratiempos, e incluso incre-
tiones litera1ias y cinematográficas. E n su citado A Life ofLeaming, esta menta su descendencia. Habrá disputas, habrá contratiempos procesa-
historiadora atribuye buena parte de esa nueva inclinación al trabajo de les, sin que nada de ello altere su nueva situación. Ahora bien, la exis-
Lawrence Stone al frente dei Davis Center, al de Cari Schorske, que tencia de este convulso individuo empezaría a cambiar cuando cierto
acababa de crear el programa dedicado a los European Cultural Studies. día apareci era por la !ocalidad quien decía ser e! autêntico Martin Gue-
y ai de Clifford Geertz. Pero, además. hay que decir que Natalic Zemon ITC. L<> duda será finalmente desvelada y aquel impostor, desenmasca-
Davis se enfrcntaba a una cuestíón cmcial, como es la de la escritura de rado, humil!ado y condenado a la pena capital.

!31 133
En principio, esta histeria relata un episodio trivial, aunque sorpren- de documentos que reunían. Es decir, cada libro era un archivo en sí
dente, como tantos otros que pudieran haberse dado en el pasado. Sin mismo e n e! que se mezclaban diferentes discursos, vari<_>s puntos de
embargo, su fuerza edificante estriba en que a través de un caso real se vista y fuentes diversas. Aun así, aun contando con una abundante
ma:nifiesta un tópico cultural, el de la dificultad de establecer la identi- información, la autora creía operar no tanto con pruebas, sino con
dad de las personas, un asunto sobre el que tanto la tradici6n ordl como
la escrita habían vuelto una y otra vez, al menos desde que Ulises ocul-
posibilidades históricas o, en otros términos, la historiadora se enfren-
taba directamente al papel de la imaginación histórica, la suya y la de -t
Ii
tara su nombre al regresar de su célebre odisea Efectivamente, la cultu- cada uno de los que vivieron o contaron aquel avatar. !
ra popular y la Iiteraria están llenas de casos y ejemplos en los que per- Este aspecto es precisamente el q ue subraya Carlo Ginzburg cu an-
sonajes de identidad confusa, taimados, maleantes o simplemente do en 1984 elabora el postfacio a la edición italiana de volumen.
impostores son final mente descubiertos para que el orden se restaure y Recordemos ahora que esa apostilla, como otras que ya hemos visto
las cosas recuperen su estado natural. Más allá de los enigmas que se o se verán, podemos tomarla como indicio de esa red o colegio invi-
expresan en estas casos, si Natalie Zemon Davis lo rescata es porque le sible que les bace madurar intelectualmente y dífuodir sus obras en
permite mostrar el mundo campesino, la vida de los hombres y las empresas mutuas que refuerzan la colaboración. En este caso, Ginz-
mujeres, sus relaciones, los ardides con que se trataban. Pero, adernás, burg aparece como difusor e intérprete de la obra de una colega suya
aunque la idea de máscara sea tan antigua como la cultura, cuando esta a la que se siente próximo. El resultado es un texto, titulado «Prove e
historiadora escribe ellibro la pregunta acerca de la identidad, de! ser, possibilità» que en principio permite identificar la obra como una
está en el centro de los debates contemporâneos. La noción misma de investigación microhistórica, algo a lo que la propia autora se presta.
sujeto, de sus revestimientos, de su impostura o verdad, de su constitu- Las dos cuestiones clave que subraya Ginzburg son, por un lado, la
ción y de su límite, es objeto de reflexión o de develación. Por tanto, un relación que tengan Ias conjeturas de Davis con las pruebas, la reali-
volumen como éste tràsladaba a la histeria cultural una cuestión peren- dad, lo documentado y, por otro, el aspe"cto formal que adapta la
toria ambientada entre las brumas pirenaicas dei Quinientos. monografía, propiamente narrativo. «Si no lograba encontrar a mi
Pero el libro de Zemon Davis tenía un aspec[O heurístico no hombre (o a mi mujer) en Hendaya, Sajas, Artigat o Burgos», reco-
menos importante y que tiene que ver con las fuentes y con la imagi- noce esta historiadora en el último párrafo de la introducción, «hacía
nación histórica. Para empezar. los documentos sobre los que se basa lo que podía para descubrir, a través de otras fuentes, el mundo que
esta autora son irreparablemente escasos, porque las actas de los pro- debieron contemplar, las reacciones que podían haber sido suyas. Lo
cesos judic iales desaparecieron hace tiempo, lo que imposibilita una que aquí ofrezco al Jector es, en parte, una invención, pero una inven-
reconstrucción del caso al modo de lo hecho por Le Roy Ladurie o ción canalizada por una atenta escucha dei pasado». Esta palabra, la
Carlo Ginzburg. Tampoco contaba la autora con correspondencia, de ínvencion, resulta extraordinariamente enganosa, provocadora,
díaríos, crónicas o historias ·familiares que permitieran indagar en la controvertida, y todo el texto de Ginzburg es una discusión sobre su
intimidad del personaje. Por otra p arte, las fuentes literarias que pertinencia, porque de entrada parece que ese término asimila la
pudieran complementar la vicisitud de) campesino Martin Guerre, investigación a lo inexistente, ai embuste, cosa deontológicamente
aun siendo abundantes, trataban de manera estereotipada a los de intolerable para el historiador.
su condíción. Ante esta perspectiva, en otro contexto historiográfico A su modo de entender, en lugar de confundir la histeria con la fic-
quizá nadie se hubiera obstinado en tomar a ese individuo como obje- ción, cosa que tampoco él cree que hiciera Natalie Zemon Davis, / •
I
to de una investigación profunda, y hubiera quedado simplemente habría sido mejor hablar de imaginación en media de un contexto de I

como tem a para alguna reelaboración literaria. Lo que sí existia era pruebas y de posibilidades, de documentos y de hechos que pudieron I
aquel libra firmado por Jean de Coras, e! juez que lo condenara, con llegar a suceder. El contexto, subraya Ginzburg, es precisamente el
el que Natalie Zemon Davis se había topado unos anos antes, así domínio de las posibilidades determinadas, lo cual nos ayuda a ima-
como la Admiranda Historía de Pseudomartíno Tholosae, de Guí- ginar lo que los documentos no dicen, a conjeturar cautelosamente,
llaume Le aparecida también en 1561. De este modo, lo que pues no hay consecuencias necesarias, pero en ningón caso autoriza a
en principio era una cm·encía, pues sólo disponía de dos libros para poner lo q ue no pudo haber sido. En el fondo, al hablar del Ma.rtin
reconstruir el caso, en Davis se convíe11e en un desafío. L a historia- Guerre, Ginz.burg hablaba de su propio Menocchio y de una forma de
dora debía desentraõar la retórica de los textos, el género al gue per- hacer historia. Así pues, en Davis y en Ginzburg, pero también en
tenecían, las convenciones escritas de los jueces y los distimos tipos otros historiadores culrurales de su tiempo, Ia imaginación no es una

134 135
licencia para fantasear sin escrúpulos, !:._S recuperar una habilidad de!_ _9..va_no implica atentado alguno contra la verdad, ni
_!}istoriador _gue ya destacara el propio Tucídides en su Historia de la entre ficción e investigación.: Narrando como lo hace,
guerra dei Peloponeso cuando imaginaba prudentemente, y con los Natalie Zemon Davis c uenta unos hechos que fueron reales y posi-
datos existentes, cuáles" pudieron ser los parlamentos de los conten- bles, algo que otros también contaron como relato prodigioso, como
dientes, las palabras que presumiblemente aquéllos pronunciaron. Eso crónica ediftcante, y que ahora .regresa bajo la forma de una nueva
mismo, y citando incluso ai propio 1\Jcídides, es lo que Ie seiiala a histeria cultural, haciendo explícito pues el acto de volver a na1Tar, el
Denis Crouzet en L 'histoire tout feu, tout flamme muchos anos des- esfuerzo de volver a interpretar lo que ya previamente había sido
pués . Para ella, un historiador ha de tener en cuenta no sólo lo que un narrado e interpretado.
docmnento d!ce sino c6mo lo dice, esto es, debe !r más aliá de su con- Evidentemente, como hemos visto, estas preocupaciones !item-
tenido informativo. En ese sentido, los silencies también son impor- rias estaban también presentes en Natalie Zemon Davis, y no sólo en
tantes, puesto que apuntan algo sobre el sujeto en cuestión y sobre su la lectura que el historiador italiano hacía de su obra. Según hemos
mundo, y es abí cn donde hay que aplicar la imaginación sobre lo sefialado, sus afios en Princeton le llevaron a preocuparse por estas
es sinónimo de la fan- cuestiones narrativas como asunto central de la historiografía, cues-
tasía, smo que está ligada a la fuente, a la responsabilidad que tiene de tiones que el propio Lawrence Stone había estimulado y a las que eHa
respetar siempre e! estatuto de verdad propio de la disciplina. !e debía parte ele su inte rés. De hecho, su libro de 1987 Fiction in the
De hecho, el segundo aspecto que Ginzburg destacaba en aque l Archives estaba dedicado a este historiador británico, ai que recono-
volumen de su colega era su dimensión propiamente narrativa, en cía como un «historian par excellence and storyteller too» . Pero ade-
particular Ia proximidad que esta monografia pudiera tener con el más, según veíamos, ese interés por lo narrativo, esa vocación por
gênero novelesco. De entrada, la novela es el domínio.de la ficción y. contar historias, estaba ligado a su vez a otro de sus afanes, el de la
por tanto, nada tiene ·q ue ver la histeria con los recursos que la lite- dimensión etnográfica. De hecho, si ella aceptó que su trabajo fuera
ratura idea o crea. Sin embargo, la novela, nos recuerda Ginzburg, definido como microhistoria era porque la entendía como una suerte
tiene evidentes tratos con la reali.dad y para argumentar su posición de ernohistoria, como un análisis de la vida corriente que permitiría
pone, entre otros, dos importantes ejemplos: Daniel Defoe y Honoré exhumar datos insólitos del devenir cotidiano. Los campesinos de
de Balzac. Defoe le sirve para recordar que e! novelista, aun conce- Natalie Zemon Davis, las mujeres de! Quinientos, no son figuras cuyo
diéndose libertad creativa, se inspira en hechos, hasta el punto de sentido sea evidente para nosotros, sino que sus existencias exigen un
concebir sus propios relatos como historias de acontecimicntos real- esfuerzo interpretativo. Hay, en efecto, que acceder a sus vidas, de las
mente ocorridos en los que no propiamente la ficción . que quedao vestígios documentales que son a su vez interpretaciones
Además, a Defoe se !e considera el primer autor de una crónica perio- hechas por sus contemporáneos. Por se requiere simultáneamen-
dística con intención de veracidad, como así fue su Diario dei ano de te una nueva interpretación que aclare sus actos intencionales en un
la peste. Por su parte, Ginzburg invoca a Balzac no en virtud de la fic- contexto más vasto, colectivo, est!Uctural, y que revele hermenéuti-
ción sino por haber sido un minucioso investigador de la vida social, camente las escasas fuentes que los mencionao, fuentes que no alber-
y para ello cita precisamente el célebre proemio a La comedia huma- gan datos suficientes. De ahí que, ante esa escasez, sólo quede la
na. Como se recordará, el escritor fnwcés hacía allí una analogía renuncia, el abandono ante la falta de información, o, por el contra-
entre las especies zoológicas y las especies sociales con la intención rio, la osadía analítica y la audacia conjetura! para rescatar a esa gen-
de reproducir con afán de Lotalidad el Registro Civil, el conjunto de tes olvidadas. AI enunciar el problema en estos términos, describimos
banqueros, artistas, burgueses, pobres, que poblaban la sociedad fran - el trabajo de Natalie Zemon Davis, el resultado al que había Ilegado, el
cesa del siglo xrx. De ese modo, expone Balzac, «quizá· podría yo Ile- modo en que había consumado sus preocupaciones antropológicas e
gar a escribir esa historia olvidada por los historiadores. la de las cos- históricas. Pero, al presentar de este modo la investigación, evocamos
tumbres». Es dec ir, e! novelista postula en sus obras la reconstrucción también a quien como pionero se !e había adelantado tratando así las
de la vida privada y la ajustada tipología de los caracteres humanos, cosas, a quien se había propuesto desde tiempo atrás abordar la dimen-
algo que precisamente rue valorado por .Marx y por Engels. sión interpretativa de los actos humanos. Nos referimos a una figura

____
Carlo Ginzburg se extiende en los riesgos del escepticismo epis- importantísima de Princeton, a Clifford Geertz, alguien con quien
temológico que pudieran derivarse de la mezcla entre novela e histe- Natalie Zemon Davis trabará relación personal y académica y alguien
ria, pera lo que destaca por encima de todo es que ...___
la dimensión narra- a quíen considerará esencial para su quehacer.

136 137
CLIFFORD GEERTZ fNTERPRETA LA CULTURA LOCAL Hobsbawm, alguien que procediendo de la historiografía no compar-
te los mismos presupuestos, lo reconocía en su autobiografia de mane-
Reparemos en el significado y la trascendencia de este último ra rotunda. Si para los jóvenes investigadG>res de la posguerra, la íns-
nombre. En primer lugar, y como también hemos podido apreciar ai piración era el Mediterráneo de Braudel, aparecido en 1949, para los
mencionar a otros autores, la figura de Geertz debe verse no sólo a historiadores posteriores al 68, afiade Hobsbawm, el referente inexcu-
través de su obra, sino también a partir dellugar estratégico que ocu- sable sería otro: el duego profundo» que Clifford Geertz publicara en
en la academia y a través de la infl uencia formal e informal que 1973 en La interpretación de las culturas, un ensayo que exploraba el
ttene. Se sabe que, tras pasar por diversos centros académicos, este significado de una rifia de gallos en Bali.
antropólogo recaló en 1970 en el Institute for Advanced Studies, de Pero el ejemplo de Hobsbawm no es un caso aislado, pues también
Princeton, en donde -como él mismo reconoce- ha inantenido en E. P. Thompson, la 'figura indiscutida dei marxismo británico, tomaba l
fundonamiento a lo largo de estas últimas décadas una <<escuela de ai antropólogo americano como un modelo analítico. En 1977, este .I
ciencias sociales» nada convencional. Por tanto, resulta significativo historiador participó en uri coloquio parisino dedicado a Le Chariva- l
ante todo que trabaje en la misma Universidad en la que estaba Law- ri, un congreso que ha de entenderse dentro de las actividades que Jac-
rence Stone, quien había empezado su andadura americana en ese ques Le Goff patrocinaba en aquellos anos con el fin de intercambiar
t
mismo Instituto. Además, dicha eventualidad facilitó que Geertz man- experiencias interdisciplinarias con la antropología. E! resultado de su
tuviera lazos de amistad con este último y con otros historiadores que
allí mismo han desarrollado su labor. Ésos son los casos, como
contribución fue un breve texto titulado «Rough Music et Cbarivari:
Quelques réflexions complémentaires» y que era la prolongación dei
I
hemos dicho, de Natalie Zemon Davis, pero también de Robert Dam-
ton. Por otra parte, ésta no es una presunción aventurada extraída de
célebre artículo que sobre este mismo asunto Thompson había publi-
cado afios antes en Annales. En ese trabajo, aparte de otras considera- l
la mera coincidencia geográfica, sino que, por el contrario, se bace ciones, concluía expresando rotundamente su afinidad con Clifford
manifiesta en los agradecimientos que se dedican mutuamente en Geertz. AI igual que el e!!!2!2@, nos dice Thompson, el historiador
algunos de sus libros. En segundo lugar, es lógico suponer que todos areconstituir la vida cotidiana de una comunidad para de ese
aquellos que han visitado e! Davis Center hayan tenido interés por las modo descifrar el vocabulario simbólico dcl que se sirven sus inte-
enseiianzas deLafamado antropólogo o que, como mínimo, se hayan gl·antes, vida y vocabuJarici que formao una especie de «texto», pneS::
visto inmersos en las discusiones que sus obras generaban en aquel to así, entre comillas. Concebir Ia cultura, ese marco que regula las
contexto y, en particular, en ese seminario de histeria. acciones con si nificadO,Cõmo un texto seda, a JUICIO el
Sin pretender, en absoluto, desmenuzar con todo detalle e! signifi- acierto de Geertz. Es ecrr, el investiga or etnográfico o e! histónco
cado de este autor y de su influyente obra, convendrá, sin embargo, 1een la realidad de forma que cada evento es un signo dotado de sen-
mencionar algún rasgo de su producción que justifique ese ascendien- tido, interpretado por los actuantes y por e! observador externo. Clif-
te. Desde hace afíos, este antropólogo es muy conocido entre el públi- ford Geertz tuvo la fortuna de observar muchos combates de gallos
co culto y entre destinatarios muy distintos, su influencia y su reputa- antes de conjeturar una ioterpretación, aiíade Thompson. En cambio,
ción parecen agigantarse justificadamente y sus usos se multiplican. los historiadores no disponen de un material así de rico ni de oportu-
Su caso sería semejante al que él atribuye a Thomas .S. Kuhn en un nidades tan ventajosas, con lo que su esfuerzo hermenéutico puede ser
capítulo de sus Reflexíones antropológicas: ha tenido que sobrevi vir a incluso más costoso que el del etnógrafo ante sus nativos.
los efectos posteriores de un terremoto a cuyo temblor original h a con- Estas alusiones de Hobsbawm y Thompson a Geertz son muy sig-
tribuído. Que su audiencia sea amplia no es un logro menor ni objeta- nificativas en dos sentidos. En primer lugar, porque dicha referencia se
ble, como tantos académicos suelen pensar. Decir de Geertz, como hace para rotular e identificar con un nombre el giro antropológico que
n:zan los paratextos editoriales de sus últimos libros traducidos, que la disciplina histórica habría tenido desde entonces. En segundo lérmi-
es <<el antropólog,o norteamericano más relevante de las últimas déca- no, porque esas menciones hacen más intensa la red de relaciones per-
das» o que es de los antropólogos más influyentes de nuestro sonales, intelectuales y acadêmicas que se dan entre ciertos historiado-
tiempo» puede parecer hiperbólico, otra exageración más que aõadir a res culrurales y otros colegas de diferentes disciplinas que se ubican en
la lista de reclamos mercantiles. Y, sin embargo, no es así y su cele- los mismos cenrros que ellos frecuentan. El propio antropólogo norte-
bridad y cse dictamen están perfectamente justificados en Princeton y americano era consciente de todo esto, del diálogo cada vez más inten-
en el resto de la comunidad académica. Por ejemplo, el propio Eric so entre etnólogos e hístoriadores, aunque ello provqcara tantas simpa-

138 !39
tías como rivalidades. En otro de los capítulos q ue se incluyen en sus monio cultural vasto y variado, un repertorio de fuentes plurales que
Reflexiones antropólogicas, Gee1tz destacaba estas fluidas relaciones, confluyen en sus textos con toda fertilidad; se admira su prosa, tan bri-
estos préstamos y vínculos que se dan, hasta el punto de producirse una llante, tan elaborada aunque aparentemente desenvuelta, tan poblada
interacción densa. La mayor parte de ese intercambio, decía este ólti- de metáforas .con las que ilustrar ideas, intuiciones, logros dei pensa-
mo autor, se compone de citcrs mutuas, de modo que los historiadores miento; se mencionan con frecuencia algunos de sus hallazgos más
que se dedican a la}talia renacentista mencionan a etnógrafos que han afortunados, la descrípción densa o los géneros confusos, fótmulas que
trabajado sobre el Africa central, mientras que antropólogos dedicados se emplean para fines diversos y en disciplinas distantes; se toman cíer-
ai sudeste asiático aluden a historiadores de la Francia modema. Esto tos casos estudiados por el antropólogo - su análisis sobre las mencio-
es, lc que Geertz destaca cs nuevamente esa especie ele colegio invisi- nadas peleas de gallos en Bati, por e:jemplo- como explícita,
ble que se va levantando y que no . sólo acoge a quienes estudian el más o menos remota, de los estudios microanalíticos o culturales que
pasado sino también a quienes abordan a los nativos dei presente. En han proliferado, como muestra en la que inspirarse para tratar la dra-
esa red, que se adensa con lugares comunes, conocimiento personal, maturgia cotidiana de los actores sociales.
ediciones conjuntas, apostillas o prefacios mutuos, la figura de este Por esb, además de Hobsbawm o Thompson, también Lawrence
antropólogo norteamericano es capital para muchós de ellos. Lo usan, Stone citaba dicho trabajo como exponente decisivo de estos cambios
en libros encuentran inspiración o, incluso, es é! mismo quien diag- historiográficos. Andando e l tiempo y como consecuencia de ese éxi-
nostica el derrotero cultural que tendóa la mejor y óltima historiogra- to intelectual, aunque como se sabe no Ie han faltado sus ctíticos, a
fia publicada en los ocbenta. En ese sentido, al final de E! antropólogo este antropólogo lo han convertido en referente ineludible, e n autor
a
como autor evalúa el sesgo que estos historiadores !e dan sus inves- justificadamente decisivo, e ntrevistado aquí y allá y reclamado para
tigaciones y el estilo narrativo que adoptan. Así, lo que mancomunaría dar opiniones, para pronunciarse, para conferenciar. Se interesan por
el Montaillou de Le Roy Ladurie con, por ejemplo, Robert Darnton o él, por sus obras y por sus ideas, no sólo quienes comparten su mis-
Zemon Davis es el Il!Odelo de hístoria etnograflada que prac- ma disciplina, sino también esa vasta comunidad de lectores, muchos
tlcan. A su modo de ver, este tipo de escritura buscaría provocar en e! de ellos ajenos en principio a l quehacer del etnólogo, pero motivados
lector un efecto presencial: puesto que sus estudios se basan en pa1te por su particular modo de decir y de tratar las cosas, cosas a la vez
en lo que y manifestaron los testigos de un determinado acon- universales y concretas, própias de los seres humanos y característi-
tecimiento, es por lo que puede producirse dicho efecto. Es decir, se cas de ciertos pueblos . La influencia de Geertz entre los historiado-
pro.voca la impresión de que el historiador ha estado allí, de que ha res es, pues, temprana y es, a la vez, una muestra de la fortuna aca-
temdo trato di.recto con sus informantes. Eso no significa que dichos démica alcanzada más aliá de la antropología y de Princeton.
historiadores cometan la impostura de hacer como si, de establecer un El asunto es conocido y en pmte lo hemos visto al tratar el entorno
diálogo fictício y figurado con sus personajes, sino que adoptan el pun- parisino: superada la fase de influencia de la economía y de la sociolo-
to de vista de los indivíduos que estudían para comprenderlo y, de ahí, gía, como sefíalaba el mismo Stone, setían ciertos antropólogos quienes
transmitir ai lector actual concepciones y categolias que le resultan resultarían más apreciados. Primero habría sido Claude Lévi-Strauss,
y que forman parte de culturas de! pasado. Es lo que hemos autor decisivo para los historiadores estructurales, ocupados en abordar
vtsto hasta ahora ai desentraiiar parcialmente las obras de Natalie fenómenos propios de Ia «larga duración». El peso de! modelo institui-
Zemo11 Davis o Carlo Gínzburg. do por Fernand Braudel habría convertido a su viejo amigo y colega en
E se diagnóstico de Geertz, que celebra la capaCidad persuasiva de referente con el que polemizar, sobre todo en Francia. Sin embargo, la
estos autores, de éstos y no de otros, es certero y en buena medida es crisis de las investigaciones estructurales, el nuevo aprédo êlispensãéfõã'
una de las claves de! atractivo que despiertan algunos de los practí- micro, e l reliev_e dado a
cantes de la historia cultural. Pero, a su vez, esa radiog rafía y esas alu- _gg_nta.s.o.br.e.. habrían acercado
siones también funcionan en el sentido inverso. En efecto, es común ford Geertz. Al margen de sus usos, apat1e de su modo de empleo, lo
que e stos y otros muchos historiadores citen a Geerrz como exponen- es que fueron sus compafíeros en Princeton quienes pJimero se
te, corno interlocutor privilegiado o como inspirador de! último giro aproximaron a las maneras y a las nociones del antropólogo, tanto Nata..
interpr etativo de las ciencias socíales, como portavoz recíente de! lie Zemon Davis como Robert Darnton. Las investigaciones de Davis
Verstehen; se comentan sus obras subrayando su condición interdisci- sobre la religión como sistema de significados o los estudios de Dam-
p!inaria o transd isciplinaría, obras confeccionadas a partir de un patri- ton sobre la lógica expresiva de actos culturales de! pasado aparente-

i 40 141
mente ejemplos de dicha influencia. Pero, fuera de el observador interpreta lo que ya fue originariamente una interpreta-
ellos, tamb1en Charner, Ginzburg o Burke se vieron obligados de grado ción que la gente hacía de.sus propias experiencias, y con ello regre-
o a la fu.erza a con un antropólogo por el que 110 siempre sa en otros términos y con .mayor complejidad ai circulo hermenéuti-
sentido el nusmo aprec10 que sus colegas norteamericanos. En cual- co de Wilheim Dilthey. Se trata de 12ara poder acercarnos al
a Geertz le debemos intuicíones decisivas de la ciencia social unto de vista del sujeto ue esfüruamos.
que han seguido no sólo la etnología, sino tam- m em argo, ay aquí, en Geertz, dos aspectos que siguen y que
bJen otras dlSClplmas vecinas. Estamos hablando de finales de los afios son decisivos, más allá de los ecos historicistas o relativistas que su
setenta .Y de los ochenta y estamos hablando de un autor posición pueda sugerir. El primero es que, según este antropólogo, el
contribución epistemológica habría sido la de redefinir esfuerw intemretativQJ;iel etnólogo o del historiador no detiene
c1ertas noc1ones presuntamente iocontrovertibles de los análisis socia- la mera com rensión del ante asado sin \ ue ambos
les. Esbozaremos algunas de ellas. em ren en un e'erc1cto e a ucción a sus propias categorias aiía-
es la que afecta a las condiciones del conocimíento, a su uni- diéndole todo aquello que los primitivos o os antecesores no vieron
De Geertz, entre otros, nos viene la idea de que el cono- onõ estuvieron en co dtciones de ver. Así, conjeturan significaciones
SJempre local, de que las interpretaciones a gran escãlãy po · es e los actos que estud1an y cligen las que consideran más
los abstractos se realizao a partir de un saber abundanteSõbre · adecuadas para establecer a partir de ellas conclusiones que sobrepa-
pequenas, êle esas cueshones que âe!W=' san el ejemplo abordado. El segundo aspecto que se deriva de la posi-
mma en Lã mleipretacJOn de las culturas «miniaturas etnosmíficas» ción de Geertz es e! de la distancia, es decir, e! obstáculo que supone
De se deriYa._ o.tras !a defensa dei episodlo, de y, a la vez, el estimulo que produce en e! analista. Como Geertz sefia-
m1C1o, c 10 s1gmficatJvo ara abordar el com ortarfiieniõ- la de una manera bien expresiva, el estudioso no pretende imitar al
soc'a. los ue regulao los !!Tandes aisajes culturales. tra nativo hasta el ounto de convertirse en uno de ellos, pues para eso ya
cuest16n deciSiva en Geertz es, claro está, su concepto m 1smo ae cul- están los espías. En realidad, a lo que aspira es a establecer una con-
tura, un. semi?tico. Partiendo de Max Weber y de su idea de versación i maginaria eo su cerebro, que no se reduce sólo a los comu-
que el está mserto en una trama de significación que en nicados dei informante al etnógrafo, sino que, por su mcdiación, tra-
parte desctfra Yen prodoce, la cultura sería dicha urdimbre. ta de reconstruir un diálogo con los extraiíos, con quienes convive sin
Desde este punto de ser humano seria siempre ese intérprete · ser absolutamente coparticipante, o con los antecesores, a quienes no
que se adentra.en un. terntono lleno de sefíales y de signos, ese intér- es posible acceder incluso cuando éstos son sus propios antepasados.
prete que prec1sa gmarse y avanzar sabiendo qué es pertinente hacer De todo ello, Geertz infiere que su trabajo, como el de cualquier
1
eo ca_da momento acuerdo con el marco en e! que está. Para intérprete, se asemeja ai del crítico literalio, pero a un crítico litera-
en una acepc16n remotamente aristotélica, el hombre, desde rio que se enfrentara a un «manuscrito extranjero, borroso, plagado
runo, u_n ser con capacidades abiertas, con posibilidades que se· de elipsis, de incoberencias, sospechosas enmiendas y de comenta-
actua!IZaran o. no, se ejecutarán de un modo u otro, ele acuerdo rios tendenciosos». Así lo dice en La interpretación de las cultúras.
con ststemas SJmbohcos o estructuras de significado. A esos sistemas Por eso, las regias propias o ajenas que rigen la existencia de los
o estructuras los llamamos cll.ltura y las culturas son defensas huma- nuestros o de los ex·trafíos, y que se manifiestan y se materializan ,en
nas contra Ia naturaleza. contra la incert.idumbre y contra el caos distintos productos yelaboraciones, no son obvias y pueden ser aten- ,..
.'
r
modos de la vida, de oponer resistencia a la equiprobabilidad tamente apreciadas, distinguidas, analizadas, aunque siempre con
de los senbdos. No podemos vivir solos, sin cualidades culturales esfuerzo. Por eso,. porque la cultura es como un texto, en aquel senti-
por.Ia que nos acoge. La incomunicaciôn, e! silen- do que E. P. Tbompson también destacaba, el análisis propiamente
CIO: mslamiento, SI tales cosas fueran posibles, nos hundirían en el textual y la literatura son algo más que una metáfora o ilustración
delmo: en efecto. escapa ni escapar a esa gramática que gráfica de dicha perspectiva, y forman parte, por el contrario. de
nos recula Y gue nos tmpone un hm1tado reperlotio de conductas dicha reflexión y de los recursos decisivos con que cada sociedad se
posJbles. En . consecuencia•. cuando el analista estudia ese objeto, nombra y con que cada analista la trata.
cuando descnbe una determmada cultura o un comportamiento social Es muy significativo este último aspeclo, más allá de Geertz, porque
9ue desarrolla en su seno, lo hace atendiendo a los valores que todos los autores que forrnan esa especie ele colegio invisible que esta-
tmagma que el antepasado o el nativo asígnaban a las cosas. Es decir, mos visitando ref!exionan sobre la relación que se da entre literatura e

142 143
historia Insistimos: no quiere decir esto que sus diversas perspectivas
coincidan con, o scan estimuladas por, Geertz, pues ha habido polémi-
v
cas al1·especto; lo que significa es que e! regreso de la nan·ación, de Ia
que hablaba Stone, y en la que convienen Davis, Darnton, Chartier,
Ginzburg o Burke, tiene dicha 9imensi6n. (,En qué séntido les interesa-
ría la literatura o la nan·ación a estos lústoriadores, como también a LA BIBLIOTECA AMBULANTE I }

Geertz? Se pueden detectar en ellos, al menos, tres preocupaciones. La


primera tiene que ver con los documentos; la segunda, con la escritura
misma de la historia; y la tercera, con la práctica de la literatura como
objeto de análisis. En e1 primer caso, son conscientes de que las
históricas o los etnQL[áficos no son lo que ocurrió,
versiones de lo gue aconteció, testimomos que adoptan consciente
o inconscientemente la retórica, los códigos y las estrategias compositi-
vas de cualquier texto. Son, por tanto, una suerte de relatos que tratan
de captar y de capturar lo real, conteniendo afirmaciones y silencios,
f
I
cosas dichas y no dichas sobre las que el historiador o el antropólogo se
han de pronunciar descodificando, interpretando. En el segundo caso, y Los CUENTOS DE ROBERT DARNTON
! como ya sefialaba Stone, todos estos autores se preocupan por acceder
a una comunidad de lectores más allá de los colegas inmediatos. Hacen Üno de los primeros libros en que contluyen. Jas diversas dimen-
explícita la escritura como un acto de creación, que no necesariamente siones de lo literario de las que hemos hablado es el volumen de
de invención, y, por tanto, ponen en funcionamiento recursos propios de Robert Darnton titulado La gran IJ!Çltanza de gatos y otros episodios
la literatura, las estrategias persuasivas para urdir una trama, sin que eso en la hislOria de la cultura fra ncesa. Esta obra apareció original-
signifique recaer en la ficción o renunciar ai método histólico. Por e!lo, mente en 1984 y de inmediato se convirtió en un referente básico de
entre estos colegas hay un repert01io de referentes que incluye también un nuevo tipo de historia culturaL Tanto es así que su lectura convo-
a los grandes nan·adores. En e! tercer caso, y en ocasiones como resul- có a numerosos segu1dores e n todo e l mundo y suscitá la controver-
tado de esos dos pasos anteriores, la literatura misma, en sus diferentes 1 sia de sus abundantes polemistas. No es frecuente que una obra his-
formas, desde e l cuento popular: hasta la eximia novela, o desde Ia alta
cultura hasta las manifestaciones de lo bajo, se h a convertido en un obje-
to privilegiado para todos ellos. De hecho, algunos de estos historiado-
j
1
tórica tenga el respaldo crítico o amistoso de tantos lectores, y
tampoco lo es que revistas académicas y suplementos literarios se
ocupen de su contenido y lo valoren más aliá dei estrecho círculo de
res han labrado su trayectoria centrándose principalmente en todo lo la disciplina, de la especialidad en que se inserta su investigación. Es
que acompafia y envuelve al libro, a lo impreso, y, por tanto, también a decir, este texto de Darnto n no despierta atención sólo por ser un
lectura, a los distintos usos que de los variados textos se han hecho. Es estudio sobre la Francia dei siglo xvm. Si así fuera, sus lectores serían
muy significativo este último aspecto, y lo es más aliá de Princeton, de únicamente quienes estuvieran inleresados de ante mano en ese tema.
Stone o, como veíamos, dei propio Geertz. La procedencia de todos las numerosas adhesiones o críticas que este libro ero-
estos autores, la de quienes hemos incluído en ese colegio invisible, es vocó e n la se unda mitad de los ochenta fueron resultado Õel enfoque
diversa y también lo son las formas en que cada uno llega a la !iteram-· de la perspec 1va metodológica, dei concepto de cu -
ra. Ahora bien, que Princeton fue un lugar que favoreció ese intercam- _!!!ra que su autor manejaba, del estilo de escritura adoptado
bio parece indudable. Lo veremos de inmediato. todo, de la inteligentemezcla de objetos.
Con toda probabilidãd, sorprenderá a quien no lo
haya leído será su título. Como en el ejemplo de El queso y los gusa-
nos, e! rótulo escogido despierta asombro, principalmente porque
nadie estaría dispuesto a defender en principio que una masacre de
mininos sea un hecho histórico tan significativo como para exhumar-
lo ahora. Pero ese desconcierto es mayor coando dicha matanza sólo

145
. $y /
kf.Yr-P-0"t'o!.iO&O
ocupa uno de los capítulos, aparentemente incongruentes entre sí, con pasados. AI modo. pues, de los antropólogos. también los historiado-
los que el autor osa tratar la historia de la cultura francesa a finales dei res hacer explícita la distancia que les ãie1a de sus
Antiguo Régimen. Por eso, uno acaba preguntándose: t,qué relaciqn res o ctê'Süs congéneres. Visto de cerca todo comienza a ser tan extra-
puede tener la masacre de unos felinos con los cuentos populares y fio como significativo a poco que cambiemos la perspectiva o a poco
con la rebelión de los obreros, con la estratificación de Ja ciudad, con que abandonemos nuestras rutinas perceptivas. Pero, (,CÓmo hacerlo
el la república de las cone! de o, más bien, cómo lo hace Robert Darnton?
dei liumimsmo o con, la de la senstbllldad El inicio de una iovestigación no es obvio, ni está dado de ante-
dicho de otra manera: ttene que ver el cuento de Ca_peructta Ro1a mano ni está fijado por e! objeto. A diferencia de lo dicho por Marx,
con las cartas que Rousseau recibía de sus fervientes lectores?, (,qué que sí sostuvo esto último, Max Weber defendió lo cortrario. Para
relación gua.rdan los meticulosos informes de un inspector de policía 1:"'t,. éste, los objetos susceptibles de ser estudiados son prácticamente
con la Enciclopedia de Dide.rot y D' AJembert? r1; infinitos y nada garantiza que la elección de uno de ellos sea jerár-
La primera impresión es, corno decíamos, de incongruencía y la quicamente la más importante o excluyente. Por tanto, son los valo-
segunda sería la posible falta de relevancia de algunos de los objetos res de] óbservador s ue guían la selección diri la mi a a,
abordados. Si de lo que se trdtaba era de hacer la histeria de la cultu- empezan o así un proceso cognoscitivo ue as ira a dotar de si nifi-
ra francesa en e! siglo xvm, mochos estudiosos Je objetarían la selección cado a as acc10nes estudiadas. stos bechos humanos no son acon-
realizada. i Cómo analizar ese magno tema, la época de la llustración tecimientos aislados, aunque a simple vista to parezcan, sino que for-
en Francia, a partir de episodios dispersos, a partir de acontecimien- man parte de una urdimbre significativa, un contexto semántico que
tos puramente circunstanciales o a partir de aspectos que son margi- hay que desentrafiar. Es decir, ese suceso u otros semejantes son una
nales en el conjunto de esa cullura que se pretende investigar? (,Qué parte de la oración o, si se quiere, un fragmento de un texto más
representatividad ptieden tener asuntos menores denlro de ese pano- amplio que hablia que interpretar para traducirlo a nuestra percep-
rama general? En realidad, algunas de estas preguntas no las suscita ción actual. De ese modo, lo que en principio parecía extrafio, sor-
sólo el libro de Damton,· puesto que también podrían formularse a prendente o excepcional, acaba siendo una posible vía de acceso que_
propósito de las obras que hemos visto de Natalie Zemon Davis o de penmte comprender la c ultura francesa 3el Setecientos. Ahora b1en,
Carlo Ginzburg. La nueva histeria cultural ue se estaba gestando en eso no garantiza aún que un episodío menor deba ser tratado prefe-
aquellas fechas adoptaba generalmente esa dimensión re uctda que rentemente, en lugar de abordar las eximias creaciones !iterarias o
'3an los Case Studies. eero además la perspectiva optaba por lo mar- filosóficas que entonces se dieron o los gravísimos y masivos con-
ginal, por lo descentrado, por lo excepc1onal o or lo ue conmocio- flictos sociales de la época. Sin embargo, esas grandes manifestacio-
na el sent1do comun del o serva or actual. nes, sean del tipo que sean, suelen despertar el interés det historiador
En efecto, en las obras mencionadas, y en e! libro de Darnton, .!2 porque producen efectos que llegan hasta nuestros días y se antepo-
significativo es tomar los objetos como vía de acceso, como nerta de nen a hechos, episodios o productos que no tienen consecuencias en
ingreso en ese mun .o cerrado que es el de nuestros antepasados. n el tiempo y que por eso mismo nos resultan extrafios hoy.. En Las;::;_
êse caso, la matanza de gatos cometida por unos artesanos parisinos palabras las cosas, un libro ue el propio Damton. cita, Foucault b
en Ia calle Saint-Séverin es un suceso extrafio, pero más raras son si enseno a los historiadores a evitar a racwna 1 a retrospectiv<:t.esã7 ..,.
cabe la actitud jocunda que adoptaron aquellos traoajadores cuando prõ]JêriSiõri que tendrian a tratar sólo a uello que vemos como el
recordaban su acto y Jas risas que les provocaba rememorarlo. Ahora embri n e nosotros mismos, aquello que vemos como a ase de lo <.{'.
bien, nos dice este historiador, no hay razón alguna por la que la his- que abora somos.;..
teria cultural deba evitar lo raro y preferir en cambio lo común. Para - Además, habría otra razóo para justificar la eleccióo de estos epi-
un observador del siglo XX, viene a decirnos Robert Damton, este sodios menores y que tiene que ver con aquellos sectores sociales que
acontecimiento menor y sangriento no tiene nada de gracioso y tanto se pretende rescatar. Como ya hemos visto en los casos de Carlo
la muerte de aquellos animales como _las bromas que se hicieron a su Ginzburg o Natalie Zemon Davis, cuando el historiador ha de abor-
costa resultan hoy repulsivas. Este rechazo, esta repugnancia y esta dar el estudio de las ctases populares, e.l pnmer con el
incapacidad nuestra para comprcnder el hecbo y su evocación son tropieza es el de la escasez o mcluso la ausencia de fuentes, en la
-afiade el historiador norteamericano- el punto de par tida que nos ' los
permite franquear e! abismo cultural que nos separa de aquellos ante- inente productores de documentos relaten

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hayan subsistido. En ese sentido, su presencia en los textos del pasa- determinados referentes franceses, ya sean Foucault o Bourdieu, podría-
Õo suêle darse cuando se vieron envueltos en sucesos extraiíos o mos pensar que su investigación no era muy distinta de la que por
excepcionales, fuera de lo que era común y ordlnario en su tiempo. entonces se hacía eu Francia. Sin embargo, el estudio de la matanza
J Menocchio no hubiera ideado y heréticas de gatos rnuestra claramente no sólo su voluntad de hacer una histo-
1deas sobre el orden dei muhdo, s1 algUlen no hub1era suplantado ria con espíritu etnográfico, sino la de hacerla acogiendo sin reservas
personalidad de Martin Guen·e, silos artesanos de la imprenta de Jac- el modelo interpretativo de Geertz, algo que está implícito en e! tex-
ques Vincent no hubieran organizado una matanza de gatos, entonce to y explícito en los reconocimientos previas: en un pequeno párrafo
no habrían dejado rastro alguno y su nombre se habría perdido y po\ que sirve de pórtico al volumen, Robert Damton nos informa de que
\
, tanto nada habrfamos sabido de lo excepcional y de lo ordinario que 1 el libro fue producto de un seminario de historia y antropología que
envolvió la vida de aquellos antepasados. Es decir, estas casos raros compartía con aquel etnólogo, de quien admite haber aprendido todo
{ muestran la producción de un determinado tipo de documento que no lo que sabe de esa disciplina.
es común entre las clases populares, balas de papel que construyen a j Es indudable que este libro tuvo una fortuna editorial inmediata,
los personajes, discursos que los perfilan, los reUenan y los inscriben. puesto que distintos especialistas de diferentes países 1<? resefíaron, lo
Así pues, con escasas fuentes y sin rastro firme para rescatar a esos comentaron, lo ensalzaron o lo discutieron. Además, ai poco tiempo,
, indivíduos. lo estos historiadores es buscar resqmcios empezó a ser traducido a otras lenguas alcanzando una notodedad
estrechos ue parezcan ara com render la vida de a uellas gentes internacional. Así pues, muchas revistas académicas difundieron ese
sm 1storia. on e lo hacen, pues, un ejercicio de traducción captan- trabajo agrandando su repercusión y convirtiendo en objeto de deba.:
las concej?ciones sobre la existencia de las que eran ·partíciees L. te un estudio erudito, un libro dedicado a asuntos dispares de la Fran-
)as 2rácticas culturales con gue invistieron sus actos. ., cia de! siglo xvm. En ese sen tido, en 1995, por ejemplo, Eduardo
En el caso que ahora nos ocupa, el de Darnton , esa pretens10n es Hourcade y otros dos colegas pub!icaban un volumen titulado Luz y
muy evidente. AI inicio de su libro, al declarar cuáles son sus inten- contraluz de una historia antropológica en e! que se traducían buena
ciones, este historiador sefíala que su texto renuncia a hacer una his- parte de las reseiías que había merecido. Asimismo, poco después
toria intelectual, es decir, ese ámbito de la historiografía que se ocu- Haydn T. Mason convocaba a una docena de especialistas para que
pa de los grandes sistemas dei saber y que tantos rendimientos ha comentaran el conjunto de la obra de este historiador, cuyo resultado
dado sobre todo en las universidades norteamericanas. En cambio, lo fue e! conocido. The Darnton. Debate, aparecido finalmente enJ..22.1h.
que se propone hacer es ingresar en un domínio nuevo, nuevo dentro y en el que e! propio historiador aportaba una enjundiosa contribu-
de la tradición estadounidense, que él denomina l'histoire des men- ción en respuesta a las argumentaciones de sus críticos.
talités. (,Qué significa esto? Recordemos que se trata de un historia- Pero, (,qué es !o gue llamó la atención de sus lectores? No tanto el
dor que conocía y se ocupaba de Francia y que además trabajaba en objeto en sí, no tanto el contenido exacto de cada uno de sus capítu-
Princeton, un lugar en donde se discutía sobre los avances de la his- los, sino más bien la com osición, la idea de cultura sub acente, el ..:61-
toriografía europea. Por eso no es extrafio que, dado el prestigio de narrar y el becho de gue la Jectura uera a c ave }';,>
los Annales, Damton ni siquiera traduzca esa etiqueta, y no lo hace a los mundos dei Easado, a todos esos episodios que presentaba:Eil
porque, según confiesa, este campo no tenía entonces un equivalente efecto, de todo.ello, quizá el actõaneer sea el más
ai de aquella historiografía, aunque ai final parece resignarse a !la- que no novedoso para aquellas fechas. Si de lectores hablamos, .v
mario simplemente historia cultural. (,Por qué? Por analogía con lo podríamos recordar, por ejemplo, que ya Carla Ginzburg se las vio
que hacen los antropólogos, pues él pretende mostrar no sólo lo que con un lector muy peculiar, el celebre Menocchio. Si, por e! contra-
dete1minadas gentes pensaban en el sigla xvm sino también cómo rio, nos referimos a cómo Jeen los historiadores, podríamos afiadir el
pensaban, cómo elaboraron su mundo invistiéndolo con un significa- caso de Natalie Zemon Davis, que hizo explícita su investigación
do particular, al tiempo que todo ello les despertaba cierto tipo de sobre Martin Guerre como aclo de lectura dei documento 01iginal y
emociones. Y eso es un trabajo semejante ai que practica un antropó- ele los textos secundarias que después vinieron. Sin embargo, en esta
logo cuando se ocupa de desentrafíar la vida de una tribu. Y, en ese ocasi6n, Robert Darnton convierte e! hecho de Jeer en la metáfora dei
sentido, el modelo no es otro que el que le proporciona su colega uni- conocimiei1to sujetoShi'Stóri.ç_Q._s y dei propio investi ador. Ade-
versitario Clifford Geertz. Dado que este historiador pa1te del con- mas, él mismo se reconoce como histona or de los libras. Por esa
cepto de mentalidad y puesto que utiliza en algunos de sus ensayos razón, cuando Peter Burke editaba en 199 I un volumen dedicado a

148 149
analizar las Formas de hacer historia, Robert Dat:hton fue el encar-· sas y sonidos que acompafian e l puro relato verbal y que convierten
gado de redactar el capítulo destinado a la lectura, y el primero de sus el texto en un suceso estrictamente oml, en un episodio que nunca se
ejemplos históricos resultó ser Menocchio. repite en los mismos términos y que por eso es histórico. Así pues,
Lejos de lo que pueda parecer, leer no es un acto evidente, no es para recuperar aguella distante cultura po_eular, e! im::._estígador ha de
una mera descodificación de"instrucciones insertas en e! texto y que E!:eocuparse por reconstruir. por no sólo los cilliritús sino la....., ,!
,t :
su destinatario captaría obedientemente. (,Por qué razón? Porque los manera cómo los leían. distruJcia,Togue nos separa. no es sólQ
documentos, a pesar de su carácter en apariencia cenado, a pesar de la estricta literalidad dei texto. que también ha cambiado, sino
que su literalidad no se pueda modificar, tienen significados inesta- ra cómo lo representamos entonces y ahora. Ciertarnente caso

I
bles para los propios contemporáneos y para los lectores posteriores e os cuentos, la im ortanc1a e contexto en el ue el
que acceden a ellos. De hecho, la lectura _puede verse como un con- acto e ectura es rnuy evidente, pues está lleno de teatdüidad, pero
\ 'I inter retaciones en virTua dei cual diferentes individuas de eso rrusmo sirve para subrayar que en el fondo algo semejante ocune
\ I y de sectores sociales 1versos luchan por tmteo- con todos los textos. Y lo que es más importante: rescatar los signifi-
t t • der, por hacerse entender or im oner un sentido a las cosas. De cados que la gente otorgaba a las palabras y a los actos se convierte
entre-todos los ejemplos que apareceu en e 1 ro e DarntofíYque e.n una forma de acceder a su cosmogonía, a cómo daban sentido a la
ilustran cada uno de sus capítulos (la correspondencia de Rousseau, vida, algo que nos pennite comprender e interpretar a aquellos ante-
el árbol del conocimiento según los ilustrados o el fichero policial de pasados.
los escritores parisinos), tal vez uno de los más significativos sea el Que el propio Darnton hiciera o no en cada uno de los capítulos de
que abre el volumen, e! de los cuentos populares de la Francia det ese líbro lo que acabamos de exponer fue precisamente aquello que se
siglo xvm. le díscutió: que fuera consciente o no de la inestabilidad de los textos
De entrada, el historiador tiene la ventaja de poder acceder a las y de la variabilidad de los contextos. Para sus críticos; la objeción fun-· ,...
recopilaciones que los folcl.oristas recogieron desde tieropo atrás y damental era que tomaba los documentos como si éstos estuvieran fija- <i_
publicaron en distintos libros. Su investigacíón en este punto es tam- dos de una vez para siempre, como si el texto que es la cultura fuera ?"..r
bién un acto de lectura: de lo que se trataría es de observar las estruc- efectivamente una obra cetTada, como si se pudiera leer al modo en que )1"1
turas de esos relatos, las formas que se repiten y los significados pro- lo haría un antropólogo al observar una determinada representación. '<;! ?·
bables que tengan. Para eso, Darnton se vale de los lectores que antes Para sus lectores más amablemente combativos, como por ejemplo
que él han interpretado esas fábulas y discute con analistas tan refi- Roger Chartier, además de esos cargos, ellibro de Darnton equivoca- \
nados corno Erich Fromm o Bmno Bettelheirn, es decir, se apoya en, ba, por ejemplo, ei género ai q ue adscribir alguno de esos documentos,
y debate con, los enunciados psicoanaJíticos que universalizan el sen- con lo cuaJ las instrucciones de lectura eran etTóneas. En cualquier
tido de esos cuentos. Se sirve igualmente de estudiosos como Vladi- caso, la debilidad de sus análisis radicaria, para este historiador fran- "1..-
mir Propp o de antropólogos como Frazer o Lévi-Strauss, que han cés, en haber seguido aquella concepción geertziana de la cultura como
propuesto significados transculturales que van más aliá de los con- texto, algo que, para otros, seria su principal virtud.
textos y de los estilos nacionales. Por tanto, para Damton, leer un {.Por qué determinados historiadores objetaron ese modo de inter-
relato de este tipo no es sólo acceder a las recopilaciones documen- pretar la cultura francesa a·pesar del aprecio o de la amistad que sén:'
tales, sino hacer uso y descartar en todo o en parte los códigos de tían por Darnton? De entre todos ellos, quizá el eJemplo mencionado
interpretación que se sobreponen a la narración original. de Roger Chaftier sea el más conocido, ai que se cita para mostrar los
'l Sin embargo, según advierte el propío historiador, el problema es reparos y, por consiguiente, las distintas formas de escribir este tipo
. que hay algo más, aparte de las estructuras estables contienen, de. histeria. Recordemos que, además de la reseiia que Chartier dedi-
\ Jalgo en lo que esos especialistas no reparan suficientemente: un mate- cara al volurnen de Darnton, ambos participaron en un célebre deba-
i , 1 1·rial tan abundante.como los volúmenes de! folclore popular, un docu- te junto a Pierre Bourdicu para discutir más ampliamente los resulta-
\ 't /) mento no sacia al historiador, pues con la dos de esa obra. Éste es un hecho bastante revelador, no sólo por su
,: i transcnpcwn algo se ha perd1do. {.Qué es lo que le falta a un cuento excepcionalidad, sino por los cornparecientes, por la revista (Actes de
f de qué es que _no bailamos en cualquiera de las versiones la Recherche en Sciences Sociales) que acogió el diálogo y por el
n escntas de Capeructta Roja? Lo que se ha escapado es e) acto mismo objeto rnismo de aquella controversia: la historia cultural. En reali-
J de contarlo, esa representación llena de gestos, guífios, miradas, pau- dad. los contenidos del debate son menos significativos que las cir-

150 151
cunstancias que lo rodean. Chartier y Bourdieu, cada uno a su mane- literatura e historia, reflexiona sobre ese particular, sobre lo que le
ra, reprochan ai americano haber dado una versión reductora de la aúna y le separa de esos otros colegas. «Para Natalie Davis, por ejem-
historiografia francesa y haber optado por un modelo analítico, el plo, el ensayo fue la primera forma de su trabajo; su primer libro es
geertziano, que, a pesar de sus virtudes, resulta en última instancia una recopilación de ocho ensayos. Mis propios libros son en general
problemático. Aun así, los dos colegas franceses admiten que el Iibro una serie de ensayos. Pero no es el caso con Ginzburg, que s iempre
de Darnton es un ejemplo estimulante, puesto que permite plantear se ha vinculado a la fonna de libra dividido en capítulos. En el caso
problemas comunes en el terreno de las ciencias humanas y sociales de Robett Damton hay ambas formas, pues sus primeros libros son
vinculando diversas perspectivas, como las de Weber y Durkheím, recopilaciones de ensayos, como La g ran matanza de gatos, que está
por ejemplo, y acercando a los investigadores amelicanos y europeos. fonnado por varies de ellos, aunqu.e Damton tienc libras
Ahora bien, más aliá de todo eso, lo que reclama nuestra atención es amplias.» El ensayo· breve, defíende Chartier, es al o así como una .o 'P.>-.,
que uno de los grandes intelectuales dei país dedique su tiempo y su ex erimentac10n echa en laboratorio, de forma ue da ma or Jiber- 'O
espacio a la obra de un historiador foráneo, pera no menos importan- tad para tratar .los o 1etos, que de ese modo son más manejables.
te resulta ser el papel de catalizador que juega Chartier. sentido, es posible inscribir la reflexión teórica dentro del análi-
Por otra parte, siendo como es antiguo amigo de Damton, las obje- de la investigación en el.Qroceso
ciones de Chartier se han visto como un indicio no sólo de las partes de conocímiento. «Esta práctica», concluye, «puede convertirse cn la b
débiles de La gran matanza de gatos y, por extensión, dei resto de la elección de una forma breve y no de la obra majestuosa e impresio- \/.S.
obra dei americano, sino también de la propia posición de la histo- nante a la manera de Braudel.>> '1)'
riografía francesa. Este último aspecto no es menor si tencmos en Más aún, a pesar de lo que decía de él el propio Chartier, incluso 0
cuenta, según indicábamos, que su obra puede verse como un puente Carlo Ginzburg ha acabado por adaptar esa rriisma posición. Como
entre las distintas tradiciones atlánticas, un punto de convergencia entre indicaba e! historiador italiano, en la entrevista que Je hiciéramos para
histeria, antropología, sociología y teoría !iteraria, resultado de ese Archipiélogo, sus últimos volúmenes serían «libras constituídos por
colegio invisible en el que se imparte esta historia cultural. Si París ensayos bist.óticos, un género que be cultivado mucho en los últimos
era el lugar al que Burke, Ginzburg, Davis o Damton habían acudido diez aiíos. El ensayo, a diferencia de la monografia, no pretende ser
y en el que la mayoría de ellos habían investigado en el momento en exhaustivo» y, de ese modo, «pennite vivir sin ansiedad la provisiona-
el que nacía la llamada nueva historia, Roger Charlier es el historia- lidad de la investigación» logrando a la postre «una gran libertad de
dor annalista que responde desde la historiografía francesa a lo que movimientos». De hecho, desde que publicara Historia nocturno a
esos autores han fommlado desde sus propias tradiciones. finales de los ochenta, este autor no ha vuelto a escribir otro volumen
Recordemos que Roger Chartier había participado activamente en de tales características, con un único objeto. Pera además, como hemos
la elaboración editorial de la nueva bistoria en la década anterior y visto, en el caso de Chartier esa elección es más explícita, más delibe-
que se había convertido en una de Ias personalidades emergentes den- rada, hasta el punto de hacerse casi contra la gran monografía majes-
tro de la denominada escuela de los Annales. Y eUo a pesar de que, tuosa y académica. A unque no todos estos historiadores adopten ese
después de la edición de su tcsis doctoral sobre Lyon, Chartier no géncro en el mismo tiempo y con los mismos supuestos, sí que pode-
hubiera publicado ningún libro comparable, ai menos en apariencia, mos encontrar ese elemento formal en algún momento. Quizá la única
a esos volúmenes que tanta fortuna académica habían alcanzado y excepción dentro de este colegio invisible sea Peter Burke, y por eso
que se habían convettido en clásicos, como E/ queso o el dedicado a no debe extrai'íamos que Chattier lo excluya en esta ocasión. Por tan-
Martin Guerre. En realidad, dicho así, el planteamiento es erróneo. to, que ese historiador francés elija dicho género no puede verse como
Por un lado, porque la influencia de un histotiador no es directamen- una carencia o como falta de alienlo, sino como una opción deliberada
te proporcional a la cantidad de monografias exhaustivas que en donde la forma configura el fondo. Lo que ocurre, además, es que en
ni a clásica, imperecedera, de ue ueda SCLcapaz. su caso esa inclinación se lleva hasta ellímite.
I Por otro, porque, cómo hemos avanza o, la escritura habría ido adop- ) Los libros que Roger Chartier compone, están hechos de trozos
\ tando en este tipo de historiadores la forma dei fragmento, la dei previamente elaborados. de estudios de casos, a! modo, por ejemplo,
ensayo, o eso ai menos habría sucedido en las dos últimas décadas. en que Damton había preparado La gran matanza de gatos. Para
Roger Chartier es plenamente consciente de este último argumento y, muchos académicos, los volúmenes compuestos de esta manera son
por ejemplo, cn la larga entrevista que se recoge en Cultura escrita, perci bidos como obras menores, textos de circunstancias que aprove-

152 153
ensayos sueltos, sin desarrollo, y que revelarían a la postre EL LECTOR ROGER CHARTJER
c1erta pereza, escasa dedicación, por parte del investigador. Sólo el
historiador que hubiera alcanzado gran prestigio y reconocimiento Por los temas que Roger Chartier trata, la intervención breve o el
podría consentirse la publicación de estas obras troceadas, que ai edi- ensayo provisional son la forma aOeêüãâa de abordar!os. Es tal la vas-
tarse cobrarían apariencia de· unidad. La pregunta inmediata podría tedad de aspectos que ofrece la cultura de la Europa moderna que
ser cuál es la razón de estas composiciones, de este collage. Es indu- cualquier aproximación siempre es mínima, parcial, insuficiente, una · I
dable que hay motivos mercantiles y lo es también que con volúme- contribución más que surnar a un trabajo en curso. En efecto, desde
nes de esta naturaleza se da salida a ensayos breves que de otro modo que Chartier irrumpiera con fuerza a mediados de los ochenta en el
permanecerían. sepultados en las páginas de las revistas especializa- debate historiográfico, todo parece indicar que sus estudios se cenlran
das. Pero no menos cierto es que autores de gran inquietud intelec- en tomo a la histeria dellibro y de la lectura, como en el caso de Darn-
tual, de múltiples intereses, hallan en este género la vía aàecuada ton e incluso en el dei resto estas historiadores. De todos modos, estu-
para reflexionar sobre determinados objetos, mostrando el proceso diar la edición de obras y su difusión pareceria un trabajo esencial-
n:ismo de En csos textos, el historiador hace explí- mente erudito, una ocupación académica tradicional. En efecto, este
cita la provJSJOnalidad, muestra la condición tentativa de su trabajo y investigador está plenamente integrado dentro de la larga corriente
con esa elección revela las condiciones mismas dei conocimiento francesa dedicada a la historia dellibro, esa que encarna espléndida-
actual. Algo que se refuerza, como hemos visto, con su constante tra- mente Lucien Febvre y que tendrá en Louis Marin uno de sus refe-
siego, sus reile.rados viajes, sus múltiplcs conferencias y cursos, que rentes obligados. Sin embargo, en Chartier, y en consonancia con lo
a la vez son ongen en al.gunos casos de esas publicaciones. que estaba sucediendo en la historiografia pero también en otras dis-
Evidenteme.Ete, no todos estos historiadores practican ese g?nero ciplinas, el libro y la Jectura le Jlevan a un análisis metarreflexivo y a
del m1smo modo. En e! caso de Roger Chartier o en el de! último Car- descomponer el objeto en múltiples instancias. Serian, pues, ambos
la l.os se hacen más explícitos en las elementos los que favorecerían aquella mirada ensayística, fragmen-·
pro 1as mvest1gac10nes y en muchos casos esa inter elación es el taria, puesto que cada asunto revela dimensiones nuevas e imprevis-
objeto m1smo e sus ensayos. n cambio, en autores que pertenecen tas. Con ello, este historiador se muestra como un aventajado discípu-
a la tradición anglosajona, como Natalie Zemon Davis o Robem Darn- lo del criticísmo teórico francés que, desde los afios sesenta, obliga a
ton, esto último ·es menos habitual y suelen componer sus trabajos interrogarse sobre evidencias y a prioris antropológicos. Pero también
evitando cuidadosamente la sobrecarga teótica dei texto y prefrrien- es consciente de que existen disciplinas próximas que han tratado
do una destreza empírica, al menos en apariencia. Por ejemplo, en e! estos objetos, y que lo han hecho con anterioridad o que lo están
debate que mantuviera con Bourdieu y Chartier, Robert Darnton res- haciendo símultáneamente. En particular, entre ou·as, serán la estética
pondía a este último mostrando su incomoclidad ante el acoso teóri- de la recepción alemana y e! nuevo historicismo norteamericano,
co de los franceses, haciendo explícita su desazón ante las declara- comentes que se difunden en un período que va desde mediados de
ciones metodológicas
.
que tan propias serían de la historioorafía
o
los .setenta hasta finales de la década siguiente, las que centren su inte-
,\ europea «No rechazo», concluía, «la reflexión teórica, rés. j,Qué es lo significativo de estas aportaciones?
F no SOl:: filosofo. Soy un _hombre con un ofic10 y tengo más ·con- Desde los anos sesenta, el texto había sido objeto de un análisis
-:J\ _fianza e n los capítulos, donde abordo êJ contenido, gue en la intro- estructural, concibiéndolo como un sistema de relaciones internas, de /

ducci6n o la conclusión, donde intento explicar mi trabajo». Por otrâ partes combinadas propiamente autorreferenciales, es decir, ni la his-
,y parte, esa propensión al ensayo y al collage só lo está ausente en el teria ni e! contexto ni cl autor podían dar cuenta de su composición y
- caso de Peter Burke. Sin embargo, la preferencia de éste por la mono- significado. Desde este punto de vista, el estructuralismo era una
grafía no cont.radice enteramente el estilo cognoscitivo gue se ha opción antihumanista, contraria a la libertad y a Ia deliberación dei
impuesto entre dicbos historiadores, puesto que sus obras conforman sujeto creador. Era también una comente que evitaba la perspectiva
en conjunto un grãn e incompleto mosaico. Si el objeto de sus inves- histórica, porque en la diacronía no se podía buscar el significado
tigaciones es la cultura de la Europa moderna, sus obras estmctural de las partes dei texto. Ahora bien, desde mediados de los
sobre El cortesano, la fabricación icónica de Luis XIV, el arte de la setenta, y como consecuencia de los cambias en la semiótica y de la
conversación y tantos otros, no serían sino formas de ensayar desde influencia de la nueva hermenéutica, el análisis empezó a incorporar
distintos ángulos la comprensión de ese asunto. elementos desechados o escasamente considerados por el estructura-

154 !55
lismo . La idea clave es la de considerar ellibro no solamente como mente por eso las sujetan. Para el Bourdieu de Chartier, los indiví-
texto sino como un discurso que adquiere una forma específica, un duos se mueven dentro de ámbitos restringidos que establecen lo
género con regias a las que se atiene, y como un artefacto material, posible o lo permitido. Detrás de estas paráfrasis hay conceE!OS ela-
ideado por unos autores, fabricado por unos impresores o editores y pertenecen a uno u a son los de ep_isteme, discuf:
usado por unos destinatarios.. Para Roger Chartier, como para tantos so, enunciado, saber, campo, habitus, etcétera. Ahora bien, en con-
otros estudiosos desde entonces, modificar la persEecti- junto, lo que el historiador francés encuentra aprovechable es que 'I
acerc_a d_el a ambos pensadores, cada uno a su modo, le ofrezcan una salida a la
.ta a rigidez dei estruct.uralismo sin por ello abandonado completamente,
en las a gué_ sin recaer en el humanismo o en c ualquier otra filosofía de! sujeto,
modo se leiayqüieiles eran los receptores. En definitiva, la pregunta libre y creador. Por eso, en Foucault se puso el acento en.la idea de
de C hartier se rehere a ese objeto que llamamos libro y que esta com- resistencia de los indivíduos y por cso en Bourdieu se subrayó la tesis
pucsto por un discurso lingüístico y por un envoltorio material que lo de! sentido práctico de los agentes. Resistencia y sentido práctico no
configura interior y exteriormente como volumen. Ese artefacto se son equivalentes a la libertad concebida por el humanismo, ni se
introduce en un proceso de comunicación, con emisores que lo pro- identifican, pues, con el libre arbítrio moral.
ducen y con receptores que lo descodifican dentro de un espacio cul- A partir de estos supuestos, objeto de de en
tural saturado por múltiples objetos y actos significativos. Ahora bien, con el filósofo y el sociól?go, el de E_n
de entre todas esas influencias posibles que Chartier alberga su vanas de sus obras esa voz aparece proptamente en el titulo e Jdenll-
obra, q uizá los dos referentes m<ís reiterados sean Miche l Foucault y fica los actos humanos que se dru1 en determinados ámbitos o cam-
Pícrre Bourdieu. pos, por decido con Bourdieu, actos que están entre lâ regia y la
.
En 1984, cuando Chartier todavía no había alcanzado la ocrnm noto- estrategia, entre la norma q ue obliga y la decisión, y que configurao
nedad de la que hoy goza, Carlo Ginzburg se disponía a presentarlo al la identidad de los sujetos. Ahora bien, no sólô estes dos referentes
lector italiano. El motivo, la excusa, e ra la traducción de un líbro apa- ayudan a entender la posición del historiador francés, sino que hay ai
recido dos afios antes: Figures de La gueuserie. En ese prólogo, su menos otro par de influencias decisivas en su formación e investiga-
colega sefíalaba que, además dei descubrimiento de Foucault, e! estí- ción. Nos referimos a Michel de Certeau y a Norbert Elias. Del pri-
mulo decisivo de-Chart.ier habría sido la obra de Bourdieu. Es decir, lo mero, Chartier toma principalmente dos cosas: Je sirve su reflexión
que G inzburg reconocía era un par de referentes teóricos que babrían sobre la escritura de la histeria, sobre el modo en que el historiador
fertilizado la mirada de Chartier problematizando los objetos históri- configura su objeto mediante un discurso, mediante la palabra, ins-
cos. t En qué sentido? En las obras dei filósofo y del sociólogo, la cribiéndose dentro de una tradición; pera toma también su reflexión
noc ión básica que comparten, aunque con acepciones no siempre innovadora sobre e! orden de lo cotidiano. Este último punto es fun-
co.incidentes, es la de prcíctica. Si se nos permitiera elaborar una mix- damental para la investigación histórica emprendida por Chartier e n
tura de lo que ambos autores expusieron y que !lega al historiador, los anos ochenta.
diríamos que ara Chartier los indivíduos actúan en espacios c ultura- E! célebre volumen que De Certeau dedicó a la invención de lo
les regidos or reg as que esta ecen coe 1gos vis16Ies oinv1sibles y cotidiano, publicado origina1iamente en 1980, establece un amplio
que o bhgan a desarro ar un com ortamiento adecuado. Los humanos' campo de posibilidades analíticas para historiadores, sociólogos, antro-
actúan en espacios culturaJes de los ue rovienen as cocrniciones pólogos, un ámbito en donde lo menudo y lo ordinario son el espacio
pos1bles con las que interpretar el mundo. Sin embargo, no siempre as de acción de los sujetos, algo nuevo y distinto para lo que eran las tra-
'(1 prescripciones están claras en cada uno de esos ámbitos y no siempre ( diciones francesas, a pesar de su parentesco con el estudio de las men-
I su fucrza obliga. Con ello, los sujetos históricos viven bajo normas o I talidades. Téngase en cuenta, y ya lo mencionábamos anteriormente,
J concepciones pero que son frccuen- 1 que la sociología no1t eamericana había experimentado una renovación
1 temente contradrctonas o amb1guas. El mre que respiran está lleno de 1 temprana gracias a las perspectivas microanalíticas, gracias a la dra-
t prohib ic iones y de preceptos, aunque son los propios indivíduos quie- J maturgia de Goffman, gracias a la etnometodología, gracias al interac-
ncs traducen las unas y los otros cuando obran. cionismo simbólico. En cambio, e n las c iencias sociales francesas, esa
Pa1·a el Foucault de Chartier, las personas desempenao funciones renovación tardó, probablemente como consecuencia dei peso dei
que las convienen en sujetos, que crean su identidad y que precisa- estructuralismo. Bourdicu había significado ya una orientación algo

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distinta, pero sería e l volumen escrito por De Certeau el que vendría a hay una evidente resonancia de ideas y enfoques deudores de Freud.
coincidir con el desatTollo en los afios ochenta de la histeria de la vida Justamente sobre este autor le interrogaba Chartier en la entrevista ,
privada y con el empuje experimentado por el estudio de la intimidad, que cierra su volumen Eljuego de las reglas. Allí, como en oca- :;:.V: A 5
unos objetos en los que el propio Chartier participaria de forma des- siones, Elias admitía esos vínculos ·y reconocía que la represtón de \ ;;;r.
tacada. Así, frente a quienes describían los mecanismos con los gue el los instintos de la que él habla es pareja a la de las <7
poder y las instituciones controlaban y sujetaban a los indivíduos. De nas. Sin embargo, reprochaba a Freud la perspecuva e t
Certeau mosrraba los recursos que el hombre corriente tenía a su dis- incluso el anacronismo universalista que sus conceptos ampbcaban.,
-OSJCJÓn . a evlfãi ser domesticado, los interstícios en los ue hacer categorías elaboradas para la Viena finisecular y que no podían ser
valer una cooducta estratégica. De nuevo, como en os casos anterio- trasladadas sin más a otras épocas del pasado. A la posu;e, Roger
res, Chartier aprecia en este autor el fundamento analítico de las prác- Chartier se sentirá enormemente deudor de las obras de Elias porque,
ticas sociales, la capacidad de hacer cosas que no siempre son res- sin apearse plenamente de un enfo ue s ioló ·co, incluso dete ·-
puesta obediente a las regias, sino refugios frente a e! las, innovaciones e permitía abordãr la conducta individual y la con guración de.
imprevistas. De nuevo, De Certeau !e permite dar una salida aceptable los suJetos en la sociedad moderna.
a las aporías de! estructuralismo sin necesidad de caer en su contrario, --- .A:trotã5len, más âllá de lo que cada uno de estos autores signifique
ellibre arbítrio. por separado dentro de las reflexiones de Chartier, lo. relevante es
En el caso de Norbert Elias, la lectura que hace Chartier tiene una manera cómo este historiador los íntegra en su prácttca concreta. St
doble dimensión. Por un lado, es este historiador francés quien lo decíamos antes que dicho autor no tiene una obra que se imponga sobre
presenta entre sus colegas, prologando, entrevistando y difundiendo las demás, que no ha escrito ninguna monografia «majestuosa» al vie-
su obra olvidada y ahora, en los anos setenta y ochenta, recuperada. jo estilo, ahora deberíamos admitir que en Chartier hay un objeto, casi
En ese sentido, Chartier ve ai sociólogo alemán como el inspirador un único objeto, sobre el que giran todas sus reflexiones, ensayos e_
remoto sobre el que puede apoyarse la nueva histeria. i. Qué nueva Tntervenciones: la lectura. En el fondo, cualquier académico, antes que
histeria? Cierlamente, la que é! había descrito en aquel volumen de aÜtor, antes que investigador, es lector: vale decir, se apropia de textos
1978 d irigido por J acques Le Goff y en el que el joven Cha11ier había que no le pertenecen, establece diálogos con indivíduos distantes en el
participado elaborando voces decisivas. Por otro, §1 cQE_ceptl tiempo y en el espacio y emprende un ejercicio de par-
de Elias, cl proceso de civilización, le permite comprender e esa- tiendo de su gabinete. El propio Chartier ya sefíaló que la biblioteca
hollo histórico moderno como e! de Ia ro es1va domesticac1Ón moderna, la que se alberga en la morada dei burgués, es el origen de un
n, SUJ;?CI n e om re guerrero. La rivalidad cortesana viaje metafórico y real que ellector em prende con cl pensamiento. Los
reemplaza paulatinamente el fiero combate medieval, de modo que modernos, los europeos de bace varios siglos, pero también los histo-.........__._'\
aristócratas y burgueses competirão con unas regias distintas y en un riadores de ahora, contemplan el mundo valiéndose de la imaginación
campo diferente: las buenas maneras, la sofisticación, la ostentación. lectora, siendo sus bibliotecas las geografias que frecuentar. En ese
Todas estas formas culturales contienen y reprimen el instinto agre- mundo, encuentra un apoyo inestimable en la prosa del narrador argen-
sivo que está en el hombre y que tan evidente era en el guerrero de tino Jorge Luis Borges, un autor al que ya citábamos al inicio en vecin-
antafio. Eso va creando una estructura de la personalidad moderna dad con Foucault, y que va a ser motivo de alusión permanente por par-
que sublima la agresión, que censura los movímientos y reprime Ias te dei historiador francés. Recordemos que esta predilección por los
pasiones, y que produce una cultura variadísima que va desde los literatos no es extraiía entre estos historiadores de la cultura y que,
libros hasta Ia conducta propiamente cortesana y, en última instancia, antes al contrario, es casi un signo de su quehacer práctico, usando las
burguesa. Por eso, los manuales de urbanidad y de buenas maneras narraciones no sólo como objeto de estudio sino como fuente de diálo-
serían objeto de análisis pormenorizado por parte de este sociólogo. go, como metáfora y como inspiración metodológica.
En ese contexto, la posición de Elias parece contradictoria con la que
se puede deducir de la obra de Michel de Certeau. Aquellas maneras
de hacer de los indivíduos frente a las imposiciones de toda autoridad Los USOS DE BORGES
dan paso ahora a un conjunto de restricciones, solidaridades y rela-
ciones de las que depende toda acción individual. En esta perspecrí- Pero, i.,CÓmo es posibJe que un histotiador francés, de fonnació_n
va, y en su voluntad de construir una especie de psicología ·histórica, ann.alista, emplee con profusión a un narrador argentino? La celebn-

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dad de Borges en Europa no se remonta más allá de los afios sesenta límite, la resefía le permite crear una obra inexistente valiéndose de
y en buena rnectida su clifusión se debe a las tempranas traducciones una emdición apóclifa, y así bromea con los recursos de la crítica y de la
francesas, ya en la década previa. Pero eso no justificada de forma tradición !iterarias a través de un juego textual. Es eso lo que ocurre,
suficiente el interés de Chartier, pues los gustos !iterarias personales por ejemplo, con «Pierre Menard, autor dei Quijote», aunque la estric-
no Lendrían por que emerger en el trabajo académico. Sin embargo, si ta invención de una fuente o de una obra forma parte de su habilidad.
sucede csto es porque en Borges la forma y e! objeto de sus ficciones Así, serían numerosos los ejemplos que lo probarían, entre ou-os aque-
anticipan, a juicio de Chartier, ciertos desarrollos .de la historia cultu- lla enciclopedia china que mencionábamos y que llevaba por título
ral. En buena medida, Borges fue sobre todo un lector, alguien que se Emporio celestial de conocimientos benévolos. Y eso es también, sal-
sabí<>. epígono de los grandes, consecuencia de múltiples obras sobre vando las distancias, lo que el pro pio Chatt ier nos muestra en .E l juego
las que únicamente cabría la relectura. Ese fenómeno, el de la lectu- de las reglas, un compendio de sus resefias periodísticas.
ra como o como repetición fue abordado por el argentino en En dicho volumen se reúnen los comentarias que Chattier ha
que parecen ensayos y en artículos que se asemejan a hecho, casi siernpre a obras históricas debidas a sus maestros y a sus
relatos. De becho, la escritura en .Borges suele plantem· los límites y colegas más '<::ercanos. En e llos, él nos revela sus deudas intelectua-
posibilidades de la lectura, y la biblioteca tiene en este autor los con- Jes, pero sobre todo nos permite ver cómo sus lecturas recrean de otro
fines exactos del mundo, hasta el punto de que la realidad y los libros modo esos textos preexistentes. Imaginemos, casi como lo podría
se solapan. baber hecho el propio Borges, que en una posteridad improbable
De los múltiples ejcmplos que podrían extraerse de la obra borgia- hubieran desaparecido todos esos volúmenes glosados por Chanier:
na, probablemente el más indicado sea el de «Pierre Menard, autor de! su libro se mantendría porque no exige dei Jector el conocimiento
Quijote». Nos ante un texto que reúne la mayor parte de las previa de esas obras y sus comentarias son antosuficientes, no mera-
características de su creador: es un relato que simula ser un ensayo; mente parasitarias. En el fondo, el historiador hace lo mismo que
aborda las posibilidades de la escritura a partir de la lectura, acopian- cualquier lector cuando establece un diálogo figurado con sus auto-
do realidad y ficción, planteando la originalidad y el plagio, la nove- res, contemporáneos o antepasados, y actualiza y da vida a lo que
dad y la repetición; se interroga sobre la exégesis, la hermenéutica y probablemente ya estaba inerte, de modo que se apropia de ellos y los
las condiciones de la interpretación de los textos, sobre la semántica convierte en sus interlocutores, en las voces que resuenan en su inte-
de las palabras de acuerdo con contextos y tiempos diferentes; y todo rior. Así no es extrafio que Chartier comience ese libro de lecturas
ello contado, presentado y analizado con ironía, parodiando los escri- con una glosa de la obra de Borges y lo c ierre con una entrevista a
tos académicos y haciendo broma de la sacrosanta cita. Es decir, si en Norbert Elias, es decir con dos de los referentes a pattir de los cuales
.Borges la biblioleca es el centro babeliano del universo, si en Chartier enjuicia la obra de los demás y produce la propia.
el gabinete de! burgués es la morada de los libros y el inicio de un via- Pero, además, esta dedicación a la reseí'ia, ai ensayo breve, al rela-
je y del cosmopolitismo, a! final sólo cuando se lee, sólo cuando se to corto hace que Borges carezca de la obra «rnajestuosa», pues tam-
actua\ iza el sentido de las palabras, el artefacto impreso cobra vida y poco entregá a la imprenta una gran novela. Muy a! contrario, su lega-
se emancipa de su autor, y el texto, lejos de estar configurado de una do contiene muchos y muy diversos textos de reducida extensión.
vez para siempre, revela su condición inestable, su recreación conti- Salvando las distancias, también aquí, en el caso de Chattier, existiria
nua. Borges era muy dado a hacer resci'ías como ejercicios de léctura cierta sernejanza y quizá esa coincidencia refuerce el vínculo y le auto-
y llevaba esa tarea alimentícia a la pasión creativa. rice a tornar sus propios textos como partes, como fragmentos, cuyo
En general, las recensiones no gozan de gran predicamento en la sentido var.ía en función del entero al que se adhieran. Tomemos ahora
tradición !iteraria, porque se supone que es un arle menor, parasitaria otro ejemplo, probablemente el caso más extremo, el de uno de sus
de la obra a la que se adhiere, un arte en el que únicamente sobresa- volúmenes más significativos e importantes, puesto que re(me textos de
len los grandes críticos que convierten la pequena pieza en un ensayo diferente cronología desde princípios de los ochenta. Nos referimos a
mayor. No es este ultimo caso el de Borges, pues sus comentarias pue- Au bord de la falaise. L'histoire entre certitudes et inquietudes, que
den ser brevísimos, pero no por eso fúti les o marginales. Es decir, su aparece en francés en fecha bien tardía. en 1998. En ese volumen rin-
glosa se convierte en una creación en sí misma, puesto que e! autor de tributo a algunos de sus maestros, a Foucault y De Cetteau, por
vuelca sobre la obra comentada las sugerencias que le provoca basta ejemplo, y despliega alguno!> de los ternas y objetos que le son habi-
rehacerla en su imaginación. Y cuando Borges !leva esta operación ai tuales. A tenor de esos rasgos, cabría esperar que, en el caso de tradu-

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cirse, este volumen fuera vertido íntegramente a otras lenguas, y sin Y Chartier es consciente de ello y aplica sobre la materíalidad de!
embargo no es así. Si alguien deseara averiguar, por ejemplo, cuá! es la volumen e! tratamiento que· administra sobre sus objetos históricos.
versión espafíola de aquel original, su pesquisa no seria sencilla. Comq él ha sefíalado reiteradamente, los autores no escriben libros,
En la misma fecha, en 1998, Chartier editaba una obra, Escribir sino textos, y estos últimos no tienen una existencia separada, por sí
las prácticas: discurso, práctica, representación, en unos cuadcrnos mismos, sino en la medida en que se transforrnan en objetos materia-
valencianos de difícil localiz.ación. Meses antes, en 1997, veía la luz les y se inscriben, por ejemplo, en las páginas de un determinado voiu-
Pluma de ganso, libra de letras, ajo viajero, una edición mexicana en men. Por eso, como diria Borges, no hay obras definitivas, ya que lo
donde se incluía un texto titulado <<AI borde de! acantilado»: era un definitivo sólo corresponde a Ia religjón y ai cansancio.
artículo que serviría en par'".e como introducción del volumen francés En todo caso, y más aliá de las variadas presentacíones que pue-
Au bord de lafalaise. En 1996 babía publicado otra obra en Argenti- dan tener los ensayos de Chartier, Au bord de la falaise es un libro
na casi con el mismo título, Escribir las prácticas. Finalmente, en muy significativo. Y ello por diversas razones. En esta ocasión, su
2000, veía la luz Entre poder y placer. Pues bien, de.momento, estas contenido reitera la perspectiva y los objetos que Chartier suele pre-
cuatro obras incluyen artículos, o diferentes versiones, que Chartier sentar, distribuídos en tres grandes apartados: el primero tüulado
recopiló posteriormente en el volumen francés, acompafiados en cada «recorridos», apelando, pues, a la metáfora de! viaje; e! segundo con
caso de otros tantos que acaban materializándose en cuatro composi- e! rótulo de «lecruras», evocando la imagen del gabinete o la biblio-
ciones distintas. l,Cuál es ellibro original? (.Cuál es el texto dei que teca; y el último con el de «vecindades», aludiendo a las conexiones
los demás serían versiones abreviadas o corregidas o aumentadas? transculturales y a las fronteras que se rebasan. De eUos, los más rele-
Todos lo son o ninguno lo es propiamente, puesto que los contextos vantes para apreciar su contribución a la historia cultural tal vez sean
de recepción y de US9 SOn diferenteS y cada UnO de ellos Jes da Un los dos prirneros, esos en los que Chartier nos muestra efectivamen-
sentido propio que acaba haciéndolos irrepetibles en su lugar. Se tra- te su recorrido historiográfico y las deudas contraídas con la historia
ta, pues, de ir más aliá de la textualidad, dei discurso cerrado y auto- intelectual, la historia de las mentalidades y la historia social. Ade-
suficiente. Por eso, no le fàltan razones para hacer lo que hace y por más, estas contribuciones tienen la ventaja de describir sus posicio-
eso esas distintas composiciones resultan coherentes. Como ya hemos nes entre princípios y finales de la década de los ochenta, la época en
indicado ai inicio de nuestro recorrido, una de las características de que la histeria cultural estaba comenzando a transfonnarse y en que
este grupo de historiadores es su docencia viajera, e! hecho de que la disciplina histórica experimentaba un trastorno epistemológico
impartan lecciones en diversos lugares de! mundo, presentando así profundo. Además, centramos en esos artículos nos permite volver de
investigaciones en curso que crecen documentalmente a cada paso nuevo a la visión annalista, de la que e! propio Chartier es portador,
pero también por efecto de los variados destinatarios. una comente que tuvo que enfrentarse a todos esos cambios y retos,
En esta ocasi6n, tanto el volumen argentino, como el mexicano, y que en parte ya hemos esbozado. En principio, e! historiador se ve
también e! cuademo valenciano, recogen fielmente el conjunto de las obligado a rendir homenaje a la opción de la que é! procede, la del
conferencias que con anterioridad Chartier había dictado en cada sitio. estudio de las mentalidades, para después poner en relación ese lega-
Ahora bien, esta opción conduce a la duplicación, de modo que un do con la historia intelectual que, sobre todo en e! mundo anglosajón,
mismo ensayo circula en diferentes ediciones adaptándose en cada e! de Damton, había tenido un desarrollo pujante. De hecho, el pri-
ocasión a un entero distinto. En los ejemplos anteriores, esa repetición mer texto es una intervención publicada originariamente en inglés
también se produce y existen dos artículos que apareceo en los tres que abordaba la hístoria intelectual de la Europa moderna. De ese
volúmenes citados. Bien mírado, ese efecto de reiteración no es tal, modo se ve obligado a situar su posición y la de Annales frente a lo
porque el ensayo suelto puede verse como la pieza posible de distin- que los americanos entendían con ese rótulo y así e! concepto de his- ·
tos puzz:les o como el cristalito que compone figuras diversas según el t01ia cultural que acabará por imponerse se asocia previamente a las
calidoscopio en que se introduzca. Es decir, en la bibliografía de etiquetas en boga por aquellas fechas (intelectual, de las mentalida-
Chartier los textos también son inestables y permiten: distintos reaco- des, sociocultural, etcétera).
modos, diferentes ubicaciones, así como lecturas diversas que le dan · Ya entonces, a princípios de los ochenta, la conclusión no sería la
sentidos variados. Si hay espano! que accede a un ensayo de de optar por lo intelectual o por las mentalidades, pues el estudio no
Chartier, este destínatario no podrá ser igual al compatriota del histo- sería tanto el de las grandes obras, el de los grandes autores insertos
Jiador galo y, por eso, su volumen variará en función de esos usos. en una tradición, el de los grandes sistemas de pensamiento, como

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tampoco lo sería el del análisis del domínio interclasista y genérico de cara su célebre diagnóstico sobre ese asunto. Por otro, y en conexión
las mentalidades. El objeto, por el contrario, acabará siendo el de la con lo anterior, el editorial de Annales mostraba la desazón que afec-
cultura entendida como ese ámbito extenso y transversal en el que lo taba a la cultura francesa desde la crisis del estructuralismo y el decli-
sociãl y lo cultural son inextricables, puesto que cada individuo tiene ve del marxismo galo. Así pues, como prometían, los colaboradores
lmcõõfexto de posibilidades, de restricciones y de herencias, de esque- se pusieron manos a la obra y la proclama acabó teniendo una gran
..'
mas perceptivos que le son patticulares o que le son prestados por la repercusión no sólo por los textos que se recogieron sino también por
colectividad, y con los que aborda la definición de su espacio, su con- una coincidencia fortuita y extraordinaria: la caída del muro de Ber-
dición, su identidad y su inserción en el mundo que le es propio. Por lín. Con ello, ese toumant critique cobraba un gran simbolismo y
eso, termina citando expresamenle a Clifford Geertz, sobre todo para acababa convirtiéndose en una nueva etiqueta que revelaba el estado
dar relieve a esa tarea de atribuir significado que el antropólogo o el incierto y fértil de la disciplina. :
histoiiador se proponen: vivir es operar con recursos simbólicos que
sirven para aventurarse en el mundo reduciendo lo azaroso, lo incier-
.to, lo indeterminado. Los individuas operan así para no tener que rein- EL TOURNANT CRrrJQUE DE A NNALES
{1 ventar la realidad cada día, para no tener que reconstruir tentativa-
i mente un espacio que gracias a sus permanencias y signos les viene En efecto, en el número sexto de! afio 1989, Annales edital5ãliõ
dado y que les resulta reconocible. Y esa conducta significativa se monográfico bajo el rótulo de <<Histoire et scicnces sociales: un tour-
materializa en docmnentos, se expresa en textos, se abrevia y des- nant ctitique» en el que se recogían importantes artículos que inten-
compone en vcrsiones de lo real. es la fuente a la que accede el taban radiografiar el estado de la disciplina bajo diferentes rúbricas.
estudioso y cuyo código de producción y uso deberá descifrar. Aunque todos ellos resulten interesantes e incluso controvertidos, el que
EI segundo ensayo de Chattier es más significativo si cabe. Los ahora nos convoca es evidentemente el que cierra el volumen, el
titubeos que habíamos entrevisto en el primero se resuelven ahora tra- que fumaba Roger Chartier, incluído después en Au bord de la falais e.
tando de conjurados. Vean1os cómo. En la segunda entrega de Anna- De todos modos, tan significativo es este breve ensayo como el edi-
les correspond icnte a 1988, dicha revista publicó un editorial en el que torial que encabezaba aquel número de Annales, un prólogo en el que
diagnosticaba los problemas que afectaban a la disciplina y hacía un se proclamaba la intención de expeiimentar las posibilidades de ese
llamamiento para que los historiadores contribuyeran a la reflexión tournant, de ese giro crítico de la historiografía. La idea repro-
pública y colectiva en un número especial que se preparaba para el afio duce aquel diagnóstico del afio anterior, rciteráõdo la caída de !Ós
siguiente. EI balance partía de la constatación de que aquella era una andes modelos ue fueron dominantes en las ciencias sociales: el
época de incertidumbres, de caída de los viejos paradigmas dominan- funcionalismo y el estructuralismo. La consecuencia habría sido la e
tes, y de su capacidad totalizadora, y de desarrollos multiformes, todo Üoa incertidumbre creciente entre los profesionales, de modo que
lo cual había conducido a una crisis general en las ciencias sociales_ unos vivirian en la desoricntación de sus saberes y olros intentarían
Se trataba, pues, de afrontar ese reto, al que la histeria también se experimentar con procedimientos nuevos o reintegrando a la discipli-
había visto abocada, y para ello Annales era el espacio privilegiado, na objetos y enfoques anteriormente desechados. Sin embargo, que-
pues acoger ese debate petmitía seguir siendo fieles a se papel tradi- daba aún la gloriosa herencia de los Annales, un patrimonio común
cional. Así pues, habría que discutir sobre los nuevos métodos, en al que los editores decían que no se debía renunciar. Pero era necesa-
especial los referidos a las escalas de aná1isis y a la escritura de la his- rio algo más.
teria, pcro también seria necesmio reconsiderar si servían todavía las Para empezar, el reiogreso de ciertas nociones, algunas de Ias cua-
viejas alianzas o si, por el contrario, era conveniente reaonstituirlas. les permiten abordar campos de la experiencia que los historiadores
Esa propuesta concluia, adernás, con unas palabras célebres: «Nous no siempre han considerado, y con ello se vuelve más complejo el
avons l'ambition de saisir, sur Je vif, un toumant critique». estudio de la sociedad y de los indivíduos que la integran. indivíduos
Aunque no se diga ex presa mente, ese editorial dei afio 1988 refle- que hacen valer sus recursos, su aprendizaje, su memoria, sus nego-
jaba dos circunstancias históricas muy características de entonces. ciaciones. A arece, ues, un e incluso incierto _
Por un lado, traducía en otros términos y en el ámbito que le era pro- 9ue se desenvue ve en distintos campos, en dí erentes
pio el debate intelectual acerca de Ia posmodernidad, algo que en relaciones dan f'om1a a las rrescEP-ciones de Ias ése
Francia estaba bien presente desde que JeaJl-François Lyotard publi-
-
el ámbito de experímentación, que conlinúa siendo muy
..... ..-
164 165
"-·· ...... .....
j

enfoques han de variar, que hay otras disciplinas gue se plan- que. había adoptado un e$quema serial. i,POr qué razón? Porque e!
tean emejantes cuestiones ha otras pers ectiva esos regreso del sujeto individual y el de la acción ponían en crisis e! sen-
o con escalas de observación distmtas de las habituales. tido de lo colectivo y porque un enfoque interdisciplinario como el
principio, esa proclama reproductr la qüeãrios antes que se necesitaba no se podía edificar con la vieja y gastada fórmula
había sido la base de la nueva historia, puesto que una vez más parece de yuxtaponer diversos saberes. Inspirándonos en la metáfora colina-
que bay que presentar «nuevos problemas», «nuevos enfoques» y ria que empleaba Chartier, podríamos decir ahora que para la nueva
«nuevos temas». Sin embargo, en esta ocasión hay dos elementos que receta ya no bastaba con sazonar la histeria tomando las especias que
anteriormente no se daban. Por un lado, el hecho de que esta renova- uno extrae de otras disciplinas vecinas, pues, como afíadía literal-
ción fuera una exigencia general, compartida en todo el mundo profe- mente este historiador, lo que ya en aquel momento se proponía era
sional, más allá de las fronteras académicas, de modo que la interdis- un trinchado inédito del objeto, un festín, afíadiríamos nósotros, en el
ciplinariedad no era ya una simple colaboración, sino una puesta en que los comensales cocinan y degustao una materia que a nadie
cuestión común. Por otro, cl que tal cambio ya no pudiera circunscri- corresponde en particular. Chartier recorre a su propio ejemplo para
birse a ninguna historiografía nacional en particular, por mucho que mostrar lo que eso significa, para mostrar e! guisa que él ha elabora-
fuera tan fuerte y estuviera tan establecida como la annalista, pues aho- do partiendo del estudio de los textos literarios, de la histeria dellibro
ra cualquier respuesta ha de partir desde todos los ángulos, tomando en y dei análisis de las prácticas. Una vez formulada así, la pregunta es
consideración todas las tradiciones. Pero más allá de estos reconoci- si ese campo al que él se dedica y que comparte con otros estudiosos
mientos, hay un último aspecto significativo en el diagnóstico de la de diversas especialidades es o no propio de la histeria de las menta-
revista, uno que se sitúa como trasfondo, que no es otro que el de los lidades. Pues bien, como el propio interesado admite, este nuevo trin-
modos de observación de lo real, es decir, qué concepto dei referente chado dei objeto, en el que los textos, lo.s libros, los productores, los
extemo se tiene. Lejos de ser evidente, ese dato extrat.extual que se lectores, los significados y e! mercado intervienen, no es obra de esa
alberga en las fuentes puede ser contemplado de distintos modos, con cotTiente francesa, sino de una perspectiva más amplia y menos deu-
el manejo de metáforas diversas. Si había sido frecuente apreciar el dera de la tradición local. Es por eso por lo que Chartier habla de
objeto como si el historiador se valiera de un espejo, ahora, a finales de
los ochenta, empieza a ser habitual concebirlo como un texto. Y és ta es
una reconsideración fundamental, de largo alcance, porque los textos
no tienen sólo productores o autores, sino tarnbién Jectores que partici-
l
loria social de la cultura como algo insuficiente, como una fórm ula
Q.esgastada, y finalmente opta por una histeria cultural de lo social.
Y el orden de los factores aquf sf que altera el producto.
La historia social partía, nos dice Chartier, de oposiciones esta-
lo \ '•o '
li

pao, que intervienen, que interpretao y que, como los se ven blecidas de antemano y de clasificaciones dadas a priori (elites y
envueltos por la polisemia dei sentido. pueblo, dominadores y dominados, etcétera) para después analizar
Ciertamente, parece comc>'si estas últimas palabras se inspiraran cuáles eran las culturas propias de esos sectores y cómo se enfrenta-
en el t.rabajo de Roger Çhartier, pero también en el de tantos otros ban en dicho ámbito. Por el contrario, pensar lo social como espacio
historiadores de ese colegio invisible que se había ido formando y por el que circulao los textos, por ejemplo, obliga a plantearnos córno
que en efecto rebasaba cualquier frontera. Por eso ahora se entende- se producen y cuál es la apropiación de los mismos, qué comunida-
rá por otras vías el recorrido que hemos emprendido; por eso también des interpretativas los emplean y con qué enunciados los rellenan. El
ahora se entenderá el significado de! artículo de Chartier, el que se resultado de esta operación es, en efecto, el de una histeria cultural
incluye en el citado volumen de Annales correspondiente a 1989. en la que los agentes ponen en práctica sus saberes, sus recursos, sus
Este historiador comparte la evidencia del diagnóstico y la reitera, tradiciones dentro dei horizonte limitado al que pertenecen.
adm1tiendo además que la situación era bien diferente de la vivida En consonancia con ese tipo de histeria cultural, Chattier recupe-
Por sus colecras
o l;>
en décadas anteriores. La historiografia francesa,

al Al.,a idea de que significativamente rotulan-
menos la inspirada en el ejemplo braudeliano, tuvo que expenmentar do eT volumen en el que se vierte ai castellano ese articulo (El mun-
un giro profundo desarrollando la perspectiva de las mentalidades y do com.o representación). Esta voz no es nueva en la tradición francesa,
con ello afíadía uno tras otro objetos nuevos que no habían sido con- ue se rem?nta, ãSt lo reconoce,
siderados anteriormente: la muerte, los ritos, el parentesco, la socia- p-oi·-Emile Durkhetm y Mareei auss. La v1da soctal de cada mdtvt-
bilidad, etcétera. Sin embargo, a finales de los ochenta la incerti- ãuo no está delimitada sólo por los otros, que son sus contemporáneos,
dumbre hace peligrar la estabilidad de la historia de tas mentalidades, sino también por instituciones y con·ientes en las que se adensao las

166 167
,j
r['if" relaciones. de los humanos. Estas , regulan y hacen posibles las accio- conclu e Burke ha otro modo de hacer esta historia y consiste en
J;Jl nes de los los los y ejercen sobre J.>.artir desde los. grupos sociales, preguntándose ast so re la lógica de
el19s un poder coercitiVO, ya sea evidente o ya este oculto. Las insti- la la lógica ue sub ace a eso s.o.s.....En suma, Chartier
tuciones dei derecho son productos sociales de esta índole, pero hay tendría razón al sei'ía ar que los objetos culturales no se pueden estra-
/ otras esferas de la sociedad que no tienen una constitucíón formal y tificar y fijar socialmente, sino que se emplean a través de diversas
·1 "-1 que no por eso son menos efectivas ni ejercen menor control sobre prácticas, pero, apostilla Burke, debería tener en cuenta que esos usos
if los actores. Las. :epresentaciones son de naturaleza, no están libres, sino que están ellos mismos estratificados. El resulta-
{--, puesto que clasltican, definen y establecen las práchcas adecuad...ª.s do de esos enfoques podría ser el de una histeria cultural de lo social
t" i' _gue los indivíduos deben seguir y que comP.m!en, lo sepan 0 no lo - o el de una historia social de lo cultural. Ahora bien, las ci;isputas son
'::J' sepan. Roger Chartier se extiende sobre este particular y propone un menos apreciables de lo que pareceu y el trabajo de de Char-
. "ij"empTo, característico del Antiguo Régimen, y que recuperará en tier tiene más semejanzas que diferencias.
trabajos (,Çué re_eresentar? Significa hacer Más aliá de estas controversias, más o menos sensibles, lo cierto es
!f " · algo que 110 esta, desempenar un papel, mostrar algo que está que la colitribución de Chartier y la iniciativa de Annales tuvieron una
IJi \ Por ejemplo, hay determmados atributos reales, como las gran acogida y no hubo historiador relevante que, directa o indirecta-
r.t c" . efigies-;los Iienzos y otros recursos artísticos que, en ausencia de! mente, no se pronunciara sobre el tournant critique que afectaba a la
Q monarca, aspiran a hacer explícitos su poder y su persona. Pero repre- disciplina. Es más, podemos ver esa iniciativa editorial como una
sentar significa tambíén mostrarse y, por tanto, denota una presencia, manera de hacer visibles los cambios historiográficos que ya se esta-
una materialidad, un artefacto que en sí mismo no es el inonarca y ban dando de antemano, cambios que la historia cultural había regis-
cuyo s ignificado dependerá de quien lo emplee. Así pues, el ejemplo trado especialmente. Era un diagnóstico certero y a la vez un posible
resulta preciso, pues como se podrá advertir esa dualidad se puede pronóstico de lo que se avecinaba y de lo que convendría hacer y desa-
aplicar igualmente, y se debe aplicar, ai documento del historiador, rrollar. Por eso, ese número de Annales ha sido visto con frecuencia, tal
un texto, pongamos por caso, que evoca algo desaparecido y que ai vez exageradamente, como la causa de esos cambies, como la licencia
tiempo es un discurso en sí mismo, un objeto mate1ial que se ha eman- para la experimentación. Sin embargo, era más un mapa provisional
cipado de! referente eu el que se inspira. de! territorio, trazado en parte a ciegas y en parte con e! saber acumu-
Con todo ello, .Qlartie!:_vuelve al punto de pattida y se exige y nos lado. De estas cosas se empezó a hablar a las pocas semanas de .su
reclama una historia en la que los usos y las prácticas sean el publicación. Por ejemplo, a principias de! afio 1990, el periódico Le
elemen,!Q_9.9.nllitutivo la realidad, una realidad que...tiene un Monde convocó a un pequeno gmpo de historiadores para que se pro-
,1'íCãcfõ s.obre eLq!J.e.J;.e...negocia o por e! que se combate. Evidente='" nunciaran ·sobre el sexagésimo aniversario de la fundación de los Anna-
mente, esta presentación de lo que sea la historia cultural está criba- les y, de paso, para que enjuiciaran el nuevo giro que anunciaba la
da a partir de la propia experiencia dei estudioso que es Chartier y no revista. Pues bien, entre esos invitados había un par de acadêmicos
significa que todos los que la practican compartan esos mismos pre- extranjeros especialmente relacionados con la historiografia francesa y
supuestos. De hecho, hay quien entiende que con ese programa se que son dos de los protagonistas de este libro: Natalie ZemQlfDavis y
está olillando en exceso la importancia de lo social, de modo que Carlo Ginzburg. Eu un artículo titulado «L'échange, non l'imitation»,
hacer histeria cultural no sería una rarea uniforme, pues permitir(a la historiadora norteamericana detallaba aquellos momentos de su vida
diferentes matices. Esa es la opiníón, por ejemplo, de Peter Burke. En en que más estrecha había sido la relación con los Annales y desgra-
una en trevista recogida en Clío, este historiador indicaba que hãbría, naba los intercambios atlánticos entre dos culturas distantes, aunque
dos maneras distintas de proceder y de escribir vinculadas, sobre todo gracias a aquellos estadounídenses cuya dedi-
cultural. La primera sería la de quienes toman como cación era la historia francesa: ella misma, Robe1t Damton o Lynn
partida los textos, las iJEágenes, las-frácticas. Ése es, Hunt, afiadía. Su propio ejemplo de historiadora viajera y su interés por
el metodo de Cfiartier, quien estaria en lo clerto, admite la cultura francesa, explícitos al menos desde que en 1952 an·ibara a
Burke, ai sefialar que no se puêclen asociar de antemano determina- Lyon para iniciar su tesis, avalaban sus palabras y le servían para des-
dos objetos con ciertos gmpos sociales. En realidad, en la esfera tacar la principal virtud de la empresa de Bloch y Febvre: más que
social se da una circulación cultural que nos obliga a distinguir sobre maestros, ambos habían sido investigadores·que estimularon la partici-
todo los usos que esas imágenes o esos textos tienen. Ahora bien, . pación de colaboradores con los que intercambiar experiencias. Ahora,

168 169
en 1990, la revista seguía qeparando sorpresas y excitando intelectual- Sin embargo, seóa err9neo concluir que esta renovación historio-
mente a sus lectores, aunque ya no fuera el celo reformista el que la gráfica se circunscribía sólo a Annales o que era únicamente un pro- \
guiara, sino la voluntad de ofrecer, concluía Zemon Davis, una visión dueto francés, a pesar de que hubiera un sinfín de intervenciones
amplia de las distintas variedades de la práctica histótica creativa. wbre el articular tomando la revista el lema del tournant criti ue
Distinto era cl tenor de! diagnóstico de Carlo Ginzburg en su artícu- como objetos de discusión. s 1en, habría ue insistir en ue se
lo titulado «Renouveler la réflexion méthodologique», puesto que trataba de una crisis de época.J algo que estaba a uí a la ai o en
además de rendi r tributo a los padres fundadores de los Annales enjui- definitiva ue se manifestab tJ les fo con distintas r-
ciaba el derrotero que se acababa de presentar bajo el rótulo del tour- cepciones. De todos modos, que la historiografia francesa proclama-
nant critique. Así, aunque valoraba positivamente el nuevo programa, : ra e esta o incierto de la disciplina era muy significativq por la posi-
también lo discutia. En la misma línea que hemos sei'ialado, Ginzburg ción estratégica que los Annales, en su doble dimensión'de revista y
advertia la importancia de aguel editorial, no sólo para la disciplina corriente, habían tenído en el empuje de esta rama de! saber. A pesar
sino también para la propia publicación: A su entender, había en aque- de todo,.Paris aún aspiraba a ser el centro de una renovación que los
llas páginas un sesgo distinto, diferente dei que había acompaiíado a historiadores galos apadrinaban o asimi_laban o autorizaban: En ese
proclamas semejantes en épçj;ms anteriores. Ahora, la distancia crítica sentido, coando a finales de aquella década se publicó un libro titula-
con la propia tradición era mucbo mayor, de modo que se había resis- do The New Cultural History, editado por la Uruversity of Califomia
tido la tentación de vivir de las rentas de su gloriosa herencia. Además, Press, un volumen que pretendia hacer una radiografía de la materia,
el diálogo sobrepasaba completamente las .fronteras francesas, algo el referente último será aún dicha revista y, por extensión, lo que la
que no se había conseguido con anterioridad a pesar de las protestas corriente facultaba o favorecía. l.. Y quién encarnaba entonces dicha
reiteradas en tal sentid<f. Y todo ello, concluía, hacía que más que nun- renovación en el ámbito parisino? Visto qesde Estados Unidos, Roger
ca la revista se convirtiera en un punto de referencia inexcusable. Aho- Chartier era quien protagonizaba ese tournant critique y quien asi-
ra bien, no todo lo que en aquel momento estaba sucedicndo irnplica- milaba la herencia de Bloch y Febvre al tiempo que se abría a otras
ba un saludable cambio, puesto que había riesgos evidentes en algunas tradiciones anglosajonas.
de las derivaciones que se avistaban. En efecto, ese volumen californiano de 1989 podemos tomarlo
El problema!. juzgaba era lo que ahora se entendía por como el colof6n del recorrido que hemos presentado hasta este
construcción del pasado. Anteriormente, ese término se referia a un momento, justamente porque reúne referentes y tradiciones de ambos
problema distinto: las fuentes podían ser falsas o podían estar incom- lados del Atlántico tomando lo francés como estímulo intelectual.
pletas y eran en sí mismas construcciones, pero que lo fueran no Además, es el primer libro que rotula su materia con ese título, con
cuestionaba en ningún caso su correspondencía con la realidad exter- la etiqueta de New Cultural History y, por esa razón, mochos lo toma-
na; los objetos históricos no eran da tos de la experiencia que se impo- ron entonces y despues como un estado de la cuestión de lo hecbo y
\. nían ai historiador, sino constru i el observador a pãrtrr de sus como una proclama de lo que se proponía y como, en fin, una radiQ:_
ategonas y de su selección. Ahora, cn cambio, esta 1 ea tiene otras grafia de un giro profundo de la disci · a. En efecto, los referentes
\ Coilsecuencias: por ser constructos, las fuentes ya no tendrian una c1tados o analizados .en sus p ginas son algunos de los
clara con·espondencia con la realidad, inaprensible; por ser construc- que hemos visto· entre los historiadores culturales: por ejemplo, Fou-
tos, también los útiles dei historiador crearian algo que jamás se cault, Thompson o Geertz, a quienes se Jes dedican expresamente
habría dado como tal en e! pasado. Abandonada definitivamente capítulos y se toman como modelos de investígación para la historia
aquella ingenuidad positivista que pcrmitía obtener certezas, ahora cultural. Quizá el uso de esos autores fuera entonces meramente
sólo quedarían la desconfianza y la incertidumbre, dejando a la his- didáctico y las exégesis que hay en la obra califomiana sólo tuvieran
toria en .una indeterminación cognoscitiva. Así pues, su opinión era por fin difundir adecuadamente las aportacíones de un filósofo fran-
que el historiador debía observar las fuentes a contraluz, tomándolas cés, de un historiador inglés y de un antropólogo norteamericano. Es
efectivamente como documentos construidos con códigos específicos decir, tres pensadores que tratando cosas concretas, objetos bien deli-
y con fines también específicos. De ahf, concluía, la impottancia que mitados, trascendían, sin embargo, los asuntos abordados y facilita-
adquirfa e l problema de la prueba con el fin de evitar una deriva ban una reflexión general sobre la cultura y sus usos locales. No obs-
escéptica, una prevención que él ya había advertido en el prefacio de tante, adcmás de sus contenidos, el libro era muy significativo en su
El queso y los gusanos cuando arremetía contra Foucault y Derrida. composición, en su misma fabricación.

170 171
,,,

Todo se remontaba a dos aiios antes, cuando en la primavera de


VI
1987 Roger Chartier disfrutó de una estancia de varias semanas en
Berkeley. En principio, esta circunstancia no era nada excepcional
entre estos historiadores, convocados·, invitados, solicitados para dar
! conferencias e impartir todó tipo de cursos. EI propio Chartier ya
tenía por costumbre visitar algunas universidades estadounidenses EL CONTINENTE DE LA HISTORIA CULTURAL
con este fin. En esa ocasión, el Departamento de Estudios Franceses
de aguel centro californiano preparó una reunión en la que el histo-
riador francés habló sobre <<French History: Texts and C ulture». Para
que el encuentro fuera más provechoso, los organizadores invitaron a
un selecto grupo de investigadores y especialmente contaron con la
colaboración de Natalie Zemon Davis en el papel de comentarista
AI parecer, fue la suya una labor verdaderamente productiva, porque
el volumen resultante le está dedicado de manera exprcsa. Además,
también nos informa del cariz que adoptaba aquella reunión y dei
ascendiente que esta historiadora tenía sobre los investigadores nor-
teamericanos dedicados a la historia francesa, en particular sobre la TJIE N EW ÇULTURAL HISTORY
que era principal responsable dei evento: Lynn Hunt.
En efecto, conviene seiíalar que esta última profesora había dedi- (..CUál es el mapa que LynnJ!Jm!: traza en la íntroducción a Th.e New
cado sus investigaciones más conocidas a di'cho país y que había Cultural ese volumen de 1989? Esta autora inicia su_.EE,ólogo
publicado dos libros, en 1978 y en 1984, que estudiaban distintos situándose en el terreno de la historia social y describiendo sumaria-
aspectos de Ia Revolución. Por último, Lynn · Hunt codirigía una mente las comentes que más habrían contribuído a su auge:
importante colección creada en 1984 por esa universidad y que lleva- el marxismo; por otro, la escuela de los Annales, según ella literalmen-
ba e! título de «Studies on the History of Society and Culture», colec- te indica. A pesar de sus logros, o por eso rnismo, ambas aproximacio-
ción que inició con su obra de ese mismo afio y en la que se publica- nes habrían visto modificadas sus perspectivas en las últimas décadas,
ria más adelante el volumen sobre la nueva historia cultural. Estos en paralelo al incremento de! interés por la historia de la cultura. En el
datas no son algo irrelevante, sino que, por el contrario, indicao e! primer caso, la fuente de inspiracíón inicial habría sido E. P. Thompson.
peso que lo francés tenía, ai menos entonces, en la historiografía nor- Ahora bien, a princípios de los ochenta, ese referente pionero se habría
teamericana y seõ.ala, además, una conexíón personal, algo que se visto paulatinamente desplazado como consecuencia de la atención
refleja incluso en la propia academia y en la responsabilidad institu- prestada al Jenguaje. Esta nueva preocupación seria evidente, por ejem-
cional. Es así significativo que, en 1987, Natalie Zemon Davis hubie- plo, en el editorial que la revista History Workshop publicara en su
ra_ presidido la American Historical Asociation, como lo es que ese número 10, correspondiente a 1980, bajo el título de «Language and
m1smo cargo lo ocuparan anos después Robert Darnton y Lynn Hunt. History», así como en el libro de William Sewell, aparecido ese mismo
Pero ésa es otra historia ... aiio, o eu el de Ga.-eth Stedman Jones, publicado en 1983. Por su pat1e,
la escuela de Annales habría vivido una experiencia similar, aunque
bajo otras coordenadas. En su caso, lo gue podría constatarse seria la
un crecido de aún no
de la..v..'Qphcacion, gue lo q_ue QOd1ía
una práctica ligada todavía al estudio Oêlãs men-
talidades, pero que auguraba cambios vinculados ai trabajo de una cuar-
ta generación annalista. Investigadores como Jacgues Reve l y sobre
todo Roger Chartier mostrarían claramente
. .. a
dente la influenCia de M1chel Foucault.
. , . ........__ _ _ _ _.,.,..._ _ __ _ __ _ _,.. ... '"

172 173
.. ·- • .,.i;.;...,;,.- ...... - - . .'- -...- - - - -.. - .... ..- ·- - .

Así pues, esta doble ex erimentada por ambas historio- esa influencia estaria circunscdta inicialmente ai campo de la historia
grafias, la ing esa y a annalista, nos conduciría a lo gue ynn unt intelectual que _cultivaban lbs norteamericanos. Además, la apelación
·denomina ia
la nueva historia cultural. Es decir, un diagnóstico· a esos dos autores tampoco garantizaría la unanimidad de este pro-
semejante al que por nuestra parte hemos realizado, aunque con pro- yecto, pues rnientras White estaria asociado a nombres como Michel
cedimientos distintos. En este sentido, dos serían los campos teóricos Foucault y Northrop Frye, a LaCapra se !e relacionalÍa con Mijm1 Baj-
a partir de los que se desarrollaría: la antropología y la teoría !itera- tin y Jacques Derrida. De todas maneras, al margen de las diferencias
ria. Hunl consideraba que en aquel momento, bacia finales de los y reparos mutuos, lo cierto es que White y LaCapra habrían compar-
ochenta, c! trono dei estudio cultural estaba ocupado de forma indis- tido la idea de que los documentos y el propio relato elaborado por el
cutible por la primera de esas disciplinas, algo que se podría obser- historiador pueden ser estudiados con los mismos con que se
var tanto en quienes procedían de la tradición anglosajona como entre suelen analizar las obras !iterarias. Son textos y, justamente por eso,
quienes cultivaban el campo francés de la mentalidad. Un ejemplo están compuestos con una retórica particular, una poética que estable-
consumado y pionero, aiíade Hunt, se hallaría en la temprana obra de ce los modos de producción y de comunicación que están más aliá o
Natalie Zemon Davis, pero también en los propios textos de Thomp- más acá de la idea de verdad como cotTespondencia.
son. Sin embargo, ese modelo etnológico no se habría mantenido En cualquier caso, y al margen de las diferencias que se seguirían
incólume, puesto que con el paso de los afíos aquel sitial babría pasa- de la asunción de uno u otro modelo, e! de la antropología o el de la
do a manos del antropólogo más influyente, Clifford Geertz, y su teoría !iteraria, Hunt exístiría una idea común: tomar el
nueva y diferente impronta quedaría bien manifiesta en trabajos como lenguaje como metáfora y, en i'Ht1ma instancia, reconocer la repre-
los de Robert Darnton. La distinta orientación que se extraía del tra- sêntactón como concepto De este moâo, si en una novela o
bajo de Geertz habría suscitado tanto aplausos ·como críticas, y el en un lienzo nos preguntamos sobre su relación con el mundo que
propio Roger Chartier habría manifestado sus reparos inmediatamen- pretendeu representar, también la historia 'cultural se situaría frente a
te. Según hemos visto, este historiador francés tomaba como recurso sus objetos de estudio posición similar a la que seriãcõffiUil
teórico que criticar a Dafnton y, por extensión, a Geertz la con- en la literatura o en el arte. Un ejemplo de eso misrno, de esas nue- -......
lribución de! sociólogo P.ietTe Bom-dieu. Lynn Hunt resume las posi- Vãs tendencias, estaría e"iilos estudios sobre el género, estudios que
ciones de aquel investigador y con ello certifica el peso de la antro- habrían sido pioneros en la práctica de esta nueva histeria c ultural, al
pología y de lo simbóljco en e! anáHsis del pasado. A juicio de menos en el caso n01teamericano. Así, historiadoras entre otras como
Chartier, la disciplina histórica habría asumido una visión reducciõ= la citada Natalie Zemon Davis habrían utilizado con evidentes frutos
nísta según la cuãl la cultura sólo sería un reflejo de la realidad social. el análisis dei discurso, como bien prueba su Fictions in the Archives,
A eso, los cnbcos lo han llamado sociologismo, economicismo o, sin un texto d·edicado a estudiar las «Cartas de perdón» en la Francia del
más, determinismo de una realidad externa y extrai'ia sobre Ias ideas siglo XVI.
y elaboraciones humanas. Pero, ahora, afíade Chartier y repite Hunt, A finales de los ochenta, podríamos afíadir por nuestra parte desa-T D
los nuevos historiadores culturales podrían también recaer en otro rrollando el argumento de Lynn Hunt, la idea de discurso se estaba Jc,..,·'-to (1-b
reduccionismo. Eso ocurriría si concebían sus objetos, los riruales y imponiendo entre cierta historiografia puesto que se advertfa, se com-. • .
otras formas de acción simbólica como mera expresión de un sistema p;en_día, que la principal tàrea que emprendcn los sujetos es la de
de significados central, coherente y comunitario. Así, Chartier utili- S1gn1ficado ordenado y coherente a la realidad que les envuelve. .
. zaba la teoría de los campos de Bourclieu para hacer depender los ello, los indivíduos echan mano de los recursos propiamente litera- \
de sus propios espacios de producción, de difusi6n 1ios, populares o cultos, que les llegan de la tradición y del presente,.Jl! 'V
..?'.. de Dentro cada camJt<Lbabría regias y habitüSqt[ unos recursos que les permiten describir e! mundo en términos narra- .?i$_
establecenan los usos pos1bles y adecuados de esas elaboraciones...x, tivos, es decir, sucesivos, poniendo una cosa tras otra y relacionán-
doias entre ellas. Eso significa, pues, que la tarca de los humanos es ·:
Si los avatares de la antropología habían suscitado no pocos repa- en buena medida discursiva o incluso textual, no porque sean propia-
ros metodológicos, la t.eoría !iteraria aúu habría acaparaâo mayores mente creadores, sino porque sus ideas, sus palabras, amolclan lo
resistencias. (.Quiénes habrían conlribuido a la influencia de lo litera- externo y les ayudan a vivir y a enfrentarse a lo azaroso de la exis-
rio en el domínio de la historiografia? Según nos recuerda Lynn Hunt, lencia. Rutinas expresivas, fórmulas estereotipadas o grandes siste-
los responsabJes serían Hayden White y Dorninique LaCapra, aunque mas simbólicos serían así relatos simples o complejos de la existen-

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cia. Por eso, en fin, determinados historiadores advirtieron que más sión asomaba en el ámbito de la historiografia un fenómeno de épo-
que la rea!idad reflejada en el documento, aguello lo que convenía ca o una discusión transversal de los saberes de entonces: la posmo-
ocuparse era de la resignificaci6n de aquélla por un observador dota- dernidad, una controversia, en todo caso, que Ia disciplina histórica
do de recursos verbales y cognitivos, propios o heredados. había estado evitando o ignorando desde hacía anos y que ponía en
En suma, y volviendo a las palabras literales de Lynn Hunt, Ia his- cuestión una parte fundamental de las certidumbres tradicionales. Es
tmia cultural ofrecería un examen circunstanciado, concreto, incluso decir, los nuevos historiadores culturales, de grado o por fuerza, debían
.microanalítico (de textos.Jmágenes, aéiõsj', exig.!.:;.a una cnfrentarse a las consecuencias de esa transformación que se estaba
abierta y_d1spuesta para aceptar las alcance dando y a la que ellos mismos parecían haber favorecido con sus tra-
que esas averiguaciones revelan. Sin em'6argo, de ello .no se extraería bajos audaces. t,Era así? Para poder responder adecuadamente y para
ningún gran modelo fiiStonográfico ni ninguna teoría social alterna- entender el diagnóstico de Lynn Hunt, para saber si los m.ievos histo-
tiva que pudieran reemplazar a la que en su momento ofrecieron el riadores culturales eran o no posmoderoos, habrá que aclaratcon bre-
marxismo y la escuela de los Allnales. La conclusión sería la de Una vedad qué se entendía por posmodernidad y cuál era ese debate trans-
gran diversidad teórica, pero también la de! redescubrimíento de la versal que había ocasionado.
historia por parte de las disciplinas vecinas, ya fueran la antropolo-
gía, la sociologia o los estudios líterarios. El uso que estos últimos
harían de! término «nuevo historicismo» daría buena cuenta de ello. LOS POSMODERNOS
Como acababa por reconocer Hunt, y·a no sería posible hacer un reco-
rrido historiográfico al modo clásico, ai modo en que E. H. Carr lo La noción de lo posmoderno procede efectivamente del ámbito de
ernprenctiera en i Qué es la historia? .Según decía este iluslre investi- las artes, de la estética, y su origen podemos data!'lo bacia finales de los
gador a comienzos de los anos sesenta, cuanto más sociológica fuera anos cincuenta. t,A qué aludía? El siglo xX había sido la centuria de
la histeria, y más histórica la sociología, mejor les iría a ambas dis- las vanguardias, eSe momento de ruptura de los cánones del arte y de su
ciplinas. Para Hunt, varias décadas después, el diagnóstico ya no pue- uso tradicional, esa época en que con el fin de épater la bourgeoisie
de ser el mismo, pero la fórmula se mantiene: cuanto más culturales los objetos rompían con sus códigos de producción y de recepción e
sean los estudios históricos, y más históricos los estudios culturales, incluso con la idea misma de belleza. Estas metas habían sido propias
rrie]or será para ambos dommios. En cualquier caso, las cosas habían del modernismo en todas sus formas y dicha rebeldía había convul-
camb1aao, y Ia vecíndad de las d{sciplinas había modificado Ia per- sionado los modos de percepción de las artes, dado que la tradición o
cepción de los objetos y dei trabajo dei investigador. De hecho, ya no la histeria ya no se asumían como e! fundamento de la creación y, por
se pódría presentar la figura del heroico historiador avanzando codo tanto, se esperaba trasoenderlas. Sin embargo, llevado hasta ellímite,
con codo con las fuerzas dei progreso en pos de un paradigma defi- ese propósito produjo una crisis de cieatividad, justamente porque la
nitivo. Por eso mismo, Lynn Hunt reconoce gue si la ..hi.st.01ia QQ.... renovación constante a la que se aspiraba, siempre a Ia búsqueda del
de manera rogresiva, acumulativa, instante, de lo inédito, se reveló una angustiosa y finalmente fracasa-
· entonces sem presentar más como una rama de la estética que da empresa. A la postre, el creador no podía sacudirse tan fácilmente
como una servidora dela teona social. e! pasado y se veía deudor de lo que sus precursores habían hecho. Es
t,La nueva htstonã(êü1füral) como una parte de la esté- en este punto en el que lo posmodemo aparece, y se presenta como
tica? Un a asimilación de esta índole podía verse entonces, en 1989, una solución y como una resignación. Crear ya no sería exactamente
... como una provocación, puesto que parecía identificar el trabajo del buscar lo nuevo, que era lo que proponía Ezra Pound, o identificar el
historiador con una creación propiamente !iteraria en donde el efecto instante que acaece, que era lo que esperaba Baudelaire, sino reelabo-
estético sería su resultado. En ese caso, la retórica, la técnica de la rar lo viejo, lo empleado y lo que a través dei pasado nos !lega. No se
persuasión, que no la verdad, se!Ía también el instrumento o la guía trata de repetir lo que antes ha sido dicho o fabricado, sino de hacerse
con que elaborar ei·discurso. L,Pero esta conclusión o este diagnósti- cargo de esos materiales de otro modo, jugando irónicamente con
co eran sólo obra de Lynn Hunt o, porei contrario, describían un esta- ellos, parodiándolos y mostrando la operación en todo su artifício. AI
do más general de los hist.otiadores de aquel momento? En realidad, margen de que la arquitectura o la pintura fueran los ámbitos más tem-
con dicho juicio reaparecía la vieja controversia de la his10ria como pranos de esa expetimenlación, quizá sea en el domínio propiamente
arte frente a la histeria como ciencia. Pero, además, con dicha discu- literario donde mejor podamos apreciarla ahora. Así, es célebre el

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diagnostico posmoderno que el novelista y crítico rastrearan el pasado buscando Rrecursores, críticos de la modernidaf!.,
John-Barth ruciera en 1967 al referirse a la obra de Jorge Lms Borges, que hubieran impugnado el común y las evidencias
obra que, no por casualidad, simbolizaba para e1la tiempo. Justamente Qor eso, se estableció i.lna amplia geneálogía de_
tamiento». Es decir, se advierte en el narrador argentino la conc1encta pensadores en la que tendrian ca!?ida Nietzsche, Heidegger, Foucaul,t
de que todos los relatos fundarnentales habrían sido ya contados, de .
que todos los recursos habrían sido ya empleados y de que al j,Qué es lo que esta filiación permite decir y, en consecuencia, \G?v-
creador sólo le cabría la relectura, el reacomodo de esos matenales diagnosticar? Los posmodernos habrían cuestionado la noción de his- ·
viejos para producir un efecto nuevo. lronía, parodia incluso y exhlbi- toria como progreso, esa idea fuerte cuyo moment? de esplendor se \4ls. . .
de! artificio serían así, y entre otros, los ropajes con que revestir asocia a! proyecto ilustrado. Para ellos, no se trata solo de que las uto- ! %t'ré..' ·
la retórica de la literatura posmodema. A estas operaciones se les lia- pías o la emancipación encierren horrores que luego se verifican, sino 41 "
ma propiamente posmodemismo. de que esos confiados planes son relatos que amoldan la realidad y la
La posmodemidad, stricto sensu, sería algo distinto, aunque con hacen dependiente de un esquema que se revela. El sería.z.
alguna vinculación y afinidad con lo anterior, y esa categoría se lrl como adrriitió Nietzsche, teología secularizada, el reemplazo de up t:-,..,.-
habría empleado por filósofos y sociólogos para describir el estado de Final por una ·etapa de la humanidad en la que se habrían supe- 4 ;.s'do
la sociedad presente, la condición dei saber en la misma, y los lími- \.0do los las penurias o las Es la idea '\-l.!
tes del conocimiento, entre otras cosas, del conocimiento de la bisto- ;"iv pna de emancipación cómo programa colect.Ivo que redtme a los seres
ria. Desde que en 1979 Jean-François Lyotard publicara La condición f;; !humanos sería un cuento que los indivíduos se relatan para compen-
posmodema, un ruidoso debate internacional acogió las conclusiones f
. $.-· sar y reparar las angustias y los desórdenes que les Esa con-
de aquel estudio por el Consejo de Universidades de Que- ' f fianza en el ser humano y en sus obras, en .su capacidad de aduefíarse
bec. Es muy célebre el diagnóstico de este filósofo francés. La moder- t del mundo y de transformarlo, tuvo numerosos adeptos, precisamente
nidad fue aquella etapa en que Occidente habría hecho suya la noción porque el progreso material, el avance de la sociedad y la superación
de progreso, asociándola a la ciencia, a la técnica y, por de sus problemas más acuciantes parecía garantízar esa percepción de
domínio de la naturaleza y de la misma sociedad. Progreso Y ctencm las cosas. La ciencia y la técnica son
se habrían . visto por los modernos como evidencias jndiscutíbles, eficacísimÜs de la razón, medias gue hacen posible las mejoras y
dadas las mejoras' materiales experimentadas por ellos mismos. Sin aurnentan la riqueza, pero también son disolventes del
embargo, esas evidencias no se cuestionaban porque formaban parte superstición Y. el oscurantismo. Los posmodermos descreen profunda-
de lo que, en la conocida terminología de Lyotard, se llamaron los mente de e,sa imagen del savant y del experto como benefactores de la
metarrelatos. i,A qué se refería? A esas grandes narrativas de aspira- humanidad, y no sólo. porque estos. últimos hayan contribuído ai
ción universal que daban sentido y ordenaban la realidad extema has- bouor y a la dominación que tan evidentes se hicieron en el siglo xx,
ta encajarla dentro de un determinado sistema cultural. Los · sino porque la ciencia tampoco es lo que parecía, el modelo de cono-
dei siglo xx no habrian sido consecuencia de una falta de modemt- cimiento por excelencia, objetivo, metódico, universal. Es decir, los
dad, los horrores del Novecientos no se habrían dado por falta de pro- indndables resultados de la experimentación científica permitieron
greso o por escaso desarrollo científico. AI contrario, la. ciencia y la avizorar el descubrimiento de las leyes de la naturaleza. Asi al menos
técnica, que se concebían como motores de la emancipación, habrían se creyó hasta el siglo xrx. Y así al menos, según ese modelo, empe-
sido frecuentemente aliados dei horror y de la destrucción. Desde los zaron a desaJ.Tollarse las ciencias sociales. Bajo inspiración del positi-
totalitarismos a la amenaza ecológica, la evidencia que constata Lyo- vismo, también la sociedad podría ser objeto de ciencia y por tanto
tard, al igual que la que aceptan otros, es el efecto perverso de la también ·tas relaciones humanas podrían anticiparse o predecirse, del
razón científico-técnica, algo que, como avanzaron Horkheimer y mismo modo como se prevê un fenômeno natural.
Adomo, formaba parte de la dialéctica de la llustración, del proyec- o
to moderno por ex'c elencia. Desde entonces, desde 1979, distintos y
autores de adscripciones diversas ahondaron en esta tesis, desarrolla- toricista, lã ímposibifiããd-óe separar el snjeto
ron diferentes aspectos de la misma y aspiraron a romper el hilo rojo FefõVãn-õ1ãsã1laJuêsmüest:rã_Ti
de la modernidad, ése que aún defendia con convicción Jürgen 1iermenéutico dela comQrensión no puede darse eféctivamente: el
Haberrnas, por ejemplo. Eso significá también que ]os posmodernos • no

178 179
intencional q.Jle él mismo y dei oue no siempre es consc.kn:. fijas gue apaciguan el malesta1: que provoca lo azaroso.
'tê. Desde esta pers ectiva, aungue la ciencia se revista de 15m- tanto, los posmodernos constatan la suieto, ai!neriõs
de o tvl a y de retortas, en el fondo no seria más que un discur- con que había sido ideado... y como admitiera Fou-
so ãCerca del mundo, construido or uii sujeto al ue lleoan tradicio- cault el hombre sólo seria una invención reciente. -
nes y c tgos gue Je obligan a mencionar las cosas de acuerdo ,S2!l, tiene, pues, una JdentJdaclconstante
esguemas QUe él no Para posmodemos, la butos vanan aunque no lo admita, lo observado tampoco se presenta
cia que se stgue no es la dei desvelamiento: no se trata de separar tdeo- estMe ni puede preverse a eartir de unas presuntas leyes o regulari- _
logía y ciencia o de diferenciar entre Jenguaje y o de discer- Es más, la separación entre lo externo y lo interno seria otra 1
nir e! auténtico saber dei falso pensamiento. De hecho, todos los convención moderna, un modo de orientarse y de discernir:para actuar ;

..
discursos son posibles y en última instancia la única
êi'ilie e llos se establece seria la de su eficacia intersubjetiva, la de su
ret6rlca. Esa idea, la de discurso, está presente en el
eficazmente. Sin embargo, no está claro qué sea lo exterior y qué lo i
interior, puesto que eso que llamamos realidad só! o se puede captar a
partir de categorias y dispositivos interiorizados. Es decir, no ,
l
posmoderno, porque permite hablar en términos de texto, de elocu- existe una realidad al margen de! observador, puesto que para poder"
ción,_J;?Orque permite presentar un sujeto gue pronuncia la operar con ella se precisa de un discurso que la identifique y la ·
gon un sino estructurado según dispositivos .ne culturalmente. Para los posmodernos, e! problema no es sólo
9,1!Uo Sin embargo, por muy escandalosa que pueda fiaya un coiiffíctõ de interpretaciones acerca de los actos humano!i..Q_
parecer esta conclusión, hay aún otras dos que minan más gravemen- una disputa de explicaciones acerca de la naturaleza, sino gue el
te si el saber moderno. Nos referimos a la desestructuracíón do, ,J!láS gue tener una ontología depende.de las intinitas obseJ..:_
misma de la idea de sujeto y a la negación de la propia realidad como yac10nes o descripciones gue lo constituY.e!!. Esas observaciones y
becho externo frente ai que se situaría un observador. esas descdpciones son discursos y la materialidad misma de lo real
Es convencional admitir que desde Descartes el indiyjduo se carece de significado más aliá de su enunciación. Desde este punto de
constituye como sujeto capaz de conocerse y de discernir el mundo vista, no existe un discurso que reproduzca la realidad, y no sólo por-
que le rodea. Gracias a su penetración cognoscitiva y a los procedi- que no dispongamos de suficientes instrumentos lingüísticos, sino
mientos metódicos los hombres podrían desprenderse de aquellos porque esa realidad convertida en lenguaje sólo puede ser representa-
idola q ue identificó Francis Bacon, idola que nublan su visión y que da, traducida con significados particulares. Para poder discernir entre
Jes impiden autogobemarse en un contexto personal y material. Ese lo que es verdadero y falso habría que tener un criterio universal que
sujeto humano partiria de una evidencia que la duda metódica no permitiera distinguir lo que es fictício de lo que no lo es. Pero como
cuestiona: la de la continuidad de sí, la de su coherencia, la de la per- ru
no hay ese consenso, puede haberlo, todo discurso entra en el ámbi-
manencia de! yo. Partiendo del nombre propio se crea y se sedimen- to de la ficción. Por eso, por ejemplo, Foucaull decía de sí mismo
ta un ser con pertenencias congruentes, sucesivas, y que lo configurao que sólo había escrito ficciones, o por eso Nietzsche sostuvo que la
como una totalidad trabada internamente. Por eso, con la modemidad verdad sólo era un repertorio de metáforas sedimentadas.
triunfa el individuo reconocible, el inventor, el autor, el héroe al que l ·con breves antecedentes, y si ese escueto diagnóstico sobre{
se atribuye una idea o una proeza, el hombre dotado de atributos, la la condtcion posmoderna se acepta, entenderemos mejor por
persona con capacidades que dan sentido a cada una de sus acciones. Lynn Hunt presentaba la histeria, y en .particular la historia cultural{
Por eso, e! creador en cualquier ramo de la actividaa humana, ai reco- más como una rama de la estética que como una sierva de la teoría;.
nocerse como tal y al esperar que los demás lo reconozcan, firma sus 1 , social. No era porque ahora los investigadores se ocuparan necesa-
obras y las toma como expresión de sí mismo. Por eso, la. biografía o I riamente del atte o de la belleza, sino porque en su perspectiva la !
la autobiografía, pero también la propia novela, habrían sido los
géneros modernos. por ant.onomasia, gracias a los cuales un yo apare-
• _,,- ce ante el mundo constituyéndose coherentemente. En cambio, des-
I l estética se asociaba a la retórica y a la creación de un discurso, pro-
un _de punto de vista, la histo- :
•1 na no• producma cJencJa, ai menos la ciCnClét heredera dei positivis- .
,;,:.::·· de Nietzsche y desde la filosofía de la existencia, la prueba de un yo ! mo, smo arte, un relato más o menos C<Onmovedor del pasado que se '.
:}'.: constituído internamente como un entero que persiste, como una tora-
, .f · lidad congruente, es puesta en cuestión. Así, I basaria en otros relatos por los testigos con el fin de con-
. mover y de conmoverse tamb1en. En el caso de aceptarse esa radio- '.
'! grafía y, por tanto, si se la toma como el diagnóstico que describe el
.: '- ,. .•..!!.IJ..• . cSl!,l..
t
180 181
estado avanzado de la disciplina, entonces cabría preguntarse si serfa gación que todos ellos emprenden. Porque lo sucedido en los noven-
posmodema esta nueva historia cultural que hemos rastreado hasta ta es ante todo la discusión sobre las premisas de esa histeria cultural
finales de los ochenta. que se había desarrollado tan notablemente, sobre sus objetos, que se
Para ciertos leçtores, todo parece contilmarlo, ai menos aparente- habían multiplicado, y sobre los efectos de apertura que aquellas
mente: desde sus objetos bastá sus referentes, desde el discurso que obras habían generado. Las transformaciones de la época -esto es, la
construyen hasta el método que utilizao. En efecto, si estos historia- caída de! muro de Berlin, el declive de las ideologías y de las teorias
dores defienden la nanación como forma expresiva de la disciplina, si sociales, e! debilitarniento de los paradigmas, el despliegue de la sen-
además recuperan objetos menores, extraiíos, extravagantes, si, en fin, sibilidad posmoderna- obligaban a estos grandes historiadores a vér-
sus escritos tienen resonancias !iterarias explicitas, en'tonces no se1ia selas con asuntos graves que iban más allá de! trabajo ordinario. En
raro que se les identificara como posmodemos. Recordemos que efecto, la pujanza creciente de la historia.cultural y, a la vez, los pro-
ges es un referente básico para algunos de estos historiadores y es el fundos cambies, as1m1smo culturales, ue se estãban dando, ex.iciaii
autor que más claramente anticípó la mezcla irónica de géneros, pero un examen mmucwso e as consecuencias. (,Como acerlo? O bien..
ai'íadamos ahma que estos investigadores también recurren a novelis- premisas, estableciendo sus límites y
tas como Raymond Queneau o !talo Calvino o que, en última instan- sus postbles aesatTollos, o b1en escribiendo ensayos que tipificaran el
cia, toman como objeto de análisis la propia literatura. Pero no sólo tãiion y los métodos de la h1stona cultural:
,;.,-v eso. t,Qué decir, por ejemplo, de obras que habían estudiado a indivi- Pero esto no es algo exclusivo de este campo ni de quienes lo cul-
4,<;"''&' qj> duos como Martin Guerre o Menocchio? Evidentemente, las ideas de tivan, pues afecta a la disciplina en Sll conjunto y en consecuencia va
-1"P-#.-:.s este último eran significativas, pero no podían rivalizar con de Cal- más aliá de las pretensioncs de nuestra reconstrucción. En efecto, a
. vino o Lutero, rnucho más representativas y de mayor trascendencia. lo largo de los afíos noventa y después tourrwnt critique procJa:. ·
._.f.. Del mismo modo, un rito festivo o una efeméride carnavalesca en una mado por Annales, se susçjtaron numáosos debates en revistas como
.r .jJf'-' .1.. mediana ciudad francesa no puedeo competir con los grandes movi- Past and Present, History and Theory, Social History, Storia delln
mientos sociales. (,ES una matanza de gatos tan representativa como Storiografia o RethinJ.âng History, pero también en diversos volúme-
cualquiera de los grandes alborotos que acompafían o precedeu a la nes sobre todo norteamericanos. En general, los objetos de las discu-
:/ Revolución francesa? (,Acaso un panfleto o incluso una pequena siones fueron las bases epistemológicas y los métodos de la histeria,
colección editorial son más relevantes que las obras de Montesquieu justamente en un momento en que el cambio de época y el replantea-
o Diderot? (,Acaso la imagen de Luis XIV es más importante que los miento de la disciplina exigían acometer una nueva reflex.ión. En
actos de gobiemo dei propio monarca? (,Hasta dónde vamos a llegar cualquier caso, y precisamente por su largo alcance, no podemos aquí
si hasta el atte de la conversación merece la atención de un historia- detenemos en profundidad en estas discusiones y sólo procederemos
dor princ ipal? !2e todo e llo parece seguirse un relativismo histórico, a considerar ciertos asuntos en la medida en que sobre ellos se pro- i!
como si cualguier objeto de estudio pudiera ser convexudo en relãfô nuncien algunos de los historiadores que hemos presentado y en la t:
el fin de deleitar, sorprender o persuadir. De todo ello parece medida en que eso suponga una reconsideración de lo que sea la pro- f·'j•
seguirse una mezcla sin jerarquías, incluso una ironía acerca del pasa- pia histeria cultural.
do poco acorde con la scveridad de los grandes maestros..Relativismo,
rnezclas e ironía son rasgos efectivamente posmodemos.
Si esto es así, si ésta es la consecuencia, entonces con Peter Burke, THE L!NGUISJ/C TURN
Roger Cbattier, Robert Darnton,,Carlo Ginzburg o con Natalie Zemon
Davis estaríamos ante historiadores posmodemos que habrian llega- De entre todas estas controversias, que interesan al conjunto de la
do a esa condición a finales de los ocheota o a conúenzos de los noven- profesión, probablemente la más conocida sea la que iniciara Lawren-
ta. Pero ésas son 11!$ apariencias o aquello con lo que se les identifi- ce Stone en las páginas de Past and Present en la primavera de 1991.
ca precipitadamente, pues ni ellos lo aceptaban ni quienes se identificaban AI debatir sobre «History and Posrmodernism» se discutía sobre el
de verdad con el posmodernismo compa1tían sus supuestos. Sobre presente de la historiografia y sobre los cambios acaecidos en las últi-
eso, sobre las diferencias que les separan, es de lo que han discutido mas décadas, evaluando sus rendimientos y sus riesgos. Es importan-
estos historiadores culturales con sus colegas posmodemos precisa- te que nos demoremos brevemente en este punto, en primer lugar por-

182
mente y esta mismo da un sesgo nuevo a la reflexión y a la investi- que quien inició este debate, Lawrence Stone, era una figura venerada

183
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y apreciada en el seno de la profesión y, como hemos visto, entre quie- nuevas aproximaciones que hablaban nb de crisis sino de vitalidad de
nes practicaban la historia cultural. Así, las opiniones de Stone habían la disciplina. De este modo se estaria cuestionando un sentido de la
centrado y diagnosticado los avances de la disciplina presente y futu- detenninado y unas prácticas concretas de las que Stone
ra. Sus ensayos sobre la vuelta de la· narración y sobre la historia se presentaría como guardián. La posición de Joyce era, pues, diáfana.
antropológica babían contribuido a fijar el estado de la historiografia, Hasta ese momento, según afiade, la visión posmodema sólo habría
pero también habían abietto un camino de experimentación. En segun- generado indiferencia entre los historiadores y lo que convendría no
do lugar, conviene atender a sus palabras de entonces, de 1991, por- ser.ía el rechazo, sino extraer y asumir sus enseiianzas. Este historiador
que expresaban e! sentimiento de quien babiendo sido mentor y ami- admitía que podría defenderse la existencia de lo «real» (dicho así,
go de estos historiadores culturnles alertaba de algun6s de los ::iesgos entre comi!Jas) más aliá de sus representaciones. Ahora bien, este efec-
que se apreciaban en aquel momento. to seria siempre discursivo, en parte porque la historia sóló se preseota
Pues bien, su breve nota sobre la relación entre la historia y lo bajo esa forma. En ese sentido, los posmodernos nos habrían adverti-
posmodemo sirvió, ai menos, para leer a un Stone irritado, seria- do de que los acontecimientos, las estructuras y los procesos dei pasa-
mente agraviado, que lanzaba una auténtica aridanada y que parecía do no pueden disociarse de las formas de representación documental,
poner en cuestión los rendimientos logrados, denunciando los exce- de las apropiaciones conceptuales y políticas y de los discursos histó-
sos en los que algunos habrían incunido. Pata empezar, se mostraba ricos que los constroyen. Si se admite eso, afiade Joyce, entonces se
.alarmado por la situación de la disciplina, puesto que a su modo de debería concluir que las bases de la «historía social» quedan seriamen-
entender estaría experimentando una profunda crisis, sobre todo en te danadas y que la idea de totalidad ya no puede permanecer incólu-
Estados Unidos y en Francia, justamente en los dos países en que me. Antes ai contrario: lo que percibimos sólo son instancias ([extos,
mayor desatTollo había experimentado la renovación de la historia acontecimientos, ideas, etcétera) que tienyn contextos sociales que les
cultural. La causa dei marasmo que afectaba a la profesión procede- otorgan significado, pero sin que haya uria estruémra subyacente a la
ría de la infl.uencia negativa y extrema que sobre la roisma habrían . que podamos apelar. Además, sin la noción de totalidad se pierde tam-
tenido ciertos saberes vecinos, cuyo estmendo y letal atractivo serían bién la de determinación social, un concepto que había sido clave para
especialmente perniciosos. Seria tal el contagio, que la historia corría la propia y así Uamada «bistoria social».
el riesgo, anadía Stone, de convertirse en una especie en vías de La respuesta de Stone fue severa e inmediata, reprochándole su
extinción. Estamos recaycndo en metáforas médicas, pero la alarma extremismo, describiendo qué les separaba y agudizando, pues. las
de este historiador invita a ello, puesto que .su diagnóstico era grave: diferencias que les enfrentaban.
los agentes infecciosos estaban localizados y procedía a enumerarlos. Para este historiador, el desacuerdo comienza desde e! momento
Por un lado, la lingüística, esa para la que nada bay aparte del texto, la re_alidad se define exclusivamente co":lo. lenguaje, pues eso . *f
insistía. Por otro, Ia antropología cultural y simbólica, en particular la tmphca dec1r que no hay nada fuera del texto. St esa es la premisa, la l \\
de quienes defienden que lo real es tan imaginado como lo propia- conclusión es evidente: la historia tal como la hemos conocido se •<! • • "
mente imaginaria. Por último, el llamado nuevo historicismo, en la derrumba, ylos hechos.x la fi.cción son {.Significa
medida en que trata las distintas prácticas, sean sociales, políticas o que para Stone el «g!ro lingüístico» ha de ser condenado? No, mien- , -<f_s
institucionales, como conjuntos discursivos de sistemas simbólicos o de tras no se neve al extremo que él denunciaba, mientras no se con- 'S:
códigos. Es decir, texto, imaginación y discurso serían los males que _yierta e! discurso en un factor histórico põrdérecho i
aquejaban a la profesión. En realidad, las palabras de Stcine ocupaban E_e admitir, concede Stone, que la verdad sea incognoscible,_g_Ç.ro 3:.·
escasamente una página y reproducían de forma sintética, pero de gue la realidad sõlo sea una creación historia-
manera mucho más apocalíptica, lo que un afio antes había expuesto .9Qh Pero el pr<;ble:ma es su_luicio, los babE'..!ll
Gabrielle Spiegel en un texto menos alarmado y que desde entonces la que separaba los hec hos Y. la ficció!hy__çi)ll. eU é;>_
alcanzaría gran nqtoriedad.
Lo cierto es que la sentencia de St.one provocó en las páginas de
trabaJO de archivo, el que J)_enmte
_rfu.. Por çpncl .
heç_hgs, gueda.;
j
·
Past and Present una respuesta airada de Patrick Joyce en defensa de imposible hallar un solo trab1!iQ históriÇ.Q. J ";c, 1;t
lo denunciado, pues en los inconvenientes que observaba su colega él entre los posmodemos de estricta obediencia. -\ S
veía ventajas. Lo de Stone habr.ía sido un gtito de guerra, una defensa ·-cõneresbozo de-esta llegamos ai núcleo del ·
de un patticular tipo de historia, un modelo antiguo ai que se oponían , debate historiográfico de la pasada década, un debate que ha enfren-

184 185
tado a los posmodernos y a otros colegas, entre ellos los historiado- códigos con el fin de interpretar adecuadamente las acciones de los
res culturales. i,POr qué está disparidad de criterios si el trabajo de !_ntepasados, dicho esto en un sentido weberiano. Por eso podrá esfã:
estos últimos parecía conauCir mevitablemente ai giro lingüístico? Si blecerse una jerarquía de interpretaciones históricas en función dei
se haÕla de la cultura como base de la investigación parecía. en efeC-"' acierto, siempre provisional, de nuestros enunciados; por eso la ver-
evidente que ellenguaje debiera converti.rse en un objeto primÕ,t' dad es aún una meta por la que competir, ya que el discurso de) histo-
de estos Pero eso, estudiar los lenguajes de los sujetos riador no es sin más un afíadido indeterminado a lo que previamente
"fústõrícos, estudiar los recursos de que se valen para designar las era un repertorio indeterminado de discursos, sino una depuración téc-
cosas o para comunicarias, estudiar las formas y los géneros escritos nica sometida a controles.
y oraJes de que nos servimos para expresar nuestro mundo, no es la Para los posmodernos, e! mundo exterior no tiene exi$tencia fue-
discusión que enfrenta a unos y otros, como el propio Stone se encar- que cada uno se haga, pues en esa represent;:
ga de seiíalar. De hecho, por ejemplo, Peter Burke ba dedicado en los c1on está la naturaleza, la índole de! mundo. ;;Qué significa eso para
últimos aiios investigaciones sobre esa materia, sobre los usos lin- estos últimos? Que predicar la existencia material de la realidad de
güísticos y sobre los medios de comunicación, sobre la difusión dei los objetos, de los humanos, etcétera, no dice nada de su condición,
conocimiento y sobre las restricciones que se imponen, sobre los tex- puesto que sólo cuando son designadas esas cosas configuramos
tos y sobre la iconografia que crean, recrean y moldean, por ejemplo, dicho mundo. Y esos discursos no son una creación original de los
la figura de un monarca. AI igual que Carlo Ginzburg ha acabado por indivíduos ni sobre ellos puede establecerse una jerarquía fitme de lo
tratar a la literatura como objeto propiamente histórico y transversal verdadero. i,Por qué razón? Porque no hay una correspondencia entre
en el que se condensan los significados y la imaginación de los escri- el mundo y la prosa que lo c rea, sino un conf!icto permanente de pro-
tores y de los lectores. Y qué decir de Chartier o de Damton o de la sas, por decirlo así, que rellenan ese mundo verbalmente. D ecía e!
propia Natalie Zemon Davis: que se profesen como historiadores cul- primer Wittgenstein en el Tractatus que ' sobre lo que no se puede ·
turales es precisamente lo que les hace estar cerca de estos objetos y hablar es .mejor callar. i,A qué se refería? A la ética, a la estética, a la
ser sensibles a los lenguajes de que se valen los actores sociales para rcligión, a todo aquello, en fin , que da sentido a los valores del mun-
definir sus identidades y para oponerse a quienes los desmienten. do. La ciencia, decía aún Wiugenstein, aspira a producir enunciados
A ellos les debell!OS, en la última década, obras que confinnan y desa- que se adecuen a la entidad material dei mundo, pero esto es lo
rrollan lo que se apuntaba en sus estudios clásicos de aiios anteriores, menos importante, porque lo dedsivo es el valor, el sentido, y sobre
obras que tal vez no trastoquen el modelo de una historia cultural eso no hay ciencia. Si la ciencia es o quiso ser el conocimiento ver-
cuyas bases ya estaban asentadas y a las que ellos tanto han contri- dadero, la historia no podrá ser conocimiento de lo cietto porque sus
buído. No es, pues, el lenguaje aqu ello que los distancia de los críti- _no crean prosa que se adecue a! mundo, dado que no
cos posmodernos. Es, por el contrario, la consecuencia que se saca- hay mstanc1a, la reahdad externa, que corrobore: sólo hay discursos
ría del giro lingüístico y que, como sefialaba Stone, arruinaria· en e! archivo que compiten por dar sentido, y el sentido de las cosas
algunos de los supuestos compartidos por la profesión, particular- no es objeto de la verdad. i,Córno puede, pues, aspirar el historiador
mente la idea de verdad. Precisémoslo. a sostener que el suyo es conocimiento de la verdad?
Burke, Ginzburg y sus colegas, esos que han compartido las La discusión que aquí esbozamos y que hemos ejemplificado en
aulas dei colegio invisible y que habrían tenido en Stone a uno de sus el debate que se inició en Past and Present en 1991 se prolongá en
mentores la instancia llamada cultura es el marco con que o eramos otros foros y con otros protagonistas durante afios, avinagrándose
los indivíduos en el seno e la rea Jdad, el repertorio de códigos que incluso, multiplicándose con las aportaciones de distintos colegas,
hacemos valer..Jmfa actuar; para los posmodernos, Ia mstancia llama- unos aprobando lo dicho por Stone, lamentando, pues, el abismo ai
es aqyello que crea lã reahdad, en la medida en gue= que nos a.tTojaría la posmodernidad, y otros aceptando los retos de!
es crearla, _darle una enhda2.:,j__!3S 12, giro lingüístico. En las palabras que parafraseábamos más arriba,
se S!g!!ÇE., Joyce condensaba e! obje to central ele un debate que, en efecto, sacu-
JdenlJcas .._9as .. diría a la historiografía de los nove nta y que todavía hoy preocupa. Es
externo ellnãivJduo guien lo rev1ste con apuesta firme que trata de sacar consecuencias de lo suscrito y
d1cho por los_posmodernos, en particular de esa dimensión lingüísti-
que el historiador. es rastrear esos ca de la reahdad. Por tanto, lo que viene a decimos Joyce, como

186 187
otros, es que postular la realidad exterior como entidad material, resultados de manera convincente. Ese logro no está, sin embargo, al
como repertorio de objetos extranos a la conciencia individual y sub- alcance de todos y hay cíe1tos libros que han conseguido una estima-
jetiva, es algo trivial si no se tiene en cuenta que nunca accederemos ción mayor y que han superado el paso de! tiempo. A csas obras se
a ella más que a partir de la que nos hagamos. refiere precisamente Stone, las de algunos de sus colegas y amigos,
Por su parte, Stone alega literalmente no sentirse un troglodita dei obras que no tienen equivalente, afíade, entre los historiadores pos-
viejo positivismo, aunque nunca lo juzgara negativamente, y para modernos. La pregunta que entonces se formulaba era ésa: j,dónde
demostrar lo que había sido su trayectoria y su cercanía con las nue- están sus libros? i. Qué obras de entre las suyas estarían en la memo-
vas corrientes recordaba su amistad y su deuàa con Clifford Geertz y ria del público y de los académicos?
la simpatía que la antropología simbólica le había despertado desde Curiosamente, el último argumento de Stone sobre la obra histó-
antiguo. Dado que se asocia a este etnólogo con los posmodernos, rica podríamos tomarlo como un recurso posmoderno. :Los partida-
reclamarse próximo a él permite que Stone exhiba su apertura inte- rios del giro lingüístico no babían producido monografias que pudie-
lectual. De hecho, si hubiera que citar a lo más renovador de la profe- ran rivalizar seriamente con las de Damton, Ginzburg, Davis, etcétera,
sión, insistía, habría que referirse a aquellos a quienes él mismo babía y eso pr'obaría para Stone la solidez de la investigación de unos fren-
apadrinado y en los que esa influencia etnológica seria evidente. Uno te a otr·os. El historiador británico proponía, en efecto, el ejemplo de
no tiene más que mirar, concluía literalmente, las obras de Robett los libros de esos autores, libros que habrían conseguido permanecer
Damton, Natalie Zemon Davis, Keith Thomas, Carlo Ginzburg o en la memoria de los lectores, algunos de los cuales habrían logrado
Emmanuel Le Roy Ladurie. j,Qué significado cabe atribuirle a esta dotarse de la aureola dei clásico. Lo que Stone no decía era qué los
confesi6n de Stone? Lo que a e1 más le preocupaba era la conversi6n había aupado hasta esa condición, si era el caudal de verdad históri-
de lo real en mero texto, la identificaCión de lo externo en pr<;>ducto dei ca que contenían o, por el contrario, la fuerza persuasiva, retórica,
discurso. AI hacerlo así, los posmodernos admitirían la imposibilidad estética (en el sentido de Lynn Hunt) qtle eran capaces de desplegar.
de acceder ai mundo si no es mediante el filtro de su representación, i. Verdad o estética? Convendría reparru· más precisamente en esta dis-
cosa que hace de la percepción el lugar de la vida y del conflicto, y cusión de los noventa, una discusi6n que es el auténtico debate que
convertirían e! Jcnguaje en el espacio inaprensible en el gue se dan los provoca e! giro lingüístico: es en ese punto en donde reapareceo algu-
cambios justamente por ser allí en donde son designados. nos de los protagonistas mencionados por Stone, esos historiadores
La pregunta de Stone, y con élla de tantos colegas molestos con culturales que toman la verdad como ideal regulativo, y algunos de
el reto posmoderno, es cómo dar cuenta de lo social si lo social se sus oponentes, quienes postulao la historia como discurso retórico
evapora y deviene mero producto discursivo. Más aún, su preocupa- sin hechos externos a los que puedan remitirse los enunciados inter-
ción final es sobre todo e! «hecho», que desde que se constituyó la pretativos.
profesión es la base de los relatos y de los análisis que hacen los his-
toriadores. No es que Stone creyera que ese hecho es dato bruto
albergado en el documento, sino que el texto, que incorpora todo tipo LA RETÓRICA DE HAYDEN WHITE
de si gnificados, retiene la realidad externa y un historiador experi-
mentado puede desenterraria porque posee método y habilidad. Lo que La disciplina estaba, pues, en una situación de crisis, de cuestiona-
un posmodemo podría oponerle, en todo caso, es que ese hecbo no es miento estructural, y en ese contexto, el de princípios de los noventa,
indiscemible del significado: más aún, que es el significado (que se expre- uno de los contendientes principales del debate fue Hayden White.
sa en términos lingüísticos) lo que permite ver un hecho y, a la pos- A este historiador norteamelicano se le tomará como inductor del giro
tre, es la instancia que to crea. Frente a los reparos de Joyce y de otros lingüístico, como inspirador de la posmodernjdad en la disciplina. De
como él, a Stone sólo le quedaba un último argumento, muy sólido y hecho, su nombre figura en cualquier libro o revista en que se discuta de
que, a nuestro juicio, es una de las claves menos consideradas en los estos asuntos y es el historiador más citado fuera de la profesión. Son
debates de la última década: la obra histórica como producto, como innumerables las pruebas que demuestran esa presencia y la importan-
artefacto material. Se trate dei conocimiento o se trate de la persua- cia de su obra. Por ejemplo, Lynn Hunt ya lo sefíalaba en aquel volu-
sión, ai final lo que queda es un trabajo bien elaborado, en el que se men de 1989; afíos después, en 1997 cuando Keith Jenkins reúna mate-
plasma la capaciclad de! historiador para presentar (o construir) unos riales para su reader sobre la historia posmoderna, Hayden White será
hechos, para conferirles un sentido pruticular y para transmitir los e! referente principal; y, en fin, en 1998, cuanclo Ewa Domanska publi-

188 189
que sus Encounters. Philosophy of History after Postmodernism, · un Admitido esto, tres son los argumentos básicos que desarrolla. El
volumen de entrevistas con .algunos de los historiadores más afamados primero de ellos haría referencia a la naturaleza interna de toda obra
y con filósofos de la histqria, su prologuista, Allan Megill, admitirá que histó1ica. Ésta consistiria, según leemos ai inicio del libro, en una
dicho libro, aden:tás de ser una radiografia dei estado de ia disciplina, es estructura verbal que adapta la forro? de un discurso narrativo en pro-
también y particularmente una Festschrift de Hayden White. Con él, sa o., como afíade algunas páginas después, una estructura verbal que
estamos ante el analista del discurso histórico más seguido o discutido djce ser un modelo, o imagen, de estructuras y procesos pasados con el
en los noventa, y frente a él se definírán incluso con alguna acritud los fin de explicar lo que fueron representándolos. En efecto, este produc-
historiadores culturales. Y ello a pesar de que su obra más conocida, to resultante, manifestado en las monografias, combinaria cierta canti-
. Metahistori.C/, se había publicado en fecha tan temprana como el afio dad de «datos», conceptos teóricos para «explicár» esos.,datos, y una
1973. En un primer momento, su recepción había sido limitada y aun- estructura narrativa para mostrar! os como la representación de conjun-
que sus colegas anglosajones lo habían leído, escasamente lo emplea- tos de acontecimientos que supuestamente ocurrieron en tiempos pasa-
ban, sobre todo porque les obligaba a preguntarse qué hacían ellos mis- dos, según leemos en la paráfrasis irónica que hace de Leopold von
mos. Planteemos de nuevo, pues, por qué regresaba White a comienzos Ranke. Si White insiste, a partir de su opcióti formalista, en la historia
de los noventa y por gué es entonces cuando se recuperaba Metahisto- como estructura verbal, el segundo argumento constitüiría el desarro-
ria, pero también Tropics ofDiscourse (1978) o El contenido de la form.a, llo consiguiente de aquel punto de partida. Nos referimos a cómo esa
cuya versión original había aparecido en 1987. estructura verbal, ese discurso en prosa, dice representar la realidad
i Qué es lo que ya sostenía en 1973 y que en los noventa adquiria extratextual. Dicha representación dependeria no de la presunta fideli-
una nueva dimensión? Lo que White se proponía era averiguar qué dad referencial, sino de los dispositivos internos del texto. En ese sen-
clase de conocimiento produce la historia. De entrada, habtía sido tido, su funcionamiento seria semejante al de hts obras de ficcíón que
éste un saber reconocido, privilegiado, admirado, sobre todo en el le son contemporáneas. Si el realismo literario no reproduce la reali-
reciente siglo XIX, época de aparición de Ias grandes obras de la his- dad, sino que únicamente crea ese efecto mediante la verosirnilítud., a
toriografia europea. Llegado·, sin embargo, un determinado momen- la monografia histórica le sucedería algo ·
to, una doble corriente de opinión comenzó a censurar los usos y la Finalmente, el tercer argumento constituye la conclusión, y por
naturaleza de Ia historia. Según propone White, esa reacción contra- ello es el más polémico. Whíte subrayaria ahora la condición de sis- ·
lia se debía a qúe fue acusada de ser incapaz de convertírse en cien- temas cenados que tendrian las obras de los grandes historiadores
cia rigurosa o en auténtíco arte, que serían, en definitiva, los dos mencionados y de aquellos otros que participarian de ese mismo tipo
extremos a los que tender antitéticarriente. Partiendo de estas premí- de discurso. Como sistemas cenados, contendrían modelos de repre-
sas, lo que se propone es ofrecer una perspectiva distinta, una que sentación o conceptualización histórica cuyo valor no procederia de
permita mirar con ojos nuevos el debate acerca de la naturaleza y la las teorias aplicadas, ni de los empleados, ni de las fuentes
función del conocimiento histórico. Con ello, se podrá averiguar no utilizadas, ni de Ia realidad extratextual en la que se fundarian. Su
sólo cuál es la epistemologia en que los historiadores dicen funda- valor, por el contrario, dependeóa más bien de la consistencia, la
mentar su saber, sino también apreciar la justeza, las razones y la coherencia y la fuerza esclarecedora de sus respectivas visiones de!
genealogía de esa rebelión reciente contra la histeria. . campo histórico. En efecto, White concluye que cada uno de los
A partir, pues, de ese objeto, su análisis se delimita en tomo a la grandes histoliadores y filósofos de la historia que ha estudíado des-
gran producción historiografia dei siglo xrx, momento clave de institu- plegaron un talento para la mmación histórica o una consistencia de
cionalización, de asentamiento y de desarrollo de la disciplina. Más en visión que hacían de su obra un sistema de · pensamiento efectiva-
concreto, estudia la obra de algunos de los maestros reconocidos de la mente·cerrado, que él juzga imposible de medir con otros que apare-
historia decimonónica (Michelet, Ranke, Tocqueville, Burckhardt), así ceo como sus competidores. Dados, pues, los ilistintos modos de la
como la producción y las ideas de los principales filósofos de la histo- escritura histórica y su fuerte coherencia interna, estructural, los tex-
lia, entre ellos, Hegel, Marx, Nietzsche y Croce. i,Era el suyo un plan- tos de los grandes historiadores del siglo xrx no consentirían su
teamiento clásico de historia intelectual? .No exactamente: más bien, se respectiva comparación, convirtiéndose así en mutuamente incon-
trataba de emprender un análisis formalista de aquellos grandes textos, mensurables. Por esto, finaliza White, no es posible <<'refutarlos» o
revelando sus componentes est.ructurales y mostrando, a la vez, los «impugnados», ni aun coando apelemos a nuevos datos que put"-dan
diferentes modelos de escritura histórica resultantes. aparecer en posteriores investigaciones ni aun coando elaboremos

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una nueva teoria para interpretar los conjuntos de acontecimientos instituído por los grandes etnógrafos cuando redactan sus trabajos de
que constituyen el objeto de su investigación y análisis. campo. No se trataba, por su parte, de evaluar la verdad de sus asertos,
(,Por qué decimos que este último argumento es el más importan- s ino de indicar una a una las maneras en que se afinnan 1as cosas en
te y, a la vez, el más polémico? Lo sostenemos porque, ai considerar dichas obras, el modo en que los enunciados cumplen un papel per-
las obras históricas sólo com·o estructuras verbales formales, White suasivo. Por eso, Geertz no los comparaba con otros colegas por ser
no se extiende sobre la relación que pueda darse entre e! texto y la mejores o peores, por pertenecer a una misma o distinta escuela o por
realidad externa en la que dicen fundarse los historiadores. Asimismo poseer un método común o diferente y productivo, sino que los coteja-
tampoco se pronuncia sobre el tipo de referencialidad que pueda ba con los grandes prosistas, porque de hecho, más aUá de la :ficción,
haber entre el discurso histórico y el pasado expresado en Ias fuentes; la retórica emp1eada les asemeja. En ese sentido, quizá el caso,de Claude
ni siquiera sobre la referencialidad misma que caracterice los docu- Lévi-Strauss sea el más espectacular de los que trata, anaftZando en
mentos con respecto a la sociedad que los alumbró. O , dicho en otros concreto su conocidísima obra Tristes trópicos. La ap01tación más reno-
términos. Por un lado, dedica un largo ensayo, un extenso y enjun- vadora y sugestiva de este último no está sólo en sus investigaciones
dioso volumen, ai anáJisis de los dispositivos internos de producción sobre el parentesco o sobre los mitos, sino tarnbién en ese volumen,
de la realidad textual de las diferentes obras históricas. Ahora bien, que es un híbrido de ·géneros, una mezcla dei trabajo de campo etno-
ese anáJisis no tiene por meta revelamos la existencia de un criterio gráfico, dei libro de memorias, del cuademo de viaje, dei relato de
ajeno a la estructura verbal en prosa, un criterio extratextual, en fin, aventuras o del tratado filosófi co acerca de la naturaleza humana. Y todo
que permita su respectiva evaluación según Ia calidad de sus teorías ello, además. con un sujeto de la enunciación presente y afirmándose,
explicativas, de la infonnacíón incorporada, o de la realidad ex terna revelando sus fobias («odio los viajes y los exploradores}>) y sus adhe-
de la que dicen hablar. Admitido lo anterior, la comparación y la refu- siones, contaminando, pues, la mirada aséptica qué muchos quieren ver
tación no son, en efecto, tareas sobre las que White pueda o deba en los quehaceres acadénúcos. ·
decir algo. Y ésta es una conclusión cuyas consecuencias y enverga- Ahora bien, más aliá del sugestivo ejemplo de Geertz, es decir, más
dura conviene retener especialmente. aliá de cómo analiza las obras de sus colegas etnógrafos, el caso de Hay-
Para la historiografia clásica, el estudio de las monografias o de Ias den White es el que nos interesa particularmente. Además de haber sido
aport.aciones aca_démicas se realizaba con el fin de evaluar cl progt·eso el pionero de este tipo de estudios retóricos y formalistas, se trata de un
de la disciplina. De ese modo, se emprendía un recorrido por las dis- historiador que examina las bases de nuestra disciplina. En ese sentido,
tintas escuelas y por las diferentes tradiciones nacionales, dentro de como hemos visto, introducía un nuevo modo de aproximarse a Ia his-
las cu ales adquiría sentido la obra particular de cada investigador. El toriografia, mostrando la estrategia de los discursos históricos y no tan-
resultado permitia mostrar el esfuerzo individual y colec tivo por mejo- to su grado 'cte verdad o de conocirrriento. No es extrafío, pucs, que sean
rar el conocimiento histórico y el empeno por afinar el método con el muchos los comentaristas que hayan aprobado o discutido ese examen
que los historiadores reconstruían el pasado. Por tanto, la particular que nos ofrece White y las consecuencias que de ello se deri-
fía se presentaba hasta hace bien poco tiempo como un examen cog- van. De entre todos los que se han acercado a su análisis formali sta nos
noscitivo, como una radiografia de los avances y de! saber acumulado inleresa detenemos en el juicio que ha merecido a los historiadores cul-
en cada una de las tradiciones y escuelas. Sin embargo, desde los anos turales. Y ello porque. posiblemente sean quienes se hayan pronunciado
setenta, distintos autores en diferentes áreas han ido socavando la cer- de manera más significativa dentro de la disciplina. i, Y por qué razón?
tidumbre dei saber acumulado y han centrado su examen en las con- Quizá el interés que de entrada les ha despertado se deba a que White
diciones retóricas que hacen posible la escritura de sus respectivas convierte precisamente la propia obra histórica en objeto de la histeria
disciplinas. Autores como Je rome Bruner, Kenneth Gergen, Donald cultural. No es ya que una matanza de gatos pueda ser analizada a partir
McCloskey o Clifford Geertz han tomado la obra académica como de un documento, no es sólo que unas palabras metafóricas de un perso-
producto de! lenguaje. De ese modo, la psicología, la economía o la naje secundario puedan ser examinadas: es que las formas de expresión y
ant.ropología son presentadas a través de la escritura y de las estrate- de enunciación de los propios historiadores podrán ser tomadas como otro
gias discursivas de quienes las practican. documento más para esntdiar, por la cultura dei siglo XIX o e!
De todos esos exámenes, quizá el más conocido entre nosotros sea mundo de las ideas decimonónico.
el tirulado El antropólogo como autor. En ese volumen, Geertz nos Pero lo podemos decir en otros términos. White haría con la
muestra la constitución de la escritura etnológica a panir dei modelo monografía académica lo que los historiadores culturales hacen t.am-

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historia sólo como una rama de la retórica, como un discurso próxi-
bién con los documentos, con los discursos y con los lenguajes del mo a la narración !iteraria y fictíci a. Más aún, para ciertos historia-
pasado. Para éste, la obra de Ranke era un documento, un discurso, dores White seria alao 0
así como un traidor que habría quebrado un
un lenguaje del pasado, un modo de describir el mundo externo y una tabú de la disciplina, e} de la frootera que separaria
manera de enunciar de acuerdo con una trama, la característica de la ria e invención. De hecho, la empresa acomettda por el norteamen-
comedia. Por eso no importaría si esos discursos, ya sean el de Ran- cano a lo largo de sus obras .habría sido la la descon_stru_cción de
ke analizado por White o el de Menocchio tratado por Ginzburg, se la disciplina, o mejor, de] proceso que llevo a su constJtucJón. _Para
corresponden con una realidad exterior. Lo decisivo para el historia- White la clave estaría en e! paso de lo sublime a lo bello, es dectr, de
dor norteamericano, contrariamente a lo que afirmara Ranke, no es si un acerca del destino humano sin control, desmedido Y pasio-
los hechos realmente ocunieron, sino qué sentido Jes dio cu ando los nal, a otro en que. la vida de los hombres queda sometiCla a explica-
integrá en un discurso. Planteado así, el asunto de la verdad sería ciones racionales, fijas y presuntamente científicas. Por eso, para_
secundaria, puesto que, se acepte o no la correspondencia del enun- la disciplinización es un proceso de desublimación. La presentacw_n
ciado con el mundo exterior, ai final es la materialidad misma del tex- de la his.toria de la historiografia en estos términos resulta extraordi-
to lo que perdura y aqueUo que ha de ser examinado. Esto provoca nariamente polémica y contraria ai equilíbrio. y a ra moderaci?n de
distintas reacciones críticas entre los historiadores culturales que hoy una corporación profesional que ya no se plantca, como Wlute, la
observao su disciplina, tal vez porque ven en dicha conclusión una recuperación de lo sublime histórico. Por eso mismo dos de sus auto-
paradójica consecuencia de sus propios modos de análisis, de la res preferidos son Michelet o Foucault, historiadores que se salen de
manera en cómo estudian los discursos del pasado. los cánones de contención disciplinaria.
Pero en el fondo, m ás aliá de estos cargos o reproches que se le
pudieran hacer, a White sele imputa con la con;ersión_de
LA OBRA IDSTÓRTCA COMO OBJETO CULTURAL la historia en instrumento puramente retónco. En ese senttdo,
mcjor y más tempranamente habría argumentado los
En general - aunque con alguna excepción-, todos los historiadores de Metahistoria sería Arnaldo Momigliano. Este lnstonador 1taltano,
culturales reconocen en la obra de White un estímulo para la práctica his- especialista en la Antigüedad, precisá en los anos Y en
toriográfica en la medida en que habría ensanchado el campo de estudios ochenta, poco antes de morir, los reproches que, su JUICJO,
y habóa obligado a reflexionar sobre las propías condiciones de escritu- hacer a While. Peter Burke, Roger Chartier y sobre todo Carlo Gmz-
ra, algo de lo que no siempre los investigadores serían conscientes. En burg lo mencionao expresamente y lo utilizan para combatir los
esos témúnos se han pronunciado cuando en los noventa, justamente la tos perversos que se .seguirían de Metahistoria. vez, el caso mas
década en que regresa y se agranda la influencia dei norteamericano, han conocido de oposición a los argumentos de White el Carlo
aludido a su obra pionera, a Metahistoria. Haciendo una evaluación de Ginzburo, en particular lo que dijera en un célebre art1culo t1tulado
la historia cultural e intelectual practicada en los Estados Unidos duran- «Unus t;stis», cuyos postulados reproducen básicamente los
te los aiios setenta -y que hoy forma parte de The kiss of Lamourette-, didos por Momigliano. t., Y cuáles eran éstos? En 1974, Y rec.Jen
Robert Darnton sefíalaba que la obra de Hayden White había removido publicada Metahistoria, Momigliano la. en un ensayo tltu-
los viejos modelos historiográficos y había puesto de manifiesto la natu- lado «El historicismo revisitado», trabaJO recop•lado ahora en Ensa-
raleza lingüística dei pensamiento en el pasado. Tarnbién Peter Burke yos de historiografia antigua y moderna. El historiador, decía el ita-
reconoce en Metahistoria un libro original, incluso brillante, como pode- liano, parte de los hechos dei pasado, unos hechos, sin
mos leer en la reseiía que el inglês publicara con motivo de la edición seleccionados, explicados y evaluados de acuerdo con cnten os_ o
brasileiía de! volumen de 1973. En parecidos términos se expresaba categorías dependientes dei investigador. Justamente por la dts-
Natalie Zemon Davis. Para ella, según la entrevista que le hiciera Maria ciplina histórica podría correr el riesgo de caer en el rel_atiVtsmo, en
Lúcia Pallares-Burke, el gran mérito de White habría sido advertir de qué la medida en que la observacíón se subordinaría a los dei
manera algunas de las figuras retóricas están presentes en la prosa de los observador. En efecto, la historia, Jejos de aportar un conoctmtento
historiadores. Hacemos sensibles a estas cosas, a la retórica, sería un objetivo, en el sentido antiguo que le diera el positivismo, pone en
excelente servicio por el que habría que estarle agradecido. juego Ia perspectiva del sujeto cognoscente. Éste p_unto clave d_e
Sin embargo, junto a estos reconocimientos de unos y otros, hay la posición de Momigliano: tenemos, pues, una dtsctplma extraord1-
un reprocbe comprutido, que es principalmente haber presentado ia
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nariamente complicada, como consecuencia de la cambiante expe- que las documentaba en ese tiempo grecorromano que tan bien cono-
riencia del agente clasificador - e! historiador-, que está él rnismo en cía. Pero además Je sirven en el texto para describir las diferentes tareas
la historia. Ahora bien, la solución correcta para Momigliano no se que la investigación histórica se propondría. Los historiadores persi-
hallaría en la respuesta dada por White. i,POr qué razón? Porque a su guen la verdad como los médicos bus"can la salud, pero el enfermo,
juicio este último baría depe!lder equivocadamente los hechos de las además de recobraria, necesita ser convencido y confiar en que e! gale-
figuras retóricas que los presentan. Para Momigliano, la retórica no no obra adecuadamente. En ese sentido, la enfennedad cs percibida,
plantea cuestiones de verdad, que es lo que preocupaba a Ranke y a pero a la vezes un dato objetivo, que no depende sólo dei rutificio y de!
sus sucesores, y lo que todavía nos preocupa a nosotros. Sobre todo poder de convicción. En términos análogos, la verdad de los historia-
- afiade-, la retórica no incluye técnicas para la in:vestigación de la dores es también percibida y por tanto depende de artifícios de presen-
verdad, que es lo que los historiadores ansían inventar. . tación, pero ai igual que aquélla debe tomarse como dn dato obj etivo,
Momigliano amplió estos argumentos en un artículo mucho más que no se supedita exclusivamente a lo retórico y que, por tanto, debe
célebre y que todos citan. Se trata de un ensayo aparecido a princí- resolverse en términos de correspondencia.
pios de los anos ochenta: «La retorica della St01ia e la storia de la Buena parte de estos argumentos, e incluso las analogías que
retorica: suí tropi di Hayden White». En ese texto, recogido en Sui empleara Momigliano, pasarán a la obra de Carlo Ginzburg. Quien
fondamenti della storia antica, le acusa amablemente de haber exclui- conozca la obra de este último apreciará las múltiples resonancias que
do la investigación sobre la verdad del conjunto de las tareas históJi- en ella hay de estos argumentos de su compatriota, sobre todo coando
cas. Más aún, Momigliano define la búsqueda de la verdad como la aborda el problema de la prueba en la historia y la relación que lenga
tarea fundamental. Por tanto, eliminaria tiene graves consecuencias. con la retórica. Lo que en este punto sostiene, sobre la base de lo sei'ia-
La principal es que la historia no seríá sjno otra fonna de literatura, lado por su colega y compatriota, es qúe la ·historia no se reduce a su
donde la realidad, lejos de ser un dato externo, es una construcción escritura, sino que, por el contrario, 'exige un depurado proceso de
del propio discurso. En este texto y en otros, el reprocbe es, pues, la pruebas que permitan sostener un enunciado frente a otro. Es decir, la
reducción de la disciplina a retórica, cosa deplorable para el italiano, aseveración dei historiador se corresponde con lo que le aportao los
pero a la vez cosa dada e inobjetable para el norteameticano. Como documentos y la experiencia y conocimientos adquiridos, de modo
buen helenista, Momigliano recupera esa relación de acuerdo con lo que pueda cambiar o modificarse su perspectiva si otro investigador
dicho en la antigüedad, y comprueba que el haUazgo de White es formula explicaciones o interpretaciones más acordes con las mismas
menos novedoso de lo que parece. En efecto, ya los griegos aprecia- fuentes o con otras que afíadan mayor información. Frente a Momi-
ron la pa1ie de retórica que había en la investigación en la medida en gliano, su discípulo hará de la retórica también un instrumento .de la
que los hecbos debían presentarse a un auditoria y, por tanto, el his- prueba, pero no en e! sentido de que las pruebas sólo sean artificio per-
toriador necesitaba ser un orador que pudiera seducir y convencer. suasivo, sino porque el arte retórico es técnica procesal y, por tanto, no
Ahora bien, como él mismo concluye, la retórica tenía una conse- esmera seducción. La visión de Ginzburg retomaría aquella tradición
cuencia ambivalente para los primeros historiadores, la consecuencia que, partiendo de Aristóteles y pasando por Quintiliano, desemboca
de la beiJa mentira, de la supeditaciÓn de los bechos a su presentación tempranamente en Lorenzo Valla y, más tarde, en Dom Mabillon. Pero
formal y a su efecto de convicción. Y esto, como dice Momigliano, habría otra vía. Si la historia fuera retórica en el sentido establecido
amenaza la integridad moral de esa búsqueda de la verdad que se por Cicerón, su propósito sería únicamente persuasivo, es decir, ten-
impone el historiador. . dría corno única meta convencer a un auditoria, a un destinatario. En
Por tanto, no es que rechace la parte de retórica que tenga nuestro ese sentido, la persuasión sería fruto de la eficacia lograda por los
oficio, sino que eso sólo seria un dato mínimo de la investigación. argumentos empleados, según admite Hayden White, y no necesaria-
Sobre este asunto se extcndió después en un célebre texto recogido en mente de la verdad que contuviesen.
su libro de J985 Tra storia e storicismo. Allí subraya que los historia- Pero estas críticas y el uso del legado de Momigliano no son
dores, a la maner.a de los retóricos, de los sofistas, de los oradores, exclusivos de Ginzburg, sino que se pueden observar también en la
recurren a licencias dei lenguaje y a fórmulas de! discurso. A su vez, posición crítica mantenida por Natalie Zemon Davis y por Roger
esos rnismos historiadores obrarían ai modo de los médicos, los cuales Chartier. Para la primera, según leemos en aquella entrevista conce-
investigao, observao los síntomas y diagnosticao con el propósito de dida a Pallares-Burke, la posición de White seria restrictiva porque se
sanar. Es evidente que Momigliano no inventaba estas analogías, sino habría limitado a analizar el género literario que los historiadores

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adoptan. En cambio, no habría advertido que las convenciones de la lingüístico y, con ese bagaje, averigua una a una no la verdad de los
prosa histórica permiten distinguir perfectamente cuándo un historia- enunciados sino la estrategia de su presentación y de su inserción en
dor ?a?la con segu?dad, cuándo duda y cuándo ofrece pontos de vis- discursos cerrados que cobran la forma y la materialidad dellibro, un
ta d1slmtos. Y particularmente lo que olvidaria White es el hecho de artefacto que se desúna a un mercado académico y cultural en e l que
la disciplina se erige no .sólo sobi·e el género !iteraria, sino tam- es recibido de acuerdo con expectativas e instrucciones.
bien sobre la prueba, en un sentido solidario y próximo, pues, al de Así, la historia que Burke, Chartier, Darnton, Davis o Ginzburg
su colega Carla Ginzburg. En el caso de Roaer Chartier en un céle- han practicado durante varias décadas ha ido socavando una a una las
de incluído en uno de los ;úmeros Storia della ideas recibidas sobre la cultura y sobre los modos y las prácticas de
dedtc? a la disconformidad con la posi- los sujetos históricos. Han ampliado cl número de 9bjetos posibles,
cwn del norteamencano es Igualmente evidente. Le reconoce su auda- ensanchando, pues, el campo de la cultura, rebasarido en definitiva
cia Y la falta de conocimiento que en Francia hay' de su obra, los límites de la alta cultura; han rescatado vidas anónimas y redes.,
pues Jamas se ha pera sus reparos son graves. Oponía a los acontecimientos aparentemente insignificantes y, por eUo
argumentos de Wh1te aguellos otros que defendieran también en los anos mtsmo, han replanteado la idea de lo que sea significativo, importan-
setenta Paul Veyne y Michel de Certeau. En ambos casos el estudio te; han propuesto métodos nuevos con que iluminar las conductas
la y del discurso histórico no impedia presen;ar la disci- por sistemas culturales y, por eso, han ensayado interpreta-
plina en de verdad, como una práctica científica productora Clones audaces sobre el comportamiento de nuestros antepasados;
de conoctmientos. i,POr qué razón? Porque, además de afirmar la han leído de manera distinta, sintomática, documentos viejos y nue-
naturaleza narrativa de la expresión histórica, la cientificidad postu- vos, y han utilizado otras fuentes, adaptando para ello un talanl:e her-
por apoyándose en De Ce1teau, depende de dos ancla- menéutico, sabedores de que e! acto. de lectura es un proceso creati-
Jes: la reahdad referencial, extema, con la que han de corresponder- vo e histórico que restituye o con5ere sentido al texto; han escrito sus
se los enunciados del historiador; y el repertorio de técnicas obras con una fuerte impronta antropológica, lo que Jes ha obligado
procedimientos y prácticas que someten y regulan las actividades a dar la voz a sus personajes, a dar significado a las palabras oscuras
pueda emprender el investigador. Por eso, concluía Chartier hacer de indivíduos más o menos remotos imaginando lo que debieron de
la historia de la historia es comprender cómo en cada del sentir, de pensar, aunque admitiendo a la vez la distancia infranquea-
los estudiosos usan esas diferentes técnicas para explicar ble que les separa de ellos y que hace imposible restituir el mundo
la reahdad externa, cosa que daría a sus discursos boneslidad y ob- pretérito; y, en fin, han narrado, han sido conscientes de los recursos
jetividad. retóricos de que se vale e l historiador para poner por escrito sus resul-
Estas palabras de Chartier así como las de sus colegas se han de tados y para transmitirias convincentemente, cosa que les ha oblíga-
entender como la respuesta que los historiadores culturales dan a los do a depurar el academicismo característico de tantos colegas, mirán-
retos dei giro lingüístico. No se trata de que ellos hayan desarrollado dose así en el espejo de la literatura.
una alte rnativa, ni de que se ocupen habitualmente de la teoría de Sin embargo, podríamos afíadir con White y con Can-ard, por ejem-
historia, ni de que la pregunta sobre la verdad sea la obsesión de sus plo, que poco nos dicen de sus obras como productos propiamente cul-
trabajos. Lo que ocurre es que, en determinado momento se ven abo- rurales, como· discursos que con el objeto de la verdad, de la çientifici-
cados a pronunciarse sobre los efectos de lo que ellos habían dad, persiguen - y logran frecuentemente- el aprecio y el aplauso de
contribuído a crear y que otros colegas, como Wnite, habían llevado sus lectores. Suelen ser los suyos libras que perduran. i,Por qué razón?
más Jejos al_ la obra histórica en objeto propio y privi- c.Por la verdad de sus enunciados? Lo cierto es que los volúmenes más
legiado de la htstona cultural. Chartier, por ejemplo,. emplea fre- afortunados de estos historiadores son textos que contienen una verdad
c?entemente los textos !iterarias y examina su producción y su recep- propiamente textual, un senlido que está dentro y que aproxima estéti-
CIÓn, la de! autor y el espacio de los destinatarios. i,Por qué ca a ética. Por eso, con estas rasgos, no es extrafío que muchos lecto-
razó? no 1ba a ser la obra histórica objeto de un mismo tratamiento? res Jes hayan asociado a lo que representa el giro lingüístico, y es esa
Precisamente, en una Jínea deudora de White, Philippe Carrard lleva ínvoluntaria o desmedida atribución la que explica y contextualiza la
a cabo afíos_después, en los noventa, un examen de la poética de la firmeza, la gravedad o la contundencia de su respuesta. De ese modo,
nueva htslona francesa, un estudio de las formas discursivas hasta lle- como ya hiciera Lawrence Stone, parece como si estuvieran constru-
gar a Charúer. Para hacerlo así, Can-ard admite estar próximo ai giro yendo un muro de contención con el que detener la deriva posmoder-

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na o escéptica en la que no fueron educados y de la que no quieren sen- formaban parte del repertorio habitual de la disciplina. Entre los ejem-
tirse responsables. No, no son trogloditas, como dijera Stone de sí mis- plos posibles estarían: el arte de la conservación y las buenas maneras
mo, pero tampoco están dispuestos a renunciar a las pocas certidum- de la dicción o la variedad de lo visto y no visto, que estudia Peter
bres de la profesión que ellos aún no han abatido y mucho menos a la Burke; y la lógica y las obligaciones dei regalo cn la Francia moder-
existencia de la verdad en la que fueron instruidos. Por eso, en los na. o la representación de la esclavitud en la pantalla grande y los
noventa no sólo se maoifiestan dei modo en que hemos visto, sino que modos de expresión de la poética cinematográfica y el discurso histó-
algunos definen nuevamente esa historia cultural, con el fin de delimi- rico, que trata Natalie Zemon Davis. Pero no sólo encóntraremos obje-
tar su territorio en relación con todo aquello que irrumpe en la bistoria tos nuevos o diferentes formas de abordarlos, sino también de presen-
de hoy. Aunque han sido varios los que intentaron esta refonnulación, tarlos. Así se aprecia, por ejemplo, en la audacia retóric&, propiarnente
sin duda es Peter Burke quien más ha insistido. Desde 1991 a 1997 son !iteraria, de Robert Damton, que en uno de sus últimos 'tibros alude a
varias las ocasiones en que se ha referido a la bistoria cultural, a su uni- la célebre dentadura postiza de George Washington como metáfora
dad y a su variedad, buscando los antecedentes, dándose una genealo- dei Setecientos. Las prótesis dentales del primer presidente (de made-
gía, mostrando a los precursores y marcando los campos en que se ra, de marfil), la novedad que suponían, Ie sirven para hacer hincapié
podría trabajar: hablamos, en particular, de dos libras muy conocidos, en las contradicciones de la Ilustración y en sus dificultades, en e!
Formas de hacer historia, cuya versión original con el título de Ne1-v ·avance médico y en las pequenas miserias del gran hombre. Ahora
Perspectives on Historical Writing apareció en 1991; y hablamos de bien, quizá uno de los ejemplos más significativos de esta his-
Formas de historia cultural, editado en inglés en 1997, sin olvidar toriográfica lo podamos hallar en a!gunos de los últimos volúmenes de
otros artículos sobre el mismo asunto. · Carlo Ginzburg. Los objetos tratados, Ia presentación, pero sobre todo
Sin embargo, esos de contencíón, evidentes no sólo en la estructura compositiva son audaces. Lo curioso, como hemos visto,
Burke, sino también en Chartier o en Ginzburg, no han modificado en es que hablamos de un autor que ha sido uno de los ctíticos más acer-
lo más mínimo su osadfa intelectual. Sabedores de los efectos que sus bos dei giro lingüístico. De todos los volúmenes posibles, propondre-
respectivas obras han provocado, rompiendo las evidencias de la his- mos el más extremo, el que en italiano apareció con el título de
toriografía tradicional, han intentado frenar las consecuencias de lo Occhiacci di legno inaugurando en 1998 una nueva colección de Fel-
hecho. Así se ha e! pro pio Peter Burke, justamente cuando trinelli denominada precisamente «Culture».
anos después ha regresado a Formas de hacer historia con el fin de
actualizarlo para su reedición. Allí, afiade un juicio acerca de los
posibles excesos que habría cometido la nueva hist01ia a la que él GÉNEROS CONFUSOS
mismo se adscribe y se pregunta si no habrían ido demasiado lejos
sus representantes y si la multiplicación de objetos y de enfoques, Imaginemos a un curioso, a un ávido lector deambulando entre las
particularmente la microhistoria, no estaria produciendo un efecto novedades de una librería. No seria extraõo que viera removido su
perverso sobre la disciplina. Sin embargo, esos reparos, esos remor- interés si, ai hurgar entre los anaqueles en los que se yuxtaponen y
dimientos propiarhente generacionales, y en última instancia la defen- multiplican el número de los libros, reparara en un título ambi!!Uo .e
sa dei contenido medular la histeria (los hechos, el método, la inaudito como es el de Ojazos de madera. Nueve reflexiones sobre.la
verdad, etcétera), no han supuesto obstáculo para que su propia expe- distancia, un título que alude a Pinocho, el célebre personaje litera-
rimentación haya continuado. Si repasáramos lo que estos historia- rio de Carlo Collodi. Colocado entre los volúmenes catalogados
dores cu Itu rales han publicado en la última década, adve1tiríamos que como de «no ficción», el curioso no acertaria a entender el objeto y
los asuntos abordados, los tratamíentos y la composición 'continúan su razón. Quizá el subtítulo, quizá la contracubierta, quizá el índice,
siendo atrevidos e innovadores en muchos casos. Por tanto, en reali- Ie permitieran averiguar que, en efecto, no es un libra común, que es
dad no son trogloditas, por repetido cem Stone, y cuando se guiere una obra difícil de clasificar, una obra que exige de los libreros ima-
mostrar un libro de histeria que, además de proporcionar conoci- ginación, competencia y experiencia para poder identificaria y eti-
miento significativo, sea atractívo y osado, entonces continuamos quetaria. Para unos, formaria parte de la sección de historia, pues
acudiendo a ellos y no a sus críticos. reconocerían en Carlo Ginzburg a un autor distinguido de esa disci-
En los últimos afios vemos cómo amplían aún más sus objetos, tra- plina; otros lo incluirían en la de antropologia, dado que su tema, el
tando temas que no habían abordado ellos mismos o que ni siquiera de la distancia, parece aludir ai problema de la comunicación entre

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culturas y ai de la comprensión del otro; y, en fin, habría quien lo sobre la coherencia dei volumen, quizá aún le pueda parecer de difí-
tomaria por un texto de estética, atendiendo a algunos de los concep- cil acomodo que temas tan diferentes permitan ser encajados dentro
tos clave que allí se tratan, propios de la crítica !iteraria o del arte. de ese hilo conductor. No obstante, esta fonna de operar no es nueva
Probablemente -concluiria el librero avispado-, la mejor solución en Carlo Ginzburg -ni en los restantes historiadores mencionados,
fuera depositarlo en ese apartado inespecífico que denominamos aunque sea en este autor en quien esa licencia compositiva y retórica
ensayo y que recoge aquellos volúmenes incómodos y variopintos alcance quizá su grado mayor. Algo semejante ocmTía con su libra
que rebasan los límites de las distintas disciplinas, aquellos volúme- Mitos, emblemas, indícios, en donde, pese a tratarse de piezas suei-
nes ambíguos que interpelan a especialistas de diversos géneros. tas, el investigador italiano nos indícaba muy sucintamente sobre su
Mayor razón para esta conclusión si, además, ese tibrero averigua congruencia: la de la rn01fología en la hist01ia. Tal y c9mo la enten-
que Ia traducción ai castellano viene precedida por el dato trivial pera día entonces, y como reaparece en Ojazos, la morfología se refiere a
incontestable de haber sido una obra galardonada en ltalia con dos los ·parentescos de farnilia -ai modo de Wittgenstein o de Propp- que
célebres premios literarios en el apartado de ensayo. el observador percibe entre formas culturales distantes o diferentes.
Como se sabe, este género permite un tratarniento más libre de cier- Por consiguiente, objetos diversos pueden tener una coherencia
tos temas y objetos de conocim.iento, tanto por ser variados los refe- secreta y se puede descobrir en ellos una conexión entre fuentes his-
rentes que se emplean, procedentes de disciplinas diversas, como por tóricas alejadas unas de otras. Por eso, tanto en és te como en sus otros
dejar el ensayista su impronta, una marca de subjetividad, que hace volúmenes, los itinerarios que emprende son milenarios y, como él
manifiesta de una manera explícita, sin cancelar su yo o ai menos su mismo nos advierte, «el camino que voy a seguir (será) aceptable-
expresión transfigurada. Sin embargo, la peculiaridad de este libro, el mente tortuoso». Un camino que puede llevar, por ejemplo, desde
dato que lo hace un ensayo peculiar -como sucede con otros de] pro- Cicerón hasta Feyerabend o desde e l Marco Aurelio al crí-
pio autor-, es la heterogeneidad de los asuntos tratados y la sutil cohe- tico ruso Victor Sklovski, «un camino fatigoso que requerirá cantidad
rencia retrospectiva que los hilvana. En realidad, el volumen es una de idas y venidas espaciales y temporales».
recopilación de artículos, en la· línea de lo que es habitual entre estas Lo que abruma en Ginzburg es el despliegue de su exlTaordinaria
historiadores. De esos te:\'tos reunidos, tres son inéditos, escritos entre erudición, las copiosas, las torrenciales referendas que parecen bro-
1991 y 1996, y tratao objetos tan dispares como los mitos, los símbo- tar simultánearnente y en competencia para hacerse on hueco en el
los, las imágenes, la iconografia cristiana o conceptos tales como los de relato; lo que deslumbra es ese continuo y desordenado vaivén que
extraíiam.iento o estilo. Cada uno de esos artículos, que a su vez son hace obligatoria la tutela de un lector admirado y fatigado, un lector
ensayos breves, nos muestra trozos de sí mismo, costurones que el que precisa la guía y la mano firme de un autor que sabe dónde lo
autor se ha arrancado tiempo atrás y que ahora ha puesto en relación. quiere llevar. És ta, que es la mejor. virtud de Ginzburg, es también el
La vecindad que les da en este volumen es la de participar todos ellos motivo principal de los reproches frecuentes que se Je dirigen. En
dei problema de la distancia, de la dificultad y necesidad del extrafia- efecto, coando el lector se aventura en uno de sus ensayos no sabe
miento. Es decir - y ésta podría ser la tesis subyacente del libr<r-, en cuál es el objeto auténtico de la obra, porque, pese a su enunciado
cada uno de nosotros hay un forastero que se siente incómodo dentro explícito -la distancia cultural, por ejemplo-, detrás siempre hay una
de su propia identidad, un Pinocho que nos mira sin entender o un meta implícita, un objeto esc'ondido que justifica ese itineratio tor-
Pinocho al que miramos sin adivinar sus intenciones o su zozobra. Si tuoso que el autor ha trazado a partir de los atisbos que va hallando y
el otro está dentro de nosotros, ai extrafio, al diferente o al distante, que a modo de seiíales !e penniten ir avanzando. Y así, por ejemplo,
habrá que entenderlo como el traslado de esa parte oscura de uno mis- Feyerabend, el célebre filósofo de la ciencia que se autoproclamara
mo. En un autor como Ginzburg, que ha Jeído con fruición y con apro- anarquista y contrario a las verdades instituídas autoritariamente por
vechamiento a Mijaíl Bajtin, no ha de extrafiarnos semejante posición; el saber institucional, aparece en el capítulo dedicado ai estilo estéti-
en un historiador que ha frecuentado a Freud como referente c inspira- co. qué fines? (.Por sus declaraciones a propósito de la incon-
dor de su perspectivà, no ha de sorprendernos que acepte como propia mensurabilidad de las obras? En realidad, Feyerabend es evocado,
la tesis de «lo siniestro» que anida en nuestro interior. analizado y finalmente denunciado por sus lamentables, por sus tíbias
Sin embargo, esa formulación explícita que nosotros detallamos afirmaciones, por sus olvidas y por no asumir en la vejez, en la auto-
es la expresión de una tesis implícita que hay en Ginzburg, algo que biografia que escribiera poco antes de mo1ir, su responsabilidad
él no aclara Justamente por eso, quizá allector aún Je queden dudas como oficial dei ejército del Tercer Reich. (.Cuál sería el objeto

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escondido de esa alusión de Ginzburg? No lo es Feyerabend propia- Los ojazos de madera son los de un mufíeco en fase de creación,
mente, ni tampoco el concepto de estilo, que es el asunto explícito del que después, ai final, será humano; los ojos que provocao la desazón
ensayo, sino el paradigma relativista o el escepticismo epistemológi- y la extrafieza en su autor, en Gepeno. El carpintero se siente incó-
co que, como él ha destacado en otras ocasiones, nos deja desprote- modo ante la mirada de un extrafío, un extraiio que él está fabrican-
gidos frente a la negación de! Holocausto y de Ia verdad histórica. Es do a su imagen y semejanza, que tiene una vida propia que él no le
decir, de nuevo Ia crítica implícita ai giro lingüístico y la defensa tam- ha dado. Desde este punto de vista, la frase de Gepetto puede ser
bién implícita de lo que él cree que son las regias básicas de La histo- tomada, en efecto, como una alusión metafórica del extraiiamiento,
riografia, pero de nuevo también empleando la forma dei ensayo de la distancia que nos separa a los humanos, de los atributos que nos
antiacadérnico. Con cllo, reivindica la concepcióo tra'd icional de la hacen diferentes. El carpintero sería, en este caso, comQ aquel histo-
investigación utilizando, sin embargo, una fótmula innovadora, una riador que solicitado por un extrafío emprendiera con' esfuerzo la
que bien podríamos describir como propia de los géneros confusos, comprensíón empática del otro. A la vez, si miramos como Pínocho,
por emplear la expresión de Geertz. lo haremos sin dar nada por sentado, como un salvaje, como un nino,
Llegados a este punto, ellector puede preguntarse de qué asunto tra- con una · mirada nueva, ingenua, examinando «la sociedad con ojos
ta realmente Ginzburg en esta obra, un interrogante que también podría distanciados, extranados, críticos», que es a lo que Ginzburg parece
plantearse para algunos de los libros más osados de sus colegas. La aspirar explícítamente. ;,No será ésta una defensa dei historiador ino-
respuesta, ahora y en los libros anteriores del italiano, es siempre la mis- cente? ;,Pero es posible hacer esta apologia implicitamente rousseau-
ma. Hay distintos objetos yuxtapuestos, asociados, subordinados, trata- niana en alguien que es poseedor de una mirada culturalmente satu-
dos con suficiente aparato documental y, a la vez, con medida ambi- rada y de la que no podría predícarse la ingenuidad? es que, acaso,
güedad y estudiada imprecisión. En realidad, si todo gran autor tiene esa cultura errática y universal de la que es portador -aquello que
una única obra cuya urdimbre va tejiendo con los hilos de sus cliversos mejor define su linaje hebreo- es precisamente lo que le faculta para
trabajos, en el caso de estos historiadores, y de Ginzburg en particular, comprender la ingenuidad y lo extrafio? Más aún, no sabemos si éste,
eso también se hace evidente. Esos objetos yuxtapuestos, esos temas y el de la inocencia, es el sentido real de la metáfora, si resume el obje-
las preocupaciones que le mueven, son recorrentes y varían de acuerdo to explícito y escondido dei libro. Duefío de un significante podero-
con e! énfasis que ,pone en cada momento o de acuerdo con los modos so, seiíor de la connotación, el historiador Carlo Ginzburg no se pro-
de presentación. Por eso rnismo, por lo general, las obras de Ginzburg nuncia y al no pronunciarse sobre su obra, ai no aclarar el sentido que
y de sus colegas ni se modifican ni se corrigen rú se actualizan, dado que le atribuye, se comporta como un autor.
son ensayos cerrados en donde el autor h a arrancado una parte de sí mis- Este ejemplo final, e! de un libro que rompe con estridencia el
mo y la ha volcado en la escritora. Son retratos de cada una de las épo- esquema previsible de la monografía académica, puede ser invocado
cas dei propio autor y no consienten retoques. Una prueba febaciente de como muestra de que aquel muro protector que Ginzburg y sus cole-
esto último, pero también de los otros rasgos con los que hemos descri- gas quisieron levantar frente al giro lingüístico quizá no haya sido
to esta obra y a su autor, es el título dei·libro, un título connotativo, de suficiente y que, por diversas razones, no han podido contener lo que
consecuencias varias y que no cumple sólo una función ornamental. ellos mismos han provocado y siguen provocando por objeto, por tra-
A pesar de todo, a pesar de los indícios que ya hemos dado, Ojazos de tamiento y por composición. De hecho, aquel catálogo de temas que
madera no deja de ser un rótUlo sorprendente, oscuro, ambíguo, como detallábamos a! inicio de este ensayo mostraría el triunfo de un giro
lo pueda ser el George Washington 's False Teeth, de Robert Damton, al cultural y revelaría, sin más, la dificultad actual de establecer jerar-
que antes aludíamos. Así pues, Ginzburg toma como título las prímeras quías y relevancias. En aquella retahíla faltaba algo que ahora vemos
palabras que Gepetto le dirige a su mufieco de madera cuando observa con claridad: la conversión de la propia disciplina en objeto cultural,
que los ojos que le acaba de tallar se mueven y le rniran. Pero sen- la adopción de la obra histórica como Jenguaje, como texto, como
tido tiene utilizar a pinocho? Si la propia figura del mufíeco ha sido construcción, como discurso. La may0r parte de los historiadores han
objeto de innumerables interpretaciones, la referencia !iteraria de la que pretendido acceder directamente a los hechos dei pasado como si
Ginzburg se apropia también entrafiaría ambigüedad e incluso un con- és tos vinieran dados de antemano. Han pretendido también asociar su
flícto de interpretaciones. El propio histotiador deja sin aclarar el senti- examen al modelo científico, como si nada tuviera que ver con la lite-
do que quepa atribuirle y sólo por inferencia contextual puede el lector ratura, con el estilo o con la retórica. Han crcído igt1almente que el
conjeturar su significado metafótico. saber dependfa de la conespondencia de sus enunciados con respec-

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to a los documentos que los avalarían, como si la interpretación estu- vn
viera también dada en las fuentes. Sin embargo, con la historia cul-
tural los historiadores pierden la inocencia y se ven enfrentados no
só lo a objetos varios o extrafios o incluso ·inauditos, sino a su propia
construcción, al artifício inevítable con que operan y ai elemento ELÁLBUM
compositivo con que tratao sus asuntos. O dicho en palabras de
Donald R. Kelley, el giro cultural obliga a los investigadores a mos-
trar una conciencia más crítica del sentido de su trabajo, puesto que
3\lS asuntos no sólo son someridos a escrutínio, sino que también se
examinao las condiciones de su propía obra y de su oficio. Ambos
aspectos están también por supuesto construidos culturalmente, y
aunque esto pueda Jlevar, concluye Kelley, a una especie de relativis-
mo detestable para los historiadores de las viejas escuelas, lo positi-
vo será lograr una mayor autoconciencia crítica. Y este cambio ya no
sólo afecta a nuestra disciplina, sino que es rasgo de época, elemen- .
to transversal de las ciencias sociales y humanas de hoy. Una impresión errónea dei recorrido que hemos hecho seria la de
Por eso mismo, si en 1989 Lynn Hunt había titulado su pensar que el mundo en que han crecido y madurado los historiadores
ción con el epígrafe de New Cultural diez anos después, en culturales es un espacio en el que habitan y coinciden, una ecúmene glo-
la misma colección el volumen que lo actualizaría se encabezaba con bal que no dejaría capacidad para el asombro por ser ya todo conocido
el rótulo de Beyond The Cultural Turn. Más aún, el epílogo de ese para todos. Por el contrario, el mundo en que nacieron estos investiga-
volumen se le cedía a Hyden cuyo diagnóstico era diáfano ai dores era el de las tradiciones nacionales e historiográficas diferentes y
sefialar el culturalismo como rasgo dominante del análisis presente. bien arraigadas. Andando el tiempo, aquello que lo ha sustituido es una
En las ciencias sociales, pero también en las humanidades, ese cultu- aldea global aparente en la que ya todo sería homogéneo y, por eso, en
ralismo supondría una relativización de las pretensiones cientificistas cualquier lugar podrían coincidir historiadores de diferentes proceden-
heredadas del Ochocientos, dei positivismo, e implicaría un cuestio- cias y de vivencias muy particulares. Sin embargo, esa presunta aldea
namiento radical de todos aquellos saberes que pretendeo tener un global en realidad es un mundo hecho pedazos, por decirlo con
acceso directo a la realidad. Al adoptarse una perspectiva interpreta- Geertz, en et que se apreciao desde hace décadas e! desorden, la vane-
tiva, el culturalismo exige revelar el sistema que da soporte a la per- dad, la diferencia y la pluralidad interculturales e intraculturales, «una
cepción, y obliga a mostrar los marcos con que se enfrenta el mundo, era de enredos dispersos», apostilla ese autor en sus Rejlexiones antro-
el enfoque con que se construye dicha realidad (se sepa o no). Es p6logicas. Vivimos, aõade, en un espacio sin estabilidad ni coherencia
decir, estamos hablando dei punto de vista de! algo que globales, y ello no tiene reparación. Por eso, no es posible ni deseable
no se mostraba en las ciencias inspiradas en el positivismo. Y si la supeditación de los indivíduos a los atributos que los atan real o pre-
hablamos de la perspectiva dei investigador no nos referimos sólo a suntamente a la comunidad de pertenencia; por eso, Burke, Ginzburg,
su condicionante social o a su contexto histórico o a su pertenencia a Chartier, Damton o Davis no pueden definirse exclusivamente como
una detenninada cultura, sino también ai conjunto de esquemas per- historiadores culturales ni como historiadores franceses, americanos,
ceptivos propios y heredados, visibles o invisibles, que le hacen mirar ingleses o .italianos. Hacerlo así es simplificarlos, en la medida en que
y designar la realidad de determinada manera. · los unificaríamos y los reuniríamos bajo un exclusivo perfil, en la medi-
da en que los haríamos siempre copartícipes voluntarios o involuntarios
de unos mismos lazos, unos rasgos predefinidos que ocultarían la diver-
sidad, unos rasgos primarias irrevocables que impedirían la diferencia
que se da entre ellos. Además, los indivíduos tienen
des e incluso identidades en conflicto, identidades en hza y de difiCil
acomodo interior; los indivíduos crecen, madurao y se socialízan aco-

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giéndose a numerosas definiciones de sí mismos que se suceden o que testar de forma más idónea. Al inicio de estas páginas, y en el propio
se expresan simultáneamente. título del volumen, hemos presentado e! destino que nos fijábamos, el
Por eso, estas conexiones transnacionales que hemos presentado, objeto que perseguíamos, la historia cultural. Pues bien, ése es el único
esas pinceladas de culturas, gentes y lugares, por decido a la manera de aspecto sobre el que no puede cabemos duda, pero todo lo que lo rodea
Ulf Hanners, son sólo unos pocos indícios de vidas plurales que se des- está sujeto a· discusión. Cuando alguien escoge un lugar al que despla-
pliegan en un mundo hecho pedazos. Los hemos ahonnado por necesida- zarse no ha concluído su tarea, sino que más bien la comienza. Desde el
des expositivas, ofrecíendo una rejilla de coincidencias, unos espacios momento en que desplegamos el mapa y observamos los trazados,
comunes que justificadamente son los lugares en los que están en el advertimos la necesidad de elegir, preferir una ruta a otras igualmente
momento adecuado. Decía Hanners que una parte de la realidad contem- posibles. Además, inmediatamente convenimos en gue toda elección
porânea se define de acuerdo con el papel cultural de las ciudades mun- comporta una pérdida irreparable. Así, sujetos como estamos a toda
diales. lA quê se refería con esto? A aquellas urbes que .son lugares en sí suerte de restricciones, a la economía dei tiempo y del espacio, optare-
mismas y también nudos en los sistemas de redes, de modo que combi- mos por visitar unos lugares sacrificando otros. De ese modo, habrá
nao lo local y lo transnacional por los múltiples vínculos que crean. l Qué ausencias que a un viajero distinto le resultarían injustificables, ausen-
ejemplos propone? Los deNueva York, Londres o Paris, que no sólo son cias dentro y fuera dei recorrido selecdonado. Por eso, .cuando alguien
manifestaciones de lo americano, britânico o francês, sino que en su inte- vuelve al hogar después de.un fatigoso transito, y empieza a disponer en
rior se cruzan y se condensan múltiples influencias interculturales e intra- el álbum las instantáneas que ha tomado, advierte qué destinos miró con
culturales. A ellas acuden los principales magnates de la empresa; a ellas demora y cuáles simplemente atisbó. Asimismo, cuando muestra esas
afluyen personas procedentes dei Tercer Mundo, de las ex colonias que fotografias a sus amigos y familiares, es habitual que se le pregunte por
envían a sus bijos a la antigua metrópoli o a la gran ciudad que se presenta este o aquel lugar que olvidó visitar o por aquellos parajes que delibe-
como promesa; a ellas llegan un si.nfin de turistas, convocados por sus radamente excluyó de su recotTido. (,Se !e puede culpar por ello?
atractivos, por el conocimiento previo que se tiene de su pasado o de su Si aceptamos esta analogía, también nosotros habríamos excluído
arquitectura; y a ellas peregrinao las personas influyentes o relevantes del destinos posibles, lugares que expresamente no quis.i mos frecuentar.
ámbito cultural. Es frecuente, dice Hanners, que estos últimos se acerquen A lo largo de nuestra exposición hemos mencionado muchos nombres
atraídos por las oportunidades fonnativas de estos centros y puede que se y hemos destacado la presencia ·de ciertos historiadores, filósofos o
asienten inde:finida:mente o quizá sólo permanezcan durante un tiempo. antropólogos que hemos considerado detenninantes para poder dotar de
lEn qué medida, por ejemplo, el Princeton o el París de estos histo- sentido al viaje emprendido. Y, sin embargo, en el propio recorrido
riadores responde a ese esquema de centros culturales? Dentro de la redu- había seiiales y reclamos que hemos dejado pasar voluntariamente a
cida comunidad académica y en el contexto de lo que podemos denominar pesar de:su importancia. (,Acaso no merecían una breve ojeada autores
historia cultural, los consideramos como tales, muestras sobresalientes de como Aby Warburg, Ernst Gombrich o Erwin Panofsky? lAcaso Ginz-
esos polos de atracción en los que se mezcla la tradición y las . burg o Burke no han reconocido la deuda intelectual que contrajeron
influencias transnacionales. Además, tales lugares, sirven para conectar- con ellos? Si hubiérdmos incluído esos nombres, wor qué no hacer lo
los, para conectar a esos historiadores entre sí; son el origen de una comu- mismo con Vladimir Propp, con John G. A Pocock, con Keith Thomas,
nicación que se con el tiempo, al funcionar COIIJ.O nódulos de con Peter Gay, con Paul Ricoeur, con Veyne, con Dominick LaCa-
una red invisible por la que circulan la información, la influencia y el pro- pra, con Georg Mosse, con George l ggers y con otros que como ellos
pio poder académico. Sin embargo, Princeton y París .no son suficientes han nutrido de alguna forma los contenidos de la historia cultural? Pero
para entenderlos ni son los únicos nudos de esa red ni son las únicas aulas éste no es el único sacrificio. Es cierto que en contrapartida nos hemos
de colegio invisible. Tampoco basta con mencionar la presencia deLe detenido aquí y allá, que hemos podido apreciar los rasgos de determi-
Goff, de Foucault, de Stone, de Geertz o de White, entre otros, porque a nado concepto, autor, coniente o perspectiva, pero tampoco lo hemos
estos autores o referentes de quienes se nutren y con quienes se miden o hecho con detalle. i.. Cuánto no se podría haber dicho sobre el término
polemizao habría que aiíadir, en una genealogía individual que no todos cultura y sobre los distintos calificativos que lo acompafian, así como
compartirían, otros colegas o pensadores. sobre E. P. Thompson, Raymond Williams, Michel Foucault, Norbert
Aun asi, con todas estas prevenciones, la pregunta continúa sin res- Elias o Hayden White, pero también sobre Annales, la historia de las
puesta: (,es nuestro recorrido el adecuado? Quizá esa metáfora del via- mentalidades, la historia social británica, la historía intelectual anglosa-
je que h emos utilizado recurrentemente pueda servimos ahora para con- jona, la historia conceptual alemana, los estudios culturales o la antro-

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pología interpretativa? Tanto que cada una de éstas y otras citas mere- catastro y de los registl'OS de préstamos, violencias que pretendían aca-
ceria, y así se ha hecho en ocasiones, un volumen íntegro. bar con la propiedad monopolista de la tierra por parte de terrate-
Pero hay además una segunda ausencia, externa en este caso. Cual- nientes con el fin de proceder a su redistribución mediante comités cam-
quier viajero, y el historiador lo es a su mapera, lo çomprenderá a la per- pesinos. La importancia de ese para el grupo de Guh_a
fección. Cuando la distancia entre el punto de partida y e l destino es resulta evidente en la medida en que sus d1scustones se centraban preci-
grande y cuando la geografia está llena de reclamos y accidentes, enton- samente en la búsqueda de un nuevo modelo historiográfico que aten-
ces la tarea más delicada consiste nuevamente en escoger y, en su rever- diera a lo que ellos consideraban la centralidad de los subordina-
so, en sacrificar. Ciertamente, una elección no es el resultado de una deli- dos, algo que esa revuelta les había recordado de mtensa. .
beración aleatoria. y tampoco nosotros hemos trazado el reconido de En ei camino que Guha y sus compafíeros emprendJefOJ1 hubo diver-
este modo. Lo he mos hecho creyendo que esos nombres y esas ciudades, sas fuentes de Ias que bcbieron abundantemente y situaciohes coyuntu-
esas conexiones transnacionales, eran más relevantes para nuestro fin ralcs que les ayudaron. En este último sent!do es evidente que la fuerza
que otros igualmente plausibles. Sin embargo, habrá quien se sienta insa- que adquiriria su discurso era impensable sm tener en cuenta el acceso a
tisfecho, quien crea que su conocimiento o su práctica de la histeria cul- la docencia universitaria de refugiados o hijos de inrnigrantes proceden-
tural no coinciden con la que aquí hemos presentado. Y puede que esté tes de las antiguas colonias dei Imperio británico. Pero referente a
en lo cierto, como lo estatia _q uien para desplazarse entre dos puntos pre- nosotros nos interesa destacar, ai margen de la emergencta de los proptos
tiriera un carnino más alejado u otro más tortuoso, porque con esa dis- estudios cuiturales británicos en tomo al conocido centro de Bimúng-
tinta selección podría contemplar diferentes lugares y conocer a otras ham, a1 que dedicamos algunas páginas, se lo proporcioná el cambi? que
personas. No podemos presentar aquí esos mundos posibles y mucho por e ntonces experimentaba la en la
menos detenemos en su configuración. Quizá el más importante sea el denominada historia popular o histona abaJO, en parttcular los
progreso experimentado pbr la historia de! género, muy relacionada en estudios de E. P. Thompson y todo lo que significaban: una cultura popu-
muchos sentidos con la histeria cultural y que tiene precisamente en N ata- lar rica y autônoma, una economía moral que guiaba las acciones de los
lie Zemon Davis a una de sus pioneras. Pero hay un par de campos que grupos subalternos, etcétera. Todo ello en el texto de! desencanto pro-
no nos resistimos a dejar de lado, ai menos como destinos no visitados. ducido por el comunismo estalinista y la necestdad de buscar en el pasa-
La descripción que ahora hacemos es sólo un breve apunte cartográfico do alternativas radicales olvidadas por la historia tradicional.
que, desde luego, no se confunde con el territorio. Ahora bien, esa perspectiva quedaria incompleta si no afiadiéramos
EJ primer ejemplo nos devuelve, después de muchas páginas, a los e] otro referente que acabó por perfilar lo que serian_ esos Subaltern
estudios culturales, pero en este caso para simplemente atisbar a un nutri- Studies. Nos referimos a la influencia de Edward Sa1d, sobre todo a
do y conocido grupo de historiadores que se enmarca dentro de los deno- partir de la publicación de Orientalismo en 1978. Como se sabe, lo que
minados estudios subalternos o poscoloniales. Y éste no es un asunto este pensador se propuso desde el primer m omento fue
baladí. Son numerosos los que considerao que estas prácticas, junto con diversas formas textuales mediante las cuales Europa prodUJO y codifi-
las del estudio dei género, han sido las transformaciones m ás profundas cá un saber sobre «Oriente». Es decir, trató de mostramos cómo las
que habría experimentado la historiografia desde los afjos sesenta. Por lo potencias coloniales penetraron en el otro y examinaron su cultura, lo
que a e llos respecta y simplificando ai máximo, podría decirse que el ori- cual les permitió producir diversos discursos (históricos, arque?lógi-
gen de este grupo se remonta a fines de los setenta, a partir de las reu-: cos, sociológicos, etnológicos, orientales en con los que
niones que unos cuantos jóvenes historiadores asiáticos mantuvieron en porarlo a su propia (y universal) narrativa. Pues bter:_, fue el de
tomo a la figura de Ranajit Guha, por entonces profesor de la Universi- Said lo que perrnitió que historiadores como Guha o Dtpes_h
dad de Sussex. El g rupo debió de ser bastante heterogéneo, pero com- Chakrabarty y antropólogos como Partha ChattefJee, a los que habna
partia a lgunas cosas, entre e!Jas su adscripción marxista y una cierta sen- que ai'íadir intelectuales como Horni Bhabha o Gayatri Spivak, se_cues-
sibilidad revolucionaria nacída de los sucesos dei 68, aunque no del tionaran su manera de proceder e incluso la de los programas anttcolo-
europeo, sino del oriental, el del movimiento maoísta Naxalbarri. Ese nialistas que por entonces imperaban. Ellos q.ue todos deja-
nombre hace referenda a una localidad situada en el disttito de Drujee- ban de lado la reflexión sobre el estatus ep1stemologtco de lo que
ling, en Bengala Occidental, zona en la que nació el propio Guha y en la decían y la razón estaba en que la modernidad había creado una
que se produjeron diversos disturbios en 1967. En realidad, se trataba de mática totalizante heredera del imaginalio colonial. La consecuencta
una serie de ocupaciones de ti erras, así como la quema de los archívos del más evidente estaba en que incluso las historiografias no occidentales

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acababan asumiendo ese modelo dominante en el que, por ejemplo, la políticas. De hecho, como ha sefialado Jordi Canal, esa reflexión ha de
independencia de la India no sólo se presentaba erróneamente como entenderse en el contexto de la nueva histeria política. En cualquier caso,
obra exclusiva de sus elites, sino que éstas, encarnadas en personajes ellibro se confeccionó dando cabida a tres perspectivas distintas. Por un
como Gandhi o Nehru, cumplían un papel redentor (dentro de una éti- lado, la descripción que determinados historiadores hacían de su propia
ca universal) tras la traición de lbs colonizadores. trayectoria, de cómo habrfan llegado a preocuparse por la cultura, bajo la
Estas ideas e influencias, y otrdS en las que no podemos detenernos especie de una égohistoria, según la célebre categoria usada por Pierre
en este momento'(la denominada filosofia posmoderoa., por ejemplo, y Nora. En segundo lugar, el volumen mostraba cómo se habría dado la
sobre todo la influencia de Denida en Spivak, así como la de Foucault en renovación historiográ:fica en cada uno de los períodos cronológicos
el pmpio Said), son las que han marcado esta otra trayectória cultural que convencionales, ia Edad Media, la Moderna, la ContemporáQea, el tiem-
está presente en muchas historiogra:ffas no europeas, ya sean la austra- po presente. Finalmente, este libro presentaba aquellos campüs de inves-
liana o la latinoamericana. Aunque paradójicamente, o quizá no tanto, los tigación en los que esa hi.storia cultural habría sido más ftuctífera. Con
referentes a utilizar o a impugnar confirmao el recorrido que nosotros esta estructura, la obra mantenía una gran homogeneidad en sus plan-
hemos escogido. Veamos sino, a modo de ejemplo, uno de los textos más teamientos y en sus influencias. Así, la tradición annalista y la de la his-
conocidos de Dipesh Chakrabarty, el que lleva por título <<La poscolo- teria de las mentalidades se citaban con profusión como éJ origen de la
nialidad y el artilugio de la historia>>. En ese texto, tras denunciar que renovación cultural, d.ándole un tono marcadamente francés. Sin embar-
Europa continúa siendo un referente implícito para el conocimiento his- go, más aliá de ese rasgo compartido, cada trayectoria individual condu-
tórico, ex."püne un doble síntoma de la subalternidad de las historiografias da a una definición personal, matizada, de! proyecto común, y a la inclu-
no occidentales. Los europeos, nos dice, pueden producir su obra en sión de distintos referentes, implícitos o explícitos, que podían ir desde
completa ignorancia de lo. que se escribe en el Tercer Mundo, y pueden Jean Delumeau a Yuri Lotman, pasando por Alexis de Tocqueville. Veá-
hacerlo sin que ello merme la calidad de sus textos. En cambio, los que moslo brevemente.
investigao en otras partes sienten la necesidad de utilizar a sus colegas Daniel Roche, por ejemplo, manifestaba su preferencia por el tér-
europeos, so pena de parecer anticuados o superados. Y concluye: «se mino historia de las culturas, cuyo objeto seria e! de los comportamien-
trate de un Edward Thompson, de un Le Roy Ladurie, un Georges Duby, tos colectivos, las sensibilidades, las imaginaciones y los gestos que se
un Carlo Ginzburg, un Lawrence Stone, un Robert Damton o una Nata- podrían estudiar a partir de objetos concretos, los libros sobre todo, o de
lie Davis -para citar sólo algunos nombres ai azar de nuestro mundo con- instancias como las institucionês de sociabilidad. Krysztof Pomian, por
temporáneo-, los grandes y los modelos dei oficio del historiador siem- su patte, insistia en que el papel rector dentro de la disciplina lo tendria
pre son, por lo menos, culturalmente europeos». Así pues, aunque este la historia antropológico-cultural, cuyo objeto serían las obras con sus
autor diga haber escogido tales nombres ai azar, dicha selección reafir- autores y los comportamientos de los. grupos humanos. Ahora bien, el
ma aquella por la que nosotros hemos optado. tipo de asunto privilegiado por la historia cultural seria lo que Pomian
El otro ejemplo que deseábamos mencionar ir terminando, el denomina el semióforo, un objeto visible cargado de significación, algo
otro destino que no llegaremos a visitar como se merece, es el de cierta que ellibro plasmaria con total claridad. En cambio, para Alain Corbin
historia cultural fTaDcesa., según sus practicantes la han denominado. En se trataria de estudiar los procedimientos de construcción de las identi-
esta ocasión, la cronología seria más reciente, los aíios ochenta, y el pun- dades, individuales o colectivas, y las maneras en que se manifiestan las
to de partida habría que situarlo en las obras de determinados historia- representaciones y se organizan las relaciones sociales. Y este proyecto
dores galos: Jean-François Sirinelli, Jean-Pierre Rioux, Alain Corbin, se Uevaría a cabo sin exclusiones, pues la historia cultural tendría un
Maurice Agulhon, Pierre Nora, René Remond, Antoine Prost y un largo objeto múltiple en el que, por ejemplo, cabrían también los espacios y
etcétera. A partir de las investigaciones de estos autores se b.ábría gene- los paisajes sonoros, las jerarquías sensoriales, las modalidades de! bienes-
rado una discusión sobre la historia cultural que finalmente se materiali- tar, etcétera. Mucho más parco en sus objetos se mostraria Mamíce
zó en diferentes volúmenes. De entre todos ellos, sin duda el más signi- Agulhou, para quien el estudio cultural debería centrarse en las formas
ficativo seria el que dmgieron Rioux y Sirinelli en 1997 y que llevaba por de representación, y en particular en los símbolos, como activ.idades dei
título Para una historia cultural. La obra era resultado de un seminario espíritu colectivo de un grupo humano o de una época. Finalmente, para
que ambos habían impartido entre 1989 y 1991, y ai que ahora se afiadían Antoine Prost también habría que fijarse en las producciones simbóli-
otras colaboraciones, en el ámbito de lo que Antoine Prost denominó uno cas, sobre todo en los discursos, pero entendiendo que toda historia ha
de los polos de influencia de la historiografia francesa, el de las ciencias de continuar siendo social.

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La conclusión que se puede extraer de éstas y otras definiciones no REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
es sencilla, pero Rioux y Sirinelli acordaban que por histeria cultural
debía entendersc aquella práctica que estudiaba las fonnas de represen-
tación del mundo dentro de un grupo humano, analizando su gestación,
expresión y transmisión. A su vez, ese prospecto produciría un mapa de
investigación con cuatro puntos cardinales: la histeria de las políticas y
de las instituciones culturales, la de las mediaciones y de los mediado-
res, la de las prácticas y la de los símbolos y de los Ahora bien,
en realidad, ese programa se escoraria claramente haciá ei terreno de ia
histeria política, algo muy evidente en las investigaciones de todos estos
autores que hemos citado. A lo que habría que afiadir una última carac-
terística. La práctica totalidad de los historiadores franceses que aquí se
han citado se dedicao además a la histeria contemporánea.
ésta la historia cultural de la que hemos hablado? Evidentemen-
te es otro recorrido posible, que guarda también con el nuestro algunos
paralelismos. Es evidente, por ejemplo, que aunque la tradición francesa Hemos procurado que la bibliografia que acompafia a estas páginas fue-
es en este caso exclusiva, sus fundamentos han aparecido parcialmente ra lo más concisa posible, la estrictamente necesaria para seguir el texto e
en la rota por la que nosotros hemos transitado. En ese sentido, por ejem- identificar las referencias. Como es evidente, un volumen de esta naturaleza,
plo, el trabajo de Roger .Chartier no pasa inadvertido para muchos de con un tema tan vasto y tan dinámico, podrfa cootener un repertorio inaca-
estos autores ahora mencionados. Sin embargo, las diferencias también bable que, además, quedaria obsoleto al poco tiempo. Asimismo, evitamos
son claras. Como sefialó Sirinel!i en un texto coetáneo del volumen antes al lector remitirle a autores u obras que son ampliamente conocidos, como
citado, «L'histoire poli tique et culturelle», para él y sus colegas lo cultu- ocurre con los textos literarios que mencionamos o con referentes tan obvios
ral sería un campo de desatTollo reciente en la historia contemporánea y como Marx, Weber, Freud o Wittgenstein por ejemplo. En último lugar,
habría servido para dar vigor a una renacida bistoria política. Algo, pues, hemos de advertir que citamos, siempre que podemos, tanto antes como aho-
muy distinto dei propósito que ha guiado nuestras páginas. Pero, como
ra,las versiones que existen en castellano de obras originales, para dar
mayores facilidades allector.
seiialaba Rioux en la introducción ai volumen citado, la histeria cultural
está demasiado viva y cada historiador síente su provocación, así que, ADELMAN, .J., «Simplemente amo la historia. Entrevista a Robert Damton»,
por favor, dejémosla respirar con libertad. Entrepasados 10 (1996), pp. 109-128. .
En fio , en el caso de habernos detenido en estos dos parajes, ADELSON, R., «lnterview with Natalie Zemon Davis», Historian 53 (1991),
situados en dos tradiciones diferentes, la anglosajona y la francesa, · pp. 405-422.
tampoco habriamos agotado el viaje posible. (.Cómo completarlo, AGUIRRE RoJAS, C. A., Femand Braudel y las ciencias humanas, Barcelo-
pues? No hay manera cabal de hacerlo. Ahora bien, que eso sea así na, Montesinos, 1996.
-,LaEscue/ade losAnnales. Ayer; Hay. Mafi.ana, Barcelona,Montes.inos, 1999.
no significa que el itinerario sea erróneo o que el transeúnte esté com- AMELANG, J. y NASH, M (eds.), Historio y género, Valencia, Alfons el
pletamente desorientado, puesto que no hay una ruta obligada por la Magnànim, 1990. . .
que pasar. Ya no estamos ·en la época dorada dei Grand Tour. cuando ANDERSON, P., La Cultura represiva: elementos de la cultura naclonal bn-
las famílias distinguidas trazaban un recorrido común que los manua- tánica, Barcelona, Anagrama, 1977. . .
les del viajero reproducían a la vez que fijaban En ANKERSMIT, F., «La verdad en la literatura y en la histona)>, en I. Olábam
nuestro presente, las guías se han multiplicado y establecen itinera- y F. J. Caspistegui (dirs.), La «nueva» historio cultural: la d:I
rios va.riadísimos ep función de múltiples criterios, hasta el :punto de postestructuralismo y el auge de la interdisciplinariedad, Madrid, Edi-
producir un véttigo o un desconcierto que son, en todo caso, signo de los torial Complutense, 1996, pp. 49-67. .
ANNALES, «Histoire et Sciences Sociales: un tournant critique?», Annales
tiempos. Nuestro libra es precisamente una guía tentativa que nos lle-
va a ese territorio explorado por ciertos pioneros, aquellos que ESC 2 (1988), pp. 291-293.
ANNALES, <<Histoire et Sciences Sociales: un toumant critique», Annales
ron adelantarse a la avalancha que después sobrev:ino.
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222 223
ÍNDICE

L LoS PREPARATIVOS DEL VIAJE. MAPA Y DESTINOS ............................................ 5


Naturaleza y cultura, 5 - Definiciones de cultura, 10 -Variedades de la
historia cultural, 15 - El colegio invisible, 19 - Ensayos y fragmentos , 25
n. DE INGLATERRA A FRANCJA ......•.........•..........•.............................................. 31

Generaciones de Europa, 31 - La cultura popular y el marxismo britâni-


co, 35- Los Estudios culturales y la Historia desde ab!Yo, 44- Natalie
Zemon Davis: el menu peuple y las mujeres, 49
ill. EL TALLER PARJSlNO ..•..•....•...........•.•.•.••.•..................•.•..•....••.•....•...•............. 67

Paris, capital dei siglo xx, 67 - Las afinidades electivas, 71 -E! mjto de
Marc Bioch, 76- La nueva mentalidad de l'École, 81 - Jacques Le Goff
hace la nueva historia, 85- La historia sociocultural, 100
IV. EL LABORATORJO DE PRINCETON . .... ......•.•..•.•.. ... . ........ .................. .....••.. .... 109
El amjgo americano, 109 - Carlo G:inzburg: la cultura de un humilde Jec-
tor, 114 - Bajo la mirada de Lawrence Stone, 123- El relato de Martin
Guerre, pruebas y posibilidades, 130 - Clifford Geertz interpreta Ia cul-
tura local, 138 ·

v. LA BWLiarECA AMBULANTE •···•····•••·••··•·····•········•·······•·····••··•·••••••······••····•· 145


Los cuentos de Robert Darnton, 145 - Ellector Roger Chartier, 155 -Los
usos de Borges, 159- El toumanl critique de.Annales, 165
VI. EL CONTINEN'fE DE LA HISTORJA CULIURAL ................................................ 173

The New Cultural History, 173 -Los posmodemos, 177 - The Linguistic
Tum, 183- La ret6rica de Hayden Wbite, 189- La obra histórica como
objeto cultural, 194 - Géneros confusos, 201
vn. EL ALI3uM ..•.....••..•.•.••..............•.........•...................... .........•...•.....•.....•..... 201
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS .......................................................................... 215

224

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