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Sociología política

Chapter · January 2011

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Luis Moreno
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CAPITULO 20

SOCIOLOGÍA POLÍTICA

Luis Moreno

I Sociedad, sociología y politología

Para los impulsores de la moderna teoría social (Tocqueville, Marx, Spencer,

Durkheim, Michels, Mosca, Pareto y Weber, por citar algunos de los más ilustres)1, la

diferenciación entre sociología y ciencia política no era sustancial. Su objeto de atención

principal era la sociedad, una categoría analítica a estudiar holísticamente. Ellos se

consideraban científicos sociales en su concepción terminológica más amplia. La posterior

compartimentalización académica de las ciencias sociales ha sido efecto y causa de una

mostrenca especialización en sub-áreas de observación a menudo desligadas entre si. Quizá

haya sido la ciencia económica la que haya mostrado un mayor ensimismamiento disciplinar

con la ingente producción de modelos formales que orillan a menudo las varias aportaciones

de la antropología, la ciencia política, la psicología y la sociología.

Tampoco causa extrañeza que la producción científica de los estudiosos de la

sociología política encuentre dificultades de autoubicación disciplinar. En ocasiones sus

trabajos se reclaman acreedores de la sociología, a veces de la politología. Es esta una

bifurcación basada menos en diferencias epistemológicas o analíticas entre ambas disciplinas,

y más en razones profesionales, entre los cuales la segregación de departamentos

1
universitarios cabe ser destacada2. Sin embargo, la unidad en el ámbito interdisciplinar de la

sociología política queda reflejada en el hecho de que las dos principales agrupaciones

profesionales internacionales de sociólogos y politólogos (ISA-Asociación Internacional de

Sociología e IPSA-Asociación Internacional de Ciencia Política) compartan un mismo Comité

de Investigación de Sociología Política3.

Cabe definir a la sociología política como el campo de estudio sociológico que

concentra su análisis en la interacción entre política y sociedad. Entre sus objetos y sujetos de

estudio principales se pueden identificar las actitudes y la conducta política, la cultura

política, la sociedad civil, la estratificación política, los movimientos sociales, los grupos de

interés, los partidos políticos, las élites, los autoritarismos y los procesos de democratización,

las políticas de poder y la violencia, y las bases sociales de las políticas públicas, sociales y

del bienestar4.

II. Ideas, intereses , instituciones

Las grandes ideas que han jalonado la historia del pensamiento social son recurrentes

en los empeños de los contemporáneos sociólogos de la política. Sería impracticable en un

breve ensayo como el presente efectuar una revisión de aquellas ideas, nociones, conceptos y

categorías analíticas que han ocupado los trabajos y los días de los pensadores sociales de la

política5. Si es factible, empero, un repaso en escorzo de algunas de las ideas que han

reclamado la atención de sociólogos políticos influyentes en nuestro tiempo.

El poder, la autoridad y la influencia han concitado un interés analítico no siempre

reducible al estudio de lo ‘político’ en el seno las instituciones públicas del estado6. Lo

político está presente también en la estructuración de todos grupos de relevancia social

(familias, empresas o iglesias, pongamos por caso). Recogiendo la tradición sociológica

2
clásica, el examen de la génesis y los desarrollos de las relaciones de poder --en la confluencia

de lo público y lo privado-- es tarea crucial para el sociólogo político7. Ello conlleva

igualmente un examen de las acciones de los sujetos de la ‘política’ (burócratas, dirigentes,

representantes electos) y de los partidos, sindicatos y movimientos sociales. Estos últimos en

pro del feminismo, del ecologismo, del pacifismo y, en general, las asociaciones cívicas y

voluntarias agrupan sectores de la ciudadanía que no se identifican necesariamente con los

partidos políticos tradicionales. El examen de la composición y acción de los actores y élites -

-generalmente a través de su acción en grupos y organizaciones de diversa naturaleza-- es

crucial en el entendimiento de las relaciones del poder político y en la articulación de los

intereses societarios8.

El pluralismo organizativo es un rasgo característico de las democracias

contemporáneas. Quizá haya sido Robert Alan Dahl9 uno de los científicos sociales que con

mayor clarividencia ha teorizado y analizado sobre la existencia de intereses diferenciados y,

por ende, de las diversas interpretaciones del bien público o interés colectivo. Dentro del

‘juego pluralístico’, Dahl ha observado cómo en las modernas democracias la igualdad

individual entre ciudadanos suele ser sustituida por una paridad concurrencial entre

organizaciones de individuos. Tal igualdad entre grupos se ha convertido en las sociedades

capitalistas avanzadas como un equivalente funcional de la igualdad entre ciudadanos. El

pluralismo de tipo ‘secundario’ ha imposibilitado a menudo la ‘tiranía’ de las mayorías pero

ha permitido un protagonismo excesivo a ciertas minorías concentradas y fuertemente

organizadas.

Las interacciones entre los diferentes sectores y ámbitos societarios son múltiples. La

legitimación del orden social --del cual las instituciones democráticas son sólo una parte--

requiere también de una atención múltiple del investigador social en los procesos de

consolidación democrática. Recuérdese que el poder en las democracias es plural,

3
desconcentrado y se difunde funcional y territorialmente. Ello es resultado de los conflictos y

necesarios compromisos entre los numerosos grupos involucrados en su apropiación,

distribución y ejercitación. En ocasiones se ha descrito dicha situación como de ‘poliarquía’

para significar los grados de pluralismo presentes en las sociedades democráticas

contemporáneas10.

A fin y efecto de superar imposiciones o hegemonías en las poliarquías, las prácticas

consociacionales han procurado la consecución de acuerdos estables y duraderos que

favorezcan la gobernabilidad democrática11. En contraposición a las democracias

mayoritarias, aquellas consociacionales responden a texturas sociales y sistemas de valores

plurales, aunque su manifestación política no se articule territorialmente como en el caso de

las federaciones o sistemas federales.

Dahl ha considerado que el pluralismo requiere de una regulación pública que sea

capaz de equilibrar los intereses funcionales, además de facilitar la agregación de intereses

difusos. Precisamente en aquellas democracias donde los intereses difusos no consiguen dar

vida a mayorías sociales coherentes, se generan condiciones favorables a los intereses de las

minorías más fuertes. Para Dahl en las democracias contemporáneas no se puede establecer

apriorísticamente el bien público o interés colectivo. En todo caso, la renuncia a la idea

preconcebida del bien público debe acompañarse de una acción permanente por la

consecución de marcos institucionales que mejor faciliten su búsqueda. Como liberal

progresista, Dahl ha incorporado generalmente en sus análisis y proposiciones teóricas una

visión pragmática característica de la moderna escuela filosófica norteamericana. Las

instituciones, por tanto, deben favorecer la cooperación entre los individuos y garantizar que

las decisiones más justas se impongan sobre los intereses particularistas de los grupos no por

más minoritarios menos poderosos.

4
En línea con lo anterior cabe subrayar el interés durante los últimos decenios de los

sociólogos políticos por la comprensión y explicación de la acción colectiva de grupos y

organizaciones en las democracias contemporáneas12. Entre las escuelas más fértiles destaca

el neocorporatismo, el cual se contrapone al viejo 'corporativismo' inspirador de los fascismos

europeos del período de entreguerras, y doctrina de vocación autoritaria y conservadora. El

neocorporatismo, o moderno corporatismo, hace referencia a un fenómeno económico, político

y cultural de carácter pluralista o democrático que articula el orden social contemporáneo. Tal

visión hunde sus raíces en la corriente de sociología clásica iniciada por Durkheim que ha

teorizado alternativas asociativas a la disgregación social impuesta por el capitalismo.

Ya durante los años 50 y 60, y bajo el impulso de Robert Merton se desarrolló en los

Estados Unidos una importante corriente de estudios de las organizaciones formales13. Las

especulaciones sobre corporatismo, neocorporatismo y sociedad corporativa14 encontraron

una vinculación con la obra weberiana concerniente a los aparatos burocráticos y

empresariales de control. Durante los decenios de los años 70 y 80 el interés de los sociólogos

políticos por el corporatismo se concentró en la génesis, formulación y aplicación de grandes

pactos entre grupos y agentes sociales para la resolución de conflictos sociales. En concreto,

las negociaciones y acuerdos democráticos entre patronales, sindicatos y gobiernos en la

fijación de políticas económicas para combatir la inflación y asegurar un crecimiento

sostenido fueron objeto de numerosos estudios empíricos y propuestas teóricas explicativas.

El hecho de que las prácticas neocorporatistas se efectuasen mediante procedimientos

en paralelo a los habituales de la democracia representativa no cabe ser interpretado como una

menor atención de sociólogos y politólogos hacia las tradicionales instituciones de

concurrencia partidaria, y aquellas de índole política que afectan en mayor medida la vida

pública (gobiernos, magistraturas y parlamentos). En no pocos países democráticos avanzados

han sido precisamente los particulares entramados institucionales nacionales los grandes

5
condicionadores en la fijación y negociación de los acuerdos entre las grandes corporaciones

sociales.

El neoinstitucionalismo se inscribe en esta corriente de revitalización conceptual y

analítica. La mayor parte de las propuestas descriptivas y normativas neoinstitucionalistas se

generaron inicialmente en los círculos académicos norteamericanos como new

institutionalism. Señala dicha escuela de pensamiento, en sus tres variantes más

características (sociológica, de elección racional e histórica), que las instituciones moldean las

preferencias y objetivos de los actores en los procesos decisionales, particularmente los

políticos y organizativos. Además, mediante el establecimiento de las ‘reglas del juego’ de

poder e influencia, se condicionan igualmente los resultados de dichos procesos.15

En su vertiente más sociológica, el neoinstitucionalismo entiende que las decisiones

individuales son el producto no sólo de entramados institucionales sino de marcos de

referencia de mayor amplitud social. Los individuos se encuentran encajados (‘embedded’) en

contextos culturales y organizativos que prefiguran los propios conceptos de ‘autointerés’ y

‘utilidad’. El concepto de ‘embededness’ subraya los decisivos roles que la cultura, las

relaciones sociales, la identidad grupal y la actividad económica juegan en la conformación de

los intereses de las personas y en el cariz estructurante o contingencial de su conducta

política.

III. Conducta política y estudios comparativos

Ya en el período de entreguerras la sociología electoral y la politología en Estados

Unidos se habían desarrollado considerablemente teniendo a la ‘conducta política’ como

objeto principal de investigación. Estudios sobre las pautas de comportamiento de los

votantes, la identificación partidaria, o las actitudes y opiniones ciudadanas sobre políticas,

programas y asuntos de interés electoral se multiplicaron. El behavioural movement

6
enfatizaba la necesidad de observar y explicar las acciones políticas de los ciudadanos

subyacentes a los entramados institucionales.

En relación a los estudios electorales, la necesidad de disponer de amplios datos

sociodemográficos propició una considerable expansión profesional y académica con el

desarrollo de numerosas consultorías demoscópicas y laboratorios de análisis de voto.

Alienamientos y desalineamientos electorales fueron interpretados en referencia a la clase, la

estructura ocupacional, la generación, el género o la religión. En este sentido, cabe argüir que

la expresión‘sociología de la política’16 --o aún ‘sociología de los políticos-- quizá describiese

mejor la variada panoplia temática involucrada en el análisis conductista de representantes y

representados de las democracias contemporáneas.

En los últimos decenios, el área de mayor expansión investigadora de las ciencias

sociales ha sido la relativa a los estudios comparativos. Como no podía ser de otra manera, la

multiplicación de los contactos académicos auspiciada por los avances tecnológicos y la

proliferación de los encuentros internacionales han estimulado el interés por contrastar

experiencias entre países y por formular teorías --en ocasiones omnicomprensivas y en su

mayor parte de ‘rango medio’-- explicativas de cambios societarios y procesos políticos. Se

ha pretendido en tal modo aunar la vieja tradición de la macrosociología con los nuevos

avances metodológicos y la utilización de bancos de datos en ciencias sociales. La sociología

política es seguramente la que mayor número de estudios comparativos ha aportado a este

respecto.

La dimensión funcional de la sociedad ha adquirido una gran relevancia en los trabajos

de índole comparada al afectar ella de manera decisiva el desenvolvimiento de la vida

humana. Pero la territorialidad no podía ser considerada como vertiente menos relevante. No

es casual, por tanto, el creciente interés académico sobre la dimensión espacial de la política y

7
el poder. Ello viene a corroborar lo atinado de la investigación comparativa impulsada por

Stein Rokkan, de cuya obra ahora se realiza un sucinto repaso.17

El interés primario de Rokkan era el de describir y explicar las diferencias en la

estructuración de los sistemas políticos europeos y realizar comparaciones estructurales entre

ellos. Rokkan se afanó por circunscribir al potencialmente ilimitado programa de tales

comparaciones estructurales a dos grandes ámbitos de análisis: (1) instituciones y

organizaciones sociales específicas (sistemas electorales y de partidos); y (2) estructuras de

centro-periferia y de fracturas sociales (cleavages). A ésta última área de investigación le

asignó especial importancia al entender a los cleavages como oposiciones fundamentales en el

seno de poblaciones territorialmente circunscritas, y las cuales se destacan de entre la

multiplicidad de conflictos arraigados en la estructura social. El interés de Rokkan por

explicar las estructuras de las divisiones o fracturas (cleavages) le animó a estudiar sus

génesis históricas en los originarios procesos de formación estatal (state formation) y

construcción nacional (nation-building), y en los posteriores de democratización de masas y

desarrollo de los estados del bienestar como plasmación genuinamente europea de los valores

de igualitarismo y solidaridad.

El enfoque básico de Rokkan se sustenta en cuatro grandes apartados: (a) el intento

por diseñar modelos específicos regionales y temporales; (b) el propósito por elaborar

configuraciones en vez de establecer jerarquías de factores intervinientes; (c) el uso de

diacronías retrospectivas (retrospective diachronics) en los análisis de los desarrollos durante

prolongados plazos de tiempo; y (d) la atención en la comparación de estructuras.

Muchas de las expresiones conceptuales utilizadas por el investigador noruego han

sido acuñadas convirtiéndose en términos de uso común en el mundo académico. La

demarcación (boundary-building) ha sido una noción propuesta por Rokkan de una

importancia analítica equiparable a la de estructuración. Las interrelaciones entre

8
estructuración interna y demarcación externa son centrales para la comprensión de las

concomitancias entre formación estatal (administración y milicia) y construcción nacional

(cultura), de una parte, y el desarrollo y la estructuración de las democracias de masas, de

otra. Con el fin de superar constricciones contextuales a la hora de manejar elementos

estructurales sincrónicos y procesos de desarrollo diacrónicos, Rokkan propuso nociones tales

como ‘coyunturas críticas’ (critical junctures) y ‘enfriamiento’ (freezing) de estructuras y

fronteras.

IV. Democratización y actores políticos

La interpretación hecha por Rokkan de la democratización política de masas se

relaciona con el desmantelamiento de las fronteras internas (internal boundaries), o la

remoción de las barreras o umbrales (thresholds) que impiden la entrada o integración en un

sistema político dado. En este punto el interés por las transiciones democráticas y los procesos

de consolidación de la democracia ha empeñado a no pocos sociólogos políticos en sus

trabajos comparativos. Entre estos, quizá haya sido Juan José Linz uno de los que mayor

tiempo y ahínco haya invertido sobre estos temas en los últimos decenios. Su obra sobre la

democratización, que se examina brevemente a continuación, ha estimulado

considerablemente la investigación tanto en los países desarrollados como en aquéllos en

tránsito.

El sociólogo político español18 se ocupó del tema del autoritarismo que,

posteriormente, derivó su atención a la transformación de regímenes autoritarios en

democráticos, así como de la eventual quiebra de la democracia16. Sus estudios sobre

presidencialismo, el parlamentarismo y la estabilidad democrática representan una

continuidad en su interés por el análisis de las condiciones sociales y políticas para la

viabilidad de la democracia.

9
Por paradójico que se antoje, el consejo de Linz para los estudiosos de la democracia es que

inicien su labor con un análisis del proceso gubernamental y del papel de los políticos y

líderes políticos en su relación con el público, en general, y los expertos, en particular. El

análisis del gobierno efectivo puede enfatizar aspectos de desarrollo económico

modernizador19, de valores de cultura política20, de capital social21, o de revitalización

comunitarista22. Linz insistirá en la necesidad de observar el flujo constante --‘ascendente’ y

‘descendente’-- en todo lo que afecta a la creación de una sociedad fiscalizadora del liderazgo

político y pronta a apoyar políticas responsables. Para ello el factor ‘sociotrópico’ de la

política, mediante el cual los ciudadanos empáticamente valoran la actuación de sus

representados al margen de su particular situación personal o familiar, cobra un indudable

interés analítico interpretativo. Subyace en dicho factor una separación entre las

organizaciones sociales primarias y aquellas secundarias, entre las cuales destaca el estado.

Sin estado no puede haber democracia, pero los estados no son siempre estados-

nación. En realidad la mayor parte de los países son multinacionales, multilingües y

multireligiosos. Por ello la asunción de una identidad nacional exclusiva legitimadora de la

democracia liberal --según la tradición jacobina-- no puede ser el único requisito político para

cimentar una politeya estable y libre23. Ciertamente, los gobiernos democráticos son

responsables en buena medida de cómo funciona el estado, poseyendo una cierta capacidad de

reforma. Empero, la tarea de la construcción estatal es más compleja, parsimoniosa y difícil

que el mero establecimiento de las instituciones centrales de la democracia política. Ya

Schumpeter, en su lista de los cinco requisitos para el sostenimiento de la democracia,

mencionaba la disponibilidad de una acción pública y una burocracia capaz, servicial y

relativamente autónoma24.

10
Permeando la mayor parte de los estudios sociológicos políticos se observa un empeño

por ir más allá de la mera descripción de los textos legales, para analizar la dinamicidad de los

procesos y la verdadera naturaleza de los acuerdos y encajes políticos sustentadores de la

legitimidad formal25. En no pocos casos se hace muy conveniente tener en cuenta la

dimensión histórica para comprender la sedimentación política de los cambios sociales. Se

pretende, en suma, ‘ver más allá’ de lo que los materiales del derecho político y constitucional

ponen a disposición de los estudiosos de la ‘cosa pública’. El deseo por explicar la

dinamicidad de los procesos políticos exige una atención superadora de las meras

interpetaciones semánticas de los textos legales. En España, por ejemplo, la palabra ‘federal’

no aparece en le texto de la Constitución de 1978, ni en el cuerpo legislativo posterior. Según

esta realidad de jure sería impropio considerar al sistema español como federal. Sucede, sin

embargo, que de facto los acuerdos y encajes subyacentes al entramado constitucional

satisfacen el criterio básico federal de ‘gobierno compartido y gobierno autónomo’ (shared

rule and self rule)26.

La sociología política procura estar bien atenta a descifrar el sentido de las

interacciones sociales y los acuerdos --en no pocas ocasiones implícitos o no expresados

formalmente-- que configuran las bases sociales de la vida política. A tal fin se emplean todos

los métodos de investigación sociológica disponibles: estudios caso, encuestas de opinión,

entrevistas en profundidad, grupos de discusión, observación participante, evidencia

documental, análisis de contenidos, evaluación de políticas, o modelización matemática de

procesos de toma de decisión y de resultados de políticas públicas. Son todos ellos útiles

metodológicos profusamente usados para la comprensión de una realidad sociopolítica

siempre dispuesta a ofrecernos una perspectiva insospechada.

11
Colofón

Tras la Segunda Guerra Mundial, el influjo de las escuelas de científicos sociales

norteamericanas, en general, y de los sociólogos políticos estadounidenses, en particular, ha

sido muy notable en Europa y el resto del mundo. En ocasiones tal influjo ha llegado a asumir

proporciones de hegemonismo académico estableciendo cánones de excelencia incontestados.

Sucede, sin embargo, que buena parte de sus útiles epistemológicos y metodológicos se han

visto a menudo condicionados por una realidad social con características no siempre

homologables a las del Viejo Continente. En otros casos se ha tratado de aplicar visiones y

enfoques simplemente inconmensurables con los contextos en otros países menos

desarrollados o con características culturales diversas.

Considérese, por ejemplo, que la teoría funcionalista se han mostrado en no pocas

ocasiones como ahistoricista (ello ha sido más explícito en sus variantes conductista y

difusionista). Para los funcionalistas más beligerantes la historia es una mera sucesión de

eventos que, merced a la ausencia de replicabilidad, no permite comparaciones y

generalizaciones. Generalmente han asociado la historia con sociedades primitivas y

premodernas, por lo que su estudio debería dejarse a los antropólogos culturales. El énfasis

cuantitativo y neopositivista está implícito en estas consideraciones, constituyendo uno de los

rasgos más característico de la contemporánea ciencia social estadounidense.

Conviene por ello contextualizar las investigaciones de la realidad social como paso

previo a la generalización de explicaciones y prescripciones sociopolíticas. Así, por ejemplo,

se ha hablado de un nuevo comunitarismo en las democracias industriales avanzadas. Resulta

necesario cualificar tales asertos cuando se examinan países de una larga singladura histórica

con fuertes recursos identitarios y culturales de base comunitaria y local, o con un dilatada

tradición de valores republicanos. Los influyentes análisis de sociólogos y politólogos

12
norteamericanos caben ser enmarcados en buena medida como ‘actos reflejos’ normativos

ante fracturas sociales apremiantes (criminalización), respuestas instrumentales ante las

constricciones urbanísticas (zonas residenciales suburbiales), o instancias de socialización

alternativas a las prácticas sociales imperantes (individualismo posesivo). Pero no siempre

tales condicionamientos reactivos deben ser transpolados a otras sociedades como puede ser

el caso de las activas comunidades ‘locales’ europeas.

Cabe considerar como insatisfactorio el intento de constreñir objetos de estudios

complejos y dinámicos en mapas tipológicos ideales, o inferir de fenómenos sociales

contextualizados modelos explicativos universales. La evolución social es compleja lo que

implica que la linearidad o secuenciación debe ser considerada con mayor rigor y precisión, si

tal tarea es en modo alguno posible. No en vano los sistemas sociales cabe ser considerados

como sistemas caóticos, adaptativos y de naturaleza compleja condicionados por la no-

repetitividad de la historia, el papel de las singularidades históricas, la naturaleza no-

teleológica de los procesos dinámicos, o la sedimentación de rasgos o características propios.

En los últimos lustros, la refutación de teorías omnicomprensivas y el examen de los

efectos de la globalización han emplazado a los científicos sociales, en general, y a los

sociólogos políticos, en particular, a elaborar nuevos marcos de comprensión y explicación de

la vida social. Dentro de esta tendencia por renovar perspectivas y paradigmas en el análisis

de la interacción entre política y sociedad cabe destacar, como hemos expuestos, la escuela

del llamado ‘neoinstitucionalismo’. Pero allende los confines estadounidenses, a menudo se

ha tratado de un mero ejercicio de replicación semántica con la asunción acrítica de

expresiones que han hecho fortuna en los círculos académicos internacionales. En Europa, por

ejemplo, donde las ‘viejas’ instituciones han venido conformando y han sido el resultado

secular de la moderna vida política, tal entusiasmo doctrinal no deja de ser paradójico y hasta

sorprendente. El reflejo de lo ‘nuevo’ parece haber eclipsado la raigambre de lo ‘viejo’.

13
Como he señalado anteriormente, la labor de Stein Rokkan ha sido importante en su

afán por incentivar los estudios sociopolíticos en los foros académicos internacionales27 y en

su capacidad de propuesta para la renovación de categorías analíticas. No obstante, el enfoque

de Rokkan puede ser igualmente criticable por una cierta minusvaloración de los factores

contigenciales y del albedrío humano en pos de un ‘elegancia’ por la sistematicidad

expositiva. Y es que el papel de los actores sociales en los resultados y productos históricos,

así como la cuestión de las opciones disponibles y los motivos para la acción institucional y

política, son cruciales áreas de observación en la conjunción entre política y sociedad. En base

a ello los modelos rokkanianos también han sido objetados por su estaticidad, una acusación

de tipo genérico que, no obstante, podría ser extensible a la mayor parte de la investigación

comparada realizada en los últimos decenios.

En no pocos estudios de índole comparada se denota una pulsión por el

establecimiento de imperativos analíticos en la tipificación ideal de lo que ha venido en

denominarse ‘la buena sociedad’. La mayor centralidad en el estudio del estado y sus

instituciones --tanto de su génesis como de sus efectos-- ha desviado con harta frecuencia la

atención sobre las bases sociales de la vida política. Así, y tras colegir la pluralidad en la

textura de nuestras sociedades se ha proclamado con harta frecuencia que la unidad estatal

sólo puede ser preservada mediante la consolidación de un tipo de autoritarismo hegemónico,

única alternativa a la disgregación y anomía sociales.

Sin embargo, Juan José Linz, quien en su momento apuntó buena parte de las

características de los regímenes políticos autoritarios, ha señalado que el acuerdo, la

cooperación y el pacto no sólo constituyen una manera de superar conflictos y

enfrentamientos en las politeyas plurales, sino que auspician una profundización de la

14
democracia al facilitar un acceso más efectivo de la sociedad civil en la formación de

decisiones políticas e institucionales.

Es inevitable que los sociólogos políticos pretendan dar soluciones a los defectos y

carencias de la vida social que analizan. Su ‘rapto normativo’ (normative capture) en no

pocas ocasiones hace derivar su tarea científica hacia la formulación de propuestas de reforma

social desde posiciones de abstracción intelectual. Como expertos conforman visiones e

intereses que a menudo alimentan ideologías y programas partidarios. Son precisamente la

pluralidad de enfoques y el rigor científico los que se conjugan en una pugna constante por la

comprensión de la vida social.

15
Notas

1. Véase en esta misma colección editorial Giner, S. (2002)

2. En el caso de España, sin embargo, la proliferación de facultades universitarias de ciencias


políticas y sociología ha contribuido a incentivar no sólo los estudios de la sociología política,
sino la gran expansión de la politología (Giner y Moreno, 1990).

3. Aunque cada uno de ellos mantiene su pertenencia individualizada en cada una de las
estructuras orgánicas de ambas asociaciones (ISA RC 18 e IPSA RC 6).

4. Cfr. Murillo Ferrol, F. (1963); Pizzorno, A (1971); Dowse, R. y Hughes, J. (1972);


Bottomore, T. (1979); Lipset, S. (1985); Benedicto, J. y Moran, M.L. (1995) .

5. Cuyo primer gran compendio fuese La Política de Aristóteles (Giner, 1999)

6. Crick, B. (1964).

7. Laswell, H. y Kaplan, A. (1950); Dahl, R. (1961, 1963).

8. Las élites son las que acaparan el mayor grado de poder e influencia que está ‘disponible’.
Según la observación de Harold Laswell (1950), el resto son masas.

9. La obra del científico social estadounidense ha ejercido un considerable influjo en los


ámbitos de la sociología política, la teoría política, la economía política y la política
comparada. Hilo conductor de sus trabajos ha sido su interés por el estudio de la democracia.

10. Dahl, R. (1971).

11. Sus cuatro rasgos definitorios son los de la autonomía grupal, la ‘gran coalición’ en el
gobierno, la capacidad de veto mutuo y la proporcionalidad en la distribución de los recursos
públicos. Los casos de Holanda y Suiza, donde existen pronunciadas divisiones culturales,
lingüísticas y religiosas diversas, ejemplifican las prácticas consociacionales (Lijphart, 1999).

12. Olson, M. (1965); Hirschmann (1970).

13. Merton, R. (1961)

14. Giner, S. y Pérez Yruela, M. (1979).

15. Koelbe, T (1995); Colomer (2001).

16. Allardt, E. (1987).

17. La seminal obra del investigador noruego (1921-1979) es objeto de un análisis minucioso
y sistemático en Flora, P. et al. (1999).

16
18. Nacido en Bonn en 1926, Juan José Linz ha desarrollado la mayor parte de su carrera
académica en los Estados Unidos, aunque ha mantenido un permanente contacto con los
colegas e instituciones españoles.

19. Linz, J.J. (1987); Linz, J.J. y Stepan, A. (1996).

20. Lipset, S. (1960).

21. Almond, G. y Verba, S. (1965).

22. Putnam, R. (2000).

23. Etzioni, A. (1996).

24. Linz, J.J. (1997).

25. Schumpeter, J. (1942); Beltrán, M. (2000).

26. Cfr. Tilly, C. (1984); Sartori, G. (1994).

27. Moreno, L. (1997).

28. El académico noruego se entregó a la diseminación científica y contribuyó de manera


eficaz a la expansión de organizaciones académicas tales como la Asociación Internacional de
Sociología (ISA), la Asociación Internacional de Ciencia Política (IPSA), y el Consorcio
Europeo de Investigación Política (ECPR).

17
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