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Marco Histórico

Los centros de atención telefónica (call center) son ya muy conocidos en todo
el país por ser una de las principales fuentes de empleo para los jóvenes que
están estudiando, que se están preparando para entrar a la escuela, o
simplemente que decidieron no estudiar por diversas razones. También se le
suman la demás capa de trabajadores que, al haber perdido sus antiguos
empleos y en un intento por no morir de hambre, llegan a estos lugares y
aceptan estos salarios.

La precariedad en estos centros es ya conocida y famosa y van desde las


condiciones materiales de trabajo hasta las nulas garantías de los derechos
laborales que tienen estos jóvenes. Los patrones se excusan en que los
trabajadores son muy rotativos (entras y se van de los trabajos con mucha
frecuencia) para no asegurarlos desde el principio, para mantenerlos en el
estatus de “a prueba”, para deslindarse de sus responsabilidades como
patrones y además piden, exigen, que se les agradezca por darnos esa
oportunidad para no morir de hambre.

Estas empresas rentan o poseen oficinas en donde lo más importantes es


optimizar el espacio para que quepan los más trabajadores posibles. Haciendo
que las estaciones de trabajo sean incómodas y asfixiantes. Se llega al punto
de ni siquiera tener un metro de distancia entre un trabajador y otro; sin tomar
ninguna medida de sanitización en el área. Dentro de las oficinas los
escritorios, computadoras, sillas, diademas, etc., son utilizados por 2 o más
personas al día, lo que nos lleva a tener focos de infección y contagio enormes
que van desde un simple catarro en verano, hasta la pandemia del coronavirus
que está azotando a la humanidad a nivel mundial.

Además, en estos centros de atención telefónica, no se da siquiera un servicio


de primera necesidad ya que las tareas a realizar durante las llamadas
consisten muchas veces es tratar de vender algún servicio de telefonía,
bancario, funerario, de seguros de vida, seguros de autos, etc. Y aún así no se
les concede la suspensión de labores para frenar la pandemia.
Todo esto se concentra para llevarnos, en un momento de crisis sanitaria como
ésta, a un camino donde la tragedia es el único final.

Como no hay derechos laborales, los empleados trabajan por hora y si un día
no trabajan, se les descuenta. Además de que no tienen contemplada
suspensión de labores por contingencia sanitaria.

A pesar de no ser un sector de primera necesidad, siguen yendo a trabajar bajo


amenaza de ser despedidos, si es que hay alguna persona contagiada de los
cientos de personas que trabajan al mismo tiempo en ese centro, las demás se
contagiarán.

Ese camino solo tiene un destino, y es el de propagar más el virus que está
matado a más de 5 mil personas diariamente en el mundo.
Como a la juventud de clase trabajadora se le ha orillado por décadas a la
precariedad laboral mediante legislaciones, corrupción, omisiones de la ley y
protección para las empresas, los trabajadores aceptan estas condiciones y se
resignan a cumplir la máxima ya famosa en estos días: “O morimos enfermos o
morimos de hambre”.

Estos trabajos precarios no son los únicos pero sí son un ejemplo muy notable
de que la juventud trabajadora, los proletarios, son tomados en cuenta por el
sistema completo como personas de segunda o tercera clase y que no son tan
importantes como aquellos que pueden pagar los costosos hospitales privados,
aquellos cuyas enormes ganancias no los tienen asfixiados quincena con
quincena y pueden darse el lujo de no trabajar.

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