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Los centros de atención telefónica (call center) son ya muy conocidos en todo
el país por ser una de las principales fuentes de empleo para los jóvenes que
están estudiando, que se están preparando para entrar a la escuela, o
simplemente que decidieron no estudiar por diversas razones. También se le
suman la demás capa de trabajadores que, al haber perdido sus antiguos
empleos y en un intento por no morir de hambre, llegan a estos lugares y
aceptan estos salarios.
Como no hay derechos laborales, los empleados trabajan por hora y si un día
no trabajan, se les descuenta. Además de que no tienen contemplada
suspensión de labores por contingencia sanitaria.
Ese camino solo tiene un destino, y es el de propagar más el virus que está
matado a más de 5 mil personas diariamente en el mundo.
Como a la juventud de clase trabajadora se le ha orillado por décadas a la
precariedad laboral mediante legislaciones, corrupción, omisiones de la ley y
protección para las empresas, los trabajadores aceptan estas condiciones y se
resignan a cumplir la máxima ya famosa en estos días: “O morimos enfermos o
morimos de hambre”.
Estos trabajos precarios no son los únicos pero sí son un ejemplo muy notable
de que la juventud trabajadora, los proletarios, son tomados en cuenta por el
sistema completo como personas de segunda o tercera clase y que no son tan
importantes como aquellos que pueden pagar los costosos hospitales privados,
aquellos cuyas enormes ganancias no los tienen asfixiados quincena con
quincena y pueden darse el lujo de no trabajar.