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La leyenda de Perceval y la pregunta al rey pescador

El Rey Pescador está enfermo y nadie lo puede curar. Es una enfermedad muy extraña: desgano, envejecimiento,
debilidad extrema.

Que implica la esterilidad en los alrededores del castillo donde muere el misterioso soberano. Los ríos no corren más
en su lecho, los árboles ya no reverdecen, la tierra no da más frutos, los granos ya no germinan. Resulta terrible e
incomprensible que las aves ya no se apareen, que las palomas languidezcan y se desplomen tocadas por el ala de
la muerte. El castillo mismo amenaza con quedar en ruinas. Las murallas crujen lentamente carcomidas por una
potencia invisible: los puentes levadizos se pudren, las piedras se desprenden de las murallas y caen hechas polvo,
como si los siglos fueran instantes.

Desde los cuatro rincones del mundo llegan sin cesar los caballeros, atraídos por el renombre del Rey Pescador.
Pero el estado de abandono del castillo y la misteriosa enfermedad del rey los sorprende tanto, que se olvidan de la
cuestión que los había llevado allí: en lugar de indagar sobre el Grial, del lugar en dónde encontrarlo, se acercan
confundidos al enfermo, no lo cuestionan y lo reconfortan. Con cada visita de un caballero, el mal del rey empeora y
el reino queda un poco más devastado. Cuando los caballeros pasan la noche en el castillo, se les encuentra muertos
a la mañana siguiente.

Así, Parsifal va a ver en su torre al Rey Pescador sin saber que está enfermo. En su primera visita, se conduce como
los otros, como un "enviado". Vuelve a partir pero se le dice que debería haberle preguntado al Rey Pescador
sobre el Grial. "Si tan sólo le hubieras preguntado lo que debía hacerse, lo que ayudaría al rey a salir de su
enfermedad y a devolverle su juventud". En efecto, en la segunda ocasión, cuando le hace al rey la pregunta
correcta, la pregunt necesaria, éste sana y se rejuvenece milagrosamente. "El Rey Pescador mejora y su naturaleza
vuelve a su plenitud". Al mismo tiempo, las murallas del castillo se reconstruyen y el reino se regenera.

 Falta sólo una pregunta para que los milagros se cumplan, pero ésta no es hecha.

Ningún caballero del Grial la hace, pero esta no sería una pregunta banal como todas las que hacen los caballeros
ante Parsifal, sino la pregunta correcta, la única que se espera, la única que puede dar frutos. Las preguntas
previas habían nacido de la sorpresa o de la cortesía, no de la necesidad inmediata de conocer la verdad y la
salvación. Parsifal, instalado en el castillo para emprender la búsqueda del Grial, hace una sola pregunta: la correcta,
aquella que tiene por único efecto precisar. Ahora bien, antes de que se le responda, que se le diga dónde se
encuentra el cáliz, el simple enunciado de la pregunta correcta entraña ya una regeneración cósmica en todos
los niveles de la realidad: los ríos corren, los bosques reverdecen, la tierra recupera su fertilidad y el rey su virilidad
y su juventud.  Este episodio de la leyenda de Parsifal es significativo de la condición humana. Nuestro destino se
obstina en que no hagamos la pregunta correcta, la que es necesaria y urgente, la única que cuenta y que
puede rendir frutos. En lugar de dónde se encuentra la verdad, el camino, preferimos perdernos en un laberinto de
preguntas y reflexiones que efectivamente poseen algún encanto e incluso ciertas cualidades, pero que no
enriquecen realmente nuestra vida espiritual. Este episodio explica admirablemente lo siguiente: incluso antes de
que se haya obtenido una respuesta satisfactoria, una pregunta correctamente hecha regenera y fertiliza, y no
solamente al ser humano sino al Cosmos entero. Nada ilustra mejor la quiebra del hombre al rehusar
interrogarse sobre el sentido de su existencia que esta imagen de la naturaleza sufriendo en espera de una
pregunta adecuada. Tenemos la creencia de que naufragamos solos, uno a uno, porque no queremos preguntarnos
dónde está la verdad.. Creemos que nuestra salvación o nuestro naufragio dependen personalmente de cada uno.

            A la luz de este episodio de Parsifal, los hombres que no dudan en interrogarse y preguntarse por la
verdad y la vida adquieren súbitamente una importancia fundamental.

Nos encontraríamos infecundos y enfermos el día de mañana, a imagen de la vida en el reino del Rey
Pescador, si no existieran algunos hombres intrépidos, espíritus iluminados que se hacen la pregunta
correcta.

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