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Manuel González Prada fue un hombre crítico, polemista, reformador. Manuel González
Prada fue el encargado de modernizar las letras peruanas al atacar con ahínco el copismo
realizado por los literatos peruanos respecto a la literatura hispánica. Su crítica fue
fundamental para empujar a las nuevas generaciones intelectuales del Perú a la creación de
la peruanidad.
González Prada, el Maestro, nació en enero de 1848. Sus estudios elementales los cursó en
un colegio seminarista de Valparaíso, ciudad donde pasó su infancia; el claustro era su
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destino, no podía ser de otra manera, su rancio abolengo perteneció a las élites andinas
desde los primeros tiempos del virreinato: clérigos, militares y burócratas de alta jerarquía.
No obstante, la beatitud no era lo suyo, se interesó por las leyes y se presentó al
Convictorio de San Carlos de Lima, la abogacía tampoco le agradó y la abandonó; se
trasladó al campo a pasar ocho años en una finca rural, propiedad a su familia, recorrió el
paisaje peruano, se dedicó a la faena agrícola, profundizó sus conocimientos sobre filosofía
alemana y francesa, además se dio a la tarea de escribir. Sus primeros versos fueron
producto de esos años, donde retrató la situación de la población indígena.
En 1879 el guano y el salitre, el oro del pacífico sur de Nuestra América, desencadenó la
guerra entre los países hermanos: Chile, Bolivia y Perú. Estos últimos eran inestables,
pobres, conservadores y sin el empuje nacional para hacer frente a Chile, cohesionado y
estable política y económicamente. Prada abandonó su apacible retiro en el campo y tomó
las armas. Combatió con la reserva de Miraflores. El triunfo de los chilenos se tradujo en la
ocupación de Lima iniciada en enero de 1881 y prolongada hasta 1883. Como protesta
González Prada se enclaustró hasta que las huestes chilenas abandonaron Perú.
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El grupo reunido en derredor de Prada dio vida al partido la Unión Nacional, compuesto
por liberales y reformistas quienes reivindicaron los derechos de los indígenas,
mostrándose, igualmente, adversos al militarismo y a la oligarquía. La Unión Nacional
postuló a Prada a la presidencia de la república. Perdió, ello lo orilló a partir hacia Europa.
No fue un viaje de placer, su permanencia en Francia y España entre 1891 y 1898, le
permitió ahondar sus estudios en el liberalismo, el positivismo, el socialismo y la literatura,
se nutrió de las ideas más avanzadas, pero sobre todo del anarquismo. Su estancia en
Europa coincidió con el auge de los libertarios adictos a la propaganda por el hecho y a las
huelgas generales y violentas auspiciadas por el naciente anarcosindicalismo. Esto le
impactó y cautivó.
Retornó a su patria, se reencontró con sus antiguos compañeros del Círculo literario y de la
Unión Nacional, pero se alejó de ellos y de la política parlamentaria. Entre 1900 y 1918,
Prada elaboró una rica literatura libertaria, participó en los periódicos ácratas y fue muy
activo en el seno del movimiento obrero. En 1912 asumió la dirección de la Biblioteca
Nacional. Renunció a su puesto en 1914 tras el golpe de Estado encabezado por Óscar
Benavides. Para denunciar el avance del militarismo y el autoritarismo publicó La Lucha.
Sólo un número vio la luz, el estado dictatorial de Benavides impidió su salida. En 1916,
Prada retornó a la dirección de la Biblioteca. El lunes 22 de julio de 1918 “al dirigirse,
como de costumbre a ella, a las 12 y 45 de la tarde le derribó sorpresivamente la muerte”.
Alfredo González Prada, hijo del Maestro, describió a su padre de la siguiente manera: era
alto, muy erguido y de complexión atlética; ojos azules, nariz perfecta, cabellos plateados y
bigote agresivo. Era tranquilo y pacífico, alegre y juguetón. Murió de un ataque al corazón,
después del almuerzo. Murió como lo deseó siempre: con la repentinidad de un rayo. Murió
a los setenta años.
González Prada, como Ricardo Flores Magón, pasó de un liberalismo de corte social al
anarquismo. Prada estaba inmerso en una sociedad profundamente reaccionaria y
conservadora; vio en el indigenismo una forma de comunalidad, resistencia y base de la
sociedad post-capitalista; atacó el patriotismo por considerar que “el hombre encerrado en
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el círculo de una patria vive moralmente solo, y el aislamiento convierte el himno del poeta
en voz nacida para clamar en el desierto. Quien habla de sí mismo, de su familia o de su
nación, merece un auditorio reducido; pero quien habla en nombre de la Humanidad tiene
derecho a ser escuchado por todos los hombres”. González Prada no cuestionó la
concepción de nación, a esta la concibió como una construcción histórica-cultural necesaria
para cohesionar y crear la identidad societaria.
En ese sentido, la obra de Prada elaborada a partir de la década del 90 del novecientos
muestra el influjo de los principales teóricos del anarquismo, en ciertos casos llega a
parafrasearlos e insertarlos a la realidad peruana de manera magistral. Pero no sólo el
anarquismo en su vertiente comunista y sindicalista fluyeron hacia González Prada,
también se percibe la fuerte impronta de Max Stirner. Pues, ante todo, González Prada fue
un individualista, siempre antepuso al individuo contra el Estado; el individuo nunca
debería ser sacrificado en el altar de la sociedad, en palabras de Prada:
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En el pensamiento de Prada confluyen varias posiciones políticas e ideológicas. Destacando
entre ellas el positivismo comtiano y spenceriano (a los cuales despojó de sus componentes
racistas y los dotó de un carácter revolucionario), y el anarquismo. El anarquismo de
González Prada, como el de la mayoría de los intelectuales anarquistas era profundamente
antimarxista; Prada sostenía, en este aspecto, las mismas tesis de Bakunin y Kropotkin en
torno al sujeto revolucionario:
Por eso creemos que una revolución puramente obrera, en beneficio único de los obreros,
produciría los mismos resultados que las sediciones de los pretorianos y los movimientos de
los políticos. Triunfante la clase obrera y en posesión de los medios opresores, al punto se
convertiría en un mandarinato de burgueses tan opresores y egoístas como los señores
feudales y los patrones modernos. Se consumaría una regresión al régimen de castas, con una
sola diferencia: la inversión en el orden de los oprimidos (…). Para el verdadero anarquista
no hay, pues, una simple cuestión obrera, sino un vastísimo problema social; no una guerra
de antropófagos entre clases y clases, sino un generoso trabajo de emancipación humana.
Prada asumió, asimismo, las tesis elaboradas por George Sorel, sobre la huelga general
revolucionaria y violenta:
Si alguien quisiera saber nuestra opinión sobre las huelgas, nosotros le diríamos: toda huelga
debe ser general y armada. General, para combatir y asediar por todos lados al mundo
capitalista y obligarle a rendirse. Armada, para impedir la injerencia de la autoridad en luchas
donde no debe hacer más papel que el de testigo. Las huelgas parciales no siempre logran
beneficiar al obrero, porque los huelguistas, abandonados a sus propias fuerzas, sin el auxilio
de sus compañeros, son batidos en detalle y tienen que ceder al patrón. Las huelgas
desarmadas fracasan también, porque la decisiva intervención de las autoridades en la lucha
de amos y siervos significa siempre alianza con los primeros.
La Anarquía es el punto luminoso y lejano hacia donde nos dirigimos por una intrincada serie
de curvas descendentes y ascendentes. Aunque el punto luminoso fuese alejándose a medida
que avanzáramos y aunque el establecimiento de una sociedad anárquica se redujera al sueño
de un filántropo, nos quedaría la gran satisfacción de haber soñado. ¡Ojalá los hombres
tuvieran siempre sueños tan hermosos!
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