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En el estado burgués hay solamente gentes libres que son obligados a miles de cosas.
“Yo he basado mi causa en nada”. Fue un grito que cimbró las conciencias de una época en
la cual se estaban construyendo los “socialismos” y los Estados modernos. En ese mar
llamado hegelianismo se ahogaba al individuo, bajo él, el individuo era condenado a
someterse al Estado como representación de la divinidad en la tierra; el deber de cada
individuo era entregarse por completo al Estado.
En ese contexto, la teoría, la filosofía y la práctica por más revolucionarias que se ostentara,
deseaban a toda costa suprimir al individuo, por considerarlo un vicio egoísta burgués. En
ese panorama nació la concepción filosófica stirneriana que encontró su expresión, para la
posteridad, en El único y su propiedad. Esta obra, editada en 1844, se alzó como una
crítica, pero también como una reivindicación del individuo, frente a la aplastante
industrialización, al capitalismo y al totalitarismo militarista, el látigo Knuto-Germánico a
decir de Bakunin.
En 1933, Simone Weil se lamentó “no poder encontrar en la literatura marxista la respuesta
a los interrogantes planteados por las necesidades de la defensa del individuo contra las
nuevas formas de opresión que han sucedido a la capitalista clásica”. Esa laguna fue llenada
por Stirner desde mediados del siglo XIX. Si bien su figura y pensamiento ha estado a
debate si pertenece o no a la tradición anarquista, pues él mismo nunca se asumió como tal,
la totalidad del pensar ácrata asumió alguna de sus tesis, en especial la libertad sin
cortapisas del individuo, y que sobre este se debe fundamentar la comunidad y no al revés.
Johann Kaspar Schmidt, mejor conocido como Stirner (el de frente amplia), nació en
octubre de 1806 en la pequeña ciudad alemana de Bayreuth. Stirner, como señala Giménez
Igualada fue uno de los grandes hijos del siglo XIX: “Stirner y Darwin son dos faros que
alumbraron un mundo en tinieblas por haber recogido en sí la luz que no pudo brillar desde
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Tales acá (…) su erupción, terremoto que sacude el planeta y los espacios, se produce en
1844 (…) con la aparición de El Único y su propiedad, obra de su primer hijo”.
Kaspar Schmidt creció en el seno de una familia de artesanos de clase media, al morir su
padre quedó al cuidado de un familiar que le costeó sus cursos de bachillerato. Realizó sus
estudios universitarios en las universidades de Erlangen y Königsberg. A los veinte años se
trasladó a Berlín, donde se graduó como doctor en filosofía. Al concluir su etapa estudiantil
concursó por una cátedra en la universidad, fue rechazado.
Siguiendo las descripciones hechas por quienes le conocieron y por el retrato, en realidad
dibujo, elaborado por Engels; Stirner no presentaba la figura o el porte de un
revolucionario, a lo mucho el de un dandy bohemio con pretensiones burguesas. Stirner era
un hombre de mediana altura, con una nariz puntiaguda y una frente amplia.
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él, lo acompañaron hasta su última morada, entre ellos quien encabezó el grupo de Los
libres: Bruno Bauer.
Fue de El único, donde los nihilistas rusos abrevaron para apoyar y sustentar esas campañas
de exterminio contra los sostenedores del absolutismo zarista, esa destrucción creadora
como la bautizó Bakunin. Cuando en la tierra de los zares una bala rompía el viento o el
estruendo de la dinamita hacía lanzar alaridos a la burguesía, se escuchaban, en los
recónditos callejones o en las bohardillas de las ciudades o en los campos regados de
sangre, un susurro que llegaba desde Berlín, era Stirner, sus ideas transformadas en
dinamita, puñal o revólver, para destruir los símbolos del poder. Uno de sus mejores
exponentes fue Nechaev el creador del Catecismo revolucionario, una oda a las acciones
vindicatorias y compañero de Bakunin
Por ello como afirmó el biógrafo de Stirner, James Walker, “más que Nietzsche los nihilista
rusos tomaron su base doctrinaria de Stirner al cual interpretaron”, con base en las
circunstancias alienantes de la sociedad rusa de mediados del diecinueve, sumida en la
ignorancia, en el fanatismo religioso y en el culto al zar como representación de dios en la
tierra, el hombre-divino-Estado, entonces “Stirner muestra que los hombres hacen a sus
tiranos como hacen a sus dioses, y su propósito era desenmascarar a los tiranos, en tanto
que Nietzsche entrañablemente ama a un tirano”.
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la tienda de tabacos de Bruno Bauer”. El grupo al que se sumó Stirner asumió el nombre de
Los Libres y lo encabezó Bauer, además de Stirner formaron parte de este grupo Feuerbach,
Engels y, ocasionalmente, Marx. Este grupo intentó, a través de la dialéctica hegeliana,
combatir los pilares del imperio prusiano: el Estado militarizado y el cristianismo, en su
vertiente protestante. Esos dos entes, abstractos, ideas fijas les llamó Stirner, no sólo no
estaban cambiando o destruyéndose, sino que quienes las combatían se nutrían de ellas y
sólo transformaban su nombre, pero no su contenido el cual permanecía inmutable, no sin
razón Stirner fue el primero en ver que en la producción filosófica e histórica de Marx y
Engels subyacía un profundo carácter religioso.
En ese sentido, para Stirner el socialismo y el comunismo no eran sino una nueva
representación del Estado prusiano, la religión se había transformado en un culto al
sacrosanto Estado. Se dejó de adorar a un dios en el cielo y de profesar la doctrina cristiana,
se volcaron a adorar al Estado y rendirle pleitesía al parlamento y a la política. La crítica
lanzada desde Los libres se encaminó a construir un nuevo modelo, pero sin derruir por
completo el viejo, Stirner fue el único del grupo, el más radical, que llevó al centro de sus
discusiones al individuo.
Para Stirner, el socialismo era una secta cristiana más, negadora de “Dios de las alturas,
pero constructora de altares al Estado, que es su Dios, tiene su iconografía” y le rinde sus
sacrificios, el mayor de ellos es el individuo. Stirner llegó a señalar que el socialismo, al
igual el antiguo cristianismo era la religión de los indigentes, asegurando que “las grandes
casas colectivas de hoy son las sucesoras de las iglesias, casas colectivas de ayer, y la
familia proletaria es la misma familia cristiana que ha cambiado de nombre. Por eso, si ayer
se quemaba a quien negaba a Dios, hoy se fusila a quien niega al Estado, porque ni en la
casa de Dios ni en la casa del Pueblo caben los hombres”.
Es por ello, que El único se alzó como una voz discordante entre Los libres. Su acerba
repulsa al Estado, y a la religión, en cualquiera de sus formas, de sus instituciones y a la
idea de lealtad al Estado.
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Stirner condena las ideas que encadenan y no dejan libertad para el desenvolvimiento libre
del individuo, adherirse a las ideas, manifestó Stirner, convierte a los seres humanos en
cínicos e hipócritas porque obligan al individuo a negarse a sí mismo, en nombre de esas
ideas el individuo se tiraniza y esclaviza.
Pese a sus posiciones individualistas, la finalidad de Stirner era llegar a la vida comunitaria,
pero sin la imposición de un soberano, aún sea este la comunidad, sino un acuerdo entre
individualidades en común acuerdo para resolver los problemas acuciantes de vivir en
sociedad.
Un personaje influido profundamente por Stirner fue Bruno Traven, alemán radicado en
México, anarquista que participó en el Consejo de Baviera. Cuando las fuerzas
socialdemócratas y derechistas aplastaron el intento revolucionario en Munich, Traven
debió huir. Llegó a México, donde continuó su prolífica obra literaria, la cual está
impregnada del lenguaje, reflexiones, e incluso en el estilo stirneriano como el uso de las
mayúsculas, en una de sus novelas, El Barco de la muerte, dejó escrito:
Nos vamos al infierno sin música marcial y sin oraciones episcopales. Morimos sin la sonrisa de las
mujeres hermosas, sin los vítores de la multitud excitada. Morimos en profundo silencio, en la más
completa oscuridad, vestidos con andrajos. Morimos andrajosos por tu causa, ¡oh César Augusto!
¡Viva! ¡Arriba el Emperador Capitalismo! No tenemos nombre, no tenemos alma, no tenemos
patria, ni nacionalidad. Somos nadie, somos nada. ¡Viva! ¡Arriba! ¡Emperador Augusto! No tienes
que pagar pensiones a viudas y a huérfanos. No tienes que gastar ni en un ataúd, ni siquiera pedimos
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seis pies cuadrados de la tierra más barata. Nosotros, ¡oh César!, somos tus más fieles y leales
siervos. ¡Los moribundos te saludamos: Gran César!