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Actos Humanos
Definición del acto humano
El objeto material de la ética es el estudio de las acciones humanas, pero no toda acción humana puede ser
sujeto de valoración moral por ello se hace la distinción entre actos del hombre y actos humanos, siendo
estos últimos actos el objeto material de la ética.
Actos del hombre: son aquellos actos que suceden pasan acontecen en la persona, frente a, los cuales la
persona puede tener conocimiento de ellos por la inteligencia, pero no voluntad sobre ello y ni libertad, ya
que proceden de la propia naturaleza de la persona (procesos fisiológicos) por ejemplo la nutrición,
circulación de la sangre, respiración, la percepción visual o auditiva, el sentir dolor o placer, etc. Estos actos
del hombre se los identifican con el verbo ocurrir
Los actos humanos son aquellos actos que realiza la persona con pleno dominio de la inteligencia, de la
voluntad y de la libertad, y que por lo tanto pueden ser valorados como, moralmente bueno o moralmente
malo. De ahí que estos actos humanos se identifican con el verbo obrar
Etapas o Fases del Acto humano

Elementos del acto humano:


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1- La inteligencia (entendimiento): le permite a la persona advertir, conocer el objeto y deliberar si puede


y debe tender a él, o no.
2- La voluntad: una vez conocido el objeto, la voluntad se inclina hacia el‚ porque lo desea, o se aparta de
él, rechazándolo. La voluntad no puede querer, desear o rechazar lo que no conoce.
3- La libertad: implica el hacer, la ejecución, es decir, es la aplicación del acto humano, el obrar o no
obrar.
Sólo cuando intervienen la inteligencia, la voluntad y la libertad, el hombre es dueño de sus actos, y, por
tanto, plenamente responsable de ellos.
En el acto humanos se pone de manifiesto la relación intrínseca existente entre la inteligencia, la voluntad y
la libertad: la inteligencia conoce el bien, el objeto, la verdad, la voluntad apetece el bien, el objeto, la
verdad conocido por la inteligencia, la razón y por lo tanto dirige las acciones hacia él, y la libertad implica
el hacer la ejecución, la realización del acto en sí, operar entre los diferentes bienes que se le ofrecen.
Inteligencia
La inteligencia, implica conocer, advertir, de ahí que la advertencia es percibir la acción que va a realizar, o
que ya está realizando. Esta advertencia puede ser plena o semiplena, según se advierta la acción con toda
perfección o sólo imperfectamente (por ejemplo, estando semi-dormido).
Obviamente, todo acto humano requiere necesariamente de esa advertencia, de tal modo que un hombre que
actúa a tal punto distraído que no advierte de ninguna manera lo que hace, no realizaría un acto humano.
No basta, sin embargo, que el acto sea advertido para que pueda ser imputado moralmente: en este caso es
necesaria, además, la advertencia de la relación que tiene el acto con la moralidad (por ejemplo, el que
advierte que está conduciendo un automóvil, pero no se da cuenta que tomo un carril no permitido, realiza
un acto humano que, sin embargo, no es imputable moralmente).
La advertencia, pues, ha de ser doble:
• advertencia del acto en sí
• advertencia de la moralidad del acto.
Voluntad
La voluntad es el principio más alto de la actividad humana, Opónese al instinto como una actividad
reflexiva a otra inconsciente y fatal. La voluntad es la facultad de apetecer el bien conocido por la razón. La
voluntad es pues:
1- Un principio de actividad inteligente, en cuanto que conoce el fin al cual tiende, los medios de tender a
él y las consecuencias que de ahí resultan
2- Un principio de actividad libre, capaz de determinarse ella misma y por sí misma, mediante la elección
que opera entre diversos bienes que le propone la razón
3- Un principio de actividad ordenada al bien, el cual es el objeto propio de la voluntad, el hombre no
puede querer otra cosa que el bien. Todo lo que apetecemos lo apetecemos bajo el aspecto del bien.
Libertad
Una de las notas propias de la persona, es la libertad. Con ella, el hombre escapa del reino de la necesidad.
La libertad caracteriza los actos propiamente humanos, puesto que a través de ella el hombre es “padre” de
sus actos.
En ocasiones puede considerarse la libertad como la capacidad de hacer lo que se quiera sin norma ni freno.
Eso sería una especie de corrupción de la libertad. La libertad verdadera tiene un sentido y una orientación,
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ya que la libertad es el poder, radicado en la razón y en la voluntad, de obrar o de no obrar, de hacer esto o
aquello, de ejecutar por sí mismo acciones deliberadas.
A la hora de considerar como se presenta la libertad en la vida corriente, es preciso afirmar con Max Scheler
que la libertad y la vivencia de la libertad no coinciden. Puede haber una “sensación” muy grande de libertad
y una libertad real mínima. Hay quien cree que es libre absolutamente porque esta desligado de todo
compromiso. La sensación de libertad que procede de una falta de motivación profunda denota en realidad
falta de libertad. Decir que se es libre porque se opera por impulsos y no por obligaciones, es un modo de
engañarse. La sensación de libertad aparece cuando se actúa sin ningún compromiso porque no se sabe por
qué se actúa de determinado modo, pero en tales circunstancias es preciso sospechar que se actúa por algo
distinto de la libertad. Como afirma Scheler, cuanto más libre es alguien, más predecible es su conducta. El
hombre caprichoso es el hombre falto de libertad, por eso, la conducta libre se comprende con base en
motivos y razones, mientras que la actuación caprichosa se explica con base en procesos causales de corte
psicológico. La libertad no es arbitrariedad o indeterminación pura, sino más bien la capacidad de
autodeterminarse.
La libertad es posterior a la inteligencia y a la voluntad, por lo tanto, la libertad ha de seguir lo que la
inteligencia ha conocido o advertido y lo que la voluntad ha apetecido (el bien o fin).
La libertad implica la posibilidad de elegir no entre el bien y el mal, sino siempre elegir el bien, ya que la
persona no elige el mal, sino que siempre elige el bien y que en la búsqueda desordenada del bien cae en el
mal, es decir si la persona cree elegir el mal es porque capta en el mal el bien, porque la libertad implica
elegir entre dos bienes buenos el mejor.
Vamos a precisar, muy brevemente, algunas ideas fundamentales en torno a la libertad con relación a los
actos humanos. Con frecuencia hablan los moralistas indiferentemente de acto voluntario y acto libre como
de una sola y misma realidad. Sin embargo, hablando en rigor, esos dos conceptos no son del todo
equivalentes. Hay actos voluntarios que no son libres (la tendencia hacia la felicidad en común y el amor
beatífico), aunque es verdad que todo acto libre es voluntario.

Noción. La libertad es la facultad de obrar o no obrar o de elegir una cosa con preferencia a otras. Supone
siempre la inmunidad de todo vínculo que pueda obstaculizar el acto.
División. La libertad puede entenderse en sentido físico o en sentido moral, según la naturaleza del vínculo
de que está inmune. Generalmente se entiende por libertad física la simple capacidad de hacer o no hacer
una cosa buena o mala; y por libertad moral la que no está ligada por ninguna ley o mandamiento. La física
puede extenderse al mal; la moral, sólo al bien.
La libertad puede ser ab extrinseco o ab intrinseco. La primera es la que se ve libre de todo vínculo exterior
que pudiera impedirla, y se llama también libertad de coacción. La segunda es la desligada de cualquier
vínculo interior que pudiera subyugarla, y se llama también libertad de necesidad. Esta última es la libertad
psicológica o interna, que recibe propiamente el nombre de libre albedrío.
A su vez, la libertad psicológica o interna es triple: libertad de ejercicio (o de contradicción), que consiste en
realizar o no realizar un acto, obrar o dejar de obrar; libertad de especificación, que consiste en realizar este
acto bueno, o el otro, o el de más allá; y libertad de contrariedad, si se refiere a escoger entre el bien o el mal
moral.
Para mayor claridad, he aquí el esquema de estas divisiones:
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Raíz de la libertad. La libertad es una consecuencia obligada de la naturaleza racional del hombre: el hombre
es libre porque es inteligente. La libertad no es una potencia distinta de la voluntad, sino que es formalmente
una propiedad de la misma voluntad, por la que elige a su arbitrio los objetos que el entendimiento le
propone en cuanto buenos y convenientes para sí.
Esencia de la libertad.
La esencia de la libertad está en el pleno dominio de la voluntad sobre su acto de elección. La razón es
porque, como ya hemos visto, la libertad no es otra cosa que la facultad de obrar o de no obrar, o de elegir
una cosa con preferencia a otras; lo cual supone necesaria y esencialmente el pleno dominio de la voluntad
sobre su acto de elección. «Lo propio del libre albedrío—escribe Santo Tomás—es la elección, porque el
libre albedrío consiste en poder aceptar una cosa rechazando otra, lo cual es elegir»
Para el pleno dominio de la voluntad sobre su acto de elección se requiere la libertad de coacción extrínseca
y de necesidad intrínseca, tanto de ejercicio como de especificación entre los distintos bienes particulares;
pero de ningún modo la libertad de contrariedad entre el bien y el mal.
Esta conclusión tiene cuatro partes, que vamos a probar por separado.
PRIMERA PARTE: Se requiere la libertad de coacción extrínseca. Es evidente. La coacción extrínseca
suprime la libertad. No el acto libre interior —que es insobornable por la violencia, si la voluntad no quiere
ceder—, pero sí su ejercicio exterior. Y así, un preso no puede salir a la calle, aunque quiera hacerlo
voluntaria y libremente.

SEGUNDA PARTE: Se requiere la libertad intrínseca de ejercicio, o sea, la facultad de obrar o dejar de
obrar. Porque el que obra necesariamente, de tal suerte que no puede dejar de obrar, no es libre en su
ejercicio.
TERCERA PARTE: Se requiere la libertad intrínseca de especificación entre los distintos bienes
particulares. Porque, de lo contrario, la voluntad estaría determinada a uno de esos bienes particulares y no
sería libre con relación a él (por estar ya determinada) ni con relación a los demás (por no poderlos elegir).
Sólo el Bien absoluto o la felicidad en cuanto tales determinan necesariamente a la voluntad, y por eso no es
libre con relación a ellos.
CUARTA PARTE: No se requiere en modo alguno la libertad de contrariedad entre el bien y el mal. La
razón es porque la capacidad física de hacer el mal no significa aumento de libertad, sino imperfección y
defecto de la misma. Ya que, como dice Santo Tomás, lo propio de cada uno es obrar según su naturaleza;
por lo tanto, cuando se mueve por ajeno impulso en contra de su propia naturaleza, no obra como libre, sino
como esclavo. Ahora bien: el hombre es racional por su propia naturaleza. Cuando, pues, se mueve según la
razón por la práctica del bien, es perfectamente libre; pero, cuando peca, obra en contra de la razón, y esto es
esclavitud. De manera que hacer el mal no solamente no aumenta la libertad, sino que la disminuye en gran
manera.
Estructura del acto humanos
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En el acto humano se da una doble unidad entre acto elicito y acto imperado:
Acto elicito: es el que procede inmediatamente de la voluntad que no se manifiesta ante los ojos de los
demás porque es un acto interno, por ejemplo, amor, odio etc.
Acto imperado: es ordenado por la voluntad, pero se ejerce por medio de otras facultades como el estudiar,
el ayudar a alguien, etc. El acto imperado depende de la voluntad.
Cabe señalar que no siempre el acto elicito se cumple a través del acto imperado, como así también que todo
acto imperado nace de un acto elicito.
Impedimentos del Acto Humano
Las causas que pueden influir en el acto humano, ya sea impidiendo que la inteligencia pueda conocer el
objeto o la acción, o que la voluntad presente un movimiento imperfecto hacia el objeto o que la libertad se
vea afectada en la ejecución del acto se debe a distintos factores que afectan ya sea a la inteligencia a la
voluntad o a la libertad. Los podemos ejemplificar en el siguiente esquema:

Impedimentos Próximos
Impedimento de la Inteligencia o cognoscitivos
La ignorancia
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La ignorancia es la falta de conocimiento, puede ser vencible o invencible.


a) Ignorancia vencible: es aquella que se podría y debería superar, si se pudiera un esfuerzo razonable
(por Ej., consultando, estudiando, pensando, etc.). Se subdivide en:
1- Simplemente vencible; si se puso algún esfuerzo para vencerla, pero insuficiente e incompleto.
2- Crasa o supina; si no se hizo nada o casi nada por salir de ella y, por tanto, nace de un grave
descuido en aprender las principales verdades de la fe y la moral, o los deberes propios del estado y
oficio.
3- Ignorancia Afectada; cuando no se quiere hacer nada para superarla con objeto de pecar con mayor
libertad; es, pues, una ignorancia plenamente voluntaria.
b) Ignorancia invencible; es aquella que no puede ser superada por el sujeto que la padece, ya sea
porque de ninguna manera la advierte (por Ej., una persona que no advierte la ilicitud de la
venganza), o bien porque ha intentado en vano de salir de ella (preguntando o estudiando). En
ocasiones puede equipararse a la ignorancia invencible el olvido o la inadvertencia (por Ej., el que
come carne en el día de vigilia sin saberlo, de manera que no la comería si supiera).
4- Inadvertencia, es la falta de conocimiento actual (o puntual) de un conocimiento habitual.
5- El Olvido, privación de un conocimiento que se poseyó en un momento anterior.
6- El Error, juicio equivocado sobre la verdadera realidad de una cosa.
Principios morales sobre la ignorancia
1- La ignorancia invencible quita toda responsabilidad, ya que es Involuntaria. Es fácil entender este
principio moral si se considera el adagio escolástico nihil volitum nisi praecognitum (“nada es
deseado si antes no es conocido”)
2- La ignorancia vencible es siempre culpable, en mayor o menor grado según la negligencia en
averiguar la verdad. Así, es mayor la responsabilidad de una mala acción realizada con ignorancia
crasa, que con simplemente vencible.
3- La ignorancia afectada, lejos de disminuir la responsabilidad, la aumenta, por la mayor malicia que
supone.
Deber de conocer la Ley Moral
Como ya quedó señalado, la ignorancia puede a veces eximir de culpa y, en consecuencia, de
responsabilidad moral. Sin embargo, es conveniente añadir que existe el deber de conocer la ley moral, para
ir adecuando a ella nuestras acciones.
Ese conocimiento no debe limitarse a una determinada‚ poca de la vida la niñez o la juventud, sino que ha
de desarrollarse a lo largo de toda la existencia humana, haciendo una especial referencia al trabajo que cada
uno desarrolla en la sociedad. De aquí se deriva el concepto de moral profesional, como una aplicación de
los principios morales generales a las circunstancias concretas de un ambiente determinado. Por lo tanto, el
deber de salir de la ignorancia adquiere especial obligatoriedad en todo lo que se refiere al campo
profesional y a los deberes de estado de cada persona.
Impedimentos de la voluntad o volitivos
El elemento volitivo del acto (o voluntad) se ve impedido en su libertad principalmente por la
concupiscencia y sus efectos, que son las pasiones, entre las que la más influyente es el miedo.
La concupiscencia
Se define como la inclinación del apetito sensible hacia un bien terrenal o material. Son los bienes llamados
deleitables, porque producen placer a los sentidos. Por tanto, son sensitivos y no racionales. El apetito de los
bienes terrenales no es siempre, necesariamente y per se pecaminoso o malo. Apetecer abrigo en invierno, o
descanso tras el trabajo no son moralmente reprobables. Pero seguida en su extremo la concupiscencia acaba
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siempre en actos moralmente malos, ejemplo: la avaricia por inclinación a la riqueza material, la pereza por
inclinación a la comodidad, la lujuria por inclinación al uso de la carne… nos empujan finalmente a
transgredir el Bien.
La concupiscencia tiene un primer impulso, llamado indeliberado, y que no tiene culpa alguna. Conforme el
impulso es más fácil de advertir y se consiente, se considera más deliberado y se incrementa su culpa.
El miedo
Se define el miedo como el entorpecimiento o vacilación de la voluntad por un mal presente o uno futuro
que se prevé, y sus consecuencias, tanto propio como de seres queridos.
El miedo puede ser debido por una amenaza grave (por ejemplo, a la vida y la integridad) o leve (a
contratiempos en el trabajo, por ejemplo), puede ser próximo y cierto, o remoto e improbable; asimismo
depende de la presencia de ánimo del sujeto. También puede mover el acto, o puede aparecer durante la
realización del acto, sin influjo alguno en el mismo. Su origen puede ser psicológico o interno (una
depresión), natural (una enfermedad, un desastre).
El miedo no suprime la voluntariedad del acto. Asimismo, jamás justifica un acto intrínsecamente malo
(mentir, hacer trampa, etc.). Puede, no obstante, excusar parcialmente la inmoralidad de un acto en ciertos
casos: por ejemplo, en el cumplimiento de leyes positivas que mueven a hacer el bien (por ejemplo, quien se
abstiene de cumplir el precepto dominical porque teme la amenaza cierta de que si sale de casa será agredido
por un enemigo). En cambio, en cuanto a las leyes negativas que prohíben hacer el mal, el miedo no excusa
la responsabilidad o lo hace tenuemente (el miedo a necesitar nuestros bienes para tratar en el futuro una
enfermedad que desarrollamos no nos exime de emplearlos para honra de nuestros padres si se precisa
ahora).
En general, el miedo -aunque sea grande- no destruye el acto voluntario, a menos que su intensidad haga
perder el uso de razón. El miedo no es razón suficiente para cometer un acto malo, por ejemplo, renegar de
la honestidad por miedo a perder el empleo. Si a pesar del miedo el sujeto realiza la acción buena, es mayor
el valor moral de esa acción.
Las pasiones
Se definen como movimientos del apetito sensible surgidos del conocimiento del bien o mal posibles.
Designan las emociones o impulsos de la sensibilidad que inclinan a obrar o no obrar. Son componentes
naturales del psiquismo humano, constituyen el lugar de paso entre la vida sensible y la vida del espíritu.
Ejemplos de pasiones son el amor y el odio, el deseo y el temor, la alegría, la tristeza y la ira.
Las pasiones son en sí mismas indiferentes, pero se convierten en buenas o malas según el objeto al que
tiendan. Por eso, deben ser dirigidas por la razón y regidas por la voluntad, para que no conduzcan al mal.
Por ejemplo, la ira es buena cuando nos lleva a defender los derechos de las familias, el placer es bueno si
está regido por la recta razón. Si los objetos a que tienden las pasiones son malos, nos apartan del fin último:
odio al prójimo, ira por motivos egoístas, placer desordenado, etc.
Si las pasiones se producen antes de que se realice la acción e influyen en ella, disminuyen la libertad por el
ofuscamiento que suponen para la razón; incluso en arrebatos muy violentos, pueden llegar a destruir esa
libertad
Si se producen como consecuencia de la acción y son directamente provocadas, aumentan la voluntariedad
(por ejemplo, el que recuerda las ofensas recibidas para aumentar la ira y el deseo de venganza). Cuando
surge un movimiento pasional que nos inclina al mal, la voluntad puede actuar de dos formas:
• Negativamente, no aceptándolo ni rechazándolo.
• Positivamente, aceptándolo o rechazándolo con un acto formal.
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la división de las pasiones en dos grandes grupos : las del apetito concupiscible y las del irascible. El
primero tiene por objeto el bien deleitable y de fácil consecución; el segundo se refiere al bien arduo y difícil
de alcanzar. Al primero le corresponden seis movimientos pasionales; al segundo, cinco.

El siguiente cuadro esquemático muestra el conjunto del panorama pasional con sus correspondientes actos:

Los hábitos y costumbres


Se considera costumbre a la repetición de un acto a lo largo del tiempo. La costumbre genera la inclinación
constante hacia la repetición de ese acto, que es lo que llamamos hábito. Mientras la costumbre es una mera
concatenación externa de actos, el hábito es un movimiento interno, siendo ambos causa y efecto.
Los hábitos y costumbres pueden ser virtuosos, si tienden moralmente al Bien (dar limosna, ayudar a una
persona, estudiar, etc.), o viciosos, si tienden moralmente al Mal (ofender a otros, mentir, etc.). También
existen hábitos moralmente neutros (morderse las uñas o silbar mientras se hace una tarea).
Los hábitos pueden ser adquiridos por repetición de actos humanos iguales (que pueden dar lugar tanto a
virtudes como vicios). Pueden ser voluntarios, si es la voluntad la que repite el acto hasta generar el hábito, o
involuntarios, si pese a que la voluntad se opone, siguen ejerciendo influencia en el sujeto.
Los hábitos voluntarios y adquiridos aumentan la voluntariedad del acto, pero disminuyen su libertad (quien
se habitúa a la ebriedad o a mentir, acaba siendo esclavo de la misma, y su libertad está condicionada). Los
hábitos involuntarios adquiridos pierden su voluntariedad si se cometen de forma inconscientes (por
ejemplo, quien se arrepintió y esforzó en dejar de hacer trampa en un examen, pero ocasionalmente, sin
darse cuenta, lo hace en una evaluación), pero mantienen su voluntariedad si son conscientes (por ejemplo,
si el sujeto se da cuenta sin haberlo pensado, pero no pone impedimento a volver a caer).
El hábito de tener un vicio arraigado disminuye la responsabilidad si hay esfuerzo por combatirlo, pero no
de otra manera, ya que quien no lucha por desarraigar un hábito malo contraído voluntariamente se hace
responsable no sólo de los actos que comete con advertencia, sino también de los inadvertidos: cuando no se
combate la causa, al querer la causa se quiere el efecto. Por el contrario, quien lucha contra sus vicios es
responsable de los actos que comete con advertencia, pero no de los que comete inadvertidamente, porque
ya no hay voluntario en causa.
Impedimentos de la libertad o ejecutivos
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La violencia
Es el impulso de un factor exterior que nos lleva a actuar en contra de nuestra voluntad. Ese factor exterior
puede ser físico (golpes, etc.) o moral (promesas, halagos, ruegos insistentes e inoportunos, etc.), que da
lugar a la violencia física o moral.
La violencia física absoluta -que se da cuando la persona violentada ha opuesto toda la resistencia posible,
sin poder vencerla- destruye la voluntariedad, con tal de que se resista interiormente para no consentir el
mal.
La violencia moral nunca destruye la voluntariedad pues bajo ella el hombre permanece en todo momento
dueño de su libertad. La violencia física relativa disminuye la voluntariedad, en proporción a la resistencia
que se opuso.
Impedimentos remotos
Además de los impedimentos próximos del acto humano perfecto que acabamos de estudiar, pueden
señalarse algunos otros que repercuten sobre él de una manera más indirecta y remota. Algunos de ellos son
puramente naturales; otros obedecen a causas patológicas; otros, finalmente, al influjo del ambiente o medio
social en que se vive. Vamos a recordar brevemente los principales
Temperamento
Se entiende por tal el conjunto de inclinaciones íntimas que brotan de la constitución fisiológica de una
persona. Es la constitución psicobiológica innata, la primera naturaleza de la persona, la primera forma de
reacción de la persona ante una situación
Carácter
Es la segunda naturaleza de la persona, que ella ha forjado, aprehendido, construido como resultante de las
múltiples influencias físicas, psíquicas y ambientales que contribuyen a formar su personalidad moral. El
temperamento es uno de los elementos que integran el carácter; pero este último recoge, además, las
influencias procedentes de la propia voluntad y las del medio ambiente que lo rodea. El carácter es la
manera de ser de una persona, que le distingue de los demás.
Ni el temperamento ni el carácter suprimen la voluntariedad, libertad y responsabilidad del acto humano,
aunque pueden disminuirlas o atenuarlas en parte.
No las suprimen porque, salvo rarísimas excepciones que entran ya en los dominios de lo patológico, el acto
humano se realiza con perfecta advertencia y consentimiento, cualquiera que sea el temperamento y carácter
del agente.
Las disminuyen en parte, casi de igual forma, pero en grado mucho menor, que algunos de los impedimentos
próximos de que hemos hablado: la concupiscencia, las pasiones, los hábitos y costumbres...
La edad y el sexo

Sin esfuerzo se comprende el influjo profundo que ejercerán en el acto humano la edad y el sexo de una
persona. Es diferentísima la psicología del niño, del adolescente, del joven, del hombre maduro y del
anciano. Y lo es también, en múltiples y complicados aspectos, la del hombre y la mujer. Recordemos
algunos principios.
La edad. Conviene tener en cuenta las principales fases de la vida del hombre que ejercen honda influencia
en su conducta humana:
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La infancia. Por 10 general, los años de la infancia (1 a 6 años) son del todo premorales. El niño no tiene uso
de razón y obra por motivos instintivos, utilitaristas y egoístas, sin responsabilidad moral alguna.
La niñez (6-7 a II-12 años). Es difícil precisar a qué edad comienza el uso de razón. Autores hay que dicen
que el niño no es apto para realizar un acto moral perfecto, hasta los diez u once años; pero esta norma,
aplicada indistintamente a todos los países, temperamentos y ambientes, nos parece inaceptable. La vida
moral de estos niños es muy indecisa y vacilante; se dejan llevar generalmente de las impresiones del
momento, sin mirar hacia el pasado o el futuro. Es la época en que hay que intensificar, con delicadeza y
tacto exquisitos, la siembra de buenas semillas en una tierra virgen que puede llegar a producir el ciento por
uno o a malograrse quizá para siempre.
La adolescencia (12-16 años). En esta época se produce una gran crisis fisio-psicológica en la personalidad
del niño, que repercutirá hondamente en su conducta moral y religiosa. Despiertan sus pasiones, se
enriquece su vida afectiva, experimenta movimientos de insubordinación y rebeldía contra todo lo que
suponga obstáculo a su propia libertad e independencia, etc., etc. Del cuidado y tino en saber encauzar esas
tendencias dependerá, en parte grandísima, la conducta moral de toda la vida posterior. Gran responsabilidad
de los educadores: padres, maestros, director espiritual, etc.
La juventud (16 a 25-30 años). Es la época de las grandes pasiones, por un lado, y de los grandes ideales,
por otro. La personalidad humana se va plasmando cada vez más acentuadamente hasta adquirir la definitiva
impronta moral, que, por lo general, perdurará toda la vida.
La madurez (30 a 6o-65 años) es la época en que la vida moral del hombre llega a su máxima intensidad y
madurez. El hombre alcanza la plena responsabilidad de sus actos, superada ya la precipitación irreflexiva
de la juventud y enriquecido su acervo psicológico con las enseñanzas insubstituibles que le va
proporcionando la experiencia diaria en torno a la conducta propia y ajena.
La vejez (65 años en adelante) se caracteriza por una mayor gravedad y ponderación moral—nacida de la
larga experiencia—, que con frecuencia es contrarrestada por cierto reverdecer de los defectos de la infancia:
egoísmo, avaricia, caprichos, suspicacia, etc. En la senectud muy avanzada, la responsabilidad moral va
disminuyendo progresiva y paralelamente a las facultades mentales del anciano.
El sexo. Influye también mucho en la vida moral. El hombre se gobierna mejor por los principios
intelectuales que por los impulsos afectivos, al revés de la mujer. El egoísmo, la ambición, la sensualidad, el
orgullo, la obstinación en el error, etc., son defectos típicamente masculinos, a diferencia de la debilidad de
carácter, vanidad, inconstancia, sugestionabilidad, etc., etc., que prenden fácilmente en el corazón femenino.
En descargo de los hombres hay que poner su mayor tenacidad y constancia en las grandes empresas, que
suponen esfuerzo y heroísmo sobrehumanos, mientras que el sacrificio callado y el espíritu cotidiano de
abnegación brillan ante todo en la mujer. Ciertos fenómenos periódicos que experimenta esta última
repercuten también, a veces muy intensamente, en su psicología y actividad moral.
La herencia
Se ha exagerado mucho por algunos psiquíatras y criminalistas la influencia de las tendencias hereditarias en
la conducta moral del hombre. Sin negar del todo la huella ancestral que pueda descubrirse en ciertas
propensiones naturales a la cólera, sensualidad, robo, embriaguez, suicidio, etc.—lo mismo que para una
conducta morigerada y honesta—, es preciso concluir que estos elementos hereditarios repercuten en el acto
moral tan sólo de una manera remota, parcial o incompleta, ya que, salvo anormalidades de tipo patológico,
no comprometen la libertad substancial con que se realiza, aunque puedan disminuirla o debilitarla un poco.
Patológicos
La patología repercute, sin duda, fuertemente en la conducta moral del hombre en virtud de las relaciones
tan íntimas entre el cuerpo y el alma, de cuya unión resulta el compuesto substancial humano. Por eso, entre
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todas las enfermedades que pueden asaltar al hombre, las nerviosas y mentales son las que se relacionan más
directamente con la moralidad de sus actos.
Imposible un análisis exhaustivo de la amplísima materia que nos sale al paso. Nos limitamos a unas breves
observaciones sobre los fenómenos patológicos más frecuentes, que es menester tener muy en cuenta para
juzgar de la conducta moral del enfermo y de su grado de responsabilidad ante Dios y los hombres.
La neurastenia
Es un estado patológico que consiste en la fatiga y depresión habitual del sistema nervioso por causas
orgánicas o psíquicas, o por ambas a la vez.
Sus síntomas o manifestaciones más frecuentes son: la fatiga general por las menores ocupaciones,
principalmente intelectuales, dolor de cabeza, insomnio pertinaz, irritabilidad, impresionabilidad, trastornos
digestivos y circulatorios (arritmia, palpitaciones), inconstancia, abatimiento, escrúpulos y ansiedades,
tristeza, sueños terroríficos u obsesionantes, fobias, abulia, debilidad mental, etc., etc. No siempre se reúnen
todos estos síntomas, pero su mayor o menor número es índice del arraigo de la enfermedad en el paciente.
La neurastenia constitucional es casi siempre incurable; la accidental o transitoria, por el contrario, lo es
fácilmente: no con el reposo absoluto —como se cree con frecuencia, equivocadamente—, sino más bien
con una ocupación tranquila y un ambiente de paz y de optimismo.
Rara vez la neurastenia exime totalmente de la responsabilidad de los actos humanos, puesto que no suprime
del todo su voluntariedad y libertad. Con todo, es muy cierto que la responsabilidad moral de estos pobres
enfermos está muy atenuada, y con frecuencia sus actos desordenados estarán desprovistos de malicia grave,
principalmente en sus impulsos repentinos e irreflexivos. No obstante, si para contrarrestar su tristeza buscan
los placeres prohibidos, que nada tienen que ver con sus impulsos neuróticos, hay que juzgar que cometen
verdaderamente pecado grave, presupuestas las condiciones requeridas para ello.
La histeria
Es una perturbación nerviosa mucho más intensa que la anterior, caracterizada por una excitación y
desorden del sistema nervioso que produce un gran desequilibrio en la sensibilidad y psiquismo del paciente.
Sus síntomas son variadísimos y no ofrecen uniformidad ni siquiera en un mismo paciente. Se ha dicho que
lo único constante en la histeria es su perpetua inconstancia. Con todo, casi nunca faltan, en una forma o en
otra, movimientos descompasados, convulsiones, anestesias parciales (vista, oído), hiperestesia de otros
sentidos u órganos, vómitos, digestiones retardadas, gran sugestionabilidad, estallidos inesperados de risa o
de llanto, enorme inconstancia y volubilidad, propensión a la mentira, a la sensualidad más desenfrenada;
prurito de llamar la atención, enorme egoísmo, amenazas de suicidio, irregularidad de la memoria,
perturbaciones genitales, alucinaciones vivísimas (jurarían que ven y oyen lo que no existe fuera de su
fantasía), etc.
Las causas de este gran desorden nervioso no han sido bien precisadas todavía. Probablemente no es una
enfermedad orgánica, sino funcional, o sea, que no proviene de lesiones cerebrales o de otros órganos, sino
del mal funcionamiento del sistema nervioso debido a múltiples factores, entre los que parece destacar la
autosugestión morbosa o la sugestión extrínseca en sujetos especialmente predispuestos a recibirla.
Como sugiere su mismo nombre (de ystera, útero), es enfermedad más propia de mujeres, aunque también
puedan sufrirla los hombres, sobre todo los que poseen un sistema nervioso fácilmente excitable. No
siempre procede de una conducta desordenada y culpable, ya que se han comprobado crisis histéricas en
personas de gran piedad y exquisita pureza de costumbres.
En los momentos de crisis aguda, la responsabilidad está casi del todo anulada, ya que el paciente no posee
el control y dominio de sus actos, o lo posee muy incompleto y atenuado. En general, el verdaderamente
histérico tiene muy disminuido el campo de la conciencia y el control de su libertad, y con frecuencia no
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habrá acto humano perfecto en su manera de proceder ni, por consiguiente, responsabilidad grave. Con todo,
hay momentos en que se dan perfecta cuenta de lo que hacen, y fingen con gran habilidad su acostumbrado
desequilibrio para obtener alguna ventaja, casi siempre de tipo egoísta y sensual. El grado de
responsabilidad habrá de medirse en cada caso por el de su conocimiento y libertad al realizar el acto, cosa
nada fácil de averiguar en la práctica.
La epilepsia
Es una alteración del sistema nervioso mucho más grave que la histérica. Durante la crisis aguda (coma
epiléptico) desaparece en absoluto la responsabilidad moral, puesto que el paciente pierde por completo el
control y dominio de sí mismo. En los períodos de calma subsiste, en general, la libertad y responsabilidad
de los actos, aunque algo perturbada y disminuida, sobre todo si las crisis son frecuentes.
La psicastenia
Con este nombre genérico se denominan una serie de perturbaciones psíquicas de índole nerviosa que no
alcanzan la virulencia de las que acabamos de citar. Tales son las ideas fijas y obsesionantes, los impulsos
obsesivos (al suicidio, la blasfemia, etc.), las fobias y manías (contra la luz, el polvo, el agua, la soledad,
etc.), la abulia o falta de voluntad, los tics nerviosos (muecas, gestos inconscientes, etc.), la ciclotimia o
tránsito brusco del estado de excitación al de depresión psíquica, etc.
Las causas de estas anomalías psíquicas no se han podido precisar todavía con exactitud. Parece que
provienen, en su mayor parte, de ciertas perturbaciones cerebrales de origen hereditario o funcional. Muchos
de esos fenómenos—sobre todo las ideas fijas, los impulsos obsesivos, la abulia, etcétera. Disminuyen la
libertad del acto humano y atenúan, por consiguiente, su responsabilidad; pero rara vez llegan a suprimirla
del todo.
Sociológicos
Aparte de los impedimentos u obstáculos del acto humano perfecto procedentes de las causas naturales o
patológicas que acabamos de recordar, no cabe duda que ejercen gran influjo sobre él otros muchos factores
procedentes del ambiente social en que se desenvuelve la vida de un hombre.
Entre ellos destacan por su singular importancia la educación recibida en el seno del hogar y en la escuela o
universidad; el ambiente que se respira en el propio taller, oficina, comercio, cuartel, etc.; las lecturas, los
espectáculos, las amistades, las conversaciones, los vaivenes de la política, las perturbaciones sociales
(huelgas, algaradas revolucionarias, etc.), las guerras y conflictos internacionales, la inmoralidad
profesional, los malos ejemplos, las injusticias y atropellos, etc. Todo esto va dejando su huella en la
psicología humana, sobre todo en la época juvenil, ejerciendo una influencia a veces decisiva en la
formación de la propia personalidad moral.
La moralidad del acto humano
El acto humano no es una estructura simple, sino integrada por elementos diversos. ¿En cuáles de ellos
estriba la moralidad de la acción? La pregunta anterior, clave para el estudio de la moral por parte de la
ética, se responde diciendo que, en el juicio sobre la bondad o maldad de un acto, es preciso considerar:
1)El objeto del acto en sí mismo,
2) Las circunstancias que lo rodean,
3) La finalidad que el sujeto se propone con ese acto.
Para dictaminar la moralidad de cualquier acción, hay que reflexionar antes sobre estos tres aspectos.
El objeto
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El objeto es la acción misma del sujeto, pero tomada bajo su consideración moral, el objeto no es el acto sin
más, sino que es el acto de acuerdo a su calificativo moral. Un mismo acto físico puede tener objetos muy
diversos, como se aprecia en los ejemplos siguientes:

MISMO ACTO OBJETOS


DIVERSOS
Matar Asesinato
Defensa propia
Aborto
Pena de muerte
Hablar Mentir
Insultar
Adular
Bendecir
Difamar
Jurar
La moralidad de un acto depende principalmente del objeto: si el objeto es malo, el acto es necesariamente
malo; si el objeto es bueno, el acto es bueno si lo son las circunstancias y la finalidad. Si el objeto del acto
no tiene en sí mismo moralidad alguna (por ejemplo, pasear), la recibe de la finalidad que se intente (por
ejemplo, para descansar y conservar la salud), o de las circunstancias que lo acompañan (por ejemplo, con
una mala compañía).
Aun cuando pueden darse objetos morales indiferentes en sí mismos ni buenos ni malos, sin embargo, en la
práctica no existen acciones indiferentes (su calificativo moral procede en este caso del fin o de las
circunstancias). De ahí que en concreto toda acción o es buena o es mala.
Las circunstancias
Las circunstancias (circum-stare: hallarse alrededor) son diversos factores o modificaciones que afectan al
acto humano. Se pueden considerar en concreto las siguientes:
1) Quién realiza la acción (por ejemplo, la autoridad que comete un ilícito.).
2) Las consecuencias o efectos que se siguen de la acción (un leve descuido del médico puede ocasionar la
muerte del paciente).
3) Qué cosa: designa la cualidad de un objeto (por ejemplo, el robo de una cosa sagrada) o su cantidad (por
ejemplo, el monto de lo robado).
4) Dónde: el lugar donde se realiza la acción (por ejemplo, un acto ilícito cometido en público es más grave,
por el escándalo que supone).
5) Con qué medios se realizó la acción (por ejemplo, si hubo fraude o engaño, o si se utilizó la violencia).
6) El modo como se realizó el acto (por ejemplo, rezar con atención o distraídamente, castigar a alguien con
crueldad).
7) Cuándo se realizó la acción, ya que en ocasiones el tiempo influye en la moralidad (por ejemplo, no pagar
impuesto en la fecha correspondiente)
Hay circunstancias que atenúan la moralidad del acto humano, circunstancias que la agravan y, finalmente,
circunstancias que añaden otras connotaciones morales al acto humano.
La finalidad
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La finalidad es la intención que tiene el hombre al realizar un acto, y puede coincidir o no con el objeto de la
acción. No coincide, por ejemplo, cuando camino por el campo (objeto) para recuperar la salud (fin). Si
coincide, en cambio, en aquel que se emborracha (objeto) con el deseo de emborracharse (fin).
En relación a la moralidad, el fin del que actúa puede influir de modos diversos:
1) Si el fin es bueno, agrega al acto bueno una nueva bondad (por ejemplo, estudiar - objeto bueno- en
reparación para aprobar la materia -fin bueno-).
2) Si el fin es malo, vicia por completo la bondad de un acto (por ejemplo, ayudar - objeto bueno- para
recibir halagos -fin malo-).
3) Cuando el acto es de suyo indiferente el fin lo convierte en bueno o en malo (por ejemplo, pasear frente al
banco -objeto indiferente- para preparar el próximo robo - fin malo-).
4) Si el fin es malo, agrega una nueva malicia a un acto de suyo malo (por ejemplo, robar -objeto malo- para
después jugar en el casino -fin malo-).
5) El fin bueno del que actúa nunca puede convertir en buena una acción de suyo mala. Por ejemplo, no se
puede jurar en falso -objeto malo- para salvar a un inocente -fin bueno-, o dar muerte a alguien para liberarlo
de sus dolores, o robar al rico para dar a los pobres, etc.
Determinación de la Moralidad del Acto Humano
El principio básico para juzgar la moralidad es el siguiente:
Para que una acción sea buena, es necesario que lo sean sus tres elementos: objeto bueno, fin bueno y
circunstancias buenas; para que el acto sea malo, basta que lo sea cualquiera de sus elementos (“bonum ex
integra causa, malum ex quocumque defectu”: el bien nace de la rectitud total; el mal nace de un sólo
defecto.
La razón es clara: estos tres elementos forman una unidad indisoluble en el acto humano, y aunque uno sólo
de ellos sea contrario, si la voluntad obra a pesar de esta oposición, el acto es moralmente malo.

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