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La bendición de Dios sobre la familia.

El matrimonio es una bendición, proporciona felicidad a la familia. El


carácter de Dios fue reproducido fielmente en Adán y Eva. Dios creó el
matrimonio para que la pareja viva en armonía; Dios nos dio todas las cosas
en bendición para disfrutarlas. Siempre la bendición de Dios está más allá de lo
que el hombre puede percibir. Dios no es pobre ni tacaño, por tanto, da
siempre las cosas con abundancia, Él fue muy generoso y le dio tierra al
hombre para que él y su descendencia la habiten y la disfruten para siempre.
El propósito de Dios es bendecirnos, esta bendición está condicionada a la
obediencia de su palabra. Ser cristianos nos da el derecho legal de participar
de las bendiciones dadas a Abraham.

Del mismo modo que hay bendiciones también hay maldiciones, el no


obedecer la palabra divina trae consecuencia, maldiciones.

La sanidad interior de la pareja.

Las heridas más fuertes que puede tener el ser humano se centran en el
alma. Cuando Dios diseñó al ser humano lo hizo de tal modo que pudiera
sentirse amado y a la vez que pudiera dar amor. Muchas heridas vienen desde
la niñez, falta de amor, afecto familiar y reconocimiento; estas deficiencias
dejan un gran vacío en el corazón y aunque pasen los años éstas continúan,
generalmente cada persona trata de llenarlo con elementos secundarios
exponiéndose en incurrir en grandes pecados. Muchas personas llegan al
matrimonio en esta condición, creyendo que el matrimonio va a llenar ese
vacío que tienen desde la niñez. En la mayoría de los casos estas heridas no
están registradas en la memoria porque sucedieron cuando éramos tan niños,
que no alcanzamos a recordar aquellos sucesos.

El rechazo, la ira, culpar a otros, las palabras hirientes y el maltrato físico


causan heridas al espíritu.

Algunos pasos para sanar las emociones está el renunciar a albergar cosas
en nuestro corazón que producen amargura, resentimiento, odio o rebeldía. Si
siente que le han ofendido, hay que hacer un alto en el camino y perdonar de
todo corazón a aquellos que le han herido, rechazado. Hay que perdonarse uno
mismo y no dejar que nuestros pensamientos nos acusen de los errores que
cometimos en el pasado. Debemos aceptarnos a sí mismo y restaurar la
relación con nuestro Padre Celestial.

Es importante experimentar una sanidad total en nuestra alma para poder


disfrutar de una correcta relación conyugal.
El líder y su familia.

Dios quiere una familia consagrada.

Un líder de familia es irreprensible, marido de una sola mujer, consistente


en su matrimonio. Sobrio, que sabe mantener el equilibrio como esposo,
discípulo, empresario, líder y padre. Es prudente, sabe cuando hablar y cuando
callar teniendo la capacidad de sobreponerse a todas las dificultades. Es
decoroso, crea un ambiente de excelencia, apto para enseñar. No dado al vino,
sabe como dominar sus propios impulsos, es dueño de sí mismo. No es
pendenciero, no impone su doctrina a la fuerza, deja que el Espíritu Santo
actúe. No codicia las ganancias deshonestas, no se deja seducir por el brillo del
metal ni por el verdor de los billetes, sabe esperar a Dios. Es amable, tiene el
don del servicio y se esfuerza por hacer sentir a los demás como príncipes. Es
apacible, siempre guarda la calma, nunca se sale de sus casillas. No es avaro,
ama a Dios con toda su mente y con toda su alma y con toda su fuerza y por
esta causa no da lugar en su corazón al ídolo del dinero. Gobierna bien su
casa, conoce y aplica las normas bíblicas por tanto toda su familia se ha
logrado involucrar dentro del ministerio. No es un neófito, no se anticipa al
proceso de formación, sabe trabajar bajo la dirección de su líder. Da
testimonio, sus hechos son más elocuentes que sus propias palabras,
permitiendo que Jesús edifique su casa.

Todos los esfuerzos que se hacen sin tener en cuenta a Dios son en vano.
Educar a los hijos en el temor de Dios.

Jesús trajo a la luz a aquellos que estaban en tinieblas, vida donde había
muerte; enseñó el lenguaje del amor, abrió las puertas de la esperanza para
aquellos que estaban sumergidos en confusión.

Jesús nos comisionó a continuar lo que Él comenzó.

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