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Prova de Língua Espanhola

PPGL – Mestrado 2021-2022

MESTIZAJE E INTERCULTURALIDAD
William Ospina

Yo crecí sintiéndome europeo. La sociedad colombiana es muy entusiasta de su


tradición latina, de su tradición europea, existe un culto hacia lo europeo muy alto y yo era
parte de esa tradición.
Para darles un ejemplo, entre muchos, del respeto que tiene Colombia por Europa
menciono el nombre de la persona que redactó la Constitución colombiana de 1886: Antonio
Caro. Caro era un latinista al que le gustaba hablar más en latín que en castellano.
Ese era mi contexto. Fue entonces, cuando yo tenía 24 años, que viajé a Europa. Lo
primero que comprendí cuando estuve en Europa es que… no era europeo. En el viejo
continente, si un extranjero no comprende que no es europeo, la gente te lo hace comprender.
De muchas maneras distintas le recuerdan a uno que sus costumbres, que su manera de mirar
el mundo, que su manera de accionar en la vida es distinta. Ese elemento implica un aprendizaje
muy importante. Yo diría que a veces, como ocurre en cierto cuento de la ‘Divina noche’, hay
que viajar por el mundo para descubrir lo que tiene uno en el patio de su propia casa y que los
viajes nos enseñan no solamente a ver lo extranjero sino a vernos a nosotros mismos. Lo cierto
es que después de un par de años en Francia, en donde entablé una relación muy rica con la
literatura francesa, que siempre me había interesado, volví a Colombia y empecé a sentir una
curiosidad nueva por el mundo en el que había pasado mi infancia y mi juventud y que me
había despertado antes de ese momento muy pocas preguntas y muy poca curiosidad.
Después de volver de Francia recién me interesé por la naturaleza, me sorprendía y
maravillaba, recién entonces, de encontrar una vegetación tan distinta de la que había visto en
Europa y me sorprendía encontrar en Colombia elementos que no formaban parte del mundo
en el que yo había pasado mi infancia. Me sentía como si yo hubiera crecido en una realidad
física, en mi país, pero viviendo otra realidad espiritual, fuera de él. Cuando volví de Europa
recién empecé a valorar y a conocer a mi país. Entonces me pareció necesario establecer un
diálogo entre mi formación literaria, mi memoria cultural y el “nuevo mundo” en el que estaba.
Empecé a sentir por ejemplo una necesidad muy grande de conocer los nombres de los
árboles de mi país. Esa era una ardua tarea en una de las regiones del mundo donde hay tanta
variedad de árboles. Si uno viaja de París a Burdeos no son muchas las variedades de árboles
que ve. Pueden ser muchos en cantidad, pero de especies que no varían mucho. Pero si uno
viaja entre Bogotá y Cali no acaba uno nunca de saber cómo se llaman los árboles. Además, en
ese viaje, no sólo cambia la vegetación sino que también cambia el clima, cambia la topografía,
cambia la gente. En ese entonces empecé a sentir una fascinación por esta diversidad nueva en
un país que yo creía conocer muy bien, que era el mío, pero del cual conocía poco.
Después de eso, con el paso de los años, llegó la famosa celebración del Quinto
Centenario del descubrimiento y de la Conquista de América. Cuando se celebró el Quinto
Centenario se acuñó oficialmente en nuestros países la frase, ‘el encuentro de dos mundos”.
Ese era un eufemismo para evitar nombrar por su nombre verdadero lo que fue la conquista,
que fue muy compleja. Uno de los resultados de ese proceso fue verdaderamente atroz,
verdaderamente bárbaro, bajo la forma de una conquista brutal. Pero obviamente otros
resultados del proceso fueron menos brutales.
Yo recuerdo que hacia 1991, cuando estábamos en vísperas de la celebración del Quinto
Centenario, a mi nada me interesaba más que contrariar la idea de que América tenía 500 años.
Yo argumentaba que en un planeta tan antiguo, tan lleno de civilizaciones y tradiciones, donde
existe la China, donde existió Mesopotamia, donde existe Egipto, donde Europa tiene ciudades
de mil, mil quinientos años, la idea de que nosotros tenemos 500 años me parecía que nos daba
una cierta fantasmidad indebida. Ese año escribí el libro “El país del tiempo”, que se proponía
interrogar a seres humanos conjeturales que vivieron en América mucho antes del
descubrimiento y después del descubrimiento.
Yo quería escuchar las voces de seres que vivieron en América en los últimos 30.000
años y sentí que esas voces podían tener algo que decirnos. Escribir el libro fue una idea que
me nació de un poema que escribí un día sobre el primer mongol. Un día se me ocurrió pensar
qué sintió el primer hombre que pisó el territorio americano, alguno tuvo que ser, porque
aunque todavía hay algunos debates sobre eso, lo más probable es que la especie humana haya
llegado a América y no haya nacido en América. Por lo tanto, todos llegamos aquí, unos más
temprano que otros, y eso es muy interesante, apasionante.
Yo no puedo entender a América, al Continente americano, sino como esa casa
hospitalaria que ha recibido tantas visitas y en donde todos los que han llegado, si no pueden
ser llamados nativos pueden cuando menos ser llamados originales.
Fragmento del artículo “El tratamiento de la diferencia lingüística en las gramáticas para
la escuela secundaria argentina de fines del siglo XIX y comienzos del XX”, de Elvira
Narvaja de Arnoux (Boletín de la Sociedad Española de Historiografía
Lingüística, ISSN 1695-2030, Nº. 11, 2017, págs. 31-53)

Las gramáticas son instrumentos lingüísticos, es decir, textos que exponen un saber
metalingüístico y que intervienen glotopolíticamente tratando de modelar las subjetividades
hablantes propias de una determinada época y lugar a partir de un dispositivo que a la vez que
describe la lengua prescribe los usos legítimos. Tienen una notable estabilidad discursiva, que
se evidencia en las partes que reconocen, en el juego tradicional de reglas y ejemplos, en la
presencia de cuadros, listados o paradigmas en determinadas zonas. A pesar de ello permiten
ciertos juegos como pueden ser, en las gramáticas escolares, el mayor o menor desarrollo de
ejercicios, el despliegue a partir de preguntas y respuestas o de un discurso razonado o, también
en otras, la diferenciación tipográfica según la profundidad del análisis, el agregado de notas
al pie o de notas finales, la inclusión de anexos. El discurso gramatical, como todo discurso,
remite al contexto no solo a las condiciones sociohistóricas de producción y a las instituciones
de las que surge sino también al campo específico en el que una serie de gramáticas se generan
y circulan y a la corriente gramatical en la que se inscribe cada una. De allí que los vínculos
que se establecen entre las gramáticas pueden ser de oposición, de complementariedad, de
filiación y pueden estar marcados por la polémica, la reformulación o el retome con diverso
alcance (Arnoux 2008). Para el analista, el estudio contrastivo de los textos gramaticales es
productivo en la medida en que se pueden establecer parejas o series gracias a variables
contextuales que facilitan la puesta en relación.
[…]
Las gramáticas destinadas a la enseñanza en la etapa considerada deben señalar no solo que se
atienen al marco oficial sino también, cuando eso ocurre, que cuentan con el apoyo oficial
porque han sido seleccionadas a partir del llamado a concurso o de la intervención de
comisiones asesoras (López García 2015, 102-103). En relación con lo primero aparecen en la
portada frases como “Texto arreglado al programa oficial”. O en la Advertencia: “El presente
libro, escrito con el objeto de responder a los programas aprobados por el Gobierno para la
enseñanza del idioma castellano en los Colegios Nacionales y Escuelas Normales de la
República…”.

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