Está en la página 1de 8

INTRODUCCIÓN. CUESTIONES GENERALES SOBRE ÉPOCAS Y MOVIMIENTOS.

1.1. CONTENIDOS FUNDAMENTALES


1.1.1. LOS TÉRMINOS “ÉPOCA” Y “MOVIMIENTO”

En la Historia de la Literatura y en la crítica literaria suelen emplearse indistintamente


los términos época y periodo. El diccionario de la Real Academia Española define
“época” como “periodo de tiempo que se señala por los hechos históricos durante él
acaecidos”. Aunque en alguna ocasión se ha identificado época con movimiento (tal es
el caso de Spencer y Taine.

Una de las definiciones de “periodo literario” que ha gozado de mayor aceptación es la


formulada por Wellek, “una sección de tiempo dominada por un sistema de normas,
pautas y convenciones literarias, cuya introducción, difusión, diversificación,
integración y desaparición pueden perseguirse”.

La periodización o división en épocas tiene un interés fundamentalmente instrumental y


metodológico. Es la única forma de delimitar su cambiante y dinámica realidad.

Para la definición de “movimiento literario”, partimos de la formulada por María


Moliner, aplicado “al conjunto de manifestaciones artísticas e ideológicas con ciertos
caracteres que le dan unidad, que constituyen un cambio perceptible con respecto a las
de la época anterior. Wellek, por su parte, considera que “el término “movimiento”
bien pudiera reservarse para esas actividades conscientes o autocríticas”.

El movimiento literario, cuya esencia es la diacronía (no sincronía) y solo desde el


punto de vista metodológico o didáctico podemos considerarlo detenido o fijado en un
momento histórico concreto. Sin embargo, se vienen analizando los movimientos como
las tendencias de una época determinada. Pero de nuevo nos encontramos con épocas o
con tendencias literarias, que se resisten a estar presentes solo en un tiempo determinado
(a ser un puro corte transversal o sincrónico).

La idea de un movimiento literario como un sistema puramente sincrónico es una


ilusión: “cada sistema sincrónico contiene su pasado y su futuro (existe tradición
literaria previa).

0.1.2 Movimientos y sistemas cosmovisionarios

Para Carlos Bousoño, que ha prestado atención al problema de la periodización, “todos


los rasgos de una época tienen una cosmovisión que es inherente a tal periodo”.
Bousoño apela a los postulados del estructuralismo. Siempre en toda cosmovisión hay
una raíz genética o un foco, a partir del cual el sistema se organiza. Examinando los
sucesivos periodos literarios (buscando en ellos su “foco” halló que todos tenían
genéticamente el mismo “centro de responsabilización”, de manera que solo difería de
los otros en la cantidad con que este se iba dando”. Ha constatado, así, que la intuición
primaria a partir de la cual se forma el sistema “de época” es siempre cierto grado de
sentimiento individualista. El término y el concepto de individualismo quizá podrían
sustituirse por el de singularidad.

En cuanto a individualismo, diferencia entre falso y verdadero. El primero es primitivo


y centrífugo (se aleja del centro) y el segundo racionalista y centrípeto (se aproxima al
centro), originado en la objetividad.

El término para una época determinada (Renacimiento, Romanticismo, Realismo, etc.)


es una idea reguladora, un tipo ideal que no puede llenarse por completo y que en cada
obra individual se combinará con rasgos diferentes, residuos del pasado, anticipaciones
del futuro y peculiaridades personales.

José María Valverde, para quien la esencia de la literatura reside en saber combinar la
tradición y la renovación, recurre al término “extrañamiento” (empleado por formalistas
rusos). Pero, por otro lado, si solo valoramos las obras literarias en cuanto que
representan “movimientos” más o menos novedosos, no recibimos su impacto más
hondo.

La dialéctica entre la tradición y la renovación está en la base de todo movimiento y del


quehacer de todo gran creador. Para Nietzsche este quehacer consiste en aceptar una
múltiple sujeción de los creadores anteriores, y, una vez autoimpuestos los modelos,
saber vencerlos con gracia, de modo que se note al mismo tiempo la sujeción y la
victoria.

Las etapas y movimientos artísticos no son susceptibles solamente de una explicación


cosmovisionaria (Bousoño), y de otra histórico-literaria (tradición-novedad), sino
también de una explicación social, con tal de que comporte objetividad. Lo que da
fundamento a la totalidad del arte es, pues, la inserción del artista en un mundo
objetivo.

El sistema en el formalismo ruso

Han sido los formalistas rusos quienes han proclamado con mayor énfasis la necesidad
de estudio del hecho literario. Jakobson reclama para la “ciencia de la literatura” el
estatuto de una verdadera ciencia. Sus representantes ven en la historia literaria el
establecimiento de determinadas leyes y normas tradicionales y confunden con
“historicidad” del fenómeno literario con el “historicismo” correspondiente a su estudio.
Tienden a considerar los objetivos particulares y las leyes de la construcción sin tener en
cuenta el aspecto histórico.

Vinogradov considera imposible separar una obra del resto de las obras del mismo
autor, ya que todas son, a pesar de su relativa autonomía, “manifestaciones de una
conciencia creadora en el curso de un desarrollo orgánico”. Una obra literaria no es solo
un microcosmos, representa sucesión de los estilos artísticos y un momento dado. La
sincronía y la diacronía tienen que darse continuamente la mano.
La obra literaria constituye un sistema, del mismo modo que la literatura constituye otro
sistema. Por “sistema” entiende Tynianov un conjunto de entidades organizadas que
mantienen entre sí relaciones de interdependencia y que se ordenan en la consecución
de una finalidad determinada. Si se admite que la evolución es un cambio de relación
entre los términos del sistema, es decir, un cambio de funciones y de elementos
formales, la evolución resulta ser una sustitución de sistemas. En resumen, el estudio de
la evolución literaria solo es posible si la consideramos como una serie, un sistema
puesto en correlación con otras series o sistemas y condicionado por ellos.

Los formalistas tratan de salvar el abismo entre diacronía y sincronía, el descriptivista


no puede olvidar que el sistema cambia continuamente, mientras que el historiador
debería recordar que los cambios sobre los que indagan se dan dentro del sistema.
Según Juan Oleza, “en el cambio diacrónico se produce una transformación doble:
cambian algunos elementos formales, pero cambian también las funciones de todos los
elementos. Lo que sustituye es un sistema, es decir, un conjunto de elementos con
funciones determinadas: si subsiste algún elemento del sistema anterior, subsiste pero
motivado por una función distinta. El ritmo de estas funciones difiere según las épocas.
La confrontación entre dos sistemas, Romanticismo y Realismo, supongamos, debe
hacerse tanto en sus elementos como en las funciones de estos. Los elementos formales
resultan a veces provocadores de confusión puesto que toda nueva corriente busca
durante un cierto tiempo puntos de apoyo en los sistemas precedentes.

Como portavoces de la vanguardia literaria, los formalistas promueven la violación de


los cánones artísticos. Significó para ellos tres cosas: 1) en el nivel de la representación
de la realidad, equivalía a “divergencia” de lo real. 2) en el lenguaje, significaba
alejamiento del uso corriente, 3) en la dinámica literaria implicaría una desviación de la
norma artística predominante. El valor de la literatura está en su novedad y originalidad.
Atendiendo a la forma como el público literario reaccione ante los recursos, estos
podrán clasificarse en perceptibles o imperceptibles. Para ser perceptible, un recurso
tiene que ser o muy antiguo o muy nuevo.

La importancia que los formalistas concedieron a la evolución y al cambio literario, les


confirió una mentalidad histórica de la que no disfrutaban por aquellos años muchos de
sus colegas occidentales. Ese será el caso de Juan Luis Alborg, por ejemplo. Este
asegura que “la supuesta analogía entre el sistema literario y el sistema lingüístico no
existe sino en la imaginación de estos teóricos.

Lotman argumenta que el efecto artístico o poético tiene lugar a causa de una estrecha
relación entre los aspectos formales y semánticos del texto literario. El texto literario es
el producto de al menos dos sistemas superpuestos. Por ello define la literatura como un
“sistema modelizador secundario”, en el que el lector tiene que conocer el código
literario además de la lengua en la que el texto está escrito.

En su concepción semiótica del texto se incluyen tanto el componente lingüístico como


el literario. La ventaja de la teoría de Lotman es que “introduce el mismo método
semiótico para el análisis de la estructura literaria interna y para las relaciones externas
entre el texto y el contexto sociocultural.

0.1.4 Las épocas de la literatura en el estructuralismo

Con frecuencia se asocia la crítica estructuralista al análisis exclusivamente sincrónico.


Sin embargo, su estudio inmanente del texto se muestra preocupado por la dimensión
social de la literatura. La historia se encarga de recordarnos nuestras limitaciones y la de
nuestra época, mostrándonos lo limitados que han sido los movimientos y las épocas
precedentes.

Un ejemplo será Barthes, que no niega la dimensión histórica del hecho literario; lo que
niega “es que exista una posibilidad de que la Historia llegue a captar el hecho literario
en su especificidad”. Sin embargo, siempre considera prioritario el análisis inmanente
(propio del texto, sin influencia ajena).

Lo paradójico de una obra literaria es que la obra literaria sea al mismo tiempo “signo
de la historia y resistencia a la historia”. En esta paradoja reside precisamente la esencia
de los movimientos literarios. Estos se consolidan en una etapa del devenir histórico,
pero la propia historia se encarga de originar su declive para, así, alumbrar otro
movimiento nuevo.

0.1.5 Los movimientos literarios y el lector. La estética de recepción y los nuevos


conceptos de “historización”.

La Historia de la Literatura, como la del arte, en general, ha sido durante demasiado


tiempo, la historia de los autores y de las obras y, más tarde la de los movimientos
literarios. Se silenciaba el papel del lector, del oyente o del observador. Y, sin embargo,
la literatura solo se convierte en proceso histórico concreto cuando interviene la
experiencia de los que reciben las obras. Jauss propone entonces una teoría de la
literatura, “una orientación histórica adecuada al proceso dinámico de producción y
recepción, de autor, obra y público”. Sin embargo, admite que a su primer proyecto le
faltaba todavía la explicación “hermenéutica” en profundidad del proceso de recepción.

Segre observa, que al insertar el texto en un acto de comunicación se evidencian


automáticamente su dimensión cultural y su perspectiva histórica. La inmanencia del
texto ha sido puesta en entredicho por la Estética de la recepción y por Umberto Eco,
según las cuales “los valores estéticos no son algo absoluto que carece de relación con
la situación histórica. El arte nace de un contexto histórico, lo refleja, promueve su
evolución”.

La cultura es información, es enciclopedia de una colectividad. Si los formalistas rusos


hablaban de sistemas, Segre concibe la cultura articulada en un conjunto de ámbitos o
de esferas, cada una ordenada dentro de un sistema (que también guarda relación con el
término de “movimiento”).
El método histórico defendido por Pagnini parte también de la integración de la visión
sincrónica y diacrónica, que los estructuralistas han extraído de la lingüística de
Saussure (sincrónica): “en cada acto de composición o de recepción sincrónica, existe la
conciencia de un preexistir sin el cual no es concebible ni el pensamiento ni la acción (y
además, la mayoría de las veces, se tiene la conciencia de un después). En resumen, una
estructura sincrónica se actualiza también mediante una recomposición sincrónica de
elementos diacrónicos arrancados de las leyes de sucesión histórica.

Al igual que Cesare Segre y otros autores citados, Pagnini considera que la obra
particular de un autor e incluso el movimiento literario al que pertenecen se hallan
insertos en otras estructuras superiores o superestructuras, entre las que incluye las
circunstancias sociales, religiosas, científicas y artísticas. En esta perspectiva diacrónica
del hecho literario, no minusvalora (como hacen otros críticos) las consideraciones
historicistas (como la que Taine ofreció).

Le merece especial consideración a Pagnini el análisis de las variantes de redacción


(aplicado, por ejemplo por Segre al estudio de las Soledades de Antonio Machado),
variantes que contribuyen con frecuencia a la institución de un nuevo “sistema”, y cita
el principio formalista de que “toda obra de arte es creada en paralelo o en oposición a
un determinado modelo” (Eikhenbaum, 1965: 50).

0.1.6 La periodización de la historia literaria

En la división de la literatura en épocas o períodos se han seguido dos tesis


contrapuestas: la nominalista, que considera el concepto de etapa o de período como una
simple etiqueta intercambiable, desprovista de todo contenido real, y la metafísica,
según la cual las épocas o períodos son entidades transhistóricas. La actitud nominalista
no tiene en cuenta uno de los aspectos esenciales de la actividad literaria: la existencia
de estructuras genéricas que, desde muchos puntos de vista, hacen posible la obra
individualizada. A la escuela metafísica pertenecen algunos críticos de la escuela
alemana que conciben la periodización “como línea y no como herramienta, como
forma esencial y no como forma de ordenación, que revela la estructura total de una
ciencia”.

Aguiar e Silva, fundando alguna de sus observaciones en la filosofía de Heidegger,


comenta que una concepción metafísica de los períodos literarios sólo es posible
anulando la historicidad del hombre, incluso cuando un determinado clasicismo o
romanticismo es presentado como variación histórica de una entidad básica y atemporal.

Es preciso, por tanto, recurrir a criterios literarios para fundamentar y definir las épocas
y los movimientos literarios, apelando sólo en la medida que sea necesario a criterios
procedentes de la política, de la sociología, y de la religión. Juan Oleza constata, sin
embargo, que la mayoría de las historias literarias aceptan sin discusión los períodos
fijados por los historiadores políticos, siendo así que deberían primar los criterios
puramente literarios. Pero nuestro punto de partida ha de ser el desenvolvimiento de la
literatura como literatura. Hay que reconocer, sin embargo, con Andrés Amorós, que los
rótulos con los que denominamos habitualmente los periodos literarios tienen un origen
muy variado. A veces proceden, en efecto, de la historia política y hablamos de la época
de Felipe II o eclesiástico: Contrarreforma. La mezcla de criterios parece inevitable,
aunque en general la investigación se encamina por una historia literaria constituida por
movimientos literarios y dividida en épocas o periodos delimitados por criterios
predominantemente literarios.

No parece extraña esta supeditación de la periodización en literatura a factores externos,


como los políticos y sociológicos, si tenemos en cuenta que tradicionalmente las
discusiones periodológicas estaban reducidas a la historia universal, y que los
historiadores de la literatura iban a remolque de los historiadores políticos. Sin embargo,
no conviene olvidar que ya en nuestro país fue abordado este problema en el siglo XIX
por Menéndez Pelayo.

En el afán de articular la historia literaria en época y movimientos se ha recurrido en


ocasiones a criterios poco empíricos, estableciendo, por ejemplo, una tipología de ciclos
reiterados. Spengler, por ejemplo, abusa de la analogía biológica juventud, madurez,
decadencia y de Vries distingue cuatro periodos: primaveral, estival, otoñal e invernal.
Obviando este tipo de generalizaciones, parece oportuno retomar la concepción de
periodo de Wellek (citada al principio de este tema) que, como observa Aguiar e Silva,
obvia las tesis metafísicas y nominalistas, así como los tipologías de tenor filosófico o
psicológico, ya que los caracteres distintivos de cada período se consideran enraizados
en la propia realidad literaria y son indisociables de un proceso histórico determinado.
En la concepción de Wellek cada período se define como un “sistema de normas, pautas
y convenciones literarias”, lo que está caracterizando por la convergencia organizada de
varios elementos (esta convergencia nos recuerda las relaciones de interdependencia
defendidas por los estructuralistas y algunos presupuestos de los formalistas y de la
estética de recepción). Por otro lado, en la definición de Wellek cada periodo se define
por el predominio (no por la presencia exclusiva) de determinados valores.

Cada época o periodo, por tanto, no se caracteriza por una perfecta homogeneidad
estilística, sino por el predominio de un estilo determinado. La posibilidad de reducirlo
todo a unos pocos conceptos simples es un mito metodológico. En la literatura, como
explica Juan Oleza no se producen saltos bruscos: de una época a otra los movimientos
no se suceden de manera rígida y lineal, como bloques monolíticos yuxtapuestos sino a
través de zonas difusas de transición e interpenetración. En cada sistema o periodo (en
la síntesis cultural y artística que le es propia) pervive la herencia del pasado y se
anuncian elementos del futuro (Aguiar e Silva; Amorós). Otros autores como Coutinho
son partidarios de un estudio comparatista de las distintas épocas y movimientos
literarios, así como las influencias de con otras manifestaciones artísticas del mismo
periodo.
Suscribimos la opinión de Max Wehrli, según la cual las épocas y movimientos
literarios no hay que entenderlos como sistemas rígidos, sino como conceptos móviles,
“a través de los cuales, los distintos rasgos estilísticos individuales se retienen sólo en
sus relaciones, interdependencias y cambios”. De igual forma merece resaltarse la
opinión de Raimundo Lida, recordada por Amorós, según la cual la división en épocas o
períodos es una división convencional pero necesaria. Lo que el lector y el historiador
de la literatura perciben es un fluir de sucesos, de vidas de autores, de obras y de fechas.
Suelen ser claras las culminaciones de los procesos. No es fácil, en cambio, deslindarlos
en la vaga zona en la que los procesos se inician o terminan. Pero, por otra parte ¿qué
etapa o momento no es “de transición”? (Amorós). Metodológicamente la época o
periodo deberá delimitarse dentro de un marco temporal caracterizado por rasgos
literarios (temáticos y formales) que se manifiestan en obras, autores, generaciones,
escuelas, y que los contienen en fase de gestación, madurez o decadencia, pero
distinguibles de aquellos que se encuentran en los períodos vecinos.

0.1.7 Las épocas y movimientos de la literatura española


Se han llevado a cabo diversos ensayos de periodización de la literatura española, en
unos casos fundados en aspectos cronológicos y en otros en rasgos puramente literarios.
En el que nosotros proponemos, se intenta situar los movimientos en unas épocas
determinadas, que a veces comprenden una unidad secular más o menos completa como
Renacimiento o Barroco; otras, una parte de un siglo, como Romanticismo, Realismo,
Naturalismo, Modernismo, y en general los diversos movimientos del siglo XX, y otras,
finalmente, como la época medieval, un período extenso de la literatura, integrado,
como en seguida veremos, por distintas fases. No menor complejidad, ni por otra parte
mayor sistematicidad presentan los que hemos denominado movimientos literarios de
posguerra y de la época actual. Nuestro propósito no radica en realizar una historia de la
literatura española, sino en intentar situar algunos de sus más importantes movimientos
y nos limitamos en todo los casos a diseñar el amplio marco en que aparecen obras y
movimientos que comparten ciertos rasgos, o que responden a lo que se viene
considerando el código estético de esa época.Con el carácter de instrumentos
metodológicos, útiles como términos de referencia y de ordenación mental, proponemos
las siguientes épocas y movimientos:
1. Introducción
2. Edad Media
3. Renacimiento.
4. Barroco.
5. Ilustración y Neoclasicismo.
6. Romanticismo
7. Realismo y Naturalismo.
8. Modernismo, 98 y Fin de Siglo.
9. Novecentismo, vanguardias y 27.
10. Movimientos poéticos de posguerra y de nuestros días
11. Movimientos teatrales de posguerra y de nuestros días
12. Movimientos narrativos de posguerra y de nuestros días.
13. Literatura y medios de comunicación social: la literatura y el cine.

También podría gustarte