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José María Valverde, para quien la esencia de la literatura reside en saber combinar la
tradición y la renovación, recurre al término “extrañamiento” (empleado por formalistas
rusos). Pero, por otro lado, si solo valoramos las obras literarias en cuanto que
representan “movimientos” más o menos novedosos, no recibimos su impacto más
hondo.
Han sido los formalistas rusos quienes han proclamado con mayor énfasis la necesidad
de estudio del hecho literario. Jakobson reclama para la “ciencia de la literatura” el
estatuto de una verdadera ciencia. Sus representantes ven en la historia literaria el
establecimiento de determinadas leyes y normas tradicionales y confunden con
“historicidad” del fenómeno literario con el “historicismo” correspondiente a su estudio.
Tienden a considerar los objetivos particulares y las leyes de la construcción sin tener en
cuenta el aspecto histórico.
Vinogradov considera imposible separar una obra del resto de las obras del mismo
autor, ya que todas son, a pesar de su relativa autonomía, “manifestaciones de una
conciencia creadora en el curso de un desarrollo orgánico”. Una obra literaria no es solo
un microcosmos, representa sucesión de los estilos artísticos y un momento dado. La
sincronía y la diacronía tienen que darse continuamente la mano.
La obra literaria constituye un sistema, del mismo modo que la literatura constituye otro
sistema. Por “sistema” entiende Tynianov un conjunto de entidades organizadas que
mantienen entre sí relaciones de interdependencia y que se ordenan en la consecución
de una finalidad determinada. Si se admite que la evolución es un cambio de relación
entre los términos del sistema, es decir, un cambio de funciones y de elementos
formales, la evolución resulta ser una sustitución de sistemas. En resumen, el estudio de
la evolución literaria solo es posible si la consideramos como una serie, un sistema
puesto en correlación con otras series o sistemas y condicionado por ellos.
Lotman argumenta que el efecto artístico o poético tiene lugar a causa de una estrecha
relación entre los aspectos formales y semánticos del texto literario. El texto literario es
el producto de al menos dos sistemas superpuestos. Por ello define la literatura como un
“sistema modelizador secundario”, en el que el lector tiene que conocer el código
literario además de la lengua en la que el texto está escrito.
Un ejemplo será Barthes, que no niega la dimensión histórica del hecho literario; lo que
niega “es que exista una posibilidad de que la Historia llegue a captar el hecho literario
en su especificidad”. Sin embargo, siempre considera prioritario el análisis inmanente
(propio del texto, sin influencia ajena).
Lo paradójico de una obra literaria es que la obra literaria sea al mismo tiempo “signo
de la historia y resistencia a la historia”. En esta paradoja reside precisamente la esencia
de los movimientos literarios. Estos se consolidan en una etapa del devenir histórico,
pero la propia historia se encarga de originar su declive para, así, alumbrar otro
movimiento nuevo.
Al igual que Cesare Segre y otros autores citados, Pagnini considera que la obra
particular de un autor e incluso el movimiento literario al que pertenecen se hallan
insertos en otras estructuras superiores o superestructuras, entre las que incluye las
circunstancias sociales, religiosas, científicas y artísticas. En esta perspectiva diacrónica
del hecho literario, no minusvalora (como hacen otros críticos) las consideraciones
historicistas (como la que Taine ofreció).
Es preciso, por tanto, recurrir a criterios literarios para fundamentar y definir las épocas
y los movimientos literarios, apelando sólo en la medida que sea necesario a criterios
procedentes de la política, de la sociología, y de la religión. Juan Oleza constata, sin
embargo, que la mayoría de las historias literarias aceptan sin discusión los períodos
fijados por los historiadores políticos, siendo así que deberían primar los criterios
puramente literarios. Pero nuestro punto de partida ha de ser el desenvolvimiento de la
literatura como literatura. Hay que reconocer, sin embargo, con Andrés Amorós, que los
rótulos con los que denominamos habitualmente los periodos literarios tienen un origen
muy variado. A veces proceden, en efecto, de la historia política y hablamos de la época
de Felipe II o eclesiástico: Contrarreforma. La mezcla de criterios parece inevitable,
aunque en general la investigación se encamina por una historia literaria constituida por
movimientos literarios y dividida en épocas o periodos delimitados por criterios
predominantemente literarios.
Cada época o periodo, por tanto, no se caracteriza por una perfecta homogeneidad
estilística, sino por el predominio de un estilo determinado. La posibilidad de reducirlo
todo a unos pocos conceptos simples es un mito metodológico. En la literatura, como
explica Juan Oleza no se producen saltos bruscos: de una época a otra los movimientos
no se suceden de manera rígida y lineal, como bloques monolíticos yuxtapuestos sino a
través de zonas difusas de transición e interpenetración. En cada sistema o periodo (en
la síntesis cultural y artística que le es propia) pervive la herencia del pasado y se
anuncian elementos del futuro (Aguiar e Silva; Amorós). Otros autores como Coutinho
son partidarios de un estudio comparatista de las distintas épocas y movimientos
literarios, así como las influencias de con otras manifestaciones artísticas del mismo
periodo.
Suscribimos la opinión de Max Wehrli, según la cual las épocas y movimientos
literarios no hay que entenderlos como sistemas rígidos, sino como conceptos móviles,
“a través de los cuales, los distintos rasgos estilísticos individuales se retienen sólo en
sus relaciones, interdependencias y cambios”. De igual forma merece resaltarse la
opinión de Raimundo Lida, recordada por Amorós, según la cual la división en épocas o
períodos es una división convencional pero necesaria. Lo que el lector y el historiador
de la literatura perciben es un fluir de sucesos, de vidas de autores, de obras y de fechas.
Suelen ser claras las culminaciones de los procesos. No es fácil, en cambio, deslindarlos
en la vaga zona en la que los procesos se inician o terminan. Pero, por otra parte ¿qué
etapa o momento no es “de transición”? (Amorós). Metodológicamente la época o
periodo deberá delimitarse dentro de un marco temporal caracterizado por rasgos
literarios (temáticos y formales) que se manifiestan en obras, autores, generaciones,
escuelas, y que los contienen en fase de gestación, madurez o decadencia, pero
distinguibles de aquellos que se encuentran en los períodos vecinos.