Está en la página 1de 14

Catequesis de Primera Comunión por Benedicto XVI

Catequesis, que en forma de coloquio espontáneo, dirigió Benedicto XVI a unos cien mil niños que hicieron o
que van a hacer la primera Comunión

Por: . | Fuente: La Santa Sede 

Catequesis, que en forma de coloquio espontáneo, dirigió Benedicto XVI a unos cien mil niños que hicieron
este año o que van a hacer la primera Comunión, en un encuentro celebrado en la plaza de San Pedro del
Vaticano el 15 de octubre por la tarde

--Andrés: Querido Papa, ¿qué recuerdo tienes del día de tu primera Comunión? 

--Benedicto XVI: Ante todo, quisiera dar las gracias por esta fiesta de fe que me ofrecéis, por vuestra
presencia y vuestra alegría. Saludo y agradezco el abrazo que algunos de vosotros me han dado, un abrazo
que simbólicamente vale para todos vosotros, naturalmente. En cuanto a la pregunta, recuerdo bien el día
de mi primera Comunión. Fue un hermoso domingo de marzo de 1936; o sea, hace 69 años. Era un día de
sol; era muy bella la iglesia y la música; eran muchas las cosas hermosas y aún las recuerdo. Éramos unos
treinta niños y niñas de nuestra pequeña localidad, que apenas tenía 500 habitantes. Pero en el centro de
mis recuerdos alegres y hermosos, está este pensamiento -el mismo que ha dicho ya vuestro portavoz-:
comprendí que Jesús entraba en mi corazón, que me visitaba precisamente a mí. Y, junto con Jesús, Dios
mismo estaba conmigo. Y que era un don de amor que realmente valía mucho más que todo lo que se podía
recibir en la vida; así me sentí realmente feliz, porque Jesús había venido a mí. Y comprendí que entonces
comenzaba una nueva etapa de mi vida —tenía 9 años— y que era importante permanecer fiel a ese
encuentro, a esa Comunión. Prometí al Señor: "Quisiera estar siempre contigo" en la medida de lo posible, y
le pedí: "Pero, sobre todo, está tú siempre conmigo". Y así he ido adelante por la vida. Gracias a Dios, el
Señor me ha llevado siempre de la mano y me ha guiado incluso en situaciones difíciles. Así, esa alegría de
la primera Comunión fue el inicio de un camino recorrido juntos. Espero que, también para todos vosotros, la
primera Comunión, que habéis recibido en este Año de la Eucaristía, sea el inicio de una amistad con Jesús
para toda la vida. El inicio de un camino juntos, porque yendo con Jesús vamos bien, y nuestra vida es
buena.

--Livia: Santo Padre, el día anterior a mi primera Comunión me confesé. Luego, me he confesado
otras veces. Pero quisiera preguntarte: ¿debo confesarme todas las veces que recibo la
Comunión? ¿Incluso cuando he cometido los mismos pecados? Porque me doy cuenta de que son
siempre los mismos.

--Benedicto XVI: Diría dos cosas: la primera, naturalmente, es que no debes confesarte siempre antes de la
Comunión, si no has cometido pecados tan graves que necesiten confesión. Por tanto, no es necesario
confesarse antes de cada Comunión eucarística. Este es el primer punto. Sólo es necesario en el caso de que
hayas cometido un pecado realmente grave, cuando hayas ofendido profundamente a Jesús, de modo que la
amistad se haya roto y debas comenzar de nuevo. Sólo en este caso, cuando se está en pecado "mortal", es
decir, grave, es necesario confesarse antes de la Comunión. Este es el primer punto. El segundo: aunque,
como he dicho, no sea necesario confesarse antes de cada Comunión, es muy útil confesarse con cierta
frecuencia. Es verdad que nuestros pecados son casi siempre los mismos, pero limpiamos nuestras casas,
nuestras habitaciones, al menos una vez por semana, aunque la suciedad sea siempre la misma, para vivir
en un lugar limpio, para recomenzar; de lo contrario, tal vez la suciedad no se vea, pero se acumula.
Algo semejante vale también para el alma, para mí mismo; si no me confieso nunca, el alma se descuida y,
al final, estoy siempre satisfecho de mí mismo y ya no comprendo que debo esforzarme también por ser
mejor, que debo avanzar. Y esta limpieza del alma, que Jesús nos da en el sacramento de la Confesión, nos
ayuda a tener una conciencia más despierta, más abierta, y así también a madurar espiritualmente y como
persona humana. Resumiendo, dos cosas: sólo es necesario confesarse en caso de pecado grave, pero es
muy útil confesarse regularmente para mantener la limpieza, la belleza del alma, y madurar poco a poco en
la vida.
--Andrés: Mi catequista, al prepararme para el día de mi primera Comunión, me dijo que Jesús
está presente en la Eucaristía. Pero ¿cómo? Yo no lo veo. 

--Benedicto XVI: Sí, no lo vemos, pero hay muchas cosas que no vemos y que existen y son esenciales. Por
ejemplo, no vemos nuestra razón; y, sin embargo, tenemos la razón. No vemos nuestra inteligencia, y la
tenemos. En una palabra, no vemos nuestra alma y, sin embargo, existe y vemos sus efectos, porque
podemos hablar, pensar, decidir, etc. Así tampoco vemos, por ejemplo, la corriente eléctrica y, sin embargo,
vemos que existe, vemos cómo funciona este micrófono; vemos las luces.

En una palabra, precisamente las cosas más profundas, que sostienen realmente la vida y el mundo, no las
vemos, pero podemos ver, sentir sus efectos. No vemos la electricidad, la corriente, pero vemos la luz. Y así
sucesivamente. Del mismo modo, tampoco vemos con nuestros ojos al Señor resucitado, pero vemos que
donde está Jesús los hombres cambian, se hacen mejores. Se crea mayor capacidad de paz, de
reconciliación, etc. Por consiguiente, no vemos al Señor mismo, pero vemos sus efectos: así podemos
comprender que Jesús está presente. Como he dicho, precisamente las cosas invisibles son las más
profundas e importantes. Por eso, vayamos al encuentro de este Señor invisible, pero fuerte, que nos ayuda
a vivir bien.

--Julia: Santidad, todos nos dicen que es importante ir a misa el domingo. Nosotros iríamos con
mucho gusto, pero, a menudo, nuestros padres no nos acompañan porque el domingo duermen.
El papá y la mamá de un amigo mío trabajan en un comercio, y nosotros vamos con frecuencia
fuera de la ciudad a visitar a nuestros abuelos. ¿Puedes decirles una palabra para que entiendan
que es importante que vayamos juntos a misa todos los domingos? 

--Benedicto XVI: Creo que sí, naturalmente con gran amor, con gran respeto por los padres que,
ciertamente, tienen muchas cosas que hacer. Sin embargo, con el respeto y el amor de una hija, se puede
decir: querida mamá, querido papá, sería muy importante para todos nosotros, también para ti,
encontrarnos con Jesús. Esto nos enriquece, trae un elemento importante a nuestra vida. Juntos podemos
encontrar un poco de tiempo, podemos encontrar una posibilidad. Quizá también donde vive la abuela se
pueda encontrar esta posibilidad. En una palabra, con gran amor y respeto, a los padres les diría:
"Comprended que esto no sólo es importante para mí, que no lo dicen sólo los catequistas; es importante
para todos nosotros; y será una luz del domingo para toda nuestra familia".

--Alejandro: ¿Para qué sirve, en la vida de todos los días, ir a la santa misa y recibir la Comunión?

--Benedicto XVI: Sirve para hallar el centro de la vida. La vivimos en medio de muchas cosas. Y las personas
que no van a la iglesia no saben que les falta precisamente Jesús. Pero sienten que les falta algo en su vida.
Si Dios está ausente en mi vida, si Jesús está ausente en mi vida, me falta una orientación, me falta una
amistad esencial, me falta también una alegría que es importante para la vida. Me falta también la fuerza
para crecer como hombre, para superar mis vicios y madurar humanamente. Por consiguiente, no vemos
enseguida el efecto de estar con Jesús cuando vamos a recibir la Comunión; se ve con el tiempo. Del mismo
modo que a lo largo de las semanas, de los años, se siente cada vez más la ausencia de Dios, la ausencia de
Jesús. Es una laguna fundamental y destructora. Ahora podría hablar fácilmente de los países donde el
ateísmo ha gobernado durante muchos años; se han destruido las almas, y también la tierra; y así podemos
ver que es importante, más aún, fundamental, alimentarse de Jesús en la Comunión. Es él quien nos da la
luz, quien nos orienta en nuestra vida, quien nos da la orientación que necesitamos.

--Ana: Querido Papa, ¿nos puedes explicar qué quería decir Jesús cuando dijo a la gente que lo
seguía: "Yo soy el pan de vida"? 

--Benedicto XVI: En este caso, quizá debemos aclarar ante todo qué es el pan. Hoy nuestra comida es
refinada, con gran diversidad de alimentos, pero en las situaciones más simples el pan es el fundamento de
la alimentación, y si Jesús se llama el pan de vida, el pan es, digamos, la sigla, un resumen de todo el
alimento. Y como necesitamos alimentar nuestro cuerpo para vivir, así también nuestro espíritu, nuestra
alma, nuestra voluntad necesita alimentarse. Nosotros, como personas humanas, no sólo tenemos un cuerpo
sino también un alma; somos personas que pensamos, con una voluntad, una inteligencia, y debemos
alimentar también el espíritu, el alma, para que pueda madurar, para que pueda llegar realmente a su
plenitud. Así pues, si Jesús dice "yo soy el pan de vida", quiere decir que Jesús mismo es este alimento de
nuestra alma, del hombre interior, que necesitamos, porque también el alma debe alimentarse. Y no bastan
las cosas técnicas, aunque sean importantes.

Necesitamos precisamente esta amistad con Dios, que nos ayuda a tomar las decisiones correctas.
Necesitamos madurar humanamente. En otras palabras, Jesús nos alimenta para llegar a ser realmente
personas maduras y para que nuestra vida sea buena.

--Adriano: Santo Padre, nos han dicho que hoy haremos adoración eucarística. ¿Qué es? ¿Cómo
se hace? ¿Puedes explicárnoslo? Gracias.

--Benedicto XVI: Bueno, ¿qué es la adoración eucarística?, ¿cómo se hace? Lo veremos enseguida, porque
todo está bien preparado: rezaremos oraciones, entonaremos cantos, nos pondremos de rodillas, y así
estaremos delante de Jesús. Pero, naturalmente, tu pregunta exige una respuesta más profunda: no sólo
cómo se hace, sino también qué es la adoración. Diría que la adoración es reconocer que Jesús es mi Señor,
que Jesús me señala el camino que debo tomar, me hace comprender que sólo vivo bien si conozco el
camino indicado por él, sólo si sigo el camino que él me señala. Así pues, adorar es decir: "Jesús, yo soy
tuyo y te sigo en mi vida; no quisiera perder jamás esta amistad, esta comunión contigo". También podría
decir que la adoración es, en su esencia, un abrazo con Jesús, en el que le digo: "Yo soy tuyo y te pido que
tú también estés siempre conmigo".

[Al final del encuentro, que culminó con la adoración de la Eucaristía, el Papa dirigió estas palabras]

Queridos niños y niñas, hermanos y hermanas, al final de este hermosísimo encuentro, sólo quiero deciros
una palabra: ¡Gracias!

Gracias por esta fiesta de fe.

Gracias por este encuentro entre nosotros y con Jesús.

Y gracias, naturalmente, a todos los que han hecho posible esta fiesta: a los catequistas, a los sacerdotes, a
las religiosas; a todos vosotros.

Repito al final las palabras que decimos cada día al inicio de la liturgia: "La paz esté con vosotros", es decir,
el Señor esté con vosotros; la alegría esté con vosotros; y que así la vida sea feliz.

¡Feliz domingo! ¡Buenas noches!; hasta la vista, todos juntos con el Señor.

¡Muchas gracias!

[
La misa de una Primera Comunión
La misa de una primera comunión, está dedicada especial y exclusivamente para el niño que recibirá a
Jesucristo por primera vez

Por: catholic.net | Fuente: Catholic.net 

La misa de una primera comunión


Significado de cada una de las partes para el niño

La primera comunión se celebra en una misa solemne, que se diferencía de una misa común en que ésta
estará dedicada especial y exclusivamente para el niño que recibirá a Jesucristo por primera vez.

La liturgia de la Palabra

Entrada
El sacerdote sale al atrio de la iglesia y ahí pronuncia unas palabras de bienvenida para el niño y los dos
entran al templo en procesión con los acólitos, que ese día pueden ser los hermanos, primos o amigos del
festejado.
Esta entrada es símbolo de la acogida que todo el Pueblo de Dios, representado por los amigos y parientes,
le da al niño como miembro de la Iglesia que a partir de este día participará más estrechamente en la vida,
crecimiento y fortalecimiento del Cuerpo Místico de Cristo.
Al frente de la asamblea estarán los papás y los padrinos del niño que permanecerán a su lado durante toda
la ceremonia, ya que ellos fueron los que lo introdujeron a la vida cristiana en el Bautismo, hicieron las
promesas bautismales en su nombre y se comprometieron a educarlo en la fe y ayudarlo siempre en su
camino hacia la santidad. La Primera Comunión de su hijo y ahijado es un paso que dan en el cumplimiento
de ese compromiso.

Las lecturas.
En la misa de una Primera Comunión, las lecturas, el salmo y el Evangelio pueden ser seleccionados con
anterioridad por el niño y sus padres. Generalmente se eligen pasajes que hacen alusión a la Eucaristía: el
maná en el desierto, las primeras reuniones eucarísticas de los apóstoles, la alegoría de la vid, o aquellos en
los que Jesús habla específicamente de la Eucaristía. Sin embargo, existe la posibilidad de que se seleccione
cualquier otro pasaje de acuerdo a las realidades por las que esté pasando el niño o su familia en ese
momento.

El niño debe escuchar las lecturas con atención, estando consciente de que es el mismo Dios quien le está
hablando de una manera personal y con un mensaje específico para él.

En esta ocasión, el niño puede seleccionar a las personas que él desee para que lean las lecturas y el salmo.
Generalmente son los padrinos, los abuelos o algún amigo muy especial.

La Homilía
En la misa de una Primera Comunión, la homilía está totalmente dirigida al niño y a su familia. El sacerdote
explica el contenido de las lecturas y el significado del sacramento que el niño está a punto de recibir, pero
lo hará en un lenguaje accesible para el niño, dirigiéndose a él por su nombre y hablándole de sus realidades
como hijo, hermano, amigo y estudiante.
El niño debe escucharla con atención. Es Dios el que le habla a través del sacerdote y sus palabras pueden
dejar un sello imborrable en el alma del niño. Ésta será posiblemente la única homilía que escuchará dirigida
especialmente a él durante toda su infancia y su juventud.

Renovación de las promesas bautismales


Al terminar la Homilía, el niño se pondrá de pie junto con sus padres y padrinos y se llevará a cabo la
renovación de las promesas del Bautismo. En este momento se enciende la vela con el cirio Pascual.
Es un momento muy importante, pues el niño hará conscientemente las promesas que el día del Bautismo
sus padrinos hicieron en su nombre. En ese momento el niño pronuncia verbalmente su renuncia a Satanás,
a sus seducciones y a sus obras y se entrega para siempre a Jesucristo.

La oración de los fieles


En este momento la asamblea se pone de pie para pedir juntos y en voz alta a Dios por la fidelidad y
santidad del niño que hará su Primera Comunión. También se puede pedir por cosas que le interesan a toda
la Iglesia: el Papa, los enfermos y los pobres, pero se puede aprovechar este momento para pedir por las
necesidades específicas de la familia del festejado: la salud de los abuelos, el descanso eterno de los
difuntos en la familia, la unión y fidelidad de sus padres, la armonía en la convivencia de los hermanos, o
cualquier virtud necesaria en la familia o en algún miembro en particular.
Estas peticiones particulares deberán ser redactadas con anterioridad por el niño y sus padres. El niño puede
elegir a las personas que él desee para que hagan estas peticiones al frente de la asamblea. Es un momento
privilegiado que se debe aprovechar, pues en él, todos los presentes se unirán en oración por las intenciones
particulares de la familia.

El Credo
Todos los asistentes pronuncian de pie y en voz alta la oración del Credo en la cual se encuentran resumidas
en doce artículos todas las verdades de la fe católica. El niño que hace la Primera comunión confirma su fe
delante de todos los presentes. Al decir la palabra «Creo», declara que se olvida de todos los prejuicios
humanos para dejarse caer con confianza en las manos de Dios Padre Todopoderoso; declara que está
seguro de que Jesucristo es el Salvador de los hombres y que siguiendo sus enseñanzas encontrará la
felicidad; declara que confía en las luces que le dará el Espíritu Santo; declara a la Iglesia como camino de
salvación y su fe en la vida eterna que le dará un sentido trascendente a todas sus acciones.

La liturgia Eucarística.
El ofertorio
En esta parte de la Misa, el niño que hará la primera Comunión lleva las ofrendas, el pan y el vino al altar,
ayudado por algunos amigos que él hay escogido y el sacerdote se las presenta a Dios ofreciéndoselas para
que se conviertan en el Cuerpo y Sangre de Cristo. En este momento el niño que hace su Primera Comunión
ofrece a Dios su vida, sus propósitos e intenciones, su amor, sus cualidades y defectos, para que Él las
santifique y sirvan para el bien de la Iglesia.

La consagración
Es el momento más solemne de la misa en el que se lleva a cabo la transformación real del pan y el vino en
el Cuerpo y Sangre de Cristo.
Dios se hace presente y manifiesta su gran amor aceptando nuevamente el sacrificio de su Hijo para que el
niño que hace su Primera comunión llegue a estar estrechamente unido a Él.
Debemos contemplar este misterio de amor maravilloso con el mayor respeto y devoción y aprovechar ese
momento para adorar a Dios en la Eucaristía y agradecerle su gran amor por los hombres.

La comunión
Es el momento culminante de la ceremonia, en el que por fin el niño recibirá a Jesucristo bajo las especies
de pan y vino. El sacerdote se acerca al niño y pronuncia las palabras «El Cuerpo y la Sangre de Cristo» a lo
que el niño responde «Amén», demostrando su fe en el sacramento y recibe en su lengua la hostia
consagrada mojada en el vino. En ese momento además de recibir a Jesús, el niño se une con alegría y amor
a toda la Iglesia, a todos los cristianos, recibiendo el alimento que le dará la vida eterna.

Después de la comunión se guarda el silencio sagrado, en el cual el niño entra en una conversación íntima
con Jesucristo, agradeciéndole todo lo que ha recibido: la vida, la fe, su familia, el precioso don de la
Eucaristía; pidiéndole perdón por todas las ocasiones en que no se comportó como digno hijo de Dios y cayó
en el pecado y pidiéndole las gracias necesarias para ser mejor cristiano cada día. Esta oración siempre debe
terminar con un propósito concreto de mejora de vida.

La bendición final
La ceremonia finaliza con la Bendición, que con ocasión de la Primera comunión se realiza de una manera
más solemne que de costumbre. En ella el sacerdote pedirá a Dios que bendiga especialmente al niño y a su
familia para que les conceda las gracias necesarias para vivir plenamente su fidelidad como hijos de Dios y
miembros de la Iglesia.
 

oy en día, muchos padres creen que cumplen con su deber de educar a los hijos en la fe, únicamente con inscribirlos en un curso de catequesis por las tardes. Esto es
erróneo, pues una buena preparación para la Primera Comunión debe empezar mucho antes.

Preparación remota: El bautismo, la familia cristiana.

La preparación para recibir a Jesús en la Eucaristía, empieza desde el momento en que los padres llevan al niño a la iglesia para ser bautizado. Ya la sola intención de los
padres al bautizarlo, implica el deseo de que el pequeño se una íntimamente con los demás cristianos y con el mismo Jesucristo en el Sacramento de la Eucaristía.

En el Bautismo, además de quedar limpio del pecado original y recibir la Gracia santificante, el niño se convierte en hijo de Dios, miembro de la Iglesia y templo del
Espíritu Santo; recibe los dones de la Fe, la Esperanza y la Caridad y se hace partícipe con Cristo de sus funciones de sacerdote, profeta y rey.

Sin embargo, su pertenencia a la Iglesia no se llevará a cabo plenamente hasta que se una al Cuerpo Místico de Cristo a través del sacramento de la Eucaristía.

Poco a poco y a lo largo de la infancia, los padres estarán encargados de preparar al niño para ese encuentro personal con Cristo a través de los actos cotidianos: la
convivencia en familia, el interés por el bien de los demás, la preocupación por las necesidades ajenas, la oración en familia al inicio y al final del día, la bendición de los
alimentos, la asistencia a la misa dominical, las visitas a los abuelos, el trato con los amigos y el cumplimiento fiel de las obligaciones diarias con el consecuente
desarrollo de las virtudes cristianas: la caridad, el respeto, la paciencia, la ternura, la comprensión y la obediencia.

En cada una de estas actividades, el niño se irá dando cuenta de que forma parte de una gran familia que es la Iglesia, en la cual todos son importantes y todos necesitan
de los demás. Esta preparación es la más importante, pues el niño captará entonces fácilmente el significado de unión de los cristianos en la Eucaristía si ha visto desde
pequeño la manera como lo viven sus padres en la vida diaria.

Preparación próxima: El catecismo, la confesión.

Alrededor de los siete años, cuando se adquiere el uso de razón, el niño es capaz de comprender la diferencia que existe entre el pan natural y
el Pan eucarístico.
Al ser capaz de hacer esta distinción, el niño se mostrará deseoso de recibir a Jesús y lo expresará de mil maneras diferentes, aunque tal vez no
use las palabras adecuadas.

Con esta capacidad y este deseo, se puede considerar que el niño está suficientemente preparado para hacer la primera comunión y los padres
deben de procurar retrasar ese momento lo menos posible, pues el niño merece recibir cuanto antes todas las gracias que da la Eucaristía y que
le ayudarán en todos los aspectos de su vida: como hijo, como hermano, como amigo y como estudiante.
Sin embargo, para que el niño saque el mejor provecho del sacramento, la Iglesia ha establecido, como requisito para hacer la primera comunión, que el niño conozca las
verdades fundamentales de la fe católica, las leyes de Dios y de la Iglesia, las oraciones básicas del creyente y el significado de los sacramentos. Esto es lo que el niño
estudia y aprende en las clases de catecismo, que duran aproximadamente seis meses, pero como decíamos, la preparación para la primera comunión empieza muchos
años antes de que el niño asista a uno de estos cursos.

A grandes rasgos, los temas que estudia el niño en un curso tradicional de catecismo previo a la primera comunión son:

I Temas de la historia de la Salvación.


Dios es el Creador de todas las cosas.
Dios ha creado todo para el hombre
El hombre estropeó los planes de Dios con el pecado.
Dios nos prometió un Salvador.
Dios preparó la venida del Salvador.
Dios se comunica con el hombre.
Dios le dio sus leyes al hombre. Los Diez Mandamientos.
Jesús es el Salvador de los hombres.
Jesús nació en Belén en un establo.
María, madre de Jesús y madre nuestra.
Principales enseñanzas de Jesús: las Bienaventuranzas, el sermón de la montaña, el mandamiento del Amor.
Algunos milagros de Jesús.
Jesús instituyó los sacramentos.
Jesús fundó la Iglesia y la dejó en manos de los apóstoles.
Jesús murió en una cruz.
Jesús ha resucitado y está en el cielo esperándonos.
El Papa y los obispos, sucesores de los apóstoles.
Todos los cristianos formamos la Iglesia.
Jesús se quedó con nosotros en la Eucaristía.

II Temas doctrinales

El pecado. Su gravedad y sus clases.


Los enemigos del alma: el demonio, el mundo y la carne.
La gracia santificante y las gracias actuales.
El mérito de las acciones libres.
Los mandamientos de la Ley de Dios
Los sacramentos.
Los mandamientos de la Iglesia.
Los pasos para una buena confesión.
Los frutos de la comunión.
Los deberes del cristiano.
Los novísimos: la muerte, el juicio, el infierno y el cielo.

III Oraciones básicas del creyente.

El Padrenuestro
El Avemaría
El Gloria
El Credo
El Acto de contrición
El Rosario
La Salve
Oración al Angel de la Guarda
Oración de ofrecimiento del día
Oración para antes de acostarse

La confesión previa a la comunión.

La preparación del niño para recibir a Jesús en la Eucaristía, culmina con el sacramento de la confesión, en el que el niño tendrá un encuentro vivencial con la
misericordia de Dios, quedará limpio de todos sus pecados y su alma estará lista para recibir a Jesús en la Eucaristía.

Para acudir a la confesión, el niño habrá aprendido previamente el significado del sacramento:

«La penitencia es el sacramento mediante el cual, Dios nos perdona todos los pecados cometidos después del bautismo por medio de la absolución dada por un
sacerdote».

No es requisito que el niño sepa repetir textualmente la definición, sino que capte la fealdad del pecado y el amor y la misericordia de Dios que quiere perdonarlo con el
sacramento de la penitencia.

Es importante que el niño sepa que Dios no quiso tener una línea directa para perdonar a los hombres, sino que dejó el sacramento del perdón en manos de la Iglesia para
que fuera un sacerdote quien en su nombre perdonara los pecados.

«Sopló sobre ellos y dijo: Reciban al Espíritu Santo. A quienes les perdonen los pecados, les serán perdonados y a quienes se los retengan les serán retenidos» (Jn 20, 23)

Antes de recibir este sacramento, el niño habrá aprendido los pasos necesarios para tener una buena confesión:

1. Examen de conciencia
2. Arrepentimiento de los pecados
3. Propósito de enmienda
4. Decir los pecados al sacerdote
5. Cumplir la penitencia

Estos pasos se enseñan, generalmente, visualizándolos en la Parábola del Hijo Pródigo (Lc 15,11-42), en la cual Jesucristo nos presenta de manera magistral la actitud del
pecador arrepentido, el amor misericordioso de Dios y la alegría ante el pecador que vuelve a casa.

Lo importante no es que el niño memorice los nombres de los pasos de la confesión y los sepa repetir en el orden correcto, sino que sepa prepararse para aprovechar al
máximo todas las gracias que ofrece este sacramento.

Se le deberá ayudar al principio para que sus exámenes de conciencia sean profundos y concisos, para que capte la fealdad del pecado, el sentido del arrepentimiento y
tenga verdaderamente el propósito de no volver a caer en las mismas faltas. Se le deberá recordar la importancia de decir todos los pecados y el sentido de reparación que
tiene la penitencia que le impondrá el sacerdote.

Después de la primera confesión y la primera comunión, es importante enseñar al niño a confesarse frecuentemente aunque no tenga pecados mortales, pues el
sacramento de la Penitencia, además de perdonar los pecados cometidos, aumenta la gracia santificante y le dará las gracias necesarias para no caer en pecados graves.
La confesión frecuente es un camino seguro para el perfeccionamiento continuo.

Glosario

Fe: es la virtud teologal mediante la cual creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha revelado.

Esperanza: Es la virtud teologal que nos hace capaces de confiar en Dios y en sus promesas.

Caridad: Es la virtud teologal por la cual amamos a Dios como padre y a los hombres como nuestros hermanos de la misma manera como Dios lo hace.

Sacerdote: Es aquél que convierte en sacrificio cada uno de sus actos. Sacrificar significa hacer sagrado. El cristiano cumple su funciones sacerdotales haciendo
sagradas todas sus acciones al ofrecérselas a Dios.

Profeta: Es aquél que habla en nombre de Dios. El cristiano cumple sus funciones proféticas anunciando el Evangelio a todos los hombres con sus palabras y sus obras.

Rey: Es aquél que ha sido elegido para servir y gobernar un pueblo. El cristiano cumple su funciones regias siendo un líder por su espíritu de servicio que siempre busca
el bien de los demás.

La parábola del Hijo pródigo

«Jesús les dijo: "Un hombre tenía dos hijos y dijo el más joven de ellos al padre: ‘Padre, dame la parte de la herencia que me
corresponde’. Les dividió la herencia y pasados pocos días, el más joven, reuniéndolo todo, partió a una tierra lejana y allí
disipó toda su herencia viviendo disolutamente. Después de haberlo gastado todo, sobrevino una fuerte hambre en aquella
tierra y comenzó a sentir necesidad. Fue y se puso a servir a un ciudadano de aquella tierra, que le mandó a sus campos a
apacentar puercos. Deseaba llenar su estómago de las algarrobas que comían los puercos y no le era dado. Volviendo en sí dijo:
‘¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia y yo aquí me muero de hambre! Me levantaré e iré a mi padre y le
diré: Padre, he pecado contra el Cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; trátame como a uno de tus
jornaleros’. Y levantándose, fue al encuentro de su padre. Cuando aún estaba lejos, lo vio el padre y, compadecido, corrió a él
y se arrojó a su cuello y le cubrió de besos. Dijo el hijo: ‘Padre, he pecado contra el Cielo y contra ti; ya no soy digno de ser
llamado hijo tuyo’. Pero el Padre dijo a sus criados: ‘Pronto, traigan la túnica más rica y vístansela, pongan un anillo en su
mano y unas sandalias en sus pies y traigan un becerro bien cebado y mátenlo y comamos y alegrémonos, porque este mi hijo,
que había muerto, ha vuelto a la vida: se había perdido y ha sido hallado’. Y se pusieron a celebrar la fiesta".» Lc 15, 11-24.

La Gracia Santificante es un don personal


Vida de Gracia

Además de la gracia santificante Dios concede otras gracias que llamamos gracias
actuales, que son auxilios sobrenaturales transitorios, es decir, dados en cada
caso, que nos son necesarios para evitar el mal y hacer el bien, en orden a la
salvaci

Por: P. Jorge Loring | Fuente: Para Salvarte 

42.- La gracia santificante es un don personal sobrenatural y gratuito7 , que nos hace verdaderos hijos de
Dios8 y herederos del cielo9. La recibimos en el Bautismo.

1. La gracia santificante es un don sobrenatural, interior y permanente, que Dios nos otorga, por mediación
de Jesucristo, para nuestra salvación. Don sobrenatural: Supera la naturaleza humana. Don permanente:
Mora en el alma mientras se está en gracia, sin pecado mortal Sólo Dios da la gracia santificante. Todas las
gracias son concedidas por los méritos de Jesucristo. Dios nos da la gracia santificante para salvarnos10.

La gracia santificante es una cualidad que hace subir de categoría al hombre dándole como una segunda
naturaleza superior11. Es como una «semilla de Dios». La comparación es de San Juan12. Desarrollándose
en el alma produce una vida en cierto modo divina13, como si nos pusieran en las venas una inyección de
sangre divina. La gracia santificante es la vida sobrenatural del alma14. Se llama también gracia de Dios. La
gracia santificante nos transforma de modo parecido al hierro candente que sin dejar de ser hierro tiene las
características del fuego15. «Lo que Dios es por naturaleza, nos hacemos nosotros por la gracia»16. La
gracia de Dios es lo que más vale en este mundo. Nos hace participantes de la naturaleza divina17. Esto es
una maravilla incomprensible, pero verdadera. Es como un diamante oculto por el barro que lo cubre.

El siglo pasado Van Wick construyó con guijarros una casita en su granja de Dutoitspan (Sudáfrica). Un día,
después de una fuerte tormenta, descubrió que aquellos guijarros eran diamantes: el agua caída los había
limpiado del barro. Así se descubrió lo que hoy es una gran mina de diamantes18. La gracia es un diamante
que no se ve a simple vista. La gracia nos hace participantes de la naturaleza divina19, pero no nos hace
hombres-dioses como Cristo que era Dios, porque su naturaleza humana participaba de la personalidad
divina, lo cual no ocurre en nosotros20. Dios al hacernos hijos suyos y participantes de su divinidad nos
pone por encima de todas las demás criaturas que también son obra de Dios, pero no participan de su
divinidad. La misma diferencia que hay entre la escultura que hace un escultor y su propio hijo, a quien
comunica su naturaleza21 . Cuando vivimos en gracia santificante somos templos vivos del Espíritu Santo22

La gracia santificante es absolutamente necesaria a todos los hombres para conseguir la vida eterna. La
gracia se pierde por el pecado grave. En pecado mortal no se puede merecer. Es como una losa caída en el
campo. Debajo de ella no crece la hierba. Para que crezca, primero hay que retirar la losa. Estando en
pecado mortal no se puede merecer nada. Quien ha perdido la gracia santificante no puede vivir tranquilo,
pues está en un peligro inminente de condenarse. La gracia santificante se recobra con la confesión bien
hecha, o con un acto de contrición perfecta, con propósito de confesarse. (Ver números 80-84).

El perder la gracia santificante es la mayor de las desgracias, aunque no se vea a simple vista. Sin la gracia
de Dios toda nuestra vida es inútil para el cielo23. Por fuera sigue igual, pero por dentro no funciona: como
una bombilla sin corriente eléctrica. Dice San Agustín que «como el ojo no puede ver sin el auxilio de la luz,
el hombre no puede obrar sobrenaturalmente sin el auxilio de la gracia divina». En el orden sobrenatural hay
esencialmente más diferencia entre un hombre en pecado mortal y un hombre en gracia de Dios, que entre
éste y uno que está en el cielo24.

La única diferencia en el cielo está en que la vida de la gracia -allí en toda su plenitud- produce una felicidad
sobrehumana que en esta vida no podemos alcanzar. Esta vida es el camino para la eternidad. Y la
eternidad, para nosotros, será el cielo o el infierno. Sigue el camino del cielo el que vive en gracia de Dios.
Sigue el camino del infierno el que vive en pecado mortal.Si queremos ir al cielo, debemos seguir el camino
del cielo. Querer ir al cielo y seguir el camino del infierno, es una necedad. Sin embargo, en esta necedad
incurren, desgraciadamente, muchas personas. Algún día caerán en la cuenta de su necedad, pero quizá sea
ya demasiado tarde.

2. Además de la gracia santificante Dios concede otras gracias que llamamos gracias actuales25, que son
auxilios sobrenaturales transitorios, es decir, dados en cada caso, que nos son necesarios para evitar el mal
y hacer el bien, en orden a la salvación26. Pues por nosotros mismos nada podemos. No podemos tener una
fe suficiente, ni un arrepentimiento que produzca nuestra conversión. Las gracias actuales iluminan nuestro
entendimiento y mueven nuestra voluntad para obrar el bien y evitar el mal. Sin esta gracia no podemos
comenzar, ni continuar, ni concluir nada en orden a la vida eterna27

Según Pelagio, monje inglés del siglo V, el hombre con sus fuerzas morales puede, hacer el bien y evitar el
mal, convertirse y salvarse. Pero la doctrina católica sostiene que el hombre no puede cumplir todas sus
obligaciones ni hacer obras buenas para alcanzar la gloria eterna sin la ayuda de la gracia de Dios. Merecer
el cielo es una cosa superior a las fuerzas de la naturaleza humana. Pero como Dios quiere la salvación de
todos los hombres, a todos les da la gracia suficiente que necesitan para alcanzar la vida eterna. Con la
gracia suficiente el hombre podría obrar el bien, si quisiera.

La gracia suficiente se convierte en eficaz cuando el hombre colabora28. Los adultos tienen que cooperar a
esta gracia de Dios. Dijo San Agustín: «Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti»29. «Dios ha querido
darnos el cielo como recompensa a nuestras buenas obras. Sin ellas es imposible, para el adulto, conseguir
la salvación eterna. »Nuestra salvación eterna es un asunto absolutamente personal e intransferible. Al que
hace lo que puede, Dios no le niega su gracia. »Y sin la libre cooperación a la gracia es imposible la salvación
del hombre adulto»30. Con sus inspiraciones, Dios predispone al hombre para que haga buenas obras, y
según el hombre va cooperando, va Dios aumentando las gracias que le ayudan a practicar estas buenas
obras con las cuales ha de alcanzar la gloria eterna. «Tan grande es la bondad de Dios con nosotros que ha
querido que sean méritos nuestros lo que es don suyo»31 . Esta gracia, que nos eleva por encima de la
naturaleza caída, la mereció el sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo en la cruz. La obtenemos mediante la
oración y los Sacramentos (ver números 95-97).

__________________________________

El mérito
El mérito corresponde a la virtud de la justicia conforme al principio de igualdad que la rige

Por: Catecismo de la Iglesia | Fuente: Catecismo de la iglesia 


Manifiestas tu gloria en la asamblea de los santos, y, al coronar sus améritos, coronas tu propia obra .

El término ‘mérito’ designa en general la retribución debida por parte de una comunidad o una sociedad a la
acción de uno de sus miembros, considerada como obra buena u obra mala, digna de recompensa o de
sanción. El mérito corresponde a la virtud de la justicia conforme al principio de igualdad que la rige.

Frente a Dios no hay, en el sentido de un derecho estricto, mérito por parte del hombre. Entre El y nosotros,
la desigualdad no tiene medida, porque nosotros lo hemos recibido todo de El, nuestro Creador.

El mérito del hombre ante Dios en la vida cristiana proviene de que Dios ha dispuesto libremente asociar al
hombre a la obra de su gracia. La acción paternal de Dios es lo primero, en cuanto que El impulsa, y el libre
obrar del hombre es lo segundo en cuanto que éste colabora, de suerte que los méritos de las obras buenas
deben atribuirse a la gracia de Dios en primer lugar, y al fiel, seguidamente. Por otra parte, el mérito del
hombre recae también en Dios, pues sus buenas acciones proceden, en Cristo, de las gracias prevenientes y
de los auxilios del Espíritu Santo.

La adopción filial, haciéndonos partícipes por la gracia de la naturaleza divina, puede conferirnos, según la
justicia gratuita de Dios, un verdadero mérito. Se trata de un derecho por gracia, el pleno derecho del amor,
que nos hace ‘coherederos’ de Cristo y dignos de obtener la ‘herencia prometida de la vida eterna’ .Los
méritos de nuestras buenas obras son dones de la bondad divina (cf Cc. de Trento: DS 1548). ‘La gracia ha
precedido; ahora se da lo que es debido... los méritos son dones de Dios’.

“Puesto que la iniciativa en el orden de la gracia pertenece a Dios, nadie puede merecer la gracia primera,
en el inicio de la conversión, del perdón y de la justificación. Bajo la moción del Espíritu Santo y de la
caridad, podemos después merecer en favor nuestro y de los demás gracias útiles para nuestra santificación,
para el crecimiento de la gracia y de la caridad, y para la obtención de la vida eterna. Los mismos bienes
temporales, como la salud, la amistad, pueden ser merecidos según la sabiduría de Dios. Estas gracias y
bienes son objeto de la oración cristiana, la cual provee a nuestra necesidad de la gracia para las acciones
meritorias.

La caridad de Cristo es en nosotros la fuente de todos nuestros méritos ante Dios. La gracia, uniéndonos a
Cristo con un amor activo, asegura el carácter sobrenatural de nuestros actos y, por consiguiente, su mérito
tanto ante Dios como ante los hombres. Los santos han tenido siempre una conciencia viva de que sus
méritos eran pura gracia.

Tras el destierro en la tierra espero gozar de ti en la Patria, pero no quiero amontonar méritos para el Cielo,
quiero trabajar sólo por vuestro amor... En el atardecer de esta vida compareceré ante ti con las manos
vacías, Señor, porque no te pido que cuentes mis obras. Todas nuestras justicias tienen manchas a tus ojos.
Por eso, quiero revestirme de tu propia Justicia y recibir de tu Amor la posesión eterna de ti mismo... (Sta
Teresa de Jesús)

LOS 5 MANDAMIENTOS DE LA IGLESIA


Según el Catecismo de la Iglesia Católica #2041-2043

Los mandamientos de la Iglesia se sitúan en la línea de una vida moral referida a la vida litúrgica y
que se alimenta de ella. El carácter obligatorio de estas leyes positivas promulgadas por la
autoridad eclesiástica tiene por fin garantizar a los fieles el mínimo indispensable en el espíritu de
oración y en el esfuerzo moral, en el crecimiento del amor de Dios y del prójimo. Los
mandamientos más generales de la Santa Madre Iglesia son cinco:

El primer mandamiento (oír misa entera los domingos y fiestas de precepto) exige a los fieles
participar en la celebración eucarística, en la que se reúne la comunidad cristiana, el día en que
conmemora la Resurrección del Señor, y en aquellas principales fiestas litúrgicas que conmemoran
los misterios del Señor, la Virgen María y los santos. 

El segundo mandamiento (confesar los pecados mortales al menos una vez al año, y en


peligro de muerte, y si se ha de comulgar) asegura la preparación para la Eucaristía mediante la
recepción del sacramento de la Reconciliación, que continúa la obra de conversión y de perdón del
Bautismo.

El tercer mandamiento (comulgar por Pascua de Resurrección) garantiza un mínimo en la


recepción del Cuerpo y la Sangre del Señor en relación con el tiempo de Pascua, origen y centro
de la liturgia cristiana.

El cuarto mandamiento (ayunar y abstenerse de comer carne cuando lo manda la Santa


Madre Iglesia) asegura los tiempos de ascesis y de penitencia que nos preparan para las fiestas
litúrgicas; contribuyen a hacernos adquirir el dominio sobre nuestros instintos y la libertad del
corazón.

El quinto mandamiento (ayudar a la Iglesia en sus necesidades) señala la obligación de


ayudar, cada uno según su capacidad, a subvenir a las necesidades materiales de la Iglesia.
(Más>>>)

Los efectos y frutos de la Eucaristía


La Eucaristía

Los efectos que produce la Eucaristía en el alma son consecuencia de la unión con Cristo.

Por: Cristina Cendoya de Danel | Fuente: Catholic.net 

Efectos

Cuando recibimos la Eucaristía, son varios los efectos que se producen en nuestra alma. Estos efectos son
consecuencia de la unión íntima con Cristo. Él se ofrece en la Misa al Padre para obtenernos por su sacrificio
todas las gracias necesarias para los hombres, pero la efectividad de esas gracias se mide por el grado de
las disposiciones de quienes lo reciben, y pueden llegar a frustrarse al poner obstáculos voluntarios al recibir
el sacramento.

Por medio de este sacramento, se nos aumenta la gracia santificante. Para poder comulgar, ya debemos de
estar en gracia, no podemos estar en estado de pecado grave, y al recibir la comunión esta gracia se nos
acrecienta, toma mayor vitalidad. Nos hace más santos y nos une más con Cristo. Todo esto es posible
porque se recibe a Cristo mismo, que es el autor de la gracia.

Nos otorga la gracia sacramental propia de este sacramento, llamada nutritiva, porque es el alimento de
nuestra alma que conforta y vigoriza en ella la vida sobrenatural.
Por otro lado, nos otorga el perdón de los pecados veniales. Se nos perdonan los pecados veniales, lo que
hace que el alma se aleje de la debilidad espiritual.

Necesidad

Para todos los bautizados que hayan llegado al uso de razón este sacramento es indispensable. Sería ilógico,
que alguien que quiera obtener la salvación, que es alcanzar la verdadera unión íntima con Cristo, no tuviera
cuando menos el deseo de obtener aquí en la tierra esa unión que se logra por medio de la Eucaristía.

Es por esto que la Iglesia nos manda a recibir este sacramento cuando menos una vez al año como
preparación para la vida eterna. Aunque, este mandato es lo menos que podemos hacer, se recomienda
comulgar con mucha frecuencia, si es posible diariamente.

Ministro y Sujeto

Únicamente el sacerdote ordenado puede consagrar, convertir el pan el vino en el Cuerpo y la Sangre de
Cristo, sólo él está autorizado para actuar en nombre de Cristo. Fue a los Apóstoles a quienes Cristo les dió
el mandato de “Hacer esto en memoria mía”, no se lo dió a todos los discípulos. (Cfr. Lc. 22,).

Esto fue declarado en el Concilio de Letrán, en respuesta a la herejía de los valdenses que no aceptaban la
jerarquía y pensaban que todos los fieles tenían los mismos poderes. Fue reiterado en Trento, al condenar la
doctrina protestante que no hacía ninguna diferencia entre el sacerdocio ministerial y el sacerdocio de los
fieles.

Los que han sido ordenados diáconos, entre sus funciones, está la de distribuir las hostias consagradas, pero
no pueden consagrar. Actualmente, por la escasez de sacerdotes, la Iglesia ha visto la necesidad de que
existan los llamados, ministros extraordinarios de la Eucaristía. La función de estos ministros es de ayudar a
los sacerdotes a llevar la comunión a los enfermos y a distribuir la comunión en la Misa.

Todo bautizado puede recibir la Eucaristía, siempre que se encuentre en estado de gracia, es decir, sin
pecado mortal. Haya tenido la preparación necesaria y tenga una recta intención, que no es otra cosa que,
tener el deseo de entrar en unión con Cristo, no comulgar por rutina, vanidad, compromiso, sino por agradar
a Dios.

Los pecados veniales no son un impedimento para recibir la Eucaristía. Ahora bien, es conveniente tomar
conciencia de ellos y arrepentirse. Si es a Cristo al que vamos a recibir, debemos tener la delicadeza de estar
lo más limpios posibles.

En virtud de que la gracia producida, “ex opere operato”, depende de las disposiciones del sujeto que la va a
recibir, es necesaria una buena preparación antes de la comunión y una acción de gracias después de
haberla recibido. Además del ayuno eucarístico, una hora antes de comulgar, la manera de vestir, la
postura, etc. en señal de respeto a lo que va a suceder.

Frutos de la Eucaristía

El sacramento de la Eucaristía, como todo sacramento, es eficaz. Al recibirlo hay cambios reales en la
persona que lo recibe y en toda la Iglesia aunque los cambios no se puedan palpar:

Acrecienta nuestra unión con Jesucristo.


Al comulgar recibimos a Jesucristo de una manera real y substancial. Es una unión real, no es un buen deseo
o un símbolo. El sacramento de la Eucaristía es una unión íntima con Dios que nos llena de su Gracia.

"Quien come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en él" 


(Jn, 6,56).

Nos perdona los pecados veniales.


Para recibir a Jesús, es indispensable estar en estado de gracia y al recibirlo, la presencia de Dios dentro de
nosotros hace que se borren las pequeñas faltas que hayamos tenido contra Él y recibimos la gracia para
alejarnos del pecado mortal.

Fortalece la caridad, que en la vida diaria tiende a debilitarse.


El pecado debilita la caridad y puede hacernos creer que vivir el amor como Jesús nos lo pide es muy difícil,
casi inalcanzable.
Sin embargo, Jesús ya sabía que nos costaría trabajo y que nos sentiríamos sin fuerzas para lograrlo, por
eso quiso quedarse con nosotros en la Eucaristía para alimentarnos y ayudarnos fortaleciendo nuestra
caridad.

La Eucaristía, siendo el mayor ejemplo de amor que podemos tener, transforma el corazón llenándolo de
amor, de tal manera que quien la recibe es capaz de vivir la caridad en cada momento de su vida.

"Que nunca os falte, queridos jóvenes, el Pan eucarístico en las mesas de vuestra existencia. ¡De este pan
podréis sacar fuerza para dar testimonio de vuestra fe!"
(Juan Pablo II. Queridísimos jóvenes)

Nos preserva de futuros pecados mortales.


Una persona que vive de acuerdo a la caridad, difícilmente cometerá faltas graves de amor a Dios.

Da unidad al Cuerpo Místico de Cristo que es la Iglesia.


Cada persona que recibe a Jesús en la Eucaristía se une íntimamente a Él, que es la cabeza de su Cuerpo
Místico del que todos los cristianos formamos parte.
De esta manera, el cristiano que se une a Cristo en la Eucaristía, se une al mismo tiempo al resto de los
cristianos miembros de su Cuerpo Místico. Por ésta razón, a la recepción de la hostia consagrada se le llama
comunión, que significa común-unión o unión de toda la comunidad.

"Te pido que todos sean uno. Padre, lo mismo que tú estás en mí y yo en ti, que también ellos estén unidos
a nosotros; de este modo, el mundo podrá creer que tú me has enviado. Yo les he dado a ellos la gloria que
tú me diste a mí, de tal manera que puedan ser uno, como lo somos nosotros".
(Juan 17, 21-22.)

Fortalece a toda la Iglesia.


Por la misma unidad de los cristianos en el Cuerpo Místico de Cristo sucede que al fortalecerse uno de sus
miembros con las gracias de la Eucaristía, se fortalece la Iglesia entera.

Entraña un compromiso en favor de los demás.


Al estar más unido al Cuerpo Místico de Cristo, aquél que recibe la Eucaristía, se hará más consciente de las
necesidades de los otros miembros. Se identificará con los intereses de Cristo, sentirá el compromiso de ser
apóstol, de llevar a Cristo a todos los hombres sin distinción y de ayudar en sus necesidades espirituales y
materiales a los pobres, los enfermos y todos los que sufren.

 
DEBERES DEL CRISTIANO
Rom. 12:1-8.
 
Introducción:
Cuando una persona es rescatada de las garras de las tinieblas, viene con
hábitos queson totalmente diferentes a los hábitos que se practican en el Reino de Dios. De acá el
nuevecreyente
debe cumplir ciertos deberes que tienen que ver con Dios y con su prójimo. En esta ocasiónanalizaremos cuales
son esos deberes que los creyentes debemos cumplir.
I.
 
Consagración.
 
El término "consagración" deriva del latín "
consecratio –onis
", es decir hacer sagrado. En sentido más amplio eltérmino significa aquello que pertenece a un
orden de cosas reservadas, inviolables, aquello que debe ser objeto derespeto por parte del creyente.
 
La Biblia nos dice que es creyente debe consagrar su:
 1.
 
Cuerpo
, esto no se refiere a someter el cuerpo bajo rigurosos proceses de mortificación con ayunos,aislamientos y otro
tipo de sacrificio, cuando habla de someter el cuerpo en sacrificio vivo y santo se refiere avivir 
santa mente,
 
Rom. 6:19; “
Hablo como humano, por vuestra humana debilidad;
que asícomo para iniquidad presentasteis vuestros
miembros para servir a la inmundicia y a la iniquidad,
a s í a h o r a p a r a   santificación presentad vuestros miembros para servir a la justicia.” 
 
2.
 
Mente
, es la parte del alma donde están los pensamientos, ideas y razonamientos del ser humano. Los
malospensamientos, las cosas negativas, la concupiscencia, la lascivia, etc. La mente es la que muchas veces
nopermite que el cristiano se desarrolle en la vida espiritual y material, por eso la Biblia nos manda a
quecambiemos nuestra mentalidad. Rom.12:2;
“No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio
de la renovación de vuestro entendimiento, para que
comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios,agradable y
perfecta 
.” 
 
II. Actitud correcta en relación a los dones, talentos y habilidades que Dios nos da.
 
Otro de los deberes del creyente es tener actitudes correctas en relación a lo que Dios le da. Estas actitudesson.
1.
 
Un corazón sin de orgullo. Rom. 12:3;

Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que estáentre vosotros, que no tenga más
alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con
cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno.”
 
Modestia sobre si mismo. Lashabilidades, talentos y dones espirituales provienes de Dios, El nos lo da por su
misericordia y esa es la razónpor la que no nos debe llenar de orgullo aquellas cosas que hemos recibido de parte
de Dios y tenemos parabendición de los
demás
.
 2.
 
Comprender que somos uno en el Señor y que dependemos los unos de los otros; Rom.12:4-5;
Porque de lamanera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los
miembros tienen la mismafunción,
 
así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de
losotros.
 
III.
 
Relación con los hermanos de la fe.
 
La relación con los hermanos de la iglesia de Cristo debe ser de:
 
1.
Amor sincero. Rom 12:9-10;
“El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo, seguid lo bueno.
 
A m a o s  
los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros.” 
 2.
Servicio diligente. Rom.12:11;
“En lo que requiere
diligencia 
,
no perezosos; fervientes en espíritu,
sirviendo al Señor;” 
 3.
 
 Actitud positiva Rom. 12:12; “
gozosos en la esperanza; sufridos en la tribulación;
constantes en la 
oración;” 
 

También podría gustarte