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EL PODER POLITICO ENTRERRIANO EN


LA ENCRUCIJADA DEL CAMBIO
1861-1870.
Introducción:

El poder político implica abordar un conjunto de problemas, renovados elementos y prácticas sociales en y entre las
provincias. Desde una soberanía plural, de igualdad de representación de los pueblos virreinales, convertidos más
tarde en ciudades-esta do, en provincias confederadas hasta su posterior constitución en una nación moderna. La
tensión entre dos formas de republicanismo: como comunidad política desigual en pos del bien común, y otra
asociada a la moderna, liberal, en la cual se pretendía preservar el ejercicio de los derechos individuales, intentando
dar curso a una transición del antiguo régimen, de jerarquías y de desigualdades entre el vecino y los habitantes, a la
nueva figura del ciudadano definido por su universalidad, igualdad e individualidad.

Se explorarán las siguientes cuestiones. En primer lugar, las distintas tradiciones de la cultura y el régimen política de
las provincias, fueron practicadas por los diferentes actores sociales, pues no sólo pudieron convivir distintas
tradiciones sino también variadas lecturas y ejercicios de las mismas. Por ello debemos abordar cuáles fueron las
instituciones formales y los espacios informales desde donde se operó o negoció principalmente el poder político.

En segundo lugar, hasta el presente la historiografía política ha enfatizado preferentemente el análisis de las
instituciones formales, en especial en lo referido a las normativas, al sistema electoral y a la dinámica de las
facciones o de los partidos políticos. Es vital incorporar en la política el rol de otras instituciones más “informales”,
que fueron el sostén del poder y permitían su reproducción cotidiana.

De manera que estimamos necesario superar las limitaciones que han operado a la hora de analizar la acción política
en los diversos espacios rio platenses. En primer lugar, los estudios se han centrado preferentemente sobre el caso
de Buenos Aires enfocándose sobre todo en el ámbito urbano y en los actores notabiliares del escenario político.
Persiste todavía oscuro el abordaje de los espacios políticos rurales, esencialmente con relación a los intermediarios
políticos y a los actores subalternos, en su interacción con las instituciones y con los espacios informales. La
extensión de la participación plena del mundo rural en el escenario político. Los nuevos poderes, sobre todo de los
caudillos, tuvieron sin duda buena parte de sus soportes significativos en el interior del ámbito de la campaña.

Las jerarquías del universo social de los estudios políticos, pues creemos necesario insistir en que, ya no partimos del
supuesto de que los actores subalternos subsistieran en "estado de naturaleza" y todos entendemos que estaban
insertos dentro de la acción política, no obstante, a menudo han sido casi ignorados, imaginados o simplemente
rotulados pasivamente en los estudios, sin darles un lugar activo en los procesos políticos. Ello, tal vez, por su más
difícil visibilidad en las fuentes, por considerarlos de fácil manipulación o por no tener mucho peso en las
instituciones formales, todo lo cual llevó a suponer que carecían de cualquier tipo de autonomía. Marginada en el
análisis del consenso o del disenso e incluso del conflicto en la construcción o las crisis de los poderes políticos de
aquella época.

En tercer lugar, resulta significativa la evidencia contundente sobre el carácter de frontera móvil de gran parte de la
sociedad rioplatense, implica dar cuenta en el análisis de las variaciones espaciales, demográficas, económicas y a
veces también sociales que impactaron sobre esos espacios políticos. El movimiento en el interior del ámbito rural y
urbano, no contextualizar correctamente las prácticas y los espacios informales de la política, no entender la
racionalidad de los diversos actores, significa en definitiva ignorar las mutaciones o las persistencias de los múltiples
lazos que vincularon a los hombres y a las instituciones decimonónicas.

Intentaremos estudiar las dinámicas del poder político entrerriano entre 1862 y 1870 tratando de abordar aquellos
múltiples problemas, espacios y actores que operaron en la provincia. El objetivo del análisis es presentar las
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características que en aquel período tuvieron los grupos políticos internotabiliares, precisar los espacios formales e
informales de su acción política local y sus interacciones con el espacio nacional. Asimismo, nos interesa comprender
el rol de los actores intermedios y los cambios que se sucedieron en ellos y que actuaron como bisagras entre las
autoridades y los actores subalternos. Finalmente, intentamos analizar la crisis del federalismo entrerriano, las
reacciones y la fragmentación del poder político provincial.

En definitiva, todo aquello nos permitirá aproximarnos a una descripción de los factores que habrían operado en
Entre Ríos a lo largo de la década de 1860 y que culminaría en una profunda crisis desatada en el interior del
federalismo entrerriano y su enfrentamiento con las autoridades del Estado nacional. Dentro de aquel contexto nos
interesa, cómo ellos enfrentaron el desafío de reacomodarse al fracaso de su proyecto hegemónico y cómo
intentaron adecuar su poder local a la inter acción con las renovadas instituciones provinciales y con el nuevo
espacio de poder nacional. Ello significaba que debían reajustarse sus tradiciones políticas y sus estructuras de poder
a las necesidades de nuevas instituciones y reglas, como también a una nueva arena de acción que, como veremos,
ofrecía traumáticas novedades y renovadas prácticas, que no garantizaban necesariamente un resultado afortunado
para muchos de los mismos actores que habían edificado y sostenido al hasta entonces triunfante poder del
federalismo entrerriano.

El poder político entrerriano.


La conformación del poder político provincial.

Desde la crisis del orden colonial en Entre Ríos, había pertenecido a dos jurisdicciones diferentes con cabeceras en
Buenos Aires y en Santa Fe, la concreción de un poder político unificado fue una tarea conflictiva dentro de la
soberanía autónoma provincial. Así, desde la consolidación de la provincia en 1821 caracterizó a los entrerrianos el
sesgo fragmentario de sus grupos dirigentes locales, que presentaron una notable dificultad para negociar la
administración del poder político en manos de las nuevas instituciones republicanas, impidiendo que se pudiera
estabilizar la gestión de gobierno en el interior del emergente espacio provincial.

El federalismo entrerriano estuvo enfrentado en cruentas pujas por el poder provincial con los grupos que se
aglutinaban en Paraná, quienes contaban con el apoyo de sus poderosos vecinos santafesinos y porteños. Por ello,
durante las décadas de 1820 y 1830 la situación se desenvolvió en un escenario marcado por una lucha casi
irreconciliable entre las facciones opositoras que se plasmó en la carencia de consenso interno y en la precaria
legalidad institucional fruto de los permanentes enfrentamientos armados, todo lo cual generó una significativa
inestabilidad en el seno de la joven soberanía política entrerriana.

Pero la puja extrema entre las facciones comenzaría a menguar a partir del gobierno de Pascual Echague, cuando
desde 1836 se puso en marcha un proceso de intercambio y convivencia dentro del universo político local. Así, en
pocos años, fruto de la negociación de cargos políticos y de beneficios materiales común, surgiría en 1841 un nuevo
liderazgo, proveniente desde los notables de oriente, que se reagruparían en torno al comandante militar y nuevo
gobernador Justo José de Urquiza. Desde entonces, aquél fue superando el orden fragmentado del poder político
local para constituir un férreo liderazgo, sobre todo mediante diverso tipo de alianzas interpersonales, de negocios y
de subordinación militar, que permitiría superar los enfrentamientos facciosos intranotabiliares, encolumnando
finalmente a los entrerrianos detrás de su líder.

La estabilidad política provino de las nuevas prácticas de acción y de gestión que, más allá de los mecanismos
legítimos de acceso al poder, operaron sobre todo un cambio en la forma de negociar el consenso, en relación con el
despliegue y la consolidación de una significativa gama de vínculos interpersonales y de lazos de relación con los
intermediarios y los funcionarios subalternos que fueron vitales para regular el comportamiento de los agentes
sociales. Allí operó la extensión de una serie de nexos primarios de parentesco, de negocios conjuntos y de acción
compartida en la administración pública y en la guerra, que fue otorgando a los miembros de un reducido pero
sólido grupo dirigente una racionalidad unificada de mando político y militar, lo cual resultó la fuente principal del
éxito.
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Así, mientras el liderazgo político de Urquiza se estabilizaba sobre la provincia, su gestión se sostuvo sobre un poder
de carácter personalista y de gran prestigio y capacidad militar. En este último aspecto cobró cada vez mayor
influencia el contexto de la época, marcado por las luchas federales con la provincia misma como campo de batalla,
lo cual sin duda ayudó a terminar de consolidar la figura del caudillo que fue alcanzando cada vez mayor estatura, no
tanto por sus dotes político-doctrinales dentro de la arena pública, sino sobre todo por su c apacidad de negociación
y de disciplinamiento política de las notables locales, por sus servicios en pos del orden político-social dentro del
mundo rural de frontera en expansión, por el fácil acceso a la tierra pública, por la marcha creciente de la economía
pecuaria y por los éxitos en los campos de batalla. Incluso, todo aquello llevaría a Urquiza a superar el marco
provincial para convertirse en un hombre con poder.

En aquel contexto de guerra, en cierto parentesco con el poder "unanimista" de Rosas en Buenos Aires, el caudillo
gobernó con una Legislatura adicta, compuesta con unos pocos integrantes fuertemente ligados al gobernador.
Además, debido a las circunstancias coyunturales de la guerra, el gobernador tuvo durante sus mandatos amplias
facultades extraordinarias y capacidad adicional para manejar todas las autoridades intermediarias, para disponer de
las rentas públicas, de los reclutamientos e incluso de aplicar los juicios. Además, aunado a ese carácter de gobierno
"autocrático" con poder concentrado, Urquiza fue cimentando su poder personal basado en la fidelidad de múltiples
servicios y de experiencias comunes de las campañas militares, que le otorgaron una gran ascendencia sobre sus
comandantes militares, verdaderos resortes del poder.

De manera que el poder del caudillo estuvo claramente sostenido en su origen soberano por instituciones
republicanas y su acceso al gobierno emergía de la legalidad institucional de las elecciones. Pero su hegemonía y su
práctica política estaban apoyadas sobre un consenso basado en las relaciones interpersonales con los notables
locales, que garantizaban un orden político y militar concentrado y personalista de alcance regional, mediante el cual
su líder logró comandar las aspiraciones del federalismo rioplatense. Su liderazgo político se nutría de componentes
complejos con instancias formales sustentadas en las instituciones básicas (Legislatura, ministerios y elecciones), e
incluía asimismo las instancias más informales de negociación en las milicias y en la gestión de las autoridades
intermediarias, abría un haz fundamental de relaciones clientelares, dentro de ámbitos privados y públicos.

Por lo tanto, el poder político sustentado por Urquiza era una práctica de legalidad y de legitimidad que se componía
internamente de un sólido poder político-militar, que provenía de una tradición republicana de poder gestado detrás
de un liderazgo personalista, apoyado en gran medida para la gestión desde el mando militar, sin competencia y
oposición en el espacio público o en las instituciones formales.

Las mutaciones del poder local y la emergencia de la nación.

En marzo de 1860 los entrerrianos dictaron su Constitución provincial a fin de adaptarse a la realidad de convivir con
las nuevas normativas elaboradas en 1853 para el Estado nacional. Por entonces ya resultaba notorio que, en
sintonía con el "nuevo pacto", se abría una nueva etapa de convivencia entre las normativas, las prácticas políticas y
los poderes en la provincia, así como también comenzaba a variar la relación entre las instituciones públicas y los
habitantes que emprendían una rápida etapa de mutaciones y de interacciones más conflictivas.

En primer lugar, en el texto constitucional entrerriano se expresaban algunos de los desafíos que el poder político
local debería enfrentar en aquellos nuevos tiempos. En ese sentido, se determinaba: "Todo ciudadano argentino es
obligado a armarse en defensa de la Patria y de esta Constitución y a los decretos del Ejecutivo Nacional" Pero
asimismo se estipulaba: "El pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes y autoridades
creadas por esta Constitución. Toda fuerza armada o reunión de personas que se atribuyan los derechos del pueblo y
peticione a nombre de este, comete delito de sedición". Finalmente se decretaba: "El gobernador es el Jefe de las
milicias de la Provincia con sujeción a la Constitución Nacional".

Esos nuevos principios frente a las viejas prácticas de militarización entrerriana de "ciudadanos armados" y de
enfrentamientos en el interior de la región y contra el Estado central ubicaban a sus líderes frente a un nuevo
horizonte legal, que evidentemente deslegitimaba varias de las principales formas de reacción bélica tan arraigadas
en las tradiciones federales a la hora de desplegar el poder durante las décadas previas, por tanto marcaba que el
fracaso o el éxito en las futuras relaciones políticas entre los líderes locales, en la región y con el Estado-nación
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deberían manejarse estrictamente dentro de una nueva arena de acción, sujeta casi exclusivamente a las
negociaciones desde los ámbitos formales de la Nación, sin recurrir a lo que hasta entonces había sido la
herramienta central para los entrerrianos, que era el despliegue directo de su poder militar sobre la región.

En segundo lugar, "servicios públicos" y de regulación estatal de las actividades económicas que hasta entonces
habían sido manejadas por el Poder Ejecutivo para la construcción y el sostén del liderazgo y del orden público. Así,
trabajar y ejercer toda industria lícita, de publicar sus ideas por la prensa sin censura previa. También estipulaba: "La
propiedad es inviolable y ningún habitante de la provincia puede ser privado de ella. Finalmente: "Ningún...
habitante de la Provincia puede ser penado sin juicio previo fundado en ley anterior al hecho del proceso, ni juzgado
por comisiones especiales, o sacados de los Jueces designados por ley antes del hecho de causa".

En tercer lugar, la propia Constitución incorporaba normativas que resultaban incompatibles con las prácticas
políticas imperantes hasta entonces en relación con la división de poderes durante los gobiernos de Urquiza. Entre
las más significativas, estaba el artículo 4, que planteaba: Todas las Autoridades de la Provincia son responsables:
ninguna tiene facultades extraordinarias, ni puede pedirlas, ni se les concederán por motivo alguno"; el artículo 5°:
"Cualquiera disposición adoptada por el Poder Ejecutivo o Legislativo, en presencia o por requisición de fuerza
armada o de una reunión de pueblo, es nula de derecho y jamás podrá tener efecto". El artículo 10° decía sobre el
Legislativo que debía "decretar el pre supuesto de gastos anuales para la Provincia y aprobar o rechazar la inversión
de las cantidades votadas"; el artículo 11: "Exigirá anualmente del Gobierno la cuenta del tesoro para examinarla y
juzgarla"; el artículo 12: "Aprobar o rechazar los tratados que el Ejecutivo celebre con las demás Provincias de
acuerdo con el artículo 104 de la Constitución Nacional". Todas esas normativas marcaban significativos límites de
poderes entre el Ejecutivo y el Legislativo, y sin duda serían complejas de poner en práctica en un ámbito político
donde el gobernador manejaba sus atribuciones sustentando un poder autocrático, concentrado en sus propias
manos y delegado atribuciones a sus funcionarios...

En cuarto lugar, en la sección segunda de la Constitución, sobre el Poder Legislativo, se disponía la elección directa
de dos diputados por departamentos, quienes una vez investidos en la Legislatura elegirían al gobernador por
mayoría simple, de modo que se ampliaba el número de diputados de manera homogénea en los departamentos
abriendo mayor espacio para la dispersión de las voluntades políticas. Además, se regla mentaban los presupuestos
fiscales, lo que limitaba la capacidad del gobernador de manejar a discreción las rentas públicas. Finalmente, sin
duda otra cuestión clave resultaba el hecho de estipular que el gobernador "durará en el cargo por un período de
cuatro años y no podrá ser reelegido sin intervalo de otro", lo cual terminaba con la práctica de la reelección
indefinida y obligaba a la negociación de la sucesión de gobierno, poniendo un interrogante sobre la longevidad del
liderazgo concentrado y personalista que hasta entonces Urquiza había edificado con notable éxito.

El ejercicio del poder republicano implicaba numerosos desafíos que se abrían en el horizonte local entrerriano. Uno
tenía que ver con el aprendizaje de convivir y actuar dentro de la esfera de la política nacional, y otro obligaba a
rediseñar las prácticas políticas locales en detrimento de un poder hasta entonces indiscutidamente sujeto al
liderazgo del gobernador-caudillo, para constituir una nueva gestión ligada a otras prácticas.

El poder político provincial frente a la Nación: ¿cómo convivir y qué negociar?

Las relaciones de los líderes entrerrianos con la política nacional nos ilustran dos aspectos muy significativos de los
conflictos de esta época. Por una parte, estaban vinculadas con la persistencia de las antiguas identidades y
solidaridades "partidarias" locales y regionales con clara preeminencia en las prácticas sobre la posibilidad de forjar
nuevas asociaciones. dentro de la arena nacional. Por otra, también resulta claro que fueron. surgiendo diferentes
actitudes, expectativas y estrategias políticas entre los principales actores políticos de la provincia frente a los
sucesos que desencadenaban las políticas y las acciones nacionales. Por ello, a medida que la interacción con el
nuevo orden nacional aumentaba, al mismo tiempo fueron creciendo las tensiones entre los grupos locales en terno-
e-sus identidades, fidelidades y estrategias políticas.

Entre 1862 y 1870 una serie de acontecimientos alteraron sustantiva mente las realidades políticas de las provincias
argentinas y de los Estados vecinos del Litoral. Así, en el orden nacional tanto Mitre como Sarmiento fueron
debilitando o deponiendo a varios gobiernos federales en las provincias.
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Los federales entrerrianos fueron articulando dos tendencias. Una, encabezada por Urquiza, se caracterizó por la
búsqueda de ampliar sus lazos de influencia interprovincial en la arena política nacional mediante la negociación con
los líderes provinciales y al mismo tiempo la elaboración de propuestas locales en sintonía con las decisiones del
gobierno nacional. Por su parte, otro conjunto de federales pretendía enfrentarse a los liberales nacionales
utilizando básicamente sólo las viejas alianzas federales, incluso apelando al poder militar en defensa de sus
tradiciones para confrontar con el poder político de la administración nacional.

¿Qué características nos revelan aquellas posturas? Por una parte, Urquiza encabezaba una estrategia de
negociación con las autoridades nacionales tomando en cuenta los intereses locales, pero adecuándolos o
adaptándolos a las nuevas relaciones de fuerza que acumulaba el poder hegemónico porteño. Así, intentaba relanzar
sus relaciones dentro del escenario nacional mediante acuerdos con viejos y nuevos "amigos" políticos, desde donde
pretendía recuperar y recrear su posición de preeminencia política.

Otro grupo de federales entrerrianos, percibían y expresaban el conflicto político casi en los mismos términos de las
viejas antinomias entre federales y unitarios. Para ellos, los sucesos de la década de 1860, a pesar de los renovados
instrumentos institucionales, eran sencillamente una continuidad de las viejas batallas del pasado, por lo cual se
inclinaban por una estrategia que proponía sostener las mismas alianzas políticas tradicionales e incluso postulaban
el uso de las solidaridades antiporteñas y de la fuerza militar explícita en la acción conjunta con los grupos afines de
las restantes provincias, y hasta de los Estados vecinos, para enfrentar a los nacionales.

Los federales entrerrianos ingresaron en la arena nacional con un lento pero irreconciliable conflicto faccional. Las
fuerzas federales demostraron una gran dificultad para actuar e identificarse dentro del nuevo territorio de la
soberanía política nacional, pues aún operaban imaginarios hegemónicos basados en las relaciones locales y
regionales, que además incluían como aliados y referentes a grupos de los Estados vecinos. De manera que las
opciones para los entrerrianos de construir sólidas alianzas nacionales y consensos políticos internotabiliares
resultaban todavía senderos muy estrechos e inestables.

Legislatura y gobernador: ¿división de poderes o poder autocrático?

Para el Poder Legislativo luego de 1860, las autoridades de la provincia surgían de una votación directa.

Las funciones inherentes al Poder Legislativo encontrarían limitaciones notables en la tradición política entrerriana
que tenía una dinámica de prácticas políticas en las cuales el gobernador, con poder autocrático, tomaba en sus
manos buena parte de aquellas atribuciones en desmedro de los poderes de la cámara. Entre 1861 y 1864 el
gobernador continuó manejando casi todos los recursos públicos, mientras se iniciaban profundas transformaciones,
mediante una nueva legislación, en las políticas referidas a las tierras públicas y la puesta en marcha del arriendo
público y de venta de tierras, junto a una reforma impositiva que creaba un conjunto de nuevos impuestos directos.
En ambos casos, una vez dicta das las leyes fue el Poder Ejecutivo el que manejó sin restricciones la asignación, la
confirmación y la concesión de los recursos. Asimismo, el Ejecutivo retuvo el manejo de los empleos públicos y
sostuvo una gran injerencia sobre la aplicación de la justicia como parte de su tradición autocrática del poder
político.

Sobre todo, a través de los jefes políticos, el gobernador podía tomar atribuciones múltiples para determinar en todo
tipo de conflicto sobre las tierras públicas y las políticas fiscales de la provincia; pues si bien aquéllas eran
atribuciones que debían involucrar el accionar de la Legislatura, en la práctica, por las funciones atribuidas al
Ejecutivo, terminaron en manos del caudillo. Lo cual no sólo alteraba los equilibrios de poderes, sino que violentaba
las normas de igualdad de los ciudadanos frente al poder público. Así el tema de las tierras públicas era manejado
personalmente por Urquiza, al punto que de hecho las autoridades subalternas tenían prohibido actuar sobre este
tópico sin el expreso consentimiento del Ejecutivo.

Ese ejercicio del poder fue heredado entre 1864 y 1868 por José María Domínguez, quien fue el sucesor impuesto
por Urquiza. En un contexto sumamente adverso, a nivel interno por la creciente oposición en la Legislatura, por los
altibajos económicos y la crisis fiscal de la provincia, en tanto que dentro del contexto nacional crecía la
impopularidad de la guerra con Paraguay.
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En una interesante crítica Cordero exponía que "el pueblo entrerriano, preso del despotismo, pasaba su vida como el
héroe de Calderón oyendo el himno de la libertad entonado hasta la propia naturaleza que lo rodea, sin más
esperanzas que las mentidas promesas de un hombre, sin más horizonte que su infortunio". Así, mientras el
despotismo gobernaba las decisiones políticas, el pueblo "pagaba sus contribuciones y humedecía la tierra con el
sudor de su frente para llenar las arcas de su señor”.

Las elecciones: ¿competencia política o unanimismo?

Bajo el auspicio de las reformas institucionales en abril de 1861 también se dictó en Entre Ríos una nueva ley que
regulaba las elecciones. En ella se determinaba que en cada ciudad, villa o pueblo cabecera de departamento de la
provincia se formaría una sección electoral. Asimismo, allí se elaborarían los registros cívicos de los ciudadanos que
estuvieran habilitados a votar. Esta normativa abría la posibilidad de componer una legislatura más robusta y al
mismo tiempo más representativa de los ciudadanos de los distintos departamentos que se habían creado en la
provincia a lo largo de las décadas de 1840 a 1860."

1862 la vida política entrerriana, al mando del máxime jefe del federalismo, estaba agitada debido a que en la arena
nacional Mitre comenzaba a imponer gobiernos liberales en lugar de federales en varias provincias, como sucedió en
Córdoba, Santa Fe y Corrientes. Aquello des prestigiaba y amenazaba a Urquiza,

Entre 1862 y 1863, fruto del contexto convulsionado de las provincias vecinas, se sucedían conflictos en las zonas
fronterizas de Entre Ríos.

En aquel contexto la oposición al gobernador, por su política de negociación permanente, fue ganando la adhesión
de muchos federales, por lo cual en la elección de 1864 para diputados provinciales surgieron los primeros reveses
electorales de Urquiza. Así, en la elección de diputados por Paraná emergió un notable disenso, pues Domingo
Comas, que era el candidato de Urquiza, perdió frente al opositor Evaristo Carriego, lo cual pre ocupó mucho al
caudillo. Por entonces ya se expresaba un distanciamiento fuerte de las facciones federales y emergían
simultáneamente los primeros agravios fuertes respecto de la libertad de prensa opositora.

Frente al resultado adverso el gobierno anuló la elección a diputados de Paraná por considerarlas de carácter
"irregular" y en una nueva jornada electoral "mejor controlada" por el oficialismo logró el triunfó el candidato
urquicista Eugenio Núñez,

No obstante, el fracaso de la oposición, por entonces Ricardo López Jordán era presidente de la Legislatura provincial
y aparentemente ya contaba con numerosos apoyos internos.

Para 1864 estaban ya instalados en la provincia los primeros pasos de una candidatura de López Jordán para suceder
a Urquiza y sobre todo para cambiar la política federal de los entre manos frente al manejo autocrático y la
estrategia negociadora del viejo caudillo con el gobierno nacional. Pero para imponerse en esa tarea los jordanistas
debían contar con amplias adhesiones y con los votos de los diputados, para lo cual comenzaron a operar
negociaciones intentando imponer o seducir a los candidatos en los departamentos de la provincia. Pero en los
principales departamentos terminaron siendo electos un conjunto de personajes con gran manejo de las milicias y
ascendencia sobre los jefes políticos, que además eran amigos y fieles al liderazgo de Urquiza. Por ello, nuevamente
las múltiples vinculaciones del gobernador, con sus fieles aliados e intermediarios políticos, se abrían paso para la
imposición de un sucesor leal al caudillo, como sería la designación del gobierno en manos de José María
Domínguez.

Con el triunfo de Domínguez, como delfín del caudillo, se agravó la interna federal entrerriana y una catarata de
ataques contra Urquiza comenzó a emerger con mayor frecuencia en los principales periódicos opositores. Así, para
la elección siguiente de 1868, con una provincia en bancarrota y un federalismo a la defensiva en el escenario local y
nacional, se avecinaba una más clara oposición a las facciones federales con Urquiza y López Jordán a la cabeza
como los candidatos naturales para disputar la gobernación.
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Pero, pese a la creciente oposición, el caudillo retuvo el poder mediante la lealtad de los milicianos, el trabajo de sus
jefes políticos y de los comandantes militares que habrían permitido mediante el voto la designación de sus
candidatos como diputados.

Finalmente, un nuevo triunfo de Urquiza en las elecciones de 1868 cerró el camino del recambio político en la
provincia y agravó al extremo las tensiones entre las facciones federales. De manera que las nuevas reglas
constitucionales y el régimen electoral ampliado en Entre Ríos no se tradujeron en la emergencia de un nuevo poder
político que permitiera la interacción de las facciones federales. En cambio, la continuidad del manejo de las
lealtades y de los servicios de los intermediarios políticos permitió al caudillo manejar las prácticas informales que le
garantizaban la imposición de sus candidatos en la Legislatura.

No obstante, el dominio del escenario electoral por parte de gobernador, fuera a través de sus resortes clientelares
o mediante el fraude electoral, lo cierto es que la oposición en el espacio público (sobre todo, mediante la prensa) y
en las disputadas elecciones nos muestra que el ejercicio del poder y los modos de acción política del caudillo se
enfrentaron a un muy serio desafío que fue socavando los cimientos de su reproducción.

Las bisagras que articularon el poder político

Desde 1822 hasta 1861, dentro del contexto político y militar de la provincia los comandantes militares y más tarde
los jefes políticos de los departamentos constituyeron una autoridad clave y poderosa, pues fueron quienes
asumieron en la práctica el rol principal de intermediarios dentro del sistema estatal y político.

La administración interior en la provincia en septiembre de 1860 emprendería un significativo reajuste con la


emergencia de nuevas autoridades que desplazarían en parte a los comandantes militares del manejo del poder en
los departamentos. A partir de entonces, en sintonía con la nueva Constitución provincial, los jefes políticos
cumplirían el rol fundamental de continuar articulando las relaciones entre el Poder Ejecutivo con los funcionarios y
la población.

A estas autoridades les correspondía la conservación del orden y de la seguridad pública. Además, debían promover
todas las políticas que facilitaran la comunicación, el desarrollo de la industria pastoril, la vigilancia de la instrucción
pública y toda otra comisión que les designara el Poder Ejecutivo. De manera que con la emergencia de los jefes
políticos quedaron suprimidas las jefaturas de policía, absorbiendo aquéllos la competencia sobre el manejo de la
seguridad y el control del territorio y de la población. Como consecuencia, los comisarios y los restantes empleados
quedaron bajo la subordinación de los jefes políticos, en tanto que los jueces de paz, los alcaldes y los tenientes
alcaldes de los distritos de cada departamento pasaron a desempeñarse como auxiliares de los jefes políticos, por lo
cual éstos también terminaban monopolizando las funciones administrativas, judiciales y políticas.

En este caso, al igual que en Santa Fe, los jefes políticos entrerrianos surgieron como mediadores entre el Poder
Ejecutivo, los funcionarios locales y el poder municipal. Éstos garantizan la presencia del Estado en todas las
jurisdicciones, incluso en zonas de frontera, como poder delegado directo del gobernador. En esa función actuaban
con amplios poderes y cierto grado de discrecionalidad, entre las funciones políticas y jurídicas, confirmado luego
por el gobernador.

De ese modo, la jefatura se convirtió en la cabeza de entramados de poder dependientes del gobernador, que a su
vez en el interior de cada departamento tenía una red de autoridad militar, policial, administrativa, política y civil.
Por ello esos funcionarios eran los mejores mediadores para conectarse con las autoridades y los sectores
subalternos de la provincia; desde las jefaturas se reforzaban los vínculos clientelares y coactivos que manejaba el
Poder Ejecutivo. Las jerarquías y las solidaridades construidas en ese entramado fueron esenciales para la
emergencia y la reproducción del poder político local. Allí sin duda operaron variados tipos de vínculos, que iban
desde las fidelidades personales, los nexos administrativos y las órdenes de dependencia

De manera que en Entre Ríos, con inexistencia de poderes municipales y a través de la conformación de una cadena
de administración centraliza da con el control sobre los departamentos en manos del gobernador, por medio de los
jefes políticos y de los comandantes militares, se reforzaba la concentración del poder en el caudillo-gobernador; por
ello en la práctica el Ejecutivo, a través de aquellas autoridades intermedias, tuvo incidencia inmediata sobre el
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manejo cotidiano de los impuestos, el uso y la propiedad de los recursos rurales, las habilitaciones comerciales, la
aplicación de la justicia, el uso del poder de policía, el control de los empleados públicos y de las autoridades
militares y el manejo de las prácticas electorales.

El estallido en el interior del federalismo entrerriano, 1868-1870.

En la década de 1860 significaron serios desafíos para la pervivencia del poder político tradicional en la provincia y en
las relaciones interprovinciales.

La existencia de nuevas normativas, instituciones y de un ámbito político nacional significó la emergencia de una
nueva arena y de nuevas herramientas que se nutrían de renovadas tradiciones para llevar adelante la negociación
política, a las cuales también debían sujetarse de alguna manera las estrategias del poder provincial. Aquello al
mismo tiempo significaba el comienzo de un quiebre de las antiguas tradiciones de poder local y regional que llevaría
a reajustar el emergente espacio político. En el espacio provincial el poder del gobernador-caudillo enfrentaría una
nueva etapa de inestabilidad y conflictos de variado tipo. Aquellos disensos podían resquebrajar la fidelidad de los
mediadores políticos que articulaban las relaciones subalternas en el interior de los departamentos rurales.

El convulsionado escenario nacional llevaría a debilitar los nexos externos del federalismo entrerriano, por lo que
emergían cada vez con más fuerza diferentes estrategias y concepciones de las facciones políticas sobre cómo
enfrentar los "negocios" interprovinciales. Por una parte, Urquiza intentaba desde sus gestiones y relaciones
interpersonales la construcción de alianzas extraprovinciales en búsqueda de mantener en pie su influencia como
hombre fuerte de la arena nacional, para lo cual a menudo debió secundar o asociarse a las decisiones y a las
acciones de los liberales mitristas en contra de sus "amigos o de sus antiguos aliados políticos federales en las
provincias y en los estados vecinos del Litoral. Por otra parte, la mayoría de los federales entrerrianos todavía no
llegaban a visualizar otra manera de gestionar la política interprovincial que no fuera bajo la clave antigua de
federales contra unitarios, y en ese sentido ellos quedaron atrapados en la ambigüedad insostenible de intentar
impulsar renovados preceptos de transformación del Estado, competencia política, deliberación partidaria,
modernización social y económica, pero bajo un radio de acción localista o regionalista casi reducido solamente al
círculo de los viejos "amigos" e intermediarios federales.

Aquella división en el interior del federalismo prosperó a nivel local pero no pudo alcanzar el manejo del poder en
Entre Ríos, pues las prácticas, aun desgastadas, de poder personalista, unanimista y concentrado en manos del
gobernador-caudillo fueron suficientes para impedir el acceso al poder de la oposición. Así, si bien las normativas
constitucionales de 1861 eran generosas en términos de abrir una arena de competencia en la vida política local, en
la práctica del poder predominó la permanencia del manejo de. las milicias, de las lealtades personales de los
intermediarios políticos que articulaban y dominaban las relaciones con los departamentos rurales y el uso de
mecanismos informales para disponer de los recursos públicos, que permitieron al gobernador-caudillo sostenerse e
imponer a sus candidatos en la Legislatura. De manera que, más allá de las nuevas vías institucionales y del grado de
mayor debate sobre el ejercicio de la competencia política, continuaron activas las viejas prácticas en la provincia.

Pero, a pesar de lo señalado, todo aquello no significaba una senda de continuidad, pues a mediano plazo, además
del desgaste e inestabilidad del poder local internotabiliar, se irían produciendo otros cambios muy significativos en
las relaciones entre el gobernador-caudillo, los actores notabiliares y los sectores subalternos. Desde 1864 la
oposición avanzó sobre el espacio público, la prensa proliferó en sus críticas al gobernador, la Legislatura tuvo cada
vez una actitud más tibia respecto de las órdenes del caudillo y de las elecciones a pesar el triunfo, fraguado o no,
del oficialismo, lo que muestra el creciente peso de la oposición al punto de tener que anular elecciones y soportar el
éxito de algunos opositores en los departamentos nuevos de la provincia.

Todo aquello sin duda conllevó también desde 1868 el comienzo de la fragmentación internotabiliar y de los actores
intermedios que eran piezas clave de la subordinación. De manera que, finalmente, la crisis del partido federal y el
asesinato del gobernador-caudillo en 1870 no fue otra cosa que una manifestación final del creciente conflicto
entrerriano dentro de la emergente arena política nacional.

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