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Una actividad que disfruto cuando tengo el tiempo y los recursos suficientes, es recorrer las librerías de viejo.

Uno de los motivos por los


que llevo a cabo estas visitas es que muchas veces se pueden conseguir libros en condiciones y precios razonables. Otro es que uno
puede tener la buena fortuna de encontrar algún ejemplar valioso y poco usual que no puede encontrarse fácilmente —incluso en
bibliotecas y acervos especiales universitarios— y, como muchos seguramente sabrán, no todo se encuentra disponible en internet.

Algo curioso que he podido notar es que cada vez son más frecuentes los ofrecimientos de libros físicos a bazares o establecimientos de
compra-venta. Estos renuevan su oferta y diversidad de manera más constante, lo que permite que la gente que decide vender lo que
tiene en casa ponga al alcance —a veces sin llegar a dimensionarlo lo suficiente— verdaderas joyas históricas y literarias para un
interesado en la historia de las ciencias. Es decir, que tal vez por desconocimiento —o verdadera necesidad desde que comenzó la
pandemia—, se encuentran de manera regular obras peculiares que están a la espera de que alguien, con la mirada atenta y que sepa
qué está buscando, se haga de ellas para incluirlas en su colección personal.

Tal vez esta manera de deshacerse de las propias posesiones bibliográficas se deba, en parte también, a la alta oferta de información
digital mediada por dispositivos electrónicos, que ya desde hace varios años se han convertido en algo de uso cotidiano. Uno de esos
ejemplos son los materiales audiovisuales, es decir, imágenes en movimiento y sonido, que se hallan en sitios digitales como YouTube
hoy en día, que difieren de los que se podían encontrar hasta hace solo algunos años en la misma plataforma.

Recuerdo que cuando era estudiante en mi primera licenciatura, en 2006, al escribir en el buscador el nombre de un afamado
investigador no arrojaba más que solo un par de fragmentos en video de entrevistas en inglés de no más de diez minutos de duración.
Ahora se encuentran entrevistas, simposios, conferencias o congresos completos de más de una hora y ligas o sugerencias de acceso a
contenidos similares o del mismo autor y, por si fuera poco, subtituladas o dobladas completamente al español.

Es decir, la disponibilidad de material digno de investigación y análisis, se incrementa al no ser solamente las grandes empresas
mediáticas y de comunicaciones las que mantenían un monopolio de estos contenidos, como sucedía en décadas anteriores, sino que
también se ve enriquecida por los aportes de universidades, centros culturales, archivos públicos o privados, asociaciones ciudadanas o
cualquiera que haya tenido la suerte de poder capturar o grabar a algún personaje o acontecimiento considerable en materia científica.

Uno puede encontrarse gratas sorpresas al contar con afirmaciones explícitas hechas por investigadores de antaño que no han quedado
plasmadas en sus textos impresos, pues la elaboración de un libro, capítulo o artículo, es decir, documentación escrita, conlleva cierta
elaboración y codificación del mensaje o contenido por el autor para el público o gremio que es su objetivo.

Después de la pandemia, la lente de una cámara o cualquier otro dispositivo ha entrado a esos espacios académicos —incluso íntimos y
privados— antes reservados a unos pocos que tenían el privilegio de ser testigos y escuchas de interesantes debates, discusiones o
exposiciones. Por otra parte, en lo que se trata de documentos visuales históricos, lleva a la reflexión y cuestionamiento sobre todo el
trabajo técnico, de producción, responsabilidad (créditos), edición, emisión o duración envueltos en la realización de tales documentos,
además de que con la adecuada información puede ajustarse el momento histórico adecuado y significativo, así como preguntarse
sobre la existencia de secuencias de video detalladas en las que se revelan secuencias de producción de material o conocimiento
científico que se lleva a cabo en un laboratorio o dentro de una industria que ciertamente ofrecerían una manera atractiva de
representar estos procesos.

En algunos casos, los documentos audiovisuales como fuente primaria ofrecen el reconocimiento de los rostros, voces y expresiones de
los protagonistas mientras estos estuvieron con vida, que muchas veces dan un mensaje diferente de sus palabras y textos, las
interacciones que tienen al ser entrevistados, entrevistadores o ponentes, así como el entorno, relaciones sociales o los elementos de
montaje, así como el lenguaje propio, utilizados o puestos en escena durante la proyección de estos materiales, como cuadro, secuencia
o segmento. Además, no debemos olvidar características adicionales como las fechas exactas, los lugares o instituciones en las que
fueron realizados así como los objetivos por los que fueron elaborados, que muchas veces pasan desapercibidos en los libros.

En alguna ocasión, un profesor mencionó que rara vez, como estudiantes, recurríamos a la lectura de los textos originales, a lo que hoy
me pregunto: ¿acaso los documentos audiovisuales no pueden darnos acceso a lo que dice o dijo con sus propias palabras un científico?
Sí, pero a condición —como todo documento histórico— de que sea necesario abordarlos con diferentes métodos y herramientas, así
como entender cuáles son sus diferentes géneros para un estudio adecuado, pues también pueden ser objetos de crítica al ser
productos construidos, al no descartárseles como objetos de manipulaciones.

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