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Introducción

En esta primera unidad del taller de LEyO I, vamos a ocuparnos de la lengua que
se usa en el ámbito de la educación superior y la investigación, que podemos
denominar español académico. El objetivo de esta unidad es mejorar el
dominio de la norma que regula esta variedad lingüística. Para alcanzar este
objetivo, es necesario, en principio, identificar esta variedad de español; es
decir, necesitamos distinguir, de entre las diversas variedades lingüísticas que
manejamos, aquella que nos interesa, en nuestro caso la académica. Ahora
bien, para realizar esta distinción de manera eficaz, necesitamos ser capaces
de monitorear cómo la llevamos a cabo. El primer núcleo temático de esta
unidad está dedicado a las herramientas cognitivas imprescindibles no solo
para llevar a cabo este monitoreo, sino para todos los que tratemos en el curso,
como comprobarán a lo largo del año.

Una vez que manejemos las herramientas necesarias para observar los usos
lingüísticos, trataremos acerca de las diversas variedades en que se presenta el
lenguaje en nuestra realidad cotidiana. Como veremos, la lengua que
necesitamos utilizar en el ámbito académico forma parte del español estándar.
Esta lengua se caracteriza por estar sujeta a la corrección según las normas
producidas por un conjunto de academias de la lengua distribuidas en todos los
países de habla hispana, de las cuales la más conocida es la Real Academia
Española. Más adelante, tendremos ocasión de hacer una crítica de estas
normas y de observar sus limitaciones; pero ahora lo primordial es conocerlas y
manejarlas con soltura. Este será el segundo núcleo temático de esta primera
unidad.

Finalmente, en el tercer núcleo nos dedicaremos a los recursos para el manejo


del español académico, desde diccionarios y otras obras de consulta hasta
recursos informáticos de procesamiento del lenguaje. Estas herramientas les
permitirán optimizar el uso del lenguaje en las situaciones de comunicación
que encontrarán en su trayecto como estudiantes y en su práctica como
docentes.

Comencemos, entonces, por preguntarnos qué habilidades necesitamos poner


en práctica para distinguir los diversos usos lingüísticos y reconocer de entre
ellos cuáles son los más adecuados en las situaciones de comunicación que
tienen lugar en el ámbito académico. A continuación, trataremos acerca de tres
conceptos: metalenguaje, atención bifocalizada y metacognición.

El metalenguaje
Como decíamos en la Introducción, para distinguir qué lengua usar en el ámbito
académico son necesarios determinados saberes: a primera vista, está claro
que hay que disponer de información acerca de cómo es la variedad lingüística
que deseamos identificar (y en la segunda parte de esta unidad nos
ocuparemos de ello); pero, para entender y utilizar eficazmente esta
información, es imprescindible antes tener entrenadas ciertas habilidades. La
primera que trataremos es el manejo del metalenguaje.

Conocerán, por haberlo estudiado en la secundaria, el esquema de la


comunicación propuesto por Roman Jakobson. Consta de seis elementos: 

Se han descripto diversas funciones lingüísticas según en cuál de los


elementos se centre el uso del lenguaje. “Así, por ejemplo, se habla de
una función expresiva, centrada en el emisor, que consiste fundamentalmente
en la expresión de su estado de ánimo y sus sentimientos, o de una función
fática, centrada en el canal, que tiene por objeto comprobar que el canal de
comunicación sigue abierto” (Centro Virtual Cervantes, Diccionario de términos
clave de ELE).

Las funciones que describió Jakobson son seis, a saber:

De ellas, nos interesa la metalingüística, centrada en el código lingüístico. En


esta función se produce una situación especial: el lenguaje es a la vez
instrumento y objeto de observación.
Es fácil darse cuenta de que la lengua es un instrumento que permite observar,
analizar, explicar, discutir cualquier elemento del mundo; es decir, a través de la
lengua logramos comprender otras cosas. Ahora bien, si lo que queremos
observar es la misma lengua, encontraremos la particular situación de que el
instrumento que usamos para observar es también el objeto de nuestra
observación, es lo que ocurre en la función metalingüística.

En esta función utilizamos un metalenguaje, es decir, un lenguaje que trata


acerca del lenguaje. Ahora bien, no se trata “de un tipo de lenguaje distinto del
que se puede utilizar con otros fines, sino de una función con la que pueden ser
usadas todas las lenguas” (Diccionario de términos clave de ELE). Tenemos,
entonces, un metalenguaje, que utilizamos para analizar una lengua objeto. En
nuestro taller, tanto el primero como la segunda serán el español.

Manejar con soltura la función metalingüística nos permitirá identificar,


observar y discutir con precisión los usos lingüísticos. ¿Te sentís cómodx
cuando utilizás la función metalingüística? ¿Te considerás hábil en esta
función?, ¿por qué? ¿Qué podés hacer para mejorar tus habilidades
metalingüísticas? Hay que hacerse estas preguntas una y otra vez; aunque al
principio las respuestas no sean claras, el solo hecho de preguntarse lleva a
prestar atención a estas habilidades. Es el primer paso.

Gracias a la conciencia metalingüística, podemos analizar los mensajes como


objetos y atender no solo al contenido sino también a su forma. Está claro que,
si queremos usar el lenguaje de manera adecuada y eficaz, debemos
enfocarnos en ambos aspectos: qué se dice y cómo se dice; para ello
utilizamos nuestra atención bifocal, como veremos a continuación.

La atención bifocal
En el uso cotidiano del lenguaje solemos concentrarnos más en el significado
de lo que se dice que en la forma. Algunas situaciones, sin embargo, nos
obligan a reparar en cómo están conformados los mensajes, tanto los que
recibimos como los que producimos. Una de estas situaciones es el
aprendizaje de una lengua extranjera.

Cuando uno aprende una lengua segunda o extranjera, ejercita un tipo de


atención bifocalizada: “mientras participa en actividades comunicativas (para
las que resulta imprescindible la atención al sentido), presta también atención a
determinados rasgos formales del caudal lingüístico […], con el fin de utilizarlos
de un modo significativo y no mecánico” (Diccionario de términos clave de ELE).

Este proceso, que se ha investigado en el marco de la enseñanza de lenguas, se


verifica también en el aprendizaje de alguna variedad de una lengua conocida,
por ejemplo, el español académico. Cuanto más conscientes seamos de la
atención bifocal, mejor nos va a funcionar -y afinará, a la vez, nuestra habilidad
metalingüística-; por eso es importante preguntarse una y otra vez por cómo
está funcionando este tipo de atención, si ya logramos regularla a voluntad, qué
información nos permite conocer, cómo podemos mejorarla.

La capacidad de autorregular la atención de manera consciente es parte de un


conjunto más amplio de capacidades conocido como metacognición, como
veremos. La capacidad de autorregulación varía de una persona a otra, pero se
puede mejorar con la práctica. Reflexionar acerca de cuánto manejamos la
atención bifocal es un excelente ejercicio para entrenar esta autorregulación. 

La metacognición
Han encontrado el prefijo meta- en metalenguaje, por ejemplo, ahora
en metacognición. Hemos visto que un metalenguaje es un lenguaje sobre el
lenguaje, el prefijo -podemos observar- indica que un sistema se vuelca sobre sí
mismo. Si definimos -simplificando, para explicar- la cognición como el
pensamiento, entenderemos la metacognición como el pensamiento sobre el
pensamiento.

La investigación en enseñanza de lenguas ha dedicado mucha atención a la


capacidad de lxs estudiantes para observar y controlar los procesos de
aprendizaje, y ha generado información sólida y útil, por eso elegí la definición
que da el Diccionario de términos clave de ELE, que les presento:

El concepto de metacognición se refiere a la capacidad de las personas para


reflexionar sobre sus procesos de pensamiento y la forma en que aprenden.
Gracias a la metacognición, las personas pueden conocer y regular los
propios procesos mentales básicos que intervienen en su cognición.

Esta capacidad, que se encuentra en un orden superior del pensamiento, se


caracteriza por un alto nivel de conciencia y de control voluntario, ya que
permite gestionar otros procesos cognitivos más simples. El conocimiento
sobre la propia cognición implica que un individuo es capaz de tomar
conciencia del funcionamiento de su manera de aprender y comprender por qué
los resultados de una actividad han sido positivos o negativos. La
metacognición aplicada al aprendizaje de lenguas […] se refiere al control que
puede realizar durante su aprendizaje, e incluye la planificación de las
actividades cognitivas, el control del proceso intelectual y la evaluación de los
resultados.

La aparición del concepto de metacognición es relativamente reciente. Surgió


como objeto de los estudios en psicología a finales de los años setenta del
siglo XX a partir de las investigaciones de Flavell sobre algunos procesos
cognitivos. Según Flavell, la metacognición se desarrolla en el ser humano
porque es un ser vivo que piensa y que es susceptible de cometer errores
cuando piensa, necesita algún tipo de mecanismo que le permita regular estos
errores. Asimismo, la metacognición es necesaria para las personas porque les
permite planificar y tomar decisiones de forma fundamentada sobre asuntos de
sus vidas en general. Desde entonces, la investigación se ha dedicado a
estudiar los procesos mentales que, de forma deliberada y consciente, realizan
los aprendientes eficientes cuando estudian, resuelven problemas, llevan a
cabo tareas académicas o intentan adquirir información.

En el estudio de la metacognición se distinguen dos aspectos centrales: uno


sobre el conocimiento declarativo y otro sobre el conocimiento instrumental. El
conocimiento declarativo permite que las personas sepan qué procesos
cognitivos usan (es decir, un conocimiento sobre las personas); por qué una
tarea es relativamente más compleja que otra, y qué estrategias son más
apropiadas para resolverlas (conocimiento sobre las tareas); el conjunto de
estrategias que cada uno puede usar (conocimiento sobre las personas). El
otro aspecto central de la metacognición gira en torno al conocimiento
procedimental, es decir, la capacidad de la persona para controlar sus procesos
cognitivos. Implica planificar qué se va aprender, controlar el transcurso del
aprendizaje y evaluar los logros obtenidos.

El conocimiento sobre la metacognición ha sido de gran valor en la enseñanza


de lenguas […], hasta el punto de que los procesos metacognitivos han pasado
a formar parte de los contenidos de los programas de enseñanza junto con el
resto de contenidos procesuales, lingüísticos, pragmáticos y culturales. El
conocimiento sobre la metacognición ha permitido identificar las estrategias
metacognitivas e incorporarlas a los objetivos de aprendizaje de los currículos
procedimentales, así como su concreción en actividades de aula mediante
el enfoque por tareas.

Los beneficios de una enseñanza de lenguas […] que preste atención a los
procesos metacognitivos son importantes: los alumnos pueden incrementar
su autonomía en el aprendizaje en la medida en que tienen cierto conocimiento
de los objetivos que desean alcanzar, qué estrategias pueden emplear para
lograrlo, pueden evaluar su proceso de aprendizaje y darse cuenta de si las
estrategias utilizadas son las apropiadas o no, pueden evaluar los resultados
que van obteniendo y valoran en qué medida han alcanzado sus objetivos
previamente establecidos.

Esta es una buena oportunidad para ejercitar la metacognición. Les dejo


algunas preguntas para que se hagan: ¿Se entiende la definición que acaban de
leer? Si hay algo que no les queda claro, ¿qué es?, ¿en qué sentido “no les
queda claro”? ¿Son hábiles desde el punto de vista metacognitivo? ¿Hacen algo
para mejorar? ¿Cuán conscientes son de su capacidad metacognitiva? Pronto
usarán las respuestas a estas preguntas en algunas actividades sobre los
textos de la primera clase.

En la próxima lectura, vincularemos la metacognición, la función


metalingüística y la atención bifocal con la identificación de la variedad de
español académico.

La conciencia lingüística
Sabemos que las habilidades metacognitivas nos permiten regular la atención.
Podemos, por ejemplo, dirigirla simultáneamente hacia dos focos: el contenido
y la forma. En el ámbito académico, es necesario mantener activa esta
atención, pues nos permitirá hacer un uso estratégico de los recursos
comunicativos. A la vez, nuestra conciencia lingüística mejorará notablemente,
de manera que adquirirán más relevancia otros aspectos de nuestra lengua.

Antes de hacer un repaso de las variedades que presentan las lenguas, que
acaso conozcan de la secundaria, les propongo que nos detengamos en el
concepto de conciencia lingüística, pues resulta clave para la comprensión y la
utilización de los recursos que encontrarán en LEyO. Es necesario, en primer
lugar, hacer algunas aclaraciones acerca del término, que permitirán, a
continuación, definirlo de manera adecuada. Por último, nos detendremos en
las ventajas de manejar este conocimiento.

Para entender el término metacognición, necesitamos concebir la existencia de


dos niveles: un nivel objeto, el de las operaciones cognitivas, y un nivel meta,
que analiza al anterior, el de las operaciones metacognitivas. En cuanto al
término conciencia lingüística, sabemos que se usa para referirse al
conocimiento explícito acerca de la lengua; pero también se usa el
término conciencia metalingüística con el mismo sentido. El primero expresa
el objeto que analiza esa conciencia; el segundo expresa el nivel de tal
conciencia, es decir, el nivel meta. Se trata de dos perspectivas para designar el
mismo conocimiento.

Tenemos, entonces, que la conciencia lingüística es el conocimiento explícito


de la lengua. Ahora bien, es muy importante aclarar que ese conocimiento no se
limita a lo que nos enseñan de gramática o a lo que leemos en el diccionario. La
gramática y el diccionario se refieren solamente a algunos aspectos
particulares de la variedad estándar, pero el conocimiento lingüístico incluye a
todas las variedades lingüísticas que manejamos, al uso de los recursos
expresivos, a la interpretación de los mensajes que recibimos y, especialmente,
a la manera en que nos relacionamos con les demás. Recordemos que
comunicarse no es meramente transmitir información, es relacionarse con
otras personas.

Tradicionalmente se ha considerado que la lengua es un instrumento para


codificar información, y que con el conocimiento de este código ya tendremos
garantizado el éxito comunicativo. Se trata de afirmaciones que son aceptables
solamente desde un punto de vista muy particular. Pero la idea de que eso es
todo lo que se puede decir de las lenguas es claramente falsa. Con la lengua
ejecutamos acciones. Por ejemplo, alguien que pronuncia las palabras Te
perdono está haciendo algo; cuando un docente dice o escribe Aprobado,
también está haciendo algo; y alguien que afirma Soy estudiante del
Joaquín también está haciendo algo (afirmar). Esta es la dimensión
performativa de las lenguas: hacemos cosas con las palabras.

Ya no podremos pensar que la comunicación es transmitir información y


“además” relacionarse con las personas. La operación más global que
realizamos es relacionarnos; en el marco de esta operación, podemos hacer
muchas cosas con la lengua, una de ellas es transmitir información, pero
también podemos influir sobre les demás, cuidarles, comprometernos con elles,
etc.

Según hemos visto hasta aquí, el conocimiento lingüístico se compone de


cierto tipo de información explícita (sobre la gramática, el significado de las
palabras, el funcionamiento de las lenguas, su variedad, etc.) y de un amplio
género de habilidades lingüísticas, todas vinculadas con las relaciones
interpersonales, que incluyen, por ejemplo, las necesarias para la conversación,
la cortesía, la transmisión de información, la interpretación de los mensajes, la
expresión de la propia subjetividad. En síntesis, podemos tener conocimiento
explícito de una gran parte de lo que hacemos con la lengua.

El trabajo sobre la conciencia lingüística (para abreviar, CL) se ha investigado


en diversas áreas de las ciencias del lenguaje porque influye positivamente en
múltiples dimensiones. Algunas ventajas que aporta son:

 En la dimensión afectiva, la CL afecta a la formación de actitudes, al despertar


de la atención y a su fortalecimiento, a la sensibilidad, a la curiosidad  o el
interés, a la relación entre lo racional y lo emotivo, a la disminución de los
efectos del filtro afectivo.
 En la dimensión social, un desarrollo de la CL redunda en una mayor tolerancia
y respeto por otras lenguas y otras variedades, en una mejora de las relaciones
entre grupos étnicos y en el incremento del plurilingüismo y la pluriculturalidad.
 En cuanto a las relaciones de poder, la CL se centra en aquellas prácticas
sociales en las que se producen casos de manipulación y opresión mediante el
lenguaje, y contribuye a la formación de ciudadanos capaces de enfrentarse a
ellas (Fairclough, 1995).
 A la dimensión cognitiva atañen tanto las relaciones que se dan entre
pensamiento y lenguaje como el desarrollo de la capacidad de análisis de los
aprendientes; dicha capacidad se estimula en el estudio de la lengua y es
fácilmente extrapolable a otras áreas de conocimiento.
 En la dimensión performativa, el conocimiento adquirido mediante CL puede
conducir a una mejora en el aprendizaje y el uso de la lengua, y en un
estrechamiento de la relación entre el conocimiento declarativo y el
conocimiento procedimental. (Diccionario de términos clave de ELE).

Como puede apreciarse, el conocimiento tradicional sobre la gramática es una


parte mínima de la CL, pues esta conciencia se enfoca también en otros niveles
y fenómenos del uso de la lengua. “Por ejemplo, se atiende a las
diversas funciones de la lengua, a los estereotipos sociales,  a los géneros
discursivos, así como al mismo proceso de aprendizaje y uso por el que están
pasando los aprendientes” (ibid.). Cuanta mayor conciencia tengamos de los
mecanismos lingüísticos que nos permiten establecer, mantener y regular las
interacciones, mejor será nuestra relación con las demás personas.

Las habilidades metacognitivas nos permiten dirigir la atención al conocimiento


que conforma la CL. Si usamos estos conocimientos de manera adecuada, será
muy probable que la comunicación resulte exitosa; por ejemplo, conocer la
lengua estándar y cómo usarla es crucial para comunicarse en el ámbito
académico.

Sin embargo, hay que destacar que considerar que la lengua que hablamos es
−o debería ser− solamente la estándar nos puede llevar a cometer errores de
adecuación, a sostener actitudes discriminatorias, a degradar a quienes
desconocen esta variedad, etc. Como veremos a continuación, las lenguas no
son homogéneas −ni deberían ni podrían serlo−; esto es lo primero que
tenemos que asumir cuando observamos los usos lingüísticos.

Variedades geográficas, sociales e individuales


Sabemos que nuestras habilidades metacognitivas nos permiten regular la
atención. Podemos, por ejemplo, dirigirla simultáneamente hacia dos focos: el
contenido y la forma. En el ámbito académico, es necesario mantener activa
esta atención, pues nos permitirá hacer un uso estratégico de los recursos
comunicativos. A la vez, nuestra conciencia lingüística mejorará notablemente,
de manera que adquirirán más relevancia otros aspectos de nuestra lengua.

Podremos observar, por ejemplo, que, como todas las lenguas vivas, el español
no es homogéneo. Notaremos que presenta variación según diversos
parámetros. La palabra dialecto se usó tradicionalmente para referirse a
las variedades geográficas de las lenguas. Entre estas variedades geográficas
podemos señalar, por ejemplo, el español rioplatense, que es el término para
designar la variedad que se usa en el área de la cuenca del Río de la Plata. Hay
un conjunto de características que permiten reconocer esta variedad; por
ejemplo, la pronunciación del primer sonido de las palabras yo y lluvia. También
notaremos que presenta una entonación particular, usa poco algunos tiempos
verbales (he estudiado, estudiaré), y posee un léxico de uso popular, el lunfardo,
que también se usa en las letras de tango y de rock.

Si profundizamos nuestro análisis, observaremos que podemos dividir esa


variedad entre la lengua que se habla en las dos márgenes del río, la oriental, en
Uruguay, y la occidental, en Argentina. También podemos diferenciar regiones
en cada ciudad. Esto ocurre porque, según qué tipo de diferencias tomemos
(pronunciación, gramática, léxico), podemos identificar variedades tan
particulares como el español que se habla en cada barrio.

También notaremos que las lenguas varían según la posición social y la


escolarización de los hablantes. Según este criterio, podremos identificar
diversos sociolectos o variedades sociales de una lengua. Si bien es necesario
tener en cuenta que se trata de una categoría discutible (por ejemplo, porque no
hay una correlación clara entre nivel de ingresos y educación), se suele
distinguir entre sociolecto bajo (o vulgar), medio y alto (o culto). Según el
ámbito en que nos encontremos, será diferente el sociolecto que se considere
prestigioso. En el mundo académico el modelo será el sociolecto culto, dado
que los hablantes de este ámbito son precisamente aquellos de mayor
educación -aunque no de nivel socioeconómico-.

Por último, podremos observar que cada persona tiene una forma particular de
expresarse. El término idiolecto designa esta variedad lingüística que es propia
de cada individuo (noten el comienzo de la palabra, idio-, ‘propio, particular’, que
también aparece, por ejemplo, en idioma, idiosincrasia). Cada idiolecto está
conformado por elementos de las dos categorías anteriores, dado que la lengua
particular de cada hablante está determinada por su procedencia geográfica,
por su nivel de educación, por su posición social.

Ahora bien, esta es una visión estática; lo cierto es que los hablantes
establecen contacto con otras variedades geográficas y sociales. A partir de
ello, es esperable que cada uno aprenda a comunicarse utilizando elementos
de la variedad que considera adecuada en cada situación.

Prestar atención a cómo usamos la lengua nos permite reconocer que, cada
vez que nos comunicamos, necesitamos hacer una selección específica de los
recursos lingüísticos de que disponemos. Comprobaremos también que la
lengua que se usa en cada situación comunicativa es un cruce particular de
variedades sociales, geográficas e idiolectales. A las variedades asociadas a
cada una de estas situaciones se las denomina registro, como veremos a
continuación.

Los registros
Las lenguas, como hemos visto, no son homogéneas, sino que en su seno
coexisten numerosas variedades geográficas y sociales. En la identificación de
estas variedades, nos hemos concentrado en las características de lxs
hablantes, como su lugar de origen, su educación, etc. Sin embargo, aun
restringiéndonos a un hablante en particular, encontraremos que su idiolecto
tampoco es homogéneo, pues la lengua que usa en cada situación
comunicativa es diferente.

Si nos focalizamos en el uso -y no en los usuarios- podremos identificar


diversos registros, también conocidos como variedades funcionales o
diafásicas. Los parámetros de la situación comunicativa que determinan cada
registro pueden agruparse en tres categorías, como señala el Diccionario de
términos clave de ELE:

1. El campo, en el sentido tanto del marco social en que se desarrollan las


prácticas comunicativas (juzgado, casa familiar, administración, hospital,
iglesia, etc.) como en el sentido del tema tratado (derecho, ciencia, venta de un
producto, religión, etc.). El campo determina el grado de especificidad de un
texto, estableciendo una gradación desde textos técnicos o de especialidad a
textos más corrientes.
2. El modo, entendido como el medio o canal escogido para la comunicación (oral,
escrito, audiovisual, comunicación mediatizada por ordenador, dialogado o
monologado, etc.). En cada medio se fijan unas prácticas discursivas o géneros
discursivos que toman unos rasgos característicos debidos a su función social.
Este factor determina el grado de planificación y espontaneidad de un discurso.
3. El tenor, como factor de la situación relacionado con los interlocutores y con la
función perseguida en la comunicación:
El denominado tenor interpersonal o tono determina el grado de formalidad de
los textos (solemne, neutral, informal, íntimo, etc.), las formas de tratamiento
escogidas (corteses o no), y las marcas de subjetividad u objetividad. La
identidad social de los participantes en la comunicación, su estatus y el tipo de
relación que mantienen (de jerarquía o solidaridad) son rasgos decisivos en la
configuración del registro escogido en un texto.
El tenor funcional remite a la forma en la que la función comunicativa influye en
la expresión de los textos.  Los propósitos estéticos, por ejemplo, identifican
los registros literarios, diferenciándolos del resto. Las instrucciones de uso de
un electrodoméstico tienen un tenor funcional explicativo y descriptivo, pero la
publicidad que se haga de él seguramente escogerá un tenor persuasivo.
Estos tres factores o parámetros de la situación de comunicación influyen en la
forma final del mensaje: en el tipo de pronunciación escogida (más o menos
relajada, más o menos cuidada), en el léxico seleccionado (más formal o
coloquial, más general o especializado), en la combinación de las palabras en
patrones sintácticos fijados o más libres, en la preferencia por un estilo
sintáctico determinado (nominal o verbal), en la organización de los contenidos
en el discurso (según una superestructura preestablecida o no, orientada hacia
la narración o la argumentación, etc.), en las convenciones para los turnos de
habla o en el uso de elementos paralingüísticos (la entonación, los gestos, la
gestión del espacio en el discurso oral; el formato elegido, el requerimiento de
recursos visuales o no, por ejemplo, en el escrito). El concepto de registro, pues,
da cuenta de las posibilidades que ofrece el uso de la lengua, de su
especificidad, formalidad y planificación. El hablante competente sabe elegir, en
los distintos planos de la lengua y del discurso, las expresiones lingüísticas
más apropiadas para cada situación.

En las situaciones de comunicación propias del ámbito académico, se suelen


producir mensajes caracterizados por un alto grado de elaboración,
planificación, especialización, así como por la presencia de términos técnicos.
En cambio, una charla informal entre amigos estará caracterizada por la escasa
planificación, mayor familiaridad, espontaneidad, etc.

Por otra parte, dentro de un mismo ámbito, como el académico, se pueden


presentar variaciones en los registros, pues no todas las situaciones
comunicativas son iguales. Ocurre que los registros no son “entidades
discretas, con fronteras claras, sino que se dan en un continuum, según el
mayor o menor grado de presencia de rasgos singulares; así pues, entre los
extremos (de formalidad, de especialidad, etc.) se sitúan registros lingüísticos
intermedios entre lo oral y lo escrito, entre lo formal y lo informal, entre lo
general y lo especializado” (ibid.). Por ello no existe la posibilidad de
aprenderse todos los registros, sino que hay que prestar atención ─bifocal─
para tener mayor conciencia de qué registro se utiliza en las situaciones en que
participamos. La elección adecuada ─según el asunto, la audiencia, el medio, el
objetivo─ de los recursos lingüísticos nos permite adaptar nuestra lengua a
cada situación (cotidiana, académica, profesional). Esta adaptación es
imprescindible para lograr el éxito comunicativo.

Según la escala de la formalidad (desde un máximo hasta un mínimo),


encontraremos diversos registros ─sin límites claros entre ellos, es decir, en
forma de continuum─. En esta escala se suelen distinguir los siguientes
(tomado de Robles-Sáez, 3000 locuciones verbales y combinaciones
frecuentes, p. xii):

Formal
1. Ritualístico (muy formal): este tipo de discurso se compone casi en su
totalidad de fórmulas fijas y a menudo utiliza vocabulario y expresiones
arcaicas. Es el tipo de lenguaje que encontramos en ceremonias religiosas,
políticas o civiles.
2. Elevado: este es el tipo de discurso formal más frecuente. Suele aparecer en
literatura, en contextos oficiales, en publicaciones técnicas, académicas o
administrativas, en muchos artículos periodísticos, etc. Las personas que lo
utilizan conocen bien la gramática y poseen un gran vocabulario.

Neutro

Es el tipo de discurso que usamos en la mayoría de los contextos


[profesionales] y al que pertenecen la gran mayoría de expresiones y recursos
lingüísticos. Es el tipo de lenguaje que se usa en los programas de televisión
“serios”, en los folletos informativos, entre clientes y trabajadores de tiendas,
bancos y agencias, etc.

Informal

1. Casual: es el tipo de discurso que utilizamos en reuniones familiares, en


discusiones relajadas con nuestros compañeros de clase o en una reunión con
nuestros amigos. En él utilizamos un vocabulario más coloquial y podemos
utilizar alguna expresión gramatical incorrecta.
2. Íntimo: es el que utilizamos cuando queremos que nuestro discurso suene
realmente informal y coloquial. Lo utilizamos normalmente con personas de
nuestra misma edad o círculo social. En este tipo de discurso es frecuente
encontrar vulgarismos, incorrecciones gramaticales, abreviaturas, frases de
moda y otros recursos del lenguaje coloquial.

En esta escala también podremos observar diferentes grados de atención a los


mensajes. En las situaciones más formales, hay más control de lo que se dice y
de cómo se lo dice; mientras que en las situaciones íntimas el control es
mínimo. Esta escala se vincula, por otro lado, con el grado de corrección
gramatical. Observamos que los registros informales se caracterizan por la
presencia de “incorrecciones”, de manera que allí no resultan inadecuadas; de
hecho, en algunas circunstancias informales es más prestigiosa la
“incorrección”. Por el contrario, los registros más formales tienen otro modelo,
muy similar al de los sociolectos altos, que ─como veremos a continuación─ se
denomina lengua estándar.

La lengua estándar
Decíamos que las lenguas no son homogéneas, que están compuestas por
numerosas variedades -geográficas, sociales, diafásicas-. Algunas de estas
variedades presentan normalmente “incorrecciones”; otras, como los registros
formales y los sociolectos altos, no las presentan. Esta diferenciación supone
la existencia de un modelo normativo a partir del cual se pueda medir la
corrección. Este modelo se denomina lengua estándar, que, en su origen, es la
variedad que hablan los sectores más poderosos de la sociedad. Estos
hablantes han impuesto su variedad como la única forma correcta de la lengua
y han dedicado numerosos recursos para que fuera considerada modelo
académico y oficial. Esta variedad se emplea actualmente “en la administración
pública, en los centros de estudio y en situaciones comunicativas formales. Se
aspira a que todos los miembros de la comunidad la dominen, más allá de la
forma particular de hablar que adquirieron en su niñez”, señala la profesora
Eliana Lucián en su artículo "Lengua estándar".

Las lenguas estándar pueden contener una o más variedades también


estándar. En el caso del español, podemos encontrar que en cada país donde
se habla existe al menos un estándar que suele estar basado en la variedad
geográfica que se usa en la capital (donde suelen concentrarse los sectores
más poderosos de la sociedad); pero también encontramos características
comunes entre todos los estándares del mundo hispánico, por eso se ha
propuesto el concepto de norma panhispánica.

Para convertir una variedad lingüística en estándar es necesario llevar a cabo


un proceso llamado estandarización. Afirma Lucián que este proceso “implica
una acción deliberada sobre la lengua, planificada y ejecutada por agentes
institucionales, tales como las academias de lengua y literatura y las
instituciones educativas, entre otros” (ibid.).

El proceso incluye la codificación explícita de la variedad, mediante la


elaboración de gramáticas, diccionarios y ortografías, y “toma como referencia
a la lengua escrita, los sociolectos altos y los estilos formales”. El resultado es
una variedad que no es la lengua materna de nadie, y que “se adquiere
mediante un proceso de enseñanza-aprendizaje a cargo, principalmente, de las
instituciones educativas. Sin embargo, dado que parte de un modelo social,
habrá niños cuya variedad materna esté más alejada de la estándar” (ibid.).
Estos niños tendrán un obstáculo adicional en su educación, que la escuela
raramente ayuda a superar. Como ha investigado Basil Bernstein, en general
estas instituciones “reproducen aquello que ideológicamente están llamadas a
erradicar”, es decir, “las ventajas de clase social en la escuela y en la sociedad”
(A. Sadovnik, “Basil Bernstein (1924–2000)”, p. 5).  

Hasta aquí tenemos, entonces, que la lengua que se usa en el ámbito


académico es el español estándar, que es la variedad apropiada para las
situaciones de comunicación de formalidad media o alta, y que este español
estándar está sujeto a una norma lingüística que toma como referencia a la
lengua escrita, por ello es necesario que revisemos nuestros conocimientos de
la normativa. A continuación les propongo repasar algunas de las normas que
regulan la escritura del español estándar. El objetivo es que logren manejarlas
con soltura, una habilidad imprescindible para comunicarse con éxito en el
mundo académico.

Ortografía I: Tildación
El manejo del sistema de escritura del español estándar es imprescindible para
comunicarse en el ámbito académico. Comenzaremos por un repaso a las
reglas de tildación, para ello les propongo la lectura del capítulo 2, “Uso de la
tilde”, de la Ortografía básica de la lengua española (para el libro
completo: pdf, epub).

Recuerden que la lectura de los textos que siguen es una actividad de múltiples
niveles: por una parte, se trata de acceder a determinada información para
mejorar el manejo de la lengua académica; por otra, es un ejercicio de
la habilidad de lectura; pero también requiere de una actitud que fomente el
aprendizaje. Por último, se trata de un ejercicio de su capacidad de aprender, es
decir, de poner en práctica sus destrezas de atención, análisis y descubrimiento
para comprender la información que se está tratando, incorporar
las habilidades y desarrollar una actitud que impulse el aprendizaje.
La capacidad de aprender, como sabrán, se mejora a sí misma.

Entonces, en nuestro trabajo con el sistema de tildación, pondremos en


práctica diversos tipos de habilidades. En los ejercicios que hagamos, podrán
comprobar que es necesario regular ciertas operaciones cognitivas. Por
ejemplo, para corregir la tildación de un texto, necesitaremos mantener bien
activa la atención a la forma, porque los problemas que encontraremos en este
caso no serán de contenido sino precisamente de forma. 

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