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Cómo distinguir el románico del gótico:

sus 4 principales diferencias


Un repaso por las diferencias más importantes entre
estos estilos artísticos.

Románico y gótico son dos palabras que nos son muy conocidas. El
que se haya introducido mínimamente en el arte medieval conocerá, a
grandes rasgos, las principales diferencias entre uno y otro estilo.

Pero no siempre tenemos claras sus características, y muchas veces


confundimos unas con otras. Por ello, en este artículo veremos un
resumen de las diferencias entre el gótico y el románico, con
algunos ejemplos.

Diferencias fundamentales entre el


románico y el gótico: distinguiendo entre
ambos estilos
La arquitectura fue el arte principal en los primeros siglos de la Edad
Media. Todas las demás artes estaban supeditadas de una u otra
forma a aquella, y de forma especial en el románico. Más
tarde, durante las primeras manifestaciones del gótico,
empezamos a percibir una incipiente emancipación entre las
diferentes técnicas artísticas.

En cualquier caso, hay que dejar clara una cosa desde el principio:
ningún estilo es absolutamente puro. Es decir, no encontraremos en
ningún siglo un románico que despliegue absolutamente todas sus
características canónicas. Unas veces encontraremos influencias
orientales, otras una expresión original y única, como en el caso del
Norte de Europa. Y lo mismo con el gótico. Por supuesto no es lo
mismo hablar del gótico francés o alemán que del que se desarrolló en
el área Mediterránea.

Sin embargo, sí que es posible encontrar una serie de pautas que nos
pueden servir, y mucho, para distinguir un estilo de otro. Vamos a
verlas.

1. Oscuras fortalezas versus catedrales


multicolores
Durante el período románico, encontramos edificaciones macizas
y fuertes, que nos recuerdan a los castillos medievales. Los muros
son gruesos y carecen de aberturas, por lo que los interiores son más
bien oscuros.

Esta es una de las principales diferencias entre ambos


estilos: durante el gótico se percibe un cambio de mentalidad, y se
promueven los interiores diáfanos y los juegos de luces,
conseguidos mediante enormes vidrieras de colores y altas y delgadas
paredes.

Este cambio fue, en parte, consecuencia de las mejoras desarrolladas


por los arquitectos góticos, que consiguieron contener
satisfactoriamente la presión del techo mediante originales técnicas.
Ello facilitó el alargamiento de las paredes y la aparición de
grandes ventanales.

Por lo tanto, si nos encontramos en el interior de una iglesia o catedral


y esta está cuajada de vidrieras, podemos relacionarla
inmediatamente con el gótico. Durante el románico, la técnica de
contención de los muros no se había desarrollado tanto como para
permitir semejantes aberturas en las paredes. De haberlo hecho, la
iglesia se hubiera desmoronado.
2. Las nuevas técnicas del gótico
¿Cómo lo consiguieron los arquitectos góticos? Mediante la
invención de un elemento único y original: el arbotante.
Visualmente, lo podemos reconocer en seguida: es el que da a la
construcción gótica el aspecto de una enorme araña reptante.

Los arbotantes son arcos exteriores que parten de los muros del
edificio y que descargan la presión de estos hacia fuera. Para
contrarrestar dicha presión, contra estos arbotantes se disponen los
contrafuertes, también en el exterior, por lo que toda la presión queda
perfectamente equilibrada.

Así que ver estas enormes “patas de araña” en una iglesia o catedral
implica estar ante un monumento gótico.

3. Tienen diferentes tipos de bóvedas


Esta es una característica mucho más técnica, pero también
inconfundible para distinguir románico y gótico. Las veremos
ejemplificadas con imágenes de Wikimedia Commons.

En el primer románico, el tipo de cubierta más usado es la bóveda


de cañón, la más simple de todas las alternativas. Se trata,
simplemente, de un arco de medio punto (o sea, semicircular)
expandido en el espacio. Este tipo de bóveda es muy típica de la zona
francesa.
En el románico pleno, los normandos inventaron otro tipo de
bóveda, la llamada bóveda de arista, que no es otra cosa que el
cruce de dos bóvedas de cañón. Este tipo de bóveda permite una
mayor fuerza de contención del peso del techo.
Finalmente, encontramos a finales del románico la bóveda de
crucería. Es la bóveda característica del periodo gótico posterior,
la que observamos en todas las catedrales góticas. Este tipo de
bóveda sostiene toda la presión del techo en los nervios, que la
trasladan luego al suelo. Por lo tanto, el resto del techo es solo
“relleno”, ya que ya no tiene la función de sostén que le otorgaba el
románico.
4. De la rigidez a la naturalidad
La escultura y la pintura románicas no perseguían copiar de
forma exacta la naturaleza. Esta es una de las ideas que tenemos
que tener más claras si queremos distinguir con rapidez uno y otro
estilo.

En los primeros siglos del Medievo, el arte es solo un vehículo para


expresar ideas. Por supuesto que se tenía en cuenta la belleza (solo
hay que ver las maravillosas miniaturas de los códices), pero, en
primera instancia, el románico es un estilo mucho más expresivo
que decorativo. Sus imágenes, ya sea en tallas de madera o en
frescos, transmiten un mensaje; cada elemento está colocado
siguiendo un orden establecido, un esquema, una lógica conceptual.

Con la llegada del gótico, todo se transforma. O más bien podríamos


decir que es el estilo gótico el que mejor expresó este cambio: poco a
poco los artistas van interesándose por copiar la realidad, el
mundo que les rodea. Es el triunfo del humanismo y del naturalismo.
Veamos algunos detalles que nos ayudarán a entender este proceso.

Los pórticos

Tanto en el románico como en el gótico, las fachadas de las iglesias y


catedrales nos hablan. Hay que tener en cuenta que, durante la Edad
Media, la gran mayoría de la población no sabía leer ni escribir, por lo
que, para dar a conocer la Biblia, se usaba el arte como vehículo
de expresión.

En los pórticos románicos siempre encontramos la misma estructura:


la puerta de acceso (a veces divida en dos por un pilar profusamente
decorado) y, sobre ella, el semicírculo en el que se encuentra el
tímpano. En el tímpano siempre vemos, como figura central a partir de
la cual se distribuyen todas las demás, al Pantocrátor o Cristo en
Majestad, rodeado por una mandorla (almendra en italiano) que
simboliza su esencia divina, y que además sirve para resaltar su figura
en la composición.

Alrededor del Pantocrátor es común encontrar el Tetramorfos, es


decir, la representación de los cuatro evangelistas: el Águila de san
Juan, el Toro o Buey de San Lucas, el León de San Marcos y el Ángel
o Hombre de San Mateo. Aunque la iconografía alrededor de Cristo
puede variar (también puede haber representaciones de otros santos,
o incluso simples figuras geométricas), el estilo escultórico en una
iglesia románica siempre será el mismo: hierático, majestuoso,
repetitivo y carente de todo intento de representación naturalista. Si
nos encontramos ante un pórtico así, estaremos ante un edificio
románico.

En cambio, en el gótico todo empieza a transformarse. La mentalidad


ya no es la misma, es la época de las ciudades, del comercio
activo. De los burgueses, de los primeros banqueros. Ya no estamos
ante una sociedad rural, sino eminentemente urbana. El individualismo
empieza a dar sus primeros pasos, y con él la revalorización del ser
humano y de sus emociones.

De esta forma, las representaciones escultóricas empiezan


también a humanizarse. Aunque los motivos siguen manteniéndose
(Cristo en Majestad, las representaciones de los santos, etc.) su
aspecto ha cambiado notablemente. En las esculturas de las
catedrales góticas (como puede ser la de Chartres, en Francia), los
santos se convierten en seres de carne y hueso. Sus rostros se
dulcifican. Sus gestos son más naturales. Los pliegues de sus ropas
caen con más soltura y realismo. La repetición de esquemas se vuelve
cada vez menos contundente, y el artista, paulatinamente, adquiere
cierta libertad de representación.
Las imágenes de la Virgen

Si has tenido la oportunidad de ver una talla románica de la Virgen y el


Niño, te habrás dado cuenta de que el artista ha querido representar
todo menos la idea de la maternidad. María no es una mujer con su
hijo recién nacido, sino que no es otra cosa que un trono para el
pequeño redentor. La Virgen se limita a sostener al Niño, pero no
interactúa con él. Jesús parece no darse cuenta de la presencia de
su madre; nos mira y nos bendice. No es un bebé, no es un niño: es el
mismísimo Dios.

Sin embargo, con el avance del gótico y su incipiente naturalidad,


también estas representaciones se transforman. Poco a poco, María
se va convirtiendo en madre. Y en una madre auténtica: pasa de ser
un mero asiento del Niño, a ser una madre que juega con su bebé, lo
acaricia, lo besa, le da juguetes o comida. Y Jesús, a su vez, pasa de
ser Dios encarnado a ser, simplemente, un niño. Se gira, mira a su
madre, levanta la manita y juega con su manto, se retuerce en sus
brazos como un verdadero bebé. Es el triunfo de la humanidad del
gótico.

Otra vez, sin ninguna duda: si ves una representación así, estás ante
una escultura gótica. Porque a pesar de que encontramos ejemplos un
tanto “naturalizados” en el románico, y también ejemplos hieráticos en
el gótico, lo más común es que a partir del siglo XII, las vírgenes
empiecen a sonreír y los Niños a jugar y a comportarse como niños.

El nacimiento de los retablos

El gótico es la época de los grandes retablos. ¿Y qué es un retablo?


Podríamos definirlo como un enorme cómic medieval, que nos
narra en una sucesión de escenas yuxtapuestas una historia, ya
sea de la vida de Cristo, de la Virgen, o de un santo.
En el románico la pintura se limitaba al fresco (sobre pared), sobre
tabla (madera) y sobre papel (las miniaturas de los libros). Ya en esa
época se concebían las historias a modo de “cómic”, pero es en el
gótico cuando esta forma de expresión encuentra su gran esplendor.

Las iglesias y catedrales se llenan de coloridos retablos, que


ostentan colores alegres y vivos, especialmente el azul, el rojo y el
oro. Las figuras que en ellos se representan van volviéndose cada vez
más humanas, como en el caso de las Vírgenes antes comentado. Los
artistas empiezan a dar importancia al paisaje, a los elementos
espaciales, cosa que en el románico no se le había dado la más
mínima importancia.

En este sentido, el italiano Giotto (siglo XIII) establece el que será un


arte nuevo en la pintura, al dotar a sus escenas de una localización
más o menos precisa e intentar un amago de perspectiva y
proporción.

Lejos quedan ya las tablas románicas, donde se yuxtaponían


diferentes personajes y realidades sin ningún tipo de relación espacial
entre sí. El gótico todavía es un lenguaje medieval y no podemos
pensar en él como un arte renacentista; conserva todavía el lenguaje
fantástico y mantiene la unión de mundos, de cielo y de tierra, de
pasado y de presente. Todavía no es un arte naturalista.

Pero poco a poco los artistas van dando cada vez mayor
importancia a la representación de la realidad, del mundo que ven
sus ojos; y ya en el siglo XV, en el último gótico, los primitivos
flamencos, entre ellos Van Eyck, se sumergen definitivamente en la
representación de la realidad sensible con toda profusión de detalles.

Así que, cuando vayas a una iglesia y veas un maravilloso retablo,


todo brillante de oro y de colores, con escenas yuxtapuestas a modo
de comic y un cierto amago de realismo, estarás ante una obra gótica.
Del mismo modo, si ves una pintura donde el artista ha intentado
representar (con cierta dificultad) una perspectiva y una proporción,
aun cuando esta se represente con pleno lenguaje medieval, también
estarás ante una obra gótica.

Si en cambio lo que ves es un fresco en el ábside de una iglesia, con


figuras colosales y majestuosas, absolutamente planas y sin ningún
sentido de espacio y proporción entre ellas; si sobre todo, en el centro
de la imagen se yergue un magnífico Cristo en Majestad,
probablemente estarás delante de una obra del románico.

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