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Románico y gótico son dos palabras que nos son muy conocidas. El
que se haya introducido mínimamente en el arte medieval conocerá, a
grandes rasgos, las principales diferencias entre uno y otro estilo.
En cualquier caso, hay que dejar clara una cosa desde el principio:
ningún estilo es absolutamente puro. Es decir, no encontraremos en
ningún siglo un románico que despliegue absolutamente todas sus
características canónicas. Unas veces encontraremos influencias
orientales, otras una expresión original y única, como en el caso del
Norte de Europa. Y lo mismo con el gótico. Por supuesto no es lo
mismo hablar del gótico francés o alemán que del que se desarrolló en
el área Mediterránea.
Sin embargo, sí que es posible encontrar una serie de pautas que nos
pueden servir, y mucho, para distinguir un estilo de otro. Vamos a
verlas.
Los arbotantes son arcos exteriores que parten de los muros del
edificio y que descargan la presión de estos hacia fuera. Para
contrarrestar dicha presión, contra estos arbotantes se disponen los
contrafuertes, también en el exterior, por lo que toda la presión queda
perfectamente equilibrada.
Así que ver estas enormes “patas de araña” en una iglesia o catedral
implica estar ante un monumento gótico.
Los pórticos
Otra vez, sin ninguna duda: si ves una representación así, estás ante
una escultura gótica. Porque a pesar de que encontramos ejemplos un
tanto “naturalizados” en el románico, y también ejemplos hieráticos en
el gótico, lo más común es que a partir del siglo XII, las vírgenes
empiecen a sonreír y los Niños a jugar y a comportarse como niños.
Pero poco a poco los artistas van dando cada vez mayor
importancia a la representación de la realidad, del mundo que ven
sus ojos; y ya en el siglo XV, en el último gótico, los primitivos
flamencos, entre ellos Van Eyck, se sumergen definitivamente en la
representación de la realidad sensible con toda profusión de detalles.