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La apropiación de Maquiavelo.

Una crítica de la Italian Theory


Pier Paolo Portinaro
Prólogo
José Luis Villacañas
Cuando mis amigos José Miguel Burgos y Carlos Otero me mostraron este
volumen tuve un flechazo. Por supuesto, pocos filósofos están mejor
informados que ellos. Quizá solo haya uno, que yo conozca, que esté a la par
con ellos. Largas conversaciones desde hace años han generado una fundada
confianza en su criterio. Así que cuando me dijeron que se trataba de un libro
importante estaba predispuesto a considerarlo así. Portinaro es conocido
entre nosotros por su libro Realismo Político, que editó Traficantes de Sueños
hace unos años. Por supuesto este libro es interesante, pero publicado en
1999 todavía no había cristalizado la Italian Theory ni se comprendía como el
movimiento filosófico que hoy entendemos que es. Fuera de eso, sus
artículos sobre Ferralloli, Bobbio, Hans Jonas o Günter Anders han llegado a
un público especializado de revistas, pero poco más se ha traducido de su
larga y compleja obra. Sin embargo, este no era un libro sobre nomativismo,
ni sobre realismo, ni sobre justicia transicional, otro de los temas centrales de
su reflexión, ni sobre la Shoa, a la que ha dedicado importantes trabajos. Y
sin embargo, nada más comenzar a leer tuve un flechazo. Era un libro que se
debía conocer en España. Por su contenido, pero también por su forma.
Desde ese mismo momento lo propuse a Guillermo Escolar, quien de
inmediato se sintió igualmente atraído por él. Así acordamos ofrecerlo en
esta colección Euroamericana. Finalmente el lector español lo tiene en su
mano traducido de forma impecable por los dos amigos que nos lo dieron a
conocer y que con ellos hacen un gran servicio a la filosofía en español.

Conviene decirlo pronto. Este libro, modélico en su escritura crítica, no


impugna a Maquiavelo sino a algunos de sus actuales usuarios. Fundamento
indiscutible del realismo político italiano, el autor se pregunta cómo es
posible que Maquiavelo haya inspirado la teoría política dominante de un
país que ha producido personajes como Berlusconi y que ha generado dos
populismos de signo contrario, capaces entre todos de llevar a la constitución
italiana a su colapso, después de destruir en una aceleración precipitada
cualquiera oferta progresista en el panorama político actual. Esta es la
pregunta central de este libro. Su respuesta es que este paradójico proceso
tiene un responsable: la Italian Theory [IT], con su Gran Anciano al frente,
Antonio Negri. Caracterizada como la primera intervención mundial de la
filosofía italiana desde Croce, proclamada heredera de Gramsci, la IT
constituye la plataforma filosófica más influyente en la movilización mundial
de pensamiento alternativo. Sin embargo, mientras ella triunfaba en el
mundo, en su propio país ha conocido la destrucción de toda racionalidad
política y la producción de opciones electorales que activan esquemas
autoritarios, que mantienen una clara afinidad con la figura Mussolini. Esta
compleja convergencia, que presenta la doble faz del orgullo nacional por ser
un país influyente en la filosofía política mundial, y al mismo tiempo un país
incapaz de poner en marcha instituciones políticas solventes, es
precisamente el que este libro quiere analizar.

Maquiavelo interviene aquí porque ofrece la coartada teórica que permite


presentarse a la IT como una teoría alternativa de la modernidad, generar su
propio relato omniabarcador del proceso reflexivo occidental y justificarse
como una tradición imponente que, pasando por Hobbes, Spinoza, Marx y
Gramsci, desvela las bases filosóficas apropiadas para impulsar la revolución
en el presente y ofrecer un horizonte emancipador a las multitudes actuales.
Pero mientras tanto, esta tradición el saber complejo que incorpora no han
sido capaces de contener la ola protofascita de un Salvini o la degradación
política que representa la figura de un cómico como Pepe Grillo que reduce la
batalla política a un espectáculo grotesco. Es la vieja paradoja del filósofo rey
cuya sabiduría le hace perder el poder.

Libro complejo, informado, que refleja una observación de primera fila de


todo el panorama intelectual italiano del siglo XX, capaz de elaborar un
argumento crítico que conecta el presente con la mirada de los grandes
actores de las ciencia sociales, desde Weber a Merton, pasando por toda la
tradición italiana de la teoría de las elites y del normativismo político,
estamos también ante una pieza literaria de primer orden, que crece
internamente con una ironía autocontrolada y un finísimo humor que
siempre se queda más acá del sarcasmo, pero que a veces lo roza con austera
contención, sin duda con la aspiración, que bien se comprende, de no inducir
a la desesperanza definitiva.

“Este es un escrito polémico e idiosincrático”, dice Portinaro, mostrando


suma competencia incluso en la capacidad de autopercepción. Polémico es
su veredicto sobre la IT, “una xenofilia provinciana que en cierto momento se
transformó en apologética nacional”. Eso tuvo lugar cuando un pensamiento
muy dependiente de Francia llegó a ser consciente de que el gran momento
francés había concluido cuando Foucault y Deleuze separaron sus destinos
poco antes de su muerte. Pero Portinaro no se engaña. Esa fascinación por
Francia amaba la nación que se había dejado llevar por Heidegger, por el
hechizo de “cierta filosofía alemana” apegada a lo oscuro. La consecuencia
fue una filosofía hiperacadémica dirigida contra la academia, destinada a
pastorear con abstracciones inacabables el hiperactivismo neuronal
enervado contra la institución filosófica. En realidad, esa orientación requería
competencias académicas extremas, propias de virtuosos individualistas,
cuyo efecto sobe las masas sería cercano a nulo. Ese vacío lo aprovecharían
todos los aventureros instalados en la política real.

En suma, se construyó algo parecido a una secta gnóstica que, en medio de


sus abstrusos razonamientos, miraba impasible al mundo que se hundía con
la extraña creencia de que ellos eran los que lo hacían hundirse con sus
exorcismos teóricos, mientras otros se engordaban con los votos de los
desorientados. Esta situación chirriaba para un observador capaz de atenerse
al sentido común normativo clásico, aunque estuviera zarandeado en medio
de las olas del naufragio general. Y por eso este libro no es solo polémico,
sino idiosincrático. Brota de un carácter intelectual que hace suya la sobria
inteligencia de un Max Weber al aplicar la calificación de “literatos políticos”,
o de amateurismo, a los teóricos de la IT. Como sabemos, y desde Weber,
una cualidad caracteriza a todas estas figuras, la irresponsabilidad. Es
bastante probable que los grandes teóricos de la IT no consideren que su
línea de pensamiento tenga algo que ver con la desactivación de la
Constitución italiana. Sus esfuerzos por reconducir el caos en un sentido
democrático, sin embargo, están en todo caso inéditos.

Y es que en manos de los teóricos de la IT, recuerda Portinaro, Maquiavelo se


ha convertido en Stenterello. Aquí el arte de la cita encierra un potencial
crítico reseñable que conviene explicitar. La frase procede de Gramsci, de
quien este libro reclama una comprensión que vaya más allá de la moda y de
la dualidad entre revolución activa y pasiva. En realidad, todo en el libro
milita a favor de lo que podemos caracterizar como una reforma activa. Ese
sería el verdadero proyecto de Maquiavelo. Como dice Santiago Alba, a quien
compro la frase, ni reforma desde arriba ni revolución desde abajo, sino
reforma desde abajo. Sin embargo, el efecto de la cita es demoledor porque
sugiere que la IT solo produce la parlería revolucionaria de Stenterello que
induce la involución democrática. No hace la revolución, pero impide la
democracia real. Para los lectores poco informados, diré que Stenterello es
también un producción específicamente florentina, como Maquiavelo; pero
en su caso pertenece al mundo de las máscaras del carnaval. Como su
inventor, Luigi del Buono, un florentino del siglo XVIII, Stenterello no carecía
de ingenio y estaba en condiciones de improvisar con locuacidad de rapsoda
composiciones pintorescas en verso y en prosa. Sin embargo, como su
nombre indica, el personaje arquetípico presentaba un cierta dificultad de
ser, un joven que había crecido fatigosamente. La tesis de Portinaro de que la
IT fue la transformación exultante en autores mundiales de los admiradores
provincianos del brillo filosófico de París, resulta afín a este carácter cómico
de alguien que habla en términos grandiosos para adornar su debilidad
constitutiva. En efecto, del Bueno era un feliz relojero que sentía pasión por
el brillo que podía ofrecer el teatro, esa pasión de ser visto por todos, tan
compensatoria de la estrechez de su taller. Lo más importante de esta figura
de Stenterello era que cualquiera podía variar acerca del tipo originario. Así,
cada quien tuvo su propio personaje, algo que recuerda la versatilidad de la
escuela de la IT, que siendo la misma siempre se encarna en diferentes
personajes.

Gramsci recuerda esta figura para marcar la diferencia entre su filosofía de la


praxis y el demagogo que va envuelto en la nube de su palabrería, una figura
completamente impotente, que induce a la confusión “del birrete con el
cerebro”, como dice Gramsci en una de sus cesiones a la causticidad, ellas
también características. De hecho, según las noticias que tenemos, Dell
Buono organizó su figura carnavalesca alrededor de un mendicante que
pedía limosna en medio de la plaza, atrayendo la atención de la gente con
discursos llamativos y altisonantes. Según parece, el lenguaje de Stenterello
imitaba al ayudante de un barbero, noble oficio que, como sabemos también
en España, incluye entre sus tareas distraer al cliente mientras una navaja
afilada se pasea por su cuello.

La frase de Gramsci, plena de intención, ha sido recordada por Portinaro para


mostrar que la IT es verdaderamente italiana, sigue una tradición florentina,
pero en modo alguno la de Maquiavelo. Parlero, impulsivo, sabio, dialéctico,
ingenioso y agudo, pero al mismo tiempo usando un lenguaje culto y
refinado, a menudo arcaico y aristocrático, también es propio de Stenterello
ponerse del lado de la gente más débil, aunque luego el miedo le lleva a
quitarse de en medio cuando llega el momento de la verdad. Curiosamente,
eso le convertía en una figura muy popular, pues canalizaba las aspiraciones
de justicia de la gente, pero bajo la forma impotente de la risa. Reunía a
multitudes en medio de las cuales escenificaba la lucha por lo elevado y
justo, pero el efecto era grotescamente cómico. En suma, Gramsci tenía muy
presente que esta figura excitaba la imaginación popular mediante
retruécanos cuyo significado nadie comprendía muy bien, pero cuya noble
majestad permitía rozar por un instante un mundo idealizado, antes de
hacerlo caer con un efecto ridículo mediante una entonación, una velocidad
acelerada de la voz, o un gesto. Aquí, por supuesto, todos los grados estaban
permitidos, desde la pose aristocrática hasta la vulgaridad de los Stenterelli
llamados “porcacci”. Desde luego, con la dominación napoleónica, sus
intervenciones fueron claramente políticas, manteniendo aquel odio a los
bárbaros que Maquiavelo había recogido en sus escritos. Los clásicos
italianos lo usaron en sus crítica y Gramsci no hace sino seguir una noble
tradición. Mussolini eran un poco Stenterello y de ahí su obsesión con
mostrar fortaleza física. Pepe Grillo es su última versión.

Sin embargo, este libro no solo es relevante en Italia para generar una
reflexión acerca de si la IT es una filosofía original italiana, si es una filosofía
de la praxis de impronta gramsciana, y si es capaz de orientar a los italianos
en las transformaciones de la realidad política de su país. Es todavía más
importante, a mi juicio, por la propuesta y el llamamiento a emprender un
programa alternativo de pensamiento, lo que implica someter a crítica a la
Sagrada Familia que está en la base de la IT; a saber, Carl Schmitt, Hannah
Arendt y Michel Foucault. Ante todo se trataría de limitar lo que Portinaro
llama “el instinto de las combinaciones”, como si todo fuera compatible con
todo en un dispositivo especulativo tecnificado como un mecano. No solo se
trata de esa promiscuidad que el método de la signatura facilita en extremo.
Se trata de sacar a la luz los principios de estas vías de pensamiento que
merecen ser problematizados y que en todo caso son incompatibles entre sí.
¿Se pueden usar las consecuencias de Carl Schmitt acerca de lo político para
defender entonces el final de la filosofía política y reivindicar la centralidad
de lo impolítico? ¿No sería más productivo someter a crítica a Carl Schmitt en
lugar de aceptar como indiscutibles sus conclusiones? O en el caso de Arendt,
¿debemos aplicar la premisa del otro comienzo frente a la historia de la
metafísica, para reivindicar el modelo de la polis de forma paralela a como
Heidegger recomendó el modelo de la physis? ¿Y respecto de Foucault, con
cuál nos quedamos? ¿Con el que piensa la biopolítica como modelo de
sociedad de control o con el que se esfuerza en mantener el programa de
Weber y destaca la diferencia entre subjetivación y sujeción, la inevitabilidad
del conflicto y el programa de la parresía como elemento central del cuidado
de sí? En este sentido, podemos preguntarnos, ¿de verdad la teología
política, lo impolítico, el poder constituyente permanentemente activo de la
polis, con su democracia actualista, y el proceso de subjetivación que emerge
del cuidado de sí son compatibles entre sí?
La sospecha de que no todo es compatible le lleva a Portinaro a hablar de “la
lección mal digerida de Schmitt-Arendt-Foucault”. En realidad, le lleva a decir
algo más, a saber, que todo esta constelación encuentra su lecho de Procusto
en un dualismo gnóstico que es el verdadero arcanum de la diferencia
ontológica heideggeriana, la clave de los dualismos schmittianos de poder
constituyente y poder constituido, y por tanto de su teoría de la soberanía, y
de todas las reinterpretaciones actuales de la natura naturans /natura
naturata spinoziana. Cuando Portinaro dice que “la forma democrática y
republicana no puede ofrecer ninguna oportunidad” a este tipo de
pensamiento, identifica algo que constituye el reto teórico decisivo, liberar
energías para una filosofía capaz de operar en el mundo actual.

La clave de la operación de la IT reside en que esta síntesis, problemática de


por sí, se italianiza cuando se hace depender de un origen que se remonta a
Maquiavelo. Se trata de “la moda del Maquiavelo subversivo”, del pensador
que inaugura la modernidad y que fecunda el pensamiento político que hace
evolucionar a Occidente. Es el Maquiavelo que con su figura del Príncipe
traza la silueta del Leviatán de Hobbes, el que fecunda la secuencia de las
revoluciones holandesa, inglesa y americana; el que determina el momento
social de la Revolución francesa y luego de la bolchevique. El pequeño detalle
de que los holandeses, los ingleses y los americanos fueran calvinistas, eso
parece no contar. Pues no es que fueran calvinistas en sus ratos íntimos y
luego se dedicaran a hacer revoluciones. Es que porque eran calvinistas
hicieron revoluciones políticas. Por supuesto, de esto nada en Arendt.
Gramsci, que como ha visto Frosini, comprendió con toda claridad tras su
lectura de Weber que la Reforma logró articular un movimiento de masas
que el humanismo italiano no supo lograr, queda aquí sepultado. La tesis de
Gramsci acerca de la necesidad de comprender la acción convergente de
filosofía y religión, de elites y masas, tampoco significa nada, como tampoco
su crítica de que en realidad el humanismo italiano no logró esa síntesis. Esa
era la misión del nuevo Príncipe, que implica una crítica de la forma en que
Maquiavelo lo comprendió. Frente a esta “hipótesis interpretativa
ingeniosamente metafísica” de la historia de la modernidad política, que
procede del J. G. A. Pocock intérprete de Arendt, Portinaro reclama una
lectura de Maquiavelo que muestre que su realismo político indudable
estaba al servicio de una voluntad reformista de la constitución florentina.
Por supuesto, para llevar a cabo esta reforma, y para cumplir su realismo,
faltó la presión popular y la dirección política adecuada. Las reflexión del
Secretario sobre la “libera libertà” de las ciudades suizas, que fueron el lugar
de una Reforma que defendió, asentó y amplió en bucle la libertades
políticas, y que generó la energía política decisiva de la modernidad al
permitir a masas populares luchar contra las formas aristocráticas señoriales,
cuya evolución había consumado el humanismo, todo eso se olvidó. Aquí, en
la eliminación del estamento señorial, narcisista, pendiente de su arbitrio y
su privilegio, y su neutralización como protagonista decisivo de la vida
política, se pusieron las bases de la cultura democrática europea, que obligó
a un nuevo posicionamiento de todos los humores, los de los grandes y los
del pueblo menudo, lo que llevó al consejismo suizo, y al parlamentarismo
holandés, inglés escocés y americano.

Se comprenderá que era necesario traducir este libro al español y era preciso
hacerlo en esta colección Euroamericana. Aquí, en estas páginas, se ha
criticado a Schmitt, se ha exigido otro Foucault, se ha pensado a Gramsci, y
deseamos acudir a todo lo que sea preciso para hacer más compleja la
conversación política que intentamos forjar, con una mirada limpia, valiente,
capaz de nadar contracorriente, para afinar las herramientas de una sociedad
democrática madura. En la medida en que esta IT, con sus usos de
Maquiavelo, sus abusos de Gramsci, sus apelaciones al poder constituyente,
su llamamiento a las multitudes, su autorreferencialidad continua, ha
inspirado de modo importante a corrientes que se han hecho visibles bajo el
pomposo nombre de Anticapitalistas, este libro también es relevante para
hacernos en España las mismas preguntas que lo informan, y que desean
extraer el verdadero sentido de ese anticapitalismo, algo que nunca estuvo
claro, sobre todo en lo que implica para el futuro de la constitución
democrática de pueblo.
Por eso, muchas de las premisas de este libro pueden encontrar entre
nosotros elementos de recepción suficientes para enmarcar un rico debate.
El lector lo comprenderá tan pronto se acerque a la Introducción, una pieza
maestra de argumentación política, en la que se muestran los efectos
disolventes y paralizadores del intento de combinar a la vez una
sobreabundancia de utopía y una sobreabundancia de realismo del poder, y
eso en medio de un clima de intensidad retórica y de un paradójico
panpoliticismo que a su vez tiene inclinaciones impolíticas. Esta conjunción,
lo sabemos muy bien también en España, es el camino más directo hacia la
destrucción de las esperanzas reformistas en sentido republicano, las únicas
capaces de poner en pie energías populares mayoritarias.

He leído este libro dos veces antes de escribir esta humilde presentación y
cada vez he visto detalles que me hacen estar más de acuerdo con él. Por
supuesto, no puedo acabar estas palabras sin confesar mis simpatías por
alguien que denuncia la arriesgada situación del aventurero del pensamiento
que, aferrado a su propio hábito psíquico especulativo, se vincula a su propio
goce mental sin contemplar las consecuencias de su acción sobre la
construcción/destrucción de una dirección política eficaz. Sin embargo esa
denuncia es el punto de partida que necesitamos para contener las pulsiones
autoritarias y antidemocráticas del presente. Esta situación es tanto más
compleja porque, además, estos pensadores especulativos presumen de
orientar sus vidas y sus militancias bajo el rótulo de un realismo político que
se olvida por completo de la atención rigurosa a la “verdad efectiva de la
cosa”, el gran principio de Maquiavelo. En este sentido me atrevo a decir que
ya tuvimos bastante con un Carl Schmitt, a quien finalmente no le importó al
servicio de quién ponía sus arriesgadas categorías, por mucho que una
mirada atenta a la verdad efectiva de la correlación de fuerzas podría haberle
alertado de lo que iba a pasar.

Por mi parte, vinculado, como el autor, a la tradición de Kant y de Weber, no


puedo pensar la política exenta por completo de una normatividad básica
que la orienta en el curso de una larga historia y que construye una amplia
experiencia. Solo así veo posible pensar la filosofía de la praxis de Gramsci,
que siempre tiene en cuenta el principio de las fuerzas reales dentro de la
historia, y que precisamente invoca a Maquiavelo por ser el primero que las
observó. En este sentido, “La virtud como energeia tiene sus limites”, dice
Portinaro, y porque lo supo tanto como Weber, Maquiavelo es un autor
reformista y republicano. Al proyectar sobre él un sentido prestigioso de la
Revolución, Maquiavelo se convierte en una excusa para negarse a
contemplar de cerca lo que hicieron las grandes revoluciones que inspiraron
ese prestigio y lo que sucedió con las propuestas que exigieron elevar la
revolución a algo parecido a un principio permanente. Para esas operaciones
encubridoras, Portinaro exige que unos y otros quitemos las manos de
Maquiavelo. Atreverse a decirlo fue un acto de valentía, un ejercicio de
verdadera parresía filosófica, que respeta la dignidad del pensamiento. Creo
que los que se sientan aludidos por esta obra valiente y meditada deberían
estar en condiciones de responder con la misma franqueza, detalle y
pulcritud a sus argumentos. También con la misma ironía y fuerza retórica.
En el caso de los discípulos españoles de la IT también queda en pie el mismo
reto. Eso sería lo único que podría generar energías para intervenir en las
luchas del presente en el mismo sentido en que lo hizo todo una tradición
emancipadora. Pues entre nosotros nadie puede ignorar por un minuto más
que, hoy por hoy, en España, esas fuerzas capaces precisamente de esa lucha
todavía no existen

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