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Sarmiento
Hacia 1845, desde su destierro chileno, Sarmiento pudo verla cara a cara,
acaso en una sola intuición. Es lícito conjeturar que el hecho de haber recorrido
poco el país, pese a sus denodadas aventuras de militar y de maestro,
favoreciera la adivinación genial del historiador. A través del fervor de sus
vigilias, a través de Fenimore Cooper y el utópico Volney, a través de la hoy
olvidada Cautiva, a través de su inventiva memoria, a través del profundo amor
y del odio justificado, ¿qué vio Sarmiento?
Como en las demás regiones americanas, desde Oregón y Texas hasta el otro
confín del continente, poblaba las campañas un linaje peculiar de pastores
ecuestres. Aquí, en el sur del Brasil y en las cuchillas del Uruguay, se llamaron
gauchos. No eran un tipo étnico: por sus venas podía o no correr sangre india.
Los definía su destino, no su ascendencia, que les importaba muy poco y que,
por lo general, ignoraban. Entre las veintitantas etimologías de la palabra
gaucho, la menos inverosímil es la de huacho, que Sarmiento aprobó. A
diferencia de los cowboys del Norte, no eran aventureros; a diferencia de sus
enemigos, los indios, no fueron nunca nómadas. Su habitación era el estable
rancho de barro, no las errantes tolderías. En el Martín Fierro se lee:
A muchos les interesan las circunstancias en que un libro fue concebido. Hará
treinta y cinco años, Alberto Palcos halagó metódicamente esa curiosidad, que
sin duda es legítima. Transcribo su catálogo:
Como todas las génesis, la creación poética es misteriosa. Reducirla a una serie
de operaciones del intelecto, según la conjetura efectista de Edgar Alian Poe, no
es verosímil; menos todavía, como ya dije, inferirla de circunstancias
ocasionales. El propósito número uno de Palcos, «desprestigiar a Rosas y al
caudillismo y, por ende, al representante de aquél en Chile», no pudo por sí
solo haber engendrado la imagen vivida de Rosas como esfinge, mitad mujer
por lo cobarde, mitad tigre por lo sanguinario, ni la invocación liminar ¡Sombra
terrible de Facundo!
Fuera de Güemes, que guerreó con los ejércitos españoles y valerosamente dio
su vida a la patria, y del general Bustos, que manchó su carrera militar con la
sublevación de Arequito, los caudillos fueron hostiles a la causa de América. En
ella vieron, o quisieron ver, un pretexto de Buenos Aires para dominar las
provincias. (Artigas prohibió a los orientales que se alistaran en el Ejército de
los Andes.) Urgido por la tesis de su libro, Sarmiento los identificó con el
gaucho. Eran, en realidad, terratenientes que mandaban sus hombres a la
pelea. El padre de Quiroga era un oficial español.