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COGNITIVOS
COMPLEJOS
Y
PSICOTERAPIA
MARIO REDA
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AGRADECIMIENTOS
Son muchas las personas que me han ayudado durante la redacción de este libro con comentarios,
consejos y sugerencias.
Entre ellas quiero agradecer, en forma particular, a tres amigos y colegas: ante todo a Antonio
Caridi, quien contribuyó desde el principio a enriquecer con sus consejos el contenido de este libro. Su
amistad ha sido indispensable, para superar los momentos de mayor dificultad que he encontrado durante
un año de trabajo.
Un aporte fundamental ha sido el de Vittorio Guidano: en las conversaciones con él obtuve
siempre detalles y estímulo para indagar en nuevos sectores del conocimiento.
Finalmente, agradezco a Giampiero Arciero quien con su entusiasmo y actitud crítico-constructiva
me ayudó con indicaciones muy útiles, en especial, en lo que se refiere a la parte teórica y epistemológica.
Un agradecimiento muy particular a Vanna, quién constantemente me ha alentado con afecto y
comprensión.
M. A. R.
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PREFACIO
Este libro nació del deseo de llenar un vacío: la falta de un texto, en italiano, a nivel de proponer un
modelo psicoterapéutico cognitivista, apoyado en un esquema de referencia teórico y con observaciones
referidas al desarrollo de la personalidad.
El marco de referencia de este trabajo ha sido el libro de Guidano y Liotti (1983), Cognitive
processes and emotional disorders, todavía no traducido al italiano, a pesar del gran éxito obtenido en los
Estados Unidos. La larga colaboración con los dos autores, había evidenciado, hace tiempo, la necesidad
de superar el modelo epistemológico de tipo asociasionista, común al psicoanálisis y al conductismo
(Liotti y Reda,1980); la evidencia de la actividad de la mente en los procesos de aprendizaje (Guidano y
Reda, 1981) y la importancia de los procesos inconscientes que el cognitivismo asociacionista nunca pudo
tomar en consideración (Amoni, Guidano, Reda,1983).
Entre las preguntas que se plantean durante el trabajo psicoterapéutico, y a las cuales un libro como
éste debe responder, encontramos: ¿qué conexiones existen entre la modalidad de desarrollo y las
características de personalidad que distinguen a una persona adulta?; ¿qué hace a algunos individuos más
vulnerables que otros, respecto a determinados eventos?; ¿cómo se pueden explorar los elementos más
básicos de la personalidad que, si no se les considera, tienden a provocar nuevas descompensaciones?;
¿cuáles son los objetivos de una psicoterapia y en base a qué presupuestos teóricos se procede en la
relación terapéutica?; ¿qué tipo de cambio se puede verificar en el curso de una psicoterapia?.
En el trato a estos argumentos, se ha privilegiado una aproximación epistemológica de tipo
estructuralista. Esto se refiere al estudio analítico de los elementos constitutivos de los procesos mentales,
considerando "cuanto en el ámbito de un conjunto, corresponde a las funciones de conexión o sostén o si
se configura en relación a los conceptos de distribución o de organización" (Devoto, Oli, Diccionario de
la lengua italiana, Le Monier, Firenze 1971, pp. 2387).
El enfoque escogido es de tipo no reduccionista. Para enfrentar un argumento tan complejo como
lo es el del desarrollo y la organización del conocimiento, se han considerado los trabajos de diversos
autores que, desde el ámbito de las diferentes ciencias, desde la fisiología a la física, de la epistemología a
la psicología y de la sociología a la etiología, han dirigido investigaciones y desarrollado aproximaciones
que parecen tener puntos de vistas comunes muy interesantes.
La primera parte del libro trata las modalidades de desarrollo y organización del conocimiento. En
el primer capítulo se investigan los mecanismos de funcionamiento de la mente humana. Se demuestra
como las teorías sensoriales que sostienen la existencia de una mente pasiva, han sido superadas por las
teorías motoras, para las cuales la mente es activa en la búsqueda continua de comunicaciones que dirigen
el desarrollo natural. Se comienza por considerar las diferentes modalidades del conocimiento y las
relaciones que entre ellas ocurren. Se delinea, finalmente, la revolución que esta óptica implica para el
trabajo en el ámbito psicoterapéutico.
En el segundo capítulo se consideran las características de la niñez como primera fase del
desarrollo del conocimiento humano. Se introducen los conceptos de protagonismo y de reciprocidad, que
acompañarán al individuo durante toda su vida. Nos detendremos en los requerimientos de reciprocidad
típicos de éste período, en los programas conductuales de apego y exploración, en el desarrollo social del
sí mismo y, de una manera particular, en el desarrollo interactivo de los procesos emotivos, cognitivos y
conductuales.
En el tercer capítulo se tomó en consideración la relación de reciprocidad, en el período de la
infancia, especialmente el proceso de identificación. El desarrollo del sistema nervioso central es
evidenciado por la emergencia del pensamiento concreto y por la presencia de los procesos imaginativos.
Se señala el efecto de las prohibiciones de los padres sobre la elaboración del recuerdo y de los procesos
cognitivos.
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En el cuarto capítulo se trabaja el rol de la adolescencia como período fundamental para la
organización del conocimiento personal. A una primera fase de soledad epistemológica por la natural
división del si-mismo, le sigue una fase de reorganización que consiste en una identificación
personalizada. Se considera el rol de los padres en este período de desarrollo, en el cual la reciprocidad se
basa en la oposición. Se subraya la importancia del desarrollo sexual y de la individualización de los
procesos emocionales.
En el quinto capítulo, después de haber rexaminado los diversos niveles del conocimiento, que se
adquieren en el curso del desarrollo, se define el concepto de identidad personal como sensación de
singularidad y continuidad que deriva del conjunto de los conocimientos mismos. La mente humana es
concebida en el ámbito epistemológico de unidades complejas organizadas (Maturana y Varela 1981;
Morin, 1977).
Resulta de hecho, de la interacción de muchos componentes, que se autodesarrollan en un
ecosistema con el cual entran en relación de reciprocidad, que no tienen una meta prefijada y en el cual el
conjunto expresa más que la suma de las partes singulares.
La segunda parte del libro trata el desarrollo de las organizaciones cognitivas que más
frecuentemente caracterizan al ser humano. Se describen evolutivamente: la organización fóbica (Cap.6),
la organización depresiva (cap. 7), la organización de tipo disturbios alimenticios psicógenos (cap. 8), la
organización obsesiva (cap.9),y finalmente, la organización psicótica (cap.10). La descripción de las cinco
organizaciones cognitivas (que no se encuentran tan claramente delineadas en la práctica clínica, sino
principalmente en forma mixta), se basa en las modalidades de reciprocidad que, en el curso del largo
período de desarrollo, determinan las características tácitas u organizativas, y explícitas o estructurales. Se
destacan, además, los motivos por los cuales una organización puede ir hacia la descompensación,
describiéndose las modalidades que la caracterizan. Se presentan, en forma anecdótica, ejemplos extraídos
de casos clínicos.
La tercera parte está dedicada a consideraciones generales sobre la intervención psicoterapéutica.
En el capítulo undécimo se desarrolla el concepto de psicoterapia como proceso de conocimiento. Se
evidencia, antetodo, que no existe una sola modalidad lógica con la cual organizar el conocimiento de sí
mismo y del mundo. Cada organización cognitiva respeta su lógica propia tan válida como las otras, y
puede adquirir niveles diversos de información con los cuales interpretar los fenómenos internos y
externos. Posteriormente, se toman en consideración los límites de una psicoterapia cognitiva que se
propone intervenir sobre las modalidades cognitivas del paciente, definidas como irracionales por el
terapeuta. Se propone, finalmente, un procedimiento de intervención psicoterapéutica que respete la
autonomía individual en la exploración de la propia organización cognitiva y, que permita, a través de
etapas graduales, conseguir niveles cada vez más extensos de comprensión de las propias modalidades
cognitivas, emocionales y conductuales.
El capítulo doce toma en consideración la relación terapéutica como el elemento más importante
de la intervención psicoterapéutica. Se evidencia, en la medida que sea oportuno buscar una colaboración
recíproca, no tanto en el plano explícito, sino en el implícito.
El terapeuta no debe convencer al paciente de la racionalidad de su intervención, pero debe
adecuarse a las modalidades con las cuales el paciente enfrenta la psicoterapia. Solo de esta manera el
terapeuta asume el rol de base segura a la cual el paciente puede hacer referencia, mientras es estimulado
a explorar nuevos sectores de su conocimiento.
En el capítulo trece, se enfrenta el delicado tema del cambio en psicoterapia. Se diferencian los
cambios superficiales o adaptativos de aquéllos profundos, o revoluciones personales. Se hace una reseña
de los objetivos de un cambio superficial, en las diferentes organizaciones cognitivas, tomando en
consideración sus ventajas y límites.
Posteriormente se establece la modalidad a utilizar para obtener un cambio profundo: la
importancia de una detallada exploración de la historia del desarrollo, la necesidad de inducir
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gradualmente una crisis en los esquemas de base del paciente, y el rol de terapeuta en la asistencia al
paciente en la búsqueda de nuevas modalidades organizativas. No nos extenderemos, intencionalmente,
sobre las modalidades y las técnicas con las cuales proceder en el curso de una psicoterapia, puesto que se
presume que cada terapeuta debe aprenderlas durante su entrenamiento de formación profesional y,
sobretodo en base a la experiencia, que solo la práctica terapéutica puede dar, en lo que se refiere a la
actitud que debe tener con el paciente con el cual se encontrará en interacción.
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PRIMERA PARTE
EL DESARROLLO Y LA ORGANIZACIÓN DEL CONOCIMIENTO
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mediante la exploración activa por parte del individuo. Los experimentos de Held y Hein (1963), con
animales, y los de Held y Bosson (1961), con sujetos voluntarios, confirman tales hipótesis.
En el experimento de Held y Hein, con dos pequeños gatos, uno fue dejado libre y activo para
explorar el medio ambiente, mientras el otro era guiado por el primero, mediante un ingenioso sistema de
poleas, hacia los mismos estímulos ambientales. El resto del día, lo pasaban los dos gatos en la obscuridad,
cerca de la madre. Después de algunas semanas de este tratamiento, se pudo notar que el gato que había
explorado el ambiente de un modo activo, había podido utilizar los datos provistos por el mismo ambiente,
para formarse un concepto del mundo externo. En sucesivas situaciones, de hecho, en la que se trataba de
resolver por sí solo problemas nuevos, sólo el primer gato lograba arreglárselas con éxito, organizando
activamente los datos ambientales, mientras el otro lo conseguía de un modo casual.
En la segunda investigación, la percepción visual de algunos sujetos voluntarios fue deformada por
anteojos con lentes prismáticos usados por un prolongado período de tiempo. La distorsión perceptiva de
los objetos, visualizados primeramente con los anteojos era corregible solo si a los sujetos, ahora sin los
anteojos, se le permitía moverse activamente en el ambiente, manipulando los objetos mismos. En el caso
que la manipulación y los movimientos fueron impedidos, se producía un notable retardo en la corrección
de la distorsión o no podía realizarse. En el experimento de Held y Bosson (1961) una de las dos personas
que anteriormente habían usado los mismos lentes deformantes, exploraba activamente el ambiente,
corrigiendo gradualmente las distorsiones perceptivas, mientras que la otra, que era llevada de pie sobre un
carrito tirado por la primera, aun explorando el mismo ambiente, no modificaba la percepción adquirida de
modo distorsionado.
Obviamente Wolpe (1980), comentando estas investigaciones, bajo la óptica conductista deduce,
que el comportamiento es primario en la formación del conocimiento y de las emociones. Pero las cosas
no son de este modo: no es el "comportamiento mecánico" el que provoca el aprendizaje y el cambio
cognitivo, sino la actividad del individuo, por lo tanto, la actividad de su sistema nervioso.
De hecho, un comportamiento pasivo, como el del gato de la "góndola" o el del hombre
"embriagado" en el carrito, no permite aprendizajes nuevos, ni estimula el descubrimiento.
Aun hoy día, el realista mira sólo hacia la realidad exterior, sin darse cuenta de ser
el espejo. Aun hoy día, el idealista mira solo el espejo, dando la espalda a la realidad
exterior. El enfoque cognitivo de ambos, les impide ver que el espejo tiene una cara no
refractante, que lo pone en el mismo plano que los objetos reales que el mismo refleja:
el aparato fisiológico, cuya prestación consiste en conocer el mundo real, no es menos
real que el mundo mismo.
La posición expresada por el realismo hipotético es, en parte, retomada por lo teóricos de los
sistemas complejos autopoiéticos (Morin, 1977; Maturana y Varela, 1980). Según esta aproximación
epistemológica, los sistemas vivientes se autoproducen, mientras entran en relación de reciprocidad
(acoplamiento estructural) con el mismo ecosistema. El ambiente produce "perturbaciones" que el
individuo tiene el deber de compensar. No se experimentan, por lo tanto, los efectos directos. No se puede
hacer una diferenciación entre sistemas abiertos y cerrados.
" Los sistemas autopoiéticos son sistemas cerrados, en cuanto se autoproducen y no son
caracterizables en términos de relaciones input-output con el ambiente, pero son, al mismo tiempo,
sistemas abiertos en cuanto a que su propio funcionamiento es influido por las perturbaciones del
ambiente" (De Michelis, 1985). De la interacción recíproca el ser humano y el ecosistema extraen
indicaciones sobre la modalidad con la cual organizar el propio desorden y la información que
potencialmente contengan. El conocimiento se origina, en modo gradual, de la organización del desorden
y, representa una suerte de "isla en el mar del caos".
Estas posiciones se diferencian del constructivismo racionalista, para el cual el conocimiento se
basa en un cuerpo único de leyes que encuadran la realidad según precisos criterios de causa-efecto. Pero,
para el predominio ontogenético del "desorden de base", que hemos mencionado anteriormente, el
conocimiento humano se basa, no tanto en la adquisición de reglas que gobiernan los eventos particulares
del ambiente, sino en la formación, mediante vínculos ordenadores, de patterns 2 (patrones) de regulación,
de modelos o principios de base abstracta y tácita (Polanyi, 1966), sobre los cuales gradualmente, y
mediante posteriores limitaciones, se estructurarán las reglas más o menos explícitas.
De hecho, como lo sostiene Weimer (1985), dado que las circunstancias de vida son imprevisibles,
no podemos racionalmente basarnos en expectativas ciertas y decidir anticipadamente cuál conocimiento
específico aplicar y cuáles comportamientos tener, incluso de acuerdo con Hayek (1967, p.93.):
El único modo con el cual podemos dar un poco de orden a nuestra vida, es el de adoptar reglas
abstractas o principios-guía y después adherir estrechamente a las reglas adoptadas en el enfrentamiento
de las situaciones nuevas, en el momento en que se presentan. Nuestras acciones forman una modalidad
corriente y racional, no por que hayan sido decididas como partes de un plano singular, elaborado
precedentemente, sino porque en cada decisión sucesiva limitan nuestro rango de elección por medio de
las mismas reglas abstractas de base [...] la libertad del conocimiento es obtenible sólo de la voluntad de
ser guiado por leyes abstractas, antes que de regulaciones específicas o reglas dirigidas a problemas
particulares.
En el hombre, a diferencia de otras especies animales, el proceso de interacción con el ambiente,
más que permitir el conocimiento del mundo, al cual debe adaptarse, o mejor dicho, que debe adaptar a sí
mismo, permite desarrollar, el denominado "conocimiento de si- mismo". El hombre logra su autonomía
mucho más lentamente que todos los otros animales, se mueve, para explorar el ambiente, mucho más
tarde, y tiene un contacto con la figura de apego extremadamente prolongado: esto le permite detenerse en
las exigencias propias de un sistema cerebral complejo, que son aquellas de poder enfrentar mejor todo
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En inglés en el original
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tipo de ambiente, de mantener el poder sobre otras especies de animales, de resolver problemas cada vez
más articulados y, sobre todo, el de desarrollar el conocimiento de si-mismo. Ya en las primeras fases de la
vida o, como veremos en seguida, también en el período fetal, se encuentran modalidades personales de
conocerse e incluso de entrar en contacto con el ambiente que, a su vez, influye en la manera de conocerse
y así hasta conferir al concepto de sí mismo una unicidad típica para cada individuo de la especie humana.
Todo aquello que sobreviene en un primer período de conocimiento es estampado implícitamente
en la memoria individual y se estructura como sistema pronto para "acoger informaciones posteriores,
provenientes del exterior, dejando que sean estas las que establezcan cuales de las posibilidades que ella
potencialmente contiene, deban realizarse o desarrollarse" (Lorenz, 1973, p. 145, tr. it.). Es obvio que todo
esto ocurre en el respeto del mantenimiento de aquel sentido de unicidad que nuestro sistema nervioso
requiere.
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Idem.
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Ídem
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De esta base se desarrollan los "programas de búsqueda" mediante una "heurística positiva", que
comprende las indicaciones y las proposiciones sobre el modo posible de proceder del programa, y una
"heurística negativa" que indica los datos que no se deben de tener en cuenta, dado que el núcleo de base
debe permanecer inalterable.
En el campo de la inteligencia artificial (Bara, 1978) se diferencia una fase "preatencional",
inferencial o inductiva, orientada por esquemas innatos preexistentes, de una fase de "focalización
consciente", es decir, de elaboración superior de conceptos, que procede sobre la base del set anterior y
comprende los procesos explícitos de atención, percepción consciente y razonamiento deductivo. Los
términos de conocimiento tácito y explícito, como los hemos usado y los usaremos en lo sucesivo, son
citados por primera vez por Polanyi (1966).
Una diferenciación que consideramos indispensable subrayar de inmediato, es aquella entre
conocimiento tácito e inconsciente psicoanalítico. El Inconsciente es (Amoni et. al.;1983):
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2. LA INFANCIA.
Las crías del hombre, podemos tranquilamente concluir, como las crías de otras especies
animales, están preprogramadas para desarrollarse de un modo socialmente cooperativo;
que después lo hagan o no, depende en máxima medida de cómo son tratados.
J. Bowlby
2.1. Protagonismo y reciprocidad.
Aún antes del nacimiento y del encuentro con el ambiente externo, el ser humano manifiesta
algunas características que lo acompañarán toda su vida. Las investigaciones en el campo ginecológico,
desarrolladas mediante ultrasonografía, han permitido establecer la existencia de una compleja actividad
del feto a partir de la primera semana de concepción (Milani Comparetti, 1982; Ianniruberto e Tajani,
1981).
La actividad motora se manifiesta con los denominados saltos con los cuales el feto busca, de
manera periódica, cambiar de posición en el interior del útero materno. Esta actividad se interpreta como
"una salvaguardia de la morfogénesis contra un decúbito constante (el peso específico del feto es superior
al del liquido amniótico) y se puede, por lo tanto, definir como una función antigravitacional, o sea, como
un primer signo manifiesto de una competencia del sistema nervioso central para resolver problemas
propuestos por el ambiente" (Milani Comparetti, 1982, p.202). El salto es uno de los automatismos
primarios del feto. Los automatismos primarios son movimientos genéticamente programados y evocados
por exigencias ambientales, que se manifiestan hacia la décima semana de gestación y tienen su máxima
expresión en el período de lactancia, para desaparecer gradualmente con la infancia. La actividad motora
fetal que se manifiesta, no sólo con los automatismos primarios, sino también con patrones motores
primarios genéticamente determinados y automatismos secundarios adquiridos, es una señal temprana de
la actividad del individuo denominada protagonismo.
Se confirma desde la vida fetal, la interacción entre la actividad mental y la actividad física; de
hecho, la motilidad fetal, cuyos esquemas están contenidos en la memoria filogenética actúa, a su vez,
como mecanismo organizador psíquico y relacional.
En el curso del desarrollo se habla de etapas o estadios o, como lo propone Flavell (1982), de
niveles, pero siempre en el sentido de encuentros funcionales entre competencias organizadoras. Una falta
de encuentro en las primeras fases puede provocar graves problemas de desarrollo psicofísico: así, por
ejemplo, en el caso de displasia en niños psicóticos, se encuentra en sus anamnesis prenatal, un bloqueo de
los patrones motores primarios entre la décima y veinteava semana de vida fetal (Milani Comparetti,
1982).
Antes del nacimiento se encuentran signos de la reciprocidad entre el futuro neonato y la madre:
las sensaciones positivas de la madre cuando percibe los movimientos del feto, estimulan la actividad
motora coordinada del feto mismo, mientras que, en caso de estrés prolongado de la madre, como ha sido
posible estudiar en mujeres provenientes de zonas de alta sismicidad (Ianniruberto,1981), se evidencia una
hipermotilidad inicial, seguida de una prolongada inmovilidad del feto. Después de haber participado
activamente en su propio nacimiento, colaborando a la propulsión fetal y a la propia supervivencia en los
primeros instantes de la vida extrauterina, el neonato está preparado para entrar en contacto con el
ambiente externo. A este punto la actividad primaria, que permite el desarrollo y la organización del
conocimiento en el hombre es, el "sistema de apego" (Bowlby,1969). Por sistema de apego se entiende la
modalidad, preprogramada biológicamente, para entrar en contacto físico con las figuras de protección y
cuidado.
A su explicación se conecta la aparición de acciones finalistas de un punto de vista sensoriomotor,
el descubrimiento del sí mismo desde el punto de vista emocional y el concepto de permanencia
(permanencia de los objetos y de las personas) desde un punto de vista cognitivo. Como lo veremos con
más detalle, en los párrafos siguientes, la importancia primaria del apego es reconocida por la mayoría de
las disciplinas, tanto que podemos considerarlo científicamente un hecho. En el lenguaje científico hecho
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no significa certeza absoluta o verdad eterna, sino "confirmado en grado tal que sería perverso no
concederle un consenso provisorio" (Gould, 1983).
Las modalidades de apego confirman la visión de un neonato "protagonista" y la importancia de
los procesos de reciprocidad con la figura guía. Las observaciones prolongadas de la actividad diaria del
neonato, obtenidas mediante registro televisivo, han permitido modificar antiguas concepciones y adquirir
nuevos datos. Se puede establecer, que ya en la primera hora de vida los neonatos pasan el 85% del tiempo
mirando con gran atención, giran la cabeza hacia la fuente de la voz, como si buscaran descubrir de donde
proviene la fuente del sonido, son más atraídos por las voces femeninas, manifestando muy pronto una
actividad completamente propia en la constitución de la ligazón con la madre.
La presencia e importancia de esquemas innatos encuentra confirmación en numerosas
observaciones: el neonato mueve los miembros en sintonía con la voz de un adulto e independientemente
del idioma hablado, pero sólo si las frases están correctamente articuladas; a los tres días de nacer ya es
posible una correlación heteropropioceptiva (por ejemplo, si un neonato fajado se lleva a la boca un cubo
de madera, en los días siguientes prestará mayor atención a figuras correspondientes a aquel cubo, que a
otras); con una semana de vida logra distinguir la voz de la madre de la de otras mujeres y a las dos
semanas reconoce que la voz y la cara de la madre forman parte de una misma unidad. En el experimento
de Carpenter, un neonato al cual se le mostraba la madre con su voz, una extraña con su voz, la madre con
la voz de una extraña y una extraña con la voz de la madre, prestaba gran atención a la primera situación,
permanecía indiferente frente a la segunda, mientras se retraía llorando a las otras dos (Restak, 1982).
Desde el nacimiento el sistema de apego del neonato entrará en interacción con el de los padres, lo
que Bowlby denomina sistema de cuidado (parenting)7. El parenting, es un sistema preprogramado
biológicamente igual que el de apego. Se manifiesta de un modo individualmente diferente y según las
experiencias que un padre haya tenido con otros niños, antes de haber tenido un hijo, por el modelamiento
producto de la observación de otros padres con sus hijos y de la interacción que tuvo de niño con sus
propios padres (Bowlby, 1980a). Se establece, de este modo, la relación de reciprocidad por la cual se
entiende el efecto de la actividad del padre sobre el niño y viceversa.
Así, una secuencia aparentemente simple, como la de un padre que tiene en brazos a su hijo que se
adormece, mientras habla con un amigo, vista en cámara lenta, muestra toda una serie de interacciones
entre el padre y el neonato, con una atención continua del padre caracterizada por rápidas y furtivas
miradas hacia el hijo y por imperceptibles movimientos del neonato, que solicitan la atención del padre
con un ritmo gradual, hasta que el pequeño se duerme.
Los efectos positivos de la reciprocidad son evidentes en las situaciones de "contacto extendido",
entre la madre y el neonato. Por contacto extendido, se entiende la situación experimental de contacto
físico de apego durante una hora, inmediatamente después del parto y por cinco horas los tres días
siguientes (Klauss y Kennel, 1976). Las madres con contacto extendido, demuestran mayor seguridad en si
mismas en la continuación del puerperio y mayores demostraciones de afecto y atención hacia el neonato,
colaboran con más atención con el pediatra durante las visitas y se adaptan con mayor rapidez y facilidad a
los ritmos de interacción con los propios hijos. Los neonatos que han recibido contacto extendido,
demuestran respecto a los otros, una mayor capacidad en la interacción lingüística, una mayor resistencia a
las enfermedades y un crecimiento físico más rápido (Ringler et. al., 1975).
Del mismo modo, como lo confirman también las investigaciones de Ainsworth (Ainsworth et. al.,
1978), un contacto prolongado en el primer año, hace que los niños lloren mucho menos y colaboren
mucho más en las relaciones sociales con los padres.
Una de las acusaciones que se le hace a Bowlby y a los estudiosos de los procesos de apego, es la
de presentar a la madre como la única responsable de la relación de reciprocidad con el hijo (Giannini
Bellotti, 1983). En realidad Bowlby habla de sistema de apego a las figuras protectoras y no se refiere
específicamente a la madre. El rol del padre, de este modo, tiene una fuerte consideración, ya sea como
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posible figura sustituta, con el cual se puede establecer un apego análogo al de la madre,
independientemente del sexo del niño (Main y Weston citados por Bowlby, 1980a), o como figura de
soporte fundamental para aliviar otras tareas de la madre, ocupada en el amamantamiento del neonato
(óptica etológica), o como figura que estimula en el niño modalidades de comportamiento,
complementarias a aquellas que estimula la madre (Lamb, 1977; Parke, 1978; Clark-Stewart, 1978;
Mackey, 1979).
Las modalidades de apego al padre no correlacionan, de hecho, con las de apego a la madre, en
niños que tienen una buena relación con ambos padres. El padre estimula mayormente, desde los primeros
meses de vida, un comportamiento de motilidad y de juego, mientras la madre estimula la búsqueda de
regularidad y de cuidado-protección. La importancia de un buen apego, también a la figura paterna, está
claramente reportada por las investigaciones de Main y Weston, en las cuales un buen apego, sea a la
madre como al padre, provoca una mayor facilidad de socialización, que se relaciona con la confianza en
sí mismo y la seguridad en el juego, mientras un mal apego a ambos la debilita, y el apego a una sola de
las dos figuras parentales, provoca una capacidad de socialización intermedia.
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El estadio 5 (12 - 18 meses) corresponde a la aparición del Self recognition21 que coincide con la
capacidad de reconocerse delante del espejo, lo que se comprobó en relación al comportamiento
autodirigido. Se completa el proceso de representación simbólica y la formación de esquemas emotivos y
mnémicos. El set emotivo se enriquece y es, obviamente, base del conocimiento de sí mismo. A ello se
conecta la posibilidad de probar emociones complejas como conmoción, vergüenza, orgullo desconfianza,
culpa, etc.
Siempre, dentro del tema del desarrollo interactivo de los afectos y las cogniciones, estudiosos del
Minnesota Child Development Program, han propuesto una diferenciación interesante entre arousal
psicológico provocado por estímulos externos y el estado de tensión o cognitive arousal,22 que es el
producto del encuentro del niño, mientras está en una determinada fase del desarrollo, con un evento
externo. (Sfoure y Mitchell, 1982).
Así, por ejemplo, se comprende, siguiendo la teoría de Mandler, que la interrupción de una
expectativa provoque arousal, pero hay que tener en cuenta el estado de tensión presente en el niño,
mientras está enfrentando la situación que será interrumpida. La fluctuación de la tensión depende de la
situación biológica-cognitiva de la fase del desarrollo.
Por ejemplo, hasta el cuarto mes de vida, el niño no sonríe ante un nuevo estimulo, aunque orienta
su atención hacia él, porque no existe el involucramiento derivado de los procesos de acomodación y
asimilación que permiten desarrollar una tensión hacia la novedad, que es típica de la fase siguiente
(estadio 3).
En una fase posterior, después de los 8 meses, cuando la figura privilegiada de apego haya sido
identificada, la tensión del encuentro imprevisto con una persona extraña será capaz de provocar una
reacción de miedo y llanto.
La tensión no es una fuerza energética que busca emerger, sino que es el producto de la
reciprocidad entre el niño y una situación externa. La motivación no consiste en alejarse de la tensión:
Cuando el niño está jugando, en un estado de tensión relevante (expresada por parámetros biológicos
como el latido cardíaco, el aumento de la temperatura de la piel, et) , no debe y no desea desligarse, mas
alcanzará un fuerte arousal en el que, en ese momento, se reconoce. Una emoción de placer o de alegría,
no es el producto del descanso por la evitación de la tensión, sino que es provocada por un estado de
tensión emotiva, que aunque intensa, se logra modular y aceptar. Una emoción de miedo o de rabia, por
otro lado, es provocada por un estado de tensión agudo, no interrumpido o atenuado por un posible factor
de protección o distracción. Una presentación gradual y asistida de la figura de apego, situaciones que
generan un arousal intenso, pueden provocar emociones agradables como la alegría o felicidad, que se
manifiestan con un arranque de risa.
De este modo, la aparición de la madre con la cara cubierta por una máscara, puede provocar en el
niño, indiferencia, miedo o alegría según el período de desarrollo cognitivo, como también según la
modalidad de presentación y de preparación al estimulo. Pareciera que existen niveles de reciprocidad
óptimos para facilitar el aprendizaje y el desarrollo y, es obvia, la importancia de los padres que con el
afecto, el juego y la confianza contribuyen a crear tales situaciones.
1. El apego seguro : es característico en los niños que en su infancia han podido mantener un
buen contacto con la madre, aún frente a situaciones nuevas y no han presentado problemas
de apego excesivo en los momentos previos a la exploración. Estos niños, al reencontrarse
con sus padres no presentan evitación o rabia, sino que buscan activamente el contacto.
Cuando están solos con la madre privilegian, después de un cierto período de apego, el
comportamiento exploratorio, que la propia madre estimula. Los niños con apego seguro
evidencian, a los 22 meses, más facilidad para cooperar con la madre y con los otros
adultos, que sus iguales. A los 2 años demuestran más entusiasmo, tenacidad y habilidad
para resolver problemas. A los 3 años y medio poseen mayor facilidad para socializarse
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con sus iguales y a los 5 años demuestran una mayor adaptabilidad a las situaciones
nuevas. Por ultimo, poseen mayor autoestima y muestran más frecuentemente actitudes y
modalidades afectivas positivas, a diferencia de sus iguales, que han tenido un apego
ansioso.
2. El apego ansioso y resistente o ambivalente: se caracteriza por la dificultad para explorar y
por un fuerte estrés emotivo al momento de la separación. Al momento del reencuentro con
los padres, el niño demuestra un comportamiento ambivalente con ellos: busca el contacto,
pero tiene dificultad para calmarse y relajarse; a veces es pasivo y deja que los demás se le
acerquen, en otras ocasiones es más activo, pero resiste con rabia las atenciones de la
madre. Existe un extremado y excesivo miedo a los extraños. En la edad preescolar, los
niños con apego resistente demuestran mucha impulsividad, siempre alarmados y llenos de
miedo, mientras sus padres se mantienen hiperaprensivos e hiperprotectores.
3. El apego ansioso evitante: es característico en niños que muestran evitación a la madre en
el momento del reencuentro, ya sea ignorándola absolutamente o alternando la búsqueda
con bloqueos y evitación. Estos niños tienden a privilegiar el comportamiento exploratorio
en variadas situaciones y tienen una conducta más amistosa con los extraños que con la
madre. En el colegio muestran una conducta cerrada, aislamiento del grupo y hostilidad.
Son las clásicas actitudes de quien ha tenido una figura de apego rechazante o escasamente
comunicativa a nivel emocional.
La conclusión de estos estudios es que, la calidad del apego entre los 12 y los 18 meses de edad es
fuertemente predictiva del comportamiento y de las actitudes, en la edad preescolar y escolar. Muy
interesantes, en este punto, son las consideraciones de Erickson (Erickson et. al.,1982) sobre algunos niños
que, a pesar de haber tenido un apego seguro, mostraron problemas en la conducta escolar. En estos casos,
se había producido un cambio en la relación con los padres, cuando el niño tenía entre 2 y 4 años. De este
modo, en los niños que, hasta los 2 años tuvieron una forma de apego ansioso y, a diferencia de lo
esperado, les iba bien en la escuela, se observó que en los períodos siguientes habían recibido un soporte
emotivo muy valioso, derivado de la recuperación de la relación afectiva con la madre o por la
compensación recibida de los otros miembros de la familia. En los niños con apego seguro y que
presentaron variados problemas escolares, se observó, a la inversa, una falta de adecuación de la madre y
de los familiares en el paso de una actitud de apego prevalentemente física, a un proporcionar asistencia
emotiva y relacional, como requerimiento del período siguiente a la primera infancia.
La investigación de Erickson nos parece muy indicativa dado que confirma la importancia de las
modalidades de reciprocidad, durante el período infantil, para el desarrollo posterior de la personalidad, ya
sea en lo que respecta al concepto de sí mismo, la autoestima y la seguridad o en lo que se refiere a las
relaciones con el ambiente escolar, con los iguales o con la familia. También demuestra, cómo estas
características, aunque tienden a confirmarse, están sujetas a modificaciones. También en la práctica
clínica se ha visto, que un alto porcentaje de pacientes depresivos ha experimentado situaciones de perdida
o de separación precoz (Brown habla de un 41% y Beck de un 39,6%, en relación a la norma, que es del
12% ) o que, como lo veremos específicamente al tratar las organizaciones cognitivas, las personalidades
fóbicas han tenido un apego de tipo ansioso resistente (Guidano y Liotti, 1983), pero no se puede pensar
rígidamente en una regla de tipo causa-efecto.
El estilo de crianza de los padres, el mayor apego a alguno de ellos, las modalidades de acuerdo y
la sintonía entre los padres, la presencia de otras figuras de apego, los cambios de variados tipos a la que
puede estar expuesta la familia, junto con aquellos que surgen específicamente al interior de la relación de
reciprocidad entre padre-hijos, representan una serie de variables que transforman la experiencia de apego
en algo único para cada individuo.
El mérito del trabajo de Bowlby ha sido, justamente, el de trasladarnos a una observación etológica
que permite considerar el desarrollo del individuo en toda su complejidad. De la aparente simplicidad que
24
significa el término apego, se pueden extraer toda una serie de datos y de observaciones, que preparan las
futuras etapas del desarrollo.
25
3. LA NIÑEZ.
Los espejos deberían reflexionar un poco,
antes de reflejar las imágenes.
J. J. Cocteau.
27
La identificación se activa prevalentemente, pero no sólo con el padre o un adulto del propio sexo.
Lo importante, en este punto, es que el espejo refleje imágenes claras: un varoncito podrá identificarse
cognitiva y emotivamente con la madre, pero es importante que se respete su identidad sexual, que se le
permita hacer referencia a modelos comportamentales masculinos y verificar con la figura femenina de la
madre, sus propias actitudes, al entrar en relación con el otro sexo. Lo mismo ocurre en los casos de
identificación con el progenitor del mismo sexo: el otro progenitor, no está por cierto, excluido.
Así, por ejemplo, mientras una niña procede al proceso de identificación con la madre, comienza a
elaborar, mediante la relación con el padre, la idea de cómo ella puede comportarse con las figuras
masculinas y, observando la relación del padre con la madre, cómo se comportan los hombre con las
mujeres. En este sentido son muy importantes las consideraciones del padre con el cual se identifica, en
relación al otro, especialmente cuando está ausente y la coherencia entre afirmaciones verbales y actitudes
explícitas hacia el cónyuge (Guidano y Liotti, 1983).
La importancia de la regularidad y de un punto de referencia cognitivo durante la niñez hace que el
proceso de identificación, que se inicia hacia los 3 años para continuar después, una vez instalado, tienda a
mantenerse, aún cuando la figura escogida proponga una reciprocidad negativa. Con lo anterior nos
referimos a una serie de actitudes que pueden transcurrir de la ambivalencia a la ambigüedad, a la
exclusión y la agresividad o la violencia. Es obvio que las actitudes de los padres son factores de
turbulencia, que pueden provocar problemas, más o menos graves, en el curso del desarrollo de la
estructuración del conocimiento y que tomaremos en cuenta detalladamente en el análisis del desarrollo,
de las distintas organizaciones cognitivas. (cfr. capp. 5-10).
En todo caso una identificación inadecuada provoca, durante la niñez, dificultades para interactuar
con los iguales, para insertarse en el propio rol sexual, para elaborar principios morales y éticos y,
fundamentalmente, para estructurar bases sólidas para el desarrollo de la propia identidad personal
(Mussen et. al., 1981).
25
En inglés en original
31
4. LA ADOLESCENCIA.
Me sé infinitamente sociable
y me siento increíblemente solo.
P. Valéry.
Aunque Piaget habla de un yo fuerte, las nuevas potencialidades del adolescente provocan
inicialmente una sensación simultánea de omnipotencia y soledad.
El adolescente con la posibilidad de expansión, permitida por el pensamiento formal abstracto, se
encuentra en lo que Berger y Luckman (1966) han definido como el vértigo de la relatividad, en el cual
arriesga el perder el sentido de la unidad de la identidad personal y de la propia afectividad que se había
formado gradualmente en los períodos anteriores. El adolescente encuentra, de este modo, frente a un
difícil problema: por un lado, no puede substraerse a la exigencia de desprenderse de los esquemas
preexistentes para proceder a la exploración cognitiva y, por otro, se encuentra en una situación de
desorden ideo-afectivo, la que se define como soledad epistemológica (Chandler, 1975).
El desapego mental de la familia, que caracteriza la fase adolescente, responde a una serie de
exigencias típicas del género humano. Desde un punto de vista socio-biológico, permite entrar en
relaciones con individuos diferentes en origen cultural y modalidad de pensamiento, favoreciendo la
expansión del grupo social y la posibilidad de acoplamiento. Por otro lado, sirve para ampliar la propia
capacidad de adaptación a una realidad basada en la multiplicidad y la imprevisibilidad de los hechos que,
sólo el pensamiento abstracto permite enfrentar.
Para conseguir sus propios objetivos la fase adolescente atraviesa dos períodos distintos: un primer
período de desorganización, más o menos controlada, de los conocimientos derivados de las experiencias
preadolescentes, y un segundo período de reorganización, más o menos diversificada, en base a las
características y a las adquisiciones propias de esta fase del desarrollo.
32
El primer período se caracteriza por el desorden, que no depende tanto del aumento cuantitativo de
información requerible por el ambiente, sino de una modificación cualitativa de la actitud posibilitada por
el desarrollo psicológico del individuo. La formalización del concepto de sí mismo lleva a una situación
fisiológica de "división del Yo" (Laing, 1960; Broughton, 1980).
Basándose en una entrevista guiada a 36 jóvenes entre 14 y 18 años, que no presentaban ninguna
perturbación psicopatológica, Broughton ha evidenciado aquello que es típico de esta fase: todos los
adolescentes hacían una diferenciación entre un sí mismo interno (o sí mismo real) y una personalidad
para mostrar hacia el exterior (o falso sí mismo). El sí mismo real está constituido por sentimientos más
íntimos y por ideas personales que el adolescente tiende a mantener en secreto, mientras el falso sí mismo
puede ser o la parcial exteriorización del sí mismo interno o un sí mismo domesticado a los requerimientos
de las circunstancias, como si se recitara una parte de una película. Esto demuestra la necesidad del
adolescente de identificarse personalizándose.
El concepto de sí mismo está representado por la presencia de la propia identidad mental y el
abrirse al exterior es visto como una dispersión del propio sí mismo o como volver a ser igual a los otros,
al igual que en la fase preadolescente. Esta es la causa del egocentrismo adolescente: debe diferenciarse
mentalmente de los adultos, con temor a la soledad y una necesidad forzada de autonomía.
La sensación de división del Yo, que no se presenta ciertamente en la niñez ni en gran parte de los
adultos, recuerda la temática infantil del apego-exploración, pero en este caso se trata, obviamente, de una
exploración hacia el interior de sí mismo y de una separación mental de las figuras paternas. La asistencia
de una base segura es difícilmente requerible a los padres y se busca de otras maneras. Así es típico de este
período, el conformismo forzado con el cual los adolescentes siguen las mismas modas, el vestirse más o
menos excéntricamente, frecuentar lugares comunes, asumir a menudo actitudes provocativas en grupo, de
modo de diferenciarse, pero evitando la sensación de soledad. A veces se presenta la adhesión, casi
fanática o extremista, a grupos políticos, religiosos o culturales, siempre para poner remedio a un
insoportable relativismo. Otras veces el pensamiento abstracto, mediante la atención y la exclusión
selectiva, permite considerar sólo lo que se quiere considerar, con el objeto de eliminar activamente las
excesivas disonancias.
Al período de desorden le sigue el de reorganización (Turner, 1973) en el cual la división inicial
del propio pensamiento y de la afectividad, será seguida de una reorganización del sí mismo. Obviamente,
con el proceso de reorganización no debe perderse el concepto adquirido, mediante el pensamiento formal
abstracto, de la pluralidad interpretativa que posibilita organizar los propios conocimientos conservando la
amplitud de comprensión, que permitirá encuadrar y enfrentar los nuevos problemas y las vicisitudes
imprevisibles de la vida, con la elasticidad constituida por consideraciones implícitas de puntos de vista
alternativos.
Después de haberse opuesto a las ideas y a las costumbres de la propia familia podrá, no raramente,
volver a seguir las mismas modalidades que había rechazado, pero lo importante es que esto ocurre como
una opción personal que, sólo una fase de oposición pudo permitir. En los casos en los cuales la división y
reorganización del sí mismo no encuentran la correcta posibilidad de explicación, se pueden verificar
graves problemas del desarrollo. Una insuficiente diferenciación, debida a las dificultades de separación y
a la excesiva intrusión de los padres, no permitirá los descubrimientos personales esenciales para una
conciencia de las propias decisiones. Pronto podrá encontrarse en situaciones de crisis existenciales, en las
cuales no logrará explicarse el motivo de las propias opciones en los distintos sectores de la vida, opciones
que fueron tomadas bajo la presión familiar.
Estas situaciones se presentan en la fase post-adolescente, bajo la forma de un bloqueo en los
estudios o en el trabajo, o con graves problemas para formar y resolver una relación afectiva. También
provoca graves problemas una falta de reorganización con excesiva dispersión: de esta situación derivan
las crisis de identidad que pueden constituir verdaderos y propios episodios psicóticos.
33
4.2. Oposición a los padres.
Considerando las características de esta fase podemos prever una modalidad de reciprocidad entre
padres e hijos adolescentes totalmente nueva, respecto del período anterior. En la niñez, de hecho, existía
un requerimiento de mensajes claros y definidos, con una presencia más o menos constante, regular y
alentadora de la autonomía, por parte de los padres que asumían el rol de base segura y estimulante. En la
adolescencia, como lo hemos visto, la personalización ideativa conduce a una autonomía del pensamiento
que, a menudo, provoca desencuentros con el ambiente social y familiar.
Es necesario, por otra parte, un requerimiento de privacidad para permitir una organización del
propio sí mismo basada en verificaciones personales, mediante la puesta a prueba gradual de las propias
teorías. El padre se transforma en una especie de contraparte al cual se le solicita una adaptación no
siempre fácil, basada en una disponibilidad que permita al mismo tiempo la exigencia de eclectisismo de
los hijos. La presencia continua, que en la niñez era bien aceptada, es vista ahora como invasora: las
exigencias de los padres sobre los ambientes y sobre las personas frecuentadas por los hijos son, a
menudo, sentidas como inquisitorias, el modo a veces provocativo de presentar a los padres los
descubrimientos o los apegos a modas o a personas nuevas (piénsese en los estilos adolescentes
extremistas o en las interminables llamadas telefónicas a los amigos o amigas), suscita reacciones de parte
de los padres que confirman la situación de incomprensión y el deseo-necesidad de autonomía.
Sólo los padres, con un buen conocimiento y aceptación de los problemas, que ellos mismos han
atravesado en las variadas fases de sus propias vidas y, sobretodo en la adolescencia, pueden ser
interlocutores positivos, los otros pueden confiarse con las dificultades fácilmente imaginables, al buen
sentido o a la buena relación que anteriormente habían establecido con el hijo.
Adecuarse al desarrollo psicobiológico del adolescente, demostrar fe en sus confrontaciones, a
veces complicidad, nunca envidia o celos, estar disponible a la ayuda y al consejo cuando son requeridos,
buscar una relación de confidencia aceptando que se establezca gradualmente, intervenir con decisión
cuando es necesario (por ejemplo, en caso de problemas escolares o compañías socialmente peligrosas),
pero con actitudes basadas mayormente en explicaciones o en la búsqueda de soluciones conjuntas y
aceptar la crítica para adoptar confrontaciones positivas, son actitudes que señalan la sensibilidad de un
padre, al delicado período que el hijo está viviendo.
Parece que la dificultad para desarrollar actitudes de este tipo es extremadamente frecuente, por lo
cual es fácil encontrar situaciones conflictivas entre padres y adolescentes. Es importante recordar que las
dificultades, más o menos graves, en este período están relacionadas con los hechos y las modalidades de
relación con los padres en la etapa precedente. Así por ejemplo, el niño que se encontró en situación de
apego invertido, por el que ha debido previamente hacerse cargo de los padres, reconociéndose en ese rol,
podrá tener dificultad para separarse mentalmente de la familia, especialmente en la fase adolescente, si
con actitudes indirectas o recordatorios directos, los padres le sugieren la elección de amistades o
actividades que los harían felices.
Quien ha tenido problemas de separación precoz, puede vivir la autonomía adolescente como
ulterior confirmación del propio destino de soledad y tender en este período a aislarse, tanto al interior de
la familia como en el exterior con sus iguales. Quien, viceversa, tiene padres hiperprotectores, no podrá
desarrollar adecuadamente los requerimientos de la autonomía adolescente.
Ciertamente, le será difícil profundizar las relaciones con sus iguales y lograr vivir en primera
persona las propias experiencias, por la presencia excesiva y a veces oprimente, de las figuras parentales.
La relación con los padres tiene una importancia fundamental en este período, para la modalidad
de formalización del concepto de sí mismo: la autoestima, la seguridad en sí mismos, la imagen de sí
mismos en los variados roles afectivos y sociales, la formación de teorías y expectativas en relación a
situaciones de vida, dependen en gran medida de las actitudes que encontramos en la familia.
Para resumir, la importancia que reviste en la adolescencia la relación con los padres, podemos
considerar los siguientes conceptos:
34
1. El adolescente tiene la necesidad fisiológica de expresarse basándose en sí mismo. Esto es
posible por el gradual descubrimiento de poseer una modalidad propia de pensamiento. El
padre, de espejo se transforma en una contraparte con la cual pone a prueba las propias teorías:
su importancia es, por lo tanto, siempre evidente, pero con un rol invertido respecto al
precedente.
2. Las directivas que el adolescente tiende implícitamente a privilegiar en la fase de
autonomización mental, se derivan mayormente de las modalidades de relación con los padres
en las fases precedentes. Estas modalidades influyen en forma cualitativa y cuantitativa en la
modulación del inevitable desencuentro padres-hijos.
3. Se presentan exigencias nuevas, típicas del adolescente, la primera de ellas es la de construir
lazos afectivos alternativos a los familiares, volviéndose más personales debido al desarrollo
sexual con la atracción por el sexo opuesto y de la separación mental de la familia que permite
operar una elección privilegiada sobre las amistades propias.
Hay que considerar, finalmente, el rol diferente que el padre y la madre tienen con los propios hijos
en edad adolescente. El padre del mismo sexo representa un modelo del cual se tiende a subrayar los
defectos o a acentuar las virtudes. En la relación con el padre del mismo sexo se busca complicidad y un
trato igualitario, dado que se siente personalmente en el mismo plano.
Es en este período que pueden nacer grandes amistades, pero también grandes incomprensiones,
que pueden arrastrarse toda la vida. Sin embargo, son casi inevitables los desencuentros, a veces intensos y
repetidos facilitados, sobretodo, por el nuevo contacto que se establece con otros iguales y adultos
significativos del mismo sexo, que se toman en comparación.
La identificación precaria con el padre homólogo, debido a una relación contrastada, puede
provocar inseguridad en el enfrentamiento con el grupo de iguales; especialmente en lo que tiene que ver
con las relaciones con el sexo opuesto y, además parece influir sobre la futura adaptación a la vida
conyugal, con dificultad para estructurar respectivamente el rol de marido y padre, y el de esposa y madre
(Guidano y Liotti, 1983).
En las relaciones con el padre del sexo opuesto se verifica la propia simpatía, pero es sobretodo de
esta relación que se desarrollan, en la edad adolescente, las teorías que dirigirán las modalidades futuras de
relación con las personas del sexo opuesto. Una reciprocidad en la cual el padre asume actitudes tiránicas y
autoritarias, se encuentra presente en la adolescencia de mujeres que consideran a todos los hombres, con
los que se relacionan, como agresivos o excesivamente posesivos. Un padre ausente o que ha abandonado
a la familia, puede provocar en la hija dificultades para establecer lazos con el otro sexo, con agresividad o
aislamiento, en una suerte de estar destinada al abandono (Hetherington, 1972).
La interacción con una madre dominante e hiperprotectora, acoplada a una figura paterna periférica
o ausente, predispone al hijo a la búsqueda de mujeres autónomas y a vivir como constrictivas y
oprimentes las adaptaciones que una relación afectiva necesariamente requiere, con una atención selectiva
sobre los aspectos limitantes de las relaciones que, seguramente, serán numerosas pero breves, con un
estilo afectivo del tipo Don Juan (Biller, 1974).
La relación con un padre heterólogo ambiguo e indefinido puede provocar un sentido de
desconfianza en el propio partner26, con expectativas de desilusión y de precariedad en las relaciones.
Finalmente es necesario recordar cómo, en este período, se está particularmente atento a los juicios,
especialmente si son negativos, que los amigos importantes expresan sobre los propios padres, al modo en
el cual los padres hablan uno del otro y a su modalidad de instaurar la relación afectiva que el adolescente,
inexorablemente, tiende a juzgar.
36
cual el individuo organiza las propias modalidades de conocimiento y permiten completar el sentido de
unidad necesaria para diferenciarse.
37
5. LA ORGANIZACION DEL CONOCIMIENTO.
Conocer la vida no significa sólo conocer el alfabeto del código genético, significa conocer las
cualidades organizativas y emergentes de los seres vivos. La literatura no es sólo la gramática y la
sintaxis: es Montaigne y Dostojesvky. Debemos, por lo tanto, estar en condiciones de percibir y
concebir las unidades complejas organizadas. Desafortunada y afortunadamente la inteligibilidad
de la complejidad necesita una reforma del intelecto.
E. Morin.
Pasaremos ahora de la descripción de las fases particulares del desarrollo, cada una con sus propias
características cognitivas, emotivas y comportamentales, a la comprensión de cómo, a través de ellas, se
constituye la sensación unitaria de la identidad personal y una congruente organización del sí mismo. El
apego afectivo y especialmente la relación de reciprocidad con la figura de apego es el primer elemento
que, como hemos visto, permite reconocerse como individuo y establecer las primeras relaciones con el
mundo circundante. La situación de reciprocidad permite desarrollar gradualmente esquemas emotivos y
establecer reglas abstractas, que provocan una sensación de unidad y posibilitan los ulteriores desarrollos
del conocimiento de sí mismo, cada vez más estructurado sobres reglas explícitas. El nivel tácito y
explícito representan, por lo tanto, el pivote con el cual se desarrolla, se organiza y se mantiene el
conocimiento: veamos sus características particulares e interactivas.
39
Se trata de dos sistemas de conocimiento, aquel que hemos llamado tácito y el explícito, distintos
en sí, pero interdependientes dado que la parte tácita, tendría, por si misma, posibilidades limitadas de
expresión externa, mientras la parte explícita no podría existir o no tendría identidad propia sin las
conexiones tácitas: sin los andamios el edificio del conocimiento no podría desarrollarse jamas, pero el
andamiaje tiene necesidad de una estructura propia que, al mismo tiempo, establezca los limites y le
permita presentarse al exterior. El nivel estructural posee tres funciones: limitativa, explicativa y
comunicativa.
La función limitativa permite la adaptación social al sistema cognitivo. Por esto es siempre un
representación parcial de las potencialidades tácitas.
Los sistemas de representación utilizados son de tipo imaginativo y verbal. El primero, es
posibilitado por la producción de imágenes mentales (Singer, 1974; Neisser,1976; Singer y Pope,1978)
que expresan expectativas, fantasías o recuerdos y guían la percepción, orientando la atención
selectivamente. Su presencia es constante, como una especie de monitor interno que funciona durante el
ciclo completo del día. El segundo, está constituido por verbalizaciones que expresan teorías y
convenciones, mediante pensamientos automáticos (Beck,1976), convenciones (Ellis, 1962) y diálogos
externos e internos (Meichenbaum, 1977). La imaginación y el diálogo interno proceden al mismo tiempo,
especificándose recíprocamente y dando lugar al estilo representativo individual que "no es una simple
reproducción interna de la realidad, sino una descripción del mundo que equivale, en un cierto sentido, a
una teoría en la cual se incluyen significados y explicaciones causales que conectan eventos pasados,
actuales y posibles eventos futuros, en un continuum" (Guidano y Liotti, 1979, p.80).
La función explicativa permite proporcionar atributos y explicaciones a los eventos internos y
externos. Estos atributos son modificables en el tiempo, por lo cual se pueden elaborar diversas
modalidades de estructuración en el ámbito del andamiaje preexistente y por el tiempo que la flexibilidad
de esta, lo permita. Cada sistema cognitivo puede enfrentar cambios estructurales, que darán lugar a
nuevas representaciones de sí mismo y del mundo, sin perder su propia identidad fundamental. A veces,
las modificaciones estructurales son la señal de una modificación más profunda de la organización
cognitiva: hemos visto, por ejemplo, (Erikson et. al.,1982), cómo una modalidad de reciprocidad más
adecuada con los padres puede modificar gradualmente en un niño, alrededor de los 4 - 5 años, los
atributos de inseguridad personal y las dificultades de inserción escolar, derivadas de un apego ansioso en
el período infantil y, viceversa, cómo la inadecuación de los familiares, en forma hiperprotectora y ansiosa,
puede transformar un modelo de apego infantil seguro, al extremo de no permitir una correcta exploración
ambiental en la niñez.
Es evidente que estas modificaciones son más frecuentes en la edad juvenil, cuando el andamiaje
es más maleable y las estructuras están menos solidificadas, y se torna cada vez más difícil con el paso del
tiempo, lo que la hace más resistente al cambio.
En la función comunicativa, el nivel explícito permite al nivel tácito comunicarse con el exterior.
La comunicación será de tipo indirecto porque la representación estructural jamás es una "lectura directa"
del núcleo tácito. Es importante considerar cómo, de una correcta búsqueda de las modalidades explícitas,
se pueden obtener los trazos de las grandes líneas de registro tácito subyacente: una misma problemática,
que se manifiesta con crisis de pánico al quedarse solo, si se analiza atentamente, puede ser la expresión de
una sensación de "destino de abandono", a la cual no se logra hacer frente y que, como veremos, es típica
de una organización depresiva descompensada, o de una sensación de debilidad física personal frente a un
mundo peligroso, que no se logra jamás controlar, típica de una organización fóbica descompensada.
46
Posteriormente, son más raros y la mayoría de las veces se trata de ajustes, ya sea básicos y profundos,
más que una completa revolución, dado que tienden a utilizarse, esporádica y casi automáticamente, las
reglas establecidas en el pasado.
En algunos contextos experimentales (Swann y Hill, 1982) y no experimentales, como por
ejemplo, en el caso de actores que deben interpretar un determinado rol, se pueden verificar cambios de
identidad, asumiendo temporalmente la organización cognitiva de personajes totalmente distintos a él. En
tales casos, al poco tiempo de finalizada la representación, al encontrarse con el ambiente habitual, se
reafirma la propia identidad personal, con las actitudes características que siempre han sido típicas de la
propia persona. Esto ocurre, ya sea a nivel de modalidad tácita del comportamiento general, que permite
reconocer a esa persona, o sea a nivel de contenidos de los pensamiento exteriorizados, que representan
las propias ideas básicas.
Consideremos el ejemplo de un actor, con una organización obsesiva muy sensible a la
descompensación y por lo tanto, siempre atento a la sola eventualidad de encontrarse en ambientes sucios
e impulsado a lavarse las manos y todo el cuerpo en forma repetida y ritualizada, que por exigencias de
escena se lanzaba natural y tranquilamente al suelo, ensuciándose completamente. A quienes lo conocían
bien y le preguntaban cómo había podido hacerlo, respondía que en ese momento estaba representando al
protagonista de una película y que, por lo tanto, no era él mismo sino otra persona. Es interesante notar
cómo, en tales casos, en la fase de recuperación de la propia identidad, se nota una actividad intensa y
automática, que se expresa a través de diálogos internos y externos que tienden a confirmar las actitudes
hacia sí mismo y hacia la realidad, que siempre han sido propias de ese individuo. Esta actividad es la
expresión de la relación entre el nivel tácito y explícito del conocimiento: el nivel explícito posee la
función de confirmación y protege al nivel tácito de eventuales amenazas de modificación, limitando al
mismo tiempo la potencialidad.
5.5.4. Descompensaciones
Cuando las turbulencias derivadas del encuentro con acontecimientos externos, provocan
fluctuaciones emotivas intensas que no se logran o no se quieren enfrentar, se intentará aplicar los atributos
y reglas usadas anteriormente, a acontecimientos y sensaciones nuevas. Dado que esto no es siempre
posible, especialmente si los acontecimientos nuevos se repiten y continúan provocando fuertes
fluctuaciones, en momentos inesperados e incontrolables, entonces la organización entra en crisis.
La imposibilidad de explicarse las sensaciones nuevas hace que éstas sean vistas y vividas
negativamente (Marshall y Zimbardo,1979; Maslach, 1979), como síntomas que asumen características
diferentes, según la modalidad de representación y de las características psicofisiológicas, permitidas por
la propia organización.
Por ejemplo, una persona con organización cognitiva de tipo obsesivo, no logrará representarse las
sensaciones provocadas por alguna actitud imprevista no compartida del cónyuge.
Esto ocurre porque la imagen de sí mismo está intrínsecamente basada en la comprensión y
asistencia del prójimo, con rígidas reglas morales, implícitas y explícitas y con una actitud hacia la
realidad confirmativa de esta imagen personal. Si estos comportamientos del cónyuge se repiten, las
fluctuaciones internas vendrán a ser interpretadas como sensaciones desagradables e indefinidas que, por
la propias y particulares modalidades psicofisilógicas (cfr. organización obsesiva), se expresarán como una
reacción de alarma, caracterizada por una vasoconstricción periférica generalizada, con caída brusca de la
temperatura cutánea, seguida de una intensa sudoración. Esta será leída como sensación de suciedad, la
que se intentará eliminar con repetidos lavados, los que seguirán las reglas de orden previstas por la
organización obsesiva. He allí la descompensación, caracterizada por sentirse sucio, por temor a la
contaminación y la búsqueda ritualística de limpieza.
Resumiendo, en el curso de la vida, podemos encontrarnos frente a cambios superficiales o
adaptaciones, a cambios profundos o revoluciones personales y a más o menos graves y prolongadas
47
descompensaciones. Las reestructuraciones, tanto superficiales como profundas, están facilitadas por la
elasticidad de la organización cognitiva, debida a la capacidad introspectiva adquirida en la adolescencia,
como habilidad para explorar, aceptar y reconocer las propias fluctuaciones emotivas. Un cambio puede
representar al mismo tiempo una progresión, en cuanto supera los vínculos anteriores y una regresión, en
cuanto coloca vínculos nuevos a la complejidad de base.
A nivel de conocimiento hablaremos de progreso cuando las informaciones englobadas en la
propia organización son mayores y mayores son las fluctuaciones que se pueden aceptar, reconocer y
enfrentar, y por lo tanto, los problemas que se pueden resolver; por el contrario, hablaremos de crisis
cuando los vínculos bloquean la posibilidad y los requerimientos de solución a los problemas nuevos.
Ya sea que se trate de una revolución personal, o bien un cambio profundo coronado por el éxito,
o de un síndrome clínico, es decir un cambio profundo no coronado exitosamente, son simplemente la
expresión de diferentes procesos de reordenamiento, estimulados por un requerimiento selectivo profundo
(Guidano, 1976).
48
SEGUNDA PARTE
LAS ORGANIZACIONES COGNITIVAS
Organizarse significa dar orden a los conocimientos que se están desarrollando de modo que, de su
interacción, resulte un conjunto que permita la supervivencia y el crecimiento de un determinado
ecosistema. El ecosistema contribuye a la elección de vínculos con los cuales el individuo particular
ordena su propio desorden durante el desarrollo. El individuo, a su vez, contribuye a establecer los
vínculos con los cuales el ecosistema, del cual forma parte, se organiza. El todo ocurre en un equilibrio
inestable que ha hecho y hace posible los cambios individuales, generacionales y ecológicos.
Las observaciones que desarrollaremos en esta sección se derivan del trabajo en psicoterapia y la
investigación clínica, realizadas por más de 10 años y con aproximadamente 300 pacientes. Un primer
objetivo es considerar cómo particulares situaciones de reciprocidad entre el individuo y el ambiente,
invitan a privilegiar algunas modalidades organizativas antes que otras. Un segundo objetivo es considerar
los motivos y la modalidad de eventuales descompensaciones de las diversas organizaciones cognitivas. Se
examinan, por lo tanto, las características de adaptabilidad de la organización y los particulares
acontecimientos de la vida que pueden constituirse en motivos de turbulencia, para las diferentes
organizaciones.
A cada una de las cinco modalidades organizativas que tomaremos en consideración (organización
fóbica, depresiva, del tipo disturbios alimentarios psicógenos, obsesiva y psicótica) le corresponde una
etiqueta nosográfica, derivada de encuadres psicopatológicos tradicionales (DSM III, 1983). Es claro que
la etiqueta equivale al tipo de sintomatología que, solamente a veces, se evidencia al momento de las
eventuales descompensaciones de la organización.
Debemos, finalmente, precisar que las diferencias entre las diversas organizaciones cognitivas no
son jamás, en la práctica, tan claras como resultan en la exposición teórica y que, en las variadas fases del
desarrollo, no se instauraran constante y únicamente las modalidades de reciprocidad, que dirigen el
conocimiento en una sola dirección. En cada individuo podemos encontrar, de manera más o menos
evidente, aquello que hemos definido como "caminos de la complejidad", que el conocimiento humano se
ha visto en la decisión de escoger o excluir. Son muy frecuentes las "organizaciones mixtas", en las cuales
una modalidad se superpone, en parte, sobre otra.
Las organizaciones más resistentes a las turbulencias son aquellas en las cuales más caminos de la
complejidad se han recorrido o, por lo menos, han sido conocidos y considerados. Las más susceptibles de
descompensación, que dan lugar a las llamadas neurosis, son aquellas organizaciones, cuyos vínculos
excesivamente rígidos, no permiten reconocer las indicaciones que se ubican a nivel tácito.
En la organización psicótica se evidencia el "desorden de base", porque no ha sido posible
ordenarlo según modalidades más o menos definidas. Acontece una alternancia de dogmaticidad y pérdida
de los vínculos aproximativos.
49
6. ORGANIZACION FOBICA
P. Claudel
51
océano....fugas imposibles en la realidad ) provocan fluctuaciones emotivas, las que se traducen en un
fastidioso, o al menos vago sentido de constricción, al momento en el que la posibilidad es impedida.
Se puede notar en un niño la modalidad fóbica con la cual tiende a privilegiar la organización del
conocimiento, por algunas actitudes que no alcanzan un nivel de descompensación patológica. Es
comúnmente evidente la habilidad que poseen los niños para establecer relaciones con personas mayores y
a escoger la modalidad para manipular las situaciones: entre niños de nivel elemental (básico), controlados
por el psicólogo escolar, esta habilidad pudo ser deducida por las características de extroversión y la
expresión seductora, mediante observaciones cuidadosas, preguntas y curiosidad sobre la situación y
facilidad de contacto táctil, ya sea con los objetos o con las personas presentes (Blanco, 1985).
Con los otros coetáneos el control se manifiesta frecuentemente con un liderazgo agresivo y
prepotente, facilitado por tener las espaldas cubiertas por los padres. Cuando no es posible alcanzar el
control de la situación, se resuelve con la evitación o se manifiestan las primeras descompensaciones: uno
de los más frecuentes orígenes de las fobias escolares es el encuentro con un profesor que confirma su
autoridad y que el niño no logra manipular, mientras en la casa, con los padres y en el juego con sus
iguales, está acostumbrado a sobresalir manteniendo siempre a los otros bajo su dominio. (Millar,1983).
Otros signos de descompensación, durante la niñez, pueden ser: la enuresis como comportamiento
residual para restablecer la reciprocidad con la figura del cuidador, el pavor nocturnus28 como
manifestación de excesivo autocontrol al momento de quedarse dormido y el asma psicógena presente en
situaciones de tipo constrictivo (Marks, 1978).
57
Las fluctuaciones internas que se verifican a lo largo de situaciones más o menos prolongadas, en las
cuales se presentan posibles separaciones o limitaciones de la autonomía, no se logran asimilar como
emociones personales y, a pesar de los intentos, no pueden controlarse (lo que confirma su no
pertenencia). A estas situaciones se les atribuye, por lo tanto, el significado que ha sido más
frecuentemente elaborado por el propio mensaje cognitivo: el de la enfermedad física o mental. Lo único
que se puede hacer es evitar las situaciones en las que las sensaciones desagradables e incontrolables
puedan repetirse y rigidizar el control sobre cada emoción y sobre casi cualquier cambio neurovegetativo
del propio organismo.
Esto se ha verificado en pacientes con organización fóbica descompensada, en los cuales se pudo
observar, al comienzo del tratamiento con bio-feedback, que el miedo a perder el control y, por lo tanto, el
intento de ejercer un control directo sobre las emociones, transforma la percepción de relajamiento en un
peligro, al cual se responde aumentando la vigilancia. Al disminuir la tensión muscular, controlada
mediante el electromiógrafo, los sujetos con organización fóbica reaccionan con una respuesta de alarma,
identificada con el aumento de valores en la conducción cutánea (Blanco y Reda, 1984).
Las verbalizaciones de los pacientes agorafóbicos, al momento de percibir el relajamiento
muscular, confirman el temor a dejarse ir y la exigencia del control. A continuación algunos registros
obtenidos durante sesiones de relajación con bio-feedback (Blanco et. al. 1984): "Había decidido no
relajarme mucho... no quiero perder el control y después, si me relajo más, me parece estar excitándome".
"Cuando me relajo siento frío... me parece estar rígido, como una tabla... tengo la sensación de fatiga
mental"; "Cuando me relajo me vienen pensamientos que me crean ansiedad... pienso que me voy a
volver homosexual o loco"; "Siento este estado como peligroso... como si alguien me impidiera relajarme
después"; "Cuando me relajo me siento mal... me siento distinta... como si no sintiera las partes de mi
cuerpo".
58
7. ORGANIZACION DEPRESIVA
59
En situaciones de apego inexistente se asiste al desarrollo de una modalidad particular, conocida
con el nombre de autismo infantil. El niño que no ha logrado entrar en una relación de reciprocidad
afectiva con la madre (por dificultad para recibir el efecto sensorial de calor durante el apego o por
dificultad de la madre a transmitirlo o por ambos motivos), se organiza decidida y rígidamente en la
posición de separación y en cuanto es posible, rechaza activamente el contacto físico, aún cuando
permanece en relación con la propia familia. Es interesante señalar que el intento terapéutico que ha
demostrado mayor eficacia es el holding 32 (Zappella, 1984), que consiste en reproducir inicialmente para
el niño una situación de apego, constriñéndolo a permanecer en contacto físico con una o más personas,
por un cierto período de tiempo.
El niño tiene inmediatamente una reacción de intensa agitación e intenta separarse
desesperadamente, pero gradualmente comienza a reconocer y a aceptar la agradable sensación de calor,
que proviene del apego y durante un período prolongado de holding, puede recuperar la capacidad
expresiva y comunicativa que estaban bloqueadas.
La angustia que el niño experimenta al momento del contacto físico se debe a la producción de
sensaciones desconocidas muy intensas, las cuales pueden, en algunos casos, causar la muerte por paro
cardíaco (Marshall y Zimbardo, 1979; Maslach, 1979).
Estos son ejemplos muy impactantes que demuestran los efectos directos de la separación de la
figura parental en la edad infantil. Existen, frecuentemente, situaciones menos evidentes y menos tomadas
en cuenta, cuyos efectos se revelan en la edad adulta, que constituyen los antecedentes para una inicial
organización de la propia personalidad, en un sentido depresivo. Veremos ahora algunos ejemplos
significativos en relación a estas situaciones.
En una pareja nacieron dos gemelos. Son los primeros hijos, fueron deseados y acogidos con
alegría. La primera en nacer es una niña, la cual es llevada de inmediato al lado de su madre, el segundo,
un niño, presenta algunos signos de inmadurez y es llevado por algunas semanas a la incubadora. La
madre, asegurándose de la salud de su segundo hijo, volvió a casa a dedicarse a su primera hija, con la que
comienza a establecer una relación de reciprocidad. Cuando el segundo gemelo llega a la casa, se
encuentra de inmediato en un segundo plano, respecto de su hermanita. Los cuidados y las atenciones que
recibe son cuantitativa y cualitativamente inferiores a sus requerimientos. La permanencia en la
incubadora ha hecho para él más difícil la búsqueda de reciprocidad, llora poco y sigue los movimientos
con lentitud. Los padres lo consideran de carácter tranquilo y bueno, mientras la niña es más vivaz y
reclama más su atención. Esta situación de interacción familiar se establece sin crear problemas excesivos.
A los cuatro años los dos gemelos tienen características totalmente opuestas: la niña es alegre,
extrovertida, vivaz y hace amigos con mayor facilidad con otros niños y con los amigos de sus padres. El
niño, por el contrario, es más cerrado, juega siempre solo, se mantiene aparte de los otros y es muy tímido.
Para la Navidad, la niña solicita una serie de juguetes como regalo, mientras el niño se limita a pedir un
pedazo de pan. Los padres comienzan a preocuparse, aunque sostienen que los dos niños han nacido con
distinto carácter.
A una niña, primogénita de tres años, le nace una hermana sin ninguna preparación por parte de sus
padres. La primera sensación que después recordará, es de odio hacia la hermana, en la que se habían
concentrado todas las atenciones de sus padres. Para evitar la agresividad de su primera hija, le explican
que la hermanita está enferma y ella que es fuerte y sana, debe ayudarla. Esta definición de la situación se
mantiene por mucho tiempo y la madre pide constantemente ayuda a la hija mayor.
La situación familiar impone de este modo, roles bien definidos. El padre está en el trabajo, la
madre necesita ayuda para desenvolverse en la casa y, al mismo tiempo, cuidar a la hija enferma. La otra
niña es "fuerte y sana" y debe ayudar a la madre que la orienta, con continuas demandas, hacia una serie de
deberes. La situación se mantiene y confirma, aún cuando la niña más pequeña ha crecido y es autónoma,
pero es siempre considerada débil y necesitada de cuidado. La niña más grande y fuerte, continúa
32
En inglés en el original
60
dedicándose a los trabajos de la casa, sin la más mínima gratificación: debe hacer sus deberes, aunque se
siente a menudo fatigada y sola.
Una niña de tres años comienza a darse cuenta de las continuas discusiones entre sus padres.
Después de estas discusiones la niña se queda con su madre, la que está siempre llorando, a quien debe
consolar y le pide desesperadamente, que vaya a buscar a su padre, para hacerlo volver a casa. La niña
comienza así a sentirse en un rol de fundamental importancia para mantener unidos a sus padres, vive con
el terror de sus peleas, y se siente casi responsable de sus separaciones y sobre todo, de no lograr evitarlas.
La madre está siempre muy abatida y le pide constantemente ayuda. La regaña si pide salir de casa para ir
a jugar con las amigas, diciéndole que no la quiere porque la deja sola.
Es necesario recordar que un niño pequeño, por la necesidad de cuidado de parte de sus padres,
está inducido a verlos siempre de modo positivo, y por lo tanto, a excluir toda información contraria
(Bowlby, 1980c). Por el mismo motivo, cuando los padres le pegan o lo tratan con desapego, será inducido
a atribuir a sí mismo la culpa de esta exclusión. Sólo de esta manera puede restaurar el apego, tratando de
ser bueno y esforzándose por obedecer; la alternativa sería elaborar una estrategia de separación con
consecuencias desorganizativas más graves. No es tanto la separación o la pérdida en sí, la que provoca
una "alergia a la separación" (Shaw, 1979), sino el hecho de no poder elaborar las pérdidas afectivas
recuperando, mediante los propios esfuerzos, la situación de apego y el cuidado necesarios, la que provoca
una especie de "desesperanza aprendida a ser ayudado" (Seligman, 1975).
En todos los seres humanos, las situaciones de este tipo pueden provocar natural tristeza, la que
estimula, de algún modo, la resolución del problema. Para quien, en vez, posee un estilo organizativo de
tipo depresivo, tales situaciones implican sensaciones e imágenes de irreversible soledad. En la práctica si
se desespera, tiende a no hacerlo notar para no ser un peso para los otros, o porque no se espera un
acercamiento afectivo. Apenas sea posible, se tiende a reaccionar aislándose u ocupándose de los otros y
no concediéndose el tiempo necesario para elaborar la pérdida (Parkes, 1972).
De este modo se obtiene, frente a uno de los eventos pérdidas considerados anteriormente, un
resultado opuesto al que se necesita para superarla. Aunque se confirme la necesidad de ser ayudado en
caso de necesidad, se termina por encontrarse siempre más solo. Una posibilidad ulterior es la de desafiar a
la soledad, aislándose, hasta que no se recupere la propia imagen de eficiencia forzada, pero durante este
período los significados que se tienden a atribuir a los eventos, continúan reponiendo los esquemas
emotivos y representaciones de pérdida, de autorresponsabilidad y, a veces, de culpa. Es lo que le ocurrió a
un paciente, recuperado de una grave depresión, que había comenzado a preocuparse por un incidente
acaecido en su trabajo, durante las actividades de algunos operarios que tenía que dirigir.
El incidente, totalmente trivial, se resolvió sin ningún perjuicio para las personas, pero fue visto por
el paciente como una confirmación de su incapacidad de prevenir, a causa de su insuficiente preparación,
lo que había ocurrido. Se sintió descubierto en su falta de preparación en un trabajo en el que había basado
todo su esfuerzo y en el que había logrado hacer carrera escondiendo, con fatiga y esfuerzo, la incapacidad
que siempre había advertido. Desde ese momento, como consecuencia de la pérdida de la estima de sí
mismo, buscó aislarse y rehusar nuevas tareas laborales, que continuamente le ofrecían. En su casa se
sentía culpable con su esposa la que, viéndolo siempre encerrado en sí mismo, le propuso descansar del
trabajo, dedicándole más tiempo a la familia. Esta frase hizo pensar al paciente que también con la familia
había equivocado todo. Se sintió más infeliz y culpable, encerrándose más todavía en sí mismo. Las
representaciones internas continuaban reponiendo las imágenes de pérdida, de haber fallado y de
culpabilidad, sin posibilidades de alternativas, las que podrían haberlo llevado a nuevos conocimientos. Se
64
iba confirmando, cada vez más, una visión negativa de sí mismo, del mundo y del futuro, lo que constituye
una tríada cognitiva que emerge como la punta de un iceberg, en las situaciones de descompensación y
acentúa la sintomatología depresiva (Beck, 1976; Teasdale, 1981).
65
Estas personas se encuentran en una situación que, desde un punto de vista psicofisiológico,
podemos definir de deprivación sensorial procurada.
Los pacientes depresivos, en lo que respecta a los parámetros psicofisiológicos, aparecen como
apagados: el tono muscular es bajo, la respuesta electrodérmica que señala el grado de tensión emotiva
está casi ausente y la temperatura periférica también es baja. En otros casos, estas respuestas son fijas y no
varían significativamente ante los estímulos (Blanco y Reda, 1984).
En situaciones de pérdida o de dificultad, quien ha organizado el conocimiento privilegiando el
camino depresivo, se representa la realidad con imágenes de fatiga para enfrentar algo y esquemas
emotivos y mnémicos de esfuerzo y empeño, para lograr llegar a la condición deseada.
La actitud de disminución que se obtiene incide, posteriormente, de un modo negativo sobre la
imagen de sí mismo y sobre la posibilidad de enfrentar cualquier situación. No queda más que retirarse
evitando, lo más posible, los contactos con el mundo o buscar, de cualquier manera, olvidarlos (Reda,
1984).
66
8. ORGANIZACION COGNITIVA DE TIPO DISTURBIOS ALIMENTICIOS
PSICÓGENOS
L. Pirandello
67
ausencias. Brillante y seguro con los amigos o fuera de casa, termina por aceptar, para vivir tranquilo y
para su conveniencia, las provocaciones de la esposa, evitando definirse explícitamente y hacer participar a
la familia en sus imprevistas decisiones que resultan, siempre implícitamente, criticadas por la esposa.
Nos encontramos frente a parejas perfectas, en las cuales el formalismo forzado esconde las
reivindicaciones y los oportunismos. La actitud de los padres hace que se establezca un estilo familiar
indefinido, caracterizado por comunicaciones contradictorias, con pocos encuentros emotivos y mucha
crítica y enjuiciamientos implícitos. Las manifestaciones espontáneas de afecto son casi inexistentes y se
tienden a esconder a los hijos y a sí mismos, los problemas y las dificultades en la relación. Las emociones
que escapan al control son constantemente redefinidas, de modo de uniformarse a modelos familiares
formales, excluyendo la expresión de estados de ánimo y opiniones personales. Cada uno termina por
contribuir al mantenimiento de esta formalidad exterior, en una situación de control recíproco, típico de la
familia entrampada (Minuchin et. al., 1978).
69
En estas situaciones, en el caso de las organizaciones DAP, se mantienen todavía expectativas
exageradas, con las consecuencias inevitables de las terribles desilusiones. Lo mismo se repite en las
situaciones afectivas, en el estudio y en el deporte. La expectativa de conseguir, no tanto nuevos
conocimientos o eventuales éxitos, sino la aprobación y el amor absolutos, donde encontrarse a sí mismo,
en el reconocimiento de personas significativas, provoca fantasías a menudo mitomaníacas y bloqueos, a
las primeras y mínimas fallas o errores. Tales situaciones provocan fluctuaciones emotivas, que son
interpretadas confusamente en términos que oscilan entre la inadecuación personal y la incomprensión
de parte de los demás, aumentando, entre otras cosas, el riesgo de posteriores fracasos.
Durante estas penosas oscilaciones se comienza a advertir una sensación, referida por muchos
pacientes DAP, de vacío interior (Guidano y Liotti, 1983). Reconocer esta sensación como hambre,
permite trasladarse a los problemas conocidos y gestados en la familia, evitando el riesgo de reflexionar
sobre lo que ha sucedido o está sucediendo, y exponerse a la expectativa de posteriores juicios,
desilusiones e incomprensiones.
De esta manera se inicia una verdadera y propia estrategia en torno a la alimentación. Las
expectativas de rechazo (presente, por lo demás, en niñas cuyos padres han asumido precózmente una
actitud de abandono y desapego) provocan desorientación y sensación de vacío, que se calman con la
alimentación excesiva, típica de las crisis bulímicas. Se vacían refrigeradores y despensas en la búsqueda
de la comida más pesada, dulce y relajante. La posibilidad de recuperar la autoestima (más frecuente en las
niñas con las cuales el padre ha tenido un comportamiento decepcionante, después de una buena relación
en el período de la niñez y de la infancia), está relacionada con la mantención de férreas dietas, con
exclusión y rechazo de cualquier alimento, las que frecuentemente se alternan con imprevistas crisis
bulímicas.
Se preocupa de su peso todo el día, buscando esconderse a sí mismo las situaciones que, en el
período adolescente, producen turbulencia emotiva, para conseguir "reorganizar" el conocimiento.
El propio aspecto físico se transforma en la manera para evitar el juicio de los otros o confirmar su
incomprensión. Las crisis bulímicas ocurren de costumbre cuando se está indeciso de ir o no a algún lugar
donde se encontrarán personas significativas; lo que lleva, obviamente, a decidir no exponerse a causa de
la propia fealdad conseguida. Las dietas o los largos ayunos, provocan la atención de los otros sobre el
propio físico, sin permitir acceso al mundo interior y constituyen un desesperado intento de recuperación.
En el sexo masculino son menos frecuentes los disturbios alimenticios con variaciones notorias del
peso, pero se pueden encontrar otras maneras, para gestar de modo confuso la imagen de sí mismo. La
confusión ideativa y los problemas de juicio, provocan dificultad en la aplicación al estudio: comienza a
irle mal en el colegio, a pesar de permanecer todo el día en casa con los libros.
Las fluctuaciones emotivas que se relacionan con la imagen de sí mismo, pueden estar
acompañadas de comportamientos autolesivos, como rasguños o escoriaciones de la cara, cleptomaníacos,
con pequeños robos en la casa o en las tiendas, o por la búsqueda de incidentes o risotadas, como para
procurarse a sí mismo una imagen más negativa (estos comportamientos se pueden encontrar en ambos
sexos).
A veces, después de un episodio problemático, el adolescente logra ocuparse de sus propios
problemas. Prueba el autocontrol, que puede partir del propio aspecto físico y que señala una inicial
recuperación de la fe en sí mismo. Esta recuperación es posible a través de la relación con un hermano
mayor, un amigo, un profesor, etc., lo que permite que el adolescente conserve, al menos en parte, un
diferenciado sentido de identidad personal. "Los individuos que no encuentran ayuda o no están en
condición de procurársela aun teniéndola a su disposición, son aquellos que han experimentado un
bloqueo en la afirmación de su propia identidad, en sus capacidades para establecer una relación con los
otros y en desarrollar un concepto positivo de sí mismos. A ellos, los problemas con los que cualquier
adolescente debe enfrentarse, les parecen insuperables" (Bruch, 1973, p. 204, tr. it.).
70
8.2. Identidad personal.
Las modalidades de vincular la complejidad que, durante el desarrollo, encontramos en la
organización DAP, dan lugar a una identidad personal con las siguientes características:
la actitud hacia sí mismo oscila entre el valor absoluto y la critica más despiadada, con una
estimación muy confusa de la propia eficiencia. Existe, como consecuencia, una extrema
vulnerabilidad a la desconfirmación, especialmente en el campo afectivo, y una exagerada
sensibilidad a los momentos de aprobación;
la actitud hacia la realidad se basa en la ambigüedad. El mundo es la fuente del posible
reconocimiento siempre aguardado, pero también de las posibles y temidísimas desilusiones. Es
mejor que todo permanezca en la posibilidad. Por eso se tiende a evitar el contacto con la realidad,
elaborando programas maravillosos que nunca se ponen en acción.
las relaciones con las personas significativas están destinadas a la desilusión. De una relación
"importante" no se sale jamás con las ideas claras. Se tiende siempre a atribuir significados
oscilantes, entre desilusionar a los otros o desilusionarse de los otros, manteniendo la indefinición
y la incertidumbre.
35
En latín en el original
71
eventuales decisiones, o de efectuar algún requerimiento, intenta que sean los otros que intervengan o se
den cuenta de sus propias exigencias. Cuando es necesario entrar en acción en publico, se teme ser
interpelado y se percibe la atención de "los otros significativos" sobre sí mismo, se tiende a recurrir a
actitudes típicas de "tonto chapucero ", para evitar definirse (Berne, 1964).
Cuando el peligro de exponerse llega a ser extremo, la tendencia es la de defenderse con el aspecto
físico, modalidad presente por motivos sociales principalmente, pero no exclusiva, del sexo femenino.
Engordando se facilita el juicio negativo sobre la propia persona, sin exponerse a nivel profundo de
pensamiento, y por lo tanto, permaneciendo y dejando a los otros, confundidos. Adelgazando se reacciona
buscando un juicio positivo (delgado es hermoso, activo, en forma, esforzado), lo cual es también vago,
por cuanto no guarda relación con las características intrínsecas de sí mismo. La resignación e intentos de
recuperación se pueden alternar con aspectos externos de oscilación de peso (síndrome del gordo-flaco).
La atención sobre el propio peso, evita de este modo, las peligrosas definiciones de sí mismo.
72
1. Para no experimentar las terribles fluctuaciones provocadas por la separación, debe
evitar involucrarse con quien no otorgue la máxima seguridad de amor y así, de este
modo, hacer imposible cualquier sorpresa. Para asegurarse de esto, se somete al
compañero a una serie de puestas a prueba en las cuales se reclama comprensión,
confianza y sinceridad mas allá de las humanas posibilidades. En otros casos se
experimenta ansiedad antes del encuentro con la persona que interesa afectivamente,
manifestando comportamientos autodestructivos, para confirmar la propia
inadecuación.
2. También la relación sexual representa un peligro de involucrarse. Se pueden tener
relaciones, seleccionando cuidadosamente personas por las cuales no se experimenta
interés, o tomando directa y casi automáticamente, la iniciativa. Se busca, de esta
manera, anular el diálogo o el enfrentamiento ideológico, el que podría llevar al temido
enamoramiento.
3. Las expectativas de desilusión hacen que el amor esté conectado a la imposibilidad. Las
situaciones de alejamiento y de espera del compañero, con fantasías en las cuales se
reproducen expectativas idealizadas de absoluta comprensión y dedicación recíproca,
están destinadas a desvanecerse al momento del encuentro. La espontaneidad se vuelve
imposible por el temor y la atención selectiva está dispuesta para captar los defectos del
compañero o las señales de desconfirmación hacia sí mismo. A una intensa activación
neurovegetativa en la espera del encuentro, le sigue un comportamiento de pasividad,
aburrimiento y renuncia o una frenética actividad, en todo aquello que no sea la
intimidad. Es la modalidad de evitación del involucramiento con el compañero, causada
por las representaciones internas de expectativas de recíproca desilusión.
4. Otra modalidad que se verifica en la relación, es la de exigencia de control sobre el
compañero. A diferencia del estilo fóbico, para quien el requerimiento es el de control
físico, en el caso de la organización DAP, el control debe ser mental. Es necesario estar
seguros que el compañero experimenta y piensa exactamente las mismas cosas, dado
que su juicio es de especial importancia para la definición de su propia identidad
personal (Amoni y Caridi, 1982).
74
9. LA ORGANIZACION OBSESIVA
H. Hesse.
9.3.1. La duda
La idea que en el mundo existen certezas absolutas que es necesario perseguir para confirmar la
imagen positiva de sí mismo, lleva a situaciones de difícil equilibrio, dado que se requieren decisiones
frente a opciones más o menos importantes.
La necesidad de certeza lleva al obsesivo a preocuparse por los mínimos detalles, a validar cada
posibilidad de error antes de tomar una decisión y, en esencia, a dudar sobre todo de un modo a menudo
torturante y continuo. Al momento de decidir, el obsesivo tiende a esperar hasta el ultimo momento para
asegurarse, a través de controles y recontroles, de haber decidido bien. El tiempo se transforma en un
enemigo que no concede muchas prórrogas. Se puede intentar no pensar en él (un paciente se quitaba el
reloj al momento de decidir el programa del día), o prolongarlo (otro paciente atrasaba el reloj, para
crearse la impresión de tener más tiempo, de otro modo no lograba comenzar ninguna actividad) y se
termina por no considerar su paso real.
El obsesivo se encuentra, a menudo, en la imposibilidad de concluir un proyecto, debido al poco
tiempo que le queda y se siente forzado por las circunstancias al hacer una opción. Cada decisión, pequeña
o grande, raramente le procura placer o satisfacción. Las situaciones de opción terminan por aumentar la
ansiedad y dejan al obsesivo firmemente convencido de que debería ser más perfecto.
En las situaciones de descompensación, que derivan de encontrarse frente a decisiones
importantes, como la de cambiar su lugar de trabajo, o de interrumpir una relación afectiva, la
representación simultanea de los pro y los contra y la búsqueda de la perfección, transforman el problema
en algo prácticamente insoluble. La duda tiende a ser, en estos casos, el elemento presente en toda
actividad y termina por provocar la evitación o el alejamiento de la difícil decisión.
Una paciente con organización obsesiva se encontraba frente a la decisión de aceptar su situación
matrimonial. No existía ni el mas mínimo acuerdo con su marido, pero la paciente estaba bloqueada por la
culpa hacia el hijo y los padres, y por el pecado hacia su religión. Comenzó a poner en acción una serie de
evitamientos por algunos objetos de la casa, los que mantenía sucios, y a someterse a prolongados lavados,
cuando tenía la duda de haberlos tocado. La duda tenía que ver también con sus percepciones, y por lo
tanto el marido, debía seguirla para confirmarle que no había tocado los objetos "contaminados" o que se
había lavado de modo perfecto y completo. La duda puede extenderse a cada comportamiento y elección
hasta constreñir, en el caso de una grave descompensación de la organización obsesiva, a permanecer
inmóvil y pasivo para evitar tomar decisiones que provocarían posteriores dudas, conduciendo a
interminables controles. La búsqueda de la certeza es tan desesperada que se termina por confiarse a
rituales mágicos, residuos filogenéticos primitivos, con el fin de conferir omnipotencia al propio
pensamiento, de controlar los eventos y prevenir inseguridades y problemas futuros. Obviamente los
rituales obsesivos -el llamado "psiquismo de defensa"- tienen efectos muy limitados en el tiempo y
78
constituyen posteriores fuentes de duda, ante el temor de no haberlos seguido de manera correcta. Tienden,
de esta manera, a hacerse repetitivos, constituyendo un bloqueo posterior a la propia actividad.
9.3.2. La perfección
Otro requerimiento que hace difícil la modulación de las fluctuaciones emotivas, en el caso de una
organización obsesiva, es el de responder perfectamente a los roles social y moralmente justos y precisos.
La idea de que existen roles "justos" a los cuales es necesario adherir, torna inicialmente difícil la
capacidad de identificarlos, y por consiguiente, provocan una continua sensación de insuficiencia. Puede
ser que, por ejemplo, el nacimiento de un hijo, hacia el cual el padre con organización obsesiva, debe
experimentar siempre y solamente un amor absoluto, el que provoque la descompensación.
Los problemas que un recién nacido impone, interrumpen momentáneamente la alegría de su
presencia. El intento de esconderse a sí mismo los sentimientos de rabia, que pertenecen al "mal padre",
puede provocar en una organización de tipo obsesivo, temor a la pérdida del control, con pensamientos
indeseables, que no se logran bloquear, de dañar al niño, o de eliminarlo de alguna manera. La imagen de
sí mismo, es siempre y de todas maneras, insuficiente, porque es comparada con el perfecto "sí mismo
ideal". La necesidad de mantener una rígida congruencia, determina requerimientos extremos de esfuerzo
y atención, para evitar o corregir, los errores siempre posibles.
"El sí mismo actual, como Makhlouf-Norris y Norris (1972) han destacado, esta representado por
el opuesto del sí mismo ideal. Los aspectos opuestos de la imagen de sí mismo, propuestos por el
conocimiento tácito, son constantemente integrados, a través de una rígida actitud hacia sí mismo, en una
fija y única identidad personal del presente y en otra identidad rigurosamente definida, que debe ser
lograda en el futuro" (Guidano y Liotti, 1983, p.263). Las descompensaciones son más probables en el
momento en que no se logra mantener alejado "el otro sí mismo", el cual pone excesivamente en discusión
la propia imagen. No se acepta como característica personal, la presencia simultanea de dos modelos
opuestos, que podrían unirse en una eventual convivencia, como lo propone H. Hesse, o ser utilizados en
la búsqueda de alternativas intermedias.
79
situaciones ansiógenas o de objetos "contaminados". La sensación desagradable de suciedad a nivel
epidérmico provoca rituales de lavados por la exigencia del orden y la limpieza.
En resumen, el obsesivo, "no acepta las respuestas emotivas como un ingrediente natural de la
vida. Cuando ocurren, son justificadas por las mismas racionalizaciones que las hacen aparecer como
lógicas y razonables" (Salzman, 1973, p.63). La constante actitud de control hace que el obsesivo muestre
una cierta pobreza expresiva y emotiva. En realidad, esconde intensas emociones que se manifiestan, a
veces, bajo la forma de tic o de movimientos estereotipados. Las descompensaciones ocurren en el
momento en que no se logra evitar sensaciones intensas. En tales casos los evitamientos, los rituales
mágicos o las hiperracionalizaciones, tan rígidas que asumen características casi delirantes, son intentos
desesperados de retomar el control, requerido por la propia organización.
80
10. ORGANIZACION PSICOTICA
37
Idem
38
En inglés en el original
82
La dificultad para seleccionar los estímulos y el proceso de overinclusion 39 hacen que la mente
entre en contacto, al mismo tiempo, con un exceso de señales irritantes.
En este punto la organización psicótica se encuentra frente a dos posibilidades: una es dejar que los
estímulos externos fluyan en gran cantidad al sistema el cual no logra cerrarse, provocando la perdida del
control psicosensorial y la confusión disociativa; la otra es la clausura rígida del sistema poco articulado
que, para evitar la invasión, logra excluir los mensajes sensoriales, utilizando una estructura muy limitada
y estereotipada, para interpretar los datos externos y construir una realidad indiscutible, es decir, el delirio.
La esquizofrenia y la paranoia son los dos lados de una misma medalla dado que "la clausura o
apertura extrema, sin ningún vínculo organizacional, corresponde a dos radicalizaciones del
funcionamiento del sistema; de aquí derivan la dogmaticidad o la pérdida total de los vínculos. Estas
condiciones congelan la capacidad asimilativa del sistema, se atacan las principales fuentes que alimentan
la complejidad: la comunicación y la percepción. Ellas se transforman en delirios y alucinaciones" (Reda
et. al., 1986). Nos encontramos, por lo tanto, frente a dos posibles modalidades de descompensación.
En la descompensación de tipo "paranoide", el psicótico posee un mecanismo de atención
hiperselectivo, por el cual tiende a integrar hasta los más mínimos detalles en un mismo esquema rígido.
La overexclusion40 de datos relevantes no permite en estos casos, la confrontación con modalidades de
pensamiento distintas y hace imposible, el más mínimo cambio. "El funcionamiento delirante de la
imaginación, no es delirante porque se proyecta sobre la realidad, sino porque cesa de funcionar como
sistema abierto, cesando de nutrirse con interacciones de retorno de la realidad, fuente de riesgos, aunque
también de novedad" (Atlan, 1979,p.145). En la descompensación "no paranoide", el psicótico aparece
muy distraído de cualquier estimulo ambiental e incapaz de seleccionar algún dato relevante para él,
excluyendo otros. "La identidad personal, organización de los vínculos, se empobrece, se aísla, se bloquea,
se pierde. La atención se fragmenta en cien mil rostros, cien mil voces: de aquí nace la angustia tan
tangible en los esquizofrénicos agudos" (Reda et. al., 1986).
La descompensación psicótica, por lo tanto, representa o mejor dicho señala, la falta de capacidad
de integración entre los diversos componentes que concurren a la armonía entre los procesos perceptivos,
emotivos y cognitivos, es decir en la organización del conocimiento.
"El déficit depende de la particular interacción de muchas partes y es más grande que la suma de
sus partes singulares" (Magaro, 1980, p.207).
39
En inglés en el original
40
Idem
83
TERCERA PARTE
LA INTERVENCIÓN TERAPÉUTICA
84
11.2. Objetivos y límites de las psicoterapias cognitivas.
Los imprevistos que caracterizan el desenvolvimiento de la vida y las dificultades para construir
una base segura, que satisfaga las exigencias de un particular período de desarrollo y los requerimientos
específicos hacen que, muy frecuentemente, se estructure el propio conocimiento sobre andamiajes de
base muy limitadas e incompletas. Se elaboran sistemas de representación que asignan a determinada idea
un "valor desproporcionado" (Lorenz, 1985), que impide considerar las diversas ópticas con las cuales un
mismo fenómeno puede ser observado, haciendo difícil una eventual necesidad de cambio. Los estímulos
externos o internos no aceptados por los esquemas profundos, son interpretados según modalidades
representativas fijas y estereotipadas, que provocan descompensaciones y sufrimiento emocional.
La relación entre descompensaciones emotivas y sistemas de representación imaginativa y verbal
excesivamente rígidas e inadecuadas, es el objeto de estudio de los distintos autores de la escuela
cognitiva, los que han propuesto una estrategia de intervención terapéutica, para las más frecuentes formas
de psicopatología neurótica o psicótica (Ellis, 1962; Mahoney, 1974; Kanfer y Goldstein, 1975; Beck,
1976; Meichenbaum, 1977; Goldfried, 1981).
El objetivo de las terapias cognitivas es obtener un mejoramiento del comportamiento y de las
emociones patológicas, mediante la modificación de teorías y convenciones "irracionales" (Ellis, 1962) o
"equivocadas" (Beck, 1976), que guían y regulan la actividad del individuo y sus relaciones con el mundo.
Uno de los problemas preocupantes de la intervención terapéutica es: cuán correcto es tener como
objetivo modificar las modalidades de pensamiento irracional o ilógico del paciente, cambiándolas por las
racionales y lógicas, que conoce el terapeuta. De hecho, como lo hemos visto, no existen modalidades
lógicas e ilógicas, sino que cada organización del conocimiento, posee su propia lógica para interpretar y
construir la realidad (aún el psicótico posee una lógica por la cual no organiza los sistemas de manera
psicofisiológicamente integrada).
Dado que la mente humana es un elaborador activo de conocimientos, no se puede pretender
mejorar al paciente, convenciéndolo para que piense de un modo idóneo y racional. Esto sería, en el mejor
de los casos un método educativo (o mejor dicho deseducativo), que no le permite al paciente
representarse la realidad en base a sus propias experiencias personales, cosa que, por último, ya ha
ocurrido durante el período de desarrollo. Se terminaría así por proponer una modalidad pasiva para
adquirir información, que sería fuente de confusión e incertidumbre y hace vulnerable a las
descompensaciones y dependiente del terapeuta, dado que no permite, ciertamente, desarrollar la
autonomía y la confianza en sí mismo.
Otro problema que las psicoterapias cognitivas han ignorado es: cuán difícil es para los seres
humanos, acceder a los sectores profundos que regulan el comportamiento visible y los sistemas de
representación explícita. Así, Beck demuestra como "el hombre posee la llave de la comprensión y
solución de su perturbación patológica, dentro del campo de su conciencia", y presume que el paciente
tiene la posibilidad y facilidad para aceptar reconocer y explorar, todos los sectores del conocimiento
humano. El propone, de hecho, una cuidadosa y elaborada modalidad de investigación de las
"concepciones incorrectas, originadas por un aprendizaje defectuoso, durante el desarrollo cognitivo de
una persona", pero con una visión claramente pasiva de la mente humana sostiene que, "dejando de lado
sus orígenes es bastante simple establecer la fórmula para el tratamiento: el terapeuta ayuda al paciente a
corregir sus distorsiones de pensamiento y a aprender modalidades alternativas más realistas, para la
formulación de sus propias experiencias" (Beck, 1976, p.8.tr.it)
De este modo no se consideran las fases del desarrollo, la organización estructural de los diversos
sistemas cognitivos, emotivos y comportamentales y especialmente las modalidades tácitas, que son parte
de esquemas de base que ordenan la realidad y que cada individuo construye, en el largo período que
precede a la instalación de la capacidad de reflexión critica, hecha posible por la emergencia del
pensamiento abstracto adolescencial. Así, a un paciente deprimido es posible, con una precisa y refinada
85
intervención terapéutica, hacerle ver que sus consideraciones negativas y pesimistas son objetivamente
exageradas y que él no es racionalmente o legalmente culpable, como erróneamente piensa.
Se considera inútil indagar sobre la presencia y sobre la importancia de un implícito concepto de sí
mismo negativo y no digno de consideración, y de un mundo que lo puede aceptar, sólo si logra, siempre y
como sea, esconderlo o camuflarlo. No se toma en cuenta el rol que estas modalidades, tan resistentes al
cambio, desde el momento que constituyen un componente intrínseco de la personalidad, juegan en
provocar, tarde o temprano, eventuales recaídas (Reda et. al., 1985).
86
reconocer y estructurar mejor los procesos tácitos que ya estaban influenciando los procesos del
pensamiento, fuera de su esfera de conciencia" (Guidano, 1986,p.49).
La terapia es por lo tanto, un proceso de conocimiento, en el cual el terapeuta tiene el rol de base
segura que provee al paciente los parámetros, las indicaciones y la asistencia, en función de este objetivo.
La adquisición del conocimiento ocurre, como siempre, de modo gradual y sigue las etapas (como, por
ejemplo, las que propone Bowlby), que permiten conseguir niveles cada vez más extensivos y completos,
de comprensión de las propias modalidades cognitivas, emotivas y comportamentales. Un programa
terapéutico en etapas graduales permite:
Ir al encuentro de los requerimientos formulados inicialmente por el paciente;
Evitar dispersiones en una complejidad completamente desconocida para el paciente,
adaptándose a sus sistemas de lectura y comprensión;
Adecuarse a las necesidades y a las posibilidades del paciente, de explorar niveles de
conocimiento más profundos o de detenerse en los niveles más superficiales.
87
12. LA RELACION TERAPEUTICA
G. W. Allport
12.1. La colaboración recíproca en psicoterapia.
Se ha destacado por muchos autores cómo, en la psicoterapia cognitiva, es importante dirigir la
relación terapéutica en términos de colaboración recíproca (Mahoney, 1974; Bedrosian y Beck, 1980;
Young y Beck, 1982; Guidano y Liotti, 1983).
El terapeuta expone al paciente la razón de la terapia y le solicita establecer en conjunto los
objetivos, en una especie de alianza terapéutica. Esta actitud permite evitar una excesiva dependencia del
paciente y reduce la dificultad que puede provocar la relación terapéutica con un terapeuta omnipotente y
omnisciente, o el temor-sugestión de un método misterioso, que el paciente no puede ni debe entender. El
terapeuta utiliza el feedback que recibe de las observaciones y actitudes del paciente, para verificar la
comprensión del método utilizado y la comunión de intentos para alcanzar los objetivos que se han
establecido, durante el tratamiento. Las consideraciones del paciente permiten verificar si se está
procediendo en la dirección deseada o si es necesario retornar sobre temáticas no bien adquiridas, o
eventualmente, modificar los objetivos.
Kelly (1955), ha evidenciado cómo la terapia se puede considerar como el encuentro entre dos
científicos, cada uno con sus propias teorías sobre sí mismo y sobre el mundo, en el cual cada uno ayuda al
otro, que pregunta, a explorar, y eventualmente revivir, según el método, y en una especie de alianza
científica, las reglas y los asuntos sobre los que se basan las teorías en crisis, que bloquean la adquisición
de nuevos conocimientos. Siempre usando la metáfora del científico, Guidano y Liotti, destacan cómo,
durante la terapia "se identifican, se evidencian y se verbalizan las teorías causales del paciente, junto con
las consecuencias que ejercen sobre el comportamiento; se descubren las pruebas (las experiencias
infantiles) de su elaboración; se reconoce y se enfatiza la naturaleza episódica de estas pruebas; se
desarrolla una nueva teoría, en base a los resultados de nuevos experimentos interpersonales
cuidadosamente programados, el más importante de los cuales, es la relación terapéutica". (Guidano y
Liotti, 1983, pp.127-8).
El terapeuta debe, por lo tanto, encontrar el modo más adecuado para ayudar al paciente a explorar
sus modalidades comportamentales, cognitivas y emotivas y para estimularlo a hablar, no sólo de sus
problemas actuales, sino también, y sobre todo, de su manera de representarse y enfrentar los
acontecimientos de todos los días, y sucesivamente, de su historia pasada.
A pesar de los presupuestos explícitos de colaboración, no es del todo fácil que el paciente, por el
hecho mismo de requerir una psicoterapia, logre de inmediato prestar colaboración y antecedentes útiles,
como lo desearía el terapeuta, y a menudo esto debe considerarse como una forma de defensa o, mas aún,
como un intento de sabotear la terapia. Es obvio que el paciente tenderá a comportarse, también en la
relación terapéutica, según los dictados de su propia organización cognitiva, y que su atención selectiva
está dispuesta a captar los detalles que confirman las expectativas de esquemas de base más bien rígidos.
Por lo tanto, es el terapeuta el que debe inicialmente adecuarse a las modalidades del paciente, las que
pueden se evidenciadas utilizando las indicaciones que expresan las eventuales resistencias.
De este modo se establece una relación de alianza, basada no sólo en un contrato explícito, sino
sobre todo, en un entendimiento tácito por el cual el terapeuta es realmente sentido como una base
segura, con la cual es estimulante trabajar.
88
12.2. La relación terapéutica como el encuentro entre dos organizaciones cognitivas
complejas.
El respeto a las modalidades con las cuales el paciente entra en la relación terapéutica es
fundamental, para extraer indicaciones preciosas sobre su identidad personal.
Así, el paciente en el cual prevalece el estilo fóbico, tiende a establecer el control de la relación y,
por lo tanto, a no abrirse mucho en la entrega de indicaciones sobre sí mismo y a no dejarse ir
emocionalmente, hasta que no haya logrado la confianza en el terapeuta. Es frecuente que, al inicio de la
terapia, esta paciente no sea puntual, o esté presto para anticipar o rebatir las consideraciones del terapeuta,
o espere el final de la sesión para entregar datos importantes que antes había olvidado, o busque continuas
reaseguraciones al momento de separarse de terapeuta, etc. Es oportuno, en este caso, evitar dar excesivas
directivas y dejar, al menos en parte, el control de la relación al paciente, tomando este dato como una
confirmación de la modalidad tácita, que a su tiempo el paciente podrá reconocer.
Al mismo tiempo, es oportuno evitar, desde el comienzo, seguir al paciente en las atribuciones de
enfermedad que le otorga a las propias emociones y en sus convicciones de estar físicamente débil, para no
recrear el tipo de relación, que él ha establecido con sus propios familiares.
Análogamente, los pacientes que hemos definido con el estilo del tipo disturbios alimenticios
psicógenos (DAP), tienen dificultad para definir claramente sus propios pensamientos y tomar decisiones,
y presentan a veces inseguridad y confusión, también en sus propias experiencias sensoriales.
Es importante por lo tanto, que el terapeuta muestre tener ideas claras en el establecimiento del
programa terapéutico, sin insistir, al menos al comienzo, en involucramientos con el paciente y,
especialmente, que ponga atención a las expectativas que induce, conociendo la facilidad que tiene este
tipo de paciente para ir a la búsqueda de las desilusiones.
Será inútil buscar investigar sobre el contenido de los diálogos internos y sobre las expectativas del
paciente, antes de haber enfrentado el verdadero terror al juicio, que le impide expresarse. Es oportuno
demostrar que no se trata examinar sistemas de representación justos o equivocados, pero que cada uno
de nosotros tiene su propia modalidad cognitiva, tan válidas como las otras, y que a su vez, como en su
caso, no son muy claras; es importante buscar juntos conocerlas y entender su origen. Puede ser útil que el
terapeuta se exponga hablando un poco de sí mismo, para ejercer de este modo un efecto modeling 41. Una
intervención demasiado directa y precoz sobre los sistemas de representación, en este caso, no está
destinada a obtener buenos resultados, sino que encuentra resistencias, en todo lo que está inserto en los
esquemas emotivos conectados a la experiencia de invasión, ejercidas al menos por uno de sus padres
sobre su propias opiniones, desde la época del desarrollo.
Un eventual fracaso influye negativamente sobre la confianza en sí mismo del paciente, el que
sentirá que decepciona al terapeuta y que, en este caso, sea por complacerlo o por recibir un juicio
positivo, terminará por aceptar pasivamente las racionalizaciones, sin aumentar el conocimiento de sí
mismo.
Para un paciente con organización tipo de depresivo, es siempre el propio esfuerzo el elemento
utilizado para esconder la imagen negativa de sí mismo. Por lo tanto, se le podrá estimular, inicialmente,
definiendo la terapia como una empresa esforzada, explicando bien los motivos por los que vale la pena
emprenderla y proponiendo de inmediato una alianza, indispensable para cada ser humano, para explorar
los motivos de las propias descompensaciones emotivas. De este modo, no se hace sentir al paciente que
está sólo frente a una tarea muy difícil y tampoco inferior, en cuanto depende del terapeuta. No se
puede solicitar esfuerzos excesivos, debido al cansancio psicofísico que caracteriza la fase de
descompensación, y tampoco confiarse totalmente al terapeuta, lo que lo haría sentirse posteriormente
inhábil y fracasado, sino que se propone un esfuerzo gradual en la colaboración, en relación a las actuales
posibilidades del paciente.
41
En inglés en el original
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Finalmente, los pacientes con organización de tipo obsesivo manifiestan su ambivalencia, también
en la relación terapéutica: por un lado, se muestran preparados para cualquier sacrificio, por otro, su
necesidad implícita de decisión los llevará a dudar si han encontrado al terapeuta perfecto, que les permita
lograr la mejoría perfecta. Es importante por lo tanto, en estos casos, explicar de inmediato al paciente, que
no se persigue una mejoría total, sino que el objetivo de la psicoterapia es el lograr que reemprenda una
actividad de vida satisfactoria, eliminando los sufrimientos excesivos. También el terapeuta siendo un ser
humano, no puede ser perfecto, pero se apoya en su experiencia y preparación, la que pone a disposición
del paciente al cual le solicita alianza y colaboración. Esta actitud, al mismo tiempo que lo alienta al
esfuerzo terapéutico, comienza atacar el concepto de "todo o nada" del paciente, para el cual sólo son
concebibles soluciones al 100%, y es mucho más realista, desde el momento que una relación terapéutica
perfecta y una mejoría total como lo requiere la personalidad obsesiva, son en todo caso utópicas y fuera
de las posibilidades humanas.
En lo que tiene que ver con el terapeuta, es fundamental que él tenga conocimiento de su propia
organización cognitiva y que durante su training42, de formación haya tomado distancia de sus propios
sistemas de representación de sí mismo y del mundo, adquiriendo así la posibilidad de reconocer las
diversas modalidades con las cuales el hombre puede poner vínculos a la complejidad, ordenando la
realidad. Si es difícil distanciarse de las propias modalidades cognitivas y si se tiene una tendencia
fuertemente organizada a "la compulsiva confianza en sí mismo" (Bowlby, 1979), es mejor no
emprender una actividad psicoterapéutica.
Existen diversas modalidades organizativas de los pacientes que pueden encontrarse con una
modalidad análoga y muy rígida de un terapeuta, que no ha logrado todavía distanciarse completamente,
aún teniendo conocimiento. Es mejor, en tales casos evitar, este tipo de relación terapéutica, de modo
contrario, serían inevitables: una competencia excesiva y recíproca entre paciente y terapeuta, con trato
organizativo de tipo fóbico; una extrema confusión e indecisión en la relación terapéutica entre paciente y
terapeuta, ambos con organizaciones del tipo (DAP); la sensación de ser un peso para el terapeuta y una
confirmación de la visión negativa de sí mismo y del mundo reflejada implícitamente al paciente
depresivo, por parte de un terapeuta con organización depresiva; un intercambio de opiniones que podría
derivar la terapia a larguísimas discusiones sobre detalles entre paciente y terapeuta, con un mismo estilo
obsesivo.
La experiencia terapéutica debe por lo tanto, considerarse como el encuentro entre dos
organizaciones cognitivas complejas, en las cuales una (la del paciente) es estimulada hacia formas de
conocimientos que le permitan superar las descompensaciones emotivas actuales, mientras la otra (la del
terapeuta), adquiere nuevas informaciones sobre la complejidad humana y por lo tanto, también sobre sí
mismo.
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En inglés en el original
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tiempo explicarle claramente que todas las decisiones relativas a cómo interpretar mejor una situación y a
cómo comportarse deben ser suyas y que, con nuestra ayuda, lo creemos capaz de hacerlo;
b) Compartir con el paciente sus exploraciones alentándolo a considerar, ya sean las situaciones
actuales con personas significativas en las cuales tiende a encontrarse, ya sea la parte que le corresponde
en haberlas causado y también cómo responde, a nivel de sensaciones, pensamientos y acciones, a las
mismas;
c) Atraer la atención del paciente sobre el modo en el cual, quizás involuntariamente, tiende
interpretar los sentimientos y comportamientos del terapeuta; invitarlo, por lo tanto, a considerar si sus
modos de interpretación, previsión y acciones pueden ser, parcialmente o completamente, inadecuados
respecto a cuanto él conoce, del terapeuta;
d) Ayudarlo a considerar cómo la situación en la cual típicamente se coloca, y las típicas razones
para ello, incluidas aquellas que pueden verificarse con el terapeuta, pueden ser entendidas en términos
de experiencia de vida real vivida con las figuras de apego, durante la infancia y adolescencia (y quizás
todavía en curso), buscando examinar también aquellas reacciones que tuvo (y que todavía puede tener)
[...] utilizar la interrupción del tratamiento, en particular las impuestas por el terapeuta, sean ordinarias,
como las vacaciones, o sean extraordinarias, como en el caso de una enfermedad, como ocasiones para
poder observar cómo el paciente interpreta y reacciona a la separación, ayudarlo, por lo tanto, a reconocer
tales interpretaciones y reacciones y por último, examinar con él cómo y por qué, ha desarrollado tales
modalidades.
Cuando la relación terapéutica está por terminar, es oportuno enfrentar las eventuales y frecuentes
dificultades de separación del paciente. Es necesario hacerle comprender cómo tales modalidades forman
parte de los esquemas pasados, dando así el inicio para una última y final revisión.
91
13. EL CAMBIO EN PSICOTERAPIA
El deseo de sujetar cada cosa al control racional, lejos de obtener el uso óptimo
de la razón, es más un abuso de ella basado en un erróneo concepto de su poder
y, en última instancia, lleva a la destrucción de la libre interacción con
mentalidades con las cuales el crecimiento de la razón, se nutre
F. A. Hayek
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En inglés en el original
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En las descompensaciones de tipo obsesivo, el cambio superficial se puede obtener después de
haber ayudado al paciente a reconocer y criticar la exigencia de perfección, la que obviamente implica
además la idea, de mejoría total y perfecta. Se puede intervenir con técnicas como la exposición gradual, el
modelamiento, el desalojo o bloqueo de rituales para aliviar los sufrimientos emotivos, alejando la
necesidad compulsiva de control. En este caso permanece inalterable la identidad personal, basada en la
sensación continua e intrínseca de una doble y opuesta fachada, siempre presente en forma simultanea, en
las actitudes hacia sí mismo y el mundo, y la tácita necesidad de adecuarse del todo a una de las dos, la
justa, excluyendo la otra, la equivocada.
Los cambios superficiales que pueden obtenerse, no son considerados como una fuga hacia la
mejoría; sin embargo el terapeuta debe estar consciente de lo limitado de tales cambios y de las
dificultades de una organización cognitiva, que no ha conseguido conocimientos profundos y no ha
aportado modificaciones a sus esquemas de base, que no ha conseguido enfrentar problemas y situaciones
similares o análogas a aquellas que han provocado, las anteriores descompensaciones.
Las dificultades se deben al hecho que el paciente que no ha flexibilizado los vínculos
representados por las estructuras rígidas de base, no puede aceptar aquellos contrastes y modular estados
emotivos que estimulan un sistema cognitivo complejo, a la búsqueda de soluciones nuevas. Las
turbulencias emotivas no compensadas provocan excesiva inestabilidad, evitaciones o estados que
bloquean el proceso de autoorganización.
Las dificultades que se pueden manifestar, en el curso de la psicoterapia, con objeciones explícitas
o implícitas a las explicaciones o prescripciones del terapeuta, con problemas para poner en práctica las
modalidades establecidas y compartidas durante la sesión, con bloqueos o recaídas después de un éxito
inicial, etc., no son consideradas como simples resistencias pasivas del paciente al cambio, sino como
indicaciones sobre la presencia de modalidades cognitivas que contrastan con el modo elegido para
adquirir nuevos conocimientos, y por lo tanto, con el objetivo deseado.
La exploración de los contenidos y del desarrollo de estas modalidades, permite considerar
aspectos de la organización cognitiva que anteriormente habían sido descuidados, y que constituyen el
primer paso de una terapia, que apunta al cambio profundo.
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Durante el largo período del desarrollo, en el conferir orden al desorden de la complejidad, se
tiende a excluir gran parte de la totalidad de las informaciones que alcanzan al sistema nervioso central, a
través de los órganos sensoriales. El proceso de exclusión selectiva ocurre sin que se tenga la más mínima
conciencia y mientras que se privilegia la relevancia de determinadas informaciones. Desgraciadamente
esta natural exclusión es, a menudo, forzada por las circunstancias y por mensajes distorsionados, mas que
ser el resultado de opciones basadas en experiencias personales de primera mano. De este modo se
elaboran, durante el desarrollo, estructuras de base y sistemas de representación, que terminan por vincular
excesivamente el flujo de los estímulos que han estado, como sea, sometidos a elaboraciones notablemente
avanzadas antes de ser traducidos, por el nivel consciente. Una atención especial debe reservarse a
períodos particulares de los que se conserva un recuerdo vago o diluido, a situaciones que han implicado
cambios y descubrimientos o han sido distorsionadas por emociones intensas, a los períodos de paso de
una etapa del desarrollo a la siguiente, etc.
Las modalidades en base a las cuales ha operado la exclusión selectiva también son exploradas,
dado que la falta de reconocimiento de esquemas emotivos anteriormente bloqueados, comporta una
excesiva confusión, incomodidad y angustia y torna muy difícil el aflojamiento necesario de los vínculos,
para proceder al un cambio profundo.
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imprevistos. La atención, ya no mas rígidamente vinculada, puede dirigirse a la búsqueda de nuevas
modalidades organizativas.
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