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ELISABELLA

Muy cerca del parque de la 93 de Bogotá hay a la vista un lugar con apariencia de una
casa solariega y suntuosa. Esta (tiene el objetivo) promueve (pide) (fomenta) un ambiente
festivo donde los espíritus enamorados, rumberos y jaraneros de un hermoso moreno
quibdoseño, una bella mujer caleña, un hijo de la ciudad de Curramba y una negra guapa
de Cartagena de Indias, son uno solo, son pura sangre y folclor, son lirio, rosa y clavel,
son baile al andar y profundamente salseros. Quienes asisten con asiduidad son personas
magníficas en su gasto y porte. Ellas se reúnen con cierta vehemencia para disfrutar tanto
de bebidas tradicionales como también típicas de Colombia: whiskey, cocteles, vinos pero
también ron, aguardiente, refajo, chicha, canelazo, y aquel licor con el característico
sabor seco y amargo de la cerveza Costeña. Los visitantes, cual insomnes, se dan a la vida
nocturna jugándose el mañana, pues las noches que allí acontecen brindan la sensación de
que jamás terminan. ¿El nombre del lugar? La Meca de la Salsa.

En La Meca de la Salsa comienza nuestra historia. En la tarima el invitado especial para


aquella noche de martes era el reconocido Caballero de la Salsa. Quien, en sus
composiciones, solo pide fe para vencer el miedo que produce el amor que se siente de
verdad. Sus canciones siempre cuentan una experiencia relativa al amor que por
casualidad le sucede o le acaba de ocurrir a un individuo. Es como si él o ella al oír sus
canciones les naciera decirle a quien aman: “¡Por favor! fíjate en la letra, ella es todo lo
que siento por ti, ella dice mi destino a tu lado. ¡Te la dedico!”. Canciones que tatúan la
vida de amor.

En una de las mesas de La Meca se encuentran Jerónimo Martino y Rubiela. Están


viviendo desde hace un largo espacio de tiempo una tensión provocada por su noviazgo,
pues su manera habitual de comportarse se tornó un incomprensible obedecer a estar
juntos y no porque la relación les ordene algo provechoso y de buen temple para sus vidas,
sino porque les ordena sin más, sin la necesidad de la intervención directa de sus intereses
ni de su ánimo. Son novios porque la relación lo ordena y no hay otros motivos, son pareja
por costumbre, e, incluso, a causa de su convivencia austera y de no pensar en ellos
mismos para forjar su relación, los momentos insólitos y peligrosos que alguna vez los
enamoraron, hoy ya no son (dejaron de ser) apetecidos por ambos. ¿Por qué tanta
obediencia? ¿Cómo desaparece lo impensable y lo imprevisto en una relación? ¿En qué se
diferencia, en caso de que se diferencie, lo que sienten ellos ante su relación, de los
sentimientos de temor y amargura? Una relación en la que los amantes olvidaron por
completo lo pasional a costa de no cometer ningún desacierto. Confiaron más en lo
persuasivo de la moral que en la insensatez del amor. En vez de hallar la emoción de
arriesgar sus defensas, prefirieron ocultarse detrás de sus miedos que los obligó a vivir de
acuerdo con lo que decían los demás. Y como consecuencia ahogaron la opción de
aproximarse uno al otro para conocer mejor aquello demasiado vivo que alguna vez los
movió a estar juntos. Y sin embargo…
–Se lo suplico, ¡no me hable más! Escuchemos la música-; le decía Rubiela a su
acompañante mientras intentaba disfrutar de su cantante preferido. Además en ese
momento ella estaba escuchando la canción que más le traía recuerdos, con la que su
novio la conquistó años atrás: –“la número 12 es algo que no te puedes perder”. Era
completamente cierto para sus oídos: el Caballero de la salsa había empezado a cantar
aquella letra que impulsó a que la bata que cubría su cuerpo, en su apenas sexto día de
noviazgo con Jerónimo, resbalara… Y sin embargo había otra razón para pedirle que
hiciera silencio: estaba harta de escucharlo.

Jerónimo no comprendía los cambios que había sufrido su relación, ¿no los comprendía?
Tal vez no los aceptaba. –Está bien. Entre nosotros no pasó nada, eso fue un sueño que
nunca existió. No haré las cosas más difíciles. Yo también extinguiré este amor y acabaré
con lo único realmente hermoso que hay en mi vida-. –Pero ¿cuál amor? Para usted es tan
fácil ignorar y huir de nuestra realidad. Nosotros ya dimos por perdido esto desde hace
mucho, desde hace mucho tiempo se rompieron nuestras alas, se ultrajaron nuestras
esperanzas y se profanaron nuestros sueños. Todo es deslucido entre los dos…- Y Rubiela
no paraba de hablar. “Un trago, por favor”, Jerónimo le pedía a un mesero para detener
de alguna manera lo que ella sin dudar seguía diciendo. –No puedo evitar culparlo y
sentirme culpable por todo lo que nos pasa-; –¡pues recemos dos aves Marías y un padre
nuestro y nos seguimos queriendo!-. Rubiela no contuvo la sonrisa ante ese comentario,
además aquella canción aún se escuchaba y por ello de forma inmediata también pidió un
trago.

Jerónimo empezó a hablar fijando su mirada en la muchacha que tocaba el trombón de la


orquesta del Caballero: –La primera vez que escuchamos esta canción le dije que podría
quedarme sin nada en este mundo excepto sin sus besos, y lo dije porque quería vivir con
usted para siempre. Jamás me equivoqué pensando que podría pedirle su mano con el
transcurrir del tiempo; y aunque hace mucho no nos besamos y nunca le he pedido que nos
comprometamos, yo no he dejado de amarla, yo sigo soñando con la promesa de seguir
juntos. Hoy todo es confuso-. –¿Hoy?-. –Es verdad, no solo hoy. No solo hoy no soporto
pensar que jamás regresaremos a ser los mismos de antes-. –Estamos mucho más lejos de
como éramos antes, de lo que usted se imagina-. –No sé cómo decirle que siento…-.

En ese momento las personas empezaron a aplaudir al cantante y hacer gestos y


comentarios alusivos a su agrupación: “Tan solo un caballero sabe cómo se dan las cosas
en el amor”, ”¡me encanta (plural?) su elegancia y sutileza, y que sabor se manda la
orquesta de mujeres que lo acompañan esta noche!”. Rubiela, por querer hacer parte de
ese espectáculo salsero que se le ofrecía a la vista, dijo sin prever palabra alguna: –Sé que
ha (plural ? )sido mucho tiempo y dinero invertidos en nosotros, hemos dejado pasar
oportunidades de viajes y de conocer nuevas personas, y que ninguna decisión que
tomemos podría indemnizarnos ahora…-. Ligeramente ofendido, la interrumpió: –Yo no le
estoy pasando con mis palabras una cuenta de cobro, no guardo ningún remordimiento
con / por los esfuerzos que hemos hecho-.

–Lo sé, lo sé, siento haber dicho eso, me equivoqué. Yo también todo lo he hecho por
amor... ¡Maldita sea! No aguanto más esta hipocresía… Yo tampoco necesito un pago
porque todo lo he dado con (bajo, dentro) la ilusión de estar juntos, pero durante bastante
tiempo mis labios han estado secos para un beso más, y los suyos han de estar fríos.
Nuestra relación está muerta. La matamos. (–¡Pues paguemos con cárcel viviendo los dos
en la misma celda y listo, ya mismo llamo a mi abogado-, dijo con el mismo tono
característico de sus comentarios graciosos). Rubiela suspiraba ante ese comentario. –No
es chistoso. La causa de nuestro sufrimiento es estar juntos, arrastramos un dolor porque
ya no sentimos nervios al vernos, que digo nervios, aunque fuera (sea) ganas, o incluso
una pequeña estabilidad. Yo ya no me asomo cuando usted tarda al llegar y ya no siento
timidez de decirle nada. No es amor, no es valentía ni es paciencia lo que nos tiene unidos.
Es otra cosa, y es espantosa. No hablo de que usted me haya decepcionado. Hoy me invitó
a esta noche de ensueño acá en La Meca y lo valoro. Pero dígame si lo que le estoy
diciendo, por más prohibido que esté entre nosotros, no es precisamente lo que ambos
venidos sintiendo por mucho tiempo-.

Y Rubiela agarró las manos de su pareja y lo besó con vehemencia, pero su corazón latió
igual de lento.

–¿Se da cuenta de que por más tiempo que transcurrió sin besarnos no nos debíamos
ningún beso, no teníamos ningún beso para darnos? No se imagina hace cuánto quería
estar así con usted: besarlo y decirle que ya no lo amo. No quiero que se repita lo de antes,
arrepentirme de decirle no más y quedar vuelta nada aunque con usted a mi lado. Yo de
verdad no quiero continuar con esto. –¿Usted dejó de quererme?- –No se trata solo de eso-
–¿Y entonces de qué más se trata?- –No quiero que esta relación pase de esta noche. –No
la entiendo-.

A la par que Rubiela intentaba responder las preguntas de su novio, el Caballero de la


Salsa le compartía al público unas palabras sobre “el corazón roto”, “el miedo al
rechazo”, “la suerte en el amor”, “las personas inmensamente felices”, “y el gusto que le
produce sufrir por amor a los latinos… y que nadie entiende”. Las personas se quedaron
atónitas cuando dijo que lo esperaran un par de minutos para lo que sería la última
canción de la noche. La Meca prácticamente quedó en silencio, salvo por una de sus
mesas, que se perdían poco a poco el final de la presentación de la orquesta.

–Tal vez podemos aparentar ser una óptima pareja ante nuestra familia, o ante (en) las
redes sociales (nuestros amigos), incluso fingir (ante ) entre nosotros y actuar como si
fuéramos novios inmensamente felices, pero es imposible que pudiéramos gritar que nos
queremos a los cuatro vientos de nuestro propio corazón. –Así que los únicos problemas
de nuestra relación es el barlovento y el sotavento- –¡No más! (Y aquel comentario sobre
el viento en vez de recrear, aburrió el ánimo de ambos). Tal vez sí enfrente del mundo,
pero no en presencia de nosotros… perdón si no me sé expresar, nunca había tenido el
coraje de (para) hablar de algo que considero decisivo-.

Jerónimo dirigió su mirada a aquella puerta de madera que estaba por abrirse para darle
una bienvenida más y a la postre el definitivo aplauso al cantante que amenizó con su
música la noche del último hasta mañana dicho por la pareja sentada en la mesa número
treinta y cuatro.
–Es difícil escapar de la peste, pero es más difícil huir de la solemnidad cuando esta nos
forma un rostro de eterna inutilidad. (Así empezaba a hablar Jéronimo). Sé que debe
costar muchísimo decir la verdad acerca de ese beso que nos acabamos de dar. Usted
sería la mujer de mi vida y yo el hombre de la suya si ninguno de los dos hubiera sido
capaz de sacudir los sentimientos que llevábamos por dentro y los provocara a salir o a
saltar. Una relación sin vida es un dolor intolerable que sin embargo mora por años y
años en las parejas. Pero ahora que usted ha revelado este falso paraíso, ¿qué no tiene
marcha atrás: nuestra relación o nuestra separación? Yo realmente no sé si pueda vivir sin
usted-.

No había duda de que las palabras de Jerónimo fueron inspiradas por las manera en que
el Caballero iba de regreso al escenario: sus pasos eran lentos, sus pies encontraban el
suelo con acento rítmico, las manos las llevaba dentro de los bolsillos y su rostro ofrecía
un aspecto lleno de gozo. En ese entonces solo tres personas pronunciaron palabras en La
Meca: las palabras que no son dichas sino que dicen al hablante fueron expresadas en la
última canción de la noche; mientras que las que se dijeron, ¿palabras que se dijeron?, sí,
palabras con funciones y características específicas, fueron fruto de la conversación entre
Jerónimo y Rubiela. Unas eran poesía, las otras, sin saberlo, se tornarían más tarde (con
el tiempo) en filosofía - literatura.

–¿No es mediante la verdad que los bienes más grandes llegan a nosotros los humanos?
Tal vez el amor se encuentre al romper el yugo de la costumbre a la que nos hemos
aferrado. El problema de nuestro tiempo no es el amor, ¿sabes?, sino que no son hombres
fecundos quienes lo intentan sentir. Ellos no poseen “la locura” de creer que sí pueden
amar. (A partir de ese instante Rubiela hablaba a la vez que el Caballero de la salsa
cantaba). Si para tener fe en que sí es posible amar hay que pagar el precio de que un
fantasma nos envuelva y nos haga llorar de miedo; si para conseguir superar la venerada
superstición de la costumbre que se arraiga en las relaciones, hay que confrontar… lo
aterrador del previsible y atroz futuro, estoy dispuesta; dolerá menos pero será una idea
menos terrible que continuar.

Por mi parte yo quiero arriesgarme y dar todo de mí. Eso es todo lo que puedo hacer. Esa
es la batalla que puedo dar. Me reúso a vivir en contra de mi propia verdad. No es algo
que pueda descubrir diciéndolo, ahora mismo debo empezarlo a vivir para conocerlo. Si
algo aprendí de esta relación es que no hay hierba mala más dañina que despojarse de los
propios sentimientos y mantener una continencia prolongada de la propia vida a cambio
de una carga moral infundida por otros y siempre por otros-.

En este momento el cantante hacía una improvisación salsera, y aunque lo hizo de pronto,
la mayoría del público disfrutó esa parte más que de la propia letra y el propio ritmo de la
canción.

. –Pero ¿acaso qué daña? (dijo, Jerónimo abrumado) Si yo lo que he visto es que
someterse a esta moral favorece el hecho de estar juntos-. –¿Qué daña? (y miraba el
número 34 puesto en la mesa) El problema es hacerse a las supuestas ventajas de
mostramos iguales a los demás, porque nos forzarnos a ser quienes no deseamos. Evitar
que los demás nos enjuicien y volvernos complacientes con ellos es una herida que a la
larga no se puede regenerar. Se atrofian los órganos espirituales y, al fin y al cabo, los
corporales. Humillamos nuestro espíritu y experimentamos cómo el cuerpo se fatiga y
contraría demasiado con el más mínimo desprecio. ¿No ha visto, cuando más, que al
tomarnos de la mano no se despierta la voluntad de esperar algo el uno del otro? Damos
por hecho (de) que hay vida en nuestra relación por la cantidad de tiempo que ha durado,
pero no vemos ese dolor que llevamos y que no hace sino empeorar con cada aniversario-.

Las imágenes que pasaban por la mente de Jerónimo tenían la forma del dolor que Rubiela
decía que no veían.

–Si nos separamos ahora, nunca habremos conocido lo que podíamos lograr si seguíamos
juntos. ¿Recuerdas lo que nos decía tu mamá sobre “el ascender”?: arriba encontraremos
la grandeza que buscábamos mientras subíamos-. –¡Ay! (Dijo con dolor Rubiela, tal vez
con el mismo que había nombrado). Al término del camino, y por mucho que confundamos
durar con elevarse, no se encuentra algo superior. ¿Ves la hormiga que lleva en su
espalda esa matica?, al final de su paso por La Meca no encontrará una tierra prometida,
sino tal vez con perseverancia llegará a la carrera séptima, simplemente otra tierra por
donde andar. El devenir arrastra tras de sí todo lo que ha sido hasta ahora, y no niego que
hay momentos en que el resultado de persistir es algo grande, pero ese sentimentalismo no
puede ser otro motivo para seguir juntos tú y yo –¿Por qué?- –Porque es como echarse a
morir con el objetivo de alcanzar una grandeza anticipada (prometida), y si nos echamos a
morir, por la razón que sea, solo hallaremos una funeraria y un sepulturero. Ten en cuenta
que esa idea de mi mamá sobre ascender no tuvo en cuenta algo muy humano: “También
puede que al final uno se encuentre más abajo que al principio”... Así como nos sucedió a
nosotros-.

Rubiela desesperó. El motivo por que habían estado unidos era indiferente a lo que
querían, era inalcanzable y siempre más inalcanzable. ¿Por qué tan inalcanzable? Era
como si la relación no fuera de ellos, sino que les perteneciera a varios. El porqué de su
vínculo consistía en resignarse a estar cada vez más separados de sus predilecciones y más
próximos a lo común y habitual de una pareja. Rubiela desesperó porque interpretó que su
relación se aprobaba mas no se construía, y lo (se) hacía por medio de un empeño y una
entrega estériles.

–¿No merece el amor sacrificios?- Le interrogaba Jerónimo. Ella miraba el treinta y


cuatro y trataba de recordar alguna historia que se hubiera vivido en algún lugar que
tuviera ese número –Hay dificultades que fecundan los propósitos de amor, y por eso
mismo son necesarias, pero hay otras que son lánguidas y nada fructífero irrumpe de ellas.
Una relación de pareja no es más importante que la vida de cada uno. Cuando es al
contrario la melancolía invade nuestra alma. (Él la miraba atentamente jurándose a él
mismo no hacer un solo comentario más de esos que tiempo atrás ella los celebraba
riendo). No es lo que hagamos en la vida lo que más cuenta, sea corporal o espiritual, sea
natural o artificial, sea contraer matrimonio o estar sin pajera que no lo mismo que aún no
haberse casado. Lo que más cuenta es lo que hagamos de nosotros con esa vastedad y
sinfín de cosas que podemos hacer. No es decir por ahí y a cualesquiera oídos: “¡hey,
conseguí una relación!”, sino transformar esa relación en parte del material sustancial
con que labramos nuestra vida, en todo momento, y junto con los demás materiales.
Confundimos la relevancia de una relación con nuestra propia valía, y por adoptar ese
vicio de venerar tanto la relación, nos olvidamos de querernos a nosotros mismos-.

Esa misma noche Diana Elvira Sandoval pensaba en la verdadera motivación de (para)
viajar a Australia. A todos les había dicho que viajaría para aprender inglés, conocer
otras culturas, visitar a una de sus hermanas y probar otras manifestaciones de hacer
postres, lo cual era su pasión. Pero en realidad ninguna de estas la impulsaba a hacer ese
viaje. Su motivo veraz era una huida al mundo ofrecido como premio a ser mujer. Su viaje
a Australia era lo que el escritor favorito (de mar en mar) de su hermana menor llamaba:
la rebelión magnífica de la mujer.

El concierto terminó. Y el animador finalizaba en medio de los aplausos: –Aquí en La


Meca de la salsa cuando decimos El caballero, decimos ¡el caballero, papá!- Y
pronunciando altivamente su nombre, lo llamó “el sonero de la salsa”.

Jerónimo y Rubiela se habían ido minutos antes de que la timbalera de la orquesta dieran
fin al concierto sonando su instrumento con estupendo derroche de talento. “Una dama
hermosa”, había dicho en su mente Jerónimo desde la primera canción que se escuchó esa
noche. Pero antes de la partida de ambos…

–Quisiera aprender a querer a una persona pero no a la manera de quien, no pudiendo


parar una rueda, dice: quiero que siga rodando-. Jerónimo buscó con sus ojos la hormiga
que Rubiela había puesto como ejemplo, pero (ya) no la encontró; y en seguida dijo: –No
podemos ser responsables de todo lo que nos pasa ¿o sí?-. (Y con esta pregunta buscaba
que su novia se desconcertara y quedara sin la capacidad de seguir diciendo lo que sentía)
–Tal vez no, pero no por ello la irresponsabilidad de nuestra falta de coraje para ser
consecuentes deba(e) ser entendida como un consuelo válido. ¿Tendremos que aceptar que
la conclusión de la vida es que no somos responsables de ella? ¿Será este otro motivo para
seguir juntos?, ¿o no? (Y con esta pequeña interrogación pretendía hacerle saber a su
novio que su reflexión iba más allá de tener o no la razón, o de poder o no poder).

Rubiela continuaba: Cuando pienso en la responsabilidad de ser consecuentes no me


asusto ni me avergüenzo, y si me atormento por ello, lo hago de buena fe. No me abandono
a la creencia lesiva de que nada es posible porque en esencia no controlamos la vida.
¿Realmente nada es posible? Ese es el escalofrío que me transmite estar con usted. La
conciencia de nuestra relación me ha enfermado de melancolía. Así que en vez de
ayudarme a afrontar las dificultades que nos paralizan en el día a día, me hace perder
disposición para vivir mis días-. –Será un error terminar esta relación sin motivos de
infidelidad o de otras cosas así. Traicionas una relación que ha sido ejemplar incluso en
su moral-. –Tienes razón al decir que traiciono esta relación, porque aun cuando no
pertenecía a ella, me mantenía en (a) ella sin más, obedeciendo al vínculo de estar juntos.
Y no necesité de jugar con su honra para retirarme de donde no pertenezco, me parece
amoral porque de alguna forma todo lo que se hacía en esta relación tenía ese trasfondo
moralista; pero digo amoral, porque la expresión clara de la inmoralidad es descuidar de
mí misma tanto que perciba con mis propios ojos cómo se desvanecen mis convicciones
para siempre. Para mí lo realmente inmoral es no vivir la aventura de sentirme de verdad,
quiero decir, si lo ves como lo ven mis ojos que poseen los poros de mi espíritu.

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