Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Die friedfertige Frau? Theologische Perspektiven zum Thema Fragüen, Krieg und
Frieden, Evangelische Theologie, 47 (1987) 60-82
Introducción
Las tres tesis que son objeto del presente artículo son las siguientes: 1) La iglesia ha
apoyado la discriminación de sexos en los roles sociales; a la mujer se la limita al
campo de la naturaleza, del instinto y del afecto, mientras el hombre considera de su
incumbencia el poder, la razón y el "alto" servicio; 2) La mujer es cómplice de las
guerras al adaptarse u oponerse a esos límites impuestos, pero su marginación e
impotencia representan un potencial de paz; y 3) Sólo cuando hombre y mujer, razón y
sentimiento, "espíritu" y "cuerpo", lo privado y lo público, se unan equilibradamente, se
podrá pensar en la solución de conflictos, aun internacionales. Puede ayudar a ello el
descubrir algunas pistas de la Biblia.
Estudios americanos recientes demuestran que la mujer, desde su niñez, soluciona los
conflictos de modo distinto que los varones: actúa más atada a su entorno, valora más
las relaciones que las normas, su pensamiento es más concreto, vive más intensamente
el ritmo del tiempo y se interesa menos por el orden jerárquico y la planificación. Estos
rasgos tienen un aspecto positivo y a menudo se presentan como valores femeninos;
pero muchas mujeres se limitan excesivamente a ellos, ya que nuestra sociedad
identifica a la mujer con la naturaleza, el instinto y la obediencia, frente a cultura, razón
e igualdad. Es la falta de independencia tradicional de la mujer, que Mitscherlich
considera tan peligrosa, en lo que concierne a la guerra, como la agresión masculina. Si
KRISTIN HERZOG
La mujer no es "por naturaleza" más pacífica que el hombre, pero por razón del papel
que desempeña, lo parece al ejercer la agresión de otra manera. Como grupo, rara vez ha
intervenido en las declaraciones de guerra, vivido la "aventura" bélica o aprovechado la
guerra para lograr riqueza y prestigio: su "amor por la paz" es más a menudo simple
desinterés que pacifismo activo.
Antiguo Testamento
En otros textos es una heroína que actúa "varonilmente" como Jael (Jc 4, 21); víctima y
ocasión de guerra, como la concubina del levita de Efraín (Jc 19) u hostia ritual de un
alocado vencedor, como la hija de Jefté (Jc 11, 29ss). Con el asentamiento de Israel en
las ciudades , el hombre se adjudica cada vez más las riendas del poder. La odiosidad
hacia la mujer gana terreno, sobre todo en el período posterior al exilio. Pero Israel
desarrolló también un largo aprendizaje, en el que el "guerrero" Yahvéh (Ex 15,3; Is
42,13) se convirtió en el dios del reino de paz mesiánico (Is 11, 6-9; Mi 4,3-4; Za 9,9ss).
El humilde siervo de Yahvéh de Isaías 53, que sufre por su pueblo, contrasta rudamente
con los antiguos héroes. Con las visiones escatológicas se abre para Israel no sólo la
perspectiva de la paz entre todos los pueblos, sino también la de igualdad de sexos,
generaciones y clases. Según Joel 3,1 el espíritu se derramará sobre hijos e hijas, viejos
y jóvenes, esclavos y esclavas.
Nuevo Testamento
Lo importante en este contexto es que el "servicio" al que Jesús exhorta a sus discípulos,
alcanza del mismo modo a hombres y mujeres. Jesús no mandó a ninguna esclava o
KRISTIN HERZOG
amiga que lavara los pies de los apóstoles. Lo hizo él mismo. Contra la costumbre de su
tiempo, aceptó a las mujeres en el estrecho círculo de sus íntimos, sin evitar el contacto
con mujeres de mala fama, impuras o paganas. Sólo ignorando este respeto de Jesús por
la mujeres, se pudo ir formando el mito de la mujer inferior a la que hay que proteger y
por quien se debía entablar batalla.
Esta evolución, fortalecida por la doctrina de "los dos reinos", ha ejercido su influjo
hasta la teología moderna y va ligada a la creencia de que las guerras son tan inevitables
como los fenómenos naturales, o necesarias para subordinar a los grupos étnicos
"inferiores".
Desde los primeros siglos cristianos hasta la edad media, la progresiva discriminación
de sexos en la organización eclesiástica, va unida a un cambio en la imagen de Cristo.
En el primer arte cristiano, constatable desde los años 220, Jesús aparece obrando
milagros, repartiendo el pan y los peces, o como buen pastor, vid u Orfeo devolviendo
la vida. Pero este concepto vivificador se convierte, en la iconografía posconstantiniana,
en símbolo de culto al prototipo del mártir y cede su puesto al Cristo "imperial"
vencedor del dragón, la serpiente o el león -fuerzas demoníacas en sentido patriarcal,
mas en realidad símbolos femeninos de la vida, la salud y la renovación de la
naturaleza- y con el pie sobre la nuca del vencido, cuyo señorío justificaría las guerras
de conquista.
Y puesto que el gran sacrificio lo había sufrido un salvador varón, se reservó también a
sacerdotes varones, el sacrificio de la misa. Aun la ofrenda de la vida de los soldados se
KRISTIN HERZOG
comparó con el sacrificio de Cristo: "Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por
sus amigos" (Jn 15, 13). Que este sacrificio estaba reservado a los hombres, bien lo tuvo
que experimentar Sta. Juana de Arco. Para la mujer, "servir" no podía significar ni el
servicio litúrgico ni el militar; y excepto en las órdenes monacales o en los estratos
inferiores de la sociedad, el "servicio" masculino rara vez tenía que ver con el cuidado
del cuerpo. En una palabra: el hombre moría por los demás, la mujer vivía para los
demás. Para ambos el mayor valor estaba puesto en la vida "después" de la muerte.
Tanto en la escisión de la imagen femenina entre un ser inferior y divino a la vez, como
en la de la figura de Cristo en señor y víctima, se dio por tanto un falso concepto de
servicio. ¿Qué efecto ejerce ese doble proceso en otro tipo de servicio, el servicio
militar?
Antes del s.IV, los cristianos que militaban en las filas del ejército romano eran pocos
en número. Aun con causa justificada, Tertuliano y Orígenes sólo permitían matar a los
no cristianos. Eusebio aclaró en cambio que solamente el clero debía ser excluido del
servicio militar, mientras los laicos podían cumplir con sus obligaciones civiles. Sobre
esta base, Ambrosio y Agustín aplicarían la doctrina clásica de la guerra justa al
cristianismo. El amor al enemigo quedaba limitado a la actitud interior y a las relaciones
personales. Mujeres y eclesiásticos podían mantenerse al marge n del negocio de la
guerra, considerado a la vez como algo dudoso y como un privilegio. Con los
menestrales y campesinos formaban la retaguardia del ejército. Así, la iglesia, con la
doctrina de la guerra justa, mientras utilizaba al clero y las mujeres para mostrar lo
KRISTIN HERZOG
irreconciliable de la guerra con el amor al prójimo, dejaba las manos libres a los
militares. De este modo, el "supremo servicio" de Cristo y el prójimo fue dejando de ser
la vocación espiritual para irse convirtiendo en el "morir por una causa justa", p.ej. en
una cruzada, en la que el enemigo no tenía ninguna clase de derechos.
La Reforma
Pero la Reforma no disminuyó las guerras, sino que les brindó nuevos motivos, al
otorgar status dogmático al principio de la guerra "justa". Para el destino de los débiles
y mujeres, carecía de importancia el que una guerra se llevara acabo por motivos
religiosos. La actitud de las mujeres del siglo XVII, la plastifica vivamente la obra de
Brecht "Madre Coraje y sus hijos". La mujer no era tan sólo la víctima, sino tambié n
cómplice.
Cuando a partir del siglo XVIII se formaron ejércitos estables, la presencia de mujeres
entre las tropas se fue limitando a la de las prostitutas. Sólo desde Florence Nightingale
(1820-1910) volvieron a preocuparse por el cuidado de los enfermos y desde entonces
vuelven a desempeñar todas las tareas propias de la mujer en el ejército medieval; los
papeles no han cambiado.
Gertrud Báumer, presidenta de las asociaciones femeninas alemanas desde 1910, veía la
muerte militar inserta en la cadena sin fin de las luchas humanas: "El soldado,
sintiéndose un escogido entre millones, a quien se ha otorgado dar aun a su muerte la
nobleza de un objetivo, ha encontrado siempre dulce y noble el morir por su patria. Y
esto las mujeres son capaces de sentirlo en lo más hondo de su alma. Se trata de una
vivencia materna fundamental, el que se han de sacrificar la vida y la fuerza para que
pueda florecer más hermosamente una nueva vida". Hallamos una vez más el conocido
esquema: el varón ofrenda su vida y la mujer se sacrifica diariamente. Cuando en 1914
el delirio del orgullo nacional invadió todos los estratos de la población alemana, en las
proclamas de la Ayuda Evangélica a la Mujer se repitió una y otra vez la idea del
sacrificio: "También nuestras asociaciones de Ayuda a la Mujer en Westfalia con sus
66.000 miemb ros, quieren aportar su ofrenda sobre el altar de la patria". Y Anna
Schellenberg urgía en 1916 a la mujer evangélica: "Tú tienes que sacrificarte a ti misma,
como el varón sacrifica su vida".
No podemos olvidar que el macabro reparto del trabajo entre el sacrificio masculino de
la muerte y el femenino de la vida, refleja una exégesis e historia de la iglesia de índole
patriarcal, que depende a su vez de esquemas filosóficos muy arraigados.
Los filósofos
sexualidad- que habla de arrancar a la naturaleza los secretos de sus entrañas, es tan sólo
"un" ejemplo del proceso hacia la imagen mecanizada del mundo.
La ciencia actual
Las alternativas a una ciencia mecanicista todavía no se han impuesto hasta el punto de
poder influir en la programación de la guerra; ni la teología ni la iglesia pueden
considerarse inocentes de la rígida visión del mundo, según la cual el hombre domina la
naturaleza corpórea de manera "machista", en lugar de verse formando parte de ella.
Tampoco la mujeres inocente, aunque al adaptarse al cuadro de roles de la sociedad y de
la iglesia, limitándose con frecuencia al campo de la beneficencia, se considerara libre
de complicidad en las perversiones científicas y militares, que sin embargo posibilitaba
al restringirse al ámbito personal. Con esto tocamos ya las perspectivas psicológicas de
este proceso filosófico.
La psicólo ga americana Nancy Chorodow ha intentado aclarar por qué los niños piensan
de modo distinto que las niñas: siendo la madre la primera persona con quien se
relaciona el bebé, la niñita siente al crecer la continuidad con su madre; mientras el niño
descubre que es distinto de ella y desarrolla tendencias más vivas de independencia.
Esta diferencia sólo se da cuando el ambiente social valora esta peculiaridad del varón,
considerando su individualización como la suma madurez humana y la dependencia
como inmadurez "femenina"; lo cual es incompatible con la "reciprocidad", rasgo
esencial del nuevo testamento. En un grado extremo, el pensamiento individualista es
nuclear, atomista, aislante y pobre de relaciones. Donde se toma en serio lo físico, como
en el estado nacional-socialista, lo que se ensalza es la fuerza generativa dominante del
hombre y la fecundidad de la mujer, que asegura las reservas indispensables al estado
regido por los hombres.
KRISTIN HERZOG
Dado que un pensamiento egocéntrico trata el entorno como un objeto, en casi todas las
guerras se llega a consecuencias tan "normales" como la violación masiva de las
mujeres de los enemigos. Tal perversión se intensifica aún más cuando éstos son de otra
clase o grupo étnico, ya que en estos grupos, la humillación de la mujer constituye la
mayor deshonra del enemigo y expresa la "superioridad" racial o cultural del vencedor.
En una guerra moderna, los combatientes no siempre viven todo su horror y se valora
más el cálculo frío o la serenidad ante lo inevitable que el ardor varonil. Y frente a la
perversión varonil- militar se da también un "pacifismo neurótico", que puede revestirse
de secular o de cristiano, y estriba en la falsa negación de los impulsos agresivos y el
acento masoquista del resignado sacrificio de sí mismo o del poder. En este contexto la
teología puede aprender que la actitud que ha esperado de las mujeres un siglo tras otro
pasividad en lugar de agresión, evitar los conflictos en lugar de solucionarlos, ofrecerse
a sí mismas en sacrificio en vez de comprometerse por la justicia, es una tentación tanto
para la iglesia como para su movimiento por la paz.
6) En la RFA se puede obligar a las mujeres, en caso de guerra, a que presten servicio
como enfermeras.
7) Juguetes y tebeos imitan las armas tecnológicas o héroes como "Rambo", enseñando
de este modo a encontrar gusto en el matar.
8) Desde 1945 las guerras tienen lugar casi exclusivamente en el "tercer mundo" y las
mujeres de esas regiones, p. ej. de las islas Bikini, sufren desde los experimentos
atómicos, dolores genéticos y abortos en gran número u otras consecuencias de la
militarización de las superpotencias. "Hoy en día las guerras son más mortíferas para la
población civil que para los soldados".
Basten estos hechos para dejar en claro que la incorporación militar de la mujer no
ayuda a su liberación y que no se la debería fomentar por motivos cristianos.
3. Hay que integrar ambos sexos sin que se concentre en ninguno de ellos ni el control
intelectual ni la emotividad acrítica. La vitalidad de cada sexo se halla precisamente en
que incluye en sí aspectos del otro. En palabras de Virginia Woolf: "Es posible que una
inteligencia meramente masculina o meramente femenina carezcan en absoluto de
creatividad". Cuando nuestra civilización tiembla ante la posibilidad de aniquilarse a sí
misma en una guerra definitiva, hemos de reconocer que la discriminación de sexos ha
contribuido a este proceso. No puede haber paz donde un grupo declara que es "por
naturaleza" superior al otro y que por consiguiente éste debe prestar unos servicios
determinados, para los que está especialmente dotado. Este tipo de proyección no se da
sólo entre los sexos, sino también entre los pueblos; por esta razón las guerras de las
superpotencias se desarrollan hoy preferentemente en el "tercer mundo". Y como la
dependencia aguza el sentido de justicia, siempre que se rompe el esquema de dominio
y subordinación, el potencial de reintegración se halla en primera línea entre los grupos
inferiores.
KRISTIN HERZOG
Retos de la Biblia
¿Qué caminos señala la biblia para superar esa discriminación? Jesús nos habló de un
Padre "maternal", usando la expresión Abba. Criticó la ambición de rango y honor de
sus discípulos (Mt 20,25ss), alabó como profética la actitud escandalosa de una mujer
sin nombre (Me 14,9), enseñó que servir no equivale a servilismo, exhortó al amor del
enemigo y no se comparó con los reyes sino con un niño (Me 9,37) o una clueca (Mt
23,37).
La iglesia patriarcal se ha privado pues de una pieza del verdadero Cristo, al esperar que
las mujeres realicen estas normas de conducta de Jesús en diverso grado, cultivando en
sí misma la imagen anacrónica de un Yahvéh celoso y belicoso. La teología debe volver
a descubrir los rasgos femeninos de Dios, junto con el pacifismo humano, que Jesús
exigía también a los varones, y la igual dignidad de las mujeres, que él les reconocía en
su trato diario con ellas.
La iglesia occidental se fijó demasiado unilateralmente en la muerte en la cruz de Jesús,
asociándola a la muerte en el campo de batalla. Hoy podemos volver a ver en ella el
signo de su entrega diaria; de su sensibilidad por las mieses, la semilla o la levadura, el
gorrión, los lirios del campo, el ahorro de una viuda; de su trato con los hombres,
curándolos o alimentándolos. Jesús no murió ni por valores ni por la patria. Podía haber
dicho; "mi patria es todo el mundo". pero no era un cosmopolita sin raíces ni un egoísta
que pregunta: ¿quién es mi prójimo? Su pensamiento no era abstracto sino "gráfico",
viendo a Dios en el prójimo, de modo especial en el más despreciado u hostil (Mt 5,46).
La mujer no debe por tanto seguir contribuyendo con su sumisión y "llevando su cruz",
a la muerte heroica por la patria o a la guerra inevitable para salvaguarda de valores
abstractos. Ha de tomar la paz como asunto propio, convencida de que lo privado es lo
político y viceversa. Hay cosas por las que realmente vale la pena morir, mas esto no
significa que valga la pena matar por ellas, conforme a Jn 11,50: "es mejor que muera
uno solo por el pueblo y que no perezca toda la nación".
Una teología de la paz requiere nuevas imágenes y metáforas: la Sabiduría de la biblia
hebraica, que integra el sentido común, la razón y la justicia divina, en oposición al
control lógico de la nueva tecnología; la cruz no como palo de suplicio sino como árbol
de la vida, en el que se manifiesta la sabiduría divina (pr 3,18) y que es asimismo la
imagen del cielo nuevo y de la nueva tierra (Ap 22,14); reconciliación, como abrazo
entre hombres enemistados, a quienes Dios otorga su perdón.
En la tradición de la biblia y de la iglesia no encontramos solamente las raíces de un
mito patriarcal de la guerra, sino ante todo las consoladoras imágenes de la paz:
"espadas en arados", "no mediante las armas y la fuerza, sino por mi espíritu"; "los
mansos heredarán la tierra". Cuando la razón tecnológica llega hasta el extremo de
planear millones de muertes, necesitamos la "sofía", la razón sencilla e intuitiva, que
representa el lado femenino de Dios y que en modo alguno es una sabiduría privada,
doméstica ni "religiosa": "en la cumbre de las colinas que hay sobre el camino, en los
cruces de sendas se detiene; junto a las puertas, a la salida de la ciudad, a la entrada de
los portales, da sus voces" (Pr 8,2s).
Jesús predicó esta sabiduría y fue crucificado, porque también la vivía.