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KRISTIN HERZOG

LA MUJER, LA GUERRA Y LA PAZ


¿Es la mujer, por naturaleza o por razones sociales, más pacífica que el hombre?
Libros como "La mujer pacífica" de Margarete Mitscherlich, o "Las mujeres avanzan
sin armas" de Herrad Schenk, proponen a la teología preguntas que no se pueden
tomar a la ligera. ¿Hasta qué punto resulta pacífica la mujer a la luz de las tradiciones
bíblicas, histórico-eclesiásticas, filosóficas? ¿Qué problemas se plantea la teología
respecto a la relación entre la mujer y la paz?

Die friedfertige Frau? Theologische Perspektiven zum Thema Fragüen, Krieg und
Frieden, Evangelische Theologie, 47 (1987) 60-82

Introducción

Las tres tesis que son objeto del presente artículo son las siguientes: 1) La iglesia ha
apoyado la discriminación de sexos en los roles sociales; a la mujer se la limita al
campo de la naturaleza, del instinto y del afecto, mientras el hombre considera de su
incumbencia el poder, la razón y el "alto" servicio; 2) La mujer es cómplice de las
guerras al adaptarse u oponerse a esos límites impuestos, pero su marginación e
impotencia representan un potencial de paz; y 3) Sólo cuando hombre y mujer, razón y
sentimiento, "espíritu" y "cuerpo", lo privado y lo público, se unan equilibradamente, se
podrá pensar en la solución de conflictos, aun internacionales. Puede ayudar a ello el
descubrir algunas pistas de la Biblia.

Pero antes de llegar a poderlas afirmar es necesario recorrer un largo camino. Y lo


primero que se debe preguntar es si la mujer es pacífica por naturaleza.

La mujer no es "pacífica" por naturaleza

M. Mitscherlich cree que no responde a la verdad contraponer a la imagen del hombre


agresivo, la de la mujer pacífica: "Nuestros conocimientos, aun los del psicoanálisis, nos
muestran que, desde el nacimiento, se dan en ambos sexos potenciales agresivos que
pueden despertar en cualquier momento y de los que echamos mano para estimular la
actividad y personalidad del niño. La diferencia entre los sexos consiste tan sólo en la
elaboración y modo de manifestarse de los impulsos agresivos, lo que por otra parte es
de capital importancia".

Estudios americanos recientes demuestran que la mujer, desde su niñez, soluciona los
conflictos de modo distinto que los varones: actúa más atada a su entorno, valora más
las relaciones que las normas, su pensamiento es más concreto, vive más intensamente
el ritmo del tiempo y se interesa menos por el orden jerárquico y la planificación. Estos
rasgos tienen un aspecto positivo y a menudo se presentan como valores femeninos;
pero muchas mujeres se limitan excesivamente a ellos, ya que nuestra sociedad
identifica a la mujer con la naturaleza, el instinto y la obediencia, frente a cultura, razón
e igualdad. Es la falta de independencia tradicional de la mujer, que Mitscherlich
considera tan peligrosa, en lo que concierne a la guerra, como la agresión masculina. Si
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la mujer renuncia a la ambición de poder y halla su satisfacción en la adaptación y la


sumisión, fomenta la agresión masculina.

"Bajo el punto de vista psicológico el peligro de la guerra se ha relacionado siempre con


la distribución de los hombres en buenos y malos, endosando la porción de agresividad
propia a los "enemigos". Yo, mi pueblo, mis aliados, somos buenos; los comunistas, los
judíos, son malos [...]. Y esto no cambiará mientras el gusto por impartir órdenes vaya
unido al de obedecerlas, ganarse a los jefes y gozar del orden impuesto. Las guerras no
son sólo cosa de hombres. Sin la ayuda de cantineras, lavanderas, cocineras, prostitutas,
enfermeras, espías, madres y esposas dispuestas a sacrificarse, dar ánimos y consolar,
nunca ha sido posible una guerra. Recientemente juega también un papel inestimable la
legión de fuerzas femeninas, secretarias, periodistas, fabricantes de municiones y
colaboradoras del ejército. Además, la mujer interviene en todas las guerras bajo el
punto de vista psicológico, ya sea como motivo determinante (Helena, causa de la
guerra de Troya; Brunilda, ruina de Borgoña), ya como razón de ser (hay que proteger a
las mujeres y niños). Esto suscita a su vez sentimientos de culpa o de heroísmo: "si los
hombres se juegan la vida por nosotras, nosotras debemos por lo menos aportar nuestra
parte en la lucha". Este círculo ha de ser reexaminado e interrumpido: "Los hombres
deben aprender que con su agresión y proyección a chivos expiatorios, mantienen en
vigor un círculo ininterrumpido desde hace siglos y cada vez más destructor, que
amenaza con llevarnos a la destrucción total. Y las mujeres, que al echar sobre sí la
culpa de las agresiones, con la manipulación resultante de su complejo de culpabilidad,
se perjudican a sí mismas y contribuyen a sostener ese diabólico círculo masculino de
agresión e idealización".

La mujer no es "por naturaleza" más pacífica que el hombre, pero por razón del papel
que desempeña, lo parece al ejercer la agresión de otra manera. Como grupo, rara vez ha
intervenido en las declaraciones de guerra, vivido la "aventura" bélica o aprovechado la
guerra para lograr riqueza y prestigio: su "amor por la paz" es más a menudo simple
desinterés que pacifismo activo.

Potencial "pacífico" de la mujer

Lo importante no es considerar el papel de la mujer, sino utilizarlo. ¿Encierra su


impotencia respecto a las guerras y su planificación, un potencial pacificador capaz de
ser explotado positivamente? Schenk argume nta que a pesar de que la tesis de su
pacifismo innato sea insostenible, hay cierta afinidad entre su lucha contra el
patriarcado y el pacifismo, entendido como "lucha sin violencia" o "compromiso de no
usar la violencia para obtener objetivos políticos o acercarse a la utopía de una sociedad
más justa y más humana". Esto puede incluir "oposición civil", "defensa social", no
cooperar con una . fuerza de ocupación y boicot de elecciones o reformas aparentes. Y
opina que la no violencia es la estrategia adecuada ante las polémicas actuales de
nuestra sociedad. El mayor distanciamiento que aún se da entre la mujer y la
organización militar, permite una actitud crítica frente a la guerra y un mayor campo de
acción para las estrategias de la no violencia y de la construcción social.

La discriminación se remonta a la prehistoria, pero con la industrialización se ha


acentuado, de modo que el varón domina en el mundo frío de la técnica, mientras la
mujer es idealizada como salvaguarda de los valores morales, pero excluida de la
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política. Resultado de este proceso es la ficticia racionalidad de los estrategas y la


supuesta irracionalidad de los intentos femeninos de desarme. Hoy no se glorifica la
guerra, pero se la tiene por inevitable, pese a lo irrisorio que resulta su razón tradicional
(defensa de mujeres, niños y valores), al lado de su poder aniquilador. Gracias a su
marginación social, la mujer es la única capaz de acabar con la fatal escisión entre
ciencia y esfera de valores, abstracción alejada del cuerpo y concreción cercana a la
tierra. Tenemos razones lógicas y teológicas para ello.

El sexo y las guerras en la Biblia

Antiguo Testamento

En el Génesis (1,26s) la fecundidad y administración de la creación no se atribuyen a un


sexo específico. Eva no es una "ayudante", sino una fuerza vital tan necesaria, que la
misma palabra ezer (Gn 2,18) se aplica en otros textos a Yahvéh. El primer acto
liberador de la historia de Israel, es la oposición sin violencia de dos comadronas
egipcias al terror del faraón (Ex 1,15ss). Entre los héroes del primer período, figuras
como María (Ex 15,21) o Débora (Jc 5, 1-31) cantan, en sus himnos triunfales, la fe de
Israel. En estos textos late una tradición femenina, encubierta bajo una exégesis
masculinizante. El himno de Débora puede ser un documento, que inicialmente no
tuviera nada que ver con la guerra, "en el que hazañas de mujeres eran cantadas
asimismo por mujeres". Todo esto no puede ocultar la mentalidad patriarcal de la biblia
hebrea y la violenta opresión de cultos matriarcales tal vez más pacíficos; pero aquí la
mujer, aunque no supera el esquema amigo-enemigo ni disimula su ardor bélico, es
igual a los hombres y en el caso de Débora hasta superior.

En otros textos es una heroína que actúa "varonilmente" como Jael (Jc 4, 21); víctima y
ocasión de guerra, como la concubina del levita de Efraín (Jc 19) u hostia ritual de un
alocado vencedor, como la hija de Jefté (Jc 11, 29ss). Con el asentamiento de Israel en
las ciudades , el hombre se adjudica cada vez más las riendas del poder. La odiosidad
hacia la mujer gana terreno, sobre todo en el período posterior al exilio. Pero Israel
desarrolló también un largo aprendizaje, en el que el "guerrero" Yahvéh (Ex 15,3; Is
42,13) se convirtió en el dios del reino de paz mesiánico (Is 11, 6-9; Mi 4,3-4; Za 9,9ss).
El humilde siervo de Yahvéh de Isaías 53, que sufre por su pueblo, contrasta rudamente
con los antiguos héroes. Con las visiones escatológicas se abre para Israel no sólo la
perspectiva de la paz entre todos los pueblos, sino también la de igualdad de sexos,
generaciones y clases. Según Joel 3,1 el espíritu se derramará sobre hijos e hijas, viejos
y jóvenes, esclavos y esclavas.

Nuevo Testamento

En el NT ni la fuerza física ni la victoria sobre otros pueblos, son ya expresión de la


bendición divina. La visión de Isaías (30,15) "en el sosiego y prosperidad estará vuestra
fuerza" deviene el fundamento del mensaje de Jesús: los jefes de las naciones usarán de
la fuerza, "pero no ha de ser así entre vosotros" (Mc 10, 42).

Lo importante en este contexto es que el "servicio" al que Jesús exhorta a sus discípulos,
alcanza del mismo modo a hombres y mujeres. Jesús no mandó a ninguna esclava o
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amiga que lavara los pies de los apóstoles. Lo hizo él mismo. Contra la costumbre de su
tiempo, aceptó a las mujeres en el estrecho círculo de sus íntimos, sin evitar el contacto
con mujeres de mala fama, impuras o paganas. Sólo ignorando este respeto de Jesús por
la mujeres, se pudo ir formando el mito de la mujer inferior a la que hay que proteger y
por quien se debía entablar batalla.

En Pablo la mujer ocupa ya una posición ambigua. Mientras Ga 3,28 radicaliza la


profecía de Joel (plena igualdad de derechos de los gentiles y del hombre y la mujer),
otros textos dan pie a una ulterior interpretación antifeminista. Con todo, el falso
concepto de servicio, distinto en el hombre y en la mujer, proviene más bien de la
exégesis masculinizante, que proyecta las relaciones patriarcales al NT Ni aun los
"deberes familiares" (Col 3,18ss; Ef5,21ss; 1 P 2,11) son tan patriarcales como su
interpretación posterior. Lo que para Pablo todavía estaba condicionado históricamente,
se basa luego ontológicamente en la naturaleza.

Esta evolución, fortalecida por la doctrina de "los dos reinos", ha ejercido su influjo
hasta la teología moderna y va ligada a la creencia de que las guerras son tan inevitables
como los fenómenos naturales, o necesarias para subordinar a los grupos étnicos
"inferiores".

Creciente diferenciación de sexos en la historia de la Iglesia

Cambio de la imagen de Cristo

Desde los primeros siglos cristianos hasta la edad media, la progresiva discriminación
de sexos en la organización eclesiástica, va unida a un cambio en la imagen de Cristo.
En el primer arte cristiano, constatable desde los años 220, Jesús aparece obrando
milagros, repartiendo el pan y los peces, o como buen pastor, vid u Orfeo devolviendo
la vida. Pero este concepto vivificador se convierte, en la iconografía posconstantiniana,
en símbolo de culto al prototipo del mártir y cede su puesto al Cristo "imperial"
vencedor del dragón, la serpiente o el león -fuerzas demoníacas en sentido patriarcal,
mas en realidad símbolos femeninos de la vida, la salud y la renovación de la
naturaleza- y con el pie sobre la nuca del vencido, cuyo señorío justificaría las guerras
de conquista.

La iglesia primitiva, a diferencia de la medieval, estaba menos centrada en el culto del


Señor o de Cristo moribundo que en sus manifestaciones como protector o dador de
vida" , que tradicionalmente tenemos más bien por "femeninas". Algunos Padres de la
iglesia tampoco ponen la "muerte" de Cristo en el centro de su teología. Ireneo relaciona
la Cruz con el árbol de la vida y con la Sabiduría, que puso los cimientos de la tierra.
Con Hipólito, Clemente u Orígenes, asocia el sacrificio de Cristo con la encarnación y
no sólo con su muerte. Cuando en los siglos V y VI la crucifixión se representa
independiente, Jesús aparece joven y robusto o sufriendo "con" los dos criminales,
vulnerable a la vez que bendiciendo. Mas en el medievo, la cruz iría dejando de ser
símbolo paulino de la unidad de la vida, muerte y resurrección de Cristo, para devenir,
con su cuerpo martirizado, símbolo cultual del dolor.

Y puesto que el gran sacrificio lo había sufrido un salvador varón, se reservó también a
sacerdotes varones, el sacrificio de la misa. Aun la ofrenda de la vida de los soldados se
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comparó con el sacrificio de Cristo: "Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por
sus amigos" (Jn 15, 13). Que este sacrificio estaba reservado a los hombres, bien lo tuvo
que experimentar Sta. Juana de Arco. Para la mujer, "servir" no podía significar ni el
servicio litúrgico ni el militar; y excepto en las órdenes monacales o en los estratos
inferiores de la sociedad, el "servicio" masculino rara vez tenía que ver con el cuidado
del cuerpo. En una palabra: el hombre moría por los demás, la mujer vivía para los
demás. Para ambos el mayor valor estaba puesto en la vida "después" de la muerte.

Cambio de la imagen de la mujer

Paralelamente al cambio de la imagen de Cristo, cambia también la de la mujer. Se


limita su actividad, mientras el culto a María contribuye a su idealización. Si en las
cartas paulinas su papel era ambiguo, sabemos sin embargo que hubo mujeres apóstoles
que ocuparon puestos directivos en la comunidad. Fuentes extrabíblicas mencionan
tensiones entre apóstoles varones y femeninos, pero sólo con la institucionalización de
la iglesia y la presión de las costumbres romanas, el principio del pater familias condujo
a la clara preeminencia de los varones, apoyada por una exégesis hostil a las mujeres.
En las comunidades se consolidó el estado jurídico del obispo como representante
directo de Dios, mientras se prohibía a las mujeres enseñar o presidir a la comunidad (1
Tm 2, 12a). Las condiciones para la elección del obispo se referían tan sólo al estado y
carácter del candidato; mientras una viuda debía haber "lavado los pies a los santos",
educado a sus hijos, ayudado a los atribulados y tener "el testimonio de sus buenas
obras". Las viudas jóvenes eran sospechosas de vicios, pereza y charlatanería (1 Tm
5,9-12). Algunos padres de la iglesia acentuaron la discriminación de sexos. Tertuliano
trataba a las mujeres de "puerta del diablo" o "raíz del pecado" y S. Jerónimo les
achacaba el origen de la herejía. A partir de ahí, no puede maravillarnos que desde los
comienzos de la iglesia, el servicio al prójimo tuviera un carácter distinto en ambos
sexos, a pesar de la devoción a María: "El dominio activo sobre la mujer más bien se
facilita, al asegurarse su irresistible exigencia de dulce entrega, bajo el ensueño de la
visión narcisista del ángel feminoide o de la divinal María".

Cambio en la imagen del servicio

Tanto en la escisión de la imagen femenina entre un ser inferior y divino a la vez, como
en la de la figura de Cristo en señor y víctima, se dio por tanto un falso concepto de
servicio. ¿Qué efecto ejerce ese doble proceso en otro tipo de servicio, el servicio
militar?

Antes del s.IV, los cristianos que militaban en las filas del ejército romano eran pocos
en número. Aun con causa justificada, Tertuliano y Orígenes sólo permitían matar a los
no cristianos. Eusebio aclaró en cambio que solamente el clero debía ser excluido del
servicio militar, mientras los laicos podían cumplir con sus obligaciones civiles. Sobre
esta base, Ambrosio y Agustín aplicarían la doctrina clásica de la guerra justa al
cristianismo. El amor al enemigo quedaba limitado a la actitud interior y a las relaciones
personales. Mujeres y eclesiásticos podían mantenerse al marge n del negocio de la
guerra, considerado a la vez como algo dudoso y como un privilegio. Con los
menestrales y campesinos formaban la retaguardia del ejército. Así, la iglesia, con la
doctrina de la guerra justa, mientras utilizaba al clero y las mujeres para mostrar lo
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irreconciliable de la guerra con el amor al prójimo, dejaba las manos libres a los
militares. De este modo, el "supremo servicio" de Cristo y el prójimo fue dejando de ser
la vocación espiritual para irse convirtiendo en el "morir por una causa justa", p.ej. en
una cruzada, en la que el enemigo no tenía ninguna clase de derechos.

Cuando en tiempos de Maquiavelo, se confundió el concepto de la guerra con el interés


nacional, todavía se tomaron medidas preventivas contra su abuso. Toda guerra
presuntamente justa otorgaba a los príncipes, militares y eclesiásticos, el monopolio de
la fuerza. Una vez más las mujeres quedaban al lado de los débiles: en el séquito de las
tropas hacían posible la guerra como lavanderas, cocineras y prostitutas, despreciadas
por la sociedad. El resultado siguió siendo la escisión de los roles sociales por el sexo,
tanto en el ambiente cristiano como en el mundano: "alto" servicio del eclesiástico o del
soldado que expone su vida, "bajo" servicio del cuidado corporal, el de la mujer. El
carácter cada vez más abstracto del alto servicio, halló su singular expresión en la
teología escolástica. La cruz como satisfacción divina se redujo fácilmente a la función
simbólica de la muerte de Cristo, en lugar de expresar la entrega de toda su vida.
Simultáneamente, esta abstracción se podía aplicar al mundo militar: Dios exige el
máximo sacrificio de la vida. En todo caso, se olvidaba que la muerte de Cristo era un
sacrificio definitivo y que "la orden de repetición cultual" encubre precisamente el
escándalo de la muerte de Cristo.

La Reforma

La Reforma no aportó ningún cambio esencial a la situación femenina o al concepto del


sacrificio de la vida en la guerra justa. El enfoque teológico de Lutero sensibiliza, sin
embargo, contra el ansia viril de mayor rendimiento y poder, propio de la cultura
occidental. Su confesión de que el hombre receptor (concepto "femenino") es "justo"
ante Dios implica una crítica del ideal humano de la Ilustración. Además, Lutero no
sitúa "el ecce homo" en el centro de su teología, sino que ve en la crucifixión, la acción
salvadora de Dios.

Pero la Reforma no disminuyó las guerras, sino que les brindó nuevos motivos, al
otorgar status dogmático al principio de la guerra "justa". Para el destino de los débiles
y mujeres, carecía de importancia el que una guerra se llevara acabo por motivos
religiosos. La actitud de las mujeres del siglo XVII, la plastifica vivamente la obra de
Brecht "Madre Coraje y sus hijos". La mujer no era tan sólo la víctima, sino tambié n
cómplice.

Cuando a partir del siglo XVIII se formaron ejércitos estables, la presencia de mujeres
entre las tropas se fue limitando a la de las prostitutas. Sólo desde Florence Nightingale
(1820-1910) volvieron a preocuparse por el cuidado de los enfermos y desde entonces
vuelven a desempeñar todas las tareas propias de la mujer en el ejército medieval; los
papeles no han cambiado.

Los siglos XIX y XX

En los siglos XIX y XX, ni la creciente democracia ni el voto de la mujer, han


disminuido tampoco el número de guerras. Pero el movimiento femenino, con sus
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motivaciones bíblico-cristianas, ha despertado la conciencia general respecto a este


problema. Por desgracia, los mejores movimientos pacifistas fueron arrollados por el
nacionalismo masivo, aun femenino. El antiguo mito de las víctimas indispensables
volvió a irrumpir de nuevo. Aunque Nightingale, en su grandiosa intervención a favor
de la asistencia de los heridos, no había preguntado por su causa nacional-estatal, en
ambas guerras mundiales, un amplio sector del movimiento femenino se distinguió por
su entusiasmo nacionalista.

Gertrud Báumer, presidenta de las asociaciones femeninas alemanas desde 1910, veía la
muerte militar inserta en la cadena sin fin de las luchas humanas: "El soldado,
sintiéndose un escogido entre millones, a quien se ha otorgado dar aun a su muerte la
nobleza de un objetivo, ha encontrado siempre dulce y noble el morir por su patria. Y
esto las mujeres son capaces de sentirlo en lo más hondo de su alma. Se trata de una
vivencia materna fundamental, el que se han de sacrificar la vida y la fuerza para que
pueda florecer más hermosamente una nueva vida". Hallamos una vez más el conocido
esquema: el varón ofrenda su vida y la mujer se sacrifica diariamente. Cuando en 1914
el delirio del orgullo nacional invadió todos los estratos de la población alemana, en las
proclamas de la Ayuda Evangélica a la Mujer se repitió una y otra vez la idea del
sacrificio: "También nuestras asociaciones de Ayuda a la Mujer en Westfalia con sus
66.000 miemb ros, quieren aportar su ofrenda sobre el altar de la patria". Y Anna
Schellenberg urgía en 1916 a la mujer evangélica: "Tú tienes que sacrificarte a ti misma,
como el varón sacrifica su vida".

No podemos olvidar que el macabro reparto del trabajo entre el sacrificio masculino de
la muerte y el femenino de la vida, refleja una exégesis e historia de la iglesia de índole
patriarcal, que depende a su vez de esquemas filosóficos muy arraigados.

La mujer, ser defectuoso

Los filósofos

La diversa aportación a la lucha según el sexo y el mito idealista del sacrificio de la


vida, concretan la tradición platónica. Aristóteles consideraba la virilidad como la forma
determinada y activa, y la feminidad como la materia indeterminada y pasiva. En Tomás
de Aquino la mujer es un aliquid occasionatum, "defectuosa" manifestación casual y
mero receptáculo de la capacidad generativa del varón, a la que está sujeta porque en él
prevalece por naturaleza el discernimiento intelectual. En Descartes el entendimiento
puro supera a la acción del cuerpo; la misión de la mujer se sitúa en la esfera de
contacto entre el cuerpo y el alma, donde el varón busca consuelo y distensión. Desde
los tiempos de Descartes la naturaleza ya no es la madre nutricia, sino el espíritu de
desorden, al que se debe domar con la razón y las máquinas. Esto iba unido a la idea de
que el "lado oscuro" de la mujer formaba parte de la naturaleza salvaje que hay que
mantener bajo control; y la caza de brujas fue una de sus consecuencias. Para la mejor
comprensión de la guerra, recuérdese también que cabía asociar a los indios, orientales,
negros y otras religiones o razas exóticas, a la naturaleza caótica; mientras la cultura se
identificaba cada vez más con la virilidad, el progreso y la técnica. La civilización o
dominio de la naturaleza, de la mujer o de otros grupos étnicos, tenía pues su raíz en el
ansia viril de progreso. El lenguaje científico de Francisco Bacon -tan cargado de
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sexualidad- que habla de arrancar a la naturaleza los secretos de sus entrañas, es tan sólo
"un" ejemplo del proceso hacia la imagen mecanizada del mundo.

La conclusión filosófica respecto a la mujer y la guerra es que tanto la mujer como la


naturaleza han estado siempre subordinadas a la inteligencia y al hambre de ciencia
varonil- faustiana, lo que ha permitido al pensamiento científico abstracto desarrollarse
hasta la investigación "sin valores" de la energía nuclear y la estrategia militar "think-
tank" (tanques pensantes). Aun las ciencias humanistas forman parte a menudo de este
proceso.

La ciencia actual

La ciencia actual, a la que contribuyen cada vez más investigadoras femeninas, ha


hecho tambalear la imagen tradicional de la física. Lo que se tenía por ciencia "neutral",
era en realidad una visión unilateral del mundo, orientada según los conceptos
"masculinos" de control y causalidad lineal. En la física alternativa moderna, lo
determinado absolutamente suena mal; la naturaleza, hasta en sus partículas
subatómicas, es compleja e imprevisible, ordena espontáneamente el aparente caos, y
sólo es explicable en sus conexiones. Una ciencia con rasgos "femeninos", puede verse
nada menos que en un Einstein. Trabajaba con visión, intuición y respeto ante el
misterio de la naturaleza, y no sólo con controles experimentales.

Las alternativas a una ciencia mecanicista todavía no se han impuesto hasta el punto de
poder influir en la programación de la guerra; ni la teología ni la iglesia pueden
considerarse inocentes de la rígida visión del mundo, según la cual el hombre domina la
naturaleza corpórea de manera "machista", en lugar de verse formando parte de ella.
Tampoco la mujeres inocente, aunque al adaptarse al cuadro de roles de la sociedad y de
la iglesia, limitándose con frecuencia al campo de la beneficencia, se considerara libre
de complicidad en las perversiones científicas y militares, que sin embargo posibilitaba
al restringirse al ámbito personal. Con esto tocamos ya las perspectivas psicológicas de
este proceso filosófico.

La psicología de los sexos: agresión y proyección

La psicólo ga americana Nancy Chorodow ha intentado aclarar por qué los niños piensan
de modo distinto que las niñas: siendo la madre la primera persona con quien se
relaciona el bebé, la niñita siente al crecer la continuidad con su madre; mientras el niño
descubre que es distinto de ella y desarrolla tendencias más vivas de independencia.
Esta diferencia sólo se da cuando el ambiente social valora esta peculiaridad del varón,
considerando su individualización como la suma madurez humana y la dependencia
como inmadurez "femenina"; lo cual es incompatible con la "reciprocidad", rasgo
esencial del nuevo testamento. En un grado extremo, el pensamiento individualista es
nuclear, atomista, aislante y pobre de relaciones. Donde se toma en serio lo físico, como
en el estado nacional-socialista, lo que se ensalza es la fuerza generativa dominante del
hombre y la fecundidad de la mujer, que asegura las reservas indispensables al estado
regido por los hombres.
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Dado que un pensamiento egocéntrico trata el entorno como un objeto, en casi todas las
guerras se llega a consecuencias tan "normales" como la violación masiva de las
mujeres de los enemigos. Tal perversión se intensifica aún más cuando éstos son de otra
clase o grupo étnico, ya que en estos grupos, la humillación de la mujer constituye la
mayor deshonra del enemigo y expresa la "superioridad" racial o cultural del vencedor.

Otra perversión resultante es el furor que a menudo sobrecoge a los soldados en


campaña. El individualismo se transforma aquí en una experiencia exhaustiva. Un
veterano del Vietnam describió cómo la "espantosa belleza" de la guerra consiste en la
experiencia de la camaradería absoluta y de la transgresión de las fronteras de la vida
normal, paralela al éxtasis de la mujer en el nacimiento de su hijo. En el ámbito alemán
hallamos pensamientos semejantes en la obra de Ernst Jünger: "Ante esas inacabables
llamadas nocturnas a la lucha, todos los valores se convierten en nada, todos los
conceptos resultan vacíos; se siente la eclosión de algo elemental y violento. Es la
embriaguez de la sangre, cuyos limitados impulsos sólo pueden emparentarse con el
Eros".

En una guerra moderna, los combatientes no siempre viven todo su horror y se valora
más el cálculo frío o la serenidad ante lo inevitable que el ardor varonil. Y frente a la
perversión varonil- militar se da también un "pacifismo neurótico", que puede revestirse
de secular o de cristiano, y estriba en la falsa negación de los impulsos agresivos y el
acento masoquista del resignado sacrificio de sí mismo o del poder. En este contexto la
teología puede aprender que la actitud que ha esperado de las mujeres un siglo tras otro
pasividad en lugar de agresión, evitar los conflictos en lugar de solucionarlos, ofrecerse
a sí mismas en sacrificio en vez de comprometerse por la justicia, es una tentación tanto
para la iglesia como para su movimiento por la paz.

Las mujeres en el Ejército, ¿un asunto de la Iglesia?

¿Forma parte del compromiso político-constructivo de la mujer, la posibilidad de ser


soldado? Alice Schwarzer en la RFA, Eleanor Smeal en los EE.UU. y otras feministas
contestan a esta pregunta con un sí, pues ven en el ejército el último bastión del
predominio machista, que la mujer debe contestar si no quiere quedar reducida, como
hasta ahora, a los ínfimos niveles sociales. Pero la iglesia debe rechazar tal actitud por
dos razones: 1) porque la experiencia enseña que la plena incorporación de la mujer al
ejército no mejora su estado y 2) porque la progresiva militarización de la sociedad en
todos los países, plantea serios problemas.

No se reclutan hombres o mujeres en general, sino a los de determinadas etnias, estratos


ínfimos o parados. En 1981 el 42 % de las mujeres del ejército americano de tierra eran
negras, mientras sólo un 11 % de la población lo es. El servicio militar femenino
implica así el trato desigual de razas y clases sociales. Ni el ejército se hace más
humano con la incorporación de las mujeres, ni éstas tienen realmente los mismos
derechos dentro de él. En este tiempo de guerra electrónica, no tiene sentido excluir a
las mujeres por su debilidad física. Las mujeres del "tercer mundo" p. ej. demuestran
además que son capaces de soportar enormes cargas físicas. Pero más aún que la
defectuosa justicia del ejército, lo que debería preocupar a la iglesia es la progresiva
militarización de toda la vida civil y con ella, de la vida de la mujer.
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Este proceso tiene diversos aspectos:

1) El ejército oculta la parte de la mujer, inscribiéndola como fuerza civil.

2) Muchos gobiernos intentan fomentar la fecundidad femenina, cuando acusan la falta


de personal militar, o frenarla en determinados grupos étnicos.

3) Las mujeres y hombres que trabajan en la industria o la investigación, sirven a


menudo al ejército, ya que sus empresas atienden encargos militares.

4) La prostitución va íntimamente unida a la militarización de la sociedad. Así, se


calcula p. ej. en unas 30.000 el número de mujeres y muchachas que la ejercen entre las
dos guarniciones aéreas americanas de las Filipinas.

5) Las esposas de soldados profesionales dependen totalmente del ejército. En los


Estados Unidos no se les permite aceptar ningún trabajo fuera del cuartel.

6) En la RFA se puede obligar a las mujeres, en caso de guerra, a que presten servicio
como enfermeras.

7) Juguetes y tebeos imitan las armas tecnológicas o héroes como "Rambo", enseñando
de este modo a encontrar gusto en el matar.

8) Desde 1945 las guerras tienen lugar casi exclusivamente en el "tercer mundo" y las
mujeres de esas regiones, p. ej. de las islas Bikini, sufren desde los experimentos
atómicos, dolores genéticos y abortos en gran número u otras consecuencias de la
militarización de las superpotencias. "Hoy en día las guerras son más mortíferas para la
población civil que para los soldados".

9) El creciente aumento de presupuestos militares y comercio de armas, supone la


disminución de prestaciones sociales a la mujer y al niño. En los EE.UU. se habla de la
"feminización de la pobreza". "En un mundo que invierte cada año 800.000 millones de
dólares en programas militares, un tercio de los adultos no sabe leer ni escribir y una
cuarta parte de la población padece hambre". La mayoría de analfabetos son mujeres,
unos 500 millones. A los países con mayor número de analfabetos corresponde además
el mayor número de muertes infantiles. El año 1982, en los países en vías de desarrollo
se invirtió un promedio de 9.810.000 $ por soldado, pero sólo 91.00 $ para la educación
escolar de cada niño.

Basten estos hechos para dejar en claro que la incorporación militar de la mujer no
ayuda a su liberación y que no se la debería fomentar por motivos cristianos.

La mujer "pacífica" en la teología y en la Iglesia


Volvamos ahora a las tres tesis iniciales:

1. El "pacifismo" de la mujer es adquirido y radica en la discriminación de sexos, que la


iglesia ha fomentado al acentuar la virilidad de Cristo más que su humanidad, y la idea
de que sólo el varón era llamado al servicio del altar y de la guerra, y con ello a dirigir
KRISTIN HERZOG

la iglesia y el estado, mientras se limitaba la mujer al servicio diario del prójimo. H. E.


Richter considera esta escisión psico-social de los sexos (voluntad y entendimiento
"masculinos"; emoción y entrega "femeninas") como una insuficiencia de ambos. Para
que nuestra cultura sane, dice "ambos sexos se han de ayudar mutuame nte en un
proceso de ampliación psíquica", repartiendo con equidad las tareas y los derechos. La
mujer ha de desempeñar en la vida pública un papel tan cabal como en la privada y el
hombre dedicarse a las atenciones sociales de cada día". Si ambos sexos unieran en sí la
razón y la sensibilidad, el alto servicio y el bajo, no sería tan fácil llegar a las guerras de
megadeaths o a la bomba de neutrones, que elimina a los hombres y entrega intactos los
tanques al vencedor.

2. La mujer, al constituir, junto con un sinfín de hombres obligados a luchar, el eterno


fundamento de las guerras, es cómplice de ellas; la mayoría de las veces por simpatía e
ideología del auto-sacrificio y alguna vez por participación activa. ¿Cómo puede pues
aportar, a pesar de su complicidad, un potencial de paz? ¿No enseña la historia que el
derecho de voto y los movimientos femeninos, no han disminuido el número de
guerras? A esto hay que dar una triste respuesta: Primero, su derecho de voto significa
poco mientras sólo ocupe un mínimo de puestos directivos, académicos, políticos e
industriales. En segundo lugar, la historia y la literatura de mujeres o grupos femeninos
comprometidos en favor de la paz ha sido en gran parte ignorada. Y finalmente, sólo los
movimientos femeninos de las dos últimas décadas, nacidos de la lucha por los derechos
civiles, han mostrado las posibilidades que ofrecen para la paz: citemos por ej., el
"Greenham Common", las madres de los desaparecidos en Argentina, las mujeres
filipinas que dieron el triunfo a Corazón Aquino amparando a los insurrectos, las
irlandesas M. Corrigan y B. Williams, las mineras bolivianas que en 1975 soportaron
una huelga de hambre, o las sudafricanas que se negaron a llevar sus passbooks y
acudieron de todas partes del país para quemarlos. La aportación de la mujer a la
solución de los conflictos, puede que radique en su tradicional papel de madre (cada día
hay que solucionar sin violencia conflictos familiares) o simplemente en su rol
marginal, que aguza su sentido de justicia y su inventiva; pero de ningún modo en que
sea por naturaleza moralmente mejor, más asentada políticamente o de personalidad
más pacífica. Como no fueron tampoco los negros, en los conflictos raciales
americanos, mejores, más sabios o más pacíficos que los blancos. Mas, supuesto que la
paz es imposible sin justicia, fue menester su "marcha" para poner en movimiento el
interés de la sociedad por el proceso de integración.

3. Hay que integrar ambos sexos sin que se concentre en ninguno de ellos ni el control
intelectual ni la emotividad acrítica. La vitalidad de cada sexo se halla precisamente en
que incluye en sí aspectos del otro. En palabras de Virginia Woolf: "Es posible que una
inteligencia meramente masculina o meramente femenina carezcan en absoluto de
creatividad". Cuando nuestra civilización tiembla ante la posibilidad de aniquilarse a sí
misma en una guerra definitiva, hemos de reconocer que la discriminación de sexos ha
contribuido a este proceso. No puede haber paz donde un grupo declara que es "por
naturaleza" superior al otro y que por consiguiente éste debe prestar unos servicios
determinados, para los que está especialmente dotado. Este tipo de proyección no se da
sólo entre los sexos, sino también entre los pueblos; por esta razón las guerras de las
superpotencias se desarrollan hoy preferentemente en el "tercer mundo". Y como la
dependencia aguza el sentido de justicia, siempre que se rompe el esquema de dominio
y subordinación, el potencial de reintegración se halla en primera línea entre los grupos
inferiores.
KRISTIN HERZOG

Retos de la Biblia
¿Qué caminos señala la biblia para superar esa discriminación? Jesús nos habló de un
Padre "maternal", usando la expresión Abba. Criticó la ambición de rango y honor de
sus discípulos (Mt 20,25ss), alabó como profética la actitud escandalosa de una mujer
sin nombre (Me 14,9), enseñó que servir no equivale a servilismo, exhortó al amor del
enemigo y no se comparó con los reyes sino con un niño (Me 9,37) o una clueca (Mt
23,37).
La iglesia patriarcal se ha privado pues de una pieza del verdadero Cristo, al esperar que
las mujeres realicen estas normas de conducta de Jesús en diverso grado, cultivando en
sí misma la imagen anacrónica de un Yahvéh celoso y belicoso. La teología debe volver
a descubrir los rasgos femeninos de Dios, junto con el pacifismo humano, que Jesús
exigía también a los varones, y la igual dignidad de las mujeres, que él les reconocía en
su trato diario con ellas.
La iglesia occidental se fijó demasiado unilateralmente en la muerte en la cruz de Jesús,
asociándola a la muerte en el campo de batalla. Hoy podemos volver a ver en ella el
signo de su entrega diaria; de su sensibilidad por las mieses, la semilla o la levadura, el
gorrión, los lirios del campo, el ahorro de una viuda; de su trato con los hombres,
curándolos o alimentándolos. Jesús no murió ni por valores ni por la patria. Podía haber
dicho; "mi patria es todo el mundo". pero no era un cosmopolita sin raíces ni un egoísta
que pregunta: ¿quién es mi prójimo? Su pensamiento no era abstracto sino "gráfico",
viendo a Dios en el prójimo, de modo especial en el más despreciado u hostil (Mt 5,46).
La mujer no debe por tanto seguir contribuyendo con su sumisión y "llevando su cruz",
a la muerte heroica por la patria o a la guerra inevitable para salvaguarda de valores
abstractos. Ha de tomar la paz como asunto propio, convencida de que lo privado es lo
político y viceversa. Hay cosas por las que realmente vale la pena morir, mas esto no
significa que valga la pena matar por ellas, conforme a Jn 11,50: "es mejor que muera
uno solo por el pueblo y que no perezca toda la nación".
Una teología de la paz requiere nuevas imágenes y metáforas: la Sabiduría de la biblia
hebraica, que integra el sentido común, la razón y la justicia divina, en oposición al
control lógico de la nueva tecnología; la cruz no como palo de suplicio sino como árbol
de la vida, en el que se manifiesta la sabiduría divina (pr 3,18) y que es asimismo la
imagen del cielo nuevo y de la nueva tierra (Ap 22,14); reconciliación, como abrazo
entre hombres enemistados, a quienes Dios otorga su perdón.
En la tradición de la biblia y de la iglesia no encontramos solamente las raíces de un
mito patriarcal de la guerra, sino ante todo las consoladoras imágenes de la paz:
"espadas en arados", "no mediante las armas y la fuerza, sino por mi espíritu"; "los
mansos heredarán la tierra". Cuando la razón tecnológica llega hasta el extremo de
planear millones de muertes, necesitamos la "sofía", la razón sencilla e intuitiva, que
representa el lado femenino de Dios y que en modo alguno es una sabiduría privada,
doméstica ni "religiosa": "en la cumbre de las colinas que hay sobre el camino, en los
cruces de sendas se detiene; junto a las puertas, a la salida de la ciudad, a la entrada de
los portales, da sus voces" (Pr 8,2s).
Jesús predicó esta sabiduría y fue crucificado, porque también la vivía.

Tradujo y condensó: RAMON PUIG

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