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TRABAJO PARCIAL Fernandez Alexandro
TRABAJO PARCIAL Fernandez Alexandro
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Adiós a Viseca
Escena: El niño Ernesto increpa al Kutu por golpear a animales indefensos y le pide que se
Esa mañana el cielo estaba limpio y alegre cuando me topé con el niño Ernesto en el alfalfar de
Capitana. Me observó con reproche porque él sabía que yo recorría temprano los potreros de
Don Froilán para vengarme con sus animales. Eres maula, me dijo. Luego me contó que la
noche anterior su corazón había estado a punto de estallar y que ya no soportaba golpear a los
becerritos. En la madrugada se había levantado de su cama y había corrido hacia el corral donde
recibir mis latigazos. Como si fuera una persona, el niño Ernesto se había arrodillado y le pidió
perdón y besó su boca. Sintió una compasión que yo jamás tuve por los animales de Don
Froilán. Se humilló ante ella y me echó la culpa, pues yo era un indio canalla. Eres maula, me
dijo.
Pero al principio el niño Ernesto me había acompañado por la noche para descargar nuestra
rabia en los animales de Don Froilán. Entrábamos a escondidas al corral y escogíamos los
becerros más finos y delicados. Yo les rajaba el lomo a latigazos y el niño Ernesto se alegraba al
ver a los animalitos retorcerse en el suelo y llorando de dolor. No nos importaba porqué eran los
animales de Don Froilán, nuestro enemigo; el odio inundaba nuestro corazón. Pero yo notaba la
Casi no pude creer las palabras del niño Ernesto en el alfalfar esa mañana. Me dijo que me
largara de la hacienda y que todos los comuneros se reían de mí. No se podía golpear a los
becerritos porque eran como una criatura. Me llamó asesino y me llené de resentimiento, pues él
también había participado de nuestro juego contando los latigazos que yo descargaba contra el
cuerpo de los animalitos. Le contesté que tampoco había lugar para él en la hacienda y que
algún día él también debía partir. Me sentí atrapado y tuve miedo de que el niño Ernesto le
cuente a Don Froilán de nuestra venganza. Empecé a imaginar que podían meterme en la cárcel
y que ya nunca sería un hombre libre; iba a terminar mis días pudriéndome en la prisión. Por eso
decidí marcharme y le dije al niño Ernesto que iba a partir en diez días.
Una mañana me subí a mi caballo bayo y me alejé para siempre de Viseca. Ya no me detuvo el
amor de Justina y sabía que habría otra mujer para mí en las haciendas del interior o en los
pueblos de la costa. El patrón derramó lágrimas por mi partida y dijo que me quería como un
hijo, pero era un mentiroso. Yo deseaba una palabra amable del niño Ernesto, pero no volvió a
hablarme. Al verme partir, me miró con ojos brillantes y sólo volvió a decirme: ¡eres maula!
RÚBRICA DE EVALUACIÓN
PUNTAJE TOTAL