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Apuntes sobre

“Rhizome (Introduction)”,

de G. Deleuze y F. Guattari: 1972.

A modo de introducción

Hasta hace poco, no había visto la filosofía como una caja de herramientas que
permite la elaboración de conceptos. Desde épocas tempranas de mi vida había
considerado interesante mirar más allá de lo visible. Primero eran fantasmas venidos
de ultratumba o salidos de algún relato supersticioso o legendario. Más adelante, los
experimentos me llevaron por caminos muy diversos. Se me puede imaginar
disfrazado de cura y caminando por los pasillos de una vieja casa jugando al
intermediario divino, actividades acompañadas de un creciente interés por el dibujo,
confinado mayormente a la copia de estampas religiosas. Luego entra en el escenario
el investigador de casos raros, cargando a la espalda un pesado fardo de
“cachivaches”, palabra con la que mi padre asignaba a todas esas herramientas de
laboratorio tan importantes que me permitían acceder al conocimiento de un mundo
lleno de curiosidades. No se en qué momento aparece, en ese ser que fui, un incipiente
y -más adelante- frustrado escritor de los juegos infantiles, llevados a un ambiente
mítico y fantástico.

Cierta vez el dibujo se robó la película. A la par que el pequeño cura se alejaba un
pesimismo se apoderó de mi adolescencia: visiones del fin del mundo, cataclismos
naturales, profecías y falsos profetas iban y venían de los libros y revistas esoteristas. El
arte me permitió materializar las inquietudes, dar vida a las escenas que mi pluma
escribía, ahora sobre un mundo del futuro, posterior a la hecatombe global. Por un
lado estaba mi mundo interior, donde pasaba gran parte del tiempo, pero por otro, se
abría cada vez más el paisaje de los sentidos y del fuego juvenil. En el medio estaban
las preguntas, rodeadas de un inmenso vacío. Cuando se es niño ya comienzan las
preguntas, pero parece que en esa edad uno vive inconscientemente en un plano de
inmanencia y los asuntos sobre el pasado y el futuro son absorbidos por un presente
continuo y prolongado. Uno quiere que pase el tiempo para hacer las cosas de los
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grandes: nostalgia del futuro. Y cuando los por qué adquieren rango de obsesión es
imparable la búsqueda de respuestas. Entonces quería saber la verdad sobre todo.
Cómo no ha de haber una, si todo el mundo habla de ella. Anhelaba la trascendencia
una vez descubierta la razón de ser de las cosas…Trascendencia, palabra que
entorpece la vida, ahora lo entiendo. Pero esa era mi noción de filosofía, pensar en
cosas trascendentales, arar profundamente, dejar huella para encontrar un sentido a
la existencia, construir una estructura lógica que albergue las diversas actividades de
mi vida y la de los demás. La religión y la metafísica me habían iniciado en el tránsito
por caminos que chocaban constantemente con la razón, sin poderme deshacer
totalmente de ella, pese incluso a haberme desecho hace tiempo de la idea de un ser
supremo.

Una manera innovadora de entender el pensamiento

Se trata de hacer un ejercicio sobre la lectura de un libro complejo como es Rizoma.


Primero que nada me sorprende la manera cómo los autores describen haber escrito
un texto tan complejo a partir de fragmentos, algo que además es consecuente con la
filosofía que plantean.

Los autores comienzan enunciando su renuncia a la individualidad, cuando dicen:

“No llegar al punto de ya no decir yo, sino a ese punto en el que ya no tiene ninguna
importancia decirlo o no decirlo.”

…renuncia no fácil de conseguir, tomando en cuenta la manía humana de descollar


por sobre los demás. Pero ¿por qué este pronunciamiento antes de abordar el tema? Se
me ocurre que la manera de acceder a un entendimiento rizomático del mundo tiene
que darse primero que nada a partir de la propia despersonalización. La construcción
de conceptos, a que aspira la filosofía no puede darse puramente por el crecimiento
individual de un sujeto, sino por la posibilidad de agenciamiento colectivo. Aquello de
ensanchar la envolvente de la humanidad me parece que se comienza a conseguir
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siempre y cuando los sujetos dejen de pensar en sí mismos como únicos habitantes del
planeta.

“Un libro…es inatribuible” dicen los autores. Por él hablan varios. Al escribir algo
estamos trasladando hechos e ideas aprendidas de otros, entonces ¿qué sentido tiene la
atribución personal de un producto del pensamiento de más de un autor? Esto puede
parecer poco aceptable si pensamos en las consideraciones de derechos de autoría,
pero es un planteamiento interesante si es que se ha de afrontar la reflexión a partir
del rizoma. El texto de Deleuze y Guattari tiene otra característica: no aspira al
orgasmo sino a la meseta. Esto me recuerda alguna lectura y un diagrama sobre el
acto sexual, en el que se explica el desarrollo de la excitación en una pareja: una fase
inicial, otra de meseta y la resolución u orgasmo. En ciertas filosofías orientales se
plantea detener el orgasmo a fin de conseguir un disfrute mayor del otro,
manteniendo el acto en un estado de meseta, esa vibración continua de la que hablan
los autores. Ellos lo explican casi al final de su texto, luego de habernos trazado un
viaje por su mundo de mesetas. Por momentos se eleva y por momentos decae el ritmo,
pero nunca trazando picos altos o profundas depresiones, sino que se mueve como el
oleaje, como el caminar por una planicie sobre la que apenas se levanta un poco el
terreno para luego volver al mismo nivel.

En la caminata por el pensamiento de Deleuze y Guattari me he detenido a extraer


unos párrafos sobre los que baso este ensayo. Una de las cosas con las que nos
enfrentamos frecuentemente es con las dualidades: las cosas tienen que ser lo que
parecen y no pueden ser de otra manera. Generalmente no concebimos a una persona
buena haciendo un acto que podríamos prejuzgar como malo. Es fácil entonces caer
en un círculo vicioso porque no entendemos la complejidad del fenómeno y lo
juzgamos en lugar de aprehenderlo. Y es que en nuestra mente construimos una
dicotomía, a la manera de una rama de árbol que sale del tronco dividiéndose
sucesivamente en dos. El uno que deviene dos, el dos que deviene cuatro. Cada parte
es el opuesto de la otra y no puede más que sentir que tuvo un origen común, pero
que es enteramente diferente y no tiene ya nada que ver con la otra. “Ni la raíz
pivotante ni la raíz dicotómica entienden la multiplicidad”. Los autores invocan la
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multiplicidad, la complejidad, que no puede ser entendida con un sistema cerrado, de


unidad monolítica o binario. El sistema del rizoma, a la manera de un tallo horizontal,
subterráneo, que puede cortarse en cualquiera de sus partes y volver a crecer,
autoregenerarse, que es capaz de adaptarse a cualquier medio y unirse a otro rizoma,
que puede adoptar infinidad de formas, de acuerdo al medio en donde se encuentra,
este sistema donde una unidad abierta o más bien una multiplicidad es la base de su
estructura, es posible que sea útil para entender mejor los fenómenos de un mundo
natural y social complejo como el nuestro, donde las clasificaciones del coleccionista
se ven amenazadas por caducas. En las páginas 25 y 26 del libro, los autores
comentan un trabajo que trata sobre la transferencia de material genético entre
especies muy diferentes, a través de los virus, argumentos que proponen una
alternativa al uso de esquemas arborescentes usados para representar la evolución.

La posibilidad de entender el mundo de esa manera ha sido una de las ideas que más
me ha atraído de la lectura del texto.

No sé qué tanto esté logrando interiorizar el concepto de rizoma, pero para ello será
útil comentar sus características o lo que Deleuze y Guattari llaman principios:

1 y 2. “Principios de conexión y heterogeneidad.” Una estructura


arborescente se presenta como un ente homogéneo. Es lo que es y no puede ser otra
cosa. Tampoco admite la conexión entre segmentos. Únicamente podría enlazarse con
otras homogeneidades, quienes al separarse siguen siendo individualidades cerradas
en sí mismas. La estructura rizomática, por el contrario es capaz de unirse con
cualquier segmento de sí misma o con otras estructuras que admitan la conexión.
Algunas conexiones podrían parecer en inicio imposibles: ¿cómo es posible que un
tallo se una con una parte alejada o próxima de sí mismo? ¿cómo es posible que se
produzca unión entre elementos tan dispares? Tradicionalmente esto no sería dable
pero en la práctica es algo que vemos a menudo. Existen composiciones artísticas en
distintos ámbitos que utilizan elementos que fueron en un momento hasta condenados
por sus contemporáneos, pero que poco a poco se llegaron a aceptar. El argumento del
rechazo era precisamente la imposibilidad de relación entre el nuevo componente y el
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concepto de obra de arte que se manejaba. Es más, nuestro mismo cerebro no podría
llegar a los niveles de evolución, de no ser por la infinita y tan “disparatada” manera
de conectar percepciones nuevas y experiencias previas.

Estoy pensando ahora mismo en la aplicación que esto pueda tener en el caso de
estudio dentro de la restauración de monumentos. Sería muy difícil entender el juego
de relaciones que se producen entre el inmueble, la gente que lo habitó y deshabitó,
las fuerzas de poder que giran en torno a él, las fuerzas externas, naturales y sociales,
que inciden en su conservación o que podrían determinar su desaparición o
transformación; digo, sería muy difícil si partiera de una concepción “ordenada” de
que esto va primero y se desdobla en este par de cosas, que a su vez originan tal o cual
realidad; o que no puede haber una circunstancia sin que haya existido previamente
un hecho anterior. La manera que considero más óptima para acercarme al hecho, es
precisamente aceptando su complejidad, a sabiendas de que cualquier parte de
edificio –en su historia, estructura física y dinámica actual- es capaz de encontrar
conexión con cualquier punto de esas mismas historia, estructura y dinámica. La
experiencia del levantamiento ha sido así: a la par que tomamos una medida, el
propietario nos está contando que aquel muro sufrió un colapso en tal año, y en
prospectiva vemos qué pasaría con dicha pared si aplicamos tal o cual intervención. Al
mismo tiempo estamos intentando poner en valor una casa sobre la que muchas
fuerzas orbitan. Cada visitante que llega tiene su interés particular. Me pregunto si la
casa se mantendrá en pie algún tiempo después de la muerte de su cuidadoso
propietario.

3. “Principio de multiplicidad.” Un cúmulo de unidades no podría ser


considerado multiplicidad, si no presenta un elemento de unión que transforme no
sólo la naturaleza del conjunto, sino la naturaleza de cada componente. Si un conjunto
no presenta ese nexo casi podría considerarse un amontonamiento inerte y sin
posibilidades. Bastaría un solo punto que genere las relaciones para que la
multiplicidad sea posible, para que sea posible su propio agenciamiento. Esta palabra
está muy bien explicada cuando se dice: “Un agenciamiento es precisamente ese
aumento de dimensiones en una multiplicidad que cambia necesariamente de
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naturaleza a medida que aumenta sus conexiones”. Es decir que no tendría sentido
una conexión si no se provocara una transformación al interior de la estructuras que
se conectan. Esta transformación que supone además una elevación de nivel, en una
vuelta más alta de la espiral, puede provocar la pérdida de un porcentaje mínimo de la
naturaleza originaria del sujeto que se conecta, pero el potencial de la ganancia por el
agenciamiento sería infinita debido a que aprovecharía todas las uniones posibles,
incluso como hemos dicho disparatadas.

Esto me lleva a pensar en que quizá la suerte de mi edificio pueda ser definida en un
juego de aceptación de la multiplicidad. Si me pregunto cómo hago para conservar la
memoria materializada en una vieja casa, en un siglo donde todo corre tan de prisa,
debo incluir en mis planes todas las contradicciones que la componen y aceptarlas. A
fin de cuentas han coexistido todo el tiempo. No puedo separar el área de negocios de
lo que pasa al interior, más de lo que puede hacerlo una pared; tampoco podría
permitir que los arrendatarios sean indiferentes a los que sucede con el inmueble.
Tendría que jugar con los intereses de los dueños, pero también con mi interés de
conservarla. Debo considerar los aspectos teóricos y legales en torno a la restauración,
pero también debo ponerlos en tela de juicio. Todo ello si aspiro a conseguir un
agenciamiento del proyecto y de la idea que me empuja a seguir considerando que
esto es importante.

En la multiplicidad no importa el sujeto en sí mismo como individuo. No cuenta.


Cómo podemos hablar de nosotros mismos como individuos si a través de nosotros
está hablando la humanidad entera que tenemos detrás, si a través de nuestro discurso
están las influencias, enseñanzas, prejuicios y sesgos de nuestros padres, maestros,
amigos y enemigos, de nuestra pareja, de nuestros jefes. Difícilmente se puede hablar
de pureza de pensamiento, de libertad de expresión, cuando estamos condicionados a
una serie de factores del medio. Proclamamos nuestra individualidad y autenticidad,
nuestra unicidad. Pero ¿hasta qué punto es eso conceptualmente defendible? Y ¿tiene
sentido defenderse? No puedo dejar de relacionar esto con una obra de arte, donde la
multiplicidad es evidente. Para empezar a pintar he de contar con un bastidor de
madera que seguramente lo hizo un carpintero, con madera de algún árbol que
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alguien cortó. Sobre él templaré un lienzo que vino de la fábrica de telas hechas con
fibras que a alguien le costó recoger. Luego aplicaré pintura que sale de un tubo de
óleo que tiene a su haber una cadena de acontecimientos que lo hicieron llegar a mis
manos; lo mismo sucede con el pincel. Y luego, al pintar, estoy poniendo en acción los
conceptos manejados por artistas de épocas pretéritas, quizá repitiendo un tema, una
pose, una combinación cromática, un concepto. ¿Cómo puedo decir entonces que la
obra es mía? ¿Acaso no he provocado más bien el agenciamiento de una serie de
participantes que se vinculan en distintas dimensiones y momentos de la creación a
eso que llamo obra de arte? Creo que es interesante aquello que se ve al final de una
película, cuando el largo texto de los créditos aparece nombrando a cada una de las
personas que intervinieron en su realización. ¿Cómo es posible que un evento se de si
una de las partes no se presenta? Al mismo tiempo pienso que la humana naturaleza
nos empuja a definir nuestra posición frente a los demás y a destacar nuestra
presencia.

4. “Principio de ruptura asignificante.” Un corte en una estructura arbórea


supondría su acabóse. Los autores ponen de ejemplo a las hormigas: un rizoma animal
que, si lo destruimos, si aparentemente lo acabamos, vuelve a reconstruirse. “Un
rizoma puede ser roto, interrumpido en cualquier parte, pero siempre recomienza
según ésta o aquella de sus líneas, y según otras.” Esto se debe a que “Todo rizoma
comprende líneas de segmentaridad según las cuales está estratificado,
territorializado, organizado, significado, atribuido, etc.; pero también líneas de
desterritorialización según las cuales se escapa sin cesar.” Pensemos en la vida misma.
Cuántas veces ha sido rota, interrumpida por un cataclismo, una severa alteración en
su devenir, y con el paso del tiempo la tenemos vigente, transformada con respecto a
lo anterior, habiendo perdido características que la diferenciaron morfológicamente,
pero que esencialmente es la misma, con la capacidad incluso de transmitirse fuera de
las fronteras del planeta. Había citado renglones arriba lo que los autores comentan de
los estudios de transferencia de material genético entre especies tan diferentes como
pueden ser el zambo y un gato. Sería imposible entender esto si nos aferramos al
esquema arborescente. Como ellos también lo explican el rizoma es un antigenealogía,
nos remite a esquemas no arborescentes para entender la evolución de la vida.
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Alguna vez alguien me preguntó “¿cómo puede ser posible que si antes de la llegada
de los españoles había tanto conocimiento en materia de ciencia empírica por parte de
los aborígenes americanos, ésta se haya perdido, sin dejar rastro en el mundo
contemporáneo?” Mi respuesta entonces no tenía los argumentos necesarios para
explicar algo que ahora trato de entender. Actualmente perviven formas de ser de los
ancestros andinos infiltradas por fisuras en la historia. Debieron desterritorializarse,
perder parte de lo que fueron, someterse a una eventual extinción, pero considero que
mucho del pensar popular y tradiciones se comportaron como un rizoma para poder
sobrevivir: están presentes en la comida, en los ritmos de alguna canción, en palabras
del lenguaje coloquial, en alguna receta casera o un tejido. Pienso también en el arte y
su pervivencia pese a los muchos vaticinios de su muerte. Es que resulta impensable: el
hombre siempre tendrá necesidades estéticas y de expresión y eso lo llevará a agenciar
la posibilidad de espacios que hagan posible esta experiencia. Me vienen a la memoria
los músicos sordos, los pintores ciegos o mutilados…no importa si algo importante
han perdido, si incluso uno de los sentidos inherentes a la música o a la pintura ha
dejado de funcionar de forma permanente: siempre queda el pensamiento y la manera
de organizar las cosas en un plano metasensorial. El pintor que se las arregla para
crear una obra con un pincel que toma por los pies o por la boca, a falta de manos. Y
es que no es la mano la que se expresa sino el espíritu a través del arte.

Vuelvo a tomar la casa motivo de mi estudio, como ejemplo: ha sido mutilada y sin
embargo mucho conserva de lo que fue; alberga memoria que permite reterritorializar
en nuestra experiencia contemporánea la vida del pasado. Al estudiarla y
documentarla estoy permitiendo que su presencia actual me permita acceder a
estratos diferentes de su historia y que me proyecte hacia mundos venideros donde
todo es posible: su conservación pero también su extinción. Aún en este extremo habré
logrado generar un espacio en la memoria colectiva donde la casa sigue existiendo.

No sé si con el siguiente comentario me aparte de la idea de la ruptura asignificante


del rizoma: en una estructura arbórea la posibilidad de ruptura debe hacerse evidente.
Todo el mundo busca romper con la tradición pero en la mayoría de los casos, tan
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pronto se la consigue, se percibe que la ruptura por sí misma no llevó a nada y se


regresa a los esquemas anteriores. Esto conllevaría al estancamiento de la creatividad y
de las posibilidades. Pero si la ruptura no es más que un proceso que se da a fuerza de
agenciamientos presentes quizá sea mejor concentrarse más en esos procesos –lo que
nos lleva a la vivencia y valoración del plano de inmanencia- que en el fin mismo. De
todos modos el fin que sea, siempre será simplemente un eslabón en la cadena de
acontecimientos.

Revisando la historia del arte vemos cómo quienes han sido capaces de generar
rupturas no se lo propusieron, simplemente aprovecharon una línea de fuga y
desarrollaron a través de esa fisura la construcción de un arte renovador. Esto de las
líneas de fuga es un concepto que me atrae mucho, porque supone la existencia
permanente de nuevos caminos en situaciones en las que llegamos a un callejón sin
salida.

5 y 6. “Principios de cartografía y calcomanía.” Esta parte me está


resultando más difícil de entender. Lo que escriba con respecto a este principio
seguramente dejará más puntos críticos que en los anteriores.

Primeramente he de entender qué cosa es un mapa y qué un calco. Un mapa es un


diagrama que me permite localizar un punto dado en el espacio, mediante marcas,
signos o señales diferenciadas del mundo. Un mapa me guía en la búsqueda de ese
punto, con suficiente información para que el momento de confrontar las dimensiones
de la realidad llegue a un destino abierto a la incertidumbre.

El calco no es herramienta de búsqueda, es una réplica que congela un momento dado


del plano de inmanencia. A través de la reproducción masiva espera obtener poder,
incluso sobre el tiempo, aspira a la trascendencia.

Confrontando estos dos elementos puedo darme cuenta de que el mapa es un recurso
que hace posible muchas lecturas: “Una de las características más importantes del
rizoma quizá sea la de tener múltiples entradas […]. Contrariamente al calco que
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siempre vuele «a lo mismo», un mapa tiene múltiples entradas.” El mapa funciona


como una herramienta de inmanencia, abierta, susceptible de infinitas
interpretaciones y devenires. Si quiero guiarme a partir del mapa puedo empezar y
llegar por cualquier coordenada, trazando trayectorias diversas, caminando de ida y
de vuelta, de adelante para atrás, de izquierda a derecha y viceversa, y siempre tendré
la posibilidad de leer la realidad de una manera nueva, sin reproducir una ruta
definida pero haciendo caminos, generando agenciamientos. Al igual que una modelo
a la que me enfrento al momento de pintar. Es la misma mujer, pero ya no es la misma
que dibujé ayer y si ahora me propongo dibujarla con la misma pose que ayer, será
imposible que salga algo igual. No estoy haciendo un calco de ella, hago un mapa que
se materializa como obra de arte, un mapa que permitirá a los potenciales
observadores trazar sus propias rutas de acceso al mundo que supone la obra. Si, por
el contrario, reproduzco su imagen aferrándome a un estereotipo, si intento que mi
cuadro se parezca a y no sea, entonces hago calco, pudiendo llegar incluso a elaborar
cientos de calcos de mí mismo o de mi obra.

En este punto, hallo más sentido a aquello de aprender de la naturaleza (la exterior
física, pero también y sobre todo la interior, invisible) a fin de tener un punto de
partida para la creación de mi cuadro o de mi proyecto. Algunos ven la restauración
como una obra de arte y si a ella me enfrento a partir de un mapa, podré entonces
interpretar lo que es y lo que puede llegar a ser con mi intervención. Ninguna
diferencia tendría para mí ser pintor, arqueólogo o restaurador, tendría caso hacer
transdisciplina, dejar de mantener el estatus unitario que supuso la adquisición de un
grado en una carrera determinada y propender a abrir caminos en el mundo del
conocimiento. Esto choca con los troncos de los árboles que precisan un alineamiento,
una distancia mutua.

No creo que los autores desconozcan lo pragmático del uso de los calcos, pero sí
aconsejan “…volver a colocar el calco sobre el mapa”, siempre que se manejen los
calcos, un momento habrá, si se espera crear algo nuevo, cuestionarlo, buscar una
fisura, una línea de fuga a la redundancia y confrontarlo con el mapa.
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El árbol busca afianzar sus raíces y abrirse hacia el cielo, quiere elevarse, trascender,
por la única vía de su reproducción binaria. El rizoma abre caminos sin pretensiones
trascendentales por las múltiples vías que su poder de agenciamiento le permite. ¿A
dónde lleva todo esto? Quizá a contar con una opción válida para comprender
procesos y conceptos, pero ¿cabe la posibilidad de encontrar las respuestas a las
preguntas de siempre, en el rizoma? No lo creo, iría en contra de sí mismo, detrás de
las trascendencias. Los autores advierten la llegada a un callejón sin salida: “en los
rizomas hay nudos de arborescencias y en las raíces brotes rizomáticos”. Sin embargo
no debe verse en estos dos sistemas una oposición: el sistema arborescente es un
modelo, el rizoma no es ningún modelo, es siempre una posibilidad. No es bueno ni
malo, pero puede devenir bueno o malo, si es sometido al juicio de los árboles.

Luego de todas estas reflexiones, apenas se abre el panorama de la incertidumbre. Me


doy cuenta que pese a mi indiferencia hacia la divinidad, he recurrido más de una vez
a la aspiración trascendente, cayendo en sucesivas frustraciones nostálgicas y
orgásmicas. ¿Qué lugar para la vida? ¿qué lugar para una vibración constante, como
una onda fugitiva que recorre el universo, desinteresadamente y con la posibilidad de
ser todo o nada?

Creo que una de las cosas que he ido comprendiendo es la equivalencia entre la
increíble mecánica que genera los juegos de poder y la máquina deseante que somos
cada uno de nosotros. Casi pueden confundirse la una y la otra en sus bases y
procedimientos. Quizá puede llegar a ser más indefinido y confuso el límite entre los
tradicionales discursos de izquierda y de derecha, entre lo bueno y lo malo. Una vieja
intuición nos revive en el pensamiento al leer a Deleuze y Guattari: “Un rizoma no
empieza ni acaba, siempre está en el medio, entre las cosas, inter-ser, intermezzo”.
Un rizoma, peligroso instrumento, huye de los extremos de la dialéctica y sin embargo
incuba potencialmente en su seno todas las posibilidades e incertidumbres.

diego gonzález ojeda

Loja, junio de 2006

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