El problema, posiblemente, es que la película ajusta el cinturón del
suspense a una cuestión muy concreta: algunos personajes saben que
la situación es accidental, otros creen que no lo ha sido. Esos mimbres, que habrían podido estirar una situación mínima hasta el paroxismo, en las manos menos expertas del director Gonzalo Bendala hacen que los personajes den bandazos sin un comportamiento definido. Policías muy listos o muy tontos, según; bakalas que entran en escena para generar caos y hacen mutis por el foro porque sí; o un personaje, el de Ester Expósito, que peca de histérica cuando conviene, y de cerebral cuando viene bien.
La película, sin embargo, tiene también en el apartado de innegables
virtudes una tensión bien sostenida la mayor parte del tiempo, una estética tenebrosa muy lograda con pocos medios y un plantel de actores, en general, muy apropiado. A Villagrán y Expósito se suman una Marian Álvarez estupenda y cuyo personaje, por desgracia, es absolutamente prescindible. Y hay algo más, un extra para espectadores perversos y antimoralistas convencidos.