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Entre la vertiente tropical y los valles

Sociedades regionales e interacción prehispánicas en los Andes centro-sur


Sonia Alconini
Editora

Entre la vertiente
tropical y los valles
Sociedades regionales e interacción
prehispánicas en los Andes centro-sur
Foto de portada: cortesía de Claudia Rivera y Joseph Bastien.

© Sonia Alconini, 2016


© Plural editores, 2016

Primera edición: marzo de 2016

dl: 4-1-3451-15
isbn: 978-99954-1-692-8

Producción:
Plural editores
Av. Ecuador 2337 esq. Calle Rosendo Gutiérrez
Teléfono 2411018 / Casilla 5097 / La Paz, Bolivia
Email: plural@plural.bo / www.plural.bo

Impreso en Bolivia
Lista de participantes del taller “La montaña tropical sur-central y las zonas adyacentes: Desarrollos po-
líticos regionales, intercambio interregional e interacción cultural” (julio del 2013, Sucre-Bolivia). Evento
auspiciado por la Wenner Gren Foundation for Anthropological Research y con el apoyo del Centro de
Investigaciones Arqueológicas de la Universidad Mayor de San Francisco Xavier de Chuquisaca y del
Departamento de Antropología de la Universidad de Texas (COLFA) en San Antonio.
De izquierda a derecha empezando desde abajo: Dennis Rodas, María Esther Albeck, Elfy Alvarado (apoyo
logístico), Sonia Alconini, Orlando Tapia, Matthew Warren, Lynn Kim, Claudia Rivera, Beatriz Ventura,
Carla Jaimes, Sergio Calla y Walter Sánchez. Ausentes: Beatriz Cremonte, Edmundo Salinas Juan Carlos
Chávez, Gabriela Ortiz y Violeta Galván.
Índice

Presentación
Serie investigaciones arqueológicas en Bolivia............................................ 19

Introducción................................................................................................. 21

capítulo 1
La cerámica chimay en la región del Beni: Rememorando
a Nordenskiöld y Lathrap a la luz de las nuevas investigaciones
arqueológicas
Carla Jaimes Betancourt................................................................................. 25

capítulo 2
La tradición alfarera yunga género tosco en el territorio
kallawaya: Trayectorias de desarrollo sociopolítico
Sonia Alconini................................................................................................ 51

capítulo 3
Los yunga-kallawaya: Repensando los procesos de interacción
regional en los Andes orientales septentrionales
Juan Carlos Chávez / Sonia Alconini............................................................... 67

capítulo 4
La ocupación prehispánica del valle de Chungamayu (Sud Yungas)
a través de la arqueología y la etnohistoria
Patrizia Di Cosimo......................................................................................... 87
8 entre la vertiente tropical y los valles

capítulo 5
La región de Cohoni, entre los valles altos y los yungas del río La Paz:
Dinámicas de articulación y fronteras sociales
Juan Villanueva Criales.................................................................................. 113

capítulo 6
La tradición cerámica estampada e incisa de bordes doblados
en el suroriente boliviano: Trayectorias de desarrollo en el territorio
yampara en el sur Andino
Sonia Alconini................................................................................................ 133

capítulo 7
Los yungas nublados: Cerámica, poder agencial e interrelaciones
en los yungas de Cochabamba durante el Horizonte Medio
Walter Sánchez Canedo................................................................................... 155

capítulo 8
Viviendo en los yungas, transformando los yungas: Tecnología
de la piedra y conocimiento local
Walter Sánchez Canedo................................................................................... 177

capítulo 9
Tiwanaku y las dinámicas de ocupación e interacción regional
durante el Horizonte Medio en los valles orientales de Bolivia
Claudia Rivera Casanovas............................................................................... 201

capítulo 10
Interacción y dinámica cultural en Mojocoya
durante tiempos prehispánicos
Orlando Tapia / José M. Capriles.................................................................... 217

capítulo 11
San Francisco, pastas cerámicas de una tradición alfarera
de las yungas jujeñas
María Beatriz Cremonte / Lucas Pereyra Domingorena /
Agustina Scaro................................................................................................ 241

capítulo 12
El consumo como vía para comprender economías mixtas.
Su aplicación al sur del valle de San Francisco,
región pedemontana de Jujuy (Argentina)
Gabriela Ortiz / Violeta A. Killian Galván..................................................... 263
índice 9

capítulo 13
Bolsones de producción agrícola incaica en los valles del oriente
salteño, Argentina
Beatriz N. Ventura / María Ester Albeck........................................................ 283

capítulo 14
Esferas de interacción y circulación de bienes y poblaciones
en un sector de la frontera sur oriental del Tawantinsuyu.
Los valles del norte de Salta, Argentina
Beatriz N. Ventura......................................................................................... 301

capítulo 15
En las márgenes de la frontera incaica de Jujuy:
Agua Hedionda en perspectiva
María Beatriz Cremonte................................................................................. 319

capítulo 16
Conclusiones: hacia una nueva visión de la vertiente
tropical centro-sur andina
Sonia Alconini................................................................................................ 335

Bibliografía................................................................................................... 343


capítulo 1

La cerámica chimay en la región del Beni:


Rememorando a Nordenskiöld y Lathrap
a la luz de las nuevas investigaciones
arqueológicas
Carla Jaimes Betancourt1

Resumen

La cerámica del sitio chimay, encontrada por Nordenskiöld hace 100 años, a
pocos kilómetros de Covendo, a orillas del río Beni, es la colección de referen-
cia que tanto Nordenskiöld y posteriormente Lathrap utilizaron para proponer
una ascendencia barrancoide de este estilo. Los nuevos hallazgos arqueológicos y
datos sobre las ocupaciones prehispánicas en los Llanos de Mojos y la Amazonía
Central nos permiten reflexionar sobre las ideas propuestas de distribución de
lenguas, expansión de grupos étnicos y su correlación con la distribución de estilos
cerámicos. Una nueva mirada a la colección chimay nos revela un horizonte con
interacciones simbólicas entre ocupaciones multiétnicas, de las cuales todavía
sabemos muy poco y que necesitan ser estudiadas.

Introducción

El río Beni nace en los Andes de la confluencia de los ríos Alto Beni y Kaka, y recorre
alrededor de 1200 km hasta su desembocadura en el río Madeira. Geográficamente
constituye un corredor de comunicación entre los Andes y la Amazonía, conectando
los bosques amazónicos subandinos con los bosques de llanuras aluviales, habita-
dos actualmente por pueblos originarios como los Mosetenes, Chimanes, Lecos y
Tacanas (Diez Astete 2011). En el sector del curso medio del río Beni, la Reserva
de Biosfera y Tierra Comunitaria de Origen Pilón Lajas (rb-tco Pilón Lajas) se

1 Deutsches archäologisches institut, Bonn - Alemania. (carla.jaimes.betancourt@gmail.com)


26 entre la vertiente tropical y los valles

une al Parque Nacional y Área Natural de Manejo Integrado Madidi (pn&anmi


Madidi), una de las zonas con más biodiversidad del planeta (Pauquet 2005).
La cuenca del río Beni es más amplia hacia el noroeste (500 km) que al su-
reste (150 km) y tiene más de 1000 km de longitud. Esta área plana se encuentra
cubierta por selva tropical al norte y pampas al sur. Mientras su límite occidental
con las estribaciones andinas es abrupto mediante un cinturón de pie de monte,
su límite oriental hacia las colinas del escudo brasileño es bastante homogéneo.
Tres grandes ríos serpentean la cuenca: el río Madre de Dios, el río Beni y el río
Mamoré, cuya unión forma el río Madeira, principal afluente del río Amazonas y
el único que le aporta aguas de la cordillera andina (Dumont 1996) (Figura 1.1).
La manera en que las cuencas ribereñas sudamericanas están geográficamente
integradas, incentivó a Nordenskiöld (1930) a correlacionar la amplia distribución
de cerámica con decoración incisa y modelada desde las Antillas hasta el delta
del río Paraná. Esta propuesta fue retomada posteriormente por Lathrap (1970)
para postular que desde el Amazonas Central, se habría originado una dispersión
poblacional, resultado de una presión demográfica en busca de nuevas tierras para
la agricultura. Estas migraciones según Lathrap se verían reflejadas en la relación
de patrones de distribución de lenguas y tradiciones cerámicas. Así por ejemplo, la
tradición cerámica barrancoide correspondería a la migración de familias Arawak y
la tradición Polícroma a familias tupí-guaraní. Sin embargo, en las últimas décadas
en la Amazonía Central, se ha abordado la correlación de material cultural con
la presencia de grupos lingüísticos de manera más crítica y se ha cuestionado la
correlación del registro arqueológico con las expansiones agrícolas propuestas por
Lathrap (Heckenberger 1998; Lima 2006; Neves 2006). La solución a problemas
cronológicos y funcionales de la variabilidad cerámica en diferentes subregiones de
la Amazonia Central (Lima 2006, 2008; Neves 2010), han contribuido en abordar
estas problemáticas de manera suprarregional y diacrónicamente para posterior-
mente relacionarlos con movimientos lingüísticos. En Bolivia, las hipótesis de
Lathrap, respecto a las influencias barrancoides en el material arqueológico de las
riberas del río Beni (Michel 1992; Pärssinen y Siiriäinen 2003) y de los Llanos
de Mojos (Denevan 1980; Walker 2008), fueron asumidas sin mucha reticencia
debido a la falta de datos y secuencias cronológicas.
El objetivo de este artículo es reflexionar y debatir sobre lo que se denomina
barrancoide en las tierras bajas de Bolivia, a la luz de las nuevas investigaciones en
los Llanos de Mojos y en la Amazonía Central. Para abordar este tema, primero
se recapitularán los datos de procedencia de la colección chimay encontrada por
Nordenskiöld hace más de cien años atrás. Esta colección sirvió de referente,
durante los últimos cuarenta años, para postular influencias barrancoides en la
Amazonía boliviana (Lathrap 1970) y es menester contextualizarla de acuerdo
a nuestros actuales conocimientos. Posteriormente, se describirán los atributos
morfológicos y decorativos del complejo cerámico chimay, el cual fue documentado­
la cerámica chimay en la región del beni 27

Figura 1.1. Los ríos Madre de Dios, Beni y Mamoré conforman el río Madeira, principal afluente del río
Amazonas. En el mapa se ubican los sitios arqueológicos 1) Chimay, 2) Motacusal 3) Loma Velarde y los
diferentes complejos cerámicos hasta ahora reconocidos en los Llanos de Mojos: I. Complejo Casarabe
(Montículos Monumentales), II. Complejo San Juan y el Cerro (Grandes plataformas elevadas de cultivo),
III. Complejos Bella Vista y Jasiaquiri (Zanjas) y IV. Complejos Tumichichua, Giese y el Circulo (Zanjas).
28 entre la vertiente tropical y los valles

por la autora, el año 2010 en el Museo de las Culturas del Mundo, en Gotem-
burgo. Finalmente se presentarán las comparaciones locales y regionales que nos
permitirá entrar a la discusión sobre temas de interacción.

La colección chimay de Erland Nordenskiöld

En Octubre de 1913, Olga y Erland Nordenskiöld se aventuraron a un viaje por


tierra desde la ciudad de Cochabamba, atravesaron el valle de Cotacajes vadeando
cientos de veces el río del mismo nombre y pasaron por las poblaciones de San
Jacinto, Choro y Sequerancho. Después de recorrer con mulas y caballos casi 200
km llegaron a la Misión de Covendo, dejando atrás el río Cotacajes, el cual desde
el punto de Santa Elena, ya está unido al río Beni (Nordenskiöld 2001).
La Misión de Covendo se sitúa en el margen del río Beni, en un paisaje de selva
que contrasta fuertemente con la cordillera. Para Nordenskiöld (2001), este es un
lugar idílico habitado por Mosetenes, una isla en la gran selva que se extiende por
los valles de los Andes hacia las tierras bajas. Nordenskiöld (1924) realizó una ex-
cavación arqueológica en un sitio, hasta ahora nunca más visitado por arqueólogos,
que había sido expuesto por el río Beni, pocos kilómetros más abajo de Covendo
(Figura 1.1). Este investigador, describe al sitio de la siguiente manera:

“El estrato cultural es muy grande, con algunos decímetros de espesor; se encuentra
aproximadamente a un metro de profundidad y sigue el río unos trescientos metros.
Debajo de éste encontramos tres tumbas. Uno de los muertos fue enterrado tumbado,
yaciendo sobre la espalda; otro también estaba echado sobre la espalda, pero sus
rodillas estaban subidas hacia la barbilla; el tercero estaba en la misma posición que
el anterior pero de costado. Encontramos la misma cerámica en el estrato cultural
y en las tumbas; las vasijas que hallamos tienen una forma peculiar, la mayoría se
soporta sobre cuatro patas” (Nordenskiöld 2001:132).

De este corto pasaje que describe el sitio arqueológico chimay, salen a relucir
datos interesantes. En primer lugar, el estrato aluvial de un metro de espesor que
cubre a la capa de ocupación. Esto nos insta a tener en cuenta la pobre visibili-
dad arqueológica existente en la Amazonía, principalmente para sitios arqueo-
lógicos anteriores a la época cristiana. Este hecho ya fue discutido por Neves
(2007), quien sugiere que los hiatos en las secuencias arqueológicas de la región
Amazónica, ocurren principalmente durante el período del Holoceno Medio y
estarían relacionados a condiciones de cambios climáticos. Por otra parte, el sitio
arqueológico fue cortado por el río Beni, exponiendo el estrato cultural. Es decir,
los constantes cambios en los meandros de los ríos, deben ser considerados al
momento de realizar estudios más detallados sobre los patrones de asentamientos
de las sociedades de tierras bajas.
la cerámica chimay en la región del beni 29

Nordenskiöld (1924) considera al sitio chimay como unicomponente, ya que


el material cultural de la capa de ocupación no se diferencia del encontrado en las
tumbas. Incluso sugiere que siguiendo las mismas costumbres actuales, registra-
das por él en varias de sus etnografías, los antiguos pobladores enterraron a sus
familiares en la misma villa o incluso en sus mismas casas.
Interesantemente, los enterramientos excavados por Nordenskiöld (1924,
figs. 4-6) presentaban diferentes posiciones y estaban provistos de ofrendas. La
tumba 1 correspondía al esqueleto de un individuo adulto, en posición decúbito
dorsal y orientado casi de norte a sur. La cabeza estaba cubierta por un gran
fragmento de cerámica sin decoración. Y por encima se encontraron dos cuencos
completos, uno pequeño volcado dentro de otro cuenco de mayor tamaño (Figura
1.2). El cuenco más pequeño (Figura 1.2a) tiene aplicado al borde, un apéndice
modelado y dividido en dos, con incisiones verticales. Además presenta cuatro
pequeñas protuberancias distribuidas en ambos costados de la vasija, a manera
presumiblemente de extremidades. El segundo cuenco de mayor tamaño (Figura
1.b) tiene dos aplicaciones redondeadas cerca del borde, en una de ellas se puede
todavía reconocer rasgos de un rostro (ojos y boca). De ambos apéndices se des-
prenden dos largas bandas con incisiones finas verticales, adheridas a los lados
de la vasija (Figura 1.2c).

Figura 1.2. Tumba 1 en posición extendida decúbito dorsal, orientado casi de norte a sur. La cabeza
estaba cubierta por un gran fragmento de cerámica. Por encima de la cabeza se encontraron dos cuencos
completos (figs. a-c.) y a la derecha del cráneo estaba un pequeño recipiente globular con cuello (fig. d).
Escala de las vasijas 1:3 (Fotos Ferenc Schwetz).
30 entre la vertiente tropical y los valles

Lamentablemente falta el extremo donde probablemente se unían las dos


bandas aplicadas. Su forma general y sobre todo la base convexa irregular de ambos
cuencos, rememora la forma de la cáscara de los frutos (tutumas) de la calabaza
(Crescentia cujete), utilizada hasta el día de hoy para servir y beber líquidos. A la
derecha del cráneo estaba un pequeño recipiente globular con cuello, provisto de
dos asas verticales, con decoración de triángulos incisos a la altura del hombro de
la vasija y una base con cuatro soportes (Figura 1.2d).
En la tumba 2, el esqueleto yacía sobre su costado izquierdo con las rodillas
pegadas a la barbilla y los brazos cruzados sobre el pecho (Nordenskiöld 1924).
El individuo poseía tres cuentas blancas presumiblemente de conchas que se
perdieron durante el traslado a Gotemburgo, y una vasija tetrápode encima del
cráneo, la cual tenía una figura zoomorfa aplicada a uno de los costados de la
vasija (Figura 1.3a). Se pueden distinguir la cabeza de la figura (Figura 1.3b) y
sus extremidades, que por su posición se asemeja a un batracio.

Figura 1.3. Tumba 2, posición flexionada de lateral izquierdo. Por encima del cráneo se encontraba una
vasija tetrápode, adornada con una figura zoomorfa aplicada (fig. 3a). Se distinguen la cabeza (fig. 3b) y
las extremidades, que por su posición se asemejan a un batracio.
la cerámica chimay en la región del beni 31

En la tumba 3, el esqueleto estaba orientado de este a oeste, con la cabeza al


oeste y yacía con las rodillas flexionadas hasta la barbilla. Aunque Nordenskiöld
(1924) menciona que se encontraron restos de dos vasijas encima del cráneo, no
publicó ninguna de ellas y tampoco se las logró encontrar en la colección del
Museo de las Culturas de Gotemburgo. La mayoría de la colección cerámica de
este sitio, está compuesta por fragmentos diagnósticos seleccionados por Nor-
denskiöld, que seguramente provenían de la capa cultural. En esta colección se
puede observar una heterogeneidad de tipos cerámicos, que serán presentados
a continuación.

Caracterización de la cerámica chimay

El año 2010, tuve la oportunidad de estudiar la colección chimay en el Museo


Nacional de las Culturas del Mundo (Världskulturmuseet) en Gotemburgo. Pude
observar que el tipo morfológico y decorativo más destacado son las vasijas abiertas
o cuencos redondos adornados por caras modeladas que miran hacia el interior de
la vasija (Figura 1.4a-g). Algunos de estos ejemplares tienen extremidades y parecen
ser representaciones de batracios, simios y murciélagos. De acuerdo a los ejemplos
de las vasijas completas, los cuencos podían tener cuatro soportes, en diferentes
formas y tamaños (Figura 1.4k-m). Los bordes de las vasijas son directos y los labios
redondeados (Figura 1.4d-g) o presentan una acanaladura (Figura 1.4c).
Otras formas abiertas presentes en la colección chimay son los cuencos ca-
renados (Figura 1.5a-b) y los cuencos de paredes rectas (Figura 1.5c-f). Ambos
estuvieron provistos de un asa aplicada, ya sea en forma horizontal (Figura 1.5e)
o de una U invertida (Figura 1.5f). Los bordes estaban engrosados hacia afuera
y el labio estaba adelgazado cortado. Los mismos bordes engrosados externos se
encuentran en vasijas abiertas de paredes rectas, que podrían ser también cuellos
de vasijas globulares. La mayoría de los bordes engrosados tienen decoraciones
de profundas incisiones verticales o diagonales (Figura 1.6a-c).
Las ollas globulares con cuello parecen haber estado provistas de asas verticales
en ambos lados del hombro de la vasija (Figura 1.6e-f). Se destaca en el conjunto
cerámico chimay, una olla cerrada con cuerpo ondulado (Figura 1.6d) y una base
con pedestal alto (Figura 1.6g), cuyas características tecnológicas se diferencian
principalmente por estar cubiertas de un engobe color gris y rojo respectivamente.
Existen tres ejemplos de formas de vasijas que parecen vasos. Es decir vasijas
cuya longitud de las paredes pueden ser mayores al diámetro (Figura 1.10b-d). Una
de ellas tiene decoración incisa de profundas líneas horizontales, línea punteada
y líneas curvas en forma de U, además de un apliqué circular (Figura 1.10b). El
otro fragmento presenta una banda aplicada muy cerca del borde, con incisiones
verticales (Figura 1.10d).
32 entre la vertiente tropical y los valles

Figura 1.4. Cerámica Chimay. Vasijas abiertas o cuencos redondos adornados por caras modeladas
que miran hacia el interior de la vasija (figs. a-g). Soportes, en diferentes formas y tamaños (figs. k-m).
Protuberancias aplicadas, posiblemente asas (figs. h-j).

Además, se debe recalcar la ausencia de vasijas con decoración pintada, así


como de fragmentos correspondientes a asadores o ralladores. Ambos tipos
morfológicos tienen una larga y amplia presencia en diferentes tradiciones ce-
rámicas amazónicas y están asociadas al procesamiento de alimentos (Almeida
2013; Dickau 2012; Jaimes 2013; Lima 2008; Prous 1992). En lugar de estos
la cerámica chimay en la región del beni 33

Figura 1.5. Cerámica Chimay. Cuencos carenados (fig. a-b) y con paredes rectas (fig. c-f) provistos de
un asa aplicada en forma horizontal (fig. e) o de una U invertida (fig. f).

artefactos, Nordenskiöld (1924) encuentra en Chimay batanes de piedra para la


molienda de granos y hachas de piedra en forma de T para las labores agrícolas.
Con excepción de una pequeña hacha de piedra (Nordenskiöld 1924), que por
su pequeño tamaño, menor a 5 cm de largo y peso de solo 22 gr, se deduce tuvo
un valor más simbólico que funcional.
34 entre la vertiente tropical y los valles

Figura 1.6. Cuellos de vasijas con bordes engrosados (fig. a-c), olla globular con cuello y asas verticales
(fig. e-f), olla cerrada con cuerpo ondulado (fig. d) y base con pedestal alto (fig. g).
la cerámica chimay en la región del beni 35

La cerámica chimay en la arqueología del río Beni

Es evidente que la cerámica chimay tiene algunos atributos estilísticos que


frecuentemente son relacionados a tradiciones amazónicas, sobre todo la deco-
ración incisa, aplicada y modelada. En el caso de Bolivia específicamente, y en
comparación con las tradiciones andinas, la presencia de tetrápodes y trípodes
es una característica morfológica atribuida mayormente a las tradiciones cerá-
micas de las tierras bajas, aunque esta se encuentra ausente en las tradiciones
de la Amazonía Central.
Ahora es menester analizarlos con mayor precisión, para evitar englobar
diferentes complejos cerámicos bajo un mismo común denominador y por eso
comenzaremos realizando las comparaciones locales. La arqueología del río
Beni es todavía incipiente, si bien existen alrededor de medio centenar de sitios
arqueológicos identificados, producto de hallazgos fortuitos y algunas prospec-
ciones arqueológicas realizadas por investigadores en las décadas pasadas (Álvarez
1999, 2002; Cordero 1984; Del Castillo 1929; Faldín 1978; Michel 1996; Qui-
roga 2009; Tyuleneva 2010). Solo un sitio arqueológico fue hasta hoy excavado y
datado con el método de radiocarbono (Karwowski 2005, 2007, 2008, 2011). El
sitio Uaua-Uno se encuentra en la banda este del río Beni, a 50 km al norte del
poblado de Reyes y más o menos a 300 km al norte del sitio chimay. Las tumbas
excavadas, el material cultural asociado y los tres fechados radiocarbónicos, son
la evidencia utilizada para proponer que el sitio fue ocupado en dos espacios de
tiempo diferentes. La primera ocupación entre el 400-900 d. C y la segunda entre
1400-1500 d. C. (Karwowski 2011). Sin embargo, ninguna de estas ocupaciones
presentaba material cerámico con características parecidas a la cerámica chimay,
por el contrario la mayoría del material cerámico se encuentra decorado con
motivos geométricos pintados o incisos. Los autores lo relacionan, siguiendo el
modelo de Lathrap (1970), con las tradiciones Pacacocha y Cumancaya asociadas
a la expansión Pano (Karwowski 2011). Por lo tanto, este sitio, que es el único
que cuenta con dataciones absolutas, no nos sirve para ubicar cronológicamente
la colección cerámica chimay.
El resto del material cerámico documentado en la literatura arqueológica de
la región (Álvarez 2002; Cordero 1984; Michel 1996; Portugal 1978; Tyuleneva
2010) proviene de recolecciones de superficie y colecciones privadas. La amplia
variedad estilística que presentan estos materiales, es el testimonio de largas
ocupaciones prehispánicas, seguramente multiétnicas, que todavía no han sido
ordenadas cronológicamente y quedan por ser estudiadas.
El sitio arqueológico Motacusal, reportado por Tyuleneva (2010) y ubicado
a orillas del río Tuichi (Figura 1.1), es el único que presenta fragmentos muy se-
mejantes a la cerámica chimay. Al igual que el sitio arqueológico chimay, el sitio
Motacusal ha sido expuesto por el cambio de meandro del río Tuichi, dejando un
36 entre la vertiente tropical y los valles

barranco de 3 m, en el cual se pueden observar varias capas culturales a diferentes


profundidades. En la colección diagnóstica publicada por Tyuleneva (2010, lám
4) se aprecian fragmentos con decoración modelada de rostros zoomorfos y de-
coración incisa (Figura 1.7). Al igual que en el sitio chimay, se destaca la ausencia
de material cerámico con decoración pintada.

Figura 1.7. Cerámica Motacusal con decoración modelada de rostros zoomorfos y decoración incisa (figs.
a-b). Amuleto con dos agujeros laterales de piedra verde en forma de sapo (fig. c) (Tyuleneva 2010: 48, lám 4).

Seguramente, no es el único sitio arqueológico con piezas similares a Chimay.


Tyuleneva (2010: lám. 8 -20, 22-23) presenta material de la colección de Don
Abelardo Tudela y de la agencia Bala Tours en el río Tuichi, que también exhiben
aplicaciones modeladas de rostros antropomorfos y zoomorfos muy similares a
los documentados en Chimay, pero lamentablemente se desconoce la procedencia
exacta de estas piezas.
Al parecer los sitios arqueológicos del río Beni, caracterizados por vasijas
con decoración pintada como el sitio de San Buenaventura, San Buena Vista
(Cordero 1984), o mediante finas incisiones geométricas alrededor del borde,
como los sitios San Martín (Cordero 1984), San Miguel (Álvarez 2002), o incluso
sitios bicomponentes, como el sitio Uaua-Uno (Karwowski 2011) mencionado
anteriormente, de ninguna manera coexisten con el complejo de cerámicas que
presentan rostros modelados aplicados, como aquellos de la cerámica chimay.
Existe una fuerte división entre las tradiciones cerámicas, que posiblemente se
debe a causas cronológicas con lagunas temporales muy amplias.

La cerámica chimay y el enigma de Velarde inferior


en los Llanos de Mojos

En los Llanos de Mojos (Figura 1.1), se cuenta con secuencias cronológicas re-
gionales mucho más finas, tanto para el área de montículos monumentales en la
Prov. Cercado (Dougherty 1981-82; Jaimes 2011, 2012a, 2012b), como para el
la cerámica chimay en la región del beni 37

área de grandes plataformas de cultivo en la Prov. Yacuma (Walker 2004, 2011,


2012), así como en sitios relacionados con zanjas en la Prov. Iténez (Jaimes 2014;
Prümers, Jaimes y Plaza 2006) y Prov. Vaca Diez (Saunaluoma 2010). En estos,
se observa que ninguno de los complejos cerámicos entre 100 a. C. al 1400 d. C.
(Jaimes 2013) presentan características semejantes a la cerámica chimay.
Los cuencos con rostros modelados aplicados y bases tetrápodes, fueron
excepcionalmente documentados en un solo sitio en los Llanos de Mojos, cuyo
caso es necesario analizar cuidadosamente. Se trata de la cerámica que encontró
Nordenskiöld (1913) en los estratos inferiores del montículo Velarde, ubicado
cerca de Loreto (Figura 1.1). El mismo Erland Nordenskiöld (1924) emparentó
la cerámica Velarde inferior con la cerámica chimay, comparación que fue reto-
mada posteriormente por Lathrap (1970) para postular una lejana relación con
la tradición barrancoide.
Antes de entrar al análisis de lo que supone esta asociación, es necesario
recordar al lector, que Nordenskiöld (1913) había realizado excavaciones ar-
queológicas en tres montículos habitacionales, en los Llanos de Mojos (Loma
Velarde, Hernmack y Masicito). Únicamente en Loma Velarde se reconoció
una secuencia cultural de dos fases de ocupación a las que se denominó Velarde
inferior y Velarde superior. Su propuesta se basó tanto en observaciones estrati-
gráficas como en la presencia o ausencia de ciertos artefactos. Según Nordens-
kiöld (1913), la fase Velarde inferior pertenece a una ocupación premontículo de
gente que habitó en casas de palafitos. Esta suposición se basa en que, tanto la
cerámica como la gran cantidad de caracoles que encontró en el sedimento de
la capa ocupacional, no estaban fracturados, sino más bien intactos. El material
cultural de esta fase se caracteriza por la presencia de vasijas tetrápodes, cuen-
cos en forma de cucharas y vasijas con aplicaciones de rostros modelados, que
interesantemente coexisten con una cerámica finamente pintada (Nordenskiöld
1913, figs. 68-76) (Figura 1.8).
Después de que estos primeros habitantes abandonaran el sitio, llegaron los
constructores del montículo, correspondiente a la fase Velarde Superior. Este
nuevo grupo era portador de un material culturalmente muy diferente com-
puesto por fuentes ralladores, manos de moler y una variedad de vasijas trípodes
con decoración pintada. Según Nordenskiöld (1913), la diferencia tecnológica y
morfológica entre ambos complejos cerámicos es tan visible, que es posible separar
los fragmentos de manera intuitiva, sin temor a equivocarse.
Actualmente se sabe que estos montículos son grandes edificaciones arqui-
tectónicas, cuyos espacios fueron renovados periódicamente y donde se llevaron
a cabo diferentes actividades, tanto domésticas como rituales.2 La secuencia

2 Sobre el tema ver Dougherty y Calandra (1981-82, 1984); Erickson (2000, 2006, 2008); Lombardo
y Prümers (2010); Prümers (2003, 2004, 2004b, 2006, 2006b, 2008, 2009, 2009b, 2012, 2013).
38 entre la vertiente tropical y los valles

estratigráfica,­así como la secuencia cerámica, de los montículos hasta ahora


estudiados (Loma Alta de Casarabe, Loma Mendoza y Loma Salvatierra), co-
rroboraron una ocupación intensiva y continua de por lo menos 900 años (500
- 1400 d. C.). En este lapso de tiempo, diversos procesos de interacción social
a escala local y/o regional, ocasionaron cambios en la forma y la decoración de
las vasijas de una manera constante pero no abrupta. Es decir, es posible reco-
nocer una larga tradición artesanal, en la cual persisten algunas características
esenciales desde las primeras generaciones de ceramistas que vivieron en estos
montículos. Así por ejemplo, instrumentos que por su funcionalidad eran impor-
tantes para el procesamiento de alimentos o elaboración de bebidas, tales como
los ralladores y las manos de moler (Dickau 2012), aparecen recurrentemente
durante toda la secuencia ocupacional a partir del 500 d. C. Esta tradición que
fue bautizada como Complejo Casarabe, está compuesta por cinco fases cerá-
micas (Jaimes 2012a, 2013).

Figura 1.8. Cerámica Velarde Inferior. Figuras antropomorfas y cuencos con aplicaciones de rostros
modelados, (Nordenskiöld 1913: 221, figs.43).

Al intentar comparar la secuencia cerámica de los montículos de Casarabe con


la secuencia propuesta por Nordenskiöld para la loma Velarde, surge el siguiente
problema: la cerámica Velarde Superior corresponde a la cerámica decorada de las
fases 4 y 5, y las fases 1 a 3 están ausentes. Es decir, la edificación del montículo
de la Loma Velarde se habría dado a partir del 900 d. C.
la cerámica chimay en la región del beni 39

La ocupación Velarde inferior representa todavía una incógnita a resolver, ya


que hasta ahora, en ninguno de los montículos excavados, se ha documentado una
ocupación premontículo con cerámica como la Velarde inferior, caracterizada por
la decoración de apliques modelados. Si bien es fundamental volver a excavar esta
loma para fechar sus ocupaciones, me atrevería a conjeturar que Velarde inferior
corresponde a un período anterior a las primeras ocupaciones en montículos, es
decir antes del 500 d. C.
De esta manera, al no existir nuevos hallazgos relacionados a la cerámica
chimay y Velarde inferior, las semejanzas propuestas por Nordenskiöld entre
ambos complejos están todavía vigentes y son frecuentemente citadas (Bennett
1936; Denevan 1966; Jaimes 2004, 2012b; Prümers 2004, 2006), sirviendo
como base para interpretaciones de migraciones poblacionales o contactos
interétnicos (Lathrap 1970; Walker 2008). Sin embargo, si bien las similitudes
entre ambos complejos cerámicos, se basan en los rostros modelados aplicados
en el borde de la vasija y la presencia de tetrápodes, se debe reconocer que los
otros tipos morfológicos (vasijas con cuello, vasijas cerradas) son muy diferentes
entre sí y mantienen sus características propias. Incluso se puede observar que
los cuencos con decoración modelada de ambos sitios se diferencian tanto en
las representaciones de los rostros como en la calidad de manufactura, lo cual
denotaría su producción local.
Sin embargo es posible que, a pesar de estas diferencias, los cuencos con
rostros modelados tengan una misma connotación funcional y simbólica. La ela-
boración de cuencos con apéndices decorativos en ambos sitios y sobretodo el rol
de ofrenda que cumplían estas vasijas en los entierros excavados por Nordenskiöld
en el sito chimay refuerzan esta propuesta.

La cerámica chimay y su relación con las tradiciones barrancoide


del Orinoco, Pocó-Açutuba y borde incisa de la Amazonia Central

La tradición barrancoide fue reconocida primeramente en las llanuras inundables


del Orinoco (Lathrap 1970). La amplia dispersión espacial de características de-
corativas similares en las Guayanas y la Amazonía Central (Lathrap 1970, fig. 17),
fue interpretada por Lathrap como expansiones demográficas de grupos hablantes
de la familia Arawak, quienes desde la Amazonía Central, se habrían propagado
por el río Negro y el río Orinoco durante el primer milenio a. C.
El modelo de Lathrap (1970) se basó en la recurrencia de cerámica con
apéndices decorados mediante incisiones y esferas aplicadas, asas verticales,
rostros modelados en el borde interno y motivos simples de espirales. Estos cri-
terios fueron criticados por algunos pocos autores (Evans 1971; Meggers 1997)
40 entre la vertiente tropical y los valles

y apoyados por varios otros (Heckenberger 2002; Hornborg 2005; Neves 2014;
Petersen 2003) quienes argumentaron además que se trataba de un fenómeno
regional de una gran área enlazada política y socialmente, producto de grandes
olas migratorias o “diásporas”. Estos grupos, siguiendo la argumentación de los
autores mencionados, hablaban lenguas del tronco Proto Arawak, practicaban la
agricultura de la mandioca y tenían similares patrones culturales, que además de
la cerámica, incluían las aldeas circulares con una plaza central.
Desde la pasada década se ha estado constantemente refinando la cronología
de la Amazonía Central, especialmente en cuanto a las continuidades y rupturas
estilísticas de las largas tradiciones cerámicas entre el 1000 a. C. y 1000 d. C.
(Almeida 2013; Gomes 2011; Lima 2006, 2011; Lima 2008; Moraes 2007; Neves
2008, 2014). Producto de este continuo trabajo se han definido mejor la tradición
Pocó-Açutuba y la tradición borde incisa. Ambas tienen una amplia distribución en la
Amazonía y fueron en algún momento emparentadas con la tradición barrancoide.
Los autores apuntan que las sociedades portadoras de estas tradiciones, tenían
pueblos sedentarios a lo largo de los ríos, asociados algunas veces a asentamientos
con terras pretas y a las primeras transformaciones del paisaje.
La tradición Pocó-Açutuba, aunque con sus particularidades locales, fue fechada
mayormente entre 500 a. C. y 500 d. C. (Neves 2014, fig. 26), pero presenta en
algunos sitios fechados más tempranos y más tardíos. Esta tradición cerámica
se caracteriza por la presencia de antiplástico de cauxi y cariapé frecuentemente
combinados, formas complejas de vasijas abiertas y cerradas, con cuellos estrechos
y cuerpos esféricos y elípticos. Los tipos de borde son muy variados y los labios se
encuentran exuberantemente decorados con incisiones y apéndices modelados. La
decoración pintada es polícroma y combina colores negro, amarillo, naranja, rojo,
rosa y vino. Los mencionados autores (Neves 2014) sugieren que la cerámica de
la tradición Pocó-Açutuba es la que presenta mayores semejanzas con la tradición
barrancoide y saladoide del bajo Orinoco.
En cambio, la tradición borde incisa, que incluye a las Fases cerámicas Ma-
nacupuru y Paredão, es más tardía (600 d. C. y 1000 d. C.) y ya no presenta
policromía ni abundante decoración plástica. Aunque existe una continuidad
temporal entre ambas tradiciones, son remarcables las diferencias morfológicas
y estilísticas (Lima 2008).
Al parecer, algunos atributos que perduran en el tiempo y tienen una amplia
dispersión geográfica, son los apéndices zoomorfos y antropomorfos modelados
(Figura 1.9). Estos se encuentran diseminados en diferentes tradiciones, fases
o estilos amazónicos y son interpretados por Lima (2008) y Neves (et al. 2014)
como el producto de una influencia simbólica, religiosa e ideológica de grupos
que hablaban lenguas genéticamente cercanas entre sí, la cual posiblemente fue
el Arawak.
la cerámica chimay en la región del beni 41

Justamente, es la presencia de apéndices modelados en las colecciones chimay


y Velarde inferior, lo que establece su relación con la tradición barrancoide. Pero si
estos apéndices aparecen a lo largo de varias tradiciones, fases y estilos cerámicos
de la Amazonía, nace la pregunta: ¿Hasta qué punto se puede seguir sosteniendo
que el material chimay tiene una relación con la tradición barrancoide? A esto se
suma, que tanto la tradición barrancoide como la tradición Pocó-Açutuba, tienen
características morfológicas y decorativas muy marcadas que están ausentes en
la colección chimay, como por ejemplo el uso de la policromía o las finas deco-
raciones incisas.

Figura 1.9. Dispersión geográfica de los apéndices zoomorfos y antropomorfos modelados en las tradi-
ciones barrancoide de Venezuela y Guyana (Lathrap 1970: 115), Pocó - Açutuba (Lima 2008: 267) y de la
tradición Borde Incisa (Lima 2008: 277). Nótese que cuencas ribereñas están geográficamente integradas.
1) Sitio Barrancas, 2) Sitio Motacusal, 3) Loma Velarde y 4) Sitio Chimay.
42 entre la vertiente tropical y los valles

Igualmente, si comparamos la cerámica chimay con la cerámica de las fases


Manacapuru y Paredão de la tradición borde incisa, saltan a la vista más diferencias
que similitudes. Por ejemplo, la inexistencia en la colección chimay de asadores y
cazuelas asociados al procesamiento de yuca (DeBoer 1981b). Estos recipientes
tienen en la Amazonía una amplia dispersión temporal espacial, y fueron encon-
trados en sitios tardíos de los Llanos de Mojos (Jaimes 2014) . Si una de las pre-
misas de las expansiones migratorias Arawak está relacionada al cultivo de yuca,
estos recipientes deberían encontrarse también en la colección chimay y Velarde
inferior, pero son inexistentes.
Entonces cabe preguntarnos, si los argumentos hasta ahora utilizados para
el modelo de migraciones poblacionales y distribución lingüística de Nordens-
kiöld (1930) y Lathrap (1970) son relevantes y suficientes. Obviamente, la afi-
nidad de algunos atributos en el material cultural no implica la estandarización
étnica o lingüística. Por el contrario, la amplia presencia temporal y espacial de
recipientes con apéndices modelados podría ser interpretada, tal cual lo sugirió
Lima (2008), como una expansión de determinados modos de vida, simbolismos
o cosmovisiones.
Cuando Nordenskiöld (1930) y posteriormente Lathrap (1970) empezaron a
realizar las comparaciones del material cultural en la cuenca amazónica, existían
muchas lagunas espaciales y temporales, que realzaron las semejanzas regionales. Sin
embargo, es razonable que en el gran espacio geográfico de la cuenca Amazónica,
sean las particularidades locales las que primen. Estas historias locales están siendo
apenas abordadas en las últimas décadas de investigación y posiblemente cuando
tengamos un gran número de ellas, secuencialmente reconstruidas, podremos enten-
der cuándo, cómo y por qué se traspasaron determinadas características culturales,
que conformaron lo que hoy en día ambiguamente reconocemos como barrancoide.

La cerámica chimay y su interacción con los Andes

Al inicio se mencionó la importancia del río Beni como un corredor de comuni-


cación entre los Andes y la Amazonía, cualidad que fue aprovechada desde épocas
prehispánicas, así lo demuestran los hallazgos arqueológicos (Cordero 1984; Faldín
1978; Portugal 1978; Sagarnaga 2008; Tyuleneva 2010) y las fuentes etnohistóricas
(Ferrié 2012). Aunque la mayoría de los materiales netamente andinos como kerus,
tazones, arríbalos y hachas de metal, recolectados en sitios arqueológicos a orillas
del río Beni, carecen de contexto arqueológico, su sola presencia nos informa de
la interacción entre tierras altas y bajas.
Nordenskiöld (1924) consideró incluso que los contactos con las tierras
altas, habían influido a la cultura material local, evidenciándose en la presencia
de asas verticales en la colección chimay. Su aseveración parece ser correcta, si
la cerámica chimay en la región del beni 43

consideramos­que, hasta ahora, en los complejos cerámicos de los Llanos de Mojos,


no se encontraron asas verticales aplanadas como la ilustrada en la (Figura 1.6f).
Más bien, se encuentran asas tipo rodete horizontales, o una variedad de mangos
adheridos a las vasijas (Jaimes 2012a).
Una evidencia más contundente es el fragmento de keru, único ceramio
pintado que también forma parte de la colección chimay (Figura 1.10a). La-
mentablemente su procedencia específica está todavía en duda. Nordenskiöld
(1924:234) escribió:

“If the Indians were right in asserting that the Chimay cup was found in the stratum
of cultivation there, it may be possible to date this in relation to the various periods
of the hill culture. It may indicate that the cultivation stratum at Chimay is from
the Tiahuanaco period or from the time when the Tiahuanaco influence still made
itself felt”.

Figura 1.10. Colección Chimay: Keru pintado (fig. a) y tres bordes parecidos a la forma de un keru, con
atributos tecnológicos y decorativos locales. (fig. b-d).
44 entre la vertiente tropical y los valles

Una lectura entre líneas del párrafo citado, sugiere que el mismo Nordens-
kiöld desconfiaba del dato de la procedencia del keru. Es posible que él no hubiera
estado presente cuando se produjo este hallazgo y que habitantes de Covendo
le hubieran entregado el keru posteriormente. Recordemos que los Mosetenes
realizaban viajes a la ciudad de La Paz, embarcándose en balsas por el río Boo-
pi hasta Miguillas y llegaban a La Paz por un camino de herradura. Es posible
que el keru hubiera sido recolectado en alguno de los viajes de los Mosetenes,
ya que como se ha comprobado en varios estudios arqueológicos (Avilés 1998;
Calla 2007; Gutierrez 2005; Michel 2001; Michel, Gutierrez y Jaimes 2000) las
rutas precolombinas tuvieron un uso continuo desde el horizonte medio hasta la
época colonial e incluso republicana y algunos de estos caminos están asociados
a asentamientos tiwanaku o del Intermedio Tardío.
Obviamente, bajo la misma lógica de tránsito podríamos pensar que el keru
hubiera llegado en épocas prehispánicas a Covendo, la presencia del asa vertical
apoya esta posibilidad, ya que asas de este tipo también se encuentra en vasijas
tiwanaku (Alconini 1995; Rivera 2003). Nordenskiöld (1924) también hace alusión
a un fragmento de borde en la colección chimay (Figura 1.10b-d), que tendría la
misma forma de un keru, pero con atributos tecnológicos y decorativos locales
mediante la técnica incisa. Imitaciones de kerus o mejor dicho producciones lo-
cales de estos vasos han sido reportados en otros sitios de la periferia tiwanaku,
como en el sitio Piñami en Cochabamba (Anderson 2009), donde se puede ver
una innovación tanto en la morfología como en la decoración. Es decir, aunque
el fragmento del borde de keru de la colección chimay, tenga una decoración
aplicada e incisa muy propia de tierras bajas y sea una expresión netamente local,
la función y el valor simbólico podría seguir ligado a las prácticas de consumo
ritualizado, que de alguna manera transmitían una ideología política-religiosa
particular de los andes.
Es extraño que en toda la colección cerámica chimay no exista ningún otro
fragmento pintado además del keru, pero si aceptamos que los bordes ante-
riormente mencionados son kerus producidos localmente, entonces podríamos
relacionar el estrato cultural chimay con el Horizonte Medio o el Intermedio
Tardío entre 600-1300 d.C. El keru de la colección chimay, al igual que los
publicados por Tyuleneva (2010: lám. 6) de la colección Abelardo Tudela del
río Beni, presentan una decoración y asa mango que parece corresponder a es-
tilos de la periferia, cuyo origen es difícil de precisar, pero que en todo caso no
provienen del Altiplano boliviano. Incluso podría ser una expresión más tardía
de sociedades que mantuvieron sus relaciones con tierras bajas después de la
desintegración política tiwanaku.
La expansión o presencia de la cultura tiwanaku en tierras amazónicas no ha
sido todavía estudiada. El río Beni parece ser una barrera física marcada para las
relaciones Andes-Amazonía, ya que si bien se encontraron a lo largo del río Beni
la cerámica chimay en la región del beni 45

piezas cerámicas con fuertes influencias andinas (Portugal 1978; Tyuleneva 2010),
estas últimas son completamente inexistentes en el registro arqueológico de los
Llanos de Mojos, donde se han excavado numerosos sitios correspondientes a
varios períodos de tiempo. Se tiene evidencias de que las élites de los montículos
de Casarabe en los Llanos de Mojos tenían acceso a bienes suntuarios prove-
nientes de los Andes como cuentas de sodalita y placas de metal (Prümers 2009,
2013). Sin embargo, estos podrían haber llegado a Mojos mediante una cadena de
intermediarios, considerando que no existen pruebas de una interacción directa.
Las analogías realizadas por Lathrap (1970), Nordenskiöld (1917), Bennett
(1936) y Willey (1958), de los estilos cerámicos de Mojos con Tiwanaku, fueron el
producto del conocimiento arqueológico de ese tiempo. En el siglo pasado, Mojos
era considerada una isla arqueológica de la Amazonía boliviana, representada por
las colecciones publicadas por Nordenskiöld (1913). Para entonces, las únicas
colecciones de referencia correspondían a la cultura tiwanaku. Sin embargo, las
últimas secuencias culturales de los Llanos de Mojos (Jaimes 2012a, 2013; Walker
2011) han demostrado que las influencias culturales más notables proceden de la
región amazónica, y no así de la andina.

Conclusiones

A lo largo de este artículo, he intentado evaluar a la colección chimay, mediante


comparaciones con las tradiciones alfareras y fases cerámicas de la región Amazó-
nica. En su época, Nordenskiöld (1930) y Lathrap (1970) carecían de información
cronológica y espacial procesada en estas últimas décadas. Lathrap (1970) había
propuesto que las ocupaciones chimay y Velarde inferior derivaban de la tradición
barrancoide tardía. Al quedar esto registrado en la literatura arqueológica, se asu-
mía que las oleadas de migración procedieron originalmente del río Negro o de
la Amazonía Central, y que estas poblaciones introdujeron la lengua Maipure-
Arawak. Actualmente la propuesta de Lathrap todavía tiene eco en la arqueología
boliviana (Denevan 1980; Michel 1992; Pärssinen, Siiriäinen y Korpisaari 2003;
Walker 2008). Mi intención en este artículo es repensar las connotaciones de las
similitudes observadas por Lathrap entre la cerámica chimay y Velarde inferior
con la tradición barrancoide.
Brevemente, recordemos que la cerámica Barrancas del bajo Orinoco estaba
representada por alfarería característica y fácilmente reconocible por presentar
abundante decoración de incisiones, aplicaciones, y decoración en alto relieve
con apéndices antropomorfos o zoomorfos modelados en superficies alisadas o
pulidas. Parte importante de este conjunto eran las fuentes (asadores), usadas para
la elaboración de pan y harina de yuca, así como gruesos fragmentos de grandes
urnas para la fermentación (Lathrap 1970, fig. 17).
46 entre la vertiente tropical y los valles

Uno de los posibles centros de origen de esta tradición está en el río Negro,
(Lathrap 1970), donde se la conoce como la tradición Poco-Açutuba. Esta alfare-
ría se encuentra además distribuida a lo largo de otros tributarios del Amazonas:
Caquetá/Japura, Solimões, Branco, Trompetas y Tapajos, datando desde el 1000
a. C. La cerámica Poco-Açutuba es la que más se asemeja a la tradición barrancoide
por su exuberante decoración incisa, aplicada y modelada. Sin embargo, todavía
no están claras las conexiones, ni tampoco la relación cronológica entre ambas
tradiciones (Neves 2014).
A partir del 600 d. C. se da un cambio paulatino, estableciéndose la tradición
borde incisa con sus fases Manacapuru y Paredão. La cerámica ya no es policroma y
la decoración incisa es más sencilla y menos exuberante. En los más de 2000 años
de historia de la tradición Poco-Açutuba y borde incisa, prevalecen los apéndices
con rostros modelados y los asadores y cazuelas (Lima 2008). La única semejan-
za que presenta la cerámica chimay y Velarde inferior con estas tradiciones son
los apéndices zoomorfos o antropomorfos que aparecen únicamente en vasijas
abiertas, recipientes dedicados al consumo de alimentos o bebidas. En realidad,
la descripción literal es más parecida que la percepción visual (Figura 1.9).
El resto de las formas presentes en la colección chimay son ajenas a las
tradiciones mencionadas. Sobre todo, se debe destacar la ausencia de utensilios
domésticos relacionados al procesamiento de yuca como los asadores o cazuelas,
los cuales tienen una larga y amplia dispersión en toda la Amazonía. En vez de
estos, se encuentran en el sitio chimay, batanes de piedra asociados mayormente
al procesamiento de granos de maíz. Es decir, la población de la cerámica chimay
tenía otros hábitos alimenticios para los que requerían de otros instrumentos.
La preparación de alimentos y su consumo, al igual que los mitos y rituales,
constituyen aspectos importantes de una cultura. Las prácticas de comer y beber
están en general expuestos a influencias exteriores, ya sea en los ingredientes, el
procesamiento, o en el protocolo practicado para su consumo. Si bien la población
chimay tenía diferentes costumbres culinarias, parece que compartían algunos
rasgos rituales y simbólicos con las poblaciones de la Amazonía Central. Así lo
atestiguan los cuencos con apliqués de rostros modelados de figuras antropomorfas
o zoomorfas. Con un sello bastante local, –considerando las bases con soportes
tetrápodes documentadas hasta ahora solo en el territorio boliviano–, los cuencos
chimay forman parte del uso de dichos recipientes en gran parte de la cuenca
amazónica. Esto puede ser interpretado como la manifestación de procesos de
interacción social, ideológica, política y hasta económica de numerosos pueblos
multiétnicos.
Entonces, debemos tener en cuenta que al igual que en la Amazonía Central
(Lima 2008; Neves 2008), es posible que la tradición barrancoide fuera una ex-
presión multiétnica en la Amazonía Boliviana, situación que debe ser estudiada a
detalle. Esto sin duda develará los desarrollos históricos de dichas poblaciones. Sin
la cerámica chimay en la región del beni 47

embargo, todavía existen problemas cronológicos y tipológicos relativos al origen


y dispersión de las tradiciones cerámicas en la Amazonía, ya sea esta barrancoide,
Pocó-Açutuba o Borde Inciso. Dada dicha variabilidad, el uso de un común deno-
minador para estilos cerámicos que ni siquiera han sido datados, solo incrementa
el problema; situación ilustrada en la cerámica chimay.
También debemos considerar que la cerámica conforma solo una parte de
los contextos arqueológicos, y que estos deben ser analizados en relación a otros
restos materiales, para así poder identificar desarrollos culturales tanto tempo-
rales como espaciales. Comprobar el patrón de aldeas circulares asociadas a la
tradición barrancoide (Heckenberger 2005; Moraes 2007, 2010; Neves 2008), así
como los cambios en las prácticas de enterramiento –como los documentados en
el sitio Hatahara para la fase Paredão con apéndices de rostros antropomorfos
y zoomorfos (Rapp Py-Daniel 2009)–, son todavía tareas pendientes. En el caso
específico del sitio chimay, considero que se debe tomar en cuenta los cambios
en las posiciones de los entierros documentados por Nordenskiöld (1924), ya
que esto podría dar luces sobre variaciones temporales o culturales. Recordemos
que un entierro estaba extendido de decúbito dorsal, mientras que dos estaban
flexionados con las rodillas hacia la barbilla y los brazos cruzados sobre el pe-
cho. Ambos tipos de entierros tenían en sus ofrendas cuencos con apéndices
modelados.
Además, es importante considerar la ubicación geográfica del sitio chimay,
situación que seguramente permitió recibir influencias culturales tanto de la región
amazónica como también de la andina. Por ejemplo, el keru que forma parte de
la colección chimay, no es el único ejemplar encontrado a lo largo del río Beni
(Portugal 1978; Tyuleneva 2010). Se considera que los kerus son vasijas relacio-
nadas con actos de consumo ceremonial de bebidas alcohólicas, y que circulaban
como bienes de prestigio en regiones periféricas o distantes de Tiwanaku. Estas
ceremonias cumplían el rol de establecer alianzas y redes de intercambio a larga
distancia (Rivera 2012). Incluso, se cree que el uso de los kerus y su posterior
producción local en los valles cochabambinos, estaba relacionado a la adopción
de una nueva identidad cultural, ligada al centro político Tiwanaku.
Otro material suntuario que forma parte de una amplia red de intercambio
y aparece asociado a la cerámica del estilo chimay, es el encontrado en el sitio
Motacusal por Tyuleneva (2010). Se trata de una pequeña figura de sapo (3 cm),
confeccionada en piedra verde, con dos agujeros laterales. La descripción, aún
más que la representación misma (Figura 1.7), evoca a lo que se conoce como
muiraquitã en la Amazonía Central. Este es un amuleto en forma de sapo como
símbolo de poder, y que fue utilizado para el trueque de objetos valiosos (Cos-
ta 2002). El centro de producción y distribución de estos amuletos en el bajo
Amazonas, se encuentra en la región de Nhmundá, Trombetas y Tapajos. Estos
amuletos circulaban ya en las redes comerciales a inicios del segundo milenio
48 entre la vertiente tropical y los valles

en una amplia área de la Amazonía, e incluso en las Guyanas y el Caribe (Neves


2006). La cerámica de la región de Nhmundá-Trombetas, documentada por
Nimuendajú (2004, lám. 116-120) presenta igualmente rostros modelados y es
parte de la tradición borde incisa.
Ahora bien, tal como lo afirman Renfrew y Bahn (1993), solo mediante el
conocimiento del papel social que pueden desempeñar los bienes materiales y del
modo en que el intercambio de objetos enmascara o representa toda una serie de
relaciones sociales, será posible comprender el significado de los bienes estudia-
dos, ya sean en este caso cuencos con apéndices modelados, kerus o muiraquitãs.
Es posible que las vasijas con decoración modelada de figuras antropomorfas o
zoomorfas, que aparecen en la Amazonía Central hace un milenio antes de nuestra
era, sean parte de la representación simbólica de un amplio espacio geográfico
integrado a través de redes multiétnicas. Estas redes estaban articuladas a partir
de la producción especializada, el intercambio de bienes, movilización social
para la guerra y la concentración política en diferentes tipos de jefatura; aspectos
en constante proceso de cambio (Neves 2007). Entonces, a partir de mayores
investigaciones arqueológicas se deberá entender cuáles y de qué manera estas
transformaciones influyeron a las sociedades que habitaban los Llanos de Mojos
y la cuenca del río Beni. Al respecto, las tempranas ocupaciones registradas en
los Llanos de Mojos, alrededor del 8.000 a. C. (Lombardo 2013), son prueba
fehaciente de que este territorio no estaba vacío. Esto es particularmente impor-
tante alrededor del 1000 a. C. y 500 d. C., cuando posibles poblaciones externas
llegaron a la Amazonía Central portando nuevas tecnologías y sistemas políticos,
religiosos o ideológicos diferentes (Neves 2007). Sin lugar a dudas, nuevas excava-
ciones arqueológicas y fechados radiocarbónicos del sitio chimay, podrán aportar
de manera más eficaz evidencias para discutir sobre estos temas. Esperemos que
este artículo motive a la arqueología boliviana a dirigir sus ojos hacia los parajes
intermedios de las pampas aluviales a orillas del río Beni.

Agradecimientos

Deseo expresar mi gratitud al Museo Nacional de las Culturas del Mundo


(Världskulturmuseet) en Gotemburgo. En especial a la curadora y responsable
de las investigaciones de las colecciones del Museo, Adriana Muñoz, por haber
compartido conmigo su conocimiento y amistad. También estoy agradecida a los
otros integrantes del equipo que trabaja en el Museo por la colaboración prestada:
Ferenc Schwetz, Farzaneh Bagerzadeh, Jan Amnehäll, Anna Javer y Catharina
Bergil. Todas las fotografías presentadas en el artículo fueron realizadas por mi
persona en el Museo de Gotemburgo, a excepción de las fotos de las figuras 1.2
(a-d) y 1.3 (a-b) que fueron gentilmente hechas por Ferenc Schwetz.
la cerámica chimay en la región del beni 49

Sin lugar a dudas, este trabajo no hubiera sido posible sin la ayuda financiera
otorgada por la kaak del Instituto Alemán de Arqueología. Agradezco especial-
mente a Heiko Prümers y Fernando Ozorio de Alemeida por la lectura crítica del
Manuscrito y a Sonia Alconini por las sugerencias e ideas compartidas durante el
taller “La montaña tropical sur-central y las zonas adyacentes: Desarrollos políticos
regionales, intercambio interregional e interacción cultural”.

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