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Si en el concurso viereis algunas damas atentas a lo que decís, lo que no
es del todo imposible, como no haya por allí algún papagayo con quien
hablar, algún perrito a quien besar, algún mico con quien jugar, o algún
petimetre con quien charlar, ablandad vuestra erudición, dulcificad vuestro
estilo, modulad vuestra voz, componed vuestro semblante, y dejaos caer con
gracia sobre las filosofías, que ha habido en otras edades; decid que las hubo
de todas sectas; y dejando pendiente el discurso, idos a casa, y sin dormir
aquella noche (a menos que se os acabe el velón, en cuyo caso será preciso
que esperéis hasta que amanezca, y sería chasco, si fuese por enero) tomad la
obra citada, y en la pág. 189 del tomo tercero veréis las mujeres filósofas con
su nombre, patria, y sistema, con la distinción entre las que filosofaron, según
alguna determinada escuela, o las que se anduvieron filosofando, como
quisieron, para las cuales tenemos en este siglo excelentes maridos. Tened
muy presente la siguiente lista.
Hipo. Aristoclea. Cleobullina. Aspasia.

Clea. Diotima. Beronisa. Pámfila.

Eurídice. Julia. Domna. Myro.

Sosipatra. Antusa. Agonize. Eudoxia.

Elocia. Novela. Anacomena. Eudocia.

Y otras que allí veréis, y yo no me quiero detener en trasladar. Notad que


entre las filósofas la secta mayor fue la de las pitagóricas, porque sin duda
(diréis con gracejo, haciéndoos aire con algún abanico, si es verano, y
calentándoos la espalda a la chimenea, si es invierno, o dando cuerda a
vuestro reloj, que habréis puesto con el de alguna dama de la concurrencia, o
componiéndoos algún bucle, que se os habrá desordenado, o mirando las
luces de los brillantes de alguna piocha, o tomando un polvo con pausa, y
profundidad en la caja de alguna señora, o mirándoos a un espejo en postura
de empezar el amable) sin duda diréis, haciendo alguna cosa de estas, o todas
juntas, porque el sistema de Pitágoras trae la metempsicosis, transmigración,
o vaya en castellano una vez, sin que sirva de ejemplar para en adelante, el
paso de un alma por varios cuerpos, y esta mudanza debe ser favorita del
bello sexo. Veréis cómo todas se sonríen y dicen: ¡Qué gracioso!, ¡qué
chusco!, unas dándoos con sus abanicos en el hombro, otras hablando a otras
al oído, con buen agüero para vosotros, y todas muy satisfechas de vuestra

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