factores relacionados o facilitadores de la abstinencia y aquellos que será necesario
modificar para cumplir los objetivos; 3) establecimiento de los objetivos terapéuticos; 4)
selección de las técnicas de intervención, y 5) valoración de los resultados de la intervención. La evaluación conductual debe establecerse a dos niveles: evaluación específica y evaluación de otras conductas relacionadas con el consumo de drogas. La evaluación específica se refiere a la evaluación de la amplitud y de las circunstancias del consumo de drogas: el tipo de drogas utilizadas, las dosis consumidas, la vía de administración, los momentos de consumo máximo y las circunstancias en que tiene lugar. Para ello se utilizan distintos tipos de instrumentos de evaluación. La evaluación de otras conductas relacionadas con el consumo de drogas incluye aquellas conductas problemáticas que suelen ser causas o consecuencias del consumo. Conviene prestar atención, en el caso de las drogas ilegales, a áreas como las condiciones físicas y estado de salud general, atendiendo de modo especial a las enfermedades más frecuentes: sida, hepatitis B y C, tuberculosis, etc.; el grado de cohesión familiar y social; la situación económica; la situación ante la ley, lo que influye de modo importante en la motivación para participar en un programa terapéutico; las condiciones psicológicas y el repertorio de conductas del sujeto, como comportamientos problemáticos, frecuentes en los toxicómanos, que pueden ser causantes y resultantes del consumo de drogas (ansiedad, depresión, distorsiones cognitivas, trastornos del sueño, déficit en habilidades sociales y disfunciones sexuales, etc.). La decisión de la pertinencia de la intervención en alguna de esas áreas dependerá de la intersección de dos factores: 1) el interés por el bienestar global de la persona y 2) la previsión de que estos comportamientos problema puedan ser facilitadores y actuar como estímulos antecedentes del consumo de drogas. A diferencia de otras épocas, hoy día el diagnóstico psiquiátrico es un elemento de comunicación, con un lenguaje común, entre distintos profesionales de la salud mental y entre terapeutas de diferentes orientaciones teóricas. Mientras que en otras épocas la evaluación conductual y el diagnóstico psiquiátrico llegaron a ser contrapuestos, actualmente el diagnóstico psiquiátrico se ha hecho más conductual, y, al mismo tiempo, desde la perspectiva conductual, se utiliza el diagnóstico psiquiátrico por su utilidad tanto descriptiva como clasificatoria y de comunicación con distintos profesionales y miembros del equipo terapéutico (Hersen, 1992). Por tanto, la evaluación conductual permitirá realizar un diagnóstico que nos será de gran utilidad para poder compartir con otros colegas una información común sobre los problemas de esa persona. En el área que nos ocupa, el clínico se puede encontrar con dos tipos principales de problemas por consumo de sustancias psicoactivas. Primero, podemos hallar problemas agudos que se presentan durante la intoxicación o la abstinencia, que aparecen detallados en la sección en la que se incluyen los trastornos mentales orgánicos en el DSM-IV-TR (APA, 2000). Segundo, se pueden detectar problemas que se han desarrollado en un período de tiempo más o menos grande y que se han clasificado en el DSM-IV-TR en la categoría de trastornos por consumo de