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Ilustración de Juan Bernabeu. / Imagen tomada de Iberoamérica Ilustra.

(Catálogo)
CONVERGENCIAS MODUS VIVENDI

CUANDO LOS OTROS SE


DESVANECEN
Apariencias y retroalimentación…
Autor Juan Soto / 2020-09

“Gracias al confinamiento y a las medidas sanitarias para tratar de reducir


los contagios en esta época de pandemia, buena parte de la vida social parece
haber entrado en un proceso de desritualización”.

L
a condición mínima de la interacción es la copresencia situacional.
Las interacciones de primer orden siempre se dan cara a cara. Es lo
que define la interacción en pequeña escala. Sin copresencia
situacional, muchas de las cosas que hacemos cotidianamente
pueden perder sentido: desde lo más elemental, como cepillarse los
dientes, hasta algo más complejo, como ataviarse para asistir a una reunión de
trabajo o a una fiesta de graduación. Sin copresencia, las situaciones sociales
podrían desvanecerse y perder así su verosimilitud.

Sin temor a equivocación, podríamos decir que la copresencia situacional es la


base de los rituales sociales. La vida cotidiana se alimenta de la acción conjunta y,
obviamente, de la cooperación de nuestras actuaciones para que las acciones
cobren sentido. Podríamos decir, incluso, que sin la copresencia situacional el
orden moral se encuentra en juego en tanto que seguir las normas que lo reafirman
pierde buena parte de su esencia. Los rituales de interacción que le dan sentido a
la vida cotidiana, al menos como los conocemos convencionalmente, no pueden
prescindir de la copresencia situacional. Sin la presencia de los otros, los
microdetalles de nuestras experiencias y los hechos confirmativos de nuestras
actuaciones no son posibles. La simple presencia de los otros modifica nuestras
realizaciones dramáticas en tanto que exige, las más de las veces, evidencia de
nuestras acciones que pueda identificarse a través de la mirada (como salir del
baño frotándose las manos en señal de que han sido lavado en cumplimiento con
las normas sociales de higiene propias de nuestra época).

Sin copresencia situacional, la falta de visibilidad de algunas de nuestras acciones


puede no crear los problemas que en otras condiciones sí los crearía; por ejemplo,
cuando los empleados están echando una mirada a sus redes sociales durante una
jornada laboral y aparece el jefe: presurosamente minimizan las ventanas de sus
computadoras o cierran sus sesiones para dar la impresión de que están trabajando
y realizando las actividades para las cuales han sido contratados. Entre otros, uno
de los papeles primordiales del grupo es acompañar a los protagonistas de un
ritual de interacción (como se hace en una boda o un funeral). Sin los otros, el
trabajo de dramatización de numerosas actuaciones toparía con pared, quedaría
atrapado en una especie de laberinto sin salida. Y eso haría de los rituales de
interacción algo defectuoso, llevaría a las situaciones a una condición degradada.
Como bien nos lo enseñó el canadiense Ervin Goffman, uno de los sociólogos
más importantes del siglo XX, si la actividad no se transforma en exhibición, la
realización dramática no puede certificarse: las lágrimas pueden corroborar que la
alegría, la tristeza o el placer del otro son algo que realmente está
experimentando.

La puesta en escena es un fenómeno muy complejo. Nuestras actuaciones no sólo


se dirigen hacia los otros, sino hacia nosotros mismos. Los otros no sólo actúan
para nosotros, sino con nosotros y también dirigen sus actuaciones hacia ellos
mismos. Todo esto ocurre en un escenario (que bien puede ser fijo o móvil). Y las
actuaciones dependen, básicamente, de las apariencias y los modales. No todos
los rituales son exitosos. Algunos fracasan. Un ritual de interacción es exitoso,
como lo ha demostrado de manera meticulosa el brillante profesor del
Departamento de Sociología de la Universidad de Pensilvania Randall Collins, en
la medida en que logra generar de manera natural la atención conjunta y las
emociones compartidas (y la solidaridad grupal, si es el caso). ¿Qué les faltaría a
los rituales de interacción sin la copresencia situacional? La retroalimentación.
Esa que intensifica las emociones. Esa que permite conocer las reacciones de los
otros y que es determinante para saber si estamos provocando las reacciones que
buscamos en ellos.

Gracias al confinamiento y a
las medidas sanitarias para
tratar de reducir los contagios
en esta época de pandemia,
buena parte de la vida social
parece haber entrado en un
proceso de desritualización.
El confinamiento y las
medidas sanitarias han
trastocado, por principio de
cuentas, las rutinas (lo que
estructura las actividades
diarias de la vida social). Han
afectado toda ritualidad de
interacción asociada a la
manifestación y exaltación de
los signos vinculares (como
los saludos de mano y de
beso, los abrazos, etc.). Algunos han sido clausurados, al menos por decreto, de
manera temporal. Vedere ma non toccare. Las interacciones parecen haberse
desenfocado en tanto que, sin copresencia situacional, no logran producir el foco
de atención coincidente que necesitan para darle forma a los rituales que
componen. Algunas situaciones de congregación han perdido su esencia y han
adquirido una especie de condición oximorónica: reunámonos, pero de lejos. Las
congregaciones multitudinarias y las interacciones cara a cara han devenido una
condición de riesgo de contagio. Y en sociedades acostumbradas a los
espectáculos masivos y a las congregaciones escapistas reiterativas, la situación
de confinamiento y las medidas sanitarias que conocemos no les vienen bien.
Parecen resentirlas con fuerza.

No olvidemos que el ocio, en las denominadas sociedades modernas,


tradicionalmente ha estado asociado a rituales de congregación y ha adquirido una
condición lúdica y secular. Y al eliminar cualquier posibilidad de reunión física se
elimina la efervescencia colectiva. Del sonido de las multitudes sólo quedan ecos
y trata de reanimarse a través de la vieja práctica de la inclusión de risas grabadas
en los programas de televisión o a través del sonido ambiente en las transmisiones
de los espectáculos deportivos como el futbol. La gente organiza celebraciones de
cumpleaños e incluso fiestas a través de las plataformas digitales. Los grupos
musicales ofrecen conciertos diferidos o en directo. Los “recorridos virtuales” a
los museos se han incrementado notablemente. Los seminarios web, los
conversatorios, los congresos y los eventos de tipo académico han adoptado la
modalidad “a distancia”. Las reuniones de trabajo, los cursos de todo tipo (desde
los de yoga hasta los de taekwondo pasando por los de zumba, idiomas y música)
están teniendo lugar a través de las pantallas de las computadoras y de los
dispositivos móviles e inteligentes. Las clases en todos los niveles educativos han
quedado sujetas a un formato televisivo de noticiero que es el de las talking
heads. Muchas de las actividades que estaban sacralizadas han, simplemente,
dejado de existir.

Los rituales de duelo para despedir a los muertos por la covid-19 han sido
suprimidos o adaptados a unas condiciones que no permiten la congregación. Los
sentimientos que eran reavivados gracias a las reuniones periódicas han dejado
huecos en la vida colectiva que es difícil llenar con una práctica sustituta mediada
por tecnologías. Nos guste o no, la moralidad de grupo se ha debilitado (junto con
los sentimientos de pertenencia y referencia), al igual que los lazos sociales. Y no
porque nos hayamos dejado de ver, sino porque dejamos de reunir. Ahora ya es
evidente para muchos que era más importante reunirnos que simplemente vernos
a lo lejos o a través de las pantallas. La consonancia emocional derivada de la
vida colectiva provocada por las congregaciones se ha esfumado y, con ella,
hemos perdido los microrritmos de muchas interacciones (junto con su carácter
ceremonial). El entusiasmo no puede traducirse en abrazos. Si no lo cree,
pregúntese si abrazaría a un desconocido.

Como sociedad, estamos haciendo malabares con las interacciones. En buena


medida ayudados por las tecnologías: para despedirnos de nuestros seres queridos
en una sala de terapia intensiva o para saludar a los que quedan vivos. Estamos
sosteniendo las interacciones con alfileres para que la sociedad no colapse porque
sin copresencia situacional los rituales sociales, el pegamento de una sociedad
estratificada en conflicto, difícilmente pueden sobrevivir. Estamos jugando a
seguir juntos sin poder estar juntos. Es obvio que el proceso de desritualización de
la sociedad no es igual para quienes tienen acceso a las tecnologías que para
quienes no lo tienen. Tampoco es igual para quienes pueden quedarse en sus casas
que para quienes no pueden hacerlo. Sin embargo, nos ha afectado a todos. ¡Y
quién sabe por cuánto tiempo más!

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