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(Catálogo)
CONVERGENCIAS MODUS VIVENDI
L
a condición mínima de la interacción es la copresencia situacional.
Las interacciones de primer orden siempre se dan cara a cara. Es lo
que define la interacción en pequeña escala. Sin copresencia
situacional, muchas de las cosas que hacemos cotidianamente
pueden perder sentido: desde lo más elemental, como cepillarse los
dientes, hasta algo más complejo, como ataviarse para asistir a una reunión de
trabajo o a una fiesta de graduación. Sin copresencia, las situaciones sociales
podrían desvanecerse y perder así su verosimilitud.
Gracias al confinamiento y a
las medidas sanitarias para
tratar de reducir los contagios
en esta época de pandemia,
buena parte de la vida social
parece haber entrado en un
proceso de desritualización.
El confinamiento y las
medidas sanitarias han
trastocado, por principio de
cuentas, las rutinas (lo que
estructura las actividades
diarias de la vida social). Han
afectado toda ritualidad de
interacción asociada a la
manifestación y exaltación de
los signos vinculares (como
los saludos de mano y de
beso, los abrazos, etc.). Algunos han sido clausurados, al menos por decreto, de
manera temporal. Vedere ma non toccare. Las interacciones parecen haberse
desenfocado en tanto que, sin copresencia situacional, no logran producir el foco
de atención coincidente que necesitan para darle forma a los rituales que
componen. Algunas situaciones de congregación han perdido su esencia y han
adquirido una especie de condición oximorónica: reunámonos, pero de lejos. Las
congregaciones multitudinarias y las interacciones cara a cara han devenido una
condición de riesgo de contagio. Y en sociedades acostumbradas a los
espectáculos masivos y a las congregaciones escapistas reiterativas, la situación
de confinamiento y las medidas sanitarias que conocemos no les vienen bien.
Parecen resentirlas con fuerza.
Los rituales de duelo para despedir a los muertos por la covid-19 han sido
suprimidos o adaptados a unas condiciones que no permiten la congregación. Los
sentimientos que eran reavivados gracias a las reuniones periódicas han dejado
huecos en la vida colectiva que es difícil llenar con una práctica sustituta mediada
por tecnologías. Nos guste o no, la moralidad de grupo se ha debilitado (junto con
los sentimientos de pertenencia y referencia), al igual que los lazos sociales. Y no
porque nos hayamos dejado de ver, sino porque dejamos de reunir. Ahora ya es
evidente para muchos que era más importante reunirnos que simplemente vernos
a lo lejos o a través de las pantallas. La consonancia emocional derivada de la
vida colectiva provocada por las congregaciones se ha esfumado y, con ella,
hemos perdido los microrritmos de muchas interacciones (junto con su carácter
ceremonial). El entusiasmo no puede traducirse en abrazos. Si no lo cree,
pregúntese si abrazaría a un desconocido.