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CONVERGENCIAS MODUS VIVENDI

LOS MALOS LIBROS VENDEN


BIEN
Autor Juan Soto / 2021-08

En este nuevo texto para Salida de Emergencia, nuestro colaborador y amigo


Juan Soto poner los puntos sobre las íes: “A pesar de que hoy día se publican
más libros que en otras épocas y se publican más libros de los que uno
pudiese leer en su vida entera, se lee poco (y las más de las veces se leen libros
de mala calidad). ¿Por qué los libros de mala calidad se venden bien?”

E
ste pequeño texto se iba a llamar “La mala literatura vende bien”,
pero se le puso el título que tiene porque no todos los libros malos
que se venden bien son de literatura. Así que, hecha esta
aclaración, digamos que malos libros (de literatura, de psicología
social, de historia, de metodología de la investigación, de filosofía,
de análisis del discurso, de ciencias de la comunicación, de ciencia política, de
sociología, de antropología social, de cine, de fotografía, etc.) se publican por
montones y se venden bien. Giorgio Agamben, ese peculiar filósofo italiano de
ascendencia armenia (que asistió a algunos seminarios impartidos por el
destacado filósofo Martin Heidegger, que fue cercano a la ilustre historiadora
Frances Yates, que coincidió con el escritor y periodista Italo Calvino y que por su
cercanía con Pasolini actuó en una de sus películas como Felipe en Il Vangelo
seconodo Matteo) invitó a pensar, en su ensayo Sobre la dificultad de leer, que un
buen libro no es el que vende más, sino el que merece ser leído.

A pesar de que hoy día se publican más libros que en otras épocas y se publican
más libros de los que uno pudiese leer en su vida entera, se lee poco (y las más de
las veces se leen libros de mala calidad). ¿Por qué los libros de mala calidad se
venden bien? Podría haber dos razones. Porque las editoriales, a pesar de las
problemáticas que enfrentan gracias a la digitalización de los textos, siguen
teniendo buenas técnicas de marketing (con el debido mercadeo se pueden vender
malos libros como si fuesen buenos: las novelas de Harry Potter son un excelente
ejemplo de ello, pero hay muchos más). La otra razón por la cual parecen triunfar
los libros malos vendiéndose bien es porque existe, incluso entre los lectores, una
notoria dificultad para distinguir entre un libro de calidad y otro que no la tenga.
Para distinguir un buen libro de uno malo no basta con saber leer. No se trata de
alfabetización. Se trata de una cuestión de aprender a distinguir. El cerrado y
arcaico principio de inclinaciones solipsistas de “si me gusta es bueno” (o su
homólogo de “si nos gusta a muchos es mejor”) carece de sentido. El gusto es un
buen criterio para vender o para medir el éxito a través de la aceptación de algún
producto por parte de los consumidores, pero no para establecer criterios de
calidad. El gusto suele ser el peor enemigo de la calidad. Cualquier cosa que guste
a las mayorías es digna de ser examinada con cautela. El gusto de las masas no
puede ser filtro y garantía de calidad a la vez (los libros de J.R.R. Tolkien y de
Dan Brown son excelentes ejemplos de malos libros que gustan mucho). Leer es
algo más que sentir inclinaciones por los best sellers. La lectura-pasatiempo es
muy distinta a la lectura-reflexión.

A estas alturas es probable que alguien de inclinaciones solipsistas que esté


leyendo esto ya haya supuesto que los best sellers también hacen pensar a la
gente. Pero hay que atajar de una buena vez. Entre tener ocurrencias derivadas de
una lectura-pasatiempo y formular pensamientos ―digamos profundos― a partir
de la lectura-reflexión, hay mucha diferencia. Pensar y tener ocurrencias no son lo
mismo. Leer, hoy día y de manera desafortunada, es considerada una actividad
esencial de una sociedad que le rinde tributo a la ludificación de la realidad. En
una sociedad ludificada se considera que leer puede aligerar la pesadumbre de la
vida cotidiana o simplemente distraer a las personas de sus preocupaciones.
Embona bien con el entretenimiento (ligero por si acaso). “Recomiéndame un
buen libro”, suelen decir los incautos cuando se topan con alguien que, suponen,
ha hecho de la lectura una parte integral de su vida. Pero esos que solicitan
recomendaciones de libros no esperan que su interlocutor los dirija a un libro de
filosofía o sociología como los del austriaco Alfred Schütz. Esperan, seguramente,
ser dirigidos hacia algún best seller. Y si bien es cierto que hay libros clásicos que
se venden bastante bien, son muy diferentes de los best sellers.

Siguiendo las ideas del filósofo Clément Rosset, José Ovejero ha sugerido tres
ideas. Que la filosofía no enseña, sino que desenseña, y la buena literatura suele
seguir el mismo camino. Que si la buena literatura no pone en tela de juicio las
verdades en las que creemos firmemente, su efecto es el del adormecimiento. Y
que la inteligencia es perezosa pues prefiere aferrarse a verdades prefabricadas.
¿Por qué? Porque el acto de creer es muy distinto al de comprender. La exigencia
de los buenos libros es muy diferente al escandaloso reclamo de lectura de los
malos libros. Digamos que es discretamente exigente (el libro de El psicoanalista
merece una mención para estos casos de reclamo escandaloso). Los buenos libros
son los que no pueden leerse rápidamente porque son para pensar. El pensamiento
es lento. La diversión y el entretenimiento exigen rapidez. Los buenos libros no
están hechos para leerse en un camastro a la orilla de una alberca, en una playa o
en una mesita de un café a la vista de todos. Los buenos libros exigen una
concentración muy distinta a la que exige un best seller. Los malos libros se
llevan bien con la lectura en público (la lectura-exhibición). Su finalidad es
entretener, promover el escapismo. Hacer de la lectura una actividad escapista
podría ser una de las peores formas de acercarse a los libros. Andar vociferando
por ahí que leer está bien, que es una actividad digna de reconocimiento y que
aleja de la ignorancia es, realmente, algo absurdo. Si no puede distinguirse entre
un buen libro y uno malo, leer no tiene sentido. La cultura, dijo Umberto Eco, no
es acumulación de saber, sino discriminación.

Mientras los profesores universitarios sigan machacando a sus estudiantes la idea


de que leer está bien, sin justificación alguna y sin dar pistas para distinguir un
buen libro de uno malo (porque a veces ni ellos lo saben hacer), leer seguirá
teniendo una condición inocua e inútil. Si la lectura deviene mero entretenimiento
y exhibición, la lectura de los malos libros está garantizada (y la industria que le
acompaña asegurada). Coda: ¿Se ha topado en las plataformas publicitarias con
páginas que llevan la denominación de “Reto Lector”? ¿Ha sido nominado por
alguno de sus alelados contactos para cumplir con un Reto Lector a inicios de
año? Bueno, leer por cuotas (la lectura-desafío) tampoco lleva a algún mejor
lugar. Leer por cuotas alimenta el mercado de los malos libros antes que fomentar
la lectura de los buenos libros (también es una buena estrategia de mercadeo de
las editoriales). Vicente Verdú lo dijo así: “Sin Harry Potter la literatura no pierde
nada, pero sin el libro sus lectores se pierden de la participación en la actualidad”.

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THE END

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