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Jadasa Ivana
Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
The Gravedigger’s Son
Sobre el autor
No es tarea fácil proteger a una precoz niña de cinco años que es mitad
humana, mitad diosa y está 100% destinada a salvar el mundo.
Garrett Swopes era el más escéptico hasta que conoció a cierto demonio y
su esposo. Se desvanecieron después de detener un evento catastrófico y lo
dejaron a él, un simple mortal, como encargado de proteger su regalo para la
humanidad. Pero cuando ella también desaparece, él necesita la ayuda de otra
variedad de demonios. Alguien que puede ver más allá del velo del espacio y el
tiempo. Una que lo traicionó.
Ella obtendrá una tregua en el trato, pero jamás ganará su perdón.
El hijo de Marika Dubois, un guerrero en la inminente guerra entre el cielo
y el infierno, fue profetizado mucho antes de su nacimiento. Pero para crear un
niño lo suficientemente fuerte como para soportar las pruebas que tenía por
delante, necesitó un descendiente con magia muy poderosa. Encontró eso en
Garrett Swopes y lo engañó para que engendrara a su hijo. Un ardid por lo cual
nunca la ha perdonado. Pero cuando llama a su puerta pidiéndole ayuda, ve que
la atracción feroz que él intenta negar aumenta en su interior.
Y Marika debe decidir si se atreve a arriesgar su corazón por segunda vez
para ayudar al único hombre que alguna vez ha amado.
Charley Davidson, una diosa con una inclinación por mutilar primero y
después hacer preguntas, iba asesinar a Garrett. No, eso no estaba bien. El esposo
de Charley, Reyes Farrow, también un dios con predilección por mutilar primero
y más tarde hacer preguntas, comenzaría todo el proceso cortándolo en pedazos,
luego dejaría que Charley acabara con él. Encantado. Y con mucha alegría.
Garrett tenía un trabajo. Un. Maldito. Trabajo. Cuidar a la hija de sus
mejores amigos, Beep, también conocida como Elwyn Alexandra Loehr, una niña
que se hallaba destinada a salvar al mundo de una revuelta catastrófica de
demonios. Se suponía que debía protegerla con su vida. Mantenerla a salvo.
Protegerla de todos los fantasmas y duendes (metafóricamente hablando ya que
él no tenía un hueso sobrenatural en su cuerpo) empeñados en hacerle daño antes
de que ella pudiera evitar dicha revuelta.
Falló.
Ayer, exactamente a las 3:33 p.m., la precoz niña de cinco años corría por
un campo soleado de artemisas y hierbas silvestres cuando desapareció ante sus
ojos. En un segundo se tropezó, bueno, absolutamente nada (tan parecida a su
madre, lo sobresaltó) y al siguiente, desapareció.
Si no la hubiera estado mirando directamente, si su mirada de láser no
hubiera estado fija en los largos y oscuros enredos que caían en cascada por su
espalda, si no hubiera desaparecido entre sus parpadeos estratégicamente
colocados, habría cuestionado todo el evento. Pero simplemente no había
ninguna duda al respecto. Se había desvanecido en el aire.
La forma en que desapareció sugeriría una influencia sobrenatural,
especialmente considerando el hecho de que ella era la hija de dos dioses, pero
sus padres habían colocado un escudo sobre toda el área. Ninguna entidad
sobrenatural podía penetrarlo. ¿Había alguna fisura que se les escapó? ¿Alguna
cláusula de escape que habían pasado por alto?
Garrett no lo dudó. Inmediatamente llamó a todo su equipo; pero incluso
sus miembros, mejorados sobrenaturalmente, no pudieron averiguar qué
ocurrió, y uno de ellos era un ángel confiable. Bueno, ex ángel.
Tras treinta y seis horas de recorrer cada centímetro de Santa Fe y el área
circundante en busca de una señal del pequeño demonio, una tormenta llegó y la
búsqueda tuvo que ser abandonada. Garrett dejó a su equipo en las instalaciones,
así como a los Loehr, los abuelos de Elwyn, en pánico y luchando por descubrir
qué sucedió. Mientras tanto, fue en busca de la única mujer que conocía que
podía ver más allá del velo no solo del espacio, sino también del tiempo.
Tenía una pista para seguir. Las últimas palabras de Elwyn antes de correr
a través del terreno accidentado de Nuevo México.
Seguramente, la escuchó mal. Suplicó por haberla escuchado mal en tanto
luchaba contra los vientos y las pieles heladas de la tormenta del desierto, luego
levantó un puño y golpeó la puerta de su ex, Marika Dubois.
***
Marika luchó por ponerse una túnica verde salvia sobre sus hombros a
medida que se apresuraba hacia la puerta. En parte, porque alguien la golpeaba
a las 3:00 a.m. Nunca era una buena señal. Pero, sobre todo, porque quienquiera
que estuviera golpeando lo hacía bastante fuerte, y no le gustaba la idea de tener
que volver hacer dormir a su inquieto hijo si el ruido lo despertaba. La tormenta
ya había sido lo suficientemente mala. Ahora esto.
Cualquiera sea la razón por la que algún imbécil llamaba a su puerta a esta
hora, más vale que sea una buena, o que la ayude...
Abrió y se quedó inmóvil, atónita al encontrar a Garrett Swopes al otro
lado, el mismo hombre que acababa de tachar esta semana de su lista de tarjetas
a enviar en Navidad. Para bien esta vez.
Se sintió débil cuando él se alzó sobre ella. Maldito sea. La lluvia le caía
por la cara y moldeaba una camiseta mojada sobre las colinas y valles de sus
músculos, resaltando todos y cada uno.
Le tomó un poco de esfuerzo, pero finalmente apartó su mirada de las
huellas que sus abdominales hacían en la tela negra y se obligó a que sus ojos
volvieran a su rostro, sabiendo lo que encontraría allí. Dureza. Repugnancia.
Odio.
El ceño fruncido que él tenía, sugería que aún no la había perdonado.
El de ella, indicaba que no le importaba.
—Llegas tarde —dijo, negándole la entrada a pesar de los efectos de la
lluvia.
¿Cómo se atrevía a estar molesto? Era ella quien se despertó sobresaltada
por sus golpes, corrección, golpes incesantes, a las tres de la mañana. Si alguien
debería estar de mal humor, ciertamente no era el imbécil que se encontraba
delante de ella.
No es que estuviera allí para verla. Jamás lo estaba. ¿Pero a las tres de la
mañana? ¿De verdad?
—Zaire está dormido —agregó, infundiendo su voz con tanta frialdad
como pudo reunir en tan poco tiempo—. Y se suponía que ibas a recogerlo
anoche.
Sus ojos plateados expresaron sorpresa. Las duras líneas de su rostro
oscuro se suavizaron por un segundo antes de recuperarse.
—¿Te olvidaste? —chilló, horrorizada. Entonces recordó que su hijo
dormía a menos de nueve metros de distancia, la puerta de su habitación
entreabierta, y se obligó a calmarse. Apretando los dientes, lo fulminó con la
mirada—. Eres fuera de serie, Swopes. Olvidando a tu propio hijo. Regresa
cuando estés sobrio.
Tenía que estar borracho. O al menos un poco. De lo contrario, nunca
visitaría a personas como Marika Dubois en medio de la noche. Después de todo,
la detestaba y por varias razones.
Primero, lo acosó. Realmente no había otra palabra para eso. Necesitaba
un cierto tipo de hombre con una determinada línea de sangre, y él resultó ser
ese tipo.
En segundo lugar, lo engañó para que la embarazara.
Y tercero, no le contó sobre dicho embarazo. Se enteró cuando se topó con
ella y Zaire apenas un mes después de que hubiera dado a luz. Siendo la actriz
experimentada que era, la sorpresa que sintió atravesarla en su inesperada
reunión bailó en glorioso tecnicolor en su rostro.
Garrett lo supo. Supo que Zaire era su hijo, y que ella no tenía intención
de decírselo.
Tenía sus razones. Intentó ahorrarle toda una vida de culpa por ser un
padre ausente, por ejemplo. Pero él no quería escucharlas. Jamás confió en ella
después de eso. Probablemente nunca lo haría. Sin embargo, insistió en pagar la
manutención y estar en la vida de Zaire. Un hecho que la sorprendía hasta el día
de hoy.
De todas maneras, ahora no era el momento de hablar de eso. Empujó la
puerta para cerrarla en su cara exasperantemente perfecta, pero la detuvo
fácilmente con una mano en un panel y, Dios la ayude, se sentía casi feliz de que
lo hiciera. Cuanto más se paraba allí, más podía asimilar las colinas y valles de
sus bíceps. La extensión de su pecho y el ancho de sus hombros. La línea dura de
su mandíbula y las curvas completas de su boca.
Reprendió a sus hormonas, bueno, las pocas que le quedaban en tanto se
acercaba rápidamente al gran tres-oh1, y había escuchado que todo iba cuesta
abajo desde allí.
Claramente le tomó mucho a Garrett incluso pararse allí. Sus ojos brillaban
con animosidad. Casi no podía soportar verla. Ni estar en su presencia. No los
últimos años, de todos modos. No hacía nada para ocultarlo.
Entonces, cuando se forzó a decir las palabras que probablemente
detestaba decir tanto como ella odiaba escuchar, porque en ocasiones ¿quién no
disfrutaba de la irritación? La sorprendió profundamente en su ser.
—Necesito ayuda —dijo entre dientes.
—No podría estar más de acuerdo, pero no conozco a ningún buen
psiquiatra. Ahora, si no te importa...
Comenzó a cerrar la puerta de golpe a pesar del hecho de que su hijo se
hallaba durmiendo en la habitación de al lado, pero él rápidamente metió un pie
entre él y el marco para detenerla. Miró a través de la rendija, su rostro era una
imagen de asombro ante su osadía.
—Necesito tu ayuda —dijo, su actitud tímida muy diferente a él. Bajó la
cabeza, su fuerte mandíbula trabajaba el doble, cuando dijo—: Ella se fue.
—¿A qué…? —A qué se refería golpeó a Marika antes de que terminara la
oración. El miedo inundó cada célula de su cuerpo.
Abrió la puerta y le indicó que entrara. Después de cerrarla, corrió al baño,
agarró una toalla y se la entregó.
—¿Qué quieres decir con que se fue? —preguntó antes de hundirse en el
diván.
Se secó la cara y luego colocó la toalla alrededor de su cuello. —
Desapareció.
—¿Qué quieres decir con que desapareció? —Trató de contener el pánico
fuera de su voz. Falló. Además de a su hijo, Elwyn Alexandra Loehr era lo único
que ella amaba en esta Tierra. Además de su abuela. Y el hombre empapando su
alfombra, pero él nunca lo sabría.
—Por favor, siéntate.
1
N.T.: Hace referencia a cuando la mujer llega a una cierta edad donde: los pechos se caen, la
vagina se reseca y usan dientes postizos.
Señaló su ropa con un encogimiento de hombros. —Estoy mojado.
Ella lo había notado. Mucho. —Ese sofá ha visto cosas peores.
—¿Como qué?
—Como tu hijo. Siéntate.
Se dejó caer y se pasó una mano por la cara. —Quiero decir, desapareció.
Literalmente. Se encontraba allí un segundo y, al siguiente, se fue.
Deslizándose hasta el borde de su asiento, juntó las manos delante de ella
para no moverlas nerviosamente, su hábito nervioso más odiado. —Comienza
desde el principio. Necesito saberlo todo.
Si cada día es un regalo,
¿puedo devolver el lunes pasado?
(Meme)
***
—¿Eso era LSD? —preguntó Garrett, sentía que todo el cuerpo le ardía.
—Relájate.
Sintió la mano de Marika sobre su hombro. Se la sacudió e intentó ponerse
en pie.
—No haría eso todavía.
—Jódete. ¿Qué fue eso? ¿Qué hiciste…? —Sintió que su lengua se hinchaba
en su boca, y luchó para formar una oración simple. Cuando trató de concentrarse
en su entorno, se derritieron. Los árboles. La artemisa. Los arbustos silvestres. El
sol goteó del cielo y se fusionó con las montañas, sus colores se mezclaron para
crear un paisaje completamente diferente, emocionante y nuevo.
Oh, sí. Definitivamente era LSD. O algo por el estilo.
Escuchó la voz de Marika desde muy lejos. —Garrett, necesitas sentarte.
Esta parte no durará mucho.
Sintió ciegamente que el banco lo ayudaba a equilibrarse, pero no pudo
lograrlo. Las olas seguían chocando contra él, empujándolo como una muñeca de
trapo. De repente, se preguntó si todavía tenía pies. No podía sentirlos. ¿Podía
sentir normalmente sus pies? En pánico, buscó sus manos en vano.
—Garrett, estás hiperventilando. Necesitas ralentizar tu respiración.
Intentó decirle a Marika exactamente dónde podía empujar su consejo
pseudocientífico, pero su voz sonaba como una cinta de casete que había sido
comida. Qué tiempos aquellos.
—Eso está mejor —dijo, su voz suave, pero él no recordaba haber hecho
nada para mejorarlo. ¿Estaba sentado en el banco? No podía sentir su trasero.
¿Todavía tenía uno?
El pánico volvió a atravesarlo. A las mujeres les gustaba su trasero. Si eso
se había ido, ¿para qué más tenía que vivir?
—Más lento —dijo, su voz como una ola oceánica fría en la noche.
Podía olerla. Su aroma le recordó la primera vez que cruzó un paseo
marítimo en California. La sal en la brisa del océano. El azúcar hilado en el
algodón de azúcar. El perfume de una chica que le sonrió, rico y cálido como la
vainilla. El aroma y la sonrisa.
—Garrett, mírame.
Sacudió la cabeza.
—Abre los ojos, cariño.
—No puedo. No tengo ninguno. —Se dio cuenta de que ella se hallaba de
rodillas entre sus piernas. Un lugar muy peligroso para estar.
—Los tienes. Lo prometo.
—¿Todavía tengo un culo?
Se rio suavemente, el sonido suave y calmante como el bourbon bajando
por su garganta. —Definitivamente tienes un trasero. Y ojos. Ábrelos.
Trató de separar sus párpados. Tras varios intentos fallidos, finalmente
tuvo éxito. El mundo había tomado forma nuevamente, y aún no del todo. Era
de alguna manera diferente del que había estado solo unos momentos antes.
—No lo recuerdo —dijo Marika, su voz triste—. El mundo que acabas de
dejar. Pero recuerdo que era hermoso, especialmente Nuevo México.
—¿Qué quieres decir? —Se volvió hacia ella y su rostro… era
deslumbrante, nadando en un mar de verdes y dorados. Los colores de sus ojos
color avellana se ampliaron mil veces, y fluían como el agua a su alrededor.
Luego se dio cuenta de que tenía manchas en la cara.
—¿Eso es sangre? —preguntó, tratando de concentrarse.
Sacó una toallita y se la pasó sobre la piel. —Es parte del ritual.
—Entonces, ¿hubo sangre de pollo involucrada?
—No.
Luego vio el corte en su muñeca. —¿Fue tu sangre?
—Necesitaba sangre humana. Sanará.
Extendió la mano y pasó un pulgar sobre su boca. —Eres absolutamente
hermosa. Como una sirena.
—Oh, oh. —Marika se mordió el labio inferior y él habría vendido su alma
para hacer lo mismo. Estaba para morderlo—. Me olvidé de esta parte. Mi abuela
me advirtió, pero era una niña cuando me hizo esto. No había… llegado a esa
etapa todavía.
—¿Qué etapa?
—La, um, etapa de acoplamiento.
—Ah. —Cuando dejó que sus manos se deslizaran por su cuello, ella las
tomó entre las suyas.
—¿Cómo te sientes?
—Maravilloso. —Y lo hacía. De repente, cada molécula en su cuerpo
zumbaba con energía. Algunas de ellas se filtraron y chocaron con las de ella,
chocando contra ella como él quería hacer.
—Eso es bueno. Necesito que respires profundamente para estabilizarte,
luego mira a tu derecha.
—Eso significaría apartar la mirada de ti.
—Sí, lo haría. Pero solo por un segundo.
Cedió, giró lentamente la cabeza hacia la derecha y luchó contra dos
impulsos a la vez. El primero fue agarrar a Marika y correr por su vida. El
segundo fue desmayarse.
Se tambaleó hacia un lado y retrocedió del banco, cayendo hacia atrás en
el suelo.
De pie junto al banco se encontraba el perro más grande y más negro,
parecido a una cruza de oso y hombre lobo, que había visto nunca. Solo que no
era un perro. Su pelaje se encontraba con ondulaciones, como si tuviera escamas.
Estaban cubiertas de un polvo plateado iridiscente que parecía cambiar de color
con cada movimiento. Y si Garrett no lo supiera mejor, habría jurado que lava
fundida fluía debajo de su pelaje de textura extraña. Un resplandor anaranjado
se filtró entre las escamas cuando la criatura se movió.
El canino avanzó lentamente, sus enormes patas devoraron el suelo más
rápido de lo que Garrett podía alejarse. Sus temblorosos labios se retrajeron en
un gruñido que reveló una bocanada de dientes enormes y afilados.
Marika se echó a reír y extendió la mano para acariciarlo. Garrett comenzó
a ponerse de pie para salvarla, pero apenas se movió cuando se dio cuenta de que
el perro no iba a atacarla y darse un festín con sus intestinos.
En cambio, dejó de gruñir y acarició su cuello con un suave y profundo
gemido.
—Este —dijo ella con una risita, dándole a la bestia gigante unas sólidas
palmadas—, podría ser Buttercup. Sin embargo, no estoy cien por ciento segura.
Me cuesta mucho distinguirlos.
Garrett todavía se hallaba sobre su espalda, inconscientemente poniendo
tanta distancia entre él y la bestia como podía.
—Está bien —dijo Marika, caminando hacia él—. Solo te estaba haciendo
pasar un mal rato. Son muy juguetones.
—Eso es un perro del infierno —dijo Garrett, sin dejar pasar la
oportunidad de decir lo obvio. El sabueso se encontraba cara a cara con Marika.
No era un perro. Era un dragón.
—Es, efectivamente, un perro del infierno. —Se agachó junto a él.
Le lanzó una mirada fulminante, repentinamente humillado, y se puso de
pie por su propia cuenta. —Beep los dibuja —dijo, sacudiéndose—. Simplemente,
pensé que ella apestaba dibujando.
—¿Y ahora?
—La niña tiene verdadero talento.
El sabueso del infierno se acercó y Garrett retrocedió involuntariamente.
Afortunadamente, no se encontraba interesado en él. Quería más caricias de
Marika. Apenas podía culpar a la bestia.
—Espera. Pensé que no podíamos tocar a los difuntos. Que no eran sólidos
para nosotros.
—No podemos —confirmó, frotando su rostro contra el cuello de la bestia
a pesar de que parecía que las escamas destrozarían su piel—. Esto no es un
difunto. Si los perros del infierno quieren permitirte que los veas, o incluso
tocarlos, pueden hacerlo. Todo depende del alfa. Excepto cuando se trata de
Elwyn, por supuesto. Supongo que cualquier ser espiritual es sólido para ella,
como lo fueron para su madre.
Garrett asintió justo cuando la bestia se volvió hacia el horizonte y bajó la
cabeza. Después de expulsar un gruñido gutural que retumbó profundo y bajo,
atravesó el campo, levantando parches de tierra y grava antes de desaparecer.
—¿Se la habría llevado uno de los perros?
—No lo creo —respondió Marika, recogiendo sus suministros—. ¿Por qué
lo harían? A menos que lo hicieran para protegerla. Pero ella no está en este
plano. Estoy segura de eso. ¿A dónde la habrían llevado?
—¿Me estás preguntando? —Se recostó en el banco antes de que sus
rodillas cedieran y miró a su alrededor—. ¿Ella está muerta? —Señaló a una
mujer nativa americana mayor que se encontraba a la salida de la línea de árboles.
—Difunta —corrigió Marika—. Y sí. —Sacó una toallita húmeda, se
arrodilló frente a él nuevamente y comenzó a limpiarle la cara.
—¿Eso es todo? —preguntó, asimilando—. ¿Simplemente soplaste un
poco de polvo en mi cara y puedo ver de repente? ¿Alguien podría hacerlo?
¿Cualquier persona viva podría respirar esa mierda, que sabía a vómito, muchas
gracias, y ser capaz de ver personas muertas?
—Por supuesto que no. —Pasó el pañuelo alrededor de sus ojos, pero
apenas lo sintió. Toda su cara se sentía entumecida. Tenía miedo de preguntarle
qué era la sustancia blanca. Demasiado corta la acción para ser LSD—. La persona
ya debe ser sensible a lo que yace más allá del velo. Su mente simplemente
necesita abrirse un poco más.
—¿Qué significa eso? —preguntó—. Sensible a lo que yace más allá del
velo.
—Se refiere a ti. Tu herencia. Tus experiencias. Tu entrenamiento. —
Cuando no hizo ningún comentario, continuó—: Provienes de una larga línea de
personas con habilidades sobrenaturales. Y has hecho cosas que pocos en la
Tierra han hecho.
Tomó la toallita, la presionó contra sus ojos y se recostó contra el banco. —
¿Como qué?
—Has estado en el infierno, para empezar.
—Eso apestó demasiado.
—No lo dudo. Has luchado contra demonios y has estado en compañía de
dioses.
—Quienes, debo agregar, no siempre son los anfitriones más hospitalarios.
—También has empuñado un cuchillo celestial. Uno que podría matar a
cualquier ser sobrenatural, espíritu, demonio o dios. ¿Creías que nada de eso se
te pegaría? ¿Que no dejaría una marca? Un rastro de su poder.
Bajó la toallita, le dirigió una expresión sombría y le preguntó—: Esto es
una toallita para bebés, ¿verdad?
—Son muy útiles —habló a la defensiva, apartándolas de él—.
Especialmente con un niño de cinco años.
—Hablando de niños de cinco años, esto no nos lleva a ninguna parte.
¿Qué te dijo el muerto? Espera. —Un pensamiento extraño lo golpeó. Un
pensamiento que tuvo cuando se tambaleaba con el polvo psicodélico con sabor
a vómito. La estudió por un largo momento, su cabello rubio, la forma respingona
de su nariz, las delicadas líneas de su mandíbula, luego dijo—: Tú eras la chica.
—¿Perdón? —Empacó sus suministros, sacó el muñeco Osh y luego volvió
a mirarlo.
—La chica en el paseo marítimo.
Marika se detuvo durante treinta segundos, y luego preguntó—: ¿De qué
estás hablando?
—Lo recuerdo. —Asintió a medida que recordaba—. Tenía… no sé,
diecisiete. Tal vez dieciocho. Y estabas en el paseo marítimo de California.
—No seas tonto. —Se puso de pie y examinó el área.
Él también se puso de pie. —No, fuiste tú. Recuerdo tu sonrisa. Y la forma
en que olías. La manera en que siempre hueles. A playa y a vainilla.
Marika cerró de golpe los párpados y su rostro se calentó de mortificación.
Sabía que sus mejillas brillarían de un rojo brillante si no lo estaban ya, de manera
que se apartó de él. Pero todavía podía verlo desde su periferia, el asombro
evidente en su hermoso rostro.
—Sí. —La señaló—. Lo recuerdo. Enviaste a un amigo con una nota.
—Nunca he estado en Santa Cruz.
Cruzó los brazos sobre su pecho. —Nunca dije que fuera en Santa Cruz.
Comenzó a discutir cuando se dio cuenta de su error. En cambio, volvió a
meter al muñeco Osh en su bolso para cubrir el hecho de que otro mareo se había
apoderado de ella, y el mundo se inclinaba al azar hacia la izquierda. —Sí —
admitió por fin.
Observó cómo él trataba de aceptar lo que probablemente vería como otra
traición.
Garrett sacudió la cabeza pensando, como si tratara de darle sentido a su
último descubrimiento, luego la miró boquiabierto con una mezcla de asombro
y… ¿qué? ¿Disgusto? ¿Asco? ¿Repugnancia? ¿Repulsión? —Eso fue hace quince
años. ¿Cuánto tiempo me has acosado?
Se dio la vuelta y se arrepintió al instante. —No te acosé. Bueno, no en aquel
entonces. Simplemente hacía una investigación.
—¿Es así como lo llamaban?
—¿Realmente necesitamos hablar de esto ahora? Necesitamos encontrar a
tu protegida. ¿Recuerdas? ¿La mejor amiga de nuestro hijo?
El plateado en los iris de Garrett destelló con un brillo peligroso. Cedió,
pero no se sentía contento con eso. —Volveremos a esto.
Levantó la barbilla. —Espero que lo hagamos.
—Y no hemos llegado a ninguna parte. —Se apartó de ella frustrado y
estudió el lugar donde había visto por última vez a Elwyn.
Dijo algo más, pero Marika no lo entendió del todo. La tierra bajo sus pies
de repente se sintió inestable. Su equilibrio inseguro.
Garrett se volvió como si esperara que ella le respondiera, pero no lo
escuchó otra vez.
Quizás no tenía nada que ver con su condición. Tal vez los efectos
secundarios del ritual todavía corrían por sus venas. O puede que la habían
despertado a las tres de la mañana después de haberse acostado solo una hora
antes. Aun así, la tierra se sacudió a su alrededor y luego se inclinó sobre su eje.
Si Garrett no hubiera estado allí, se habría caído y pocas cosas serían más
embarazosas.
Despeinada al despertarse, tal vez. O flatulencia excesiva.
—¿Qué está mal? —preguntó, volviéndola a poner de pie y dejando caer
las manos.
Se tropezó, pero mantuvo el equilibrio. —¿Sentiste eso? —preguntó,
intentando sacudir las telarañas de su mente.
—¿Sentir qué?
Se balanceó de nuevo, y le puso una mano en el codo. Se frotó la sien, luego
lo miró. —Es como si todavía estuviera en el ritual de esta mañana y el suelo se
removiera. Algo cambió. Papa Legba sigue vigilando y está tratando de decirme
que algo ha cambiado. —No entendía. El loa ya no se hallaba en su interior, pero
nunca había tenido un mareo tan desorientador.
—¿Papa quién? —preguntó Garrett—. No importa. ¿Tiene esto algo que
ver con Beep?
Todavía luchando por orientarse, Marika miró más allá de él, donde sintió
un tirón de energía. Un cambio en la estructura del espacio y el tiempo.
Entrecerró los ojos. Sacudió la cabeza. Parpadeó y luego volvió a mirar. —
Definitivamente todavía estoy en el velo.
Le miró con una expresión de preocupación. —¿Qué te hace decir eso?
Señaló un claro de un kilómetro de ancho. —Porque no hay forma de que
esa cosa sea de este mundo.
Miró sobre su hombro justo cuando una criatura diferente a todo lo que
ella había visto antes los vio y comenzó a correr directamente en su dirección.
Asimiló sus rasgos entre latidos aterrorizados. Un extraterrestre de al menos dos
metros cuarenta de altura, tal vez dos metros setenta, o tres metros sesenta,
pensándolo bien, corría hacia ellos, devorando el suelo tan rápido como un
caballo de carreras.
Parecía algo de una historieta. O una película de terror. Sus hombros eran
enormes. Su cabeza triangular con cuernos negros como los de un carnero y
puntas correosas brotando entre ellas en forma de mohawk. Aunque parecía que
pesaba cuatrocientos cincuenta kilos y llevaba una armadura gruesa y escamosa,
brillante y roja como la sangre, se movía como un velocista olímpico. Ese mismo
carmesí cubría la mitad inferior de su cara, una máscara ocultaba su nariz y boca.
Pero no sus ojos. Cuanto más se acercaba, más podía distinguir Marika la
emoción que parecía irradiar de su mirada: furia.
Ella, por otro lado, no podía moverse en absoluto. Se quedó inmovilizada
en el lugar, su respuesta de lucha o huida se negó a salir del modo de suspensión.
Todo era tan surrealista, y agradeció al ser supremo, Bondye, que la
criatura no pudiera cruzar de su plano al de ella. Porque esa cosa podría causar
un daño grave si lo hiciera. Especialmente con la lanza gigante que llevaba. Una
lanza... Parpadeó de nuevo y se concentró en ella. Un arma empapada en sangre.
—Mira —dijo Garrett, con tono cauteloso—, entiendo que veré cosas que
probablemente no reconozco, pero ¿qué demonios es eso?
La mandíbula de Marika cayó al suelo cuando otro aspecto de su situación
se hundió. Curvó sus dedos en la camisa de Garrett. —No creo que esté muerto.
O en otro plano.
La criatura se hallaba cerca ahora. Quizás a solo cincuenta metros de
distancia. Apenas a unos segundos de ellos al ritmo que viajaba.
Garrett rodeó su brazo con una mano y comenzó a retroceder. —¿Cómo lo
sabes?
—Los muertos son silenciosos. Cuando caminan. Cuando corren.
Ciertamente no suenan como una manada de elefantes destrozando el suelo a
medida que corren.
—Hijo de puta.
***
Los instintos de Garrett ya no eran lo que solían ser. Podía culpar al sol
ascendente. Decir que disminuyó visión. O, mejor aún, el polvo de vómito, que
definitivamente había nublado su visión. Pero debería haber estado regresando
al recinto en el momento en que vio esa cosa. En cambio, se quedó allí mirando
como un idiota mientras se acercaba a ellos.
Para cuando recuperó la cordura, ya era demasiado tarde. No había forma
de que pudieran escapar.
Empujó a Marika con tanta fuerza que casi se cayó. —¡Corre! —gritó,
manteniendo su mirada en el instrumento de su muerte inminente.
Por otra parte, tal vez, eso solo quería hablar. Si no fuera por el hecho de
que tanto esa cosa como su lanza estaban empapados en sangre, Garrett podría
haberse consolado con ese pensamiento.
—¡Ve al recinto!
Apartó la mirada para buscar un arma. Cualquier cosa, porque dudaba
que su navaja de bolsillo sirviera de algo.
La bestia se encontraba lo suficientemente cerca como para escuchar su
respiración agitada. Tomó un precioso momento para girarse hacia Marika, que
no se había movido ni un centímetro. La agarró bruscamente y la sacudió.
—¡Ve, maldita sea! —dijo bruscamente, empujándola nuevamente en
dirección al recinto.
Acunó su bolso contra su pecho, sus ojos como platillos, y se fue hacia el
edificio más cercano.
Cuando la bestia cambió de dirección y comenzó a seguirla, Garrett se
interpuso en su camino.
Se volvió a enfocar en él, sus ojos eran un mar negro y no mostró signos
de desaceleración. Garrett se alistó, preparándose para el impacto. En el instante
que lo golpeó, sintió como si lo hubieran partido por la mitad.
El dolor explotó en su interior, y se preguntó si eso era lo que se sentía
ponerse sobre una granada. Más tarde, registraría el grito de Marika, pero por el
momento, todo en lo que podía pensar era en las estrellas que rodeaban los
bordes oscuros de su visión, y el hecho de que iba a morir. Le fallaría a sus
mejores amigos. Y a Beep. Y a Zaire. Y a Marika.
Marika. ¿Qué le haría esa cosa?
Se deslizó por lo que parecía casi dos kilómetros, a través de arbustos y
cactus en tanto la bestia perseguía una vez más a la única mujer que Garrett había
amado de verdad. Con un esfuerzo hercúleo, detuvo su deslizamiento, derrapó
y salió disparado como un velocista de los bloques de salida.
La bestia se encontraba casi sobre Marika cuando Garrett lo empujó a un
lado. Golpeó su hombro en la caja torácica de la bestia con cada gramo de fuerza
que tenía. Esa vez, ambos se deslizaron por el terreno inhóspito.
Pero la criatura fue rápida. Mucho más que Garrett. Antes de que pudiera
ponerse de pie, la bestia lo tenía por el cuello. Fue entonces cuando notó las
enormes garras. Porque, ¿por qué no?
Levantó a Garrett del suelo con facilidad mientras soltaba lo que solo
podía imaginar que era un grito de batalla.
Al menos en su incompetencia, Garrett había logrado una cosa. Había
logrado despojar a la criatura de la lanza. No es que lo notara, hasta que
vislumbró el arma larga y pesada por el rabillo del ojo. Y a la mujer sosteniéndola.
El pánico se disparó tan fuerte y tan rápido que volvió a ver estrellas.
—¡Oye! —gritó Marika, y parecía un conejo provocando a un lobo. Una
liebre feroz; pero, no obstante, una presa.
En el momento en que la bestia la miró, ella empujó la lanza con un
gruñido gutural hacia su rostro y luego se tambaleó hacia atrás, tropezando con
su bolso.
Era uno en un millón, el golpe que lanzó. La punta ensangrentada de la
lanza se alojó en el ojo derecho de la criatura. Retrocedió, dejando caer a Garrett
en el proceso, y sacó el arma con un grito de dolor. Y enojo.
Garrett se lanzó hacia la lanza, con la esperanza de apartarla del alcance
de la bestia. Pero de nuevo, fue demasiado rápido. Se giró hacia Garrett, sus
garras le cortaron la espalda, dejando un rastro de fuego a su paso.
Aterrizó sobre su estómago, y la criatura levantó la lanza. Garrett sería
empalado en cuestión de segundos, por lo que hizo lo único que se le ocurrió.
Sacó su navaja de bolsillo y la apuñaló en la parte superior del pie de la bestia.
La lanza se hundió en el suelo junto a él, rozando la piel sobre sus costillas
en tanto la bestia aullaba una vez más. Pero Garrett no había terminado. Sacó el
cuchillo, rodeó con los brazos su pierna y deslizó la hoja afilada sobre su talón de
Aquiles. Esta cosa podría ser una especie diferente, pero sabía lo suficiente sobre
anatomía como para saber que tenía que tener algún tipo de tendón para
permitirle caminar erguido. Era casi humano en estructura.
Se tambaleó hacia atrás, llorando de agonía, y luego se arrastró a cuatro
patas hacia los pinos justo después del sendero salvaje, arrastrando su pierna
herida detrás de él.
—¡Garrett! —gritó Marika, y él pudo sentir sus manos sobre sus hombros.
Intentó darse la vuelta, pero le ardía la espalda. Al igual que sus costillas.
Y su cabeza. Decidió quedarse en el suelo un rato. Se hallaba a punto de decirle
a Marika que se subiera a su camioneta y se fuera de Dodge cuando escuchó una
voz masculina. Robert Davidson, el tío de Charley, Bob.
—¡Swopes!
La llevaría a un lugar seguro.
Garrett miró a Marika, la humedad en sus ojos y en sus mejillas mientras
le pasaba una mano por el costado de la cara. Luego le dijo con voz débil—: Creo
que deberíamos casarnos.
¿Pero te moriste?
(Cartel Motivacional)
Garret abrió los párpados lentamente. En parte porque le dolía hasta hacer
ese movimiento, pero sobre todo porque ahora podía ver gente muerta. No tenía
idea de lo que le esperaba en el día a día partir de este momento. Era apenas un
ítem en la lista del trabajo.
—¿Crees que vivirá? —preguntó una voz masculina. Donovan, el líder de
la pandilla, también conocido como el club de motociclistas, se hallaba de pie a
su derecha.
Robert, a su izquierda, respondió—: La doctora dice que sí.
—Es sabido que los médicos se equivocan.
—Eso es verdad —intervino Eric, otro motero—. Una vez, un doctor le dijo
a mi tía que estaba sana como un caballo. Que probablemente viviría para
siempre. Murió dos días después.
—¿De qué? —preguntó Robert.
—La atropellaron y el conductor se dio a la fuga.
—¿Hay alguna razón por la que están en mi…dónde estoy? —gruñó.
—Estás en la clínica—contestó Robert—. Y sí.
De repente recordó el ataque. —¿Marika? —preguntó con un jadeo
entrecortado.
—Está bien. —Donovan señaló el sofá cercano. Yacía allí, durmiendo,
envuelta en un mar de mantas azul pálido.
—¿Supongo que te lo dijo?
—Sí. —Robert frunció el ceño—. No tengo idea de lo que describió, pero
que me aspen si quiero que esté deambulando por el campo.
Desafortunadamente, no hemos podido encontrarlo.
—¿Qué rayos? —preguntó Garrett, con la voz grave por el sueño y
probablemente un montón de drogas. De la buena, también. El fondo que
Charley y Reyes dejaron para el cuidado de Beep, podía permitírselo.
El recinto albergaba su propia ala médica, ya que accidentes bizarros y
extraños ocurrían a menudo en los alrededores. Tenían un médico de guardia
24/7. Uno que incorporaron por la peculiar fisiología de Beep. Parecía humana,
pero había diferencias sutiles que la distinguían de otros niños. Mucho.
Necesitaban alguien en quien confiar y la doctora Lucía Mirabal era una vieja
amiga de Charley, de la secundaria. A decir verdad, no se sorprendió tanto
cuando le explicaron los detalles de lo que necesitarían de ella como médico
personal y las anomalías que encontraría en su paciente más importante.
Podría haber sido por su amistad con Charley en la adolescencia, o por el
dinero. De todas formas, la doctora se hallaba encantada. Le permitía ser
voluntaria en un par de centros médicos ubicados en reservas locales.
—Lo herimos —dijo, molesto—. Debería haber dejado un rastro de sangre.
Donovan asintió. —Así es. Y lo seguimos hasta el anochecer.
Robert frunció el ceño en tanto pensaba. —Tuvimos que cancelar la
búsqueda. No podemos tratar de enfrentar algo como eso por la noche.
—Lo entiendo, pero necesitamos encontrarlo a primera luz del día.
—Garret —contestó, con el rostro sombrío—. ¿Crees…? —Tragó saliva con
fuerza, y sus ojos se llenaron de lágrimas—. ¿Crees que esa cosa se llevó a Elwyn?
Garrett cerró los ojos y apretó los dientes. Un dolor ardiente le atravesó el
rostro y la mandíbula, pero no se relajó. Necesitaba recuperarse rápido. —No lo
sé. No lo creo. Pude verlo. Marika dijo que no era una entidad sobrenatural. Tenía
forma sólida como nosotros. Nada, si sabes a lo que me refiero, se llevó a Beep.
Ella simplemente desapareció.
—Estás despierto —dijo Marika.
La vio luchar con las mantas antes de liberarse y correr a su lado, casi
derribó a Donovan en el proceso. Entonces se dio cuenta de que tenía un
hematoma en el rostro y se preguntó en qué momento ocurrió eso.
—Estás herida.
Negó. —Estoy bien. ¿Cómo estás? Esa cosa casi te partió a la mitad.
—¿Casi? Me encontraba seguro de que lo logró.
Forzó una sonrisa y estiró una mano vacilante hacia la suya.
—Entonces —dijo Eric, desde el borde de la cama—, ¿cuándo van a
casarse?
Se quedó en silencio. Bueno, aún más. Luego la miró horrorizado cuando
le vino el recuerdo de lo que le había dicho.
Eric se rió entre dientes al igual que Michael, el tercer miembro del ahora
muy pequeño club de moteros quien se encontraba apoyado contra el marco de
la puerta, claramente demasiado genial como para entrar y expresar su
preocupación como el resto de ellos.
El hombre era el epítome de la calma, un rasgo que le hubiera encantado
tener en este momento porque de repente recordó haberle propuesto matrimonio
a Marika. Una mujer con la quien juró que nunca se casaría.
El comentario la tomó por sorpresa. Lo estudió, avergonzada y
conmocionada por la pregunta como si su rostro no fuera indicación alguna.
Cuando apartó la mirada, repentinamente cohibida, se aclaró la garganta y
apartó la mano.
—No seas ridículo —le contestó Marika a Eric—. Garrett bromeaba. Lo
hacemos todo el tiempo.
—Claro. —Eric apretó los labios y se alejó de la cama, pero parecía
decepcionado. Por extraño que parezca, eso le parecía bien. Eric podía besarle el
trasero.
Para ponerle fin al momento incómodo, una voz femenina gritó desde el
pasillo—: ¡Oh Dios mío!
Sonrió y observó a la esposa de Robert y mejor amiga de Charley, Cookie
Kowalski-Davidson, entrar corriendo a la habitación con dos tazas de café. Bebía
mucho de eso.
Le pasó ambas a su marido y se echó sobre él, teniendo cuidado de no
tocarlo. Pero le besó la mejilla. Y la sien. Y la frente. Y otra vez la mejilla.
—Demonios, Robert —dijo Michael—. ¿No satisfaces a tu mujer?
Se enderezó, con su grueso cabello negro atado desordenadamente sobre
su bonita cabeza a medida que lo miraba, aunque dudaba que fuera muy seria.
Él ya había visto su lado serio. Lo que le causó la desaparición de Charley.
Se esforzaba en ocultarlo, pero nadie podía esconder esa clase de dolor.
—Tú te callas —le dijo, sacudiendo un dedo en su dirección—. Tengo un
asunto pendiente contigo.
—Mierda. —Michael casi se enderezó. Luego volvió a relajarse—. ¿Qué
hice ahora?
—Dos palabras: una-Harley jodidamente-nueva.
—Técnicamente, son cuatro. —Cuando lo fulminó con la mirada, levantó
las manos en señal de rendición—. Oye, no es mi culpa que el transporte sea parte
del trabajo. Revisa el contrato.
—¿Eso existe? —preguntó Eric, alicaído—. ¿Tienes uno?
La fundación Elwyn Loehr se hizo cargo de los miembros del Equipo Beep.
Charley y Reyes prepararon todo como si esperaran irse. Algunos se
aprovecharon más de este hecho que otros, aunque Michael nunca fue uno de
ellos. Él realmente necesitaba una motocicleta nueva. Garret no lo culparía por
eso.
Marika habló en voz baja, y se dio cuenta de que ella no sabía con certeza
donde encajaba. —Quizás, deberíamos volver al problema en cuestión.
Todos se dieron la vuelta hacia ella.
—Tiene razón —dijo Cookie, agarrando una de las tazas de café y
moviéndose para formar un círculo alrededor de la cama—. He estado
investigando. Una tarea que le corresponde a tu departamento. —Lo reprendió
con la mirada—. No pude encontrar nada sobre la criatura que te atacó.
El orgullo ardía en su interior. —¿Consultaste los libros?
Los libros era el código para las docenas y docenas de manuscritos y cartas
que llevaba examinando a lo largo de los años, buscando algún comentario sobre
la revuelta de los demonios. Algo que pudiera ayudar a Beep en su lucha.
—Oh Dios, no —dijo, horrorizada—. Internet. Busqué cualquier
comentario o leyenda popular.
Casi se rió, y lo pensó mejor. —¿Y?
—Como dije, nada. Bueno, nada reciente. Encontré un par de referencias
muy antiguas, pero las consigné al mismo nivel que las leyendas de sirenas y Pie
Grande.
—Claro. ¿Qué hay de ti? —le preguntó a Marika, pero solo porque parecía
perdida en sus pensamientos. A juzgar por las líneas entre sus cejas, no era uno
bueno.
Se mordió el labio inferior, y luego dijo—: Algo cambió, Garret.
Le prestó toda su atención.
—Algo cambió justo antes de que viéramos a la criatura. Algo en el
universo. Algo…
—¿Se abrió? —preguntó Robert.
Lo miró frunciendo el ceño. —¿A qué te refieres?
—Es como nos contaste —explicó—. Esa cosa no es de este mundo.
Garrett se esforzó por comprender el significado de sus palabras. —
Entonces cuando dices que se abrió, ¿te refieres a un portal?
Cookie soltó un jadeo.
—¿Estas en desacuerdo? —le preguntó en respuesta Robert a Garrett.
Sacudió la cabeza y luego hizo una mueca por el esfuerzo. Entonces volvió
a estremecerse otra vez por el esfuerzo de hacer ese gesto. Era un círculo vicioso.
—No, y podría tener sentido. Como no puedo, corrección, no podía ver el reino
celestial, supongo que podría haberse abierto un portal.
—Oh, por favor, no —dijo Cookie. Su esposo la llevó a una silla y la ayudó
a sentarse.
—No estamos seguros, preciosa —dijo, calmando a una de las pocas
personas en la tierra que Garrett realmente amaba. Cookie era la persona más
genuina que alguna vez conoció, y le daría el riñón izquierdo solo para aliviar
sus preocupaciones—. Es solo una teoría.
—Una que encaja —contestó pensativamente Garrett—. ¿Pero Marika te
contó sobre el hombre muerto en el camino?
—Difunto —lo corrigió ella—. Y sí, lo hice.
—Se hallaba de pie en el lugar exacto donde Beep desapareció.
—Podría significar algo —dijo Robert—. Simplemente no sé qué.
Cookie presionó una mano sobre su corazón, su rostro era la imagen de la
agonía. —Un portal —susurró.
Su esposo le frotó el hombro. Claramente sabía lo que eso significaba.
—Mi única teoría fue infernamente destrozada —dijo Robert.
Garret arqueó una ceja. —¿Cuál?
—Qué Elwyn de repente aprendió a desmaterializarse. En ese caso, podría
haber reaparecido en cualquier parte de la tierra. Pero de acuerdo con Marika, no
está aquí. Ni siquiera en este plano. Lo que apoyaría la teoría del portal.
—Santo cielo.
—Si —dijo, reproduciendo en su mente la desaparición de Beep una y otra
vez—. Pero no lo creo.
La doctora entró, siempre profesional, e ignoró la conversación. Cambió
su bolsa intravenosa, luego revisó sus signos vitales. —¿Vivirá? —preguntó Eric.
Ella sonrió, un mechón de su cabello rojo oscuro se soltó de sus horquillas
cuando asintió. —Me temo que sí. —Levantó una pequeña linterna y examinó
sus pupilas—. Puse algo en tu intravenosa. Creo que te ayudará a sanar un poco
más rápido.
—Eso es genial, pero ¿qué tal un cono helado?
—¡Oh¡ —dijo Cookie, saltando—. Acabamos de comprar una máquina de
granizados. Ya sabes, para aquellos de nosotros que nos ponemos un poco más
calientes que otros.
La doctora se echó a reír. —Lamentablemente, no creo que se refiriera a
eso.
Impresionado, Garrett le preguntó—: ¿Sabías a qué me refiero?
—Por supuesto. Y los conos helados2 son ilegales. No hay de esas drogas
aquí. —Sacó una jeringa y la levantó para que pudiera verla—. Pero tengo algo
bastante parecido.
Echó la cabeza hacia atrás. —Gracias, madre del amor hermoso. Espera —
dijo, justo antes de que lo metiera en su intravenosa—. ¿Esto me dejará
inconsciente?
—¿Cuándo hay una criatura salvaje de tres metros, con garras del tamaño
de Kansas, corriendo por todo el mundo? De ninguna manera. Te necesitamos
despierto y yendo tras ellos.
Se rió suavemente y luego gimió—: Gracias, doc.
Marika no pudo evitar notar lo bonita que era la joven doctora. Sabía que
tenían una en el personal, pero nunca la conoció. Bajó la vista y divisó una toalla
que se hallaba debajo de su cama. Se encontraba empapada con sangre oscura.
La irritación se disparó en su interior. —¿No debería estar en un hospital?
—preguntó, con la voz tan afilada como un escalpelo.
La médica se puso seria, pero Robert habló antes de que ella pudiera
hacerlo—: La doctora Mirabal es la mejor, cariño. Tiene acceso a cosas que otros
profesionales… bueno, no tienen.
—Por supuesto. —Todos en la habitación parecían confiar en ella
implícitamente. Especialmente Eric, que no podía quitarle los ojos de encima—.
No quise sugerir lo contrario.
—Está bien —dijo la mujer antes de ofrecerle una sonrisa
tranquilizadora—. Sé cuánto significa para ti.
La declaración la tomó por sorpresa, y sintió que el calor le subía por las
mejillas.
La doctora volvió a mirarlo, con una expresión que no admitía discusión.
—Necesito revisar eso cada dos horas —le dijo—. Lo digo en serio esta vez.
¿Esta vez?
—¡Espera ahí! —La voz de Robert se dirigió hacia Marika desde muy lejos.
Entró apresuradamente al baño y junto a un ahora desnudo Garrett
Swopes la estabilizaron. De alguna manera, contra la parte delantera de este
último. Como su torso. Y otras cosas. Otras magníficamente formadas.
—Joder, Swopes —dijo Robert. También le había visto la espalda—. Podría
desmayarme ahora mismo.
—¿De verdad? —Sonrió—. ¿Qué tan malo es? Siento que debo tener
algunas cicatrices de batalla.
—Maldita sea, seguro que las tienes.
—¿Cómo puedes reírte? —preguntó Marika, incapaz de detener las
estúpidas lágrimas que salían de entre sus pestañas.
—Oye. —Le levantó el mentón hasta que quedó mirando fijamente el gris
plateado que se había convertido en su color favorito—. Estoy vivo, ¿verdad?
Ambos lo estamos. Y la próxima vez que me encuentre con esa cosa estaré
preparado.
Asintió, pero no pudo pronunciar palabras por el nudo en su garganta.
—Te besaría, pero hay un ex ángel con nosotros en la ducha.
—Correcto. Lo siento —añadió Robert. La miró—. No bromeabas sobre
esas garras.
No lo hacía. Garrett tenía cuatro heridas irregulares que abarcaban la
distancia entre su hombro superior derecho y la cadera izquierda, pero estaban
lo suficientemente separadas como para cubrir la mayor parte de su poderosa
espalda. Algunas áreas eran más anchas que otras, la carne quedaba abierta como
papel rasgado.
—¿Sin puntos? —señaló.
—La doc dijo que en realidad no son lo suficientemente profundas como
para preocuparse por eso —habló Robert—. Y debido a que las heridas son tan
irregulares tendría que cortar carne perfectamente buena para coserlas.
—Y con los cócteles que ha creado —agregó Garrett, tratando de verse la
espalda en el espejo, pero sin soltarla—, sanarán en poco tiempo.
—¿Cómo es posible?
Bajó la mirada y le guiñó un ojo. —Tenemos un arma secreta.
La atrajo más cerca, y maldita sea si no lo dejó hacerlo. Esto en cuanto a su
suspensión.
—De todos modos —dijo Robert, interrumpiendo—, les traje algo de
comer y Cookie también encontró ropa limpia. Por si quieres cambiarte, Marika.
Aunque vístete rápido. Salimos en veinte.
—Ya sabes —dijo Garrett después de que Robert se fuera—, podríamos
ducharnos al mismo tiempo.
Salió de sus brazos. —No estás tomando en serio mis deseos.
—Seguro que sí. —Abrió la ducha—. ¿Qué deseos serían esos?
Pero siguió adelante. Saldrían en veinte minutos. A perseguir a esa cosa.
El miedo le arañó la garganta y desgarró su resolución.
—Garrett —dijo en voz alta, perdida en la imagen de la criatura que venía
por ellos.
—¿Hmm?
Luchó contra el impulso de mirar la cascada de agua sobre sus
inmaculados hombros. —Hay algo que me he estado preguntando desde la
primera vez que vimos a la criatura.
Garrett bajó la mirada hacia ella, a su frágil exterior, tan pálida y etérea, y
se dio cuenta de que sinceramente, realmente, en verdad la quería en la ducha
con él. Ese cóctel que la doctora preparó, hacía maravillas.
—¿Qué demonios comió en el desayuno para obtener ese tamaño? —
bromeó, pero la expresión preocupada en su rostro hizo que se pusiera serio.
Marika le puso una mano en el brazo a pesar del agua y dijo––: ¿De dónde
vino toda la sangre?
Luchó contra la ola de temor que le evocaba la imagen. Se había
preguntado exactamente lo mismo.
Se lavó como si el lugar estuviera en llamas para que Marika tuviera
oportunidad de tomar una ducha. La pequeña descarada cerró la puerta,
bloqueándole la vista. ¿Qué demonios? Entró y salió casi tan rápido como él, y
cuando abrió la puerta el olor que lo golpeó casi lo hizo caer de rodillas.
Se quedó allí, envuelta en una toalla, secándose el cabello. Ese familiar
aroma a vainilla y playa se apoderó de él. Como si irradiara de ella. Rápidamente
se puso los pantalones vaqueros para ocultar la evidencia de lo que la mujer le
hacía. Incluso tuvo que preguntarse por su ridículo comportamiento. Habían
pasado casi cinco años desde que la atrapó en los brazos de otro hombre. Y siendo
el imbécil que era, había ido a su casa a proponerle matrimonio. En ese mismo
momento juró que nunca volvería a probar ese particular pedazo de fruta
suculenta.
Ella revisó la ropa que Robert trajo. —¿Cómo sabes tanto sobre su mundo
cuando nunca lo has experimentado por completo?
—Investigación. He estado buscando textos antiguos durante años. Y me
estoy volviendo bastante bueno leyendo latín. Simplemente no me pidas que
pronuncie algo.
Se acercó y lo observó, se atrevería a decir que con una mirada de
adoración. Pero se puso seria rápidamente, como si la hubiera atrapado con la
mano en el tarro de galletas, y apartó la mirada para revolver la ropa
nuevamente.
—Me lleva meses leer el texto más simple, así que no pienses demasiado
bien de mí.
—Oh, jamás lo haría.
La atrapó mordiéndose el labio inferior antes de que se rindiera y llevara
la bolsa entera al baño.
—Me llevaré mi emparedado. Se irán en cinco. Te llamaré en cuanto sepa
más.
La puerta se abrió de golpe y se estrelló contra la pared opuesta. —¿Qué?
—Se paró solo con sujetador y bragas, un asombroso conjunto con una mezcla de
satén rosa con lunares y encaje negro.
Dudó un minuto, y luego le ofreció el emparedado de pavo con chile verde
y suizo en un bollo de pan francés que le hizo agua a la boca antes de que ella
apareciera. Ahora se le hacía agua la boca por una razón completamente
diferente. —¿Querías este?
—No te vas sin mí.
—¿Qué? —Frunció el ceño, genuinamente confundido.
—Ni siquiera lo pienses.
—Estás bromeando, ¿verdad?
—Ciertamente no. —Se puso una camiseta holgada con tanta fuerza que
la escuchó rasgarse. A ella no pareció importarle. Agarró los vaqueros y se los
puso.
Observó con fascinación voyerista cómo se deslizaban sobre sus caderas
delgadas y su trasero bien formado antes de volver a prestar atención. —Marika,
no volverás allí.
Se enderezó con un resoplido, sus ojos brillaban como rayos láser. —Me
trajiste a este juego al final de la novena 3. No me mandes a la banca ahora.
—¿Metáforas deportivas? Pensé que estaban por debajo de ti.
—Y yo supuse que el bucear en la basura 4 estaba por debajo de ti, pero es
la única forma de explicar tu guardarropa.
Se rió entre dientes, todavía no del todo convencido por su dedicación a la
causa. Su guardarropa era excelente. —No, de verdad. No puedes ir. No irás. De
ninguna jodida manera, de ninguna jodida forma.
Diez minutos después comían sus emparedados en la parte trasera de la
camioneta de Robert. Lo engañó. Era el polvo del vómito. Tenía que serlo. Ahora
podía controlarlo con la mente.
—¿Cuál es el plan? —preguntó, ignorando su comida. La misma por la
que babeó antes. En cambio, revisó su arma por tercera vez antes de enfundarla
y luego verificar la seguridad de su rifle de asalto.
—Espera —pidió Marika—. Ve más despacio.
Se dirigían a través del terreno escabroso cerca del Diablo Canyon.
Donovan sentado en el asiento del pasajero y Garrett y Marika atrás.
Volvió a envolver su emparedado y bajó la ventanilla. —¿Escuchas eso?
Robert asintió. —Aullidos. ¿Es la criatura?
Eric y Michael estaban detrás de ellos en sus motocicletas. Sus motores
ahogaron el sonido tan pronto se acercaron. Aparentemente. Garrett nunca
escuchó nada.
Ella saltó del vehículo que aún se movía y Robert pisó el freno. Observó
como corría hacia los chicos en las motocicletas y les indicaba que apagaran los
motores. Robert hizo lo mismo con el SUV.
Se bajaron y escucharon. Nada al principio, luego…
3
En béisbol se utiliza para hacer referencia a que la segunda mitad del juego está por terminar,
pero también es una expresión que significa el final de una situación tensa.
4
Expresión que se refiere a buscar entre los contenedores de basura de tiendas o supermercados
para encontrar mercancía o alimento.
—¿Cómo diablos escuchaste eso?
—¿Es la criatura?
—No lo creo. Suena como... —Se giró hacia Donovan—. Suena como
Artemis.
Donovan había sido su dueño antes de que la rottweiler muriera y se
convirtiera en guardiana de Charley. Y luego de Beep.
Donovan observó a su alrededor, a pesar de que no podría haberla visto
ni, aunque estuviera justo frente a él. De los moteros, solo Eric podía ver a los
difuntos gracias a una desafortunada posesión de demonios hacia algunos años.
Antes de que pudiera influir en el aullido que rebotaba en los árboles y las
rocas que los rodeaban, Marika salió corriendo a toda velocidad.
—Mierda —maldijo, recogiendo sus armas y siguiéndola—. ¡Marika,
espera!
Pero se había ido. Desapareció en la línea de árboles. —¡Síganos con las
motocicletas! —gritó en tanto la seguía. La pequeña duendecilla era rápida—.
Marika, maldita sea —gruñó, sabiendo que no podía escucharlo. Aunque, para
darle crédito, parecía estar en el camino correcto.
—¡Artemis! —La escuchó gritar, pero no pudo entender por qué se hallaba
tan preocupada. La perra había muerto años atrás. No era como si algo pudiera
lastimarla. ¿Verdad?
Finalmente la alcanzó cuando ella tropezó con la rama de un árbol. Se
enderezó rápidamente y se adentró más en el bosque.
Ahora estaban en tierra de la reserva, una que no conocía bien.
—Marika, espera —repitió a través de respiraciones entrecortadas.
Si bien el cóctel funcionaba de maravilla, parecía estar desapareciendo. El
dolor se aferraba a sus costados y le ardía la espalda.
Cuando finalmente la alcanzó, estaba arrodillada en el suelo, tratando de
convencer a Artemis. Y después de saber de ella durante los últimos seis años,
finalmente pudo verla.
Era una belleza. Negra y morena en todos los lugares correctos. Suficiente
músculo para hacerla radiante. Pero su rostro era angelical. Ojos oscuros y
expresivos.
A medida que Marika intentaba convencerla para que se acercara, Artemis
parecía estar intentando hacer que ella la siguiera.
—Entonces, esa es ella —admiró, arrodillándose junto al artista del escape.
—¿No es hermosa?
Otro aullido dividió el aire a su alrededor y Garrett casi tropezó al intentar
ponerse de pie. Aunque el grito no era de Artemis, esta se unió y agregó el suyo.
—¿Esos son lobos? —interrogó Marika.
—Quizás. Quiero decir, tienen que serlo, ¿verdad?
Robert corrió hacia ellos seguido rápidamente por Donovan.
—¿Se encuentra bien? —cuestionó este último.
Marika se arrodilló de nuevo. —Parece estarlo. Pero algo anda mal.
—Elwyn —habló Robert, corriendo a su lado para seguir al perro.
—¿Beep? —preguntó Garrett, yéndose también, pero no antes de agarrar
la mano de Marika.
Escucharon que las motocicletas se apagaban en la distancia. Solo podían
llevar las Harleys hasta cierto punto en este terreno. Era una pena que no fueran
una pandilla de motociclistas mugrientos. Esos serían mucho más útiles.
Corrieron por el bosque, las ramas les arañaban las caras, pero Robert era
un hombre con una misión. —Solo hay una persona viva a la que Artemis
cuidaría de esta manera —expresó por encima del hombro.
Tenía razón. Artemis junto a doce perros del infierno y un verdadero
ejército de vivos y muertos vivían solo para proteger a Beep. ¿Realmente podría
estar aquí afuera? Si así era, ¿cómo? No había estado en este plano…
Robert resbaló hasta detenerse. Garrett hizo lo mismo y Marika se estrelló
contra su espalda un microsegundo antes de que respirara hondo. Profundos
gruñidos guturales rebotaban en los árboles a su alrededor. Árboles empapados
de sangre. Árboles destrozados, algunos partidos por la mitad.
Garrett y Robert levantaron los rifles. Donovan levantó una pistola cuando
apareció y Marika mantuvo un apretón mortal en la camisa de Garrett.
Al unísono, como si el movimiento fuera coreografiado, todos observaron
el suelo sombreado a su alrededor.
Las manos de Marika volaron para cubrir su boca mientras observaban la
carnicería en la que se encontraban. Media docena de perros del infierno yacían
heridos. Algunos parecían muertos. Otros jadeaban, sus lenguas colgando y
miradas en blanco.
—¿Qué está pasando? —preguntó Donovan, incapaz de ver a los perros.
Pero sí veía el campo de batalla en el que habían luchado. Vería la sangre.
Artemis se quejó y el ejército se arrastró más cerca de uno de los perros
heridos. Este le gimió y ella se recostó centímetros de él.
—¿Qué mierda? —dijo Garrett en un susurro áspero—. ¿Qué demonios
pasó, Robert?
—La criatura. —Comenzó a arrodillarse junto a uno de los perros cuando
un gruñido bajo envió electricidad estática sobre su piel.
Se giraron al unísono para ver a una niña no mayor de trece o catorce años
rodeada por los seis perros del infierno restantes. Tenía la cabeza gacha. Su lanza,
muy parecida a la de la criatura, la tenía arriba, sujetándola con ambas manos,
como si estuviera preparada para atacar.
Garrett bajó el arma y les indicó a los otros dos que hicieran lo mismo.
Corrección, cuatro. Eric y Michael llegaron y también apuntaban a la niña.
—No te haremos daño —garantizó, confundido porque la niña parecía
completamente humana. Sin embargo, al igual que la criatura, llevaba una lanza
y se hallaba cubierta de sangre casi de pies a cabeza. Por alguna razón esperaba
que no fuera de ella.
No movió un músculo. Solo los observó por debajo de sus pestañas
parcialmente obstruidas por gruesos mechones de cabello largo de un color
similar a la tinta que parecía no haber sido cepillado en semanas.
Levantó una mano en señal de rendición y se arrodilló para poner su
semiautomática en el suelo. —Solo queremos saber qué pasó. ¿La criatura hizo
esto?
Se puso de pie otra vez, sin el rifle.
Ella no se movió, pero podía ver que su mirada pasaba de un intruso a
otro como si estuviera evaluando a sus oponentes. Luego, con minuciosa
lentitud, esquivó a uno de los perros, manteniendo su lanza apuntada al grupo.
El corazón de Garrett se aceleró cuando se arrodilló y golpeó al perro con
la lanza.
El perro gimió, pero rápidamente se dio cuenta de que no lo estaba
lastimando. Lo evaluaba. Miró brevemente la herida, luego volvió a centrarse en
el grupo, se llevó una muñeca ensangrentada a la boca y la rasgó con los dientes.
Marika apretó los dedos sobre su camisa a medida que observaban a la
niña derramar su sangre en la herida del perro y luego en su boca.
El perro sacudió la cabeza, saliendo inmediatamente de su estupor, luego
luchó por ponerse de pie.
—Robert, ¿qué está pasando? —susurró.
Tío Bob no respondió. Sus cejas se arquearon con preocupación, pero no
perdió el aliento con una suposición casual.
Justo entonces recordó que los perros del infierno podían dejar que los
humanos los vieran si querían. Lanzó una rápida mirada sobre su hombro y se
dio cuenta de que el resto del grupo definitivamente podía ver a las enormes
bestias. Una combinación de sorpresa y asombro se reflejaba en todos y cada uno
de los rostros a su alrededor.
—Los está curando —susurró Marika a su lado a medida que la niña se
movía al siguiente perro.
Aunque su herida se encontraba fresca, tuvo que volver a morderse la
muñeca para que la sangre volviera a fluir. Era tan salvaje que sintió pena por la
niña. Se sentía maravillado por su valentía.
Sin embargo, no tenía muchas esperanzas para el perro. Era uno de los dos
que había dado por muerto. No se movió incluso cuando, sin apartar la mirada
del grupo, hizo que la sangre goteara en su boca. Cuando todavía no se movía,
se arriesgó a echarle una mirada rápida, se inclinó y le acercó la boca a la oreja.
Saltó a la vida, exactamente como el primero, sacudiendo la cabeza como
si tratara de recuperar los sentidos.
—Esto es magnífico —susurró Donovan, claramente impresionado.
Garrett estuvo de acuerdo.
La niña repitió el truco hasta que solo uno permanecía tirado en el suelo
del bosque. El que Artemis vigilaba.
Gimió y arañó la tierra cuando la niña se acercó. Había sido destripado.
Era un milagro que todavía estuviera vivo.
Este parecía preocuparla más que los demás. Se limpió la mejilla,
manchándose la cara con sangre, y Garrett se dio cuenta de que se encontraba
llorando. Le susurró algo y acunó su cabeza con un brazo, manteniendo la lanza
en el otro. Lanzándoles miradas nerviosas todo el tiempo.
Finalmente bajó la lanza y la apoyó en el perro para facilitar el acceso en
caso de que la necesitara. Luego, para sorpresa de todos, se inclinó y comenzó a
recoger los intestinos del animal.
Este lanzó un grito agudo, pero ella continuó hasta que tuvo la mayoría de
las entrañas dentro de la cavidad del cuerpo. Luego levantó la mano
ensangrentada y una vez más se rasgó la muñeca con los dientes. Sin embargo,
esta vez más profundamente, empapó la herida y luego dejó que fluyera por la
boca.
El perro se lamió la quijada, pero no le sirvió de nada. No se recuperó
como los demás. Se tumbó de lado durante varios minutos y su respiración se
ralentizó hasta que dejó de moverse por completo.
La barbilla de la niña se estremeció cuando se inclinó sobre él. Finalmente
olvidándose del grupo, enterró la cara en su cuello, pero solo por un segundo.
Respiró hondo y volvió a rasgarse la muñeca. El acto sacó un sollozo de Marika
mientras la observaban luchar por la vida del perro.
Separó sus enormes mandíbulas, acercó su cabeza y dejó que la sangre
goteara en su garganta. Luego pasó la mano por el exterior, como si tratara de
obligarlo a tragar.
Artemis volvió a gemir y los otros perros, gigantes como osos, rodearon a
su compañero caído.
La niña tenía poder. No había duda. Pero traer a una criatura celestial del
borde de la muerte no era uno de ellos. O eso pensaba Garrett.
A medida que miraban, el lado del perro comenzó a subir y bajar. El grupo
se quedó aún más tranquilo si eso era posible, escuchando señales de vida. De
repente, sacudió la cabeza, emitió un gemido gutural y se puso de pie.
Era como ver a un potro recién nacido tratando de recuperar el equilibrio.
Cayó y luego volvió a levantarse, solo para pararse sobre piernas tambaleantes.
Los otros perros estaban extasiados. Saltaban, gruñían y se mordían entre
sí juguetonamente. Incluso Artemis quedó atrapada en la juerga, moviendo su
pequeño nudo de cola y ladrándole a los compañeros de juego que eran varias
veces su tamaño. Era como compararla con un chihuahua, solo que a la inversa.
Incluso los pájaros comenzaron a cantar, todos se unieron a los festejos. Todos
menos la niña.
Se había ido cuando levantó la mirada. Se dio la vuelta justo a tiempo para
verla, con la lanza apretada en ambas manos, corriendo hacia él tan rápido que
apenas podía distinguirla.
El tiempo dejó de existir mientras la miraba. Iba hacia su corazón. Era su
mejor opción. Y habría cumplido su objetivo si Marika no hubiera saltado delante
de él. Observó la punta de la lanza, que había estado a solo unos centímetros de
su pecho un latido antes, perforarle la garganta. Era como una escena en cámara
lenta de una película.
La incredulidad luchó con el instinto, pero antes de que pudiera
reaccionar, Robert gritó, su voz lo suficientemente fuerte como para cortar el aire
con una precisión nítida—: ¡Elwyn! —dijo, y Garrett dirigió una expresión de
asombro a la pequeña niña.
Si tu camino exige que atravieses el infierno,
atraviésalo como si fueras el dueño del lugar.
(Meme)
Todas las personas allí estaban tan quietas que podrían haber sido
confundidas con estatuas desde la distancia. Los tres moteros tenían sus pistolas
apuntando a la cabeza de la chica. Garrett no se atrevía a moverse porque la parte
trasera de Marika se encontraba moldeada a su parte delantera. Si se movía, ella
también lo haría. Se puso delante de él. Arriesgó su vida para salvar la suya, y
todo era en vano porque él la iba a matar.
Marika se congeló con la punta de la lanza en la garganta. Si incluso
tragaba, se hundiría más.
Pero la chica era la más tonta de todas. Potente y salvaje y en completo
control. Cernía la lanza, sin pestañear, contra la garganta de Marika, pero
mantuvo su mirada en Garrett.
—Elwyn —dijo Robert de nuevo, esta vez de forma más suave—. Mírame,
calabacita.
Sus delicadas cejas se juntaron, y Garrett pudo ver varias cicatrices en su
rostro. Una se extendía desde su sien hasta sus labios, terminando en su barbilla.
La herida había sido profunda, y esa comprensión lo perturbó más que nada.
Robert dio un paso adelante, pero la chica, Elwyn, no se tensó. No se
movió en absoluto. Ni siquiera lo miró. A Garrett le tomó unos segundos darse
cuenta de que sus ojos lloraban nuevamente. No podía creer que no lo había visto
antes. Esos brillantes iris, color cobre, tan inusuales, tan distintos. Y, sin embargo,
lo había pasado por alto. Y el brazalete en su muñeca. El dorado, que Osh le había
dado antes de desaparecer. Brillaba al sol que fluía a través de las ramas, tan claro
como el día.
Una gota de humedad se deslizó sobre sus pestañas, y su aliento quedó
atrapado en su pecho. Sin otro pensamiento, dejó caer la lanza y corrió hacia los
brazos de Robert.
El resto miraba, sus rostros eran una imagen de asombro cuando Robert
la tragó en un abrazo. Se balanceó con ella, sus hombros temblando por los
sollozos.
—Oh, Dios mío. ¿Dónde has estado? ¿Dónde has estado?
Sus delgados hombros también temblaron, pero no respondió. Garrett ni
siquiera sabía si podía hacerlo.
Tras un largo momento en el que los perros del infierno, ahora curados y
sin sentir ningún peligro para su barrio, desaparecieron uno por uno, Robert la
tuvo al alcance de la mano. La miró. Le apartó el cabello para examinar su rostro.
Levantó su muñeca para estudiar el daño que se hizo al morderse repetidamente.
—¿Estás herida? —preguntó, su voz llena de emoción.
Sacudió la cabeza y él la abrazó. Una risa suave y ligera se le escapó.
Fue entonces cuando Garrett se dio cuenta de que Marika se hallaba entre
sus brazos. Apoyando su cabeza contra su hombro, su rostro alegre mientras
miraba.
—¿Los recuerdas de todos? —preguntó Robert por fin, finalmente
soltando a Elwyn.
Mantuvo sus brazos alrededor del de Robert, casi escondiéndose detrás de
él antes de volverse hacia el resto del grupo. Miró de un hombre a otro, luego a
Marika. Renunciando a su necesidad de seguridad, la chica se acercó a Marika y
levantó los dedos hacia donde había perforado su piel. —Valiente.
Marika sollozó en una mano e, incapaz de contener sus emociones por más
tiempo, la abrazó. Garrett quería unirse a ellas, pero se contuvo. Beep aún no
había sugerido que lo reconocía.
Cuando finalmente lo miró por detrás del abrazo, su pequeño cuerpo aún
más pequeño que el de Marika, casi como si hubiera sufrido años de desnutrición,
dijo—: ¿Finalmente se casaron?
Garrett pensó que su corazón explotaría. Los envolvió a ambas en sus
brazos, uno de los de Beep se deslizó alrededor de su cintura.
—Mierda, niña. Nos has asustado hasta la muerte.
—Lo lamento.
La abrazó con más fuerza y luego preguntó—: ¿Creíste que lastimamos a
los perros del infierno?
Lo miró. —No. Sabía que fue Hayal. Puedo olerlo en todas partes. —Su
discurso era un poco rígido, un poco vacilante, pero todavía hablaba un inglés
casi perfecto. Sin embargo, lo dijo con acento, casi como un escocés con un poco
de griego mezclado—. Pensé que vendrías a llevártelos. Como guouran. Como un
trofeo.
Justo en ese momento, miró más allá de él a Donovan, quien todavía se
hallaba conmocionado si el estar boquiabierto era una indicación. Elwyn le dio a
Marika un último apretón y luego se dirigió hacia él.
—¿Te acuerdas de mí? —preguntó.
Se rio y meneó la cabeza. —Estás más alta.
—Quizás te achicaste —respondió, luego levantó la mano y pasó los dedos
por la curva de su boca y sobre su piel.
—Ella solía hacer eso —le dijo Garrett suavemente a Marika—. Siempre le
pasaba las manos por la cara. Algo sobre la barba.
—Tienes una.
—Sí, pero él es un maestro en eso. Es el maestro en barbas.
—Puedo oírte —dijo Donovan.
—Bueno, no la culpo —dijo Marika, cruzando los brazos sobre el pecho—
. Yo también le pasaría las manos por la cara si no fuera incómodo e inquietante.
Garrett comenzó a reír, luego la miró con el ceño fruncido. —¿Por cuánto
tiempo has contenido ese impulso?
—Por unos veinte segundos.
Beep pasó a Eric, el más joven de los moteros. Le sonrió. —Príncipe Eric.
Él se rio y la abrazó con fuerza. —Tu madre solía llamarme así. Dijo que
parecía un príncipe.
Elwyn se rió y retrocedió. —Conejo tonto. No es por eso que ella te llamaba
así.
Antes de que pudiera preguntarle qué quería decir, se movió hacia Miguel.
Siempre un chico malo y plácido, se encontraba apoyado contra uno de los
pocos árboles que quedaban en pie, con los brazos cruzados sobre el pecho y la
miraba por encima de sus gafas de sol. Una sonrisa de agradecimiento levantó
una comisura de su boca, y dijo con la voz más suave posible—: Estás castigada.
Se rio y saltó a sus brazos.
—Sí, sí —dijo, fingiendo no disfrutar del abrazo.
Cuando terminó, dio la vuelta completa para mirarlos a todos
nuevamente. —No puedo creer que no te haya reconocido. Especialmente a ti —
dijo, señalando a Garrett, con sus dientes blancos cegándole, su sonrisa era tan
grande.
—¿Por qué a mí? —preguntó y le hizo señas para que se acercara.
Aprovechó al máximo y la mantuvo en sus brazos aún más esta vez.
—Porque eres a quien he dibujado más.
—Nunca he visto ningún dibujo mío.
—Oh, eso es porque se los doy a…
—¿Te fijarías en la hora? —dijo Marika, interrumpiéndola. Levantó su
muñeca.
—No llevas reloj —dijo.
—Solo quería decir que todavía tenemos una criatura a la cual cazar y
matar.
—Tiene razón —dijo Robert—. Necesitamos volver a salir. Tenemos que
encontrar a esa criatura.
—¿Esa criatura? ¿Te refieres a Hayal?
Garrett apartó su enfoque de Marika. —¿Hayal tiene seis metros de altura
con cuernos negros y garras afiladas?
—Sí —dijo Elwyn, su expresión sombría—. Bueno, no seis metros.
—¿Y lo conoces?
—Sí. Es mi prometido.
***
Angel era un pandillero difunto de trece años. Había muerto en los años
noventa y usaba una camiseta ancha y una gruesa bandana sobre sus ojos para
probarlo. La primera vez que se conocieron, le soltó a Marika un “¿Cómo te va?”
repleto de acento neoyorquino, a pesar de que nunca había salido de
Albuquerque, Nuevo México. Al menos mientras se encontraba vivo. Ella se
enamoró un poco del pequeño mocoso desde entonces.
Se sintió positivamente mareada cuando Elwyn se apresuró a sus brazos.
Y un poco celosa. Los humanos rara vez podían tocar a los difuntos, pero los
padres de Elwyn sí, por lo que la habilidad le fue transmitida.
—Creciste —le dijo Angel, desconcertado.
—¿Estás enojado?
—Nunca. Sólo estoy triste porque no pude estar allí para ti. Busqué en
todas partes.
—Lo siento.
—No es tu culpa, mi reina. —Mi reina. Marika suspiró. Pasó un dedo a lo
largo de la cicatriz en la mejilla de Elwyn.
La cubrió con su mano conscientemente. —Es fea.
Él retiró su mano y la reemplazó con la suya. —Eres el ser más hermoso
que he visto en mi vida. Una pequeña cicatriz no cambia ni una mierda. —
Siempre un poeta, ese niño.
Elwyn se apoyó contra él y Garrett se inclinó hacia Marika. —¿Debería
estar preocupado?
—Sí —respondió—. Con alguien más, no. Pero estamos hablando de
Angel, que es tan de fiar para Elwyn como tú y yo.
—Entonces, ¿exorcismo esta noche?
—Cuanto antes, mejor.
Elwyn llevó a Angel a la mesa y volvió a sentarse. Garrett le dio un
asentimiento.
—Oh, es cierto —dijo Angel, notándolo—. Ahora puedes verme. Supongo
que tendré que estar pendiente de lo que digo a tú alrededor.
—Podría ser una buena idea.
—¿Lo encontraste? —le preguntó Robert a Angel.
El Casanova negó con la cabeza. —Podría estar en las montañas.
—Sí, es por eso que te enviamos allí para encontrarlo.
—Me dirigía hacia allá cuando fui emboscado.
—¿Emboscado? —preguntó Elwyn, con genuina preocupación en su
rostro.
—Parece que tenemos otra bestia corriendo por ahí. Este es más pequeño,
pero no menos malo. Como un pendejo fastidioso o algo así. Me envió de regreso
con apenas una palabra. Fue más como un gruñido, en realidad.
—Oh, sí. —Elwyn se desanimó—. También me ha estado siguiendo. Desde
hace varios mundos.
—¿Siguiéndote? —dijo Garrett—. Cariño, ¿por qué no explicas todo desde
el principio? Ahora entiendo cómo saltas de difunto en difunto. Más o menos.
¿Pero cómo dejaste este plano?
—Bueno, sabía que Osh’ekiel no estaba en este, así que decidí buscar en
otros. Solo que no pude encontrar el camino de regreso. Hay tantos. —Su mirada
se deslizó más allá de él hacia otro lugar. A otro momento.
Robert asintió. —Hay tantas dimensiones como estrellas en nuestro
universo.
—Es decir, un montón —dijo Eric, amablemente.
Garrett se hallaba sentado, volviéndose loco en un mar de confusión.
Quería entenderlo todo. Elwyn era la hija de dos dioses. ¿Era automáticamente
un miembro activo de los dioses, con apretón de manos secreto incluido? ¿Cómo
se ingresaba al club de dioses, de todos modos? O tal vez era una semidiosa.
¿Cómo funcionaría eso?
Parecía tener habilidades completamente diferentes que cualquiera de sus
padres biológicos. Como sanar con su sangre. Charley podía sanar con un simple
toque e incluso devolverles la vida a las personas. O usar a los difuntos como un
portal para viajes interdimensionales. Charley era todo lo contrario. Ella era un
portal, uno que conducía al cielo, para que aquellos que no cruzaban cuando
morían pudieran hacerlo cuando estuvieran listos.
Y Reyes… bueno, él era el enigma definitivo. Él y Charley podían
desmaterializarse y aparecer en cualquier parte de la Tierra, pero Reyes, un portal
por derecho propio, aunque fuera hacia el infierno, podía existir en ambas
dimensiones simultáneamente. Beep, por lo que cualquiera sabía, no podía. ¿Por
qué sus habilidades eran tan diferentes?
—Es como mirar a través de un caleidoscopio —continuó, su mente muy
lejos—. Y tratar de encontrar el patrón correcto.
La señora Loehr tomó la mano de Beep. —Lo siento mucho, cariño.
—Es mi culpa, abuela.
—No —dijo el señor Loehr—. No lo es. Te dieron habilidades
extraordinarias cuando naciste. Fue demasiado, y muy pronto. Una carga
demasiado grande. Por lo que entiendo, las habilidades de tu madre biológica
fueron llegando a ella con el tiempo. No se le entregó de inmediato las llaves del
reino. Le dieron una habitación a la vez para explorar y aprender antes de
ofrecerle otra. Y tenía a Reyes para ayudarla a navegar, no a nosotros, torpes e
ineptos humanos.
A Beep se le escapó una risita. —Me encantan mis torpes e ineptos
humanos.
La señora Loehr tuvo que darse la vuelta y limpiarse los ojos.
—¿A dónde fuiste? —preguntó Garrett—. ¿Y cómo terminaste con el
prometido del infierno? —No quería presionarla, pero necesitaban saber qué
pasaba y cómo detenerlo.
—Oh, él no es de una verdadera dimensión infernal —dijo Elwyn con un
resoplido—. A los de nepaui les gusta pensar que lo son. Pero he estado en
algunas verdaderas dimensiones del infierno. No quieres ir allí.
—Espera —dijo Marika—, ¿en cuántas dimensiones has estado?
—No lo sé. Perdí la cuenta después de cien.
—¿Y allí también saltas a través de los difuntos?
—Sí. Resulta que los difuntos están en todas partes. A veces, son seres
sensibles. Otras veces, son más como helechos. O begonias. No siempre encajan
todas las piezas. A veces, tengo que tomar el camino más largo para llegar a una
dimensión que casi pueda distinguir.
Marika tenía un poco de baba en la esquina de su boca, parecía tan
fascinada. Garrett le entregó una servilleta. La tomó, lo fulminó con la mirada y
luego preguntó—: ¿Había vida en todos los lugares a los que fuiste?
—Oh, sí. No hay muerte sin vida. No puedo entrar en una dimensión que
no contenga difuntos de una forma u otra.
—Fascinante.
—¿Cierto? Un lugar al que fui era pura agua. Toda la dimensión. Ni
siquiera lo sabía al principio porque no era como nuestra agua. Era mucho más
densa. Como aceite para bebés. Pero una vez que descubrí cómo respirar, fue
increíble. Luego fui a una donde el aire era ácido. Fue horrible. No recomiendo
esa. Luego encontré una en la que mi madre había estado. Una dimensión
infernal con espectros que llevan nombres de bebidas de café.
—Sí —dijo Cookie, emocionada—. Tu madre los nombró.
—¿Saliste de esa? —preguntó Robert, asombrado—. Incluso tu madre no
podía hacer eso, y ella puede, podía, desmaterializarse.
—Lo hice, pero solo porque usé un espectro para desbloquear la siguiente
dimensión. Creo que se llamaba Macchiato de Caramelo Salado, pero no estoy
segura.
Garrett se pasó una mano por su pelo corto. —Todo esto es tan increíble.
—¿Pero quieres que llegue al punto? —preguntó ella.
—Quiero escucharlo todo. Pero en este momento, necesito saber por qué
esa cosa se encuentra en este planeta y cómo matarla.
—Te lo dije. No lo haces.
—Beep —dijo, frustrándose—. ¿Has visto esta cosa? Quiero decir, tal vez
ha crecido desde que llegó aquí.
—Lo dudo. Describiste a Hayal perfectamente. ¿Te gustaría oír cómo lo
sé?
Marika resopló a su lado. Casi la fulminó con la mirada, pero el sonido era
tan lindo que no pudo afectar su humor. —Me encantaría oírlo.
Se puso de pie, se sirvió café y luego volvió a sentarse. Cookie le sonrió a
la niña, orgullosa por su destreza en beber café. Él luchó contra una sonrisa,
tratando de no alentarla.
—Bien, terminé en un… bueno, un país por falta de una mejor palabra,
llamado Napau. Y fui capturada inmediatamente por estas enormes criaturas con
cuernos y largas garras aceradas.
—Son ellos —dijo Garrett, su estómago contrayéndose con la imagen.
—¿Qué edad tenías entonces? —preguntó Marika.
—No mucho mayor que cuando me fui.
—Eras solo un bebé —susurró. De manera ausente, tomó la mano de
Garrett. Él entrelazó sus dedos con los suyos.
—En pocas palabras, me convertí en esclava. Pero accidentalmente una
noche salvé de un ataque a mi castern, mi guardiana. Fue entonces cuando se dio
cuenta de que, aunque era pequeña, podía pelear. Me envió a entrenar con su
hermana.
—¿Una esclava? —preguntó la señora Loehr.
—No te preocupes, abuela. Me podría haber ido en cualquier momento.
Podría haber saltado a través de cualquiera de los miles de difuntos. Pero para
ese punto, me sentía tan cansada y perdida.
La señora Loehr se llevó las manos a la boca.
—Fue el primer lugar donde sentí que podía descansar. Dejando de lado
todo el entrenamiento. Y peleas. Y mutilaciones.
—Déjame aclarar esto —dijo Garrett—. ¿Luchaste contra ellos? ¿Esas
criaturas?
—A menudo. Me convertí en su campeona y llamé la atención del
príncipe. Le pidió a su padre mi mano en matrimonio ya que no tenía a nadie
para dar consentimiento. El rey estuvo de acuerdo. Yo no.
—¿Lo rechazaste? —preguntó Cookie.
—Bueno —dijo Eric, interrumpiendo—, gracias a Dios. Quiero decir,
¿cómo podrías…?
—Como estabas diciendo —dijo Robert antes de darle a Eric una mirada
de desaprobación—. ¿Lo rechazaste?
—Sí, pero es la ley. Ya que lo rechacé, teníamos que luchar hasta la muerte.
La señora Loehr casi se desmayó. El señor Loehr la atrapó y ayudó a
estabilizarla. Asintió para que la conversación continuara sin ellos mientras
llevaba a su esposa arriba.
—Está bien —dijo Garrett, una vez que se fueron—. ¿Tuviste que luchar
contra él?
—Sí. Hasta la muerte. —Se mordió el labio inferior. Solo hacía eso cuando
no quería admitir algo—. El problema fue que no lo maté. Y ahora, tiene que
cazarme hasta que las estrellas se apaguen. O bien, termino el trabajo, o él tiene
que matarme. No puede regresar hasta que honre su casa, aunque su reputación
nunca se recupere.
Cookie miró alrededor de la mesa. —¿Y eso nos importa? ¿Nos va a
importar eso?
—No, cariño —dijo Robert.
—Lo que hice fue realmente muy cruel, aunque no fue intencional. —
Elwyn miró a Cookie como si buscara aprobación. O perdón.
—Por supuesto que no —dijo Cookie—. Tratabas de salvarlo.
—Exactamente. En cambio, arruiné su vida. Si lo hubiese matado, habría
muerto a manos de una campeona. Habría sido una buena muerte.
—Entonces, ¿no es broma? —preguntó Angel, sacudiendo la cabeza—.
¿Luchaste contra esas cosas?
—Sí.
—Hijueputa.
—Cuando no lo maté, corrí hacia el difunto más cercano, allí mismo en el
campo de batalla, y simplemente me arriesgué. No pensé que sería capaz de
seguirme, pero él está allí cada vez que salto. No puedo entender cómo lo hace.
—¿Podemos volver a la parte donde ustedes dos iban a casarse? —dijo
Eric.
—No —dijo toda la mesa al unísono. Entonces Garrett preguntó—:
¿Alguna idea de por qué fue tras Marika?
La mirada de Elwyn se dirigió al sujeto en cuestión. —¿Tras de ti?
Marika asintió.
—No. A menos que… ¿llevabas esto? —Levantó el muñeco de Osh.
—Sí. En mi bolso.
—Ese podría ser el motivo. —Se llevó la muñeca a la cara e inhaló—. La
muñeca huele a mí. Hayal me persiguió y captó mi olor. Lo siento mucho, Marika.
—No seas tonta. —Apretó la mano de Garrett—. No fue tu culpa.
—Por supuesto que sí. Todo esto es mi culpa. Espera. Él no te rasguñó,
¿verdad? ¿Hayal?
—No, pero hizo…
—¿Algún consejo sobre cómo capturar a la criatura? ¿Cómo matarlo? —
preguntó Garrett, interrumpiéndola.
—Oh. —Elwyn enderezó los hombros, como si estuviera sorprendida por
su pregunta—. Me disculpo. Debí haber terminado mi declaración antes. Es mi
prometido. Por lo tanto, debo ser yo quien lo mate. —Todos se quedaron en
silencio, así que continuó rápidamente—: Está bien. No será el primero.
Tristemente. A veces tenía pocas opciones. Hay un viejo dicho en ese mundo.
Asesinar o ser asesinado.
Robert sonrió. —Tenemos algo muy similar aquí.
—Simplemente no entiendo cómo luchaste contra ellos —dijo Cookie—.
Eres pequeña.
—Pero rápida —dijo Elwyn, con una sonrisa traviesas en el rostro. Uno
que era a la vez familiar, extraño e inquietantemente hermoso. Garrett sabía que
sería hermosa. Pero no esperaba a la criatura encantadora frente a él.
Especialmente a la edad de catorce años. O en algún lugar por ahí. Los niños de
hoy en día.
—¿Y el otro? —preguntó Angel—. ¿El más pequeño que te siguió hasta
aquí?
—¿Lo viste? —Su rostro se iluminó con esperanza.
—En realidad no.
—Dulce de azúcar —dijo ella, haciendo un mohín con el labio inferior.
Toda la mesa se echó a reír.
Esa era la única mala palabra que los Loehrs le permitían usar, pero
tuvieron que hacerlo parecer realmente escandaloso. Así que durante algunos
meses después de que Beep cumpliera cuatro años, todos la decían… tendrían un
desliz y dirían las palabras dulce de azúcar frente a ella. Quienquiera que estuviera
cerca regañaría al demonio de lengua suelta por maldecir delante de una niña, y
dicha niña, naturalmente, comenzaría a usar la palabra con la mayor frecuencia
posible. Funcionó de las mil maravillas, y fue entonces cuando Garrett supo con
qué lidiaba. Los Loehrs eran genios locos.
—Como dije —continuó Angel—, parecía casi humano, pero no lo
suficiente para pasar como uno en público. Al menos del segundo vistazo que
tuve.
Robert tomó un sorbo de la cerveza que había estado bebiendo durante la
última hora. —¿También te ha estado siguiendo a través de los portales?
—No estoy segura. Solo sé que ha estado detrás de mí durante las últimas
dimensiones. Cómo, es lo que no sé.
—No puedo creerlo —dijo Marika, su mirada recorriendo la longitud de
Beep—, que creciste en otra dimensión. En varias dimensiones, de hecho.
—Le da un giro completamente nuevo al estudiante de intercambio —dijo
Eric con un resoplido.
Eso les arrancó una sonrisa a casi todos. Excepto a Angel, quien se veía
listo para hacer explotar el mundo. Por otra parte, quizás siempre fruncía el ceño
de esa manera. Como nunca lo había visto antes, Garrett no tenía forma de
saberlo.
Una leve mirada de alarma cruzó el rostro de Beep, pero no podía ni
imaginar por lo que pasó. Lo atribuyó a un mal recuerdo, uno que esperaba que
le contara algún día; hasta que se puso de pie abruptamente y comenzó a limpiar
la mesa.
Ese pequeño acto sirvió como una señal para que todos recogieran sus
propios platos, los llevaran a la cocina y los enjuagaran, según las reglas de la
casa. La pequeña exploradora enjuagó el suyo primero y luego se dirigió
directamente a la oficina de Garrett. Curioso, la siguió.
A Robert tampoco se le escapó la expresión de su rostro. Se dirigió justo
detrás, y con Garrett intercambiaron miradas cuando entraron en la oficina.
Decorada con maderas pesadas y sombras grises, se encontraba en la parte
trasera de la casa principal, lo suficientemente cerca del área boscosa para tener
una vista hermosa, y lo suficientemente cerca de la cocina para ser francamente
útil.
Beep se paró frente a un mapa enmarcado del recinto, un regalo de
cumpleaños de Cookie.
—Esta área es hermosa —les dijo Elwyn, sin molestarse en darse la vuelta.
El pecho de Garrett se tensó cuando vio realmente su cuerpo. Demasiado
delgado, con círculos oscuros debajo de los ojos, ni por un momento tuvo dudas
de lo increíblemente duro que debieron haber sido los últimos años para ella. En
la cima se encontraba estar perdida y completamente sola. El pensamiento era
casi demasiado para él, y la culpa lo embargó a un nivel completamente nuevo.
Debería haber descubierto lo que ocurría antes de que sucediera. Era su
trabajo vigilar cada movimiento de ella. Conocer cada pensamiento. Tratar de
predecir cada uno de sus pasos. Era una niña con poderes más allá de la
comprensión. Esto podría haber terminado mucho peor.
Aún podría, ahora que lo pensaba.
—No existen motivos para que te sientas culpable —le dijo Elwyn,
manteniendo los ojos en el mapa.
—No lo hago —mintió—. ¿Y cómo lo supiste?
—Haces muecas cuando crees que nadie está mirando. —Sonrió y señaló
un espejo decorativo en la pared a su lado. En el que podía verlo claramente.
—Tramposa —dijo.
Tanto él como Robert se le acercaron, flanqueándola de modo que también
miraban el mapa.
—¿Qué pasa, calabaza? —preguntó Robert.
—Hayal está cerca.
Garrett se tensó, y sabía con certeza que Robert también. —¿Cómo lo
sabes? —preguntó.
Levantó la cara hacia el cielo y respiró hondo. —Puedo olerlo.
Garrett no pudo evitarlo. Volvió la cabeza y también olisqueó. Nada fuera
de lo común. Debía ser otro de sus dones.
—¿Qué tan cerca? —preguntó Robert.
—Cuatro kilómetros. Quizás cinco.
—¿Y puedes olerlo? —preguntó Garrett—. ¿Desde tan lejos?
—Viví con ellos por muchos años. Podría olerlo a treinta kilómetros de
distancia. Pero esto es malo.
—¿Por qué?
—Si puedo olerlo, él puede olerme a mí. Sabe que estoy aquí. Vendrá por
mí.
—Déjalo —dijo Robert, poniendo una mano sobre su hombro.
—No puedo arriesgarme. Lo traje aquí. Él es mi problema.
Garrett dio un paso a un lado para mirarla, pero la niña no hizo contacto
visual. —Él es nuestro problema, Elwyn.
Ella bajó la cabeza hasta que su cabello bloqueó la vista de su rostro
ovalado. —No. Debería irme.
—Lo prohíbo —dijo Robert.
Finalmente se dio la vuelta, y ambos pudieron ver la emoción brillando en
sus ojos. —No podrías detenerme si quisiera irme.
Robert levantó la barbilla con una mueca. —Lo sé, pero aun así te lo
prohíbo. Haremos esto juntos.
—Colocaremos una trampa —dijo Garrett—. Jamás nos verá venir.
—Sí —dijo ella con una risita entrecortada—. Lo hará.
—Bueno, entonces, tendremos que ser realmente inteligentes al respecto.
Tras tomarse unos minutos para pensarlo, enderezó los hombros, estuvo
de acuerdo con un breve asentimiento, luego arrojó sus brazos alrededor de
ambos en el mejor abrazo grupal en el que Garrett había estado alguna vez.
Piénsalo…
En algún lugar, alguien piensa en ti,
tratando de descubrir cómo hacer que tu muerte parezca un
accidente.
(Poster motivacional)
***
Garrett miró a través del recinto iluminado por la luna hacia las
dependencias de adobe, el invernadero Toscano, el área en el que Beep insistió,
antes de su acto de desaparición, que sería el lugar perfecto para una piscina.
Pero lo más importante eran las personas que vivían aquí.
La criatura se hallaba cerca, manteniéndose estable a casi cinco kilómetros
de distancia. Beep le aseguró ni una hora antes que Hayal aparentemente iba a
esperar hasta el amanecer para atacar.
—Es honorable —le dijo Beep durante una tercera reunión clandestina esa
noche, aunque el tono incierto de su voz le había hecho detenerse—. La mayoría
de las veces.
—Por otra parte —respondió Garrett—, arruinaste su vida. Podría sentirse
un poco vengativo en este momento.
—Sí. Lo hice. Arruiné su vida. Simplemente no creo que ataque a un
humano.
Robert estuvo con ellos. Le lanzó una mirada de reojo llena de advertencia.
Garrett tuvo que estar de acuerdo. ¿Por qué no le contó a Beep sobre el
ataque? ¿Por qué ocultárselo? Probablemente porque se sintió lo suficientemente
culpable por todo el asunto. —¿Qué pasó cuando fue tras Marika? —preguntó,
abordando el tema sin revelar su secreto.
—Tuvo que haber sido el aroma. Tal vez —se apartó frustrada—, ¿tal vez
pensó que ella era yo?
—Quizás —dijo Robert, dudando en su rostro.
Considerando todo lo que sucedía, de lo que tenía que preocuparse,
Garrett todavía se sentía furioso por los acontecimientos del día, por las acciones
de Marika, incluso lo sorprendió. Pero no podía olvidarlo.
Nunca había sido una máquina de ira andante. Realmente no era lo suyo.
De hecho, muchos de sus amigos y colegas lo llamaban despreocupado. Relajado.
Pero la furia que ella encendió cuando saltó frente a esa lanza, una vez que todo
terminó, por supuesto, y superó la conmoción de casi perderla en ese mismo
momento, seguía consumiéndolo.
Se dio la vuelta hacia ella ahora, la ira que sentía carcomiendo sus entrañas
surgió. —Dos veces —dijo entre dientes—. ¡Hiciste esa mierda dos veces!
Marika levantó la barbilla a un nivel visible. —Sí, lo hice, tenía una buena
razón. Estoy segura de eso. ¿De qué estás hablando?
—¿No lo sabes? —Avanzó hacia ella, y pudo ver por la tensión cobrando
vida en su delgado cuerpo que consideraba retirarse. No lo hizo. Se mantuvo
firme como un ciervo tembloroso esperando ser derribado, como si tuviera un
impulso suicida—. ¿Es eso? ¿Tienes impulsos suicidas? ¿Es por eso por lo que
arriesgaste tu vida no una, sino dos veces por mí hoy? ¿Incluso después de que
te dije después de la primera vez que nunca volvieras a hacerlo?
—Por favor. —Sacudió su blusa—. Como si te escuchara.
La agarró de los hombros. —¡Ese es el problema!
La expresión de horror en su rostro lo sacó de su momentáneo desliz de
cordura. Bajó las manos y dio un paso atrás. —Lo... lo siento. No quise decir...
—Sí, lo hiciste. —Era su turno estar enojada. Sus ojos brillaron en la baja
luz de la luna. Su mandíbula tensa. Se acercó a él con el único propósito de clavar
un dedo bien cuidado en su pecho—. Me has culpado por todo, desde el resfriado
común hasta el hambre en el mundo, todo porque te engañé para que me dieras
un bebé. Bueno, sorpresa. Nunca te pedí que formaras parte de nuestras vidas.
Comenzó a alejarse dando pisotones, hacia la carretera no menos, pero
luego se volvió hacia él, absolutamente lívida. —Actúas como si hubiera
arruinado tu vida, pero fue tu decisión entrometerte en la nuestra. Me hallaba
perfectamente feliz. Tenía a mi hijo, uno que fue profetizado cuando yo era una
niña, y no quería nada más que mantenerlo a salvo. Para criarlo en un ambiente
amoroso y acogedor. No uno roto donde el padre está afuera sirviéndose
cervezas con los muchachos mientras su hijo se pregunta por qué no es lo
suficientemente bueno. Qué hizo mal para alejar a su propio padre por completo.
—¿Eso es lo que piensas? —preguntó Garrett.
—¡No he terminado! —dijo ella, aparentemente de racha.
—Simplemente no puedes manejarlo. Es demasiado. Te he traicionado
hasta lo más profundo de tu alma, y simplemente no puedes superarlo. Entonces,
sales de nuestras vidas por segunda vez. Después de todas las proclamaciones
de amor y compromiso, de repente desapareces. Bien. Hasta la vista, baby. Pero
no. —Levantó los brazos con frustración—. A pesar de que me odias hasta el
infierno, solo tienes que ser parte de la vida de nuestro hijo si no es por otra razón
que hacerme pagar bimestralmente-y-cada-dos-días-festivos. Cada vez que lo
recoges, te aseguras de que sepa la mierda que soy. Bueno, déjame decirte algo,
señor Imbécil. —Se acercó y levantó la mirada hasta que estuvieron cara a cara—
. No soy un pedazo de mierda. Nunca lo fui.
Las más hermosas historias siempre empiezan con desastres
(Jack London)
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