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COLOMBIA: UN CABALLO DESBOCADO Y UN MAL JINETE

Por: Alonso Lora Arroyo


Número de teléfono: 323 5367996
Correo electrónico: aloraalonso@outlook.com
Universidad de Cartagena

Me embarga un dolor llamado Colombia, dolorosas piezas de un edén triste y melancólico,

lleno de horizontes por todos lados.

Joven nación campesina, ave malherida, soñando creíste tocar los límites del cielo, cultivar

en tus campos la semilla amorosa de la vida. Hoy tus hijos luchan, codo a codo, por

recuperar la gloria que te han robado, el oro y los ríos de tu alma soñadora; hoy te sufren

miles y miles de corazones enlutados. La voz y el temple de tus pueblos se levantan, y

unidos bajo una sola llama, ondean tu bandera para secar tus lágrimas. Hoy tus paisajes

lloran, la cólera de tu tierra morena arrecia, y las personas honradas que te aman, sin

importar clase social, marchan clamorosas hacia el horizonte, entonando himnos y arengas

de esperanza. Combaten, en nombre de la vida, contra la carroña y la muerte.

Por años, cuadrillas del mal han sembrado el temor y el pánico en tus tierras sagradas, pero

hoy, mientras hay aliento, los indignados, tus "águilas caudales", tus hijos, tus nietos

campesinos, indígenas, estudiantes, trabajadores, artistas, soñadores, deportistas, dicen:

"YA BASTA", "YA NO MÁS".

En eso pensaba mientras observaba, un poco conmovido, la ondulante multitud de personas

concentradas alrededor de la Bomba del Amparo, con sus pancartas llenas de ingenio y

originalidad. Algunos de ellos bailan como si nadie los estuviera viendo, otros van con la

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bandera de Colombia boca abajo (como símbolo de indignación y resistencia) sobre sus

espaldas amuralladas. Caminan por la avenida con una cadencia hermosa bajo el sol

ardiente del mediodía. -“Hace qué cule sol”, “qué hijueputa calor”, “qué hijueputa calor,

pero más hijueputa es el presidente de la nación”- corean riéndose algunos manifestantes,

irradiando una energía incansable, pregonando un hálito de vida tan alegre, añorando el

ideal inalcanzable.

Es sabido que en la historia de las manifestaciones nunca ha faltado la música, pues su

magia poderosa siempre ha motivado el espíritu de la marcha y el ánimo de los marchantes.

Su papel, a nivel de masas, ha sido importante en los movimientos históricos, porque con

ella se acompaña la celebración por el milagro de la vida, la búsqueda de un cambio a

través del arte como herramienta de trabajo. Por ejemplo, la revolución francesa no la

podemos concebir sin la Marsellesa, lo mismo ocurre con nuestra independencia, que se

hizo a punta de música y arengas. En revoluciones más recientes como la Guerra Civil

Española, los españoles cantaban enardecidos: Cara al sol /con la camisa nueva/ que tú

bordaste en rojo ayer. Quizás por esta razón, sin sospecharlo, algunos manifestantes llevan

sus instrumentos y tocan ritmos divinos que hacen de la movilización una danza que recorre

el alma. Hoy vi a un negro poderoso que llevaba un tambor terciado a un costado y

entonces comienza a retumbar una música ancestral por toda la calle, por todas partes, la

melodía transitaba a través del viento rumoroso que viene del mar, la energía de sus sones

provenía del sol. Parecía un ritual: sonaban las gaitas y los tambores, parecía que el destino

histórico del país estuviera siendo tejido por aquella melodía mística, por esa maravillosa

música atemporal.

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La mayoría de la protesta avanza pacífica por estos espacios donde la fronda sensual del

trópico invita al juego sensual de las palabras y las ideas. No obstante, una cuadrilla de

tombos, salvajes con autorización para delinquir, miraba la movilización con enojo y

despotismo. Esperaban la orden de los superiores para atacar con sus cañones de muerte. Y

con sus cañones apagar el fuego azul de la palabra sensible y sonora. Se quedaron con las

ganas. Aunque aquí la cosa marche sin mayores inconvenientes, en otras partes del

territorio nacional la situación es distinta, es caótica e inquietante. En Cali (considerada hoy

la sucursal de la resistencia) la fuerza pública, diariamente, está asesinando y

desapareciendo a jóvenes, en Popayán cuatro policías violaron a una muchacha de

diecisiete años en un CAI, en Pereira asesinaron con sevicia a Lucas, un pelao´ alegre y

carismático, un ser bello que solo quería la construcción de un país íntegro a partir del

diálogo y la reflexión. En ese triste y enfermo devenir, muchas madres conservan la

esperanza de que sus hijos regresen a casa (como rogando que esas desapariciones fueran

producto de un mal sueño y no de una realidad nefasta); hoy, muchas de esas mujeres

forman parte de la primera línea de resistencia, mujeres aguerridas que luchan por justicia,

por el bienestar y los derechos constitucionales de sus hijos vulnerados. Otras lo hacen

desde casa, desde sus trabajos, desde sus corazones, como pueden.

Al caer la noche, en algunas ciudades del país, el infierno se abre y enseña su temible

rostro: las calles y avenidas se vuelven un campo de batalla, árido, agreste, inclemente; los

postes, árboles, láminas de zinc, pedazos de puertas se despragmatizan y se convierten en

trincheras contra las bombas aturdidoras y los gases lacrimógenos, contra las balas y los

chorros de agua lanzados a presión por macabras tanquetas que reciben las ordenes de un

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Estado narco-paramilitar. Es una guerra campal. Ni los grandes poetas épicos de la antigua

Grecia que narraron la guerra y la hazaña de los grandes guerreros, han sido testigos de una

lucha tan desigual y canalla. Aun así, sin importar lo desigual de la lucha, la población ha

mostrado su temple, el brío impetuoso de sus músculos aceitados por la indignación y la

democracia. En una de las pancartas que vi, y que resume lo que no he podido decir aquí,

decía lo siguiente: “el Estado está armado con fusiles, el pueblo está armado de valor”.

El gobierno del mal, patrocinado por el centro demoníaco, envés de proponer una mesa de

concertación nacional con los colombianos de a pie para buscar soluciones a los problemas

actuales, hostiga con todo su arsenal ofensivo a la movilización, violenta la naturaleza

pacífica y ontológica de la protesta. Los medios de comunicación tradicionales, por su

parte, venden una imagen desfasada y distorsionada de la protesta; su intención es colocar a

la población en contra de la población, hacerle creer a los más ingenuos que los estudiantes,

jóvenes, indígenas y todo el que apoye el paro y piense diferente son el mal que hoy turba

la tranquilidad y la “estabilidad financiera” de Colombia.

Hoy lloran tus paisajes bañados por las olas del mar Caribe, el verde de la tierra sangra, los

ríos y mares han enmudecido su canto primigenio, ya los pájaros no entonan baladas de

amor, sino el blues, la tristeza de los árboles solitarios. El Altiplano y el Trópico sufren a

sus caídos. Así premias, ¡oh Democracia!, a los mejores de tus hijos, con óleo de sangre los

unges, los vistes de escarnio y los paseas ceñidos con los cascabeles de los locos. A quien

solo tuvo para ti la palabra de miel, tú le contestas con la voz del agravio; a quien se

desveló sirviéndote, tú le galardonas con el frío medroso de los sepulcros. ¡Oh Democracia!

Bendita seas aunque así nos mates.

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Cuando llegué a la casa, eso fue en las horas de la noche (mientras militarizaban y atacaban

a Yumbo), un amigo colombiano que reside en la Argentina me llamó, bastante preocupado

por la situación política actual, para expresarme su inquietud: estimado amigo, la

preocupación colectiva es algo notable ante tantas adversidades, como si se tratase de una

prueba del destino, de reconocer lo que sé es real. Por ello, resulta comprensible que la

gente quiera movilizarse por algo que consideran justo y necesario. En lo personal, no

desmerito las movilizaciones, son actividades que, en lo que respecta a su naturaleza, se

mantendrán vivas como las ideas. Por otro lado, en Colombia hemos imitado todo, hemos

vivido adoptando esquemas foráneos, viviendo una especie de mimetismo cultural que

distorsiona toda nuestra identidad colectiva como pueblo aborigen. Como consecuencia de

ello, no existe una relación armónica entre educación y universidad, entre gobierno y

sociedad. Eso lo estamos padeciendo en nuestra realidad nacional y es triste.

“Claro que es triste y doloroso”, pensé sin contestarle nada, sin saber qué responder, y

cómo hacerlo después de todo, si en este momento se necesitan hombres y mujeres de

acción, que levantemos la mirada y continuemos con la lucha, porque la lucha continua.

Ayer hundimos la infame reforma a la salud, mañana recuperamos la gloria que te han

robado, mi amada y majestuosa Colombia: hoy te yergues grande, mi adorado “caballo

desbocado con un jinete malo sin quien lo detenga”.

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