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(Dr.Mendelsohn, 3er libro. Chicago, 1984)

Capítulo Página

0.- Introducción…………………………………………………………………………………………...5
1.- Casi todo se ve mejor por la mañana………………………………………………………………8
2.- Los padres y los abuelos saben más que los médicos…………………………………………..12
a) Consejos para establecer un diagnóstico
b) A los médicos no les enseñan la importancia que tiene la alimentación.
c) Los médicos no suelen investigar los fármacos que utilizan.
d) Qué se les enseña a hacer a los médicos cuando se equivocan
3.- Cómo los médicos pueden hacer que un niño sano enferme…………………………………...20
a) Por qué los pediatras son peligrosos
b) Una clave para mantener la salud: ¡aléjese de los médicos!
c) Por qué las tablas de peso son engañosas
4.- Protege a tus hijos antes de que nazcan…………………………………………………………..28
a) El nacimiento debería ser un proceso natural
b) Cómo se daña a los bebés que nacen en el hospital.
- El periodo anterior a la concepción
- Qué hay que vigilar durante el embarazo
- Intervenciones durante los dolores del parto y el parto
- Peligros que acechan en la sala de recién nacidos
c) La circuncisión y otras operaciones: procedimientos innecesarios.
5.- Una alimentación adecuada para la salud y el crecimiento……………………………………...42
a) No comience a darle alimentos sólidos muy pronto.
b) El apetito de los niños cambia
c) Los niños no tienen que comer de todo
6.- Qué debería esperar de su hijo……………………………………………………………………..50
a) Comportamientos físicos que preocupan a los padres
b) Los niños lloran porque tienen problemas
c) Los castigos no son la solución
d) Algunas máximas sobre el comportamiento infantil
7.- Fiebre: la defensa del cuerpo contra la enfermedad……………………………………………...57
a) Doce principios básicos sobre la fiebre a saber y recordar.
b) Consejos para la fiebre.
8.- Dolores de cabeza: normalmente de origen emocional, aunque el dolor es real……………...67
a) Cómo descubrir la causa de un dolor de cabeza
b) Incluso los dolores de cabeza emocionales son reales
c) Los dolores de cabeza provocados por tensiones
d) No tenga miedo de hacerle preguntas a su médico
e) Consejos ante un dolor de cabeza.
9.- ¡Mamá, me duele la barriga!......................................................................................................75
a) Los dolores de estómago son, con frecuencia, causados por alergias
b) No utilice medicamentos para «curar» los dolores de estómago
c) Diagnosticar una apendicitis. (d) Consejos ante un dolor abdominal.
10.- Tos estornudos y mocos en la nariz:……………………………………………………………....81
a) Síntomas del catarro y de la gripe.

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b) Los peligros de tratar la gripe con aspirina.
c) Porqué debería evitar el uso excesivo de antibióticos.
d) Consejos para la tos, el catarro y la gripe.
11.- El mito de la amenaza de las anginas provocadas por estreptococos………………………..88
a) Causas de las inflamaciones de garganta que usted puede controlar
b) Las inflamaciones de garganta causadas por estreptococos no son una afección grave
c) Cultivos de garganta, penicilina e infecciones estreptocócicas
d) Para la mayoría de los niños, la afectación cardiaca de la fiebre reumática no es una
amenaza.
e) Tres opiniones sobre los tratamientos de estreptococos
f) Por qué deberían evitarse la operación de amígdalas.
g) Consejos ante una inflamación de garganta.
12.- Dolores de oído: dolorosos, sí; peligrosos, rara vez:……………………………………………100
a) Dolores de oídos causados por cuerpos extraños.
b) Peligros de limpiar el cerumen de los oídos.
c) Dolores de oído causados por cambios de la presión atmosférica.
d) Cómo tratan los dolores de oído la mayoría de los médicos.
e) La timpanostomía rara vez está justificada.
f) Qué hacer en mitad de la noche.
g) Consejos ante un dolor de oído.
13.- Proteja la vista de su hijo:………………………………………………………………………….108
a) El estrabismo se suele corregir por sí solo
b) La mayoría de los problemas de visión son tratados en exceso
c) Mitos sobre la vista
d) Consejos ante problemas de visión.
14.- Problemas de piel: La maldición de la adolescencia……………………………………………113
a) Por qué aparece el acné
b) La mayoría de los tratamientos del acné sólo son medianamente efectivos.
c) ¿Qué ocurre con el Roacutan?
d) Riesgos potenciales para las chicas adolescentes
e) Experimentos con métodos seguros
f) Otros problemas de piel
g) Los tratamientos a base de hormonas esteroideas son arriesgados.
h) Las quemaduras solares.
i) Consejos ante problemas de piel.
15.- Esqueletos en el armario del ortopeda:…………………………………………………………..127
a) Desarrollo de las piernas de un niño
b) Los zapatos no son importantes
c) Diagnósticos excesivos de la escoliosis
d) Consejos ante los problemas ortopédicos
16.- Lesiones producidas por accidentes: Lo mejor de la medicina………………………………..132
a) Cortes y heridas.
b) Quemaduras.
c) Lesiones en la cabeza.
d) Intoxicaciones.
e) Esguinces, torceduras y fracturas.
f) Atragantamientos.
h) Mordeduras de animales.
i) Congelación.
j) Accidentes de coche.
k) Consejos ante lesiones accidentales.

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l) Precauciones de seguridad en el hogar.
17.- Asma y Alergias: Pruebe con las dietas, no con fármacos…………………………………….147
a) Las alergias provocan muchos síntomas en los niños
b) El asma severa requiere ayuda médica
c) Consejos para las alergias.
18.- El niño que nunca está quieto:…………………………………………………………………….151
a) Evite los fármacos modificadores de conducta
b) Los peligrosos efectos secundarios de los fármacos psicoactivos
c) Busque la causa en las presiones emocionales
d) Ponga en duda los diagnósticos de daño cerebral.
19.- Vacunas: ¿Una bomba de relojería médica?.........................................................................157
(a) Paperas.- (b) Sarampión.- (c) Rubéola.- (d) Tosferina
(e) Difteria.- (f) Varicela.- (g) Escarlatina.- (h) Meningitis
(i) Tuberculosis.- (j) Síndrome de muerte súbita en recién nacidos
(k) Poliomielitis.- (l) Mononucleosis infecciosa.
20.- Hospitales: ¡El lugar donde los pacientes van para contraer una enfermedad!.....................174
a) Enfermedades respiratorias que se contraen en el hospital.
b) Consecuencias emocionales de la hospitalización.
21.- Cómo elegir el médico adecuado para su hijo…………………………………………………...178

*Bibliografía (Falta)

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Introducción

Este libro refleja mi creencia de que, en los Estados Unidos, el ejercicio de la


pediatría, al igual que el de otras especialidades, es bastante malo. Sin embargo, eso no
implica que los médicos tengan menos integridad o compasión que el resto de la
humanidad. El fallo reside en la filosofía de la medicina y en su enseñanza, no en el
carácter de aquellos que la estudian.
Los médicos no son los culpables. Al igual que sus pacientes, son víctimas del
sistema. Ellos son los primeros perjudicados por la preocupación que la educación
médica tiene de intervenir antes que de prevenir; por la obsesión con los fármacos y la
tecnología; y por los rituales indefensibles, por las costumbres y actitudes egoístas que se
inculcan en los estudiantes que sobreviven al rígido, y con frecuencia irrelevante,
currículum y práctica de la enseñanza de medicina. Salen con la cabeza tan llena de
tonterías institucionalizadas que no les queda sitio para el sentido común.
Yo no me excluyo de esta crítica a los pediatras. Confieso que comencé a ejercer
creyendo casi todo lo que me habían enseñando, y mis pacientes han sufrido las
consecuencias durante años. Afortunadamente, quizás porque yo mismo empecé a
impartir clases de medicina, aprendí a cuestionar muchos de los principios médicos que
me hicieron aprender y a sospechar de cada nuevo fármaco, de cada técnica quirúrgica
nueva y de cada «innovación» médica que aparecía. Me di cuenta muy pronto de que la
mayoría de estas novedades no resistía una evaluación científica rigurosa, y de que un
increíble porcentaje de estos «fármacos maravillosos» y de estas «técnicas
revolucionarias» desaparecía cuando se descubría que producían más daños que
beneficios.
En mis dos libros anteriores, Confessions of a Medical Heretic (Confesiones de un
Hereje de la Medicina) y Male Practice: How Doctors Manipulate Women (Ejercicio
masculino: Cómo los médicos manipulan a las mujeres), intenté prevenir a mis lectores
de los riesgos que suponía tener una fe ciega en la profesión médica americana. No fue
mi propósito entonces, y no lo es ahora, disuadir a mis lectores de que busquen atención
sanitaria cuando esta es necesaria. A pesar de los fallos en su educación y en su ejercicio,
los médicos sí salvan vidas, y sí curan a la gente enferma. Utilizan sus mejores
habilidades cuando se enfrentan al reto que supone una urgencia, y las peores cuando se
ven obligados —como les enseñaron— a tratar gente que no está realmente enferma.
En esos dos libros citados arriba, y en este, he intentado advertirle de las
deficiencias que existen en la práctica médica, con el objetivo de que usted esté
preparado para defenderse de los tratamientos médicos inapropiados y peligrosos. Como
objetivo secundario, pensé que si un número suficiente de pacientes empezaba a
preguntar a sus médicos sobre los tratamientos que prescriben, quizás los médicos
también empezaran a cuestionar dichos tratamientos.

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Puede que sea una coincidencia, y mucho del progreso que se ha producido debe
atribuirse a otros críticos dentro y fuera de mi profesión, pero hay muchos indicios de que
se han conseguido estos objetivos. Los pacientes y los medios de comunicación han
hecho que muchos médicos se cuestionen sus propias creencias sobre la medicina. Sé que
esto es cierto, porque me lo comentan mis colegas y porque los informes médicos indican
que cada vez hay más pacientes que se niegan a aceptar la opinión del médico como una
verdad absoluta.
Los pacientes se han vuelto menos respetuosos con sus médicos, menos dóciles y
sumisos. Los médicos ya no están —por lo que respecta a muchos pacientes— investidos
con la infalibilidad científica. Al contrario, se les está obligando a buscar respuestas
convincentes para las espinosas preguntas sobre los fármacos que recetan, sobre los
análisis que prescriben y sobre las operaciones de cirugía que recomiendan. El efecto que
se produce es grande cuando el médico se encuentra a sí mismo buscando unas respuestas
defensivas que no existen.
Muchos de los médicos que conozco agradecen estos cambios, pero otros se
sienten desconcertados cuando son incapaces de explicar o defender muchos de los
fármacos y técnicas que han estado prescribiendo durante años. En cualquier caso, el ser
consciente de que existen fallos en el ejercicio de la medicina convencional fomenta
cambios constructivos. Cuando los médicos se ven obligados a plantearse su propio
comportamiento, a reconsiderar objetivamente muchas de las cosas que les han enseñado
y a interesarse por la prevención antes que por la intervención, el paciente resulta
inevitablemente beneficiado.
En los últimos tres o cuatro años han surgido muchas reformas que constituyen un
reconocimiento tardío por parte de los médicos de que los efectos secundarios de muchos
fármacos son más peligrosos que las enfermedades que intentan curar, de que la cirugía
facultativa es con frecuencia innecesaria y siempre peligrosa, y de que muchos análisis
que se hacen por sistema, rayos X y reconocimientos médicos implican un riesgo mayor
que aquellas enfermedades que pretenden detectar.
En los últimos años, se han desacreditado muchas de las técnicas más apreciadas
por la medicina al no poder aprobar el examen público al que se han sometido. Por
ejemplo:
El Colegio Oficial de Pediatras de América ha aconsejado que no se hagan, por sistema,
radiografías de tórax a los niños que ingresan en el hospital: esto supone un
reconocimiento tácito de los riesgos potenciales que tiene la radiación acumulativa.
El Colegio también se ha retractado en su postura sobre la utilización sistemática de la
prueba de tuberculina, excepto en aquellas áreas donde la incidencia de esta enfermedad
sea muy alta. Ojalá, este sea el primer paso para acabar con todas estas pruebas de
exploración y con las vacunas innecesarias y peligrosas, que benefician más a los
médicos que las administran que a sus pacientes.

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El Colegio Oficial de Médicos de América desaconseja los reconocimientos médicos
anuales de rutina.
La Sociedad Americana contra el Cáncer (ACS) ya no recomienda que todos los años se
efectúe un frotis del cuello del útero (Papanicolau) y, durante un tiempo, también dejó de
recomendar que se realizaran mamografías periódicas. Aunque no han surgido pruebas
convincentes —aparte de las quejas de los radiólogos en paro— la ACS ha vuelto a
retractarse de su opinión. Ahora mantiene que una mamografía cada año o cada dos años
es inocua y muy recomendable para aquellas mujeres que, entre los 40 y 50 años, no
presenten ningún síntoma. Esto contradice las recomendaciones que, en 1977, hizo el
Instituto Nacional contra el Cáncer, el cual restringía la exploración de rayos X a las
mujeres que se encontraban en este grupo de edad y que tuvieran antecedentes personales
o familiares de cáncer de mama. Desde mi punto de vista, las mamografías anuales
realizadas en mujeres que no muestran ningún síntoma es una forma de potenciar que se
produzca el diagnóstico: ¡realiza suficientes mamografías y estas producirán el cáncer de
mama que pretendían detectar!
Las radiografías de tórax que se hacen por sistema también han dejado de hacerse, a pesar
de que una vez fueron considerados tan esenciales que se crearon unidades móviles para
que todo el mundo pudiese acceder fácilmente.
Aunque las compañías farmacéuticas siguen produciendo nuevos fármacos, los pacientes
cada vez se resisten más a ser sobremedicados, y se recetan cada vez menos fármacos.
En 1980 se expidieron 100 millones menos de recetas que en 1974. Quizás debido a esto,
la industria farmacológica está ejerciendo grandes presiones sobre la Administración de
Alimentos y Fármacos (FDA) para que esta permita que la publicidad de los fármacos se
dirija a los consumidores y no sólo a los médicos.
Se ha pasado de recetar 104,5 millones de tranquilizantes en 1973 a 70,8 millones en
1981. El uso del Valium —una de las causas principales de muerte por sobredosis— ha
sido reducido a la mitad, tras su máximo apogeo que llegó a los 62 millones de recetas en
1975.
Las recetas de somníferos se han visto reducidas, tras un máximo de 40 millones, a 21
millón en 1980.
Cada vez hay más mujeres que se niegan a tomarse la píldora anticonceptiva y a utilizar
el DIU debido a los riesgos que presentan.
La lactancia materna cada vez se practica más —una ventaja tanto para la madre como
para el bebé—, a pesar de la resistencia de los tocólogos y pediatras.
Se están empezando a cuestionar y a modificar las técnicas obstétricas, y está
comenzando un movimiento lento, pero gradual, a favor del parto natural e incluso del
parto en casa.

Estas importantes alteraciones de las prácticas y de las técnicas médicas con más
prestigio muestran claramente que la profesión está respondiendo a la creciente marea de

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críticas. Sin embargo, no ocurre lo mismo en mi propia especialidad —la pediatría— que,
hasta ahora, ha salido relativamente ilesa e inalterada. En las páginas que siguen,
expondré el ejercicio de la pediatría al mismo escrutinio crítico que dediqué a otros
segmentos de la profesión médica en mis anteriores libros. Pero, ya que la pediatría es mi
especialidad, que he estado ejerciendo y enseñando durante más de un cuarto de siglo, me
siento capacitado para algo más que para señalar sus fallos. Este libro ofrecerá los
consejos precisos para los padres que quieran evitar el riesgo y el gasto de una
intervención innecesaria, al mismo tiempo que proporcionan el cuidado que asegurará la
salud de sus hijos.
Sin pretender ser una enciclopedia, le daré consejos específicos sobre los problemas
médicos que suelen padecer los niños, desde el momento de la concepción hasta el día
que abandonan el nido. Usted aprenderá cómo saber cuándo el niño está gravemente
enfermo, cómo tratar con los problemas que no requieren atención médica, cómo saber si
hay que llamar al médico y cómo asegurarse de que los tratamientos que le prescriben a
su hijo son apropiados e inocuos.
Con esta información básica todos los padres podrán asumir un papel importante a la hora
de mantener la salud de sus hijos. Sin embargo, esto no significa que usted deba
representar el papel del médico, haciendo mal aquellas cosas que un buen médico puede
hacer bien. A pesar de las deficiencias de las Facultades de Medicina, los médicos sí que
aprenden habilidades técnicas que los padres no deberían intentar llevar a cabo. Este libro
le enseñará lo que necesita saber para atender la mayoría de las enfermedades que pueden
afectar a su hijo, pero también a saber cuándo la prudencia exige que usted utilice las
habilidades de un médico.
Si lee atentamente los siguientes capítulos, estos resolverán gran parte de las dudas y
temores que le surjan sobre la salud de su hijo y le ayudarán a prepararle para una vida
larga, saludable y feliz.

Doctor en Medicina Robert S. Mendelsohn.


Evanston, Illinois.

1.- Casi todo se ve mejor por la mañana

Este libro se ha escrito para los padres que están buscando consejo sobre cómo
criar hijos sanos, padres que están deseando dar a sus hijos un buen comienzo en la vida
sin tener que dejar todas las decisiones médicas en manos de los pediatras. Lo que me

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propongo es ayudarle a determinar cuándo su hijo necesita atención médica y cuándo se
debe evitar la intervención médica porque puede perjudicar más que beneficiar. También
intento alertarle sobre los riesgos de los fármacos, de los análisis, radiografías y de otros
tratamientos que su pediatra puede querer utilizar —formas de intervención médica que,
en realidad, pueden hacerle daño a su hijo.
Los pediatras disfrutan de una ventaja importante sobre los otros especialistas
médicos, porque pueden explotar la tendencia general que tienen la mayoría de los padres
a preocuparse más por la salud de sus hijos que por la suya propia. Párese a pensarlo un
momento. Si usted se despierta por la noche con un fuerte dolor de cabeza, ¿qué hace? Si
usted es como la mayoría de los adultos, probablemente se levante, tome una Aspirina y
vuelva a la cama. Lo más normal es que pronto se quede dormido y cuando se levante por
la mañana se sienta perfectamente.
Ahora piense en cómo reacciona cuando su hijo despierta en medio de la noche con
los mismos síntomas. Su primer impulso probablemente sea hablar con su pediatra tan
pronto como consiga que se ponga al teléfono.
Si consigue hablar con el médico, en vez de con su contestador automático, la
respuesta que éste le dará es predecible. Lo más probable es que le pregunte: «¿Le ha
tomado usted la temperatura?». Después, da igual lo que usted responda: «Bueno, no creo
que sea nada para preocuparse. Dele una Aspirina y tráigalo a la consulta por la mañana.
» Usted cuelga el teléfono, arrepintiéndose de haber llamado, y le da la Aspirina a Jimmy,
que al rato se queda dormido. También usted. Siente un gran alivio cuando, por la
mañana, Jimmy se despierta pidiendo su desayuno, tan alegre como siempre. Cuando ha
acabado de desayunar, se pregunta si debe llevarlo al médico o si es mejor olvidar el
asunto y ahorrarse el esfuerzo y el dinero.
Así es como suele desarrollarse la escena, y es una escena desagradable que los
padres deberían evitar. Por un simple dolor de cabeza como único síntoma, no hay
necesidad de llamar al médico, y aún menos de verlo por la mañana. A menos que su
parezca que su hijo tiene una enfermedad grave, la visita al pediatra no le reportará
ningún beneficio, pero puede acarrear una intervención médica innecesaria que puede
hacer que un niño sano enferme.
Si ha leído otros libros sobre salud infantil, podrá apreciar que este es poco
convencional. La mayoría de esos libros ha sido escrita por médicos. E, incluso, aquellos
que, honestamente, reconocen que la mayoría de las enfermedades infantiles son
benignas coinciden con los otros en un aspecto: sea cual sea el síntoma o la enfermedad,
«vaya al médico» es el punto fundamental. La tesis de este libro, basado en casi treinta
décadas de enseñanza y ejercicio de la pediatría, no es «vaya al médico». Puede que eso
le sorprenda, pero lo que yo he aprendido en esos años es que la gran mayoría de las
enfermedades infantiles no requieren atención médica y que, aquellas que la obtienen
innecesariamente, el tratamiento aplicado puede hacer más daño que bien. Por tanto, mi
consejo para los padres, basado en una larga observación del comportamiento de otros

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médicos y en mi propia experiencia tratando miles de niños, es: «Evite ir al médico
siempre que pueda. »
Déjeme que comparta con usted algunas otras premisas que conforman la base de
ese consejo y de las recomendaciones que le haré en las páginas que siguen:
·Al menos el 95% de las enfermedades de las que los niños son víctimas se
curan solas y no requieren atención médica.
Demasiado a menudo, el riesgo de una intervención médica negligente o
innecesaria es mayor que los peligros de la enfermedad en sí misma.
Los pediatras pasan la mayor parte del tiempo tratando la angustia de los
padres. Es raro que el niño necesite un tratamiento, pero de cualquier forma lo
obtiene y sufre las consecuencias, y es el padre el que obtiene el alivio. Eso es
debido a que la mayoría de los médicos creen que los padres exigen, o al menos
esperan, que ellos hagan algo por el niño. Lo que los padres preocupados
realmente necesitan es que los tranquilicen, y lo que su hijo no necesita es un
tratamiento cuando en realidad no está enfermo. La mayoría de los médicos no
pierden su tiempo tranquilizando a los padres: es más rápido y más fácil escribir
una receta para el niño.
La Madre Naturaleza, las madres, abuelas —sí, incluso los padres y abuelos—
son los mejores médicos, porque ellos no comparten la típica compulsión que
sienten los médicos por interferir en los esfuerzos que hace el cuerpo para
curarse a sí mismo.
Al menos un 90% de los fármacos prescritos por los pediatras son innecesarios
y exponen al niño que los toma a grandes riesgos. Todos los fármacos son
tóxicos y, por tanto, peligrosos per se. Además de esto, prescribir un número
excesivo de fármacos durante la infancia puede originar la creencia de que hay
«una pastilla para cada mal. » Esto puede llevar al niño a que, cuando sea
mayor, busque soluciones químicas para problemas emocionales.
·Al menos el 90% de las operaciones realizadas a niños son innecesarias, y
exponen, sin ninguna necesidad, al paciente a un riesgo de muerte que puede
deberse a la operación en sí misma, a la anestesia o a las infecciones que se
contraen en el hospital, donde el ambiente está lleno de gérmenes ineludibles.
La mayoría de los pediatras tienen muy pocos conocimientos, o ninguno, sobre
los aspectos fundamentales de la nutrición y de la farmacología. En las
facultades de medicina no se pone ningún énfasis en estos aspectos vitales. Los
pacientes padecen la ignorancia de los pediatras sobre el impacto que tiene la
dieta sobre la salud, y sufren los riesgos y los efectos secundarios de los
fármacos que prescriben.
Los padres, para reforzar la capacidad que el cuerpo tiene para curarse a sí
mismo, necesitan aprender cuándo deben llamar a un médico y qué pueden
hacer ellos sin la intervención del médico.

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Me doy cuenta de que yo estaría haciéndole cargar a usted, como padre, con una
pesada e injusta carga, si simplemente me dedicara a describir los fallos del ejercicio
pediátrico y le instara a evitar a los médicos y a asumir una responsabilidad mayor en la
salud de su hijo. Para usted, una cosa es aceptar esta clase de consejo cuando es su salud
la que está en juego y otra bastante diferente cuando se trata de tomar decisiones médicas
que involucran a su querido hijo.
Esta ambivalencia comprensible pone a los padres a merced del pediatra. La
mayoría de los niños que van al pediatra no necesitan ningún tratamiento; aún así, casi
siempre obtienen uno. El médico de su hijo tiene grandes incentivos para hacer que,
tratando a su hijo, usted se sienta mejor. Este comportamiento no cuadra con mis
preceptos éticos, pero, en la práctica, al pediatra que se comporta así se le recompensa
económica y psicológicamente por «curar» a un niño que no estaba realmente enfermo.
Los incentivos económicos provienen del hecho de que un menor número de
pacientes y un exceso cada vez mayor de pediatras se combinan para reducir los ingresos
que genera la práctica pediátrica. Estabilizar sus ingresos anuales es el incentivo que el
médico necesita para intervenir de una forma más audaz, llevando a cabo tratamientos y
análisis que son dudosos, de forma que pueda obtener más ingresos por cada paciente que
trata. Este incentivo adquirirá mayor importancia en los años venideros, cuando el exceso
de pediatras se convierta en el problema principal de los médicos que trabajan este
campo.
El incentivo psicológico proviene de la necesidad que tiene el pediatra de sentir
que está haciendo algo productivo. Esto no es fácil cuando la mayoría de los pacientes
que ve en realidad no necesitan sus habilidades.
Los estudios realizados sobre los pediatras demuestran que estos no encuentran
satisfactorio su trabajo: un tercio se ha planteado seriamente cambiar la dirección de su
carrera para conseguir «mayores retos» o porque se sienten «quemados»; otros no pueden
resistir la tentación de demostrar sus conocimientos y, así, conseguir la gratitud de los
padres, incluso cuando el tratamiento es superfluo y potencialmente peligroso.
Este comportamiento médico indefensible constituye una amenaza real para su
hijo. Usted debe estar constantemente alerta sobre las deficiencias del ejercicio
pediátrico, de forma que pueda controlar el comportamiento del médico de su hijo y
evitar tratamientos que supongan un riesgo que él no necesita. Pero el hecho de saber qué
es lo que funciona mal en la pediatría no es de gran ayuda cuando a su hijo le duele la
cabeza, la barriga, o cuando tiene mucha tosy fiebre. Usted necesita la habilidad necesaria
para identificar aquellas condiciones en las que se requiere una intervención médica y
distinguirlas de aquellas otras que normalmente suelen curarse solas. La mayoría de los
padres también necesitan saber más sobre los tratamientos inapropiados y
potencialmente perjudiciales para su hijo y que, por tanto, deben evitar o incluso
rechazar.

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Debido a que la mayoría de las enfermedades infantiles responden ante las
defensas naturales del cuerpo, para proporcionarle a su hijo la ayuda que necesita es
preferible que utilice las habilidades naturales que usted tiene antes que las del médico y
de esa forma evitar que esas defensas puedan verse disminuidas por un tratamiento
médico. Lo que es más, usted jugará el papel principal a la hora de ayudar a su hijo a
evitar las enfermedades, proporcionándole la alimentación adecuada y asegurándose de
que él evita los alimentos que no debe tomar. Lo que este libro intenta es ayudarle,
dándole la información que necesita para desarrollar sus habilidades, y darle confianza a
la hora de criar a un niño sano.

2.- Los padres y los abuelos saben más que los médicos

A menudo, los padres se creen que estoy bromeando cuando les digo que las madres, los
padres y los abuelos están más capacitados que los médicos para manejar la salud de sus
hijos. Sin embargo, yo estoy totalmente convencido, por unas razones que son a la vez
simples y profundas.
A menos que usted tenga más de 50 años y que se haya criado lejos de las grandes
ciudades estadounidenses, no es probable que recuerde al «médico de familia» clásico, ya
que, en la actualidad, casi no existe. Aquellos de nosotros que podemos recordarlos
solemos hacerlo con cariño y afecto, como una persona compasiva, sensible, amigable y
sin pretensiones que formó parte de nuestra vida.
En esa época, el médico de familia estaba íntimamente relacionado con nuestras
familias durante dos, tres e incluso cuatro generaciones. Nos conocía personalmente a
cada uno de nosotros, era sensible ante nuestras actitudes, ante nuestros cambios de
humor y ante nuestra idiosincrasia. Nos veía como seres humanos que necesitaban ayuda,
no como sujetos clínicos a los que someter a todas las intervenciones tecnológicas y
farmacológicas, que es lo que hoy en día los médicos utilizan en sustitución de una
revisión médica detallada y del sentido común.
Nuestro médico de familia se conocía nuestros antecedentes médicos, así como el
de nuestros padres y abuelos. Casi siempre nos escuchaba con paciencia, respondía con
seriedad a nuestras preguntas, calmaba nuestros miedos y nos explicaba de forma sencilla
y clara qué es lo que estaba pasando con nuestro cuerpo y con nuestras mentes. Su
consulta era acogedora, confortable y no infundía ninguna sensación de amenaza. Su
personalidad era acorde a estas características. Si nos encontrábamos demasiado
enfermos como para ir allí, él venía a casa, porque pensaba que era más lógico que un
médico sano visitara a un paciente enfermo que no lo contrario. No dejaba que su
educación médica y su ego interfirieran en su sentido humanitario y en su sentido común.
Si necesitábamos una pastilla, nos la daba, pero lo más frecuente es que apaciguara

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nuestros miedos y ansiedades utilizando sólo su seguridad tranquilizadora y un gesto
amistoso, y dejaba que la naturaleza hiciera su trabajo sin impedimentos.
Confieso que puedo tener una visión un poco romántica de este agradable
fantasma, pero incluso así, lo que él era es lo que deberían ser los médicos de hoy en día.
Desgraciadamente, quedan muy pocos. Es por eso por lo que le corresponde a usted,
padre o madre, asumir el papel que ayudará a mantener la salud de su hijo.
¿Cómo puedo yo afirmar que los padres, sin una formación médica, tienen más
capacidad que los pediatras para hacer frente a las necesidades de salud que tienen sus
hijos? Simplemente, porque usted está deseando y es capaz de dedicarle a su hijo tiempo
y atención, y el médico no. Los elementos más importantes para diagnosticar una
enfermedad son los cambios de comportamiento, el aspecto y el historial médico del
niño. Como padre, usted es extremadamente sensible a los patrones de conducta de su
hijo, nota rápidamente un cambio de aspecto y conoce perfectamente el historial clínico
del niño, el suyo propio y, probablemente, también el de sus padres. El pediatra típico,
cuya cadena de trabajo arroja 30, 40 o, incluso, 50 pacientes al día, no conoce a su hijo
tan bien como usted. Él no tiene ni el tiempo ni las ganas necesarias de aprender. Toda su
tecnología —sus análisis, inyecciones, radiografías, fármacos y teoría— no es, en la
mayoría de los casos, un sustituto del atento cuidado que usted, siendo un padre
informado, puede proporcionarle.
Esa es la razón de que su pediatra nunca podrá ser la primera autoridad en lo que
respecta a la salud de su hijo, y de porqué usted no debe dejarlo que lo sea. Usted está
mucho mejor capacitado para juzgar las condiciones físicas de su hijo que su médico,
simplemente porque usted conoce mucho mejor al niño. Usted vive con sus hijos y
observa, día a día, su comportamiento y su aspecto con interés y preocupación.

Consejos para establecer un diagnóstico

Si su hijo no se siente mal, no tiene mal aspecto y no se comporta de manera


extraña, lo más probable es que no esté enfermo, o, al menos, no lo suficiente como para
necesitar atención médica. ¿Cuántas veces se ha visto tentado a llamar al médico cuando
su hijo se queja de que le duele la cabeza o el estómago, y después se alegra de no haber
ido cuando ve que, al rato, el niño está otra vez peleándose con sus hermanos y
hermanas?
Le acabo de dar la primera de las tres reglas que usted puede utilizar para ayudarse
a establecer un diagnóstico, aunque la repetiré, porque es la más importante:

Regla nº1: Si su hijo no se siente mal, no tiene mal aspecto y no se comporta de forma
extraña, lo más probable es que no esté enfermo.

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Regla nº2: Déle tiempo suficiente a la Madre Naturaleza para que haga funcionar su
magia, antes de exponer a su hijo a unos efectos secundarios potenciales, tanto físicos
como psíquicos, provocados por el tratamiento que el médico administre. El cuerpo
humano tiene una capacidad impresionante para curarse a sí mismo —una capacidad que,
en la mayoría de los casos, supera cualquier cosa que la ciencia médica pueda hacer—, y
no provoca ningún efecto secundario indeseado.

Regla nº3: El sentido común es la herramienta más útil para tratar con la enfermedad. Su
médico la utilizará con menos frecuencia que usted, y seguro que no está más capacitado,
¡porque no es eso lo que le han enseñado en la Facultad de Medicina!

Ciertamente, existen enfermedades de naturaleza crítica que se dan con muy poco
frecuencia y para las cuales es esencial un tratamiento médico competente, pero, en el
caso de los niños, son la excepción y no la regla. La pregunta obvia es: «¿Cómo pueden
reconocer los padres cuáles son graves y cuales no?»
La respuesta es que no siempre puede saberse, y por eso, tampoco puede saberlo su
médico. Sin embargo, cuando acabe de leer este libro, usted será capaz de determinar la
gravedad de la mayoría de las enfermedades que pueda padecer su hijo, y sólo necesitará
consultar con el médico en ese número limitado de casos en los que se le presenten
dudas.
He observado, tanto en el ejercicio de la medicina como en su enseñanza, que la
mayoría de los médicos realizan un buen trabajo cuando tratan a pacientes muy
enfermos y un pobre trabajo cuando se trata de cuidar a los que están bien. Este es el
principal defecto de la educación médica. Por esa razón, él estudiante de medicina y el
residente de pediatría aprenden tan poco sobre cómo mantener sano a un niño, porque su
educación comienza con la premisa de que todo el que acude a su consulta necesitará un
tratamiento.
En la Facultad de Medicina el estudiante pasa casi tres meses estudiando pediatría,
en los que la mayor parte del tiempo se dedica a enfermedades infantiles que tuvieron su
importancia hace unas décadas, cuando se proyectó el plan de estudios, y que hoy han
prácticamente desaparecido. Absorbe mucha información no objetiva sobre las vacunas,
pero se le enseña muy poco sobre farmacología, a pesar de que un médico en activo
enganchará a más niños a las drogas que el camello más eficiente de la ciudad.
Durante los cuatro años que se pasan en una Facultad de Medicina, sólo se dedican
60 horas específicamente a la farmacología, y la mayor parte de ese tiempo lo pasan
aprendiendo información irrelevante sobre una teoría abstracta de la farmacología. Al
final, la mayor parte de lo que los médicos saben sobre los fármacos que administran a
sus pacientes se lo enseña un ejército de vendedores y promotores farmacéuticos, que se
conocen con el eufemismo de «visitadores médicos». Si tuviéramos que comparar esta

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relación con la distribución de las drogas ilegales, el visitador médico sería el traficante y
el médico, el camello.

A los médicos no les enseñan la importancia que tiene la alimentación.

En la Facultad de Medicina no se hace prácticamente nada para enseñarles a los


estudiantes que la alimentación puede ser con frecuencia el elemento más importante de
diagnosis y de tratamiento. Por tanto, empiezan a ejercer sin saber que las alergias
alimentarias son la causa más importante de muchas enfermedades infantiles, y que una
alimentación adecuada es la base de una buena salud. Esta ignorancia les obliga a utilizar
fármacos en tratamientos de enfermedades que podrían haberse curado con un simple
cambio en la dieta.
Si el estudiante de medicina tiene la oportunidad de hacer algunas prácticas en una
clínica de pediatría, tampoco aprenderá mucho sobre el mundo real de la medicina en el
que pronto se meterá. Todo su tiempo lo pasará administrando vacunas, vitaminas y
repartiendo muestras de alimentos infantiles que le suministra el visitador médico del
fabricante. Los pacientes que él ve vienen a la clínica para revisiones de rutina o
reconocimientos médicos periódicos, así que rara vez verá a un paciente que esté
realmente enfermo y no aprende a reconocer a uno que lo está.
A los médicos novatos se les enseña a burlarse de aquellos «holísticos» que practican la
salud, de las terapias de nutrición, y de cualquier otra forma de cuidar la salud que no
exija un título de Doctor en Medicina. Aprenden a despotricar contra los «curanderos»,
sin embargo nadie les habla de los muchos curanderos que existen dentro de la propia
medicina convencional. ¿Cómo puede ningún médico condenar racionalmente a aquellos
que tratan a pacientes con Laetrile, cuando él ha sido el culpable de que sus pacientes
estuviesen tomando Bendectin, Oraflex, Zomax o Thalidomide hasta que se retiraron del
mercado debido a los daños que se le atribuían?
Lo poco que los médicos aprenden sobre lactancia materna —la mejor protección a
largo plazo para la salud del niño— les es normalmente enseñado por médicos varones,
los cuales, por razones obvias, tienen poco interés por esta función vital, y aún menos
experiencia. A pesar de la gran influencia que tiene en cómo se desarrolla la salud de su
bebé —lo que comentaré más tarde—, en los cuatro años que estuve en la Facultad de
Medicina sólo tuve una clase sobre la lactancia materna. Pero mientras mis profesores se
dormían, los fabricantes de papillas se mantenían bien despiertos y me lavaron el cerebro
con la avalancha de folletos que ellos repartían.
Lo que sí aprenden los estudiantes en la Facultad de Medicina parece tener más
relación con obtener el éxito que con mantener a sus pacientes sanos. Aprenden a
comportarse como médicos, a proyectar una imagen y una conducta de omnipotencia, de
forma que sus pacientes no le pierdan el respeto.

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Usted podría pensar que estas deficiencias de la Facultad de Medicina se pueden
compensar durante el periodo de residencia en pediatría, pero no es así. El residente se
ocupa de pacientes hospitalizados y aprende a utilizar cañones para defenderse de los
mosquitos, debido a la importancia que se le da a la peligrosa tecnología utilizada para
diagnosticar, a la cirugía y a otros procedimientos radicales que son típicos de la rutina
hospitalaria. Aún sigue sin adquirir suficiente experiencia para tratar con la gran mayoría
de las enfermedades infantiles que se le presentan a un pediatra.
En la práctica privada, eso se traduce en un estado de compulsión que les lleva a
sobreactuar ante una enfermedad inofensiva con unas formas radicales de intervención.
Esto es un riesgo que exige una vigilancia constante por parte de usted. A través de este
libro le iré dando más detalles.
Cuando acaba su periodo de residencia y abre su primera consulta, un pediatra
normal tiene pocos conocimientos y habilidades. Sabe muy poco sobre los riesgos que
implican los tratamientos radicales que prescribe, sobre los riesgos de la cirugía que él
mismo recomienda, sobre la inexactitud de los análisis en los que él confía o sobre los
fallos de la tecnología médica que utiliza. No sabe prácticamente nada sobre los aspectos
más importantes de la pediatría: la importancia que los factores emocionales,
psicológicos, alérgicos y alimenticios tienen sobre el bienestar de su paciente.
Hoy en día, los pediatras pasan la mayor parte de su tiempo tratando pacientes que
no necesitan un tratamiento, y mandando al especialista a aquellos que padecen una
lesión o una enfermedad grave. De hecho, el mandar a los pacientes al especialista es una
parte tan integrada de su trabajo que, algunas veces, se les denomina los «repartidores»
de la profesión médica.
Quizás debido a que yo he sido pediatra durante tanto tiempo, estoy convencido de
que no se necesita a un especialista para que haga esta función. La mayoría de las
enfermedades infantiles pueden tratarse perfectamente en casa por los propios padres, si
estos están informados. Cuando se prescribe un tratamiento, este puede aplicarlo tanto el
médico de cabecera, como la familia o el especialista. De hecho, si se le diera la
oportunidad al personal de enfermería, este podrían realizar igual de bien la mayoría de
estas funciones. Eso es lo que en realidad ocurre en aquellos países donde hay un número
relativamente pequeño de pediatras, y donde los resultados médicos son mejores que los
nuestros.
Puede parecer raro, pero esos resultados son mejores porque hay menos pediatras.
Los niños de estos países están más sanos porque la intervención médica es menor y, por
tanto, también lo es la exposición a los fármacos potencialmente peligrosos y a la
tecnología médica. Aunque las facultades de medicina estadounidenses enseñan muy
poco a sus estudiantes sobre farmacología, sí les enseñan a explotar todos los fármacos
nuevos y las tecnologías médicas que están disponibles. Casi todos los días aparecen
fármacos y equipos nuevos, producidos por los laboratorios de la industria farmacológica

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y por los fabricantes de equipos médicos. Con gran frecuencia, no están lo
suficientemente probados y son potencialmente peligrosos.
La mayoría de los padres piensa —como deberían tener el derecho de hacerlo—
que pueden confiar en que la Administración de Fármacos y Alimentación (FDA) no
permitirá la entrada de fármacos en el mercado hasta que no se haya demostrado que son
inocuos para los humanos. También muchos médicos operan con esa premisa, aunque no
tienen derecho a hacerlo, porque ellos deben conocer los medicamentos. Esta confianza
en la FDA es infundada, ya que prácticamente todos los fármacos salen al mercado sin
haberse realizado ensayos clínicos importantes y apropiados en humanos. En algunos
pacientes, pueden tener efectos secundarios inmediatos o a corto plazo que no hayan sido
descubiertos. El riesgo de los efectos secundarios acumulativos y a largo plazo es aún
mayor. Hablaré de ellos más adelante. Estos efectos a largo plazo nunca se conocen
cuando se lanza el fármaco al mercado, y quizás no se conozcan hasta algunas décadas
después, cuando inocentes víctimas ya han sufrido el daño.
La historia de la medicina, en Estados Unidos y en el extranjero, está repleta de
ejemplos de fármacos aprobados para uso humano que sólo fueron retirados del mercado
cuando incontables víctimas dieron prueba del daño que causaban. Puede que usted
recuerde algunos de los ejemplos más impresionantes: DES, MER 29 o el Thalidomide.
Para complicar el problema, aunque la FDA tiene el poder de impedir que los fármacos
que no han sido suficientemente probados no salgan al mercado, una vez que estos han
sido aprobados no tiene prácticamente autoridad para forzar su retirada. También carece
de un mecanismo de vigilancia efectivo que controle el fármaco una vez que está en la
calle y que pueda alertar al público ante la aparición de efectos secundarios. En los países
europeos, que sí ejercen una vigilancia posterior que saca a la luz los riesgos del fármaco,
estos efectos secundarios se suelen hacer públicos.

Los médicos no suelen investigar los fármacos que utilizan.

Es muy raro encontrar a un médico que investigue las pruebas a las que se ha
sometido el fármaco o el tratamiento antes de empezar a utilizarlo en su paciente. Incluso
cuando existen dudas sobre los fármacos que más se recetan, la mayoría de los médicos
no les prestan atención. La FDA ha exigido a los fabricantes de algunos de los fármacos
más recetados a los niños que presenten pruebas de que el fármaco es inocuo o que lo
retiren del mercado. Los fabricantes llevan años peleándose con la FDA, pero siguen
vendiendo el fármaco. En la mayoría de los casos siguen pendientes de presentar pruebas
de que estos fármacos son beneficiosos, aún así los médicos siguen prescribiéndolos. No
estoy hablando de un puñado de fármacos, sino, literalmente, de cientos de ellos.
Parece casi increíble, pero los padres estadounidenses se gastan cada año millones
de dólares en fármacos que sus médicos le han recetado sin ninguna prueba de que sean
efectivos e inocuos. Lo que es peor, incluso lo hacen cuando se enfrentan a alegaciones

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serias en contra. De los 30 fármacos que más se utilizaban en 1979 y que fueron
etiquetados como ineficaces por la FDA, más de la mitad —incluyendo los tres
principales— son recetados a niños. La lista incluye fármacos como el Dimetapp,
Actifed, Donnatal, Ornade Spansules, Phenergan Expectorante, Tuss-Ornade, Phenergan
VC Expectorante con Codeína, Actifed C Expectorante, Bentyl, Phenergan Expectorante
Plain, Benylin Cough Syrup, Marax y Marax DF, Dimetane Expectorante, Ambenyl
Expectorante, Dimetane Expectorante DC y Teldrin. La próxima vez que su médico le
recete uno de estos fármacos a su hijo, pregúntele por qué utiliza un fármaco que el
fabricante ha sido incapaz de demostrar que es efectivo.
Al principio de mi carrera, cuando todavía era lo suficiente ingenuo como para
creer lo que me habían enseñado en la Facultad, fui culpable del mismo comportamiento.
Durante mi periodo de residencia, me enseñaron a utilizar rayos X para tratar las anginas,
el acné, la tiña, así como las hipertrofias de los ganglios y del timo. Nadie me dijo que
tuviera que preocuparme por las consecuencias a largo plazo de estos tratamientos, ni se
me pasó por la cabeza la idea de que estuviera causando algún daño futuro en mis
pacientes. En esa época, yo me basaba en la fe y esperaba que mis pacientes hicieran lo
mismo. Ahora me avergüenzo de ello y sospecho de cada innovación médica. Porque
esos tratamientos con rayos X fueron los responsables de una epidemia de cáncer de
tiroides entre los pacientes. El daño que se ocasionó sigue apareciendo cada día. Es
mucho más trágico el hecho de que en los casos de hipertrofias de los ganglios y del timo,
no estábamos tratando una enfermedad. A la largo, el tamaño de estas glándulas
disminuye sin tratamientos, siguiendo el orden natural de las cosas.
¿Quién sabe cuáles serán las consecuencias futuras de las cosas que hoy en día le
enseñan a los residentes de pediatría? Aprenden a utilizar lámparas de bilirrubina para
tratar la ictericia infantil, timpanostomía para las infecciones de oído, antibióticos para
casi todo, hormonas para controlar el crecimiento, potentes fármacos para modificar el
comportamiento del niño, y otros fármacos, análisis, vacunas y tratamientos de los que se
desconocen sus efectos a largo plazo. Las consecuencias aparecerán en el futuro, pero si
usted examina los desastres anteriores que han marcado el camino del «progreso médico»
puede estar seguro de que serán muchas y trágicas.
Si hay una constante en el ejercicio médico es que los médicos parece que no
aprenden nada de sus errores, y que la mayoría parece haber olvidado el principio básico
del juramento hipocrático: «Primero, no hacer daño». Los médicos hacen un montón de
daño, pero la propia estructura de su educación médica los hace insensibles al daño que
hacen.
«Queremos que nuestros médicos sean atentos y sensibles —dijo hace poco Daniel
Borenstein, de la Facultad de Medicina de UCLA—, pero si lo son demasiado, será difícil
para ellos seguir ejerciendo. En la Facultad de Medicina se produce un endurecimiento
del espíritu. »

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El residente de pediatría puede desarrollar bastante habilidad para aplicar ciertas
técnicas que se hacen de forma mecánica en los hospitales: inyectar agujas en las venas y
arterias, realizar punciones lumbares e, incluso, introducir tubos en la tráquea y en los
bronquios. Sin embargo, estas destrezas se olvidan con facilidad cuando deja el hospital y
deja de utilizarlas. Al cabo de uno o dos años, usted no puede confiar en que él recuerde
muchas de las habilidades que aprendió. Afortunadamente para él y para sus pacientes,
no importa mucho, porque rara vez tendrá que utilizarlas. Se aprendían por costumbre
cuando se trataba a niños en clínicas de pediatría que eran víctimas de la privación
económica, de una higiene inadecuada y que sufrían de malnutrición y, por tanto,
padecían enfermedades que rara vez se veían en niños de clase media, que son los que
suelen acudir al pediatra. Como la mayoría de los pediatras se instalan donde hay dinero,
cuando ponen su consulta privada, no hay muchas probabilidades de que tengan que
tratar niños pobres. De hecho, la mayor parte del tiempo la pasarán tratando niños que no
necesitan tratamiento porque no están gravemente enfermos.

Qué se les enseña a hacer a los médicos cuando se equivocan


Aparte de prepararme para el ejercicio privado, durante mi residencia de pediatría
me enseñaron qué hacer si cometía un error grave. No me dijeron qué tenía que decirles a
los padres de los niños para que estos superaran su dolor, ni me dieron ningún principio
ético en el que basarme. En vez de eso, me aconsejaron que llamara inmediatamente a mi
agencia de seguros y les dejara hacer a ellos. Si tenía que dar alguna explicación pública
sobre un penoso —quizás fatal— error, la frase mágica era: «Lo que le ocurrió a ese
pobre niño, les pasa a uno de entre un millón. »
Por eso, cuando hay algún error, a menudo escuchará a algún médico decir: «Fue
uno entre un millón. » En Toronto es famoso el caso de Stephen Yuz: entró en el hospital
y se le diagnosticó vómitos de origen psicológico; pasados algunos días, murió debido a
una obstrucción intestinal. Por supuesto, fue un caso entre un millón, como también lo
fue la muerte de un niño de Chicago como resultado de una prueba de asma.
En este capítulo, he intentado disuadirle de que ponga una fe ciega en su pediatra y
advertirle de que si usted busca atención médica cuando su hijo no la necesita realmente,
le está exponiendo a unos graves peligros. La atención médica debería ser el último
recurso —no el primero— al que usted acuda cuando su hijo esté enfermo. La gran
mayoría de enfermedades infantiles responderán ante las defensas naturales del cuerpo,
reforzadas por las habilidades que usted tiene, por su atención amorosa y por su sentido
común.

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3.- Cómo los médicos pueden hacer que un niño sano enferme

Si usted se para a pensar en la relación que mantiene con los médicos, sospecho
que se sorprenderá al descubrir que es distinta de la que tiene con cualquier otro
profesional. La típica relación médico-paciente se define en una frase que se ha
convertido en parte del lenguaje: me lo ha mandado el médico. Los médicos dan órdenes
a sus pacientes; los abogados, economistas y los otros profesionales dan consejo.
Cuando usted lleva a su hijo al pediatra, lo más probable es que este realice un
reconocimiento físico superficial y no exhaustivo. Manda que se hagan análisis y
radiografías; establece el diagnóstico; decide el tratamiento, que, a menudo, exige la toma
de fármacos; y algunas veces lo manda al hospital. Él hace todo esto dando las
explicaciones mínimas, sin pedirle su aprobación, sin avisarle de los riesgos y los efectos
potenciales que tiene el tratamiento que está aplicando y sin decirle cuánto le va a costar
todo eso. Cuando todo acaba, él espera que usted pague la factura, incluso si se equivocó
en el diagnóstico y el tratamiento no funcionó y su hijo sigue enfermo. En pocas palabras,
los médicos no tienen que rendir cuentas a sus pacientes.
Los estadounidenses están en manos de sus médicos. Y mucho más los padres,
porque su preocupación por un niño que no puede tomar sus propias decisiones lo hace
particularmente vulnerable. A su vez, su hijo es vulnerable a un tratamiento que, con
frecuencia, es doloroso y que lo debilita. Debido a que en la Facultad de Medicina se les
enseña a los médicos a reprimir cualquier respuesta emocional ante el sufrimiento
humano, los médicos simplemente no hacen caso del dolor que ellos pueden infligir y del
daño que sus tratamientos pueden causar.
Entre el colectivo de médicos, yo creo que los más peligrosos son los pediatras,
justo porque son los que parecen más bondadosos. La imagen más usual del pediatra es la
de un hombre sonriente, amable que, junto con las recetas, le da globos y piruletas a su
hijo. Injustamente, escapa del oprobio que algunas veces se dirige contra los tocólogos y
los cirujanos, a los que se suele tachar de insensibles y avaros.

Por qué los pediatras son peligrosos

La confianza que inspira la conducta del pediatra es, por experiencia, inmerecida:
sólo enmascara los elementos del ejercicio pediátrico que amenazan a su hijo. Déjeme
que le comente algunas de las razones de por qué yo creo que los pediatras son
peligrosos. Después, me extenderé en aquellas razones más serias.
El pediatra actúa como agente de reclutamiento para la profesión médica. Enseña a
su hijo, desde que nace, a depender durante toda su vida de la intervención médica.
Comienza con una sucesión de «reconocimientos» innecesarios y vacunas; después sigue

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la rutina de las revisiones físicas anuales y de interminables tratamientos para pequeños
problemas que se curarían solos si se les dejase tiempo.
Los pediatras son los especialistas que con menos frecuencia informan a los padres
de los efectos secundarios potenciales que tienen los fármacos y los tratamientos que
prescribe. ¿Qué pediatra le ha hablado alguna vez a una madre de la clara correlación que
existe entre la alimentación artificial y el alto nivel de plomo en la sangre y el síndrome
de muerte súbita? ¿Qué pediatra le ha dicho a los padres —hasta que no se ha visto
obligado a hacerlo debido a las presiones de los medios de comunicación— del riesgo de
epilepsia y de retraso mental que se asocia con las vacunas que él administra? ¿Qué
pediatra informa a los padres de que los antibióticos deberían reservarse para aquellos
casos en los que no hay otra opción aceptable, de que un uso frecuente e indiscriminado
puede tener consecuencias adversas en el futuro para su hijo?
La caprichosa propensión que los pediatras tienen de prescribir potentes fármacos
enseña al niño, desde que nace, la filosofía de que existe «una pastilla para cada mal».
Esto puede llevar al niño a creer que existe un fármaco para tratar todos y cada uno de los
problemas, y que los fármacos son una buena solución para los sentimientos normales de
frustración, depresión, ansiedad, inadaptación, inseguridad, etc. Los médicos son los
responsables directos de que millones de personas se enganchen a los fármacos con
receta. Y también son los responsables indirectos de los millones de personas que
recurren a las drogas ilegales porque, desde muy temprana edad, les enseñaron que los
fármacos pueden curar cualquier cosa —incluyendo problemas emocionales y
psicológicos— que los haga sentirse mal.
La pediatría está entre las especialidades médicas peor pagadas. En consecuencia,
como el pediatra tiene más necesidad de obtener ingresos, es más propenso que otros
médicos a ordenar radiografías y pruebas innecesarias. El riesgo al que se exponen los
pacientes es doble: primero, los efectos potencialmente dañinos que se derivan de las
mismas pruebas y radiografías; segundo, el peligro de recibir un tratamiento inapropiado,
debido a que el pediatra no tuvo en cuenta el reconocimiento médico al establecer su
diagnóstico y confió en los resultados de los análisis que, con frecuencia, suelen ser poco
fiables.
Los pediatras están tan acostumbrados a ver a pacientes que no están realmente
enfermos que, a menudo, son incapaces de reconocer a uno que sí lo está. Yo he sido
testigo de muchas denuncias por negligencia que han confirmado esta situación. Pediatras
titulados han dejado pasar afecciones graves, que amenazan la vida, porque habían
olvidado qué es lo que tenían que buscar en un niño enfermo y pasaron por alto los
síntomas que le podían haber alertado de que se trataba de un problema grave.
La meningitis es un claro ejemplo de esta clase de fallos, ya que no suele darse en
pediatría. Antes, solía ser mortal en el 95% de los casos y, hoy en día, en el 95% de los
casos es inofensiva, pero sólo si el pediatra reconoce los síntomas e identifica la
enfermedad a tiempo. Durante el periodo de residencia, todos los pediatras aprenden

21
cómo diagnosticar una meningitis. De hecho, es una de las pocas cosas útiles que
aprenden. Pero esa lección se suele olvidar tras pasar años tratando una procesión de
niños sanos. Para empeorar las cosas, el pediatra está tan acostumbrado a tratar no-
enfermedades que, cuando establece un diagnostico correcto de una enfermedad, puede
que no se acuerde del tratamiento apropiado.
Como ven a muchos niños con el objetivo de disfrutar de un ejercicio rentable, el
pediatra no pasa el tiempo suficiente con sus pacientes como para diagnosticarlos y
tratarlos debidamente. Todos los médicos competentes saben que el 85% de un
diagnóstico correcto se basa en el historial del paciente, el 10% en un reconocimiento
físico exhaustivo y el resto en los análisis clínicos y en las radiografías. Para elaborar un
buen historial y realizar un reconocimiento físico exhaustivo se necesita entre una hora y
una hora y media. Normalmente, el pediatra pasa diez minutos con el paciente y, por
tanto, no puede detectar lo que necesita saber para realizar un diagnóstico fiable:
simplemente, no pasa el tiempo necesario. El resultado es un diagnóstico «automático»,
donde la rutina sustituye al juicio objetivo basado en un reconocimiento detallado.
De todos los especialistas, los pediatras son los más propensos a aumentar sus
ingresos promocionando y defendiendo las leyes que obligan a los pacientes a utilizar sus
servicios. Son los pediatras, no los políticos, los responsables del uso obligatorio de las
gotas de nitrato de plata o de antibiótico en los ojos de los recién nacidos, de los
reconocimientos físicos obligatorios que se realizan en las escuelas y que ofrecen
oportunidades para «crear un diagnóstico» donde no existe enfermedad, de la
obligatoriedad de dar a luz en el hospital, y de que los tribunales aprueben la utilización
de polémicos métodos de tratamiento no probados a los cuales los padres presentan
objeciones. Uno de los peligros inherentes de llevar a su hijo al médico es la posibilidad
de que, si usted rechaza el tratamiento que su médico exige, se lo quiten y lo pongan bajo
la custodia del Estado. Yo he actuado muchas veces como testigo a favor de los padres en
causas legales abiertas por este motivo.
Los pediatras son los enemigos principales de la lactancia materna, a pesar del
hecho indiscutible de que es una de las formas más efectivas para asegurar un futuro
saludable para su hijo. Aunque La Leche League está empezando a dar a conocer la
influencia que los fabricantes de alimentos infantiles han tenido durante mucho tiempo
sobre los pediatras, muchos médicos siguen sin aconsejar e incluso, desaconsejan
directamente que se siga este método. No voy a exponer todas las razones de por qué esto
es así, pero sí merece la pena señalar que el aumento de los especialistas en pediatría de
los Estados Unidos se puede atribuir, en gran medida, al apoyo económico por parte de
los fabricantes de alimentos infantiles, quienes, durante mucho tiempo, han utilizado a los
pediatras como vendedores sin sueldo.

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Los pediatras apoyan tácitamente las intervenciones desmedidas de los tocólogos
que dañan, física e intelectualmente, a los niños. Tapan la responsabilidad que tiene el
tocólogo sobre muchos de los daños que ven. Cuando un padre tiene un hijo con una
malformación congénita y le pregunta al pediatra si es posible que el tocólogo sea el
responsable, obtendrá la respuesta que se enseña en las residencias de pediatría: «No mire
atrás; piense sólo en el futuro. » Las peligrosas prácticas que realiza el tocólogo y que son
la causa de retrasos, discapacidades en el aprendizaje y de anomalías físicas
desaparecerían en pocos años si el pediatra tuviese compasión y el coraje de culpar al
tocólogo, quien suele ser el responsable.
A pesar de todos estos indicios de las consecuencias negativas que origina la
atención pediátrica, se sigue manteniendo el mito de que los niños estadounidenses
disfrutan de una salud mejor porque hay muchos pediatras. Eso es falso por dos razones:
primero, las estadísticas de mortalidad infantil revelan que los niños estadounidenses
están menos sanos que aquellos de otros países desarrollados que tienen pocos pediatras.
Incluso están menos sanos que los niños de algunos países subdesarrollados; segundo, la
razón de que nuestros niños estén menos sanos puede muy bien deberse a la abundancia
de pediatras que tenemos.
A pesar de que existen pruebas que demuestran lo contrario, la política de salud
pública en los Estados Unidos se basa en la premisa de que la salud de una población
depende del acceso que tiene a la atención médica. Los médicos, aunque no pueden
probarlo, han conseguido convencer de esto a los políticos. Yo creo que mientras los
servicios de urgencias médicas sigan disponibles, el acceso a la atención médica clásica
probablemente tenga un efecto negativo sobre la salud. Lo hemos comprobado en
California, en Saska-tchevan, en Israel y en otros lugares: ¡Se ponen los médicos en
huelga y bajan los índices de mortalidad!

Una clave para mantener la salud: ¡aléjese de los médicos!

La mejor forma de criar un niño sano es mantenerlo alejado del médico, salvo que
necesite una atención urgente en caso de accidente o de que tenga una enfermedad
realmente grave. Si su hijo presenta síntomas de una enfermedad, contrólelo de cerca,
pero no busque atención médica hasta que no haya un claro indicio de que la enfermedad
es seria. La mayoría de los médicos ignoran que el cuerpo humano es una máquina
maravillosa con una capacidad sorprendente para repararse a sí misma. Si usted lleva a su
hijo al médico, lo más probable es que él no permita que ocurra eso. Al contrario, él
interferirá en las defensas naturales del cuerpo, dándole a su hijo un tratamiento que no
necesita y que no debería tener, exponiéndole a unos efectos secundarios que el cuerpo
no está preparado para manejar.

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Si usted se convence de que debería aceptar mi consejo y evitar al médico, siempre
y cuando tenga sentido hacerlo, usted aprenderá a evitar las trampas que la medicina
pediátrica ha tendido para su hijo. La primera es la de las «visitas de rutina», un ritual que
realizan los pediatras para aumentar sus ingresos, pero que no hace nada constructivo por
su hijo. El riesgo de estas revisiones reside en lo proclives que son los médicos —una
herencia de la Facultad de Medicina— a encontrar una enfermedad allí donde no existe.
Por supuesto, al diagnóstico le sigue un tratamiento, cuyas consecuencias pueden hacer
que su hijo enferme.
Hay que ir al médico cuando su hijo está realmente enfermo, no cuando está bien.
Si su pediatra le pide que le lleve a su hijo todos los meses, o cada dos meses, o cuando
sea, para someterlo a una revisión de rutina, pregúntele por qué cree que es necesario.
Pregúntele si conoce algún estudio objetivo que indique que estas visitas tienen algún
efecto beneficioso que mejore la salud de su hijo. Yo no sé de ninguno, y tampoco creo
que él pueda mostrarle alguno.
Aunque algunos grupos de profesionales han recomendado que se le dé validez a la
atención médica preventiva de los niños a través de estudios controlados que sigan el
historial del paciente durante muchos años, se han realizado muy pocas investigaciones
al respecto. Los tres estudios que yo he visto no ofrecen ningún apoyo a los pediatras que
exigen que sus pacientes los visiten con regularidad. Los estudios que se centran
individualmente en la salud general, en los patrones de comportamiento y en las
capacidades de aprendizaje acaban por remitirse a las investigaciones. Como se indicaba
en la revista Pediatrics,: «Ninguno de estos estudios demuestra que los servicios
preventivos influyan en los resultados positivos. »
A falta de pruebas que demuestren que las visitas de rutina mejorarán la salud de su
hijo, le sugiero que las evite y evite así los riesgos de un tratamiento innecesario, y que
ahorre tanto su tiempo como su dinero. Durante todos los años que he estado ejerciendo
la pediatría no recuerdo haber descubierto jamás una enfermedad durante una revisión de
rutina que no se hubiera detectado en un tiempo oportuno gracias a haber realizado un
cuidadoso historial del niño en su primera visita, o por haber hecho un seguimiento
continuo de los síntomas observables. Hablaré de eso con detalle más adelante.
Las visitas de rutina no tienen ningún valor porque son superficiales, y son
superficiales porque el médico sabe en su fuero interno que son una pérdida de tiempo.
Un estudio realizado en Pittsburgh mostró que un pediatra dedica a una visita de rutina
unos diez minutos por término medio, y que, después, dedica unos 52 segundos a
aconsejar sobre el desarrollo del niño, sobre problemas potenciales y sobre temas
similares. En Nueva York, Baltimore, Seattle, Los Angeles y en Rochester (Nueva York)
los estudios demostraron conductas similares.
Ningún médico puede diagnosticar una enfermedad que carezca de síntomas en 10
minutos, ni dar un consejo constructivo en 52 segundos. Si el paciente fuese mi hijo, ni
siquiera le daría al médico la oportunidad de que lo intentara.

24
Cuando su hijo entra en la consulta de un pediatra, es casi invariablemente
sometido a medidas que controlan el peso y la altura, y que normalmente las realiza un
ayudante o la enfermera. Este es parte del ritual que la Medicina Moderna ha desarrollado
para hacerle sentir que merece la pena que se gaste el dinero. Los padres novatos esperan
nerviosamente mientras la enfermera coloca al inquieto niño sobre la báscula y les pide
que le ayuden a sujetar las piernas del niño para poder pesarlo bien. Mamá y papá
respiran aliviados cuando por fin aparece el pediatra, que comprueba las medidas con una
gráfica preestablecida, y les anuncia que su hijo se desarrolla «con normalidad». Por el
contrario, si les dicen que su hijo pesa demasiado, o demasiado poco, comenzarán a
preocuparse.
Lo que el médico no les dice es que este ritual no tiene ninguna importancia
médica. No les dice que el que le ha suministrado la gráfica de crecimiento ha sido el
fabricante de alimentación infantil, y que se la ha dado gratis. Esto nos lleva a una
pregunta obvia: ¿Por qué el fabricante de alimentación infantil está tan interesado en que
el médico compruebe el peso de su hijo? Respuesta: porque puede que el peso del niño
alimentado con leche materna no coincida con los pesos medios que muestran la gráfica
realizada por el fabricante de alimentación infantil. Ellos esperan que el pediatra, en vez
de asegurarle a la madre que esto es normal y que no supone ningún peligro, le diga que
deje de darle el pecho y comience a darle su producto, del cual tiene un recordatorio en su
mano. Con demasiada frecuencia, eso es exactamente lo que él hace, privando al bebé de
la inmunidad y de los otros beneficios que la lactancia materna ofrece.
Desde hace medio siglo, los médicos confían en las gráficas estándar de peso y
altura para medir la salud de los pacientes de todas las edades. Para niños mayores y
adultos, la gráfica que más se utiliza es la creada por la compañía de seguros
Metropolitan Life, y que se revisó por última vez en 1959. El pediatra compara el peso y
la altura de su hijo con la media de la curva de crecimiento. Si el niño se encuentra en
uno u otro extremo de la curva se le considerará como «anormal». El médico engaña a los
padres al evaluar a un solo paciente basándose en unos valores estadísticos y teóricos.

Por qué las gráficas de peso son engañosas

Esta evaluación es engañosa porque las gráficas se basan en la media de un grupo


de sujetos que puede que no sean comparables con su hijo (pueden influir variantes
ambientales, raciales o genéticas). El médico da por hecho que, a menos que se acerque a
la media, su hijo está o demasiado delgado o demasiado gordo, que es demasiado alto o
demasiado bajo. Si las medidas se alejan mucho de la media, el médico puede aprovechar
la oportunidad para iniciar un tratamiento.
Esta práctica injustificada me recuerda la definición que una vez escuché del papel
de los abogados, cuya función, se decía, era: «levantar dudas en las mentes de sus clientes
en las que ellos pudieran tomarse mucho tiempo para resolverlas y, así, obtener grandes

25
beneficios. » Eso es lo que ocurre cuando un pediatra utiliza las diferencias que se
producen de los pesos y alturas «normales» como una excusa para tratar a su hijo.
Comparar a un solo niño con las gráficas de altura y peso medio no es, per se,
científico, y aún menos cuando tenemos en cuenta que las propias gráficas no son válidas.
Actualmente, se está produciendo un encarnizado debate sobre las gráficas creadas por la
Metropolitan Life, a las que muchos médicos han acusado de establecer el peso medio de
los adultos entre 5 y 10 kilos más bajo. Parece que la Metropolitan responderá a esta
crítica aumentando el peso medio, con lo que otros médicos no están de acuerdo. Sea cual
sea el resultado, una cosa es segura: los médicos ignorarán esta historia y seguirán
comparando a su hijo con la media que se acuerde, como si las medidas hubieran sido
dictadas por un Poder Superior y grabadas en una piedra.
Algunos estudios han demostrado que las gráficas de altura y peso medio (existen
varias) que se utilizan con niños son incluso menos válidas que las utilizadas con adultos.
Por ejemplo, carecen de sentido cuando se trata de medir el desarrollo de los niños
negros. Eso es debido a que están basadas en el progreso de grupos de niños de raza
Caucásica, y los niños negros, cuando se les estudia en grupo, tienen unas características
diferentes de crecimiento. Otra diferencia que las gráficas no tienen en cuenta es el factor
genético. Ellos creen, ignorando los factores genéticos, que un niño cuyos padres miden
menos de 1'60 debe tener la misma altura que un niño cuyos padres miden 1'80.
Otra razón por la que no me gustan las gráficas de crecimiento estándar es porque
no se han establecido jamás unas normas válidas para los niños que toman el pecho, que
normalmente ganan menos peso que los bebés alimentados con biberones. Esto es
bastante normal, y también bueno, y no existen pruebas de que Dios cometiera un error al
hacer que los pechos de las madres no estuvieran llenos de Neo-Mull-Soy o de Enfamil.
Desgraciadamente, muchos pediatras no se lo creen, así que si usted le está dando el
pecho a su hijo y este no coge el peso que dicen las gráficas, lo más probable es que su
médico insista en que le dé el biberón. Eso es malo para usted y peor para su hijo. Le diré
algo más sobre esto en los siguientes capítulos, pero déjeme que insista ahora en que yo
creo que la lactancia materna es un elemento vital para la salud de su hijo, no sólo
durante la infancia, sino también para su futuro.
La utilización de gráficas de crecimiento estándar es un ejemplo —la medicina
estadounidense está llena de ellos— de cómo los sin sentidos cuantitativos sustituyen al
sentido cualitativo. No deje que su pediatra le influya dándole importancia a las
comparaciones entre el crecimiento de su hijo y las normas estándar. Recuerde, cuando él
intente hacerlo, que estas normas se basan en grupos pequeños de niños, que fueron
hechas hace muchos años, que a menudo comparan manzanas con naranjas y que no
hacen ninguna diferencia entre los niños que toman el pecho y aquellos que toman el
biberón.
Insisto: su pediatra no conoce el patrón de crecimiento normal de los niños que
toman el pecho. Le está engañando si le dice que su hijo alimentado con leche materna no

26
está engordando lo suficiente. Si su hijo está sano, ¡no le dé biberones por el sin sentido
que su pediatra ha extrapolado de estas gráficas inútiles!
Sé que puede ser difícil para usted, debido a que los médicos las han estado
utilizando durante tanto tiempo, aceptar el hecho de que las gráficas de crecimiento no
tienen ningún valor para el diagnóstico médico. Déjeme que le asegure que no soy el
único que comparte la opinión de que utilizarlas para medir la salud y el progreso de un
solo niño puede hacer más mal que bien. Esta posición la comparten muchos otros
médicos que se han interesado más en comprobar objetivamente los resultados que han
experimentado en su práctica que en seguir aceptando lo que aprendieron en la Facultad.
He criticado este asunto porque quiero que sirva como advertencia anticipada de
todos los otros agravios que su pediatra puede cometer con su hijo. Describiré algunos
más cuando pasemos a enfermedades específicas. El asunto es que, si un pediatra puede
tratar a un niño basándose en una información que ha obtenido de unas gráficas no
válidas, no será difícil entender las intervenciones que ideará si tiene un síntoma más
tangible que pueda utilizar para explicar su comportamiento.
Principalmente, el daño infringido por las gráficas de crecimiento se limita al
impacto que tendrá en su bolsillo y en su tranquilidad. Sin embargo, en los últimos años
se ha producido un importante abuso del que sólo hablaré brevemente para condenarlo.
Me refiero al uso cada vez más frecuente de estrógenos y de otras hormonas para intentar
alterar la altura de aquellos niños que se suponen que son demasiado altos o demasiado
bajos. Se sabe muy poco de los daños potenciales que pueden tener las hormonas que se
utilizan para estimular o retardar el crecimiento, y no se sabe nada en absoluto sobre los
efectos a largo plazo de estos tratamientos.
En estos últimos años, las revistas médicas han publicado muchos artículos sobre el
uso de estrógenos que evitan que las chicas sean «demasiado altas». Uno de esos
artículos, que aseguraba a los lectores que este tratamiento era «inocuo», apuntaba los
siguientes riesgos y efectos secundarios —aunque había que leer muy atentamente el
texto para encontrarlos—: náuseas matinales, calambres nocturnos, tromboflebitis
(coágulos de sangre en las venas), urticarias, obesidad, hipertensión, hemorragias
menstruales anormales, disminución de las hormonas pituitarias, migrañas, precipitación
de una diabetes mellitus, cálculos biliarios, arteriosclerosis, cáncer de mama o de los
genitales y esterilidad. El artículo también señalaba que «relativamente pocas chicas han
sido tratadas el tiempo suficiente... como para haber sobrepasado el periodo de latencia
de neoplasias (formación de tumores malignos). »
¿Cuántos médicos de los que han recomendado este tratamiento a sus pacientes le
han hablado sobre estos efectos secundarios? ¿Cuántos padres permitirían que su médico
tratara a un niño para controlar la altura si conocieran los riesgos que conlleva el
tratamiento?

27
Los riegos de exponerse a un daño importante durante la atención médica de rutina
no son ni lejanos ni carecen de consecuencias. Esa es la razón por la que usted debería
asumir el papel dominante en la salud de su hijo.
Asociación americana que defiende y apoya la lactancia materna. (N. de la T.)

4.- Protege a tus hijos antes de que nazcan

La mayoría de nosotros tiende a pensar que la imponente responsabilidad de la


paternidad comienza cuando nos llevamos nuestro hijo del hospital a casa. En realidad,
muchas de las decisiones que afectarán a la salud y vitalidad de su hijo se hacen mucho
antes de eso. Las primeras oportunidades para que el crecimiento y desarrollo de su hijo
tengan una base sólida se le presentarán antes de que él o ella hayan nacido.
Aunque sea demasiado tarde para aprovechar estas oportunidades si usted ya tiene
un hijo, de cualquier forma debería conocerlas, en el caso de que piense tener otro. Sin
embargo, si está leyendo este libro mientras espera el nacimiento de su bebé, este capítulo
tendrá una importancia inmediata para usted.
El bienestar futuro de su bebé se verá afectado por todas las elecciones que usted
puede hacer durante el embarazo. Puede verse afectado por las actitudes del tocólogo que
usted elija. Después, cuando haya acabado la larga espera y empiecen a aparecer las
primeras contracciones, usted incluso puede elegir no ir al hospital y dar a luz en casa.
Por favor, no descarte esa opción sin más. A primera vista, puede sonar como un
consejo radical, pero le aseguro que no lo es. Cada vez hay un porcentaje mayor de
madres que exigen poder dar a luz en casa, porque han valorado las dos opciones y han
decidido que dar a luz en casa es la elección más prudente y sensata.
Lo que sí es radical —y peligroso tanto para usted como para su hijo— es el
arsenal de intervenciones obstétricas que le esperan en el hospital, así como las
indefinibles amenazas de la sala de pediatría, que pueden dañar a su bebé una vez que
este haya nacido. Hay abundantes pruebas de que la tecnología médica, los fármacos, la
anestesia, cirugía y las otras armas que utilizan los tocólogos en la mayoría de los
hospitales exponen a las madres y a los bebés a unos riesgos innecesarios. Ellos tienen un
peligroso potencial para infligirle daños graves a usted, y también a su hijo, y que
pueden incluso llegar a amenazar su vida.

El alumbramiento debería ser un proceso natural

El clásico médico de familia de mi infancia «asistía» a los partos cuando se


requerían sus servicios. Para él, el nacimiento era un sencillo proceso natural, y no
interfería en ese proceso, excepto en aquellos casos excepcionales en los que algo iba
muy mal. Si el parto era largo, él no le ponía a la madre una inyección de Pitocin para

28
llegar a tiempo a su partida de golf. Se sentía contento de dar a la naturaleza una
oportunidad y podía estar sentado con la madre de parto durante horas, hasta que el
cuerpo de ella, y no una compañía farmacéutica, decidía que era hora de dar a luz.
¡Qué contraste con el comportamiento a menudo irracional que vemos en los
tocólogos de hoy en día! La mayoría de los tocólogos contemporáneos ya no «asisten».
Ellos interfieren constantemente en un proceso fisiológicamente natural, e insisten en
tratarlo como si fuese una enfermedad. En un sorprendente porcentaje de casos esta
interferencia médica en una función normal del cuerpo afecta de forma negativa, y para el
resto de su vida, la capacidad física o intelectual del niño. Algunas veces incluso acaba
esa vida antes de haberle dado la oportunidad de empezar.
Si usted da a luz en el hospital, se verá expuesta a una gama tan amplia de riesgos
derivados del ejercicio obstétrico que sería materialmente imposible para mí
describírselos aquí. Sin embargo, puede encontrar una detallada descripción en mi
anterior libro, Male practice: How Doctors Manipulate Women [Ejercicio médico
masculino: cómo los médicos pueden manipular a las mujeres], así que si quiere más
información sobre los riesgos a los que el tocólogo expone a la madre, la podrá encontrar
ahí. Lo que yo expongo en este y en los próximos capítulos son los efectos secundarios
que tiene la intervención del tocólogo sobre su hijo, y los daños principales que su
médico y los procedimientos que se hacen por sistema en el hospital pueden infligir en su
bebé después del nacimiento.
Los tocólogos, en defensa de su infectado nido, insisten en que el hospital es el
único lugar seguro para que usted dé a luz. Algunas veces, incluso llegan a los juzgados
para evitar que las madres se ayuden de matronas y tengan a su bebé en casa. No existen
pruebas estadísticas o científicas que defiendan la postura de los tocólogos. De hecho, las
pruebas disponibles demuestran que están equivocados. Mientras tanto, nos basta con
observar el daño iatrogénico (el causado por los médicos) infringido en niños, y utilizar el
sentido común para demostrar a cualquier juez imparcial que el lugar más seguro para dar
a luz es la casa.
La razón es casi evidente. Tener a su hijo en casa es menos arriesgado que ir al
hospital porque los médicos o matronas que atienden los partos en casa no poseen mucha
de la peligrosa tecnología que se utiliza en los hospitales. Esto reduce la posibilidad de
realizar intervenciones innecesarias y arriesgadas, y, prácticamente, le asegura que podrá
tener a su bebé de una forma natural, como Dios tenía la intención de que fuera.
Procedimientos como establecer un diagnóstico utilizando ultrasonidos, monotorización
fetal interna, un uso excesivo de sedantes, analgésicos y anestésicos, fármacos que
provocan el parto y la tentación de practicar una cesárea se evitan cuando usted juega
sobre seguro y tiene a su bebé en su propia cama.
Los tocólogos que ejercen en un hospital desacreditan los partos en casa por
imprudentes, porque no se dispone de los servicios del hospital en caso de que se presente
una complicación. Si esos médicos, cuya práctica se limita a los hospitales, se dedicaran a

29
determinar qué madres son unas candidatas apropiadas para dar a luz en casa, y después
se les pidiera que trataran cualquier emergencia que pudiera surgir, yo estaría de acuerdo
con ellos. Pero ellos no tienen ni las habilidades ni la experiencia necesaria para
seleccionar cuáles son las candidatas apropiadas para dar a luz en casa, ni para anticipar
los problemas que puedan surgir en las otras madres. También se sentirían perdidos si
tuvieran que tratar con un problema ocasional que ellos no causaron y no tuvieran la
asistencia y tecnología que el hospital pone a su disposición.
Los médicos y las matronas que asisten los partos en casa tienen mucha
experiencia a la hora de identificar qué madres pueden dar a luz en casa sin riesgos y qué
otras es mejor que acudan al hospital. También pueden anticipar los problemas, aunque
sin las intervenciones que se realizan en los hospitales estos son pocos y ocurren rara vez.
También saben cómo enfrentarse con los problemas que surgen.

Cómo se daña a los bebés que nacen en el hospital.

Hay cinco periodos concretos en los que usted debe vigilar las acciones de su
médico, porque podrían dar como resultado el nacimiento de un bebé deformado, con
daños cerebrales o con retraso mental. El primero es el periodo anterior a la concepción;
segundo, los nueve meses de embarazo; tercero, durante los dolores de parto; cuarto, en
el parto; y por último, el periodo de tiempo que niño permanece en la unidad de recién
nacidos del hospital. Examinémoslos, junto con los riesgos que conllevan, uno a uno.

El periodo anterior a la concepción.

La conducta de los médicos puede influir en la salud de su bebé mucho antes de


que el pensamiento de tener uno haya pasado por su cabeza. El hecho de que esté leyendo
este libro indica que es demasiado tarde para que usted haga algo al respecto, pero no es
demasiado tarde para que, en el futuro, tome las precauciones que protegerán a su
próximo hijo.
Las malformaciones congénitas y los retrasos mentales pueden ser consecuencia de
que, a lo largo de su vida, usted se haya expuesto de forma excesiva a rayos X. Los
efectos de estas radiaciones son una amenaza para la salud, tanto para hombres como
para mujeres, y para los hijos que estos y estas tengan.
Entre las mujeres, las consecuencias derivadas de una exposición excesiva a las
radiaciones se suelen notar entre aquellas mujeres que han tenido su primer hijo en una
edad tardía. Eso es debido a que los efectos de los rayos X son acumulativos, así que,
cuanto mayor sea usted, más oportunidades tendrá de que se hayan acumulado los efectos
de las radiaciones. Esto aumenta las probabilidades de que su hijo padezca el síndrome de
Down, una forma de retraso mental. Este daño derivado de los rayos X no se limita a las
mujeres. Los padres también pueden ser responsables de que su descendencia padezca

30
malformaciones congénitas y retrasos mentales si la exposición a rayos X ha dañado su
esperma.
Este efecto potencial sobre el desarrollo del feto es una de las muchas razones por
las que usted y su hijo deberían evitar en lo posible y desde muy temprana edad
exponerse a rayos X. Su médico y su dentista tenderán a minimizar los riesgos de los
rayos X, y le asegurarán que son mínimos. Su dentista también insistirá en que sus rayos
X son inofensivos porque la dosis es muy baja. No se deje engañar por esta afirmación.
No importa lo baja que sea una dosis durante una sóla exposición a rayos X, si usted
acumula durante toda su vida la suficiente radiación como para que le produzca algún
daño a usted o a su hijo.
Yo les aconsejo a mis pacientes que rechacen toda radiografía que no sea esencial
para diagnosticar una enfermedad grave. Si debe someter a su hijo a rayos X, no dude en
hacerle saber a su médico que está preocupada, incluso aunque no se sienta cómoda
haciéndolo. La salud de su hijo es más importante que los sentimientos de su médico.
Insista en que se utilicen las dosis más bajas posibles. Pregúntele a su médico si su
técnico está especializado y si el equipo ha sido recientemente revisado como para
asegurar que proporciona la dosis apropiada. Compruebe si el técnico protege
adecuadamente los órganos genitales de su hijo.
Nunca olvide que las máquinas de rayos X pueden ser mortales. Muchos estudios
han mostrado cómo, en los Estados Unidos, un número impresionante de radiografías se
han realizado con equipos defectuosos, por personal médico no especializado que no sabe
cómo utilizar la máquina de forma adecuada. Para empeorar las cosas, la mayoría de las
veces los rayos X no eran imprescindibles.
Usted se enfrenta a un riesgo más importante si la concepción se produce tras un
periodo de anticoncepción con píldoras anticonceptivas. También esto puede dar como
resultado un niño deforme o con daños cerebrales. Las mujeres que han utilizado la
píldora deben dejar pasar algunos meses antes de intentar tener un niño.

Qué hay que vigilar durante el embarazo

Los bebés que corren más riesgos en los primeros días, semanas o meses de vida
son aquellos que han nacido prematuramente, antes de que todos sus órganos se hayan
desarrollado por completo, y aquellos que tienen menos resistencia física debido a un
peso anormalmente bajo. Usted puede asegurar que su hijo se desarrolle normalmente si
mantiene una dieta adecuada y nutritiva desde el momento de la concepción hasta que el
niño nace.
Cuando yo era joven, a los médicos les gustaba animar a las madres a que hicieran
esto recordándoles que ellas estaban «comiendo por dos». Los tocólogos de hoy en día
les interesa más que usted restrinja su peso. No hace mucho tiempo, muchos tocólogos
sólo permitían engordar entre cinco y siete kilos. Más recientemente, los frenos que su

31
médico intenta poner a su apetito se han aflojado un poco, aunque la mayoría de los
médicos limitará los kilos que usted gane durante el embarazo a diez o doce. Eso es más
racional, aunque sigue sin tener sentido el que se ponga un límite. Al contrario, el que la
madre se ponga a régimen y limite el número de calorías puede hacer que el peso de su
bebé sea más bajo y amenace su desarrollo e, incluso, su vida.
La posibilidad de que su médico intenté limitar excesivamente su peso es muy real.
Una agencia federal de Estados Unidos informó que, en 1975, una de cada tres mujeres
embarazadas sufría de malnutrición —más de un millón de mujeres al año—.
Obviamente, algunas de ellas padecían de malnutrición porque no podían permitirse una
alimentación adecuada, o por razones estéticas, pero la gran mayoría la padecía debido a
que sus tocólogos no las dejaban comer. No deje que su médico le haga esto a usted,
porque es prácticamente inevitable que si usted sufre de malnutrición, también la padezca
su hijo.
Su primera preocupación durante el embarazo no debería ser cuántos kilos coge,
sino si come bien y los alimentos adecuados. Si su médico le dice que no engorde más de
siete o diez kilos, lo más probable es que insista en que esto es importante porque
facilitará el parto. También le dirá que prevendrá la posibilidad de desarrollar una
toxemia, una de las complicaciones más peligrosa, y algunas veces mortal, del embarazo.
Estas parecen unas razones bastantes persuasivas para controlar su peso y,
obviamente, sería inteligente por su parte hacerles caso si fuesen verdad. No necesita
hacerlo, porque todas las pruebas de las que disponemos indican que para tener un parto
fácil y evitar la amenaza de toxemia, lo mejor es todo lo contrario.
Si usted sufre de malnutrición, puede que su útero no funcione adecuadamente y
que se prolongue, y el parto puede alargarse e, incluso, pararse. Lo que intenta el
tocólogo que restringe su dieta es crear la oportunidad para practicar una cesárea, lo que
supone un beneficio para él, pero un problema potencial para usted y para su hijo.
Lo mismo ocurre con la toxemia. Durante medio siglo se han acumulado pruebas
de que lo que causa la toxemia en el embarazo es una inadecuada nutrición de la madre, y
no el exceso de peso. Si los elementos nutritivos adecuados no se encuentran en su dieta,
su hígado funciona mal, y las defensas de su cuerpo producen los síntomas que se asocian
con la toxemia.
Para muchas mujeres es difícil obedecer las restricciones de peso que le impone su
médico, sobre todo los dos últimos meses de embarazo. Si se toman las instrucciones del
médico en serio, pueden llegar a llevar unas dietas que casi le produzcan inanición,
restringiendo la toma de alimento en el peor momento posible. Este es el periodo en el
cual el niño necesita la máxima nutrición, porque es cuando debería estar empezando a
ganar más peso. También es el periodo más importante del desarrollo del cerebro. Si
usted pasa hambre por seguir unas restricciones arbitrarias, médicamente impuestas,
también su bebé pasará hambre, y pondrá en peligro la vida y salud de su hijo, así como
la suya propia.

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Mi consejo para las madres embarazadas —no importa lo que les diga su
tocólogo— es que ejerciten el sentido común sobre qué comen, cuánto y a qué velocidad
engordan. Pero no pierda el sueño si ve que está engordando más de lo que a su médico le
gustaría. Se sentirá mejor si recuerda que un niño bajo de peso tiene 30 veces más
probabilidades de morir en el primer mes de su vida que aquellos bebés que nacen con un
peso normal. En la mitad de los niños que nacen bajos de peso se ha encontrado algún
grado de retraso mental, debido a que se les negó la nutrición que necesitaban para
desarrollarse normalmente. La incidencia de epilepsia, parálisis cerebral y problemas de
aprendizaje o de comportamiento es tres veces mayor que en aquellos bebés con un peso
normal. Esa es una buena razón para que usted siga una dieta equilibrada, nutritiva, para
que evite pasar hambre y hacerle pasar hambre a su futuro bebé, y para que mande a su
tocólogo al cuerno si este le monta un escándalo porque usted ha engordado 15 kilos.
Muéstrese igual de firme en su negativa si él intenta recetarle algún diurético
porque han empezado a hinchársele las manos y los pies. Casi todas las mujeres, en un
momento u otro del embarazo, se hinchan debido a la retención de agua. Esto es, casi
siempre, algo normal y bueno, porque el líquido almacenado, que es el que produce el
edema, es necesario para mantener el aumento de volumen de la sangre que usted y su
hijo necesitan.
Para muchos médicos, esta situación es una indicación de toxemia y prescriben
diuréticos para eliminar la retención de líquido. En la mayoría de los casos, eso es
erróneo, porque simplemente le priva a usted y a su hijo del líquido que necesitan. Los
resultados pueden ser catastróficos. Se ha demostrado que el índice de mortalidad de los
niños nacidos de madres sin edemas es un 50% más alto que el de aquellos niños cuyas
madres retuvieron mucho líquido. La toma de diuréticos también supone un riesgo, ya
que estos fármacos pueden causar la muerte al bajar su presión sanguínea y ¡producirle
un choque hipovolémico!
Es casi seguro que su médico le avisará de los peligros que supone fumar, beber
alcohol y tomar drogas durante el embarazo. Él debería avisarle, y usted debería seguir
sus consejos, porque hay muchos indicios de que incluso un uso moderado de estas
sustancias puede tener un efecto negativo sobre el feto. Por las mismas razones, él
también debería aconsejarle que no tomara ningún fármaco durante el embarazo, ni
siquiera Aspirina o cualquier otro remedio para los resfriados.
Desgraciadamente, lo más probable es que no le avise de los riesgos aún mayores
que presentan algunos de los tratamientos que puede que él utilice. El feto también puede
resultar dañado a causa de los fármacos con receta, radiografías tomadas durante el
embarazo, ultrasonidos y procedimientos tales como la amniocentesis, que se utiliza para
detectar estados anormales del feto. No voy a detenerme aquí en esos riesgos, pero usted
debería informarse. Hay muchos libros disponibles sobre los riesgos médicos del
embarazo, incluyendo el que yo escribí Male Practice: How Doctors Manipulate Women
[Cómo los médicos varones manipulan a las mujeres]

33
Intervenciones durante los dolores del parto y el parto

Al principio de este capítulo le sugerí que considerara dar a luz en casa para evitar
las intervenciones médicas que se producen en el hospital. Casi todas las intervenciones
obstétricas, en lo que debería ser un proceso natural, pueden causar daños cerebrales y
retrasos mentales. Los riesgos de esas intervenciones, y por tanto sus consecuencias, se
reducen en gran medida si usted da a luz en su casa.
Hace algunos años, el Dr. Lewis E. Mehl, del Centro de Desarrollo Infantil de la
Universidad de Wisconsin, estudió 2.000 nacimientos; casi la mitad habían tenido lugar
en casa. Las diferencias entre los nacimientos en casa y los que se produjeron en el
hospital son impresionantes:

En los nacimientos que tuvieron lugar en el hospital se produjeron 30 lesiones;


ninguna entre los que nacieron en casa.
52 niños que nacieron en el hospital necesitaron reanimación; de los que nacieron
en casa sólo 14. 6 niños nacidos en el hospital sufrieron daños neurológicos; de los
nacidos en casa, 1.

Las consecuencias de las intervenciones que se producen en el proceso de dar a luz,


y que son características de los hospitales, son detestables. Es verdad que algunas de las
técnicas tienen su utilidad cuando se aplican apropiadamente —situaciones en que el
riesgo que supone la técnica utilizada está justificado por los beneficios que puede
otorgar—. La amenaza para las madres proviene del síndrome del que la medicina
americana está impregnada: «Lo que se pueda hacer, ser hará». Aquellos procedimientos
que se crearon específicamente para situaciones críticas se utilizan por sistema en cada
paciente que entra por la puerta.
En la mayoría de los hospitales, un nacimiento normal se caracteriza por una
sucesión de intervenciones innecesarias. Otra vez, y debido a que ya he hablado de ello
en libros anteriores, no entraré en detalles. Sin embargo, repetiré algunas de ellas: control
fetal interno y externo; goteo; analgésicos y anestésicos; fármacos inductores del parto;
episiotomías y la práctica de cesáreas.
Quiero aprovechar la ocasión para compartir con usted la información que está
apareciendo sobre los riesgos de la monitorización fetal cuando, para establecer el
diagnóstico, se utilizan ultrasonidos. Sólo lo hago porque, normalmente, esta información
no es asequible para el lector medio, ni es una información que su médico compartirá con
usted. La utilización de ultrasonidos para controlar al feto, o para establecer cualquier
otro diagnóstico, está planteando una serie de cuestiones preocupantes que las personas
que los utilizan no pueden responder. Es otra forma más en que la obstetricia moderna
viola el imperativo médico, el principio hipocrático de «Primero, no hacer daño».

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La monotorización fetal externa consiste en dos bandas que se colocan alrededor
de su abdomen y que se conectan a una unidad de control que graba los resultados del
dispositivo en una cinta. Una banda es sensible a la presión y mide la fuerza y la
frecuencia de las contracciones; la otra utiliza ultrasonidos para determinar el estado del
feto. En la mayoría de los hospitales, los médicos utilizan la monotorización fetal por
rutina, aunque un estudio basado en 70.000 embarazadas mostró que no había ninguna
diferencia de resultados entre aquellas pacientes que habían sido sometidas a
monotorización fetal y las que no. Otros estudios han mostrado que esta técnica produce
un aumento de la mortalidad infantil. Esto indica que, en el mejor de los casos, la
monotorización fetal no supone ningún beneficio y, en el peor, puede hacer daño.
En la actualidad, no hay pruebas concluyentes que asocien directamente la
utilización de ultrasonidos con las lesiones del feto, pero tampoco existe una seguridad
absoluta de que no causen daños. Al contrario que los rayos X, los ultrasonidos no son
ionizantes (no modifican las cargas eléctricas de la materia). Los partidarios de esta
técnica deducen por ello que no son peligrosos, pero no hay ninguna prueba de que esta
defensa sea válida. Yo no puedo probar de una forma concluyente que los ultrasonidos
puedan causarle daños a su bebé, pero el médico que los utiliza tampoco puede probar lo
contrario.
Alice Stewart, una epidemióloga británica que dirige un estudio en Oxford sobre el
cáncer infantil, comentó a mediados de 1983 que existen «indicios muy sospechosos» de
que los niños que fueron expuestos a ultrasonidos mientras estaban en el vientre materno
podrían estar desarrollando leucemia y otras formas de cáncer en una proporción mayor
que aquellos niños que no se vieron expuestos. Un informe de la Organización Mundial
de la Salud pide que se realicen amplias investigaciones sobre los peligros de los
ultrasonidos y sobre las restricciones de uso. Esta organización ha dicho lo siguiente
sobre los beneficios comparados con los riesgos [las palabras en cursiva son mías]:

Llegar a aspectos conclusivos en un estudio [sobre los ultrasonidos] es


especialmente difícil en temas relacionados con el ser humano. Los periodos de latencia
pueden llegar a los 20 años en el caso del desarrollo del cáncer, y puede que los efectos
no se vean hasta la próxima generación... Debido a que el feto humano es sensible a otras
formas de radiación, también puede serlo a los ultrasonidos... Los estudios realizados en
animales indican que se deberían realizar estudios en humanos para comprobar las
posibilidades en el campo neurológico [sensorial, cognitivo y de desarrollo]
hematológico, inmunológico. En los animales de laboratorio, se han encontrado algunas
evidencias de que si la exposición a ultrasonidos se produce durante el periodo de
organogénesis puede provocar malformaciones congénitas. En general, estos puntos
concluyentes en los estudios de animales no han sido investigados en humanos y deberían
continuarse siempre que sea posible...

35
Actualmente, no está claro si el control del feto a través de ultrasonidos es
beneficioso para la madre o para el feto en términos de resultado del embarazo y esto,
principalmente, es lo que debería ser comprobado exhaustivamente. Si no se conoce
ningún beneficio general de la monotorización fetal, no hay ninguna razón para exponer
al paciente a unos altos costes y a un posible riesgo.

Si, a pesar de las dudas que han surgido sobre la leucemia, supresión de la
respuesta inmunitaria, malformaciones congénitas del feto y otros posibles efectos
derivados de los ultrasonidos, su médico sigue insistiendo en utilizarlos con usted, ¿qué
puede hacer? Le sugiero que le diga que se lo permitirá cuando le presente pruebas
científicas convincentes de que eso es necesario, de que usted y su hijo obtendrán algún
beneficio y de que ni usted ni su bebé sufrirán ningún daño ahora o dentro de 20 años.
Él no podrá poder muchas objeciones ante su deseo de asegurar su salud y la del hijo que
está por nacer. Tampoco podrá darle esas pruebas, porque no existen. Quizás eso lo
persuada de hacer lo que debería haber hecho desde un principio: ¡olvidarse de los
ultrasonidos y utilizar el estetoscopio!
Si usted ya ha dado a luz a un niño sano y normal, no necesita preocuparse de estos
riesgos prenatales hasta que decida tener otro. Si usted está embarazada, le aconsejo que
se apresure a estudiar cuidadosamente los peligros potenciales que le esperan. Es debido
a esos riesgos que he descrito antes por lo que yo encuentro el hecho de dar a luz en casa
tan atrayente. Por eso me alegré tanto cuando mis dos hijas decidieron tener a sus hijos en
casa. Mis nietas de dos, tres y cinco años, son preciosas y están muy sanas. Mis dos hijas
están nuevamente embarazadas y sus hijos nacerán también en casa.
Si usted no está preparada para aceptar el nacimiento en casa como una opción y elige dar
a luz en un hospital, esté alerta. Utilice bien lo que ha aprendido en este capítulo, y en los
otros libros que lea, y, de esta forma, podrá evitar gran parte de los riesgos que he
descrito.

Peligros que acechan en la sala de recién nacidos

Aunque debido a la competencia se han producido algunas mejoras en los


hospitales, todavía existe la probabilidad de que se lleven a su hijo a la sala de recién
nacidos inmediatamente después de su nacimiento. Le someterán a varios procedimientos
(algunos de los cuales son obligatorios en la mayoría de los Estados), y después, le
obligarán a que se quede allí —probablemente llorando— durante al menos cuatro horas.
Sólo después, y únicamente cada cuatro horas, le permitirán que le dé el pecho, o el
biberón, si ese método es el que usted ha elegido.
Su tocólogo no perderá tiempo en exponer a su nuevo bebé a la química que
domina el ejercicio médico en los Estados Unidos. Pondrá unas cuantas gotas de nitrato
de plata en los ojos del bebé. Este tratamiento se basa en la presunción de que todas las

36
madres son sospechosas de padecer gonorrea, la cual puede transmitirse al bebé durante
el parto. De hecho, han sido los médicos lo que han promovido que se cree una ley que
obligue a todos los Estados a que apliquen este tratamiento.
Los médicos rechazan el argumento de que se podría comprobar si la madre tiene
gonorrea en vez de poner nitrato de plata en los ojos del bebé, afirmando que esto no
funcionaría porque el test no es 100% exacto. Esta defensa no tiene ningún sentido,
porque tampoco el nitrato de plata es 100% efectivo. Es dudoso si este tratamiento es más
efectivo que el otro, porque si, por alguna razón, su bebé desarrollara una conjuntivitis
causada por gonococos, el problema puede resolverse utilizando antibióticos —y será
resuelto de esa forma—.
La utilización del nitrato de plata tenía su sentido cuando los antibióticos no
existían, pero el precio que paga su bebé debido a su uso actual, cuando ya no es
necesario, es importante. El nitrato de plata provoca conjuntivitis química entre el 30% y
el 50% de los niños que lo reciben. Sus ojos se llenan de un pus espeso, impidiéndoles
ver durante la primera semana de vida. Nadie sabe cuáles pueden ser las consecuencias
psicológicas a largo plazo derivadas de esta ceguera temporal. El tratamiento también
puede obstruir el conducto lagrimal y para corregir este daño ocasionado por un
procedimiento sin sentido es necesario realizar una operación quirúrgica difícil. Por
último, algunos médicos —en los que me incluyo— pensamos que la alta incidencia que
existe en los Estados Unidos de miopía y astigmatismo puede relacionarse con el hecho
de poner este agente cáustico en las tiernas y delicadas membranas que forman los ojos
del bebé.
En algunos Estados, los médicos sustituyen el nitrato de plata por los antibióticos,
aunque no hay ninguna prueba de que este uso profiláctico de los antibióticos para
prevenir la gonorrea sea eficaz. Esto elimina el daño inmediato que puede ocasionar el
nitrato de plata, pero también nos ofrece el primer ejemplo del uso indiscriminado de
antibióticos, que no será el único que su pediatra realice y que puede ser un problema
para su hijo en el futuro.
Un segundo ejemplo del uso indiscriminado de antibióticos sigue muy de cerca, en
la mayoría de los hospitales, al citado anteriormente: para evitar que se produzcan
infecciones cruzadas en las salas de recién nacidos, muchos médicos le ponen, por
sistema, inyecciones de penicilina a los bebés. Este tratamiento debería evitarse a menos
que sea imprescindible para tratar la enfermedad, ya que cada vez que se utiliza un
antibiótico existe la posibilidad de que en el futuro se origine una sensibilización a ese
antibiótico. También existe el riesgo, para algunos niños, de sufrir una reacción alérgica
ante cualquier antibiótico.
Cuando su bebé llega a la sala de recién nacidos se le baña inmediatamente, y lo
más probable es que la enfermera utilice jabón de hexaclorofeno. Desde hace años, se
sabe que la piel absorbe el hexaclorofeno y que esto puede causar daños neurológicos en
algunos niños. Aún así, y a pesar del riesgo que corre su bebé, los hospitales siguen

37
utilizándolo para intentar evitar que se produzca una epidemia bacteriológica en las salas
de recién nacidos, que suelen estar cargadas de gérmenes.
Esto es ridículo, e incluso temerario, porque el jabón de hexaclorofeno y los
preparados antisépticos no ofrecen ninguna ventaja sobre el agua de grifo. En cinco
estudios cuidadosamente realizados sobre 150 recién nacidos, a 25 niños se les bañó con
cuatro antisépticos diferentes y a 50 con agua normal. Las pruebas bacteriológicas que se
cogieron de cada grupo justo después del baño, al tercer y al quinto día, mostraron que
ambos baños habían sido igualmente eficaces.
¡No deje que el hospital, para reducir el peligro de una infección, exponga a su
bebé a una química potencialmente peligrosa cuando el agua normal es igual de buena!
Otro «respetado» tratamiento que su hijo también recibirá será la prueba de
fenilcetonuria, obligatorio en la mayoría de los Estados. Este test se realiza para
determinar si un niño es víctima de una extraña forma de retraso mental. La afección es
causada por una deficiencia enzimática y sólo se suele dar en 1 niño de cada 100.000. El
análisis de sangre en sí mismo no es peligroso, aunque requiere que se inserte una aguja,
la cual abrirá una puerta por la que pueden entrar todas las bacterias que abundan en los
hospitales. El problema reside en los resultados de la prueba, que son bastantes inexactos
y que dan numerosos «falsos positivos». Si a su hijo le diagnostican una fenilcetonuria,
lo más probable es que lo pongan a una dieta estricta compuesta de sustitutos de las
proteínas que, además de tener un sabor muy desagradable, tiende a producir obesidad y
es terriblemente monótona. Los médicos no se ponen de acuerdo sobre cuánto tiempo
deben estar siguiendo esta dieta, aunque suele estar entre los tres años y toda la vida. La
mayoría de los médicos que diagnostican esta enfermedad no permiten que la madre le dé
el pecho a su hijo.
En mi opinión, es ridículo condenar a un niño a una desagradable dieta especial
basándonos en un test que puede que esté equivocado, condenarlo por una enfermedad
que casi nunca se da y, sobre todo, lo encuentro más ridículo aún cuando esa dieta levanta
serias dudas. Hace siete años, institutos especializados de los Estados Unidos, Australia,
Inglaterra y Alemania revelaron que algunos niños que padecían fenilcetonuria mostraban
un deterioro neurálgico progresivo «incluso cuando su enfermedad se diagnosticó
rápidamente y se les implantó el tratamiento dietario». Todos estos niños, que se
distinguían por padecer una «fenilcetonuria atípica», que era distinta de la variante
clásica, murieron.
A menos que en su familia haya antecedentes de fenilcetonuria, le aconsejo que
evite hacerle a su hijo esta prueba y le dé el pecho que, de cualquier forma, es el mejor
tratamiento incluso aunque tuviera la enfermedad. Si no puede evitar la prueba, y el
resultado es positivo, insista en que se lo repitan en un par de semanas para confirmar que
el primer resultado fue exacto. Si sigue siendo positivo, asegúrese de que su médico
determina si se trata de la fenilcetonuria clásica o de una variante, y de que la dieta es la

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apropiada para ese tipo. Por último, insista en seguir dándole el pecho, además de la
dieta, porque esa es la mejor protección que su hijo pueda tener.
Si la segunda prueba da negativo, no se pase años pensando que el primero pudiera
haber sido el correcto. Una de las desagradables consecuencias de todas las formas de
exploración indiscriminada en masa es el trauma emocional por el que pasan todos los
padres cuando se les da un resultado falsamente positivo. He tenido a más de una madre
que, años después, me ha preguntado a propósito de un retraso en el habla o en el control
del pipí de su hijo: «¿Cree usted que haya podido ser la fenilcetonuria?». Lo mismo
ocurre cuando un pediatra le dice a la madre que su hijo tiene «un pequeño soplo
funcional del corazón». Esto suena horrible, pero a menos que existan otros síntomas, se
trata simplemente de un descubrimiento sin importancia que no indica ninguna
enfermedad.
La lista de enfermedades raras para las que se exige un reconocimiento en masa de
los recién nacidos se está haciendo cada vez mayor, aunque las exigencias varían mucho
de un Estado a otro. Los médicos son los primeros que están detrás de estas leyes y, en mi
opinión, son los que más se benefician. Es ridículo exponer a todos los niños y a sus
padres a los riesgos físicos y emocionales que conllevan los reconocimientos que se
realizan para descubrir enfermedades que se dan de higos a brevas.
Añada también a los peligros que acechan a su hijo en la sala de recién nacidos el
de la utilización de lámparas de bilirrubina para tratar la ictericia infantil. Esta es una
situación normal de los recién nacidos y las posibilidades de que su hijo padezca una
ictericia moderada se sitúan entre el 30% y el 50%. Las posibilidades aumentan cuantas
más intensas hayan sido las intervenciones de su tocólogo durante el embarazo.
Parece que cada nueva generación de médicos crea nuevas intervenciones que
originan unos problemas que sólo pueden resolverse con más intervenciones. Casi todo
por lo que una madre pasa cuando está dando a luz en un hospital (anestesia, analgésicos,
la inducción del parto, todos los fármacos) aumentan las posibilidades de que su hijo
desarrolle una ictericia, porque es uno de los efectos secundarios.
Muchos médicos dan por rutina vitamina K a los recién nacidos, porque en la
Facultad de Medicina se les enseñó que los niños nacen con una deficiencia de esta
vitamina, que es la responsable de que la sangre coagule con rapidez. Eso es una tontería,
a no ser que la madre sufra de una malnutrición grave. Sin embargo, la mayoría de los
médicos siguen haciéndolo. La administración de vitamina K a los recién nacidos puede
provocar la aparición de ictericia, lo cual obliga al pediatra a tratarla con lámparas de
bilirrubina (fototerapia). Este tratamiento expone al bebé a una docena de riesgos bien
conocidos que pueden requerir más tratamientos y que, posiblemente, le afecten durante
el resto de su vida.
La bilirrubina es el pigmento biliar que se encuentra en la sangre. Lo más probable
es que su médico le diga que es una causa potencial de daños cerebrales al pasar este
pigmento de la sangre al sistema nervioso central. En realidad, la bilirrubina se produce

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por un proceso normal de división de los glóbulos rojos. Esta división convierte a los
glóbulos rojos en bilirrubina, que es lo que provoca en su hijo la ictericia, dándole un
color amarillento. La afección no es peligrosa, excepto en aquellos casos raros donde es
muy alta o muy intensa en el primer día de vida. Normalmente, es causada por una
sensibilización Rh y exige un tratamiento con lámparas de bilirrubina o una transfusión
de sangre. La transfusión lo único que hace es reemplazar la sangre de su hijo por otra
sangre que no esté contaminada con bilirrubina; las lámparas de bilirrubina aceleran su
excreción. La luz azul del espectro, que puede ser reemplazada artificialmente en el
hospital, o naturalmente por los rayos ultravioletas de la luz del sol, oxida con más
rapidez la bilirrubina para que así pueda ser excretada a través del hígado.
Si la ictericia aparece después del primer día de vida, los riesgos del tratamiento
superan los beneficios. Normalmente, la bilirrubina se excreta mediante un proceso
natural, y este se puede acelerar si usted expone a su hijo a la luz del sol, aunque puede
tardar una semana o dos en desaparecer por completo.
A pesar de que la mayoría de los casos de ictericia infantil son normales y no
peligrosos, los médicos, antes que permitir que la luz natural del sol haga su trabajo,
siguen insistiendo en tratar esta afección con lámparas de bilirrubina. ¡Ahora si que está
amenazada la salud de su hijo por utilizar la fototerapia para tratar una afección que no
tiene ninguna importancia! Las autoridades médicas responsables han informado que la
fototerapia que se utiliza en los tratamientos de la ictericia infantil puede ser la causante
del incremento de la mortalidad, sobre todo en aquellos niños de peso muy bajo. El
mayor riesgo de muerte proviene de problemas pulmonares (síndrome de insuficiencia
respiratoria) y de hemorragias. También se ha informado de muertes infantiles causadas
por haber aspirado las gasas que se colocan en los ojos de los bebés para protegerlos de
las luces.
Aunque lo más probable es que su médico le asegure que el tratamiento con
lámparas de bilirrubina es completamente seguro, nadie conoce en la actualidad cuáles
pueden ser los efectos secundarios a largo plazo, y ya se han descubierto muchos efectos
a corto plazo. Entre ellos encontramos irritabilidad y apatía, diarrea, deficiencia de
lactasa, irritaciones intestinales, deshidratación, problemas alimentarios, deficiencia de
riboflavina, alteraciones del equilibrio bilirrubina-albúmina, falta de orientación visual
que puede afectar la relación con los padres y efectos modificadores del ADN.
Si, debido a que no se ha realizado bien la cesárea, a que le han controlado el peso
de forma excesiva durante el embarazo o a cualquier otro motivo, su hijo pesa muy poco
al nacer, usted tendrá que luchar con el tratamiento que le den en la sala de cuidados
intensivos de neonatos. Los médicos y los hospitales están muy orgullosos de estos
servicios y de toda la brujería tecnológica que utilizan. Esa actitud siempre me asombra,
porque no existe ninguna evidencia de que sean de alguna utilidad para los bebés que se
encuentran aislados allí.

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Sin embargo, ellos exponen a su hijo a más riesgos. Si su hijo pesa muy poco al
nacer, inmediatamente lo separarán de usted y lo llevarán a la sala de cuidados intensivos,
donde lo meterán en una incubadora. Estas conllevan algunos riesgos, ya que varios
bebés han resultado con quemaduras. Pero, el peligro que más debería preocuparle es
aquel que surge cuando a su hijo le dan oxígeno mientras está en la incubadora. Si su
médico no limita bien la cantidad de oxígeno que reciben los niños prematuros, la
consecuencia puede ser una enfermedad conocida como fibroplasia retrolental, causa
principal de la ceguera infantil. Para evitar esto, el nivel de oxígeno que se acumule en la
sangre de su hijo debe ser estrechamente controlado mediante extracciones de sangre, las
cuales, a su vez, pueden originar una anemia iatrogénica. Una intervención lleva a otra, y
puede que su hijo acabe necesitando una transfusión de sangre, lo que lo expone al riesgo
de contraer una hepatitis vírica o el sida.
Si, en la sala de cuidados intensivos, le dan oxígeno a su hijo, hágale saber al
médico que usted conoce los riesgos y que estos le preocupan sobremanera. Quizás eso
ayude a que el personal médico ponga más atención.

La circuncisión y otras operaciones: técnicas innecesarias.

Las probabilidades de que si usted tiene un hijo varón el médico le recomiende la


circuncisión son muy altas. Cada año se realizan más de un millón y medio de
circuncisiones. Eso representa el 80% de los niños varones que nacen en los Estados
Unidos. Si se lleva a cabo por otras razones que no sean religiosas, esta operación no
tiene ninguna utilidad, es innecesaria y potencialmente peligrosa.
Todas las generaciones de médicos han encontrado alguna excusa nueva para
realizar la circuncisión, a pesar de que el Colegio Oficial de Pediatras de América ha
informado de que «No existe ningún indicio médico absoluto para la circuncisión de los
recién nacidos. » Si su médico le sugiere que circuncide a su hijo, pregúntele por qué
quiere exponer al pobre niño al dolor, a la posibilidad de una infección o de una
hemorragia e, incluso, al riesgo de morir. Todo eso debido a una operación que no tiene
ninguna justificación médica.
Aunque no es frecuente que los médicos operen justo después del nacimiento,
usted también debería saber que existen otras dos operaciones quirúrgicas que se suelen
realizar para corregir problemas que se dan al nacer. La primera es la de la hernia
umbilical, un pequeño defecto en el músculo abdominal, que es el que permite que salga
el contenido del abdomen. Este problema es bastante normal y suele corregirse por sí solo
antes de que su hijo cumpla un año. Sin embargo, aunque no fuese así, no se debería
pensar en la cirugía hasta que el niño cumpla los tres o cinco años, porque todavía hay
muchas probabilidades de que el problema se corrija por sí solo. La segunda, es la
posibilidad de que su hijo nazca con un testículo subido (criptorquidia) y que su médico

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le recomiende una operación para bajarlo. Las razones para hacer eso son, en el mejor de
los casos, dudosas. Algunos médicos afirman que es esencial debido a la amenaza de que
se desarrolle un cáncer en el testículo subido. Este razonamiento puede parecer
persuasivo, pero no debería serlo, ya que los índices de mortalidad que causa la operación
son más altos que los índices potenciales de mortalidad derivados de un cáncer de
testículo. En consecuencia, es más seguro dejar que su hijo tenga un testículo subido.
Otra cosa diferente es cuando el niño tiene los dos testículos subidos. En ese caso, es
necesario considerar muy seriamente la posibilidad de realizar la operación, ya que es
casi inevitable que su hijo sea estéril si ninguno de los dos testículos está en su sitio
normal.
En este capítulo, he intentado avisarle de todos los peligros a los que usted y su
hijo se tendrán que enfrentar si da a luz en el hospital. Y estos son sólo los peligros
inmediatos. Además, existen los peligros psicológicos y de nutrición que surgen cuando
la separan de su hijo y cuando el hospital interfiere en el proceso natural de la lactancia
materna. Hablaré de estos en los próximos capítulos.

5.- Una alimentación adecuada para la salud y el crecimiento

La contribución más importante que usted puede hacer a la salud futura de su hijo
dependerá de la atención que le preste a la dieta que siga durante el embarazo y de que
alimente de forma adecuada a su hijo una vez que este haya nacido. Como su pediatra
sabe muy poco, y tiene aún menos interés, sobre nutrición, usted deberá convertirse en su
propio experto en lo que a la dieta de su hijo se refiere.
Su primera y más importante decisión sobre la alimentación de su hijo —si darle o
no el pecho— tendrá consecuencias sobre cómo se desarrolle y qué salud tenga durante la
infancia y en el futuro. Desgraciadamente, la mayoría de los tocólogos y de los pediatras
no le darán la suficiente importancia a la lactancia materna, y tampoco le darán toda la
información —si es que le dan alguna— sobre las deficiencias comparativas de los
biberones. Es, por tanto, esencial que usted se informe.
La lactancia materna es la base para un crecimiento emocional y físico saludable,
además de proporcionarle a usted y a su hijo otros muchos beneficios. A continuación le
expongo algunas de las ventajas de la lactancia materna que han propiciado, en los
Estados Unidos, un resurgimiento prometedor de este arte femenino:

La leche de la madre, comprobada durante millones de años, es el mejor nutriente para


los bebés, porque es el alimento perfecto de la naturaleza. Proporciona a su hijo todos los
nutrientes que necesita para un crecimiento saludable, al menos durante los seis primeros
meses de vida. Todos los pediatras y las autoridades en materia de nutrición reconocen su
superioridad sobre los biberones y la leche de vaca.

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La leche de vaca no tiene suficiente hierro y no se le debería dar a los bebés hasta,
por lo menos, los seis meses. Incluso entonces, debería introducirse con precauciones,
porque muchos bebés —casi un 15%— son alérgicos a la leche de vaca. Esta leche
debería ser considerada como causa potencial de muchas enfermedades.
Los biberones son menos que satisfactorios desde un punto de vista nutritivo,
incluso aunque los fabricantes añadan vitaminas y minerales a sus productos y afirmen
que son tan nutritivos como la leche materna. Si usted le da el pecho a su hijo, no existe
el riesgo de que a su leche le falte algún nutriente esencial, cosa que no puede decirse de
los biberones. Los fabricantes no sólo pueden dejar de incluir algún ingrediente esencial,
sino que lo han hecho, acarreando unas consecuencias desastrosas a los niños que se
alimentaron con sus productos. Un ejemplo clásico es la leche SMA, que carece de
vitamina B y que produjo deficiencias de piridoxina y convulsiones en los niños que la
tomaron; y la Neo-Mull-Soy, con un bajo contenido de sales, que causó retrasos en el
crecimiento.
Los biberones también predisponen al niño a la obesidad, porque estos productos
proporcionan unos nutrientes inadecuados. La leche humana tiene un 1,3% de proteínas;
la leche de vaca y en polvo tienen un 3,3% de proteínas, o más. Esa es la razón de que un
estudio realizado sobre 250 niños de seis semanas de edad encontrara que el 60% de los
niños alimentados con biberones estaba demasiado gordo, de los que tomaban el pecho
sólo el 19%. Un exceso de proteínas sobrecarga indebidamente los riñones, y algunos
niños cogen peso con más rapidez porque retienen más líquidos.
Por último, los niños que toman el pecho pueden comer hasta que se sientan
satisfechos, y no hay forma, ni necesidad, de medir la cantidad de leche que su hijo toma.
Los bebés alimentados con biberón suelen tener un horario fijo, con una cantidad exacta
de leche que deben tomar. Demasiado a menudo, las madres sienten que deben obligar a
su hijo a que se tome esa cantidad, haciéndole tragar el doble de lo que necesitan. Hablaré
mas adelante sobre la relación entre los biberones y la obesidad.
El bebé que toma el pecho obtiene de la leche de su madre una inmunidad natural a
muchas alergias e infecciones; al niño alimentado con biberones se le niega esa
inmunidad. La leche materna contiene unas sustancias únicas que inhiben el crecimiento
de virus y bacterias, esto le ofrece a su bebé una protección muy importante contra las
enfermedades en los meses más arriesgados de su vida.
El vínculo que se establece entre la madre y el niño es esencial para el desarrollo
emocional del bebé, y también tiene sus recompensas emocionales para la madre. La
lactancia materna es la forma ideal para establecer este vínculo casi desde el momento del
nacimiento. A menos que a usted le hayan dado demasiados fármacos durante el
embarazo, los cuales también afectan a su bebé, el deseo del niño de comenzar a nutrirse
debería comenzar en los 20 o 30 minutos que siguen al alumbramiento. Desde ese
momento, se le debería alimentar siempre que el bebé quiera. Y esto puede pasar hasta 20
veces al día.

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Las recompensas emocionales y psicológicas de la lactancia materna no pueden ser
superadas con nada. Si no le da el pecho a su hijo, ambos sacrificarán una de las
experiencias humanas que más ventajas ofrece. Como muy bien dijo el Dr. Grantly Dick-
Read, considerado por muchos como el padre del movimiento a favor del parto natural,:
«El recién nacido sólo exige tres cosas: el calor de los brazos de su madre, la leche de sus
pechos y la seguridad que le da su presencia. La lactancia materna satisface estas tres
necesidades. »
A los recién nacidos se les debería alimentar cuando tengan hambre, no siguiendo
un horario arbitrario. Ese es uno de los fallos adicionales de los procedimientos
postnatales que se siguen en la mayoría de los hospitales. Con mucha frecuencia, a las
madres y a los bebés se les exige que sigan un horario de alimentación de cuatro horas, y
eso sólo porque es mucho más cómodo para el personal del hospital. Esto no es bueno ni
para usted, ni para su bebé. El hambre de su bebé se regula por su necesidad de alimento,
no por el reloj de la sala de pediatría. Se le debería alimentar cuando él quiera ser
alimentado, ya sea una vez cada hora o una vez cada cuatro horas.
Si su bebé nace en un hospital, intente conseguir un permiso para que lo dejen en su
misma habitación y usted pueda alimentarlo siempre que él quiera y, de esa forma,
ayudar a que se cree el vínculo entre usted y él. Si no le permiten eso, exija que se lo
traigan cuando tenga hambre, y no cada cuatro horas. También insístale a su médico para
que evite que le den biberones suplementarios a su bebé mientras esté en la sala de
pediatría. Algunas enfermeras no pueden evitar la tentación de meter un biberón en la
boca del bebé que llora, incluso aunque esté tomando el pecho. Esto puede disminuir su
apetito cuando usted lo esté alimentado, y si no quiere tener que darle el biberón, lo mejor
es insistir en que la enfermera, en vez de meterle un biberón, se lo traiga a usted cada vez
que llore.
Es muy importante que nadie controle cuándo le da el pecho a su hijo. Si
usted le da el pecho en los minutos que siguen al alumbramiento, esto ayudará a prevenir
una hemorragia, ya que la succión del bebé hará que el útero se contraiga y vuelva antes a
su posición normal, lo que reducirá el flujo de sangre.
Las madres que dan el pecho recuperan su peso normal con más facilidad que
aquellas que abandonan esta fase del ciclo reproductivo recurriendo a los biberones.
Normalmente, de todos los kilos que la madre engorda durante el embarazo, unos cinco
son grasa que se acumula para la producción de leche que el niño necesitará cuando haya
nacido. Si usted le da el pecho, este exceso de grasa se consumirá durante el proceso. Si
no lo hace, necesitará un esfuerzo heroico para volver a su peso normal.
Si sólo le da el pecho a su hijo, usted tendrá una protección anticonceptiva, en la
mayoría de los casos, durante al menos seis meses, y en algunos ocasiones puede durar
hasta medio año. El acto de dar el pecho hace que su ciclo reproductivo entre en un
periodo de reposo, y no es frecuente que tenga la menstruación durante siete meses, o
más, después de haber dado a luz, o que se quede embarazada hasta que vuelva a tener el

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periodo. Sheila Kippley, autora de un libro excelente sobre la lactancia materna, examinó
los datos de las mujeres americanas que sólo habían dado el pecho a sus hijos y encontró
que la media estaba en 14'6 meses sin tener la regla después del parto.
Aunque este método anticonceptivo no es completamente fiable, es probablemente
tan efectivo como otros y no conlleva ningún riesgo. Pero, recuerde, si intercala los
biberones, el truco no funcionará. Si sólo le da el pecho a su bebé en algunas ocasiones, y
en otras le da el biberón, es posible que no obtengan la ventaja de la anticoncepción que
sólo puede dar la lactancia materna exclusiva.
Las madres primerizas me suelen hacer muchas preguntas sobre con qué frecuencia
y cuánto tiempo deben darle el pecho a su hijo, y qué cantidad darles. Mi respuesta —ya
le esté dando el pecho o el biberón— es que el bebé es el jefe. Aliméntele cuando le
parezca que está irritable, déjelo que mame hasta que pierda el interés y no se preocupe
sobre si come poco o mucho.
Si le da el pecho, el bebé consumirá en unos cuatro minutos entre el 80% y el 90%
de la leche disponible en cada pecho. Sin embargo, se aconseja que estén más tiempo por
razones emocionales y para estimular la producción de leche. El acto de dar el pecho,
incluso cuando sólo es mínimamente productivo en proporcionar alimento adicional,
estimula la lactancia y aumenta la producción de leche. Si, de forma indebida, limita el
tiempo o no le da el pecho a su bebé con la suficiente frecuencia, la lactancia puede
disminuir hasta el punto en que usted no produzca la leche que su bebé necesita.
Las razones emocionales para prolongar el periodo de lactancia son muy
importantes. Mis amigos de la Leche League, de la cual yo fui consejero médico durante
muchos años, me dicen que muchas más madres darían el pecho a sus hijos si supiesen la
maravillosa relación que se establece entre la madre y el niño. Dicen que, algunas madres
se sienten intimidadas por la idea errónea de que la lactancia materna es algo difícil e
incómodo. No hay duda de que muchas madres tienen esa preocupación, pero por
experiencia sé que, una vez que han experimentado los placeres de la lactancia materna,
esta preocupación desaparece. Si usted no está segura sobre si darle el pecho a su hijo, le
aconsejo que lea The Womanly Art of Breastfeeding [El arte femenino de la lactancia];
Breast-feeding and Natural Child Spacing; The Ecology of Natural Mothering.
No es necesario darle agua o vitaminas suplementarias a un bebé que está tomando
el pecho. Los bebés que se alimentan con biberones tampoco necesitan vitaminas
suplementarias, ya que estos productos las traen. Un niño sano no se beneficia en
absoluto por un exceso de vitaminas, pero este exceso sí que puede crearle problemas.

No comience a darle alimentos sólidos muy pronto.

Los bebés alimentados con leche materna no necesitan alimentos sólidos durante el
primer año de vida, y no se les debería dar hasta que cumplieran los seis meses. A los

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bebés que toman biberón no se les debería comenzar a dar hasta, por lo menos, los
cuatros meses. Hasta que el niño no tiene cuatro meses, muchos de los alimentos sólidos
que come pasan por su cuerpo sin ser digeridos. El intestino aún no está lo
suficientemente desarrollado como para procesar alimentos sólidos, especialmente las
proteínas. Por ejemplo, la enzima que se necesita para procesar el arroz no se encuentra
presente en cantidades adecuadas para digerirlo hasta que el niño tiene cuatro años. Los
alimentos sólidos se deberían evitar durante el primer mes de vida, ya que las defensas
contra las alergias no están totalmente desarrolladas, y también hay una mayor incidencia
de ahogamientos porque aún están aprendiendo el arte de tragar.
Los alimentos sólidos deberían introducirse de forma gradual en la dieta del niño.
Normalmente se suele empezar con frutas o cereales, y después, carne. Evite, en lo que
pueda, darle comida infantil preparada, no sólo porque es más cara, sino porque es mucho
menos nutritiva después de haber sido procesada innumerables veces.
Su bebé disfrutará más si es usted misma la que le prepara la comida. Utilice
carnes, frutas y verduras frescas, porque la comida enlatada o congelada contienen
distintos niveles de sal y otros aditivos, como nitritos o glutamatos monosódicos. Lave
muy bien los alimentos y asegúrese de que están bien cocidos. Después, muélalos,
hágalos puré, macháquelos o páselos por la batidora, y déselos con la cuchara.
Muchas madres han descubierto que, en su primera comida, los bebés responden
muy bien a los plátanos machacados o a las batatas cocidas. Parece que a los bebés les
gusta el sabor y, además, son muy fáciles de preparar. Puede empezar a introducirle los
cereales dándole trocitos de pan integral natural, aunque, probablemente, la mayor parte
del pan aterrice en el suelo antes de que el bebé aprenda a manejarlo. Si lo alimenta con
papillas de cereales cocidos, asegúrese de que se trata de la variedad natural, integral, no
de aquella procesada en la que se han quitados los ingredientes nutritivos y se han
añadido sustancias químicas potencialmente dañinas.
Los huevos deberían evitarse hasta que el niño cumpla un año, debido a que suelen
provocar reacciones alérgicas. Primero, introdúzcale huevos duros, sólo la yema
machada. Si, tras un par de semanas, no se ha producido ninguna reacción negativa puede
empezar a darle huevos revueltos sin leche. La leche de vaca debería evitarse al menos
hasta que el niño cumpla un año y, después, introducirla de forma gradual. Observe
atentamente a su hijo para asegurarse de que no se producen reacciones alérgicas físicas
ni emocionales, como lloros o excitación excesiva.
Una ventaja oculta que puede tener el que usted prepare la comida de su hijo es la
influencia que supondrá en la dieta de los otros miembros de la familia. Ellos compartirán
el esfuerzo que usted haga para darle a su hijo una dieta nutritiva, natural y equilibrada.
Sin embargo, a menos que quiera que coman fuera, no espere que les guste la cena si
también a ellos se la da hecha puré.
No permita que su pediatra, o cualquiera, intente persuadirla de que utilice
alimentos infantiles comerciales por razones de seguridad. Los fabricantes de alimentos

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infantiles no se reprimen a la hora de asustar a las madres que alimentan a sus hijos con
productos naturales, y no con productos enlatados. Un folleto editado con estos fines,
Querida mamá, publicado por los fabricantes de alimentación infantil Beech Nut, obligó a
que incluso el Comité de Nutrición del Colegio Oficial de Pediatría de América
protestara. El Comité dijo que las tácticas que la industria utilizaba para «asustar» a las
madres eran deplorables, y que temía que algunas frases de publicaciones científicas se
sacaran de contexto. El Comité declaró: «No estamos de acuerdo con los peligros
excesivos que se suponen derivan de los alimentos preparados en casa. Obviamente, se
debe tener cuidado con la preparación y almacenamiento de los alimentos infantiles, pero
la probabilidad de que los alimentos frescos preparados en casa sean tóxicos es muy
remota.»

El apetito de los niños cambia

Algunas veces, los padres se preocupan demasiado por cuánto come su hijo. Si el
pediatra dice que un niño alimentado con biberón debe tomar 150 ml, en cada toma, la
madre luchará con su hijo hasta que este se tome todo el biberón. Cuando el niño crece,
puede que haya muchas batallas para conseguir que el niño deje limpio el plato. Esto es
un error, y las preocupaciones son innecesarias, porque ningún niño —a menos que
padezca una anorexia nerviosa— se morirá nunca de hambre mientras tenga comida.
El apetito de un niño cambiará día a día, y año tras año, por varias razones: puede
depender de su grado de actividad; de que le guste más o menos la comida que le sirven;
y de si está en una fase de crecimiento. El niño, ya sea un bebé o un adolescente, comerá
lo que necesite.
Con frecuencia, los niños son condenados a sufrir de obesidad en su madurez
debido a que fueron sobrealimentados de pequeños. Los estudios realizados en niños de
todas las edades, mayores de 18 meses, demuestran que el 70% obtiene un exceso de
calorías, algo más del 250% de la cantidad recomendada para una dieta nutritiva y
energética. También se considera que el 30% de los niños en edad escolar padecen de
sobrepeso.
En el futuro, esto se convierte en un problema, ya que la obesidad del adulto
proviene de un exceso de células grasas producidas durante la infancia. El número de
células grasas aumenta desde el nacimiento hasta los dos años, y otra vez en la pubertad.
Un niño sobrealimentado puede tener de adulto 75 trillones de células grasas, frente a los
27 trillones de un niño a quien se le dio una dieta adecuada, pero no excesiva. Esta
diferencia es importante, porque lo que los adultos engordan no se debe a un incremento
del número de células grasas, sino a un incremento de su tamaño. Si durante la infancia se
han producido demasiadas células grasas, estas permanecen en el cuerpo de por vida,
esperando a que el adulto las llene cuando tome una comida rica en calorías o un pastel
de chocolate.

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En su esfuerzo para dar una nutrición sólida a sus hijos y a los otros miembros de
la familia, usted debería seguir una regla básica: cuanto más procesado está un alimento,
menos nutritivo es. Prácticamente, todos los alimentos son más nutritivos cuando están
crudos, en su estado natural. Si hay que cocerlos, la duración de la cocción debe ser la
mínima posible. Esa es una de las razones de porqué el método chino es tan atractivo. Las
frutas y verduras son mucho más nutritivas cuando son frescas que cuando han sido
cocinadas y enlatadas.
En el extremo opuesto, tenemos las comidas «rápidas» que tan populares se han
hecho en los Estados Unidos, y el pan y los cereales hechos con harina y azúcar refinada.
Las «calorías vacías» que aportan, y los aditivos químicos utilizados para darles color,
sabor, consistencia y para conservarlos, son la última cosa que su hijo necesita. Recuerde
eso cuando planee una comida para su familia. Sirva alimentos frescos y naturales, y
evite los alimentos procesados «listos para comer».
Si usted utiliza alimentos naturales y los cocina lo mínimo indispensable,
necesitará poco más que el sentido común para darle a su familia una dieta sana. No se
preocupe por todas las teorías médicas no probadas que advierten sobre los riesgos de
alimentar a su hijo con huevos, con productos lácteos o con cualquier otro alimento
natural, no procesado. Ofrezca una dieta variada, equilibrada, y su familia tendrá todos
los nutrientes que necesita. La guía básica para una dieta diaria que casi todos los
dietistas aconsejan para los adolescentes es la siguiente: tres partes de leche o de
productos lácteos, o una fuente alternativa de proteínas; dos partes de carne, queso,
huevos, mantequilla de cacahuete, judías o otra fuente de proteínas; cuatro partes o más
de fruta y verdura fresca; y cuatro o más partes de pan integral, sin harina refinada. Sin
embargo, hay que hacer notar que las necesidades nutritivas de un niño, incluyendo las
proteínas y el calcio, se pueden satisfacer sin la leche o sin ningún producto lácteo.
Recuerde que el desayuno es la comida más importante del día. Si su hijo se lo
salta será más propenso a coger infecciones y también a cansarse, lo que puede afectar a
su salud y notarse en su rendimiento escolar. Asegúrese de que toma alimentos sanos
para desayunar, y no chucherías azucaradas. No le deje acostumbrarse a ponerle azúcar a
los cereales, y no le compre esos cereales azucarados que los fabricantes anuncian tanto
en televisión.
Recuerde, también, que es la tradición, y no la nutrición, la responsable de la
costumbre americana de desayunar cereales, tostadas, panceta y huevos. Las necesidades
de nutrición de su hijo quedarán igual de satisfechas —o incluso mejor— si le da los
restos de la cena. A menudo he pensado que es muy irónico que muchos estadounidenses
se horroricen porque los niños mejicanos desayunan un tazón de judías y los chinos un
tazón de arroz integral. Los dos son alimentos sanos y contienen muchas proteínas y
vitaminas. Mientras tanto, el típico niño estadounidense se toma uno de esos cereales
caros que anuncian y que ha sido procesado hasta el extremo, y se rinde ante las calorías
vacías que no le harán ningún bien.

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Los niños no tienen que comer de todo

No se preocupe si a su hijo no le gustan momentáneamente algunos alimentos —


sobre todo las verduras—. Mientras tenga una dieta básica, donde estén representados
todos los grupos de alimentos, no es obligatorio que coma todas las verduras que existen
en el mercado. La causa típica de disputa durante las comidas parecen ser las espinacas,
que la mayoría de los niños odia y que, aparentemente, la mayoría de los padres creen
que es una fuente esencial de hierro y calcio. En realidad, aunque las espinacas son ricas
en estos minerales, son difíciles de digerir y aportan poca energía. Así que no obligue a
su hijo a comer espinacas si no le gustan. Si él detesta todas las verduras, intente
metérselas en potajes, sopas o en bocadillos, y anímelo a que las pruebe crudas.
No sea tan rígida con los horarios de comida que no le permita comer si tiene
hambre a cualquier otra hora. Puede que su reloj biológico no lo haya regulado el relojero
real. Si de repente tiene menos apetito, recuerde que puede tratarse simplemente de una
reducción natural de la necesidad de alimentos, pero también considere la posibilidad de
que esté picando entre comidas. Si es eso, asegúrese de que lo que pique sean alimentos
sanos, como fruta fresca, pasas, nueces, semillas, yogur, verduras crudas y leche.
Finalizaré este capítulo con una advertencia sobre las consecuencias potenciales
sobre la nutrición si su hijo tiene que ser hospitalizado. Es aquí, en su territorio, donde la
indiferencia que los médicos tienen por la nutrición se demuestra claramente. Por eso es
importante que usted observe si come bien durante su estancia hospitalaria y qué clase de
dieta recibe.
Algunos estudios han demostrado que más de la mitad de los pacientes
hospitalizados sufren de malnutrición a los pocos días de ingresar. Eso no se debe
necesariamente a lo poca calidad de la comida del hospital, de hecho, mucha es bastante
buena. Se debe a que los médicos están tan enamorados de la tecnología médica —
análisis de laboratorios y radiografías— que exigen que sus pacientes coman muy rápido
o muy poco. Hay algunos pacientes que, literalmente, están muriéndose de malnutrición
mientras que sus médicos los someten a una serie de complicadas pruebas para intentar
determinar qué es lo que va mal. Cuando el médico ha acabado con los tests, la
malnutrición puede haberse convertido en el problema principal del paciente.
Un estudio sobre nutrición realizado en un hospital de Nueva York encontró que
2/3 de 200 niños tenían problemas de nutrición. Los que realizaron el estudio dijeron que
esto no les sorprendía, pero que «estaban un poco enfadados por descubrir que la mayoría
de los médicos no sabían nada respecto a la nutrición pediátrica.» ¡La mayoría de los
médicos más prestigiosos que tratan a niños nunca han hecho un curso de ninguna clase
sobre nutrición!
No sé porqué deberían de haberse sorprendido. Hace algunos años, el presidente
del Comité sobre Nutrición del Colegio Oficial de Médicos de América dijo: «[...] la

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creciente sospecha de que un gran número de pacientes de los hospitales públicos se
estaban convirtiendo en víctimas de una malnutrición provocada por los médicos y de
una total inanición [...] Esto no es debido a una negligencia consciente por parte de los
médicos, sino a su desconocimiento sobre esta nueva ciencia que es la nutrición.»
Esta crítica no pasó desapercibida por el Colegio Oficial. Han resuelto su
problema, no el mío o el suyo, ¡suprimiendo el Comité sobre Nutrición!
No hay nada más importante que usted pueda hacer para criar a un niño sano,
aparte de poner menos confianza en la profesión médica, que asegurarse de que come los
alimentos adecuados en cantidades apropiadas, y de que evita aquellos que le pueden
perjudicar.

Asociación americana que promueve la lactancia materna (N.T)

6.- Qué debería esperar de su hijo

La mayoría de los libros sobre bebés hacen mucho hincapié en las fases de
desarrollo de la infancia (cuándo se sientan, se ponen de pie, gatean, andan) y en los
muchos problemas de comportamiento que aparecen conforme su hijo crece. Los padres
tienen todo el derecho a interesarse por estos asuntos, pero es raro que alguno suponga un
motivo de preocupación, y yo no necesito todo un libro para darle mi consejo sobre eso.
Lo haré en una sola frase: a menos que su hijo presente un problema obvio, no se
preocupe por cuándo se sienta, se pone de pie, gatea o anda.
Si es su primer hijo, sentirá la gran tentación de comparar sus progresos con los de
otros niños de su edad. Sé que nada de lo que pueda escribir evitará que usted haga eso,
pero espero que pueda convencerle de que esas comparaciones sirven más para llevar a
conclusiones erróneas que para informar. Durante los primeros años de vida, el desarrollo
de cada niño es tan diferente que las comparaciones no sirven para nada. Sin embargo, si
usted desea una regla con la que guiarse, pruebe con esta: la mayoría de los niños se
sientan con ayuda entre los 6 y los 8 meses; sin ayuda entre los 8 y 10 meses; comienzan
a andar entre los 12 y los 18 meses; hablan entre los 18 y 24 meses; montan en triciclo a
los 3 años; y pueden dibujar un cuadrado a los 4 años. Habiendo dicho esto, déjeme que
le recomiende encarecidamente que resista la tentación de enorgullecerse si su hijo
alcanza alguna de estas etapas antes de lo previsto, y que no se preocupe si su desarrollo
se retarda. Todos los niños normales, en algún momento de su desarrollo, llegan al
mismo sitio, y no tiene ninguna importancia si lo hacen más pronto o más tarde.
Antes o después, sus hijos aprenderán a hacer lo que usted espera de ellos, si sus
expectativas son realistas. Todos sabemos, aunque algunas veces lo olvidamos, que todos
los niños no aprenden con la misma rapidez, al mismo tiempo y con la misma facilidad.

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Tampoco se les puede pedir que alcancen los mismos logros cuando son adultos.
Desgraciadamente, ese conocimiento no nos impide poner grandes expectativas en
nuestros propios hijos desde que están en la cuna. Eso no nos impide que comparemos su
comportamiento con el de otros niños, comparaciones inútiles y peligrosas. El niño
precoz de hoy puede ser el niño retrasado de mañana, y viceversa.
Las expectativas esperanzadoras que ponemos en nuestros hijos son buenas si eso
nos anima a darles más atención y a ofrecerles la ayuda que necesitan para desarrollar su
potencial. Pero, también pueden ser desastrosas para el desarrollo y autoestima de
nuestros hijos si esas expectativas exceden su potencial, o si no tenemos la paciencia
suficiente para dejar que sus destrezas e intereses se desarrollen con normalidad durante
sus años de formación.
Algunas veces, es muy difícil que los padres que ponen grandes expectativas —y
que puede que ellos mismos hayan conseguido unas metas muy altas—, recuerden que la
ocupación de los niños es jugar y aprender. Debemos aceptar el hecho de que, durante los
años de desarrollo, no se puede esperar que los niños se comporten como adultos. Lo más
frecuente es que muchas de las cosas que hacen parecerán como si casi las hubiesen
planeado para hacer que nos subamos por las paredes. Nada de lo que diga en este
capítulo hará que el fastidioso comportamiento de su hijo le preocupe o exaspere menos,
pero puede ser más fácil vivir con eso si usted comprende que es algo normal.

Comportamientos físicos que preocupan a los padres

Primero, diferenciemos el comportamiento físico del emocional. ¿Cuáles son los


comportamientos físicos que más preocupan a los padres? Todos los bebés, a menudo
causando las primeras preocupaciones de los padres, tosen, eructan, estornudan, tienen
hipo, gases, regurgitan y vomitan. Al principio, usted puede preocuparse y preguntarse si
esto son síntomas que indican una deficiencia en la dieta de su hijo. No tiene ninguna
necesidad de preocuparse, porque mientras su hijo coma bien y no pierda peso, se puede
considerar como un comportamiento normal.
Ya que estamos con el tema de los sonidos de los bebés, déjeme que le prevenga de
que no se obsesione con los eructos. Hace mucho tiempo, una madre descubrió que su
hijo regurgitaba menos la comida si ella le daba palmaditas en la espalda hasta que el
exceso de aire salía de su estomago. Esta técnica se ha convertido en un ritual tan
importante que algunas madres primerizas parecen creer que su hijo no sobrevivirá si no
suelta un gran eructo después de cada comida. De hecho, no hay ninguna ley grabada en
piedra que diga que su hijo tenga que eructar. Algunos bebés tragan mucho aire y sueltan
grandes y sonoros eructos. Otros, tragan muy poco aire y no necesitan eructar. Si usted
descubre que el hecho de eructar hace que su hijo regurgite menos la comida, ayúdelo un
poco, pero no haga un mundo de ello. No hay ninguna razón médica que justifique que el
bebé tenga que eructar.

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Siguiendo con el tema, déjeme decirle un par de cosas sobre los cólicos. Este es el
nombre que las madres y los médicos dan a un fenómeno que normalmente se da antes de
los tres meses. Un niño que estaba tranquilo y contento, de repente, comienza a agitar las
piernas y a llorar desaforadamente. Puede parecerle sorprendente, considerando que
siempre ha habido bebés sobre la Tierra, pero no hay ninguna evidencia científica que
nos indique cuál es la causa. Sin embargo, la palabra cólico es un término muy cómodo
que los médicos utilizan para explicar un llanto al que no pueden darle explicación.
Algunos libros de medicina hablan de «gases» en el intestino, causados por una
fermentación excesiva de los carbohidratos, pero, después, dicen que quitar los
carbohidratos no alivia el problema, lo cual plantea serias dudas sobre su explicación. La
verdad es que muchas madres y la mayoría de los médicos se refieren a los «cólicos»
como un llanto incontrolable causado por «gases» que se acumulan en el estómago del
bebé. Los científicos dicen que no saben qué es lo que lo provoca. Yo estoy con los
científicos. ¡Tampoco yo lo sé!
El llanto es el segundo comportamiento preocupante que aparece cuando nace el
bebé. El primer llanto que usted oye es tranquilizador, pero, de ahí en adelante, los padres
podrían pasar tranquilamente sin escuchar un solo llanto. Durante años, los médicos han
estado dando un montón de malos consejos sobre qué hacer cuando su bebé llora, y
muchos niños han sufrido debido a esos consejos.
Hace poco, me divirtió mucho encontrarme con un libro publicado en 1894 por el
Dr. Luther Emmett Holt, que suele ser considerado como el padre de la pediatría. El libro
Care and Feeding of Children [Cuidado y Alimentación de los Niños], se editó más de 75
veces y se tradujo a tres idiomas. Mientras lo leía, recordé de dónde habían sacado los
pediatras todos sus malos consejos. He aquí lo que él dice sobre el llanto.

¿Cuándo es útil el llanto?


En el recién nacido, el llanto expande los pulmones, y es necesario que se repita durante
unos minutos cada día para que los pulmones se mantengan bien expandidos.

¿Cuánto tiempo debe llorar normalmente un bebé?


Entre 15 y 30 minutos al día.

¿Cuál es la naturaleza de este llanto?


Es un llanto fuerte y enérgico. A los niños se les pone la cara roja; de hecho, es un grito.
Esto es necesario para la salud. Es el ejercicio del bebé.

¿Cuál es el llanto por complacencia o costumbre?


Es el que se suele escuchar en niños muy pequeños, que lloran para que los acunen, para
que los cojan, algunas veces para que les enciendan la luz de la habitación, por un
biberón, o por cualquier otra mala costumbre que hayan adquirido.

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¿Cómo podemos estar seguros de que el niño llora para que lo complazcan?
Deja de llorar inmediatamente que consigue lo que quiere, y vuelve a llorar cuando
se lo quitan.

¿Cómo hay que manejar a un niño que llora porque tiene mucho genio o quiere que le
complazcan?
Simplemente se le debería dejar que llore. Normalmente, no suele hacerlo dos
veces.

¿A qué edad se debe empezar a jugar con los bebés?


Nunca hasta los cuatro meses, y mejor si no es hasta los seis. Cuanto menos, mejor
para el niño.

¿Qué daño se hace jugando con niños muy pequeños?


Se convierten en nerviosos e irritables, duermen mal y sufren en otros aspectos.

El Dr. Holt también recomendaba alimentarlos con un horario fijo, meterlos en la


cama todos los días a la misma hora, dejar de alimentarlos por la noche a los cinco meses,
y no mecerlos, porque es «inútil y algunas veces peligroso». También afirmaba que, bajo
ninguna circunstancia, se debe dejar que un niño se meta en la cama con su madre.

Los niños lloran porque tienen problemas

Muchos de los consejos del Dr. Holt son todavía aceptados por la mayoría de los
pediatras. Estúdielos, y después haga lo contrario. Los niños lloran porque tienen hambre,
porque se sienten solos, cansados, porque están mojados o les duele algo. La gente
compasiva no les niega el consuelo a los adultos que lloran, sea cual sea la razón. ¿Por
qué, en nombre del Cielo, debería un padre cariñoso negarle el consuelo a un niño
pequeño? Si su hijo llora, no le deje que siga. Cójalo y descubra la razón. Si llora por la
noche porque se siente solo o asustado, métalo en la cama con usted.
Los psicólogos y psiquiatras siempre me hacen pasarlo mal cuando hago esta
última recomendación. Me acuerdo de cuando participé en un programa de televisión con
Tine Thevenin, autora de The Family Bed [La cama familiar], y con un psiquiatra que
utilizaba la teoría del complejo de Edipo y otras para atacar a Tine. El presentador me
preguntó mi opinión, y yo le dije que estaba de acuerdo con el psiquiatra. Dije que los
psiquiatras no deberían meter a sus hijos en la cama con ellos, ¡pero que era
perfectamente correcto que lo hicieran los demás!

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La diarrea, el estreñimiento y el control del pipí también son unos problemas que
preocupan a los padres desde que el niño nace. Muchas madres primerizas se preocupan
por el aspecto que tienen las heces de su bebé, especialmente si le están dando el pecho.
El color y la consistencia de las heces de un bebé varían considerablemente dependiendo
de la dieta. Por ejemplo, los bebés que toman el pecho suelen tener unas heces que
parecen una tortilla con poca consistencia. Esto no es diarrea: es perfectamente normal y
no supone ningún motivo de preocupación. Sin embargo, existe el peligro de que su
pediatra utilice esta situación normal como una excusa para hacer que usted deje de darle
el pecho y comience con los biberones.
Si eso ocurre, no le haga caso. La regla más sensata es la siguiente: si su hijo crece
bien y coge peso, no se preocupe por la consistencia de las heces, ya sean muy líquidas o
duras como canicas. Sólo debe preocuparse cuando el niño no esté creciendo bien, pierda
peso o haya sangre en las heces. En ese caso, consulte con un médico. Sin embargo, si
acude a él, tenga cuidado con la medicación a menos que su médico pueda diagnosticar
una causa específica. Los pediatras son unos maniáticos de las heces, y tienden a tratar
las heces sueltas con opiáceos, como el Lomotil. Si no hay una enfermedad específica, la
manera más inteligente de actuar —y que, en realidad, no necesita supervisión médica—
es buscar alimentos que produzcan alergia y eliminarlos de la dieta. Lo más frecuente es
que se trate de la leche de vaca.
Esto también vale para el estreñimiento. No hay un número mágico de veces que el
niño deba hacer caca, y no hay ninguna razón para preocuparse si no lo hace una vez al
día. Si parece que el niño está estreñido, intente buscar la causa en su dieta, y vaya al
médico sólo cuando el estreñimiento esté acompañado de dolores o de sangre.
Por lo que respecta al control de los esfínteres, no le haga caso a los consejos
médicos, porque su pediatra no sabe mucho más que usted. Es un asunto familiar. No
supone ninguna diferencia, excepto para su propia comodidad, si su hijo empieza a
controlar tarde o temprano. Algunos niños lo controlan muy pronto, otros no. Y yo no
puedo darle ninguna fórmula mágica si su hijo es uno de estos últimos. Aunque mis hijas
sí tienen una: ¡le pidieron consejo a su madre!
Los comportamientos emocionales de los niños que pueden frustrar y enfadar a los
padres son casi interminables: desde «los terribles dos años» a la «complicada
adolescencia». Lo que siempre debe recordar, cuando esté a punto de perder la paciencia,
es que estos comportamientos son el resultado de un proceso de desarrollo sin el cual su
hijo nunca sería un adulto en condiciones. Lo que es más, el castigo físico rara vez es, si
es que es alguna, la solución.
La reacción inmediata más normal que tendrá cuando su hijo, en su intento de dar
los primeros pasos, tire del mantel de la mesa y rompa su jarrón preferido será enfadarse.
Si es así, usted debe aprender a controlarse, porque en esa edad un castigo físico no
solucionará el problema: lo único que conseguirá será confundir al niño. Una respuesta
más adecuada será intentar acordarse de que el niño no está siendo malo a propósito.

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Simplemente está ejercitando una curiosidad normal que le permitirá aprender y ensayar
con sus habilidades motoras recién descubiertas. Después, sea firme, pero no agresiva, a
la hora de enseñarle la palabra no, y ponga el resto de los objetos que le gustan fuera de
su alcance.

Los castigos no son la solución

Prácticamente, todos los comportamientos infantiles problemáticos provienen de


alguna causa emocional. Su respuesta no debe ser castigar al niño, sino aislar la causa. A
menudo, tras haber conseguido, después de una larga lucha, que su hijo controle el pipí y
la caca, este puede empezar de repente a mojar otra vez los pantalones. Él no lo hace
deliberadamente, porque a ningún niño le gusta ni estar mojado ni la respuesta maternal
negativa que esto provoca. Es prácticamente seguro que cuando esto sucede es porque el
niño está respondiendo a algún estrés ambiental. No le pegue a su hijo: intente identificar
y eliminar la causa del estrés.
Recuerde que si de repente su hijo comienza a comportarse de forma violenta con
sus amiguitos o empieza a tener problemas de disciplina en el colegio, probablemente sea
porque está reaccionando ante alguna situación que está fuera de su control. Podría ser
una enfermedad, cansancio, hambre, defectos visuales o auditivos o, simplemente, una
reacción ante las tensiones que vive en casa. Puede que incluso se deba a una respuesta
ante la pérdida de autoestima debido a que usted ha puesto demasiadas expectativas en él.
Si esa es la razón, no responderá positivamente ante el castigo. El apoyo emocional y
unas constantes muestras de amor y afecto es la mejor cura.
Por supuesto que se debe educar a los niños para que tengan un comportamiento
adulto responsable, pero los padres no deberían esperar que lo consiga de una vez.
Tampoco hay ninguna prueba convincente de que se puedan conseguir resultados
positivos siguiendo el viejo refrán de quien bien te quiere te hará llorar. El castigo
corporal, en cualquier edad, confunde y traumatiza al niño, que no puede entender por
qué el padre y la madre que quiere, y que se supone que lo quieren a él, de pronto se
enfadan con él y le causan dolor físico. Esto puede hacer que se sienta inseguro, resentido
e, incluso, que no vale para nada. Las consecuencias pueden ser daños psicológicos.
Las consecuencias de los castigos físicos sobre el desarrollo del niño han sido
ampliamente estudiadas, y todos los investigadores han llegado al acuerdo de que la
violencia perjudica tanto a los padres como al niño. No les enseña a los niños qué hacer y
sólo proporciona un beneficio temporal, si es que lo consigue, al enseñarles qué no hacer.
No puedo negar que, en algunas ocasiones que estaba muy enfadado, he levantado la
mano a mis hijas, pero la mayoría de las veces he intentado conseguir lo que quería
dándoles ejemplo, mucho cariño y amor. Estoy más que satisfecho con los resultados, y
espero y confío que mis nietos no tengan que sufrir ningún castigo físico de ninguna
clase.

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Algunas máximas sobre el comportamiento infantil

Si usted se siente tan frustrado con cualquier comportamiento de su hijo que le


entran ganas de castigarle físicamente, conténgase. Considere otros métodos alternativos
de modificación de la conducta que puedan ser más efectivos. Hay muchas alternativas
frente a la violencia, pero el tema es demasiado amplio como para tratarlo aquí. Hay
muchos libros que le darán buenos consejos, así que todo lo que expongo aquí es un
puñado de máximas sobre el comportamiento infantil que he aprendido durante mis años
de experiencia con los niños.
Los niños no son adultos, así que no espere que se comporten como tales.
Los niños aprenden actuando, así que no espere que le guste todo lo que hacen.
Es muy raro que el comportamiento de un niño se adecue a las expectativas de los
padres.
Es más normal que los niños hagan lo que usted hace que lo que usted dice.
La adolescencia es una época en la que el niño aprende a ser adulto probando sus
alas. Quizás necesite una cuerda, pero nunca una jaula.
Con frecuencia, es menos importante para los padres controlar el comportamiento
de sus hijos que para estos controlar el suyo propio.
Los niños reaccionan ante la cólera; responden ante el amor y el afecto.
El dolor que usted infrinja a su hijo, será el que él infrinja al suyo.

Un ambiente hogareño seguro y con amor, así como la estabilidad emocional


dentro de la familia, parece que son los elementos principales para superar algunos de
esos comportamientos específicos que preocupan o molestan a los padres. Entre ellos se
incluyen: chuparse el pulgar, morderse las uñas, meterse el dedo en la nariz, balanceos de
cabeza, mojar la cama y el sonambulismo. Hay un montón de tratamientos tradicionales
para estas molestias comunes, algunos de los cuales parece que funcionan con los niños,
pero no hay ninguna «cura» médica específica para ninguno de ellos.
Usted podrá sobrellevar mejor estos problemas si no le da demasiada importancia, si le
presta atención a las necesidades emocionales de su hijo, si se asegura que él sabe que
usted lo quiere —haga lo que haga— y si evita hacer que él se sienta inseguro. Si usted
desarrolla esa clase de relación afectuosa con él, hará mucho más que eliminar unas
costumbres molestas. ¡Se verá recompensado con un niño feliz, confiado y
emocionalmente estable!

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7.- Fiebre: la defensa del cuerpo contra la enfermedad

¿Se preocupa cuando su hijo tiene fiebre hasta el punto de coger el teléfono y
hacérselo saber inmediatamente al médico? Muchos padres lo hacen, porque los
profesionales de la medicina —los médicos y el personal de enfermería— les han hecho
creer que todas las fiebres son peligrosas. Los médicos también han reforzado la noción
errónea de que la gravedad de la enfermedad depende de lo alta que sea la fiebre del niño.
Esa es la razón de que la fiebre sea el síntoma por el que un 30% de pacientes van a ver al
pediatra.
Cuando usted llama por teléfono al pediatra para decirle que su hijo está enfermo,
lo primero que, casi siempre, él le pregunta es: «¿Le ha puesto el termómetro?» Da igual
que usted le diga que tiene 38 o 39 grados, lo más probable es que el pediatra le aconseje
que le dé al niño una Aspirina y lo lleve a la consulta. Este ritual es casi universal entre
los pediatras. Sospecho que algunos de ellos lo hacen de forma tan mecánica que le
darían el mismo consejo si usted le dijera que la temperatura de su hijo es de 41 grados.
Lo que a mí me preocupa es que ellos hacen la pregunta equivocada y dan el consejo
erróneo. El hecho de que la fiebre sea su primera preocupación implica que hay algo
implícitamente peligroso en tener fiebre. Después, cuando le recetan la Aspirina, le llevan
a la inevitable conclusión de que es necesario y deseable tratar a su hijo con fármacos
para bajarle la fiebre.
Esta comedia continua cuando usted lleva a su hijo a la consulta del médico. En la
mayoría de los casos, lo primero que la enfermera hace es tomarle la temperatura y
apuntarla en un gráfico. No hay nada malo en eso. Una temperatura alta es una pista para
el diagnóstico, que puede ser importante dentro del contexto de lo que el médico
descubra durante los exámenes siguientes. El problema es que normalmente se le da más
importancia de la que en realidad tiene. Cuando, por fin, el médico llega a la habitación y
puede mirar el gráfico, pone una expresión de preocupación y dice gravemente: «
¡Hummm, 38 grados. Bueno, ¡será mejor hacer algo sobre eso! »
Eso es una tontería —una tontería engañosa— porque la presencia de fiebre, en sí
misma, no significa que él tenga, o deba, hacer algo. A menos que haya síntomas
adicionales, como una apatía extrema, un comportamiento anormal, dificultades para
respirar y otros síntomas que puedan indicar que se trata de una enfermedad seria, como
la difteria o la meningitis, su médico debería decirle que no hay nada de lo que
preocuparse y mandarle a usted y a su hijo a casa.
No es raro, en vista de esta engañosa preocupación de los médicos por la fiebre,
que una gran mayoría de los padres a los que se entrevista para elaborar estudios le
tengan un gran temor y que su grado de preocupación aumente con cada grado de más
que se registre en el termómetro. Esta preocupación rara vez está justificada. Usted se
ahorrará un montón de angustias paternales, y su hijo evitará los análisis, radiografías y
medicamentos innecesarios y potencialmente peligrosos, si recuerda algunos principios

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básicos sobre la fiebre. Son verdades que todos los médicos deberían saber, que muchos
parecen ignorar y que la mayoría de ellos no le dirá.

Hecho Nº1: Una temperatura de 37 grados no es la temperatura «normal» para todo el


mundo.
Eso es lo que siempre nos han dicho, pero, simplemente, no es verdad. La norma
de 37 grados de temperatura corporal es meramente una media estadística, y lo «normal»
para la mayoría de la gente es tener o más, o menos. Esto ocurre especialmente en los
niños. Su temperatura «normal», medida en estudios cuidadosamente controlados, varía
de un mínimo de 36'2 grados, a un máximo de 37,5. Muy pocos de estos niños
perfectamente sanos registraron temperaturas de, precisamente, 37 grados.
La temperatura de su hijo también puede tener fluctuaciones importantes durante el
día. Es normal que al final de la tarde sea un grado más alta que por la mañana temprano.
Por eso, una lectura alta tomada a la hora de la cena puede ser una lectura perfectamente
normal a esa hora del día.

Hecho Nº2: La temperatura de su hijo puede subir por varias razones, sin que eso
signifique que esté enfermo.
La temperatura de los niños puede ser alta si están digiriendo una comida pesada.
En las adolescentes, durante la pubertad, puede subir si están en periodo de ovulación.
Algunas veces se debe a los efectos secundarios de los medicamentos prescritos por su
médico —antihistamínicos y otros—.

Hecho Nº3: Las fiebres por las que usted debe preocuparse suelen provenir de causas
obvias.
La mayoría de las fiebres que indican problemas graves son el resultado de un
envenenamiento, o de una exposición a sustancias tóxicas que se encuentran en el
ambiente, o debido a «golpes de calor». Seguramente, habrá podido comprobar esto
último en persona o por la televisión —el soldado que se desmaya durante un desfile
militar, el corredor de maratón que se cae debido a un ejercicio físico excesivo bajo el
calor del sol— Una temperatura de 40,15 grados o más, resultante de estas causas, puede
ocasionar daños corporales permanentes, como los que se producen cuando alguien pasa
demasiado tiempo en una sauna o en un Jacuzzi.
Si usted sospecha que su hijo ha ingerido una sustancia venenosa, llame
inmediatamente al centro de toxicología. Si no tiene acceso a uno, no espere a comprobar
si se producen reacciones adversas. Corra a la sala de urgencias de un hospital y, si es
posible, llévese el envase del veneno. Eso ayudará a determinar el antídoto adecuado. La
mayoría de las veces, la sustancia ingerida será relativamente inocua, pero si no lo es, se
alegrará de haber buscado ayuda rápidamente.

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También es esencial un tratamiento inmediato si su hijo se desmaya y pierde el
conocimiento —aunque sólo sea por unos segundos—, porque haya realizado una
actividad agotadora bajo un fuerte sol, o porque ha estado demasiado tiempo en la sauna.
No sólo llame al médico, llévelo inmediatamente a la sala de urgencias de un hospital.
Estas influencias externas son potencialmente peligrosas porque pueden superar las
defensas que tiene el cuerpo y que, normalmente, previenen que las temperaturas
alcancen unos niveles tan peligrosos.
La subida de temperatura causada por estos fenómenos se da en muy raras
ocasiones. Usted puede identificarla si conoce las circunstancias y los síntomas
asociados, como la pérdida de conciencia, que no deja lugar a dudas de que se trata de
algo serio.

Hecho Nº4: Las lecturas de la temperatura pueden varias dependiendo de dónde se


tomen.
La temperatura rectal en los niños mayores suelen ser un grado más alta que la
temperatura oral, y la axilar (debajo del brazo) un grado más baja. Sin embargo, la
temperatura rectal en los bebés suele variar muy poco de la oral o la axilar. En
consecuencia, la lectura axilar es bastante adecuada para determinar la temperatura de un
niño, y no es necesario utilizar un termómetro rectal. Evite utilizarlo y le ahorrará a su
hijo el riesgo de padecer una perforación rectal —un raro accidente que ocurre algunas
veces al introducir el termómetro—. Menciono este riesgo sólo porque las perforaciones
rectales son muy peligrosas en la mitad de los casos en que ocurren. Esa es la razón por la
que aconsejo a los padres que no tomen la temperatura rectal. No hay ninguna necesidad
de hacerlo, así que ¿por qué arriesgarse a dañar a su hijo?
Por último, no crea que puede saber cuánta fiebre tiene su hijo poniéndole la mano
en el pecho o en la frente. Se ha demostrado que ni siquiera los profesionales cualificados
pueden hacerlo con cierta fiabilidad, y tampoco los padres.

Hecho Nº5: Cuando aconsejo en contra de un tratamiento para la fiebre, hago una
excepción con los recién nacidos.
Los recién nacidos pueden padecer infecciones debidas a las intervenciones
obstétricas durante el parto, por circunstancias prenatales o hereditarias, o a situaciones
que se dan poco tiempo después del nacimiento. Pueden desarrollar abscesos craneales
como resultado de la monotorización fetal interna, o una neumonía por aspiración
causada porque el líquido amniótico entró en sus pulmones debido a que la madre recibió
mucha medicación durante el parto. Puede coger una infección como resultado de la
circuncisión que el tocólogo le hizo antes de que dejara el hospital. Y, por último, pueden
coger infecciones por los miles de gérmenes que pululan en el hospital. (¡Esa es una de
las razones por las que mis nietos han nacido en casa!) La prudencia exige que lleve a su
recién nacido al médico cuando tenga alguna fiebre en los primeros meses de vida.

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Hecho Nº6: Si su bebé tiene fiebre, no descarte que sea debido a que esté demasiado
abrigado.
Los padres, sobre todo los primerizos, se suelen preocupar demasiado por mantener
a su hijo abrigado. Los envuelven con miles de ropitas y mantas, olvidando que el bebé
no puede deshacerse de ese exceso de ropa si el calor se vuelve asfixiante. El resultado
puede ser la fiebre. Si su bebé ya tiene fiebre, quizás acompañada de escalofríos, y usted
responde envolviéndolo con pesadas mantas, lo único que conseguirá será que suba la
fiebre. Una regla muy fácil que siempre les sugiero a mis pacientes es que le pongan a su
bebé tanta ropita como la que ellos mismos se pondrían para estar cómodos.

Hecho Nº7: La mayoría de las fiebres son debida a infecciones víricaes y bacterianas que
el propio mecanismo de defensa del cuerpo puede superar sin ayuda médica.
Las causas más comunes que provocan una fiebre alta en niños de todas las edades
son el resfriado común y la gripe, que pueden generar fiebres de hasta 40 grados, sin que
eso sea una causa legítima de alarma. El único riesgo potencial es la deshidratación, que
puede ser consecuencia de las condiciones que acompañan a la fiebre, como una
transpiración excesiva, una respiración rápida, tos, nariz atascada, vómitos y diarrea.
Usted puede ayudar a evitar la deshidratación asegurándose de que su hijo bebe mucho
líquido. Una buena regla es la de darle unos 20 cl, de líquido cada hora, preferiblemente
líquidos que tengan algún valor nutritivo. Aunque, como eso es mucho líquido, no
importa mucho de qué clase sea, así que dele zumos de frutas, refrescos, té o cualquier
bebida que a él le guste mucho.
En la mayoría de los casos, usted podrá identificar una fiebre producto de una
infección vírica o bacteriana, porque los síntomas que la acompañan son los típicos de
esas enfermedades —tos, nariz atascada o con mocos, ojos lagrimosos, etc.— No hay
ninguna necesidad de ir al médico o de darle alguna medicación si no aparecen otros
síntomas, porque no hay nada que usted o él puedan darle que cure una infección de esa
clase con más eficacia que las propias defensas del cuerpo. Los medicamentos para
aliviar el malestar pueden interferir en los esfuerzos que hace el cuerpo para curarse a sí
mismo. Las razones las explicaré más tarde. Los antibióticos pueden acortar el curso de
una infección bacteriana, pero los riesgos superan los beneficios.

Hecho Nº8: No hay ninguna relación consistente entre una fiebre alta y una enfermedad
grave.
Hay una noción errónea de que la fiebre alta indica una enfermedad grave, aunque
no existe ningún consenso entre los padres, o incluso entre los médicos, sobre a qué se le
llama alta. Entre mis pacientes hay muchas opiniones diferentes sobre este asunto, y
también sobre el nivel que debe alcanzar la fiebre antes de decir que es demasiado alta.
Las investigaciones han demostrado que más de la mitad de los padres considera que la

60
fiebre es alta entre los 37,5 y 38,2 grados, y casi todos creen que es alta cuando llega a los
38'5 grados. Estos padres también están convencidos de que la subida de fiebre es
proporcional a la gravedad de la enfermedad.
Eso es totalmente falso. Si la fiebre se produce por una infección vírica o
bacteriana, el conocer la temperatura exacta de su hijo no le dirá nada sobre lo enfermo
que está,. Por lo tanto, es inútil agobiarle poniéndole el termómetro cada hora para saber
si la fiebre sube. No ganará nada haciendo eso, únicamente se asustará más y preocupará
al niño.
Algunas enfermedades comunes e inofensivas, como la roseola, hacen que a
algunos niños les suba mucho la fiebre, mientras que otras enfermedades más serias
pueden no provocar ninguna fiebre en absoluto. A menos que la fiebre de su hijo vaya
acompañada de otros síntomas adicionales, como vómitos o dificultad respiratoria, no
hay ninguna necesidad de preocuparse, incluso aunque llegue a los 40 grados.
Lo más importante a la hora de determinar si una fiebre es el resultado de una
infección leve, como un resfriado común, o de una más seria, como la meningitis, es
comprobar el aspecto general que tiene el niño, su comportamiento y su actitud. Usted
puede juzgar todos estos factores mucho mejor y con más exactitud que su médico,
porque usted conoce mejor que nadie el comportamiento y el aspecto de su hijo. Si el
niño está apático o confundido, si da muestras de cualquier comportamiento anormal
durante más de un día, llame al médico. Si, por el contrario, está activo, juega y se
comporta como siempre, no debe temer que se trate de una enfermedad seria.
De vez en cuando, veo en revistas de pediatría artículos sobre la «fiebrefobia». Ese
el término utilizado por los médicos para describir el miedo «irracional» que algunos
padres le tienen a la fiebre. Esto es típico de la actitud de «culpa a la víctima», actitud que
prevalece en mi profesión. Los médicos no cometen errores; cuando esto pasa la culpa es
del paciente. Por lo que a mí respecta, la «fiebrefobia» es una enfermedad de los
pediatras, no de los padres, y mientras que los padres sean las víctimas, la culpa es de los
médicos.

Hecho Nº9: Las fiebres provocadas por infecciones víricas y bacterianas y que no se
tratan, no suben inexorablemente y no sobrepasarán los 39,5 grados.
Los médicos le hacen un mal servicio a usted y a su hijo cuando prescriben
fármacos para reducir la fiebre. Esto lo hacen para darle validez al miedo normal que
muchos padres tienen de que la temperatura de su hijo siga subiendo a menos que se
tomen medidas para controlarla y bajarla. Ellos no le dirán que el hecho de reducir la
temperatura no hará que el paciente se cure, ni que nuestro cuerpo tiene un mecanismo —
que todavía no está totalmente explicado— que impedirá que una fiebre provocada por
una infección alcance los 40 grados.
Sólo cuando se produce una insolación, una intoxicación u otra causa externa que
provoca la fiebre, este mecanismo se ve superado y es inoperativo. En esos casos la fiebre

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puede alcanzar y superar los 40 grados. Los médicos saben esto, pero la mayoría de las
veces se comportan como si no lo supiesen. Yo creo que lo hacen por el simple placer de
hacerle creer a ustedes, los padres, que ellos han hecho algo para ayudar a su hijo.
Además, dan muestras de lo compulsivos que son a la hora de intervenir siempre que
tienen oportunidad para hacerlo y del trabajo que les cuesta admitir que hay
enfermedades que no tienen un tratamiento efectivo.
Exceptuando las enfermedades terminales, ¿alguna vez le ha dicho un médico que
no hay nada que él pueda hacer?

Hecho Nº 10: Las medidas que se toman para reducir la fiebre, como los fármacos o los
baños, son más que innecesarias; en realidad, son contraproducentes.
Si su hijo coge una infección, la fiebre que la acompaña es una bendición, no una
maldición. Se debe a la liberación espontánea de pirógenos que provocan que la
temperatura corporal suba. Este es un mecanismo natural de defensa que nuestro cuerpo
utiliza para luchar contra la enfermedad. La presencia de fiebre indica que el mecanismo
de reparación del cuerpo se ha puesto en marcha.
El proceso funciona de la siguiente forma: cuando aparece una infección, el cuerpo
de su hijo responde fabricando más glóbulos blancos (leucocitos). Ellos destruyen las
bacterias y los virus, y eliminan los tejidos dañados y el material de desecho de su
cuerpo. La actividad de estos glóbulos blancos también aumenta, y se mueven con más
rapidez hacia donde está localizada la infección. Esta parte del proceso, denominada
leucotaxis, se ve estimulada por la liberación de pirógenos, que elevan la temperatura
corporal. He aquí la fiebre. Una elevación de la temperatura corporal únicamente indica
que el proceso de curación se está acelerando. Es un motivo de alegría, no de miedo.
Pero eso no es todo lo que ocurre. El hierro, que muchos gérmenes necesitan para
reproducirse, se aparta de la sangre y se almacena en el hígado. Esto reduce la velocidad
con que se multiplican las bacterias. La acción del interferón, una sustancia que el cuerpo
produce naturalmente para luchar contra las enfermedades, también se hace más efectiva.
En los experimentos de laboratorio con animales se les ha provocado fiebre, de
forma artificial, para comprobar este proceso. Las fiebres altas han hecho disminuir el
índice de mortalidad entre los animales infectados con alguna enfermedad, pero si se
bajaba su temperatura corporal, la mayoría de ellos moría. Durante muchos años, se ha
provocado artificialmente la fiebre en aquellos humanos que no podían producirla por sí
mismos.
Si su hijo tiene fiebre debido a una infección, resista la tentación de bajársela con
fármacos o dándole un baño. Deje que la fiebre siga su curso. Si su corazón de padre le
obliga a hacer algo para aliviar el malestar de su hijo, pásele una esponja con agua tibia o
dele una pastilla de paracetamol con la dosis recomendada para su edad. No haga nada
más, a menos que la fiebre persista más de tres días, aparezcan otros síntomas o su hijo
tenga aspecto de estar realmente enfermo. En ese caso, vaya al médico.

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Quiero insistir en que, aunque reducirle la fiebre puede hacer que su hijo se sienta
mejor, si usted lo hace puede estar interfiriendo en el proceso curativo natural. La única
razón por la que discuto los métodos utilizados para bajar la fiebre es la probabilidad de
que muchos padres no serán capaces de resistirse a hacerlo. Si usted va a hacerlo, es
preferible que lo bañe a que utilice fármacos, debido al riesgo asociado con la Aspirina y
al paracetamol. A pesar de que se utilizan muy a menudo, estos fármacos están lejos de
ser inocuos. La Aspirina probablemente intoxica cada año a más niños que cualquier otra
sustancia tóxica. Se trata de una forma de ácido salicílico, que también se usa como base
para un anticoagulante en los venenos matarratas, que hace que la rata muera por una
hemorragia intestinal.
La Aspirina puede tener varios efectos secundarios en los niños y en los adultos, y
el peor no es la hemorragia intestinal. También se ha asociado con el síndrome de Reye
cuando ha sido administrada a niños con gripe o varicela. Esta es una enfermedad mortal
para los niños, que destruye el cerebro y el hígado. Esa es una de las razones que han
hecho que los médicos prefieran el paracetamol. Aunque, en realidad, eso no soluciona el
problema, ya que están apareciendo pruebas de que grandes dosis de esta sustancia
pueden ser tóxicas para el hígado y los riñones. También merece la pena hacer notar que
los bebés cuyas madres tomaron Aspirina al final del embarazo o durante el embarazo,
algunas veces pueden padecer cefalohematomas (bolsas de líquido en el cerebro).
Si usted no puede resistir bañar a su hijo para bajarle la fiebre, utilice agua
templada, no agua fría o alcohol. El baño baja la fiebre debido a los efectos de
evaporación, no a la temperatura del agua. No hay ningún beneficio añadido en bañar a
su hijo con agua desagradablemente fría. No utilice alcohol, ya que no es más efectivo
que el agua templada, y los vapores liberados pueden ser tóxicos para un niño pequeño.

Hecho Nº11: Las fiebres producidas por infecciones víricas o bacterianas no provocan
daños cerebrales ni físicos permanentes.
El miedo a la fiebre proviene, principalmente, de la creencia ampliamente
difundida de que si usted deja que la fiebre del niño suba demasiado, le puede ocasionar
daños físicos o cerebrales permanentes. Si eso fuese cierto, yo justificaría cualquier temor
que los padres pudieran sentir, y debido a que muchos padres piensan que es verdad, a
menudo lo es.
Si usted tiene ese temor, olvide todo lo que le hayan dicho sobre la fiebre los
médicos, padres, abuelos o incluso ese simpático vecino experto en medicina que le
aconseja mientras se toma el café. ¡Ni siquiera las abuelas tienen siempre razón! El
resfriado, gripe o cualquier otra infección que pueda padecer su hijo no provocará una
fiebre superior a 40 grados, y por debajo de ese nivel, la fiebre no causa ningún daño
permanente.
Debido a que las defensas corporales de su hijo no permitirán que las infecciones
provoquen fiebres de más de 40º, usted no tiene ninguna necesidad de preocuparse

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porque se produzca algún daño mental o psíquico cuando la fiebre comience a subir.
Dudo que haya muchos pediatras, incluyendo aquellos que llevan años ejerciendo, que
hayan visto más de uno o dos casos donde la fiebre sobrepasaba los 40º. Aquellos casos
que se hayan encontrado no han sido como resultado de infecciones, sino de
intoxicaciones o insolaciones. Yo he tratado a millones de niños y sólo me he encontrado
con un caso de fiebre que superaba los 40º. Eso no es de extrañar, porque se estima que el
95% de las fiebres infantiles ni siquiera alcanzan los 39,5º.

Hecho Nº 12: Las fiebres altas no provocan convulsiones. Eso ocurre cuando la
temperatura sube a una velocidad extremadamente alta.
Muchos padres tienen miedo de la fiebre porque han sido testigos de estados
convulsivos, y piensan que su hijo puede tener uno si dejan que la fiebre suba demasiado.
Yo simpatizo con los que tienen esa preocupación, porque no es nada agradable ver a un
niño con convulsiones. Si alguna vez ha visto alguno, puede resultarle difícil creer que
este problema rara vez suele ser grave. También se da con relativa poca frecuencia: se
calcula que sólo el 4% de los niños con fiebres altas sufren convulsiones ocasionadas por
la fiebre. No hay ninguna prueba de que aquellos que las han sufrido padezcan ninguna
secuela seria. Un estudio realizado sobre 1.706 niños que habían sufrido convulsiones
febriles no encontró ninguna muerte ni ningún defecto motor. Tampoco hay ninguna
prueba convincente de que las convulsiones febriles durante la infancia aumenten el
riesgo de padecer epilepsia en el futuro.
De cualquier forma, el hecho es que los tratamientos que previenen las
convulsiones febriles casi siempre se dan demasiado tarde como para que sean
beneficiosos. La medicación y los baños son inútiles, porque, para cuando se haya dado
cuenta de que su hijo tiene fiebre, el riesgo de sufrir una convulsión ya habrá pasado. Eso
es debido a que las convulsiones no dependen de lo alta que sea la fiebre, sino de la
velocidad con que sube. Cuando usted se dé cuenta de que su hijo tiene fiebre, lo más
probable es que esa rápida subida ya haya ocurrido, y a menos que el niño ya haya tenido
la convulsión, el peligro ha pasado.
La posibilidad de sufrir convulsiones febriles se limita a los niños menores de
cinco años, e incluso los niños que la han padecido antes de esa edad no es probable que
le vuelva a repetir después de los cinco años.
Cuando un niño sufre una convulsión, muchos médicos prescribirán terapias a
largo plazo con fenobarbital o cualquier otro anticonvulsivo para prevenir que el niño
vuelva a tener convulsiones si le da fiebre.
Si su médico le sugiere seguir este tratamiento con su hijo, le sugiero que le
pregunte sobre los riesgos a largo plazo de las terapias con anticonvulsivos. Pregúntele
sobre los cambios de comportamiento que puede provocar en su hijo. Los médicos no se
ponen de acuerdo sobre cómo controlar a largo plazo las convulsiones febriles. Los
fármacos más utilizados pueden causar daños en el hígado, y los estudios llevados a cabo

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en animales sugieren que pueden tener un efecto negativo sobre el desarrollo del cerebro.
Una autoridad sobre el tema dijo que: «Algunos pacientes pueden preferir una vida
normal, con alguna que otra convulsión entremedias, que vivir libres de convulsiones
pero en un estado perpetuo de somnolencia y confusión causado por los fármacos...»
A mí me enseñaron que para evitar las convulsiones recetara fenobarbital a
aquellos niños que ya habían padecido una convulsión febril. Todavía se enseña la misma
estrategia de tratamiento a los estudiantes de medicina. Yo empecé a dudar de este
tratamiento cuando vi que algunos pacientes que tomaban fenobarbital volvían a tener
convulsiones. Obviamente, eso levantaba serias dudas sobre si aquellos que estaban
tomando fenobarbital y no tenían convulsiones era debido al fármaco, o si no hubieran
tenido ninguna convulsión aunque no se tomaran el fármaco. Mis dudas aumentaron
cuando algunas madres me decían que el fenobarbital estimulaba a sus niños en vez de
tranquilizarlos, o que los tranquilizaba tanto que niños normalmente activos se convertían
en semizombis. Como las convulsiones se dan con tan poca frecuencia y no provocan
daños permanentes, ya no receto esta terapia a los niños confiados a mi cuidado.
Si su hijo sufre una convulsión febril y su pediatra le receta una terapia de
anticonvulsivos a largo plazo, usted tendrá que decidir si quiere aceptarla o no. Sé que
puede ser muy difícil para usted cuestionar el tratamiento que le receta su pediatra y que
si usted lo hace puede obtener una respuesta brusca y desagradable. Si esto es lo que
ocurre cuando usted cuestiona a su pediatra sobre una medicación, no tiene mucho
sentido discutir con él. Coja la receta y vaya a ver a otro médico que le dé una segunda
opinión antes de decidirse.
Si su hijo tiene una convulsión, intente que no le entre el pánico. Ese consejo es
mucho más fácil darlo que seguirlo, ya que ver a su hijo en medio de una convulsión
puede ser horrible. Intente calmarse recordando que las convulsiones no son peligrosas y
que no provocarán ningún daño físico y, después, tome algunas medidas para evitar que
se hiera.
Primero, coloque al niño de lado para que no se ahogue con su propia saliva.
Después, evite que se golpee la cabeza con cualquier objeto duro o afilado mientras se
revuelve. Asegúrese de que no tiene nada que le obstruya la garganta durante la
convulsión y póngale algún objeto suave, pero sólido, como un guante de piel plegado o
un pañuelo doblado (nunca su dedo) entre los dientes para evitar que se muerda la lengua.
Después, para quedarse tranquilo, llame al médico y cuéntele lo que ha pasado.
La mayoría de las convulsiones no suelen durar más de unos pocos minutos. Si una
se prolonga, llame al médico y pídale consejo. Lo más normal es que el niño se quede
dormido cuando pase la convulsión, pero si no lo hace, no le dé nada de comer o de beber
durante una hora más o menos. Puede estar tan amodorrado que aspire la comida y se
atragante.

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Consejos ante la fiebre, por el Dr. Mendelsohn

La fiebre es un síntoma normal en los niños y no un indicio de una enfermedad


grave, a menos que vaya acompañada de cambios importantes en el aspecto y
comportamiento, o de otros síntomas como dificultad respiratoria o pérdida de
consciencia. La gravedad de una enfermedad no es proporcional a la subida de
temperatura. Las fiebres provocadas por infecciones nunca alcanzarán unos niveles que
puedan dañar permanentemente a su hijo. Normalmente, las fiebres no requieren atención
médica, excepto en el caso descrito arriba. La fiebre es la defensa natural del cuerpo
contra las infecciones y debería permitírsele que siga su curso sin ninguna medicación o
cualquier otro tratamiento que intente bajarla.
Si su hijo tiene menos de dos meses, y la fiebre supera los 37'5º, llame al médico.
La fiebre puede ser el síntoma de una infección de origen prenatal o relacionada con el
parto. Las fiebres en los recién nacidos son tan poco frecuentes que visitar al médico es
sólo una cuestión de prudencia y de tranquilidad para usted, aunque se ha demostrado que
no es necesario.
Para niños mayores de esa edad, no es necesario llamar al médico a menos que la
fiebre no desaparezca en tres días o que venga acompañada de otros síntomas como
vómitos, insuficiencia respiratoria, tos persistente durante varios días y otros síntomas
importantes que no se suelen asociar a un resfriado común. También debe acudir al
médico si su hijo muestra una apatía continua, irritabilidad, o se comporta de forma que
le haga pensar que está seriamente enfermo.
Llame al médico, da igual que su hijo tenga poca fiebre, si su hijo tiene dificultad
para respirar, vomita varias veces, o la fiebre viene acompañada de espasmos o de
cualquier otro movimiento extraño. También si usted está preocupada porque el niño se
comporta de una forma demasiado rara, o tiene un aspecto preocupante.
Si, además de fiebre, su hijo tiene escalofríos, no intente quitárselos poniéndole
más mantas. Esto únicamente provocará que la fiebre suba con más rapidez. No debe
preocuparse de los escalofríos, ya que es la respuesta normal del cuerpo, y no significan
que el niño tenga frío, sino que son parte del mecanismo a través del cual el cuerpo se
ajusta a un nivel de temperatura más alto.
Intente que su hijo descanse, pero no lo presione demasiado. No hay ninguna razón
médica para confinarlo en cama o mantenerlo dentro de la casa cuando el tiempo es
razonablemente bueno. El aire fresco y una actividad moderada pueden mejorar su
indisposición y que le sea más fácil llevarla, y no hará que se ponga peor. Sin embargo,
es mejor que lo convenza de que no participe en deportes competitivos que requieran un
gran esfuerzo.
Si usted tiene razones para pensar que la fiebre no se debe a una infección, sino a
una insolación o a una intoxicación, llévelo inmediatamente a la sala de urgencias de un
hospital. Si no hay un hospital donde usted vive, busque atención médica donde pueda.

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Ignore los viejos cuentos que recomiendan dar de comer durante un resfriado, pero
no cuando se tiene fiebre. La alimentación es una parte importante para recuperarse de
cualquier enfermedad. Mientras que su hijo tolere los alimentos, usted debería alimentar
tanto los resfriados como las fiebres. Ambas condiciones queman el suministro de
proteínas, grasas y carbohidratos que tiene el cuerpo, y deben ser reemplazados. Si el
niño no quiere comer, dele líquidos, como zumos de frutas que tienen algunas calorías. Y
no lo olvide ¡no hay que ser judío para beneficiarse de la sopa de pollo!
La fiebre y los otros síntomas que normalmente se asocian con ella pueden hacer
que su hijo pierda una cantidad importante de líquidos. Esto podría provocar una
deshidratación, pero usted puede evitarla asegurándose de que beba mucho líquido. Los
zumos de frutas son excelentes, pero si el niño no los quiere, casi todos los líquidos son
válidos. El truco está en hacerle que se tome más o menos un vaso cada hora.

8.-Dolores de cabeza: normalmente de origen emocional, aunque el dolor es real

Casi todos los estados anormales del cuerpo —orgánicos, psicológicos o


emocionales— pueden provocar dolor de cabeza. La causa orgánica más normal en niños
son las infecciones víricas o bacterianas, aunque también puede deberse a alergias,
alteraciones del metabolismo o a algún trauma. La segunda causa más frecuente suele ser
el estrés emocional o psicológico.
El dolor de cabeza rara vez exige un tratamiento médico, y cuando lo hace, lo que
se debe tratar es la enfermedad o lesión que está produciendo ese dolor de cabeza, no el
dolor en sí mismo. Lo que hay que hacer cuando su hijo dice «me duele la cabeza» es
identificar la causa. En la mayoría de los casos, usted podrá hacerlo con tanta prontitud, y
quizás con más eficacia, que su médico.
Los médicos utilizan la estadística para buscar la causa del dolor de cabeza. Ellos
intentan, preguntando al niño y a los padres, determinar si hay otros síntomas o si se ha
producido algún acontecimiento inusual que pueda ser la causa emocional del dolor. Si
esto no da resultado, y si con el reconocimiento físico tampoco se encuentran causas
clínicas, el médico realizará una serie de pruebas exclusivas e inclusivas para buscar
algunas causas posibles y rechazar otras. Basándose en la frecuencia estadística de las
causas posibles, comenzará a hacer un proceso de eliminación. Si esto tampoco da un
resultado positivo, lo más probable es que dé por hecho que el dolor de cabeza es el
resultado de alguna forma de estrés emocional o psicológico. Entonces, lo más probable
es que le recete algún analgésico, como el paracetamol o una Aspirina. También le
aconsejará que observe al niño para detectar si aparecen otros síntomas.
Por experiencia, sé que entre el 85% y el 90% de los dolores de cabeza infantiles se
pueden diagnosticar basándonos únicamente en el historial. No hay necesidad de ir al
médico para determinar si el niño tiene un resfriado, la gripe o si ha sufrido algún

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trastorno emocional anterior a la aparición del dolor de cabeza. La mayoría de las veces,
usted está mucho más capacitado que su médico para identificar las causas. Sólo usted
puede controlar el comportamiento y las reacciones de su hijo durante 24 horas para
intentar buscar qué problemas y qué circunstancias son las que están provocando el
trauma psicológico o emocional. Usted conoce los patrones de comportamiento normales
de su hijo y, la mayoría de las veces, usted sabe qué es lo que le preocupa. En pocas
palabras, usted tiene el conocimiento y la experiencia necesaria para aislar la causa
psicológica o emocional, y su médico no. Todo lo que él tiene para guiarse es la poca
información que haya podido obtener de usted o de su hijo durante el corto tiempo de
consulta.
Por eso, si a su hijo le duele la cabeza, no debe precipitarse en llevarlo al médico.
Antes de hacerlo, usted debería comenzar con un programa estructurado de observación e
interrogación para intentar averiguar las causas. También, si su hijo es muy pequeño,
asegúrese de que cuando él dice «me duele la cabeza», eso es realmente lo que le duele.
¡Usted no se creería la cantidad de niños que me han traído a mi consulta porque les dolía
la cabeza, y que, en realidad, se estaban quejando de un dolor externo producido por un
golpe que le había dado su hermana o su amiguito con un juguete!

Cómo descubrir la causa de un dolor de cabeza

Comience su investigación explorando las áreas básicas que son la causa más
frecuente del dolor de cabeza infantil. Averigüe las respuestas a estas preguntas:

¿Presenta su hijo, además del dolor de cabeza, algún otro síntoma de un resfriado o de
una gripe, tal y como lo describimos en el capítulo 10? Si es así, usted puede estar segura
de que el dolor de cabeza es un síntoma adicional de una de esas enfermedades y que no
requiere tratamiento médico.

¿Ha sufrido el niño alguna caída o golpe en la cabeza antes de la aparición del dolor?
¿Este traumatismo vino acompañado de pérdida de conocimiento? Si ese es el caso, o si
hay otros síntomas preocupantes como desorientación o mareos, llame al médico o,
mucho mejor, llévelo a un Centro de Urgencias. Si usted no estaba presente cuando se
produjo el accidente y no sabe si perdió el conocimiento, juegue sobre seguro y llame a
su médico.

¿Se ha producido algún cambio importante en la dieta de su hijo que pueda indicar que es
alérgico a algún alimento que antes nunca había comido? ¿Se han mudado a una ciudad
nueva donde exista algún tipo de vegetación a la que su hijo nunca ha estado expuesto?

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¿Cuándo se dio cuenta por primera vez de que a su hijo le dolía la cabeza? ¿Fue después
de que el niño pasara algún susto desagradable o de cualquier otra clase de suceso
emocional traumático?

¿Los dolores de cabeza suelen aparecer a la misma hora del día? ¿Puede asociarse esto
con alguna actividad o hecho específico —colegio, clases de piano, etc.?

¿Tiene el niño alguna relación estrecha con alguien que habitualmente utilice la excusa
del dolor de cabeza para llamar la atención o para eludir responsabilidades?

¿Qué clase de trabajos penosos o agotadores, de actividades desagradables o que el niño


tema ha dejado de hacer debido a dolores de cabeza anteriores?

¿Qué recompensas ha obtenido el niño debido a dolores de cabeza anteriores? No lo


mime más o le dé más atención de la que le da normalmente.

Dentro de estas preguntas generales puede surgir alguna causa potencial y específica que
sea la culpable del dolor de cabeza. Tenga en cuenta también las siguientes preguntas:

¿Ha sufrido su hijo recientemente algún contratiempo emocional debido a circunstancias


familiares o relacionadas con algún amigo? (Ejemplos: la muerte de un ser amado; una
pelea entre los padres que pueda haberlo preocupado por pensar que se iban a separar o a
divorciar.)

¿Podría ser la causa del dolor de cabeza una situación desagradable o que le infundiera
temor? (Ejemplos: miedo de una pelea con un compañero de colegio; miedo de que le
regañen en el colegio por no haber hecho los deberes; preocupación ante un examen.)

¿Podría ser el dolor de cabeza el resultado de algún cambio reciente en sus hábitos de
vida normal? (Ejemplos: una separación de algún amigo o familiar; mudarse a una ciudad
nueva y la necesidad de hacer nuevos amigos; una enfermedad contraída en algún viaje
reciente; el comienzo de los calores.)

¿Podría ser la excusa para eludir alguna responsabilidad? ¿Podría el niño haber «cogido
prestado» el dolor de cabeza de algún familiar o persona cercana que normalmente utiliza
este síntoma para eludir responsabilidades o para no ir a trabajar? (Ejemplos: si su hijo
tiene que lavar solo los platos porque, justo antes de la hora de hacerlo, a la persona
encargada de ayudarlo le entra dolor de cabeza. ¡Puede que él capte la indirecta!)

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¿Qué circunstancias se asocian inmediatamente con la aparición y desaparición del dolor?
(Ejemplos: sospeche de problemas con los amigos o con los profesores si el niño se queja
de dolor de cabeza justo en el desayuno y se le quita el dolor en el momento en que usted
le dice que puede quedarse en casa.)

Incluso los dolores de cabeza emocionales son reales

Tenga siempre en cuenta que, aunque el dolor de cabeza de su hijo puede tener un
origen emocional y no físico, el dolor es real. Esa protesta tan normal en los adultos de
«me das dolor de cabeza» es, con frecuencia, algo más que una expresión de disgusto. El
comportamiento de los demás, el miedo, las preocupaciones, los enfados —toda la
variedad de emociones humanas— pueden, en un momento determinado, provocarle,
literalmente, un verdadero dolor de cabeza, y a su hijo, también.
Si usted identifica una causa de esta naturaleza, el tratamiento no debería ser
médico. Exige el cariño y el apoyo paternal. El niño necesita su ayuda, a través del amor,
el afecto, la comprensión, el apoyo moral y de una demostración de preocupación
paternal verdadera. Darle al niño un analgésico, como la Aspirina, no podrá sustituir el
apoyo emocional que él necesita.
En la mayoría de los casos, una observación paciente y un repaso de las situaciones
y circunstancias que se han producido recientemente ayudará a identificar qué es lo que
produce el dolor de cabeza. Si estas medidas no funcionan, siga observando de cerca al
niño para detectar cualquier otro síntoma adicional que pueda aparecer. Estos pueden
incluir fiebre, vómitos, tos, erupciones en la piel, molestias visuales, pérdida de peso,
fatiga y apatía crónica, y cualquier otro síntoma físico que sea diferente del estado normal
del niño.
Localizar el dolor también puede ayudar a determinar la causa. Si el dolor es
frontal, piense en la sinusitis como causa del problema. Una indicación adicional sería la
aparición de secreciones nasales verdosas o amarillentas. Esta afección suele curarse sola,
y se pueden utilizar dosis limitadas de paracetamol si el dolor se hace insoportable.
Mientras tanto, utilice un vaporizador para aliviar la afección, ya que abre las fosas
nasales que permiten el drenaje y le proporciona a su hijo mucho líquido para evitar la
deshidratación. Si estas medidas no dan resultado y el dolor se hace insoportable, usted
puede sentirse obligada a acudir al médico para que le recete algo más efectivo contra el
dolor: codeína.
A mí no me gusta recetar este fármaco, ni ningún otro narcótico, porque crean adicción y
tienen muchos efectos secundarios, algunos de ellos serios. Sin embargo, un uso limitado
de codeína es aceptable para aliviar un dolor agudo.
Si vuelve a aparecer un ataque de sinusitis, es hora de buscar un sistema de
prevención, antes que utilizar un tratamiento cada vez. Considere la posibilidad de que la

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causa sea una alergia ambiental o algún alimento, y comience usted mismo, o con la
ayuda de un especialista competente, a intentar identificar cuál o cuáles son las
sustancias implicadas. El Dr. Theron Randolph, de Chicago, y autor de un libro
excelente, Alternative Approaches to Allergy, dirige un grupo llamado The Human
Ecology Action League, que tiene un registro de pacientes en este campo. Puede
escribirle al P.O. Box 1369, Evanston, IL 60204, o llamarle por teléfono al (312) 864-
0995, para que le dé el nombre de un especialista que ejerza en su área.
Sepa que la sinusitis frontal no aparece hasta los seis años, así que si su hijo es más
pequeño, no es probable que esa infección sea la causa del problema. Otra advertencia:
Los problemas de senos craneales pueden aumentar debido a cambios en la presión
atmosférica, así que si su hijo padece esta afección, no viaje en avión con él.

Los dolores de cabeza provocados por tensiones

El dolor en la parte posterior de la cabeza suele ser producto de una tensión y no de


un problema emocional. Si el dolor se localiza en uno de los laterales, existe la
posibilidad de que se trate de migraña, aunque es muy raro que se dé en niños y,
prácticamente, no se conoce ningún caso en niños menores de 10 años. Los dolores de
cabeza por migraña suelen ser familiares o hereditarios, aunque también deben buscarse
causas alérgicas. Suelen venir acompañados de vómitos y desaparecen una vez que la
víctima ha vomitado y se duerme. No hay ningún tratamiento específico, salvo la
utilización de analgésicos para aliviar el dolor.
Si con todas sus investigaciones, usted no consigue averiguar cuál es la causa de
los dolores de cabeza, y estos siguen asolando a su hijo, lo más apropiado es que busque
la ayuda de un médico. Sin embargo, usted no ha perdido el tiempo ni sus esfuerzos han
sido en vano, ya que podrá proporcionarle al médico una información detallada que le
ayudará a establecer un diagnóstico acertado. Por supuesto, también debe acudir al
médico si aparecen síntomas que no se pueden relacionar con un resfriado, una gripe o
con cualquier otra enfermedad común.
Cuando vaya al médico, comparta con él toda la información que ha conseguido
con sus propias investigaciones, porque toda esta información es una parte esencial del
historial que él debería hacer. Si le da la sensación de que él no está interesado, o que no
tiene ganas de pasar tanto tiempo escuchándola, puede que haya elegido al médico
equivocado.
Su médico también debería realizar un reconocimiento físico exhaustivo y
detallado, de la cabeza a los pies. Debería incluir los siguientes elementos:

Examen del fondo del ojo con un oftalmoscopio, para comprobar el estado de la
retina. Comprobando los nervios y vasos sanguíneos del ojo, el médico puede descubrir
alguna anormalidad que sea indicio de problemas vasculares, o un aumento de la presión

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intracraneal cuya causa sea un tumor cerebral. Esos tumores es muy raro que se den en
niños, y si se presentan, vienen acompañados de vómitos y náuseas, que suelen ser más
fuertes por la mañana temprano. También pueden darse desvanecimientos, vértigos,
problemas de visión y otras anomalías neurálgicas. Los tumores cerebrales en niños son
tan poco frecuentes que se consideran en último lugar a la hora de determinar las posibles
causas de un dolor de cabeza.

Examen de los tímpanos y de los conductos auditivos externos con un otoscopio.


Esto permite que el médico observe si hay perforaciones del tímpano, infecciones o
cualquier cuerpo extraño. Los niños pequeños pueden meterse en el oído puntas de
lápices, judías, pipas o cualquier otro objeto que puede infectarse y provocar el dolor de
cabeza.

Toma de la presión arterial con una manguito adaptado al tamaño del niño. Una
hipertensión puede indicar problemas renales, algunos tumores y disfunciones vasculares.

Un reconocimiento neurológico exhaustivo, en el que el médico comprobará los


reflejos de su hijo con un martillo, y sus funciones sensoriales con alfileres, cepillos y un
diapasón. El médico busca la presencia de un tendón y de otros reflejos que suelen ser
iguales en ambas extremidades. La ausencia de reflejos uniformes en ambos brazos y
piernas puede indicar una anomalía en el sistema nervioso central o periférico,
enfermedades de la médula espinal, la posibilidad de un tumor cerebral y de otras
disfunciones neurológicas.

Un reconocimiento con estetoscopio del corazón y del tórax, y —igual de


importante— control del pulso en varias partes del cuerpo. Esto detectará si hay
enfermedades coronarias, problemas pulmonares o vasculares.

El médico debería realizar un reconocimiento físico del niño desnudo, para poder
inspeccionar visualmente todas las partes del cuerpo, aunque no es necesario que lo haga
de una vez. También debería comprobar el abdomen para determinar si existen anomalías
en el hígado, tiroides o de los ganglios linfáticos.

Esta clase de reconocimiento físico que acabo de describir es el que su hijo se merece,
pero no el que suele obtener. Normalmente, los pediatras ven a tantos pacientes que
tienden a hacerlo todo con prisas, incluyendo el historial y los exámenes físicos. De
hecho, muchos médicos hacen el reconocimiento físico sin darle ninguna importancia. La
primera vez que me di cuenta de esto, yo era internista en el Cook County Hospital de
Chicago. Allí se hacían exámenes para obtener la especialidad, y, como parte del examen,

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al candidato se le daba un paciente que estaba en la cama, cubierto con las sábanas. ¡No
era raro que el candidato que hacía el examen ni siquiera se diese cuenta de que el
paciente tenía una pierna de madera! Cuando estaba trabajando en la sala de urgencias del
mismo hospital, me llegó un paciente de la sala de urgencias del hospital Michael Reese,
que ya traía consigo una nota con el diagnóstico —ataque al corazón—. ¡Cuándo le quité
la chaqueta descubrí que tenía una herida producida por una puñalada!

No tenga miedo de hacerle preguntas a su médico.


Por eso, no dé por hecho que su médico realizará un reconocimiento físico
exhaustivo, y si no lo hace, pregúntele por qué. Si se enfada porque usted le pregunta, o
se quita el problema de en medio con una respuesta evasiva, considere la posibilidad de
buscarse otro médico. Si cree que debe darle una explicación de por qué le pregunta,
cuéntele lo que ha leído en este libro. ¡Eso sí que hará que se enfade!
Si el médico no consigue descubrir qué es lo que provoca el dolor de cabeza con el
historial o con el reconocimiento físico —incluso si lo descubre— lo más probable es que
le diga que va a realizar más pruebas. Estas deberían incluir un análisis de sangre y otro
de orina para descubrir infecciones ocultas y trastornos del metabolismo, como la
diabetes. Apruebo la realización de estos dos análisis, si no se ha encontrado la causa del
dolor de cabeza, porque —al contrario que muchas pruebas que los médicos utilizan por
rutina— proporcionan un alto índice de respuestas válidas. Sin embargo, tengo mis
reservas sobre el resto de las pruebas que el médico debe hacer.
Por ejemplo, las radiografías de cráneo, un escáner o un electroencefalograma
(EEG) rara vez dan resultados productivos, aunque a muchos médicos les encanta
hacerlos. Esa es la razón de que muchos médicos parecen creer que cualquier cosa que
ellos puedan hacer, deben hacerla. A mi modo de ver, las radiografías de cráneo y los
escáneres rara vez son pertinentes y, en general, deberían evitarse, así como deberían
evitarse todas las exposiciones innecesarias a la radiación. Incluso un historial de una
lesión traumática en la cabeza no indica que deba realizarse una radiografía de cráneo, a
menos que la lesión fuese acompañada de un periodo de pérdida de conocimiento,
vómitos persistentes o de otros síntomas, como incapacidad para enfocar la vista o
pérdida de memoria.
Las mismas advertencias podemos aplicarlas a los EEG, un procedimiento válido
para detectar la presencia de tumores cerebrales y coágulos sanguíneos, así como para
diagnosticar una epilepsia, pero que no es fiable con otros propósitos. En general, como
herramienta de diagnóstico, tiene más probabilidad de proporcionar respuestas erróneas
que acertadas. Algunos estudios han mostrado que el 20% de los pacientes con problemas
neurológicos graves dieron un EEG normal, y el 20% de los pacientes que no tenían
ningún problema neurológico tuvieron lecturas «anómalas». En uno de mis libros
anteriores, conté el experimento de un científico que conectó un EEG a un maniquí al que

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le había llenado la cabeza con gelatina. ¡La máquina afirmó que el maniquí estaba vivo y
se encontraba bien!
Cuando haya acabado los reconocimientos, puede que su médico le recomiende
que utilice fármacos. Si se ha determinado la causa del dolor de cabeza, se pueden utilizar
analgésicos para aliviar el dolor, pero si no se han descubierto las causas deberían
evitarse, debido a los riesgos asociados tanto con la Aspirina como con el paracetamol.
Rechace los antihistamínicos y los psicotrópicos, a menos que se haya llegado a un
diagnóstico definitivo y el médico pueda defender la utilización de esta clase de
fármacos. Usted tiene todo el derecho, aunque al médico no le guste, de preguntarle sobre
los posibles beneficios de cada fármaco que él receta y sobre cómo esos beneficios
superan los riesgos potenciales y los efectos secundarios del fármaco.
Mi objeción ante el uso de fármacos para aliviar el dolor de cabeza si no se han
descubierto las causas que lo provocan merece más explicaciones: El dolor es la forma
que tiene la naturaleza de avisar que algo va mal; utilizar analgésicos puede acabar con el
dolor, pero no soluciona el verdadero problema; su hijo todavía está enfermo, pero si ya
no le duele nada, el incentivo para buscar qué es lo que provoca ese dolor es menor. Es
importante que usted y su médico se mantengan alerta ante la aparición de cualquier otro
síntoma adicional hasta que el dolor de cabeza desaparezca sin la ayuda de ningún
fármaco, o hasta que se haya identificado la causa que lo provoca.
He aquí mis consejos para los padres cuyos hijos padecen a menudo dolores de
cabeza.

Consejos ante un dolor de cabeza, por el Dr. Mendelsohn

Evite que se desencadenen dolores de cabeza emocionales proporcionándole a su hijo un


ambiente cálido, sensible, cariñoso y protector. Intente establecer con él una relación
basada en la confianza, para que usted pueda ofrecerle apoyo moral y consuelo cuando
algún acontecimiento o situación de su vida le haga sentirse mal. No olvide nunca, ni
siquiera por un momento, que este es el primer deber de los padres y el que tendrá más
consecuencias sobre la salud y el desarrollo de su hijo.
Tenga cuidado de no poner unas expectativas demasiado altas en su hijo que puedan
originarle una enfermedad emocional si siente y tiene miedo de no ser capaz de poder
cumplirlas. Los niños no pueden, y no se debería esperar que pudieran, asumir las cargas
de los adultos, porque como alguien ha dicho: «el trabajo de un niño es jugar y aprender.»
Si su hijo se queja muchas veces de que le duele la cabeza, y no tiene ningún otro
síntoma, intente determinar usted mismo qué es lo que lo provoca. Elimine la posibilidad
de una causa emocional y de un resfriado o una gripe antes de buscar otras causas
posibles.

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A menos que se presenten otros síntomas, no hay ninguna necesidad inmediata de
preocuparse de que el dolor de cabeza indique unos problemas más serios. No se
precipite en llamar o ir al médico.
Si sus niveles de ansiedad son demasiado altos, y el dolor de cabeza le está dando a usted
uno, llévelo al médico, pero controle muy de cerca qué es lo que le hace al niño.
Si el dolor de cabeza es continuo, o dura varios días, vaya al médico, incluso
aunque no haya otros síntomas.
Cuando vaya al médico, asegúrese de que toma un historial detallado, además de
hacer un reconocimiento físico y neurológico exhaustivo. Su hijo merece lo mejor que
pueda ofrecerle el médico, y si no lo consigue, plantéese la posibilidad de buscar otro
médico.
Cuestione cualquier prueba que el médico quiera realizar, menos los análisis de
sangre y orina. Rechace cualquier otra prueba, como las radiografías de cráneo o el EEG,
a menos que se presenten síntomas asociados o que el reconocimiento físico y
neurológico dieran unos resultados anómalos. Exija una explicación ante cualquier
prueba adicional que el médico quiera hacer. Si esto hace que el médico se enfade, o que
le dé una respuesta evasiva, considere la posibilidad de buscar otro médico.
Rechace todos los medicamentos, excepto los analgésicos suaves para aliviar el dolor a
corto plazo, a menos que sea un fármaco específico para una causa conocida que provoca
el dolor de cabeza. No acepte una medicación de «por si las moscas». Mientras tanto,
ínstele al médico que continúe controlando los estados físicos y neurálgicos de su hijo
mientras que usted permanece alerta ante la aparición de cualquier síntoma adicional que
pueda ayudar a detectar qué es lo que provoca ese dolor.
Si usted sabe que el dolor es debido a una lesión que se ha producido en un accidente y
que su hijo perdió el conocimiento, está mareado, desorientado o confundido, llévelo a un
Centro de Urgencias. Haga lo mismo incluso si usted no estaba presente cuando ocurrió
el accidente y no puede asegurar que el niño perdiera el conocimiento.

9.-¡Mamá, me duele la barriga!

Los dolores abdominales, junto con la fiebre y los resfriados comunes, son la
fuente principal de visitas innecesarias al pediatra. Son unos fenómenos normales en los
niños, pero es raro que el dolor provenga de alguna causa orgánica, así que, normalmente,
no es indicio de una enfermedad seria. Por experiencia, calculo que sólo un 10% de los
niños que han venido a mi consulta debido a «dolores de barriga» necesitan atención
médica.
A menos que el dolor abdominal venga acompañado de otros síntomas —fuertes
vómitos, diarrea, pérdida del apetito y de peso—, no suele ser nada de lo que usted deba
preocuparse. Un poco de trabajo de detective, realizado con atención por su parte,

75
probablemente conseguirá aislar la causa no médica que origina el malestar de su hijo. En
la mayoría de los casos, descubrirá que los dolores de estómago de su hijo se deben a una
indigestión provocada por comer demasiado, o demasiado deprisa; la consecuencia de
otra enfermedad; el resultado de problemas emocionales o psicológicos; o que se deben a
una alergia a algún alimento, fármaco o a los aditivos químicos de la comida.
Las causas psicológicas y emocionales son equiparables a las descritas en el
capítulo anterior. Por ejemplo, a su hijo le duele el estómago por la mañana, justo antes
de ir al colegio; a usted no le gusta que falte a clase, pero parece que le duele tanto que le
deja que se quede en casa. Con toda probabilidad, ¡se recuperará milagrosamente en el
momento en que ve cómo se va el autobús escolar!
Si esta escena ha ocurrido varias veces, usted se sentirá tentada a regañarle o
castigarle por haberle mentido. No lo haga, porque el dolor era real, aunque desapareció
—como tendría que ser— tan pronto como desapareció la causa que lo originaba.
Esta reacción es tan normal que incluso tiene un nombre, fobia escolar, y usted no
puede resolver el problema llevando a su hijo al médico. En vez de eso, debe pensar que
su dolor le está dando una señal para que lo interrogue con paciencia y cariño e intente
determinar la asociación que existe entre el colegio y el dolor. ¿Le han pegado mientras
esperaba el autobús o a la salida del colegio? ¿Está teniendo problemas de disciplina con
los profesores? ¿Se siente avergonzado y preocupado porque no ha hecho los deberes?
¿Tiene un profesor incompetente al que simplemente no aguanta? O, si es muy pequeño
¿está simplemente angustiado por separarse de usted y que lo envíen a un lugar extraño y
que, posiblemente, siente que es amenazador? Si usted puede identificar y eliminar qué es
lo que le preocupa, lo más probable es que también desaparezca el dolor.
Igual que pasaba con los dolores de cabeza, los dolores de estómago pueden
implicar una forma de evitar inconscientemente alguna tarea desagradable, o una forma
de llamar la atención sobre aquellos padres que no satisfacen la necesidad que tienen sus
hijos de sentirse queridos. Muchos de los «dolores de barriga» recurrentes se evitarían si
más padres siguieran el consejo de esas pegatinas de coches que dicen: «¿Ha abrazado
hoy a su hijo?».

Los dolores de estómago son, con frecuencia, causados por alergias

Las alergias a los alimentos y a los productos químicos son otra causa frecuente de
los dolores de estómago. La intolerancia a la lactosa —alergia a la leche de vaca— es
mucho más común de lo que la mayoría de los padres piensa. Sin embargo, además de la
leche, hay una amplia variedad de alimentos a los que los niños (y adultos) pueden ser
alérgicos.
Usted puede determinar si la causa del dolor abdominal de su hijo es una alergia
alimentaria llevando a cabo un programa estructurado que determine si uno o más de los
alimentos que toma están directamente asociados con este mal. Esto exige tiempo y

76
esfuerzo, y puede provocar algunos lloros infantiles de protesta, pero si las alergias
alimentarias son el problema, funcionará. Elimine alimentos específicos de su dieta, uno
a uno, y observe si los dolores recurrentes desaparecen tras unos cuantos días. Si aparece
un alimento sospechoso, métalo otra vez en la dieta y compruebe si vuelve a aparecer el
dolor. Si es así, ¡ha encontrado la respuesta!
El proceso se dificulta si su hijo es alérgico a varios alimentos, porque eliminando
uno al que sea alérgico no elimina el dolor, que seguirá produciéndose por los otros. En
ese caso, tendrá que darle la vuelta al proceso, eliminando de su dieta todos los alimentos
que más probabilidad tengan de ser alérgenos, y volviéndolos a introducir en la dieta uno
a uno. Si aparece el dolor cuando introduce un alimento, habrá identificado uno de los
culpables. Elimínelo para siempre de la dieta y continúe introduciendo otros alimentos,
uno cada vez, hasta que haya identificado todos aquellos a los que es alérgico.
Si utiliza la primera técnica, acelerará el proceso si comienza por eliminar los
candidatos más propensos. Los alimentos con aditivos químicos son los primeros
culpables, y eliminarlos significa que tendrá que eliminar prácticamente todos los
alimentos procesados y de origen industrial, y utilizar alimentos naturales, cocinados en
su estado natural. No olvide el pan, los pasteles e incluso las pastas. Compre alimentos
naturales, productos denominados «100% naturales», y lea las etiquetas atentamente. Los
productos naturales que pueden producir alergias son: tomates, pepinos, naranjas,
albaricoques, pasas, melocotones, ciruelas, frambuesas y uvas. Aunque su hijo puede ser
alérgico a otros productos.
Le aviso que se sorprenderá cuando descubra la cantidad de productos químicos
que utilizamos en nuestra dieta habitual. Se dará cuenta cuando comience a buscar
alimentos que no los contengan. La letra pequeña de muchos envases de comida
arruinaría el apetito de la mayoría de los consumidores si su vista fuese lo suficiente
buena como para leerla. ¿Le gustaría tomarse una sopa de carbonato sódico, carbonato
potásico, tripolifosfato sódico, fostato disódico, inosinato disódico y guanilato disódico?
Si se la ofrecieran y supiese de qué estaba hecha, probablemente le daría miedo
comérsela, y debería darle. ¡Aún así, estos son los ingredientes de una famosa marca de
sopa china de tallarines!
Todos los colorantes, conservantes, estabilizantes y potenciadores de sabor
químicos son una fuente potencial de reacciones alérgicas, por no hablar de los efectos
secundarios más peligrosos. Son la causa principal de hiperactividad, de la que hablaré
más adelante. No es fácil evitarlos, pero si usted puede hacerlo, los beneficios no se
limitarán a curar el dolor abdominal de su hijo: cuanto más confíe en los alimentos
naturales como base de la dieta familiar, más sana estará usted y toda su familia.
Le insto a que se convierta en una detective de alimentos por dos razones. Primero,
su médico no podría hacerlo aunque quisiera, y no quiere. Segundo, si usted puede
identificar y eliminar lo que origina el malestar de su hijo, le ayudará a que evite un
malestar mayor y unos riesgos potenciales derivados de la atención médica. Si su hijo

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tiene dolores abdominales recurrentes, pero crece bien, tiene un aspecto saludable, gana
peso y altura, y no tiene otros síntomas, no existe ningún tratamiento médico apropiado
para esa afección y no hay ninguna necesidad de ir al médico. Dele su apoyo moral y
busque una causa alérgica o emocional.

No utilice medicamentos para «curar» los dolores de estómago

Yo no recomiendo que se utilice ninguna clase de medicamento cuando su hijo se


queja de un dolor de estómago. Algunos padres le dan bicarbonato sódico, o uno de los
incontables preparados antiácidos. Esto no es inteligente por dos razones. Primero,
cuando su hijo se queja de dolor de estómago, el dolor al que él se refiere puede no estar
en su estómago, sino en otra zona del abdomen —en los intestinos, riñones, o en algún
otro órgano—. En ese caso, el antiácido no proporcionará ningún alivio. Segundo, si en
realidad el dolor es producido por un exceso de ácidos estomacales, lo que no es
frecuente en niños, el bicarbonato sódico puede aliviarlo temporalmente, pero debido a
que neutraliza todos los ácidos del estómago, ocasionará un efecto rebote: el estómago
del niño trabajará más para reemplazar el ácido, probablemente segregando más ácido
que antes. El único alivio inmediato y sensato que usted puede ofrecerle es una dosis
generosa de amor, cariño, apoyo y distracción. Si el síntoma es de origen emocional, eso
puede acabar con el dolor.
No pretendo decir que el dolor abdominal sea siempre inofensivo. Es uno de los
síntomas de unas 50 enfermedades, algunas de ellas serias e incluso muy graves. Sin
embargo, en todos los casos, si fuese un indicio de un problema serio, vendría
acompañado de otros síntomas. El riesgo que corre si lleva al niño al médico es que este
ignorará la posibilidad de una causa emocional o alimentaria y empezará un proceso
erróneo de diagnóstico basándose en la presencia de un único síntoma. Como el dolor
abdominal es uno de los síntomas de tantas enfermedades, él dispone de una gama casi
inacabable de pruebas que puede utilizar con su hijo. Muchos de estas pruebas no
siempre son fiables, lo que puede acarrear un diagnóstico falso. Muchas son dolorosos e
innecesariamente traumáticas para su hijo y, por consiguiente, también para usted.
Prácticamente, todas son peligrosas, y algunas incluso tienen un índice de mortalidad. Por
eso, si no hay otros síntomas adicionales, no es necesario practicar ninguna prueba.
Un peligro mayor es la posibilidad de que el médico quiera hospitalizar a su hijo
para realizarse estas pruebas. Muchas de ellas exigen una preparación más elaborada,
como la limpieza del intestino, lo cual se hace antes y mucho mejor si su hijo está en un
hospital. Eso es pagar un precio muy alto, no sólo en dinero, para lo que probablemente
será una investigación infructuosa. Además de los riesgos inherentes a las pruebas y a las
radiografías en sí mismas, tenemos el trauma emocional que la mayoría de los niños
experimentan cuando son hospitalizados. También existe el peligro real de que su hijo
contraiga una enfermedad mientras permanece en el hospital.

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Si su hijo tiene otros síntomas, además del dolor, como vómitos, diarreas o sangre
en las heces, debería llevarlo al médico. Como ya he dicho antes, podría ser víctima de
una de tantas enfermedades, de las cuales la más frecuente es la apendicitis.

Diagnosticar una apendicitis

La incidencia de apendicitis es mayor en los varones comprendidos entre los 15 y


30 años, aunque se puede dar en todas las edades, incluso en los bebés con pocas semanas
de vida. Quizás sea más peligrosa en los niños muy pequeños debido a la dificultad para
diagnosticarla y, en una gran mayoría de casos, el apéndice se perfora antes de que se
pueda establecer el diagnóstico.
La apendicitis casi siempre se acompaña de vómitos y fiebre, aunque los vómitos
no siempre son persistentes y la fiebre puede ser muy baja. En su primera etapa, el dolor
normalmente se localiza en todo el abdomen, pero en unas cuantas de horas se desplaza al
cuadrante inferior derecho, y la presión en ese punto ocasionará dolores intensos. Si el
apéndice se perfora, el dolor volverá a sentirse en todo el área abdominal. El ataque casi
siempre viene precedido de una pérdida de apetito.
Cuando usted lleva a su hijo al médico, este debería hacer un historial detallado,
prestando una atención especial a las circunstancias que precedieron al comienzo del
dolor. Debería llevar a cabo una revisión física completa, en la que se incluyan ejercicios
que ayuden a identificar dónde se localiza el dolor. Debería pedirle a su hijo que
levantara las piernas mientras permanece tendido de espaldas, lo que hace que los
músculos abdominales se tensen, y también observarlo mientras camina para determinar
si se inclina hacia un lado determinado a consecuencia del dolor. También debería
realizar un análisis de sangre para averiguar si hay un número excesivo de glóbulos
blancos, lo que sería indicio de una infección, y de orina para comprobar la existencia de
estos mismos glóbulos, que indicaría una infección de tracto urinario.
Si, como resultado de sus exámenes, el pediatra sospecha que puede tratarse de una
apendicitis, lo más probable es que mande a su hijo a un cirujano. Si el cirujano
recomienda que se le extirpe el apéndice, insista para que su pediatra apruebe la
recomendación y comparta la responsabilidad. Los cirujanos están en el negocio para
realizar operaciones, y si hay una razón legítima que haga sospechar de la existencia de
una apendicitis, lo más probable es que aprovechen la oportunidad para poner su talento a
prueba. En consecuencia, miles de apéndices perfectamente sanos son extirpados cada
año. Eso no es sólo doloroso y caro, sino que hay razones que hacen pensar que el
apéndice tiene alguna función de utilidad, así que no es muy inteligente permitir que le
extirpen a su hijo el apéndice a menos que suponga un riesgo. Además, aunque una
apendicitis puede ser mortal, especialmente si el órgano se perfora, las apendectomías
tienen un índice de mortalidad casi tan alto como las apendicitis. Asegúrese de que su
pediatra y el cirujano están de acuerdo con el diagnóstico y de que hay una posibilidad

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importante de que el apéndice se perfore antes de permitir que su hijo corra el riesgo de
una operación.
Si usted está de acuerdo con que se realice la operación, insista para que su
pediatra esté presente en el quirófano mientras se realiza. Eso es simplemente para
asegurarse de que todo va bien, y también para tener un testigo en caso de que no sea así.
Muy poca gente lo sabe, pero en los hospitales de prácticas se llevan a cabo un montón de
investigaciones en el quirófano, algunas sin el conocimiento, ni consentimiento, del
paciente o de sus padres. La prudencia exige que el pediatra esté presente durante la
operación para asegurarse de que su hijo no se convierta en un «conejillo de indias» en un
proceso de investigación.
Los dolores abdominales recurrentes pueden ser muy frustrantes, como cualquier
afección física crónica que le haga sufrir a su hijo, porque, inevitablemente, su malestar
acaba afectándole a usted. Afortunadamente, y utilizando una técnica de evasión clásica
de los médicos, usted no tendrá que «aprender a vivir con eso». Siga los consejos que le
doy en este capítulo y debería poder identificar qué es lo que provoca los dolores
recurrentes de su hijo.

Consejos ante un dolor abdominal, por el Dr. Mendelsohn

La mayoría de los dolores abdominales infantiles no exigen atención médica a


menos que vengan acompañados de síntomas adicionales. Por tanto, usted debería
establecer esta distinción cuando su hijo se queje de que «le duele la barriga». Aquí le
ofrezco una serie de consejos que le capacitarán para determinar si la causa puede ser una
apendicitis, una obstrucción intestinal, cualquier otra enfermedad grave que requiera la
ayuda de un médico, o un problema que usted misma pueda manejar.
Si el dolor abdominal es el único síntoma, usted está más capacitada que su médico para
identificar la causa. Sin embargo, si viene acompañado de síntomas adicionales como
fiebre, vómitos, dolor al orinar o sangre en las heces, debería consultar con su médico.
Si no existen otros síntomas adicionales, examine atentamente los acontecimientos y
circunstancias previas a la aparición del dolor. ¿Su hijo ha comido demasiado rápido?
¿Ha comido o bebido algo a lo que no estaba acostumbrado? ¿Podría haber ingerido una
sustancia tóxica, o haberse tragado un objeto, como una canica o un imperdible? ¿Le ha
dado algún medicamento que nunca ha tomado antes? ¿Ha pasado por algún
acontecimiento traumático, como una pelea, una discusión con un compañero de clase,
malas notas, un castigo severo o una fuerte reprimenda? Si los dolores de estómago son
recurrentes, ¿están siempre precedidos por una circunstancia similar? ¿Los ha asociado
con el hecho de evitar una experiencia desagradable (ej. el colegio) o una tarea que no le
gusta hacer (ej. lavar los platos)? Una concienzuda revisión de esta clase le ayudará a
determinar si el dolor tiene un origen emocional.

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Si debe ir al médico, controle lo que él hace. Asegúrese de que elabora un historial
detallado y de que lleva a cabo un reconocimiento físico completo. Este debería incluir
un análisis de sangre para determinar si hay un número elevado de glóbulos blancos, lo
que indica una infección; un análisis de orina para determinar si tiene glóbulos blancos,
lo que indicaría una infección del tracto urinario; y un reconocimiento para determinar si
el dolor se localiza en el cuadrante inferior derecho, lo que indicaría una apendicitis.
Si la conclusión del médico es que el culpable es el apéndice, puede que lo mande a un
cirujano. Si se recomienda la cirugía, insista para que su pediatra apruebe la operación y
comparta la responsabilidad de esa decisión. Después, insístale para que esté presente
cuando se realice la operación.
No deje solo al niño en el hospital ni antes ni después de la operación. Quédese con él, o
consiga que se quede un amigo o familiar hasta que esté segura de que se está
recuperando. Entonces, sáquelo del hospital tan pronto como le sea posible.

10.- Tos, estornudos y narices que moquean

Los estadounidenses se gastan cada año en preparados farmacéuticos sin receta


contra la tos y los resfriados más que los presupuestos generales de Guatemala, Honduras
y El Salvador juntos. Y si añadimos los gastos en antibióticos, antihistamínicos, y de los
otros medicamentos recetados por los médicos, probablemente también superaríamos los
de Costa Rica y Ecuador. Esta comparación es bastante apropiada, ya que los gobiernos
de estos países no funcionan muy bien, como tampoco los medicamentos para los
resfriados.
La tos, los resfriados y la gripe nos afectan a todos, pero parece que los niños son
más vulnerables que los adultos y los más propensos a recibir un tratamiento cuando los
padecen. Aunque los tratamientos pueden aliviar los síntomas de un resfriado, ningún
fármacos podrá curarlo. De hecho, los médicos han hecho un chiste, que comparten entre
ellos, pero no con los pacientes, de los medicamentos inútiles e innecesarios: sin
tratamiento, un resfriado normal dura siete días; con tratamiento, una semana.
El resfriado común es un fenómeno tan universal, y que afecta a casi todo el
mundo al menos una vez al año, que existen muchas teorías sobre qué es lo que lo causa
y cómo debería tratarse. Estas teorías podrían dividirse en dos categorías principales: la
teoría moral y la teoría vírica.
La teoría moral, basada en una incidencia mayor de resfriados en invierno,
mantiene que están relacionados con una exposición al mal tiempo. Esta teoría, favorita
de madres y abuelas, afirma que un niño coge un resfriado porque no se pone la bufanda,
las manoplas o las botas de agua. La teoría vírica, propia de los médicos, dice que los
resfriados los causa uno de los 100 o más virus que existen, y que se dan más en invierno
porque los niños están en el colegio y expuestos, en el confinamiento del aula, a otros

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niños infectados. Los partidarios de esta teoría afirman que el niño habría cogido el
resfriado incluso aunque hubiese llevado dos bufandas y tres pares de calcetines de lana
dentro de las botas de agua.
Yo creo que cada una de estas teorías, o mejor, una combinación de ambas, es
correcta. No hay ninguna duda de que los resfriados son infecciones víricas y de que el
virus se transmite a través del aire cuando alguien tose, estornuda, o por un contacto
directo. Sin embargo, y a pesar de que no hay pruebas que confirmen que exponerse al
mal tiempo provoca un resfriado, me pongo de parte de las madres y abuelas que insisten
en que sus niños se abriguen bien cuando salen a la calle. Esta ambivalencia surge en
parte porque yo creo que las madres y las abuelas saben más sobre la salud que los
médicos y los científicos, y en parte, también, porque —en mi mente— todavía queda por
responder a la pregunta de si esa exposición al mal tiempo no hará que disminuya la
resistencia ante los virus, que son la causa directa de los resfriados.
En cualquier caso, usted no tiene nada que perder si insiste en que su hijo tenga la
ropa apropiada para el frío. Aunque, sí tendría algo que perder si el siguiente paso que da
el médico que, de forma correcta, le dice que el resfriado de su hijo es vírico, es tratarlo
con antibióticos, que no son efectivos contra los virus. Hablaremos de eso más adelante
en este capítulo.

Síntomas de un catarro y de la gripe

Los síntomas de un resfriado común o catarro, cuya intensidad varía de un niño a


otro, son: malestar, cansancio, mocos, tos, estornudos, ojos acuosos y, normalmente, unas
décimas de fiebre. La gripe, también de origen vírico, se caracteriza por tener casi los
mismos síntomas, además de vómitos, diarrea, dolores corporales, y en muchos casos,
fiebre alta.
Si las secreciones nasales son claras, grisáceas o blancas, lo más probable es que su
hijo padezca una infección vírica como un catarro o la gripe. Si son amarillas o verdosas,
indica que hay pus, lo que es indicio de una sinusitis bacteriana. Los resfriados pueden
complicarse debido a otras infecciones bacterianas como la bronquitis y otitis media
(infección del oído medio).
Los resfriados y la gripe no requieren tratamiento médico y los medicamentos que
a menudo se utilizan para tratarlos, como ya he sugerido anteriormente, sólo aliviarán los
síntomas. Los efectos de hacer esto pueden ser contraproducentes, ya que interfieren en
los esfuerzos que el cuerpo hace para curarse a sí mismo.
Esto también ocurre con la neumonía vírica, una enfermedad que ni usted ni su médico
podrán identificar a no ser que utilicen los rayos X. Los síntomas suelen ser leves, y su
hijo no corre ningún peligro con esta variedad de neumonía, excepto por las radiografías
que su médico le hará si usted le da la oportunidad. Sin embargo, el caso de la neumonía
bacteriana es distinto. Esta enfermedad se suele detectar por fiebres de más de 38,5

82
grados y una dificultad grave para respirar, seguida de una coloración azulada de la piel.
Si a su hijo le aparecen estos síntomas, usted no deberá dudar ni por un momento de que
se trata de una urgencia, y debería llevarlo inmediatamente a un médico o a una sala de
urgencias de un hospital.
Otra enfermedad respiratoria relativamente común es la laringitis. También es de
origen vírico, y se puede identificar por un pitido metálico que se oye cuando el niño
inspira; una tos ronca y metálica; y por una contracción inusual del tórax cuando inspira.
Si su hijo tiene una laringitis, podrá aliviarle los síntomas si lo lleva al cuarto de baño,
abre el grifo del agua caliente y le deja que respire el vapor durante unos veinte minutos.
Si eso no lo alivia, piense que se puede tratar de una neumonía bacteriana y llévelo al
médico.
Si no tiene una dificultad grave para respirar, los padres deberían evitar llevar a sus
hijos al médico o darle una de esos preparados sin receta para tratar los síntomas. Los
fármacos que se suelen utilizar para tratar los síntomas de un resfriado o de una gripe, ya
se los haya recetado el médico o los haya comprado en la farmacia de la esquina, se
dividen en una media docena de grupos: descongestionantes, expectorantes,
antihistamínicos, antitusígenos, analgésicos y antibióticos. Todos ellos tienen varias cosas
en común: son innecesarios; a veces tienen unos efectos secundarios indeseados o incluso
peligrosos; pueden interferir en el esfuerzo que hace el cuerpo para curarse a sí mismo; y
son un gasto económico inútil. A menudo, se recetan varios de estos fármacos
combinados, aunque algunos están indicados para otros síntomas que su hijo no tiene.
Los descongestionantes, también conocidos como vasoconstrictores, se recetan
para aliviar las dificultades de la respiración nasal, que se produce debido a la
inflamación de la membrana mucosa que se encuentra en las fosas nasales. Los
descongestionantes abren las fosas nasales contrayendo las membranas inflamadas. Eso
produce un alivio temporal, pero el problema sigue estando ahí. Como sólo es un alivio
temporal, cuando vuelven a aparecer las dificultades respiratorias, usted tiende a darle al
niño más medicación. Por último, se producirá un efecto rebote, y la congestión será más
fuerte de lo que era antes de empezar la medicación. Una manera de obrar más sensata y
libre de riesgos es aliviar la congestión nasal utilizando un humidificador, o con vapor,
como describí anteriormente.
Los antihistamínicos, solos o combinados con otros fármacos, se utilizan para tratar
las alergias. El cuerpo lucha contra las alergias liberando histamina natural, que es la que
hace que los ojos se pongan acuosos y que la nariz moquee. Los antihistamínicos impiden
la liberación de histamina, secando las membranas nasales y obstaculizando los esfuerzos
que el cuerpo hace por curar el resfriado. Lo que necesita la persona que está resfriada es
más hidratación, no menos.
Los expectorantes están pensados para aclarar los mocos de los pulmones, de
forma que a su hijo le sea más fácil expulsarlos cuando tosa. Muchos de los preparados
que están en el mercado, y que según sus fabricantes consiguen este efecto, aún no han

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conseguido la aprobación de la Administración de Alimentos y Fármacos (FDA). No
tiene mucho sentido comprar un fármaco cuando su propio fabricante no puede probar
que es efectivo.
Varios preparados contra el resfriado contienen entre 3 mg y 20 mg del
antitusígeno bromhidrato de dextrometorfano. La FDA considera que es efectivo para
suprimir la tos, pero la pregunta es: «¿Por qué querría usted suprimirla?» Seguro que la
tos puede ser muy molesta, pero el hecho es que tiene su utilidad. ¿Por qué querría usted
interferir en el mecanismo corporal que se encarga de deshacerse de los mocos que
congestionan los pulmones de su hijo?
Los fármacos que más se utilizan para aliviar los síntomas del resfriado y de la
gripe son la Aspirina y el paracetamol. Se suelen administrar por dos razones: para
reducir la fiebre (ya he dado detalles sobre ese punto), y para aliviar los dolores y
malestares que aparecen con la fiebre.

Peligros de tratar la gripe con Aspirina

No es probable que su pediatra se lo haya dicho, pero utilizar Aspirina para una
gripe conlleva bastantes riesgos. Esto también ocurre con los agentes antieméticos (que
controlan los vómitos), como Compazine, Thorazine y Tigan. El Compazine y Thorazine
son unos fármacos especialmente peligrosos, que, en un principio, se crearon para tratar
psicosis. Se han asociado con el síndrome de Reye, una enfermedad que puede ser mortal
para los niños, y cuya manifestación principal es la encefalitis y la hepatitis. Por eso, se
suele recomendar que no se dé Aspirina ni ninguno de estos fármacos durante época de
gripe y mucho menos si al niño ya se le ha diagnosticado.
Yo soy contrario a que se utilice cualquier medicamento para aliviar los síntomas
de la gripe y de los resfriados. Si el malestar de su hijo es más de lo que usted puede
soportar, utilice los medicamentos durante un día o dos como máximo, y sólo aquellos
que están pensados para aliviar el síntoma o los síntomas que padece su hijo. No utilice
los fármacos compuestos que tratan cuatro o cinco síntomas al mismo tiempo.
Sepa también que muchos de los preparados líquidos contra los resfriados que
puede encontrar en la farmacia contienen un alto porcentaje de alcohol y, en algunos
casos, este puede ser el único ingrediente útil. Ayuda al paciente a dormir, pero incluso a
los niños les iría igual de bien si se tomaran un buchito de coñac, ¡y el coñac no está
contaminado con tantos productos químicos que su hijo no necesita para nada!
Si lleva a su hijo al pediatra porque tiene la gripe o un resfriado, lo más probable es
que le prescriba fármacos para aliviarle uno o más síntomas, y también un fármaco
compuesto que esté indicado para aliviar varios síntomas al mismo tiempo. Muchos de
estos fármacos encabezan la lista de los fármacos más recetados, y en muchos casos, los
fabricantes deben presentar pruebas ante la FDA de que son efectivos, o retirarlos del
mercado. Sin embargo, los médicos siguen prescribiéndolos, a pesar de su dudosa

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utilidad y a pesar del hecho de que si se evitaran todos los medicamentos el paciente se
encontraría mucho mejor.
Lamentablemente, eso no es lo peor que puede suceder si usted busca tratamiento
médico cuando su hijo está resfriado. Existe el peligro real de que le den un antibiótico
que no sirve para nada en el caso de infecciones víricas. Desde que hace unas décadas
aparecieron los antibióticos, todo el mundo los considera como un fármaco que puede
salvarte la vida. En un principio se utilizaban adecuadamente y, por supuesto, merecían la
denominación de fármacos milagrosos. Curaron muchas de las infecciones más temidas
por los humanos, como la sífilis y la gonorrea, y algunos futurólogos muy optimistas
auguraron que llegaría el día en que todas las enfermedades producidas por infecciones
bacterianas desaparecerían de la faz de la Tierra.
Por desgracia, eso no ha sido así. Como suele pasar cuando a un médico le enseñan
una nueva forma de tratamiento, el máximo se convierte en mínimo. Los antibióticos se
prescribían para una gama demasiado amplia de enfermedades, ya fuese o no el fármaco
efectivo para esas afecciones. Algunos de esos fármacos que, en un principio, se crearon
para tratar enfermedades bacterianas mortales se prescriben ahora para tratar la gripe o un
resfriado.
Podría ser perfectamente justificable condenar a los médicos por prescribir
antibióticos para tratar enfermedades víricas, como la gripe o el resfriado, si las únicas
consecuencias fuesen una exposición innecesaria a unos efectos secundarios
potencialmente peligrosos y unos gastos también innecesarios. Pero estas son las
consecuencias mínimas de lo que sólo se puede llamar la idiotez médica.
Las consecuencias del excesivo e indiscriminado uso de los antibióticos son mucho más
graves: primero, el desarrollo a largo plazo de una resistencia del organismo al
antibiótico; segundo, si su hijo es repetida e innecesariamente expuesto a los antibióticos,
puede llegar el día en que se vea amenazado por organismos que son resistentes a toda
forma conocida de tratamiento.

Porqué debería evitar el uso excesivo de antibióticos

El uso indiscriminado de antibióticos por parte de los médicos y, sobre todo, de los
pediatras, no es tan infrecuente como pueda parecer. De hecho, puede ser más la regla
que la excepción. Un estudio realizado en un hospital sobre la utilización de antibióticos
encontró que se les administraban a un tercio de los pacientes, y que el 64% de las veces
su utilización no estaba indicada o las dosis eran incorrectas. El autor del estudio observó
que «una consecuencia de utilizar grandes cantidades de un fármaco capaz de inhibir el
crecimiento de microorganismos puede ser la aparición de una selección de flora
microbiana que sea resistente al fármaco. El uso apropiado de esa clase de fármacos es de
una importancia inmediata para el paciente y también una importancia potencial para
aquellos pacientes que pueden verse infectados por organismos resistentes a cualquier

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terapia disponible. Los fármacos antimicrobianos son únicos en este aspecto, ya que su
administración puede afectar de esta forma a su utilidad última. »
Esa es una manera muy complicada de decir que los antibióticos matan tanto los
gérmenes buenos como los malos, permitiendo que otros gérmenes malos que son
resistentes al antibiótico se hagan con el poder y se reproduzcan. Al tratar de forma
inadecuada una enfermedad que podría ser tratada con otros medios, el médico crea una
enfermedad nueva, que ningún antibiótico conocido puede controlar. Eso es pagar un
precio muy alto por la ligereza y la incompetencia médica.
La resistencia cada vez mayor de los microbios a los antibióticos puede, en último
caso, hacer que la medicina se encuentre en el mismo lugar que estaba antes de que, hace
casi 60 años, se descubriera la penicilina. De hecho, el índice de mortalidad de algunas
infecciones como la septicemia (infección de la sangre) ha vuelto a ser el mismo que
cuando no existían los antibióticos. A menos que los médicos cambien su
comportamiento y sean más racionales y precavidos con el uso de antibióticos, puede que
llegue el día en que nos encontremos como dijo Walter Gilbert, químico de Harvard y
ganador de un premio Nobel: «Puede que llegue un día en que el 80% de las infecciones
sean resistentes a todos los antibióticos conocidos. »
¿Por qué los médicos prescriben antibióticos para los resfriados, la gripe y para
otras afecciones víricas que estos fármacos no pueden curar? Entre ellos se dicen que lo
hacen porque sus pacientes quieren que lo hagan. Sin embargo, este argumento no cuela,
porque los padres llevan a sus hijos al médico para que este les dé un consejo, no para
darlo ellos. Lo más probable es que los médicos prescriban antibióticos para resfriados y
gripes porque nada puede curarlos, pero a ellos les han enseñado que siempre tienen que
darle algo al paciente, no vaya a ser que disminuya su prestigio ante los ojos de este
último. Yo lo entiendo, porque también a mí me lavaron el cerebro en la Facultad de
Medicina. Pero lo que no puedo entender es que si todavía sienten que tienen esa
obligación, por qué no les dan un placebo que serviría para el mismo propósito y no
causa ningún daño.
Si usted no puede resistir la tentación de llevar a su hijo al médico cuando está
resfriado, no deje de defenderlo contra los antibióticos y otros medicamentos inútiles que
el médico pueda recetarle. Lo más seguro es que lo haga, porque estudios realizados al
respecto han demostrado que al menos un 95% de los médicos les dan a los pacientes una
o más recetas para tratar el resfriado, y que un 60% de estas recetas son de antibióticos.
Digo defenderlo porque se trata de algo más que de pagar por un medicamento ineficaz.
La incidencia de efectos secundarios provocados por los antibióticos no es, ni mucho
menos, baja. Un estudio reveló que un 4% de los niños tratados con bencilpenicilina más
sulfafurazol y un 29% de aquellos tratados con ampicilina sufrían vómitos, diarreas y
erupciones cutáneas. Aunque la mayoría de los efectos secundarios eran leves, un 2% de
los niños sufrió fuertes reacciones. A los médicos esos porcentajes no les parecen altos,
ya que están acostumbrados a recetar fármacos que producen efectos secundarios en,

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prácticamente, todos aquellos que los toman. Sin embargo, sí deben parecerles altos a
aquellos padres a los que no les gustaría descubrir que su hijo está entre el 2% que ha
sufrido graves reacciones ante un fármaco que no le hecho ningún bien y que, en primer
lugar, no se lo deberían haber dado.
Sea especialmente prudente si el pediatra le receta tetraciclina a su hijo. Si el niño
no ha cumplido los ocho años, y su médico le recta tetracicilina para algo que no sea una
enfermedad muy grave, salga inmediatamente de la consulta. Busque otro pediatra,
porque el que usted tiene no sabe lo que hace o no le importa lo más mínimo.
En 1975, el Colegio Oficial de Pediatría recomendó que no se utilizara tetraciclina
en niños menores de ocho años, ya que puede ocasionar un retraso del crecimiento óseo,
dañar el hígado, provocar malestares estomacales, náuseas, diarreas, vómitos y
erupciones. Si se utiliza durante mucho tiempo, también puede manchar para siempre los
dientes de un color amarillo.
Acuérdese siempre, cuando piense si debe llevar a su hijo al médico, o si debe
darle los fármacos que le ha recetado, que muchos médicos piensan que «lo que se pueda
hacer, se hará», aunque no tenga sentido hacerlo. Muchos de los estudios realizados sobre
la utilización de antibióticos lo corroboran. Un gran hospital solía exigir que los médicos
que recetaran antibióticos obtuvieran la aprobación de los especialistas en enfermedades
infecciosas antes de sacar el antibiótico de la farmacia. Cuando esta restricción se
suprimió, el uso de ampicilina se multiplicó por ocho. De forma similar, cuando se
colocó el cloranfenicol en la lista de fármacos de uso restringido, su utilización
disminuyó un 10%.
Si tiene la sensación de que he insistido demasiado sobre el asunto del mal uso de
los antibióticos, únicamente se debe a la importancia que tienen sobre la salud y el
bienestar futuro de su hijo. Pero espero que usted también se resista a utilizar otros
medicamentos y que no le dé la oportunidad a su pediatra para que emplee todos los
trucos oportunistas e innecesarios que esconde en su maletín. Por lo que respecta a la
mayoría de las enfermedades del aparato respiratorio, los conocimientos del pediatra son
un pobre y peligroso sustituto del sentido común que usted posee.

Consejos sobre la tos, los resfriados y la gripe, por el Dr. Mendelsohn

Los catarros, gripes y la laringitis son enfermedades provocadas por virus y no


existe ningún tratamiento médico que las cure. Normalmente, responderán en unos pocos
días ante el propio mecanismo de defensa del cuerpo, y no exigen atención médica. Sin
embargo, hay cosas que usted puede hacer para aliviar el malestar de su hijo y apresurar
su recuperación cuando padezca una de estas enfermedades. Aquí le ofrezco algunas
sugerencias para que maneje los resfriados y la gripe.

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Mantenga un nivel alto de humedad en la habitación del niño o en toda la casa.
Asegúrese de limpiar a menudo el humidificador, para que no suelte sustancias irritantes.
Si su hijo padece alguna dificultad para respirar por la nariz o tiene una tos ronca, llévelo
al cuarto de baño, cierre la puerta, abra el grifo del agua caliente y déjelo que respire el
vapor durante unos 20 minutos.
Intente ayudarle a reemplazar los líquidos que pierde al toser, estornudar y sudar.
Intente que se beba un vaso de líquido cada hora. Lo mejor es el zumo de frutas, ya que
tiene algún valor nutritivo, pero su objetivo es que el niño beba algo, así que dele
cualquier cosa que pueda tolerar —agua, té, o incluso refrescos como último recurso si es
que no quiere beber nada más—.
Anime a su hijo a que descanse mucho. Intente mantenerle en cama durante las
primeras fases de la enfermedad, pero no haga un mundo de eso. Si no quiere estar en
cama, déjelo que se levante, pero intente que no realice mucha actividad física. Tampoco
le hará ningún mal salir a la calle, mientras no se agote demasiado.
Evite cualquier medicamento, incluso aunque este pudiera aliviarle los síntomas. Si
el malestar del niño es tan grande que usted no puede soportarlo, dele un medicamento
específico para el síntoma que más lo atormente, no fármacos compuestos que traten
cuatro o cinco síntomas. No le dé la medicación durante más de uno o dos días. Evite los
jarabes contra la tos, porque pueden tener efectos secundarios si se toman en exceso, y es
frecuente que suceda, ya que a un niño le saben a caramelo.
Intente recordar, antes de caer en la tentación de comprarle algún preparado sin
receta que le alivie los síntomas, que puede que esté interfiriendo en los esfuerzos que
hace el cuerpo de su hijo para curarse. Más de lo que pueden hacer los medicamentos lo
hará su constante atención para que mantener la humedad y que el niño esté hidratado.
Aléjese del médico, a menos que su hijo dé muestras de una grave dificultad respiratoria
y se le ponga la piel de un color azulado, lo que podría ser un indicio de una neumonía
bacteriana. En ese caso, llévelo al médico o a un Centro de Urgencias.
Ya esté su hijo resfriado o no, asegúrese de que tiene una dieta equilibrada, rica en
nutrientes y vitaminas, y de que posea los menos aditivos químicos posibles de los que
nos encontramos en la mayoría de los alimentos preparados que se venden hoy en día.
Recuerde que, para ayudar a que su hijo se sienta mucho mejor, la paciencia, una cariñosa
atención y la confianza son mejores que cualquier medicamento que pueda encontrar en
el estante de una farmacia.
Estos fármacos no se encuentran en el mercado español (N. de la T.)

11.- La mítica amenaza de las anginas provocadas por estreptococos

Sería raro que un niño que viviera en una zona norte de frío pasara el invierno sin haber
tenido como mínimo una inflamación de garganta. Las gargantas rasposas, irritadas,

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pueden ser dolorosas y bastantes molestas, tanto para los padres como para los niños. A
menudo impiden comer, hablar o tragar bien, e incluso dormir. Por eso, es inevitable que
se produzcan una serie de llamadas lastimeras para intentemos aliviarle esos síntomas.
Cuando la víctima es su hijo, su respuesta instintiva puede muy bien ser la de
llamar al médico. Pero si usted cede a ese impulso, simplemente estará preparando la
escena para que intervenga la medicina encargada de las anginas provocadas por
estreptococos. Es casi seguro que su médico hará un cultivo de la garganta, y si aparecen
estreptococos, lo más probable es que le recete un antibiótico. Eso puede acortar
ligeramente el curso de la enfermedad, pero también aumentará las posibilidades de que
su hijo padezca una sucesión de inflamaciones de garganta durante todo el invierno. Más
adelante le explicaré las razones.
Los médicos no son los responsables directos de la mayoría de las inflamaciones de
garganta, pero sí son responsables de hacer que los padres se preocupen cuando aparecen
los síntomas. La preocupación se desata por la creencia, inspirada por los médicos, de
que las inflamaciones pueden ser debidas a una infección estreptocócica y que esta
afección, si no se trata, puede acarrear graves consecuencias. Entre esas consecuencias se
incluyen la nefritis aguda o fiebre reumática y enfermedades coronarias. Ambas razones
son causa legítima de ansiedad paternal, así que no me sorprende que los padres cojan el
teléfono para llamar al médico cuando el malestar del niño aumenta.
Como padre, usted necesita saber cómo puede apaciguar sus temores sin recurrir a
una ayuda profesional potencialmente peligrosa y altamente costosa. Usted necesita los
hechos que su médico puede negarse a darle sobre las infecciones estreptocócicas y las
inflamaciones de garganta.
Primero, usted debería saber que las inflamaciones de garganta son causadas, la
mayoría de las veces, por virus que la Medicina Moderna no puede curar. Los únicos
tratamientos legítimos que un médico puede prescribirle no curarán la inflamación de
garganta. Simplemente aliviarán un poco los síntomas, y son tan simples y obvios que
cualquier padre podría realizarlos sin haber tenido que pasar antes por la Facultad de
Medicina.
Segundo, debería saber que realizar un cultivo para determinar la presencia de
estreptococos sólo consigue que usted pierda su dinero y el médico, su tiempo. No
probará que su hijo tenga, o no tenga, una infección estreptocócica. Sin embargo, esa
cuestión puede resolverse satisfactoriamente realizando una exploración clínica: una
exploración tan simple que cualquier padre informado podría hacerla por sí solo.
Tercero, las posibilidades de que su hijo sufra una fiebre reumática, incluso aunque
tuviera una infección estreptocócica, son mínimas. Durante el cuarto de siglo que he
estado ejerciendo la pediatría y en el cual he visto a más de 10.000 pacientes, sólo he
tenido un caso de fiebre reumática. En la vida real, la amenaza de fiebre reumática no
existe en la mayoría de las poblaciones. La enfermedad rara vez se da, excepto entre

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aquellos niños desnutridos que viven en unas condiciones de hacinamiento asociadas con
la extrema pobreza.
Ahora, analicemos por qué puedo yo afirmar esto con tanta seguridad cuando, lo
más probable, es que se contradiga con gran parte de lo que le hayan dicho los médicos,
si es que le ha dicho algo.
Debido a que la mayoría de las inflamaciones de garganta son causadas por virus,
no pueden ser legítimamente tratadas por su médico, ya que no existe una cura válida
para los virus. Sin embargo, estas infecciones responderán ante las defensas normales del
cuerpo y los síntomas suelen desaparecer en tres o cuatro días.
Una causa menos frecuente de las inflamaciones de garganta son las infecciones
bacterianas, casi siempre por bacilos estreptocócicos. Estas infecciones responderán en
un periodo de 24-48 horas a un tratamiento con penicilina. Sin el tratamiento, los
estreptococos se rendirán ante los antibióticos que se producen en la sangre y
normalmente desaparecen en menos de una semana. Los antibióticos simplemente hacen
que el proceso se acelere un poco.
Una tercera causa de las inflamaciones de garganta la origina tres enfermedades
que, cuando aparecen, son una causa justificada de temor paternal. La primera, que es
relativamente común comparada con las otras, es la mononucleosis infecciosa. La
segunda, la difteria, era antes una enfermedad muy temida, pero en la actualidad casi ha
desaparecido. La tercera, la leucemia, no es muy común, pero es la más temida de todas.
Todas estas enfermedades exigen atención médica, y usted debería acudir con prontitud
al médico si alguna de las instrucciones de diagnóstico que le doy más abajo le hacen
sospechar que se trata de una de ellas. Hablaré extensamente de la mononucleosis y de la
difteria en el capítulo 19.

Causas de las inflamaciones de garganta que usted puede controlar

Un número sorprendente de inflamaciones de garganta se produce debido a


condiciones externas que usted, como padre, tiene una habilidad considerable para
controlar. Estas condiciones producen la irritación de las membranas que recubren la
garganta, dando como resultado la inflamación. Los principales culpables son: la
sequedad resultante de la falta de humedad que hay en el ambiente invernal; los
antihistamínicos que le haya administrado a su hijo —con o sin el consejo de su
médico—; tabaquismo o exposición al humo de los cigarros; la contaminación
atmosférica de la zona donde vive; e incluso el llorar o gritar demasiado puede irritar las
cuerdas vocales.
Las inflamaciones de garganta causadas por virus suelen diagnosticarse por
exclusión. Si no se presentan síntomas asociados con otras causas, y si su médico no
puede encontrar otra cosa que explique la afección, él atribuye la enfermedad a los virus.
En la mayoría de los casos el diagnóstico será correcto.

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No existe ningún tratamiento que cure una infección vírica de garganta, y su
médico debería decírselo. Sin embargo, algunos médicos, antes que admitir que no
pueden hacer nada, hacen un cultivo de garganta y comienzan un tratamiento inmediato
con penicilina «porque puede tratarse de una infección por estreptococos».
La forma más fácil de evitar esta posibilidad es no ir al médico a menos que haya
unos indicios claros de que su hijo necesita ayuda médica. A continuación le expongo lo
que necesita saber para tomar esa determinación:
La aparición de una infección vírica se caracteriza por ser gradual, en uno o dos
días. La primera indicación de una inminente inflamación vírica de garganta es una vaga
sensación de hormigueo alrededor del velo del paladar, que se hace más evidente después
de tragar. En un día o dos se desarrolla una molesta inflamación de la garganta, a menudo
acompañada de mocos (normalmente un líquido claro, fluido), unas décimas de fiebre,
tos, y ganglios inflamados en la región del cuello. Si los síntomas se desarrollan en esta
secuencia, puede asumir casi con seguridad que su hijo padece una inflamación vírica de
garganta. Únicamente si los síntomas persisten más de una semana, o aparece una
dificultad respiratoria, hay que llamar al médico.
Por el contrario, las infecciones bacterianas surgen bruscamente y en pocas horas
—antes que en días—, provocan una fiebre alta, ganglios linfáticos inflamados bajo la
mandíbula y un dolor agudo de garganta. Pueden que no haya ni mocos, ni tos, ni
cualquier otros síntoma de un resfriado común.

Las inflamaciones de garganta causadas por estreptococos no son una afección grave

La mayoría de los casos de infecciones de garganta por estreptococos en niños


mayores de cuatro años se pueden diagnosticar buscando lo que los médicos denominan
la triada clásica de síntomas: pus en las amígdalas y en la garganta; ganglios inflamados
en el cuello; y fiebre superior a los 38,5 grados. El pus se detecta cuando una garganta
normalmente rosada tiene un color rojo fuerte, con manchas blancas o amarillas que
parecen leche cuajada. Si su hijo tiene menos de cuatro años, usted no puede esperar que
un examen clínico determine la presencia de estreptococos. Puede que lo consiga un
cultivo, pero no tiene ningún sentido hacerlo, ya que por razones relacionadas con la
respuesta inmunitaria, los niños menores de cuatro años no se ven afectados por la fiebre
reumática.
Si los síntomas de inflamación de garganta persisten durante más de una semana,
que es más del curso normal que siguen las infecciones víricas y bacterianas, llévelo al
médico. Eso es simplemente una medida de precaución para asegurarse de que no se trata
de una mononucleosis infecciosa o de una leucemia, que deben ser diagnosticadas
mediante un análisis de sangre que usted no puede hacer. Si tarda en ir al médico, el
riesgo no aumenta, ya que en las primeras etapas de una inflamación de garganta su
médico no haría ni debería realizar estos análisis. Eso es debido a que el tratamiento

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contra la mononucleosis es reposo, cosa que su hijo ya debería estar haciendo, así que
una rápida detección no tiene un valor especial. La leucemia es una enfermedad tan poco
frecuente que no es adecuado realizar unos análisis de manera indiscriminada, y las
posibilidades de que su hijo padezca difteria son incluso mucho más remotas. Si se tratara
de eso, usted lo sabría porque la inflamación provocaría dificultades serias para respirar,
como el ahogo. A menos que aparezcan estos síntomas, su médico no sospechará que se
trate de difteria, porque lo más probable es que nunca se haya encontrado con un caso.
Las inflamaciones de garganta producidas por las condiciones medio ambientales
aminorarán sólo con que usted utilice el sentido común. Si la inflamación que su hijo
padece no viene acompañada de fiebre, inflamación de los ganglios, pus, o de cualquier
otro síntoma, debe pensar que la sequedad del aire es el primer culpable. En invierno, en
las zonas frías, la humedad media de las casas es de un 15%. Ese número adquiere más
importancia si piensa que la humedad normal del desierto del Sahara es mayor: ¡un 18%!
Si la sequedad del aire es lo que origina el problema de su hijo, gaste su dinero en un
buen humidificador y no en visitas al médico. Puede utilizar el mismo buen razonamiento
para el resto de causas medio ambientales.

Cultivos de garganta, penicilina e infecciones estreptocócicas

Los padres, profesores y el resto de los profanos en la materia han sido educados
por los médicos para creer que si un niño con una infección estreptocócica no recibe un
tratamiento corre un grave riesgo de contraer una fiebre reumática. Esta enfermedad es
motivo de preocupación principalmente porque puede producir una enfermedad
reumática del corazón. Cuando le llevan un niño que tiene una inflamación de garganta,
el pediatra típico le dirá a usted, el padre, que va a hacerle un cultivo de garganta para
determinar si el niño tiene estreptococos. Puede que también alegue los riesgos de
contraer una fiebre reumática para justificarlo. Lo que no le explicará será todas las
razones de por qué hacer un cultivo rara vez tiene algún sentido.
No le dirá, por ejemplo, que lo más frecuente es que la causa de la inflamación sea
un virus; que hacer un cultivo es un ejercicio inútil si no hay síntomas de la triada clásica
y si no hay indicios clínicos de estreptococos.
Él no le dirá que, aunque el cultivo dé positivo eso no significa que su hijo tenga
una infección estreptocócica. Una media del 20% de niños en edad escolar perfectamente
sanos son portadores de esta bacteria durante todo el invierno, pero no desarrollan la
enfermedad debido a la inmunidad natural que su sistema ha desarrollado.
Lo más seguro es que su médico no le diga que, en las mejores condiciones, sólo
un 85% de las infecciones que actualmente se producen por estreptococos son
identificadas mediante cultivos, y que cuando el trabajo de laboratorio se hace en la
consulta del médico, y no en un buen laboratorio, la media de diagnósticos correctos baja
hasta un 50%. Eso es debido a que aquellos que llevan a cabo trabajos de laboratorio en

92
las consultas médicas suelen ser personas con poca formación y experiencia, y que han
tenido muy pocas oportunidades de practicar estas pruebas.
También es casi seguro que su médico no le dirá que, aunque la penicilina puede
acortar tres o cuatro días el curso de la enfermedad, también puede provocar que la
infección vuelva a aparecer varias veces durante el invierno. Los antibióticos, al mismo
tiempo que matan los estreptococos, también impiden que se reproduzcan los
anticuerpos, que son la defensa natural del cuerpo contra la enfermedad. Si no se trata
esta clase de infección y se le permite que siga su curso, el cuerpo producirá anticuerpos
que lucharán contra ella, y que siguen protegiendo al niño de las nuevas infecciones que
puedan atacarle en lo que queda de invierno. Es la acción de la penicilina contra los
anticuerpos lo que la hace efectiva para prevenir la fiebre reumática. Las consecuencias
de un tratamiento con antibióticos son que, si un niño es sometido a un cultivo de
estreptococos y tratado con penicilina al principio del invierno, sus amígdalas serán el
objetivo de los bastoncillos de algodón por lo que resta de invierno. Si uno de sus hijos ha
pasado algún invierno tratándose una inflamación de garganta tras otra, el tratamiento, y
no el bacilo, puede ser el verdadero culpable.
Puede que su médico le pregunte si su hijo es alérgico a la penicilina. En realidad,
tiene tanto miedo de que le pongan una denuncia por negligencia que lo más seguro es
que se lo pregunte. Pero, lo más probable es que no le diga las posibles consecuencias
que puede desencadenar una reacción alérgica al fármaco. La penicilina puede provocar
diarrea, erupciones y, en casos muy raros, choque anafiláctico y la muerte. Si es la
primera vez que a su hijo le dan penicilina, asegúrese de que su médico sabe esto y de
que mantiene un estrecho control sobre su hijo para evitar que se produzca cualquier
reacción que termine en un choque mortal. Recuerde, además, que aunque la penicilina
no pierde su eficacia en el tratamiento de los estreptococos, un uso indiscriminado e
innecesario del fármaco puede interferir en su eficacia para tratar, más adelante, una
bacteria más peligrosa que estos bacilos. Como ya he explicado antes, el paciente puede
desarrollar variaciones antigénicas resistentes a la penicilina, así que el fármaco no
funcionará cuando sea realmente necesario para salvar una vida.
Si su médico le da una receta de penicilina oral, puede que recuerde avisarle que el
tratamiento no será efectivo para prevenir una fiebre reumática a menos que el niño lo
tome regularmente cada cuatro horas durante 10 días. Sin embargo, es obvio que lo más
normal es que, incluso si se ha dado, no se siga este consejo. Es fácil comprender la
razón. Los antibióticos alivian los síntomas de una amigdalitis en un par de días, como
probablemente hubiese hecho la Madre Naturaleza si necesidad de fármacos. A menudo
los padres piensan que el medicamento ha hecho su trabajo. Lo ha hecho, por lo que
respecta a la infección de estreptococos, pero no será totalmente efectivo contra la
posibilidad de una fiebre reumática a menos que se complete el tratamiento.
Incluso sabiendo esto, es de admirar aquel padre que sigue insistiendo para que su
hijo se tome la medicina cada cuatro horas, ocho días después de que deje de sentirse y de

93
estar enfermo. Muchos estudios han demostrado que cuando se receta penicilina sólo se
completa el tratamiento en menos del 50% de los casos. Eso significa que en más de la
mitad de los casos en los que se receta penicilina, el paciente no se la toma durante el
tiempo suficiente como para que sea efectiva contra la enfermedad —contra la fiebre
reumática, no los estreptococos— que se supone que debe prevenir.

Para la mayoría de los niños, la afectación cardiaca de la fiebre reumática no es una


amenaza.

Si los niños tuviesen un peligro importante de contraer una enfermedad cardiaca


reumática, el no seguir las instrucciones del médico sería un motivo de preocupación. En
la vida real, sólo es motivo de preocupación entre el grupo de alto riesgo —los niños que
viven en una situación de extrema pobreza y que tienen menos oportunidades de recibir
atención médica, y que, cuando la reciben, no es muy probable que se puedan tomar el
tratamiento todo el tiempo que deberían—.
Sin embargo, a pesar de que la fiebre reumática ha desaparecido casi por completo,
excepto en las clases sociales económicamente menos favorecidas, es raro que los
médicos les digan a sus pacientes que el riesgo es mínimo. A los padres se les hace creer,
o al menos se les permite que lo crean, que la fiebre reumática y la consecuente amenaza
de una enfermedad cardiaca crónica es un riesgo inminente para todos los niños que
padecen una inflamación de garganta. Esa conclusión es contrariada por la lógica y por la
estadística.
Ante todo, prácticamente todos los estudios que demuestran la incidencia de fiebre
reumática entre los niños víctimas de una inflamación de garganta se han realizado en
poblaciones «cerradas», como bases militares y orfanatos. Es un hecho conocido que la
epidemiología de las poblaciones cerradas no es la misma que la de las poblaciones
«abiertas». Aún así, estos resultados se han aplicado a todas las poblaciones, y millones
de personas han sido tratadas de infecciones estreptocócicas para evitar una enfermedad
que rara vez se da. Es justo poner en duda si el daño que ocasiona ese tratamiento supera
el riesgo para el cual se utiliza la penicilina. Los médicos no pierden tiempo en advertir a
los padres de los peligros de la fiebre reumática, pero no conozco a muchos que adviertan
a sus pacientes de los riesgos que conllevan los tratamientos que prescriben.
Si la fiebre reumática fuese una amenaza real, uno pensaría que en una ciudad tan
grande y tan densamente poblada como Nueva York surgirían incontables casos,
especialmente porque muchos de sus residentes viven en condiciones de pobreza. Ese
pensamiento no puede estar más lejos de la realidad. De hecho, entre 1970 y 1977 sólo se
dieron 57 casos de fiebre reumática en el famoso hospital de Nueva York, Bellevue, y en
1978, el año más reciente del que poseo datos, no se dio ni un solo caso.
Si se les presiona, quizás los médicos reconozcan que la incidencia de fiebre
reumática está decayendo, pero ellos tienden a atribuir esta disminución a la capacidad

94
que tiene la penicilina para prevenir la enfermedad. Esa afirmación no tiene sentido, ya
que la incidencia de la fiebre reumática comenzó a bajar mucho antes de que la penicilina
apareciese en escena. Hace veinticinco años se intentó establecer un registro de los casos
de fiebre reumática en el área metropolitana de Chicago, y se les pidió a todos los
médicos que informasen los casos que habían tratado. El estudió se abandonó porque no
se pudo encontrar ningún caso en los barrios y suburbios acomodados de Chicago. Los
únicos casos que aparecieron se dieron en los barrios empobrecidos del centro,
demostrando, una vez más, que sólo los niños que viven en familias pobres están
expuestos a un grave peligro.
Los estudios han demostrado que la incidencia de fiebre reumática es proporcional
al número de niños que viven en una misma habitación, lo cual también podría explicar
los resultados obtenidos en las bases militares y en los orfanatos. Está claro que la fiebre
reumática es una enfermedad socioeconómica, y no es probable que la penicilina, aún
entre los más pobres, tenga mucho efecto. La eficacia de la penicilina varía según el
estado de nutrición del paciente, y la buena alimentación no es una característica de la
pobreza.
Aunque está claro que la incidencia de casos diagnosticados como fiebre reumática
está disminuyendo, no está tan claro si esta enfermedad ha supuesto alguna vez una
amenaza importante. Un estudio sobre casos diagnosticados hace 40 años como
enfermedad cardiaca reumática reveló que el 90% de los casos habían sido mal
diagnosticados debido a que se habían aplicado mal los criterios clásicos. Nueve de las
diez presuntas víctimas de esta enfermedad no la habían padecido en absoluto. Por eso,
puede ser una equivocación decir que la enfermedad coronaria reumática no es ya
ninguna amenaza porque, de hecho, nunca lo ha sido. Esto es importante para aquellos
que hace muchos años le diagnosticaron esta enfermedad y que, desde entonces, han
estado preocupados.
Una última pregunta para su médico, si es que sigue insistiendo en que la fiebre
reumática es motivo de preocupación: si entre un 15% y un 50% de los casos de
infecciones estreptocócicas no ha sido diagnosticado y, por tanto, no se ha tratado, y la
mitad de los que son tratados no reciben ningún beneficio porque no acaban el
tratamiento, ¿dónde está toda la gente que debería haber contraído una fiebre reumática a
causa de una inflamación de garganta?

Tres opiniones sobre los tratamientos de estreptococos

La gran mayoría de los médicos se dividen en dos bandos a la hora de establecer un


tratamiento apropiado de las infecciones estreptocócicas. Existe también un tercer bando,
uno muy solitario, al cual sólo pertenecemos unos cuantos.
Un grupo de médicos piensa que en todos los casos de inflamación de garganta se
debería administrar inmediatamente penicilina, sin esperar a los resultados del cultivo.

95
Advierte, correctamente, que a menos que se dé la penicilina en un periodo comprendido
entre las 48 y 72 horas desde que aparecen los síntomas, puede que, cuando se utilice, ya
sea demasiado tarde para prevenir una fiebre reumática. Ya que los síntomas
normalmente suelen aparecer antes de que se haga el cultivo, esperar las 24 o 48 horas
necesarias para obtener los resultados puede hacer que la penicilina sea ineficaz.
El segundo grupo mantiene que se debería esperar a tener los resultados del cultivo
antes de administrar la penicilina. Señala los riesgos que conlleva la penicilina, los
riesgos asociados con el uso indiscriminado y el hecho de que no se le debería decir a los
pacientes que gasten un dinero en una receta que quizás no necesiten.
El tercer grupo, al cual yo pertenezco, mantiene que debería evitarse tanto los
cultivos como los antibióticos, porque los riesgos que conlleva el tratamiento son
mayores que la posibilidad remota de que su hijo padezca ninguna secuela permanente,
incluso aunque tenga una infección estreptocócica.
Mi posición se basa simplemente en un cuarto de siglo de experiencia y
observación. Cuando acabé la carrera, me asocié con un pediatra que ejercía en un barrio
acomodado de Chicago. Mi colega, el Dr. Ralph Kunstadter, era un pediatra con gran
experiencia y muy concienzudo. Me sorprendí cuando me di cuenta de que rara vez
tomaba un cultivo de garganta, y cuando le pregunté, me dijo que le parecía irrelevante y
una pérdida de tiempo.
El Dr. Kunstadler hizo su especialidad veinte años antes que yo, antes de que las
Facultades de Medicina se hubiesen olvidado por completo de la Madre Naturaleza. Pero
a mí me habían metido en la cabeza todo lo referente a las intervenciones. Esto me llevó a
tomar cultivos durante algún tiempo, aún a pesar de su ejemplo. Finalmente, también yo
los dejé, cuando descubrí que los resultados que yo obtenía tras tomarme las molestias y
hacer que mis pacientes se gastaran el dinero no eran mejores que los del Dr. Kindstadler.
Como dije antes, aunque tuvimos unos 150.000 pacientes en los quince años que
ejercimos juntos, sólo nos encontramos con un caso de fiebre reumática. Obviamente,
arriesgarnos a dañar a todos esos otros niños que padecían inflamaciones de garganta
tratándolos con penicilina para prevenir un único caso de fiebre reumática hubiese sido
un pobre intercambio.

Por qué deberían evitarse las tonsilectomías

Por último, unas palabras sobre las amígdalas de su hijo —las que interceptan la
entrada de bacterias en la garganta, y que puede infectarse cuando su cuerpo luche contra
una enfermedad bacteriana—. Póngase en guardia cuando el médico de su hijo intente
convencerle de que la infección de las amígdalas es una indicación de que deben
extirparse, porque rara vez es cierto.
Durante décadas, las operaciones para extirpar las amígdalas (tonsilectomías) han
sido el pan de cada día de los cirujanos y pediatras. En los años treinta, los médicos

96
realizaban entre un millón y medio y dos millones de tonsilectomías por año. Muy pocos
niños llegaban a los diez años con las amígdalas intactas, a pesar de que eran muy pocos
los casos en los que la extirpación tuviera una base médica justificada. Las consecuencias
de esta operación innecesaria para millones de niños fueron traumas emocionales, pérdida
de una defensa natural contra las enfermedades y, en algunos casos, la muerte.
Los únicos síntomas absolutos para realizar una tonsilectomía o para extirpar las
vegetaciones son el cáncer y una inflamación tan grande de las amígdalas que,
virtualmente, impida que su hijo respire. Aún así, los médicos las han estado realizando
por rutina durante décadas, defendiendo este comportamiento irracional con el argumento
no demostrado de que si no se extirparan unas amígdalas infectadas podría ocasionar una
pérdida auditiva en el niño, o, como mínimo, que padeciera amigdalitis recurrente.
La compulsión de los pediatras y cirujanos por extirpar las amígdalas sin causa
justificada se demostró en un estudio experimental realizado a mediados de los años 40.
Se le pidió a un grupo de pediatras que examinaran a 1.000 niños, que recomendó que se
les extirpara las amígdalas a 611 niños; a otro grupo de pediatras se les pidió que
examinaran a los restantes 389 niños, y aconsejaron que se les extirpara las amígdalas a
174. Eso nos deja sólo con 215 de los 1.000 niños originales, y se le pidió a un tercer
grupo de pediatras que los examinara. Aunque ya los habían examinado otros dos
médicos, ¡se recomendó la tonsilectomía para 89 de ellos! Si hubiese continuado esta
farsa una o dos rondas más, probablemente también le habrían recomendado la cirugía a
los 126 niños que quedaban.
Las amígdalas y las vegetaciones son tejidos linfáticos, que es donde se localiza la
principal actividad inmunitaria del cuerpo para luchar contra la enfermedad. Debido a
que son los que impiden que la bacteria entre en la garganta de su hijo, es inevitable que
se infecten e inflamen. Si las extirpan, desaparecerá la primera línea de defensa que tiene
su hijo contra las infecciones, y la responsabilidad recae sobre los ganglios linfáticos del
cuello. La competencia inmunitaria de su cuerpo se ve reducida y puede que haya un
riesgo mayor de que su hijo sea víctima de la enfermedad de Hodgkin.
Como consecuencia de que los padres cada vez se muestran más reticentes a que le
extirpen las amígdalas a sus hijos —debido a las críticas de los medios de
comunicación—, el número de tonsilectomías que actualmente se realizan es un tercio
menor de lo que era. Con todo, todavía se llevan a cabo demasiadas, y su hijo puede ser
víctima de una de ellas. No creo que más de un niño entre mil necesite esta operación, sin
embargo, todavía se efectúan cientos de miles cada año, produciendo entre 100 y 300
muertes, y teniendo un índice de complicaciones del 16 por mil.
¡Yo he llegado a la conclusión de que poner las amígdalas en un lugar tan accesible
para el bisturí del médico puede haber sido el único error que Dios cometió! A menos que
su hijo tenga las amígdalas tan inflamadas que no le permitan respirar, no permita que su
médico realice una tonsilectomía si no puede ofrecerle razones convincentes para hacerlo.
Incluso entonces yo le recomendaría que buscara una segunda opinión.

97
Consejos ante una inflamación de garganta, por el Dr. Mendelsohn

Las inflamaciones de garganta, per se, aunque pueden causar un malestar


considerable, no son una afección grave, ni siquiera si son causadas por una infección por
estreptococos. No requieren tratamiento médico a menos que aparezcan síntomas nuevos
que indiquen una enfermedad grave. Estos son mis consejos para los padres cuyos hijos
padecen inflamaciones de garganta.
No corra para llevar a su hijo al médico simplemente porque tenga unas décimas de
fiebre y la garganta inflamada. Sólo vaya al médico si los síntomas duran más de una
semana.
Reemplace el líquido corporal que se pierde al sudar, toser, estornudar, moquear,
por la diarrea, por una respiración agitada y por la pérdida de apetito. Mientras el niño
esté despierto, dele un vaso de líquido cada hora. Eso es mucho líquido, quizás más de lo
que el niño quiera tomar, así que anímelo ofreciéndole variedad: agua sin flúor, té, zumos
de frutas o verduras, sopas e incluso refrescos como último recurso si eso es lo único que
quiere tragar.
Mantenga una humedad adecuada en la habitación del niño y, si es posible, en toda
la casa. Los humidificadores que suministran vapor templado son muy buenos y seguros.
Aunque, recuerde, es muy importante que mantenga el humidificador limpio para evitar
que comience a emanar sustancias irritantes que pueden inflamar aún más la garganta de
su hijo. También debería intentar aumentar la humedad de la habitación de su hijo un
50% más, aunque, a veces, es difícil.
Si su hijo se queja mucho, puede que usted quiera hacer algo para aliviarle los
síntomas. Una dosis adecuada de un analgésico como el Tylenol puede ser apropiada.
Hay riesgos asociados con este fármaco, pero para un alivio temporal del dolor no creo
que una cantidad pequeña cause algún daño. Una alternativa que prefieren algunas
madres, y que a menudo funciona, es darle una cucharadita de licor. Por razones que
escapan a mi entendimiento, los alcoholes blancos (ginebra y vodka) parece que son los
favoritos de los que utilizan este sistema. ¡Quizás los padres no quieran desperdiciar su
mejor whisky con un niño!

Ya he hablado de lo que opino sobre bajar la fiebre, pero déjeme que le recuerde
otra vez que la fiebre que acompaña a una enfermedad es un mecanismo que utiliza el
cuerpo para curarse a sí mismo. Las fiebres de menos de 39 grados no suponen ningún
riesgo importante, excepto el de las convulsiones. Las convulsiones dan mucho miedo,
pero es raro que sean peligrosas y lo más probable es que no se puedan evitar, ya que no
son proporcionales a lo alta que sea la temperatura, sino a la rapidez con que sube.

98
La inclinación que tienen los médicos por recetar Aspirina u otro fármaco para
reducir la fiebre, cosa que muchos hacen por rutina, es algo que me parece horrible.
Todos los médicos aprenden en los primeros años de Facultad que por cada grado que la
temperatura sube se duplica la velocidad con que los leucocitos viajan por la sangre para
luchar contra la enfermedad. No puedo comprender por qué un médico querría ponerle
frenos al mecanismo que lucha para hacer que el paciente se recupere.
Sin tratamiento, una inflamación de garganta —incluso las provocadas por
estreptococos— tarda en curarse una semana o menos. Si no es así, acuda al médico,
porque puede ser el indicio de una enfermedad que no sea provocada por los
estreptococos —mononucleosis infecciosa, o en casos muy raros, difteria o leucemia—.
La mononucleosis es muy fácil de identificar con un análisis de sangre, y el tratamiento
normal es nada más que una buena alimentación y mucho reposo. Los casos más agudos
pueden ser tratados con hormonas de esteroides —normalmente con Prednisona—,
aunque este es un tratamiento muy radical y controvertido que sólo debiera utilizarse en
casos de un riesgo extremadamente alto. Las difteria es tan poco frecuente que puede que
su médico ni siquiera sospeche que se trata de eso, a menos que el malestar de su hijo
llegue al punto de padecer una dificultad respiratoria extrema. Si su hijo se ahoga y es
incapaz de respirar bien, llévelo corriendo al Centro de Urgencias más cercano.

Los médicos justifican la utilización de la penicilina para tratar los estreptococos


como medio para prevenir una enfermedad coronaria reumática. Es tan raro que esta
enfermedad se produzca como consecuencia de una infección por estreptococos que no
justifica que se trate esta infección con antibióticos. Sin embargo, si lleva a su hijo al
médico y le receta penicilina para tratar una infección estreptocócica, los síntomas
deberían comenzar a desaparecer en 24 o 48 horas. Si no han desaparecido en una
semana, informe a su médico. La inflamación de garganta de su hijo puede deberse a
otras causas distintas de los estreptococos, y deberían hacerle los análisis adecuados para
descubrir de qué se trata.
A menos que su hijo tenga una dificultad crónica para respirar porque su garganta
es frecuentemente obstruida por la inflamación de las amígdalas, no deje que su médico
le practique una tonsilectomía sin pedir una segunda opinión que confirme que es
necesario. Las amígdalas de su hijo son una de las defensas naturales que tiene el cuerpo
para luchar contra las enfermedades, y no debería acabar sin ellas a menos que haya una
gran necesidad de que así sea.

99
12.- Dolores de oído: dolorosos, sí; peligrosos, rara vez

El dolor de oído puede ser la enfermedad más dolorosa de la infancia. Su hijo


puede sufrir mucho, y usted también debido a la impotencia que puede sentir y al temor
de que la infección provoque una pérdida auditiva o tenga otras consecuencias.
Estadísticamente, la otitis media (infección del oído medio) es la responsable del
8% de todos los pacientes que van al pediatra, y del 17% de todas las enfermedades que
se diagnostican. Sin embargo, eso no significa que el 17% de las infecciones sean otitis
media, ya que, con probabilidad, es la enfermedad infantil más sobrediagnosticada y
tratada en exceso.
La mayoría de los padres se apresuran a llamar al médico cuando su hijo se queja
de que le duele el oído. Esto les pasa incluso a aquellos padres que sólo acuden al médico
como último recurso cuando su hijo se queja de que está enfermo. Esta preocupación se
desencadena debido al dolor agudo que siente el niño o al temor de que llegue a sentirlo.
Además, muchos padres creen que una infección de oído puede provocar una pérdida
auditiva o una mastoiditis, una temida reliquia del pasado médico.
Yo no pretendo en absoluto criticar a estos padres que siguen temiendo esto,
porque, en la mayoría de los casos, los médicos los refuerzan a creerlo. También los
pediatras, más que menos, diagnostican infecciones de oído allí donde no existen. Es
verdad que su hijo puede experimentar una pérdida auditiva temporal como resultado de
infecciones de oído recurrentes durante los meses de invierno. Pero si eso ocurre,
relájese, porque toda su capacidad auditiva reaparecerá en la primavera, como los
tulipanes. En los más de 25 años que he estado ejerciendo como pediatra, jamás he visto
un caso de pérdida auditiva permanente como consecuencia de una infección de oído. Y
por lo que se refiere a la mastoiditis, que era una de las principales preocupaciones de los
padres durante mi niñez, tampoco me he encontrado ningún caso, ya fuese la persona que
padecía una infección de oído tratada o no. Ha desaparecido misteriosamente.
En la mayoría de los casos, el dolor de oído es provocado por la presión que se
produce cuando algo —normalmente, una infección— interfiere en el drenaje del oído
que se produce a través de las trompas de Eustaquio. Sin embargo, se pueden dar
infecciones bacterianas y virales en el conducto auditivo (otitis externa), en el oído medio
(otitis media) y en el oído interno. Las infecciones del oído interno no suelen darse en
niños. En el adulto pueden producir vértigo, aturdimiento y sensación de burbujeo dentro
del oído (ruidos en los oídos).

Dolores de oído causados por cuerpos extraños

Los cuerpos extraños son otra causa, relativamente común, del dolor de oído.
Pueden ser ellos los que provoquen el dolor, o producir infecciones que lo provoquen.
Parece que a los niños pequeños les encanta meterse objetos pequeños en los oídos, y, a

100
veces, en la nariz. Incluso hay canciones sobre eso. Y puedo asegurarle que esos objetos
no se limitan a las pipas. Con el correr de los años, me he visto obligado a invadir el
canal auditivo para sacar trozos de papel, bolitas de algodón, pastillas, M&M, trocitos de
cereales e, incluso, clips e imperdibles.
Si su hijo le dice que se ha metido algo en el oído, o usted tiene razones para
sospechar que ha sido así, llévelo inmediatamente al médico. Estos cuerpos extraños no
suelen salir por sí solos, y es peligroso que usted los saque. Si no hay razones para
sospechar que se trate de un cuerpo extraño, no es necesario un tratamiento médico, a
menos que el dolor persista durante 48 horas o más.
Las alergias también suelen ser un componente frecuente de las infecciones de
oído. Y pueden predisponer a su hijo para que padezca una infección bacteriana. El
culpable más frecuente suele ser la leche de vaca, ya sea en su forma natural o la que se
utiliza en los biberones. Esta provoca una inflamación de las membranas mucosas, las
cuales interfieren en el drenaje de las secreciones a través de las trompas de Eustaquio.
Debido a esas secreciones acumuladas, pueden producirse infecciones. La alergia a la
leche es la responsable de la alta incidencia de infecciones de oído que se dan en los
bebés alimentados con biberón, aunque las alergias a otros alimentos, como el polvo o el
polen, pueden producir los mismos efectos, así como la alergia al agua clorada de las
piscinas.
Los padres y los médicos también pueden ser responsables, provocando lesiones en
el conducto auditivo y en el tímpano cuando intentan extraer el cerumen del oído. Es
muy raro que sea necesario hacer esto y, cuando lo es, hay formas seguras de hacerlo. Si
usted quiere evitar dañar el oído de su hijo, le sugiero que siga una simple regla que
durante muchos años le he dado a los padres: «¡Nunca meta en los oídos de su hijo nada
que sea más pequeño que su codo!»
Nadie puede dar una explicación científica de por qué algunos niños producen más
cerumen que otros, pero es así. También hay diferencias raciales en la cantidad,
consistencia y en el color del cerumen que se encuentra en los oídos. Algunas veces, una
acumulación de cerumen puede provocar una pérdida auditiva leve y temporal, pero es
muy raro que esto pase en los niños.
La mejor forma de quitar el cerumen es poniendo unas cuantas gotas de agua
oxigenada en cada oído dos o tres veces al día durante dos o tres días. Quizás el niño se
queje de que oye un zumbido o de que parece como si tuviera burbujas en los oídos, pero
eso no le hará ningún daño. Deje el agua oxigenada en el oído durante algunos minutos y
después enjuáguela introduciendo, con suavidad, agua con una jeringuilla. También
puede utilizar un preparado comercial, Murine, aunque el agua oxigenada es más barata e
igual de efectiva.

101
Peligros de limpiar el cerumen de los oídos.

No es aconsejable que ni usted, ni su médico, utilicen ninguna clase de instrumento


para limpiar el cerumen de los oídos de su hijo, ni siquiera un bastoncillo de algodón.
Incluso aunque en el paquete pone (en letra muy pequeña) que no debe utilizarse con este
fin, a algunos padres les gusta utilizarlos. Esto es peligroso e innecesario por varias
razones:

Usted se está metiendo en un conducto oscuro, que tiene una delicada membrana al
final, y no sabe hasta dónde debe llegar.
El revestimiento del oído es una estructura delicada que tiene un montón de
glándulas y de cilios que están ahí para evitar que entre la suciedad. Las glándulas
segregan mocos y sustancias lubricantes. Este revestimiento es tan sensible que invadirlo,
aunque sólo sea con un algodón muy suave, es como conducir un tanque por medio del
césped.
El oído tiene sus propios mecanismos para expulsar los agentes nocivos del canal
auditivo. Cuando intenta limpiarlo con un algodón, usted interfiere en ese mecanismo, ya
que lo más frecuente es que empuje el cerumen y la suciedad hacia el fondo y se forme
una masa compacta, de forma que sea más difícil para el proceso natural eliminarlo.
También puede ocasionar un daño físico en el canal auditivo o en el mismo tímpano.

Tampoco el pediatra debería utilizar ningún instrumento para quitar el cerumen de


los oídos de su hijo. Él le dirá que tiene que hacerlo para poder ver el tímpano y
comprobar si hay infección. Eso no es razón suficiente, porque, conque se desplace un
poquito el instrumento de metal o que un niño revoltoso haga un movimiento repentino
de cabeza, se puede perforar el tímpano. Aunque esto se cura solo, puede dejar una
cicatriz que provoque una pequeña pérdida auditiva.
Algunas veces, el niño se daña el tímpano al meterse en el canal auditivo un objeto
afilado, como un lápiz. El tímpano se cura prácticamente solo sin necesidad de un
tratamiento. Durante todos los años que he estado ejerciendo nunca he visto un caso en
que no ocurriera así. No obstante, es una buena precaución ver al especialista si esto le
pasa a su hijo. En casos extremadamente raros el daño puede ser suficiente para necesitar
una operación quirúrgica, pero debe interrogar exhaustivamente al médico antes de que,
por una lesión de esta naturaleza, se proceda a una intervención quirúrgica o incluso a
recetar antibióticos.

Dolores de oído causados por cambios de la presión atmosférica

Otra causa ocasional de dolores de oído es el cambio de presión atmosférica que se


produce cuando su hijo sube a un avión o a un ascensor. Estos cambios de presión

102
algunas veces provocan dolor y una pérdida auditiva temporal, como sin duda habrá
podido comprobar en usted mismo cuando coge un avión. Los síntomas desaparecen
cuando se equilibran la presión interna y la externa, pero si no se equilibran, el bloqueo
de las trompas de Eustaquio puede provocar infecciones. Los adultos y los niños mayores
normalmente pueden equilibrar la presión tragando, bostezando, masticando chicle o
intentando expeler el aire por la nariz, tapándosela con los dedos mientras tienen la boca
cerrada. No hay ninguna prueba de que este último procedimiento sea peligroso. Los
bebés, a los que no se les pueden dar instrucciones para que sigan ninguno de estos
procedimientos, pueden normalmente evitar los síntomas si se les da el pecho durante el
despegue y el aterrizaje. Otra alternativa que se puede utilizar con los niños es
simplemente darles algo para que mastiquen o para que traguen.

Cómo tratan los dolores de oído la mayoría de los médicos

Pongámonos ahora en el caso de que su hijo tenga un dolor de oídos y usted lo


lleva al médico. Cuando yo estaba en la Facultad de Medicina, mis profesores me
advirtieron con mucha solemnidad que una infección de oído no tratada podría derivar en
sordera. Durante mucho tiempo, y con la misma solemnidad, yo transmití esta
información a mis pacientes y los avasallé con una sucesión de antibióticos,
descongestionantes y antihistamínicos. Más tarde, cuando se puso de moda, yo punzaba
dudosamente los tímpanos de mis pacientes e insertaba tubos de plástico para facilitar el
drenaje.
Con el tiempo, me di cuenta de que muchos de mis pacientes, quizás la mayoría, no
se tomaban los antibióticos durante el tiempo que le habían sido prescritos, y que muchos
de ellos, ni siquiera se los compraban. En los círculos médicos, a esta clase de
comportamiento se le denomina no-cumplimiento del paciente, y es desaprobado por los
médicos y por las compañías farmacéuticas. Pero, a mí, más que el no-cumplimiento del
paciente, lo que me trastornó fue el darme cuenta de que esos pacientes se recuperaban de
sus infecciones con tanta rapidez como aquellos que sí cumplían el tratamiento, y que
¡ninguno de ellos se quedó nunca sordo!
Al principio, me consolaba con esa frase que a todos los médicos nos enseñan a
recitar cuando el paciente se cura ignorando nuestro consejo: «Has tenido suerte, eso es
todo. » Pero ya hacía mucho que ese razonamiento no me convencía, porque había tantos
pacientes que no se habían tratado y que se recuperaban sin medicación que no podía ser
sólo una cuestión de suerte.
Eso destruyó mi fe en los antibióticos y dejé de prescribirlos, sin que
aparentemente surgiera ningún efecto negativo en mis pacientes. No pasó mucho tiempo
hasta que también perdí la fe en las timpanostomías —en los tubos de plástico—. Eso
ocurrió porque muchas madres se negaban a que los insertara, y a que muchos tubos se
caían poco tiempo después de que los hubiera insertado. En contra de la opinión médica,

103
esos pacientes a los que se les caía el tubo se recuperaban igual de bien que aquellos que
tenían el tubo durante el periodo de tiempo indicado. Mis tubos de timpanostomía, junto
con los antibióticos, acabaron en el mismo estante que tenía reservado para aquellos
fármacos y procedimientos que son concebidos para beneficiar al médico y a las
compañías farmacéuticas, no a los pacientes.
Hoy en día, no recomiendo ni antibióticos, ni descongestionantes ni
antihistamínicos a los pacientes que padecen dolor de oído. Me opongo activamente a las
timpanostomías, y enseño a mis estudiantes a que hagan lo mismo. Sus pacientes no
pierden capacidad auditiva debido a una infección de oído, y tampoco los míos.
Desgraciadamente, somos una minoría entre los pediatras, y los otros siguen
guiándose por lo que les enseñaron. Cuando su hijo tiene un dolor de oído y usted lo lleva
al médico, se siguen el patrón habitual: después de que la enfermera le haya puesto el
termómetro, el médico entra corriendo, pregunta cuál es el problema y le hace un
reconocimiento rápido; mira la garganta de su hijo; escucha el corazón y los pulmones; y
después, echa un vistazo a través de un otoscopio para comprobar en qué condiciones
tiene el tímpano.
Lo que él ve con la brillante luz del otoscopio es el canal auditivo, que puede que
esté o no inflamado, y el tímpano. Si hay una infección más allá del canal auditivo,
probablemente estará en el oído medio. Eso está detrás del tímpano, así que el médico no
podrá ver dónde está localizada la infección, si es que la hay. Establecerá el diagnóstico
basándose en sus observaciones del tímpano y no del área infectada.
Normalmente, el tímpano es de un color blanco nacarado. Cuando hay una
infección aguda del oído medio (otitis media) tendrá un color rojo fuerte. Cuando el
médico mire el tímpano de su hijo puede ver uno de estos dos colores o una gama de
rosas y rojos entremedio. Si observa un tímpano que tiene un color rojo intenso, lo más
probable es que le diga que su hijo tiene una infección grave del oído medio y le dará una
receta para amoxicilina, para que se la tome tres veces al día durante 10 días. Si ve un
color rosado, lo más probable es que lo diagnostique como una infección leve del oído
medio y le dé el mismo tratamiento.
Este médico no le está tratando adecuadamente por dos razones. Primero, el hecho
de que un tímpano esté rosa, o incluso un poco rojo, no significa que su hijo tenga una
infección del oído medio. El cambio de color se puede deber a que el niño ha llorado, a
una fiebre no provocada por una infección de oído e, incluso, a una reacción alérgica.
Una única observación en la que el tímpano aparezca sonrosado o rojo no justifica un
diagnóstico de infección de oído, porque el mismo tímpano puede estar perfectamente
blanco si el médico lo inspecciona una hora después.
El segundo error es tratar al paciente con antibióticos, ya tenga el tímpano rosa,
rojo intenso o ¡azul imperial! El único caso en el que se puede, remotamente, justificar el
uso de antibióticos es cuando el oído expele pus, lo que ocurre en menos de un 1% de las

104
infecciones de oído, y yo no estoy convencido de que se deban utilizar incluso en esa
situación.
Una serie de estudios controlados han demostrado que el uso de antibióticos para el
tratamiento de infecciones de oído no supone ninguna diferencia en términos de secuelas
importantes —pérdida auditiva, propagación de la infección o mastoiditis—. Su
utilización puede acortar ligeramente la duración del dolor y de la infección, pero, a
cambio, el antibiótico reduce la respuesta inmune natural del cuerpo. En consecuencia,
para reducir ligeramente la duración de la infección, se incrementa la posibilidad de que
el niño padezca una infección nueva cada cuatro o seis semanas.
El estudio más reciente que he visto informaba de los resultados de un experimento
de doble-ciego con 171 niños de los Países Bajos. La mitad fueron tratados con
antibióticos, la otra mitad no. No se produjeron diferencias importantes en el curso
clínico de la enfermedad —dolor, temperatura, sustancias segregadas por el oído, cambio
del aspecto del tímpano o en los niveles de audición— entre los tratados sin antibióticos y
aquellos que los recibieron.
Algunos de mis colegas me condenan por la posición que he tomado ante el uso de
antibióticos para tratar las infecciones de oído. Algunas veces, me acusan de poner en
peligro la vida de los niños al negarme a utilizarlos. Creo que mi respuesta es irrefutable.
Al menos, nunca la han refutado. Hela aquí:
La mayoría de las infecciones de oído que padecen los niños no son tratadas por los
médicos. Entre aquellos que son tratados con antibióticos, el índice de cumplimiento es
increíblemente bajo. El Hospital Infantil de Buffalo, Nueva York, estudió a 300 niños a
los que se les había prescrito antibióticos debido a una infección del oído medio. Menos
del 50% recibió la cantidad que les fue recetada. Sólo 22 de los 300 cumplieron todo el
tratamiento. En pocas palabras, una gran cantidad de niños con infecciones de oído no
son tratados, y la mayoría de aquellos que son tratados con antibióticos no siguen las
instrucciones, por lo que los antibióticos no son efectivos. Si los antibióticos fuesen
realmente necesarios para prevenir una pérdida de audición, la mayoría de los niños del
país sufrirían de deficiencias auditivas.
Ya he planteado antes los riesgos del uso indiscriminado de antibióticos: esos
riesgos también existen en el caso de la infección de oído.
Durante años, los médicos también han prescrito descongestionantes orales y
antihistamínicos en el tratamiento de esta clase de infecciones. Las sustancias que más se
utilizan son el clorhidrato de pseudoefedrina y el maleato de clorfenilamina. Los marcas
comerciales más utilizadas son el Actifed y el Sudafed, y estos fármacos y otros
parecidos se les ha dado a millones de niños con infecciones de oído o con un resfriado
común. Durante años, la FDA ha cuestionado la efectividad de estos fármacos y ha
exigido que los fabricantes demuestren su utilidad o que los retiren del mercado. Sin
embargo, los médicos siguen recetándoselos a los niños. En 1983, y gracias a un estudio
elaborado durante tres años en la Universidad de Pittsburgh, se demostró que ninguno de

105
estos fármacos era efectivo en el tratamiento de la infección de oído. Se incluyeron más
de 500 niños en un experimento en el cual a la mitad de ellos se les administró este
fármaco y a la otra mitad, un placebo. Ambos grupos se recuperaron al mismo ritmo.
Lo que he intentado hacer en estas páginas es asegurarle de que puede olvidar
cualquier temor sobre las consecuencias de una infección de oído, y de que utilizar
fármacos para tratarlas no es sólo innecesario, sino que, en muchos casos, puede ser
contraproducente. El mismo consejo vale para el procedimiento quirúrgico que he
mencionado —timpanostomía— que, en la actualidad, se ha convertido en la operación
que se realiza con más frecuencia en niños.

La timpanostomía rara vez está justificada

Los pediatras utilizan a menudo la timpanostomía para tratar infecciones del oído
medio recurrentes, crónicas, donde aparece líquido seroso. Es un fluido claro, no pus. Su
propósito es crear un vacío en el oído interno para que el fluido pueda escapar a través de
las trompas de Eustaquio. Es el mismo principio que cuando se hace un segundo agujero
en la parte superior de una lata de cerveza para que la cerveza salga bien por el primero.
En esta técnica, el médico hace un agujero en el tímpano e inserta un tubo de
polietileno. El tubo se puede dejar ahí durante semanas o, incluso, meses. Algunas veces
el médico lo quita, y otras se cae solo. La principal justificación que se utiliza para
realizar esta técnica es el peligro de pérdida de audición, que no es una justificación en
absoluto.
Estudios controlados han demostrado que cuando ambos oídos están infectados, y
se coloca el tubo en uno sólo de ellos, el resultado en ambos oídos es casi idéntico.
Mientras tanto, el propio procedimiento acarrea riesgos y efectos secundarios. Al
justificarla como medio para prevenir una pérdida de audición, la timpanostomía puede
dejar cicatrices y endurecer el tímpano, con el resultado de pérdida de audición. Aunque
parezca increíble, uno de los efectos secundarios de este procedimiento, que se realiza
para curar la otitis media recurrente, es ¡otitis media aguda!

Qué hacer en mitad de la noche.

¿Qué debería hacer cuando su hijo tiene un dolor de oído y le despierta en mitad de
la noche? Primero, no busque inmediatamente atención médica, incluso aunque el niño
tenga dolores muy fuertes. No hay un tratamiento inmediato efectivo que su médico
pueda proporcionarle y que no pueda hacer usted mismo. Utilice un paño templado;
ponga dos gotas de aceite de oliva templado (no caliente) en el oído del niño cada dos
horas; dele un buchito de whisky, lo que le ayudará a dormir (10 gotas de whisky a un
bebé, y media cucharadita de las de café a un niño mayor. Si es necesario, esta dosis se
puede repetir a la hora, y una vez más en otra hora); si el dolor continúa dele una dosis

106
apropiada para niños de paracetamol. El objetivo es aliviar los síntomas al tiempo que el
cuerpo se autodefiende.
Si el dolor persiste, vaya al médico para determinar si la causa del dolor es una
lesión o un cuerpo extraño. Si nada de esto es la causa del dolor de oído, y no supura pus
del oído, llévese al niño a casa sin más tratamientos y deje que la naturaleza siga su
curso.
La mayoría de mis colegas consideran esto como una actitud contraria a los
principios médicos aceptados. Yo afirmo —y le he dado a usted pruebas que lo
demuestran— que son los principios médicos aceptados los que son radicales, y que mi
postura es conservadora. Estudios científicamente controlados han establecido que el
tratamiento convencional de las infecciones de oído no funciona y puede dañar al
paciente. Aunque yo no puedo dar ninguna prueba científica de que el aceite de oliva y el
whisky curan las infecciones de oído, muchos pacientes le dirán que alivian el dolor, y yo
sé que no hacen ningún daño.
Mientras tanto, los pacientes de mis colegas no están sordos a causa de las
infecciones, y tampoco los míos. Pero algunos de sus pacientes sufren deficiencias
auditivas como resultado directo de los tratamientos que reciben.

Consejos ante un dolor de oído, por el Dr. Mendelhson.

Las infecciones de oído no provocan deficiencias auditivas permanentes, y la


mastoiditis es una afección que se dan en tan raras ocasiones que la mayoría de los
médicos nunca ha visto un caso. Los tratamientos convencionales con antibióticos, otros
fármacos, y el procedimiento quirúrgico denominado timpanostomía no son más eficaces
que las propias defensas que tiene el cuerpo para luchar contra la enfermedad. Si su hijo
se queja de dolor de oído, siga las siguientes instrucciones:

Espere 48 horas antes de llamar al pediatra.


Alivie el dolor con paños templados, dos gotas de aceite de oliva templado (no
caliente) metido en el canal auditivo, y una dosis apropiada para niños de paracetamol si
el dolor es insoportable. No use Aspirina debido a los efectos secundarios potenciales. En
1955, cuando era un joven residente, diagnostiqué mi primer caso de intoxicación por
Aspirina. El niño murió, desde entonces siempre recelo de este fármaco.
Si el dolor persiste después de 48 horas, vaya al médico, no para tratar la infección,
si eso es lo que resulta ser, sino para descartar la posibilidad de un traumatismo o la
presencia de un objeto extraño.
No permita que su médico utilice un instrumento para limpiar el cerumen del oído
de su hijo, tampoco lo intente usted mismo.
Si el médico examina al niño y descubre que tiene una infección vírica o
bacteriana, y le receta un antibiótico, pregúntele si es necesario utilizarlo. Si descubre un

107
objeto extraño, déjelo que lo saque, pero, otra vez, pregúntele si es necesario que le recete
un antibiótico. Si su hijo se ha autolesionado el tímpano, puede que el pediatra lo remita a
un especialista de oído y garganta. Si le recomienda la cirugía o antibióticos, pregúntele
si es necesario. En todos los años que he estado ejerciendo nunca he visto un caso donde
sean necesarios.
Si su hijo tiene una infección de oído medio recurrente, crónica, probablemente sea
debido a una alergia o a los antibióticos que haya tomado con anterioridad. Si su médico
le recomienda la timpanostomía, no permita que se la hagan sin haber pedido una
segunda opinión. Este procedimiento ha reemplazado a la tonsilectomía como proceso
favorito de los pediatras, pero no hay ninguna prueba científica fiable de que suponga
algún beneficio, y hay pruebas considerables de que puede causar más daño.

13.- Proteja la vista de su hijo

Como la mayoría de nosotros, lo más probable es que usted considere la vista como
el más preciado de los sentidos, y que incluso le horrorice el sólo hecho de pensar que su
hijo pueda perderla algún día. Es una preocupación justificada, así que es importante que
se preocupe de que él tenga una vista correcta. También es importante que conozca cómo
evitar un tratamiento inadecuado.
La vista se mide en razón de la capacidad que tiene el ojo de un sujeto determinado
comparada con lo que un ojo normal debería ver. Por ejemplo, una vista 20/20 significa
que un ojo ve a 20 metros lo que debería ver a esa distancia; si un niño tiene una vista
20/50, ve a 20 metros lo que debería ser capaz de ver a una distancia de 50 metros .
Al nacer, los bebés tienen capacidad para ver, aunque su habilidad para distinguir
los detalles es limitada. Su visión va aumentando gradualmente hasta que alcanza la
capacidad total a los cinco años, más o menos. A los seis meses, los ojos de un niño están
lo suficientemente desarrollados para ser capaz de alcanzar una vista 20/20, pero la
interacción entre el ojo y el cerebro aún no ha evolucionado lo bastante como para
proporcionar una visión de esa calidad. A los dos años la visión está sobre unos 20/70; a
los tres, 20/30 o 20/40; a los cuatro, 20/25; y, si no tiene ningún problema, alcanza el
20/20 a los cinco años.
Ya que algunos padres se preocupan cuando les dicen que su hijo de tres años tiene
una visión de 20/40, es importante que entienda que no es esencial que nadie tenga una
visión del 20/20. Los niños funcionan bastante bien con una visión del 20/40, y es muy
probable que un niño de tres años con ese nivel de capacidad de visión alcance el nivel
20/20 cuando tenga los cinco años. También es importante que entienda esto porque
algunos médicos prescriben gafas correctoras a niños de tres años que tienen una visión
20/40. Eso es innecesario, a menos que haya que corregir un defecto específico de la

108
vista, o que un ojo vea mejor que el otro y, en consecuencia, no focalicen adecuadamente.
Esto debe corregirse, ya que uno de los ojos puede dejar de funcionar como debería.
Los tres problemas visuales más comunes, la miopía (problemas para ver de cerca),
la hipermetropía (problemas para ver de lejos) y el astigmatismo se deben a la forma del
ojo y no indican ni debilidad ni enfermedad. Si la distancia entre la córnea y la retina es
demasiado grande, el ojo enfoca delante de la retina, no sobre ella, provocando la miopía.
Si la distancia es demasiado pequeña, el ojo enfoca detrás de la retina, y la persona
padece hipermetropía. El astigmatismo se debe a una irregularidad de la córnea o del
cristalino. Todas estas condiciones pueden corregirse con gafas o lentes de contacto, y
ninguna indica que en el futuro pueda originar una enfermedad.
Un 10% de los niños pueden necesitar gafas para corregir una u otra de estas
condiciones, pero si no se ponen gafas la condición no empeorará. La hipermetropía suele
disminuir cuando la persona alcanza los 21 años; la miopía suele empeorar, pero se
estabiliza a la misma edad.

El estrabismo se suele corregir por sí solo.

En los primeros meses de vida, los ojos de un bebé pueden funcionar de forma
independiente, lo que hace pensar a los padres que su hijo puede ser bizco. Este
movimiento extraño no es ni inusual ni anormal y, más o menos al tercer mes de vida, los
ojos deberían empezar a moverse al unísono cuando siguen un objeto. Sin embargo,
algunos niños presentan una afección denominada estrabismo alternante, en la que un ojo
algunas veces funciona «descoordinado» del otro. Esto casi siempre suele corregirse por
sí solo, pero si su hijo lo padece y usted lo lleva al médico, puede que le recete un
tratamiento —que incluso puede incluir la cirugía— que no necesita para nada.
Esta afección puede llegar a ser seria si uno de los ojos «se queda en una esquina»
y no funciona en absoluto. Si no se corrige, la función del ojo puede resultar dañada para
siempre. Esta condición, conocida como ambliopía, se caracteriza por la ausencia de
visión normal a pesar de que el ojo y el nervio óptico son normales, pero el ojo no
transmite los estímulos visuales a la zona sensorial del cerebro que se encarga de la vista.
Normalmente, puede evitarse poniendo un parche en el ojo bueno, forzando de esta forma
a que el ojo «vago» funcione; haciendo ejercicios oculares; con unas gafas; y, en casos
extremos, cuando los otros sistemas fallan, con la cirugía.
Es muy importante que el verdadero estrabismo —que puede derivar en
ambliopía— se corrija antes de que el niño comience el colegio. Si uno de los ojos «se
queda en la esquina», usted debería llevar a su hijo a un oftalmólogo competente para que
aplique las medidas correctivas. Sin embargo, asegúrese de que el médico no recurre a la
cirugía hasta que haya intentado y le hayan fallado todas las otras medidas menos
heroicas.

109
No obstante, antes de someter a su hijo a un tratamiento, asegúrese de que se trata
de un verdadero estrabismo, en el que un ojo se fija en la esquina, y no de la variedad
alternante. ¿Por qué? Porque he visto muchos casos de estrabismo alternante en niños de
dos y tres años y que han sido corregidos por la insistencia del médico —incluso con
cirugía—, a pesar de que es casi seguro que la afección se corregirá por sí sola antes de
que el niño cumpla los cinco años.
Aunque el verdadero propósito de este libro es concienciarle de que evite buscar
atención médica cuando no es necesario, quiero ser igualmente firme a la hora de
concienciarle de que la busque cuando el estado de su hijo lo exija. Las lesiones en los
ojos es uno de estos casos. Si su hijo padece una lesión óptica grave, usted no debería
intentar tratarla, y tampoco debería hacerlo el pediatra. Llévelo inmediatamente a un
oftalmólogo competente o a una sala de urgencias donde puedan conseguir a uno. El
tratamiento de un amateur, ya sea de los padres o de un médico que no es especialista en
este campo, puede resultar en un daño permanente del ojo.
El único tratamiento inmediato que usted puede hacer para una lesión ocular es el
de aplicar una compresa humedecida con agua templada y bañar el ojo con agua
esterilizada cuando se produzca una quemadura con un producto químico. Al mismo
tiempo que lo hace, que otra persona llame por teléfono al oftalmólogo o a un centro de
urgencias y le describa la lesión para averiguar si hay algo más que usted puede hacer
antes de ir al hospital.
Si usted sabe que el problema es que sólo se le ha metido una mota en el ojo, y no
sale por sí sola por el lagrimal, inténtelo bañándoselo con agua. Vuelva el párpado y, con
un cuentagotas esterilizado, échele un chorrito de agua templada previamente hervida (no
agua hirviendo) en el ojo. Tenga un cuidado especial con el párpado superior, porque es
ahí donde se suelen alojar los cuerpos extraños. Si esto no funciona, intente evitar que su
hijo se restriegue el ojo hasta que llegue al médico, ya que se lo podría dañar si el objeto
es afilado o abrasivo.

La mayoría de los problemas de visión son tratados en exceso.

Además de las lesiones oculares, los médicos, al igual que hacen con todo, tienden
a sobretratar los problemas de visión. Muchos niños padecen la molestia de llevar gafas y
las bromas de sus compañeros porque el médico les pone unas lentes correctivas que, en
realidad, no necesitan. Un estudio sobre la atención óptica en pediatría que contaba con
2.000 niños y 300 pediatras demostró que 7 de cada 10 niños que llevaban gafas no
obtenía ningún beneficio por llevarlas, presumiblemente porque su vista no estaba lo
suficientemente dañada como para necesitar ser corregida. Y ¡un 40% de aquellos niños a
los que se estudió con las gafas puestas no consiguieron pasar la prueba óptica!
Los padres se esfuerzan y gastan su dinero innecesariamente debido a que los
pediatras insisten en realizar reconocimientos de rutina. Algunas veces, incluso exigen

110
que se hagan una vez al año. El único que se beneficia de esta tontería es el médico que
realiza el reconocimiento. Su hijo, a menos que padezca un problema obvio con su vista,
no necesita un reconocimiento óptico de rutina, y mucho menos uno cada año.
Es una precaución bastante sensata comprobar la vista de su hijo a los cuatro años,
más o menos, cuando es posible realizar una prueba y, otra vez, cuando tenga 9 o 10
años. Aparte de esto, no son necesarios más reconocimientos, a menos que en casa o en el
colegio sospechen que el niño pueda tener un problema. Para los adultos, se aconseja una
revisión cada 10 años hasta cumplir los 40 y, después, cada 5 años.
Los médicos también tienden a sobretratar las enfermedades de los ojos, la mayoría
de las cuales están causadas por alergias e irritaciones. La enfermedad más común en
niños es la conjuntivitis, que, normalmente, se debe a alergias, aunque también puede ser
provocada por infecciones bacterianas o virales. Los niños también pueden padecer una
rojez crónica de los ojos debido a la exposición al humo de los cigarros o a otras formas
de polución, por cansancio de los ojos y por falta de sueño.
Las conjuntivitis alérgicas se pueden originar a causa del polen, polvo, pelos de
animales, medicamentos, cosméticos, alimentos, aditivos químicos y por otros muchos
alérgenos. Esta clase de conjuntivitis se caracteriza por picor y rojez, pero no porque el
ojo supure otra cosa que no sean lágrimas. Otra forma de conjuntivitis alérgica es la que
se origina en las piscinas.
La conjuntivitis vernal, como su nombre indica, es estacional: normalmente,
aparece en primavera, sigue todo en verano y desaparece durante los meses de invierno.
Los síntomas son picores, lagrimeo, sensibilidad a la luz y una secreción mucosa, pero no
purulenta.
La última y más molesta categoría es la conjuntivitis catarral, que es contagiosa.
Los ojos de la persona que la padece se enrojecen y se vuelven sensibles a la luz; pican y
escuecen; y supuran un moco espeso o pus que se acumula en el borde de los párpados.
No es raro que los niños que sufren esta forma de conjuntivitis despierten por la mañana
y no puedan abrir los ojos debido a que tienen los párpados pegados. Esto puede
asustarles mucho, por eso necesitan que usted les asegure que no es peligroso para su
vista. Obviamente, debido a que esta afección es contagiosa, deberían utilizarse medidas
de higiene —como el no compartir las toallas— para evitar que el resto de la familia se
contagie.
No es necesario que usted sepa distinguir los diferentes tipos de conjuntivitis, pero
si su hijo padece una muy a menudo, debería sospechar y buscar una causa alérgica.
Tampoco ninguna de estas afecciones necesita tratamiento médico inmediato, pero si se
trata de una conjuntivitis catarral y el ojo supura pus durante varios días, quizás sea
necesario ir al médico para que le recete un antibiótico tópico. En la mayoría de los casos,
la conjuntivitis mejorará si se lavan cuidadosamente los ojos con agua previamente
hervida (no caliente) y un paño limpio.

111
Si sospecha que se trata de una reacción alérgica, revise atentamente el historial de
su hijo para intentar encontrar la alergia responsable del problema. Busque cambios de
actividad, de lugar, dieta, medicación u otros acontecimientos o sucesos inusuales que
precedan a la aparición del problema. De nuevo, eso es algo que usted puede hacer mejor
que su médico.
Los orzuelos, que son infecciones de las glándulas sebáceas que se encuentran en
el borde de los párpados, son otra afección muy común en niños. Al principio, la
sensación que se tiene es similar a la que se tiene cuando se mete un cuerpo extraño en el
ojo; después, aparece el lagrimeo, irritación dolorosa y rojez; por último, aparece un
bultito en el borde del párpado. No se necesita ningún medicamento, y la sola aplicación
de compresas calientes durante 10 o 15 minutos cada pocas horas suele localizar la
infección, secando y haciendo desaparecer el orzuelo. Algunas veces, se utiliza ácido
bórico o soluciones salinas, pero la simple utilización de agua previamente hervida hace
la misma función.

Mitos sobre la vista.

Se pierde un montón de dinero y de tiempo debido a los mitos que existen sobre la
vista. Muchas de estas creencias son causa de fricciones innecesarias entre padres e hijos.
Algunas personas creen la mayoría de las cosas que voy a exponer, y otras sólo creen
parte, pero no hay ninguna prueba científica que demuestre que alguna de ellas es cierta:

Leer con poca luz daña los ojos.


Leer demasiado puede dañar los ojos.
Sentarse demasiado cerca de la pantalla de televisión puede dañar los ojos. (De cualquier
forma, evítelo, ya que no se han realizado investigaciones objetivas sobre los daños
potenciales a largo plazo de las radiaciones de bajo nivel.)
Leer en un vehículo en marcha puede dañar los ojos.
Exponerse a flas o a potentes luces artificiales daña los ojos.
Ponerse las gafas de otra persona daña los ojos.
Ponerse gafas de «poca calidad» daña los ojos.
Salir sin las gafas puede dañar los ojos.
El llevar gafas debilita progresivamente la vista.
Si no se extrae pronto un cuerpo extraño, este puede perderse detrás del ojo. (No puede,
porque la membrana conjuntiva separa la parte visible del ojo del fondo de la cuenca. La
única abertura es el pequeño conducto lagrimal por el que fluyen las lágrimas.)
Comer zanahorias mejora la vista (Si esto ayuda a que su hijo las coma ¡siga
manteniendo el mito!).

112
Hay tantas situaciones en las que los padres deben decir «¡No!» a sus hijos, que es
contraproducente aumentar las fricciones reforzando mitos de esta clase.

Consejos ante problemas de visión, por el Dr. Mendelsohn.

A menos que usted tenga una enfermedad venérea, intente convencer a su médico para
que no le ponga a su hijo recién nacido gotas de nitrato de plata ni antibióticos en los
ojos. (Ver página XX ). Los beneficios no justifican los riesgos.
Si en el colegio o en casa no detectan ningún problema en la vista de su hijo, no hay
ninguna necesidad de ir a los reconocimientos de rutina cada cierto tiempo. Llévelo
únicamente a dos revisiones durante la infancia: una a los cuatro años y otra a los nueve.
Si los ojos de su bebé recién nacido no se mueven al unísono, no se preocupe. Esto se
corregirá solo cuando el bebé cumpla tres meses. Si el niño sigue teniendo estrabismo
alternante, en el que un ojo u otro hace algunos movimientos raros, no haga nada: suele
autocorregirse cuando el niño cumple los cuatro o cinco años.
Si el ojo de su hijo permanece fijo en una esquina, puede originar una ambliopía (una
discapacidad permanente del ojo), así que vaya al oftalmólogo, pero niéguese a que le
haga una operación, a menos que sea el último recurso. Pídale al médico que primero
intente probar con parches o gafas y que sólo recurra a la cirugía si todo eso falla.
Si su hijo desarrolla una conjuntivitis, mantenga el ojo limpio lavándolo suavemente con
un paño limpio con agua esterilizada. Después, intente descubrir qué es lo que produce la
alergia. No vaya al médico a menos que, a pesar de sus esfuerzos, el ojo supure durante
varios días.
Trate los orzuelos con compresas calientes para que la glándula sebácea afectada se seque
y cure. La medicación es innecesaria.

14.- Problemas de piel: La maldición de la adolescencia

Las enfermedades de la piel rara vez son peligrosas, aunque ocupan un puesto muy
alto en el catálogo de preocupaciones paternas, debido al efecto emocional y psicológico
que suelen tener en las personas que las padecen —especialmente en los adolescentes—.
Los efectos antiestéticos del acné, en particular, han hecho que millones de adolescentes
y de adultos lo pasen muy mal, y esta enfermedad es aún una de las afecciones más
difíciles de tratar de la medicina pediátrica.
El primer problema médico que preocupa a la mayoría de las madres primerizas es
un problema de piel, dermatitis por pañales. Los casos perseverantes, en los que los bebés
se sienten incómodos e irritables, pueden ser muy frustrantes. Las madres, en su
desesperación, suelen reaccionar comprando toda clase de pomadas en las farmacias o

113
consultando a su pediatra para que trate este problema simple y muy común. Ninguna de
las dos reacciones es necesaria y, de hecho, ambas pueden perjudicar al niño.
Es una característica del ejercicio de la medicina pediátrica que uno de los
primeros tratamientos que suele recibir un niño tras salir del hospital sea el clásico
ejemplo del abuso farmacéutico. Prácticamente, todos los médicos utilizan algún fármaco
sin necesidad de hacerlo y la mayoría de los médicos utilizan de forma imprudente
algunos fármacos. La consecuencia de esto es que la sobremedicación peligrosa se ha
convertido, en el ejercicio médico estadounidense, más en la regla que en la excepción.
Las erupciones que producen los pañales es un problema simple, que puede y debe ser
tratado con medidas simples, aunque ese concepto es inadmisible para las compañías
farmacéuticas y, también, para muchos pediatras. Presénteles un culito enrojecido,
irritado y ellos desplegarán una panoplia de ungüentos y pomadas que contienen
antibióticos, cortisonas e hidrocortisonas, con unos efectos secundarios potencialmente
peligrosos ¡que realmente le darán un motivo de preocupación!
La prevención es la clave para evitar el eritema por pañales. No utilice pañales de
plástico o desechables. Utilice pañales de tela y asegúrese de que los lava con un
detergente que no tenga agentes irritantes. Lave bien al bebé con agua y un jabón suave
después de cada movimiento intestinal, y deje que le dé el aire en el culito siempre que
sea posible. Si, a pesar de estas precauciones, comienza a surgir una erupción, siga
haciendo lo mismo, pero rocíelo con polvos de maicena antes de volver a ponerle el
pañal. Si esto no consigue resolver el problema, sustituya los polvos de maicena por una
pomada de óxido de zinc. Por último, algo que es obvio: controle el estado de los pañales
con frecuencia y, si están mojados, cámbielos enseguida.
Si usted sigue fielmente estas instrucciones y la erupción aún persiste, quizás se
trate de un problema subyacente que requiera tratamiento médico, aunque estos casos son
muy raros. Un ejemplo podría ser la erupción causada por una infección por hongos (a
menudo provocada por la utilización de antibióticos) y para la que puede ser necesario
que le receten una pomada. Con frecuencia los responsables suelen ser los alimentos,
como la leche de vaca y las papillas infantiles con base de soja. Este es uno de los
argumentos casi incontables a favor de la alimentación materna, ya que reduce la
incidencia de las erupciones por pañales y de otros problemas que tienen su origen en
alergias alimentarias.
El acné está en el otro extremo del espectro de enfermedades de la piel que afectan
a niños y adolescentes. Esta enfermedad que tanto afea es la peste de innumerables
adolescentes, de algunos niños más pequeños e incluso de adultos. Los efectos físicos son
bien conocidos, pero la profesión médica sigue sin tener pistas sobre las causas
subyacentes. Se ha progresado muy poco o, mejor dicho, nada, en la búsqueda de
soluciones que alivien los síntomas, y mucho menos que los curen sin que se den lo que
para mí son riesgos inaceptables.

114
Por qué aparece el acné.

El acné es una enfermedad de las glándulas sebáceas, que se localizan a unos


milímetros por debajo de la superficie de la piel. Su función es la de secretar una
sustancia oleosa denominada sebo, el cual lubrica el pelo y la piel e impide que se
evapore agua de la piel, ayudando a estabilizar la temperatura corporal. La mitad del sebo
está formada por triglicéridos, o grasa normal. Ese es el alimento de una bacteria que se
encuentra en los folículos del pelo, la Corynebacterium acnes La bacteria se multiplica,
creando unas sustancias que irritan los folículos. El proceso es complicado, pero el
resultado es que los poros se bloquean, el sebo se acumula, y se forman puntos blancos,
que se transforman en puntos negros, en pústulas, y, finalmente —en un 2% de los
casos—, en quistes. Son estos quistes los que forman las cicatrices que aparecen en la
cara, sobre todo si se pinchan o se estrujan, lo que hace que se expanda la infección.
Existen muchos mitos sobre el acné. Mucha gente cree que los puntos negros se
deben a una acumulación de suciedad en los poros. No es así. El color negro no se debe a
la suciedad, sino a una acumulación de un pigmento, la melanina —la misma sustancia
que hace que los caucásicos se pongan morenos cuando toman el sol—. Sin embargo,
esta creencia hace que muchos adolescentes se froten la cara hasta casi despellejársela.
Normalmente, la limpieza es una virtud, pero el frotarse con fuerza la cara con agua y
jabón no acortará el curso del acné, ya que sólo alcanza la superficie de la piel y no las
zonas más profundas donde se acumula el sebo. En realidad, el frotar demasiado puede
agravar el problema.
Las ideas erróneas sobre el papel que la alimentación juega en las causas del acné
están muy difundidas entre aquellos que lo padecen e, incluso, entre los médicos.
Algunas de estas ideas pueden ser útiles, ya que evitan que muchos niños coman
chucherías, aunque no hay ninguna prueba científica de que alguna categoría de
alimentos tenga un efecto consistente a la hora de extender o intensificar el acné.
Durante años, se ha acusado al chocolate; a las comidas grasientas, como las
patatas fritas, los cacahuetes; y a los alimentos que contienen yodo. Existen pruebas
empíricas de que algunos alimentos sí que agravan el problema en algunos pacientes,
pero los estudios controlados no señalan ninguna alergia alimentaria como causa
específica. No obstante, parece que algunos sujetos reaccionan ante ciertos alimentos, y
cuando se identifica un desencadenante como posible causa específica debería evitarse, a
pesar de lo que demuestren las investigaciones.

Algunos expertos en nutrición están teniendo un modesto éxito en el control


dietario del acné, a pesar de la falta de pruebas científicas que demuestren que puede
funcionar. Los médicos suelen burlarse de esto, citando los estudios que niegan que los
alimentos influyan en la incidencia del acné. Algunos incluso los etiquetan de
curanderos. Al mismo tiempo, ellos siguen tratando a sus pacientes con su propia forma

115
de curandería científica, la cual tampoco se sostendría si se realizaran estudios
controlados.

La mayoría de los tratamientos del acné sólo son medianamente efectivos.

Existen más de 150 preparados que se pueden obtener sin receta en una farmacia
para el tratamiento del acné. La mayoría de los más conocidos contienen peróxido de
benzoilo, que elimina parte de la grasa y puede ofrecerles un leve alivio a algunos
pacientes. Incluso aunque no fuese así, es mejor que su hijo utilice uno de estos
preparados que algunos de los tratamientos que le prescribe el médico, más peligrosos,
pero no más efectivos. Durante mis años de ejercicio, me he encontrado a médicos que
trataban el acné con antibióticos, como la tetraciclina y eritromicina; con dosis masivas (y
dañinas) de vitamina A; con pastillas de sulfato de zinc; cortisona; inyecciones de acetato
de triamzinolona para drenar los abscesos; terapias hormonales; rayos ultravioleta;
lociones que contienen sulfuro, tiosulfato sódico, ácido salicílico en varias combinaciones
con alcohol; abrasión de la piel; peelings químicos; tratamientos con rayos X; e, incluso,
aunque parezca increíble con ¡cirugía ginecológica! Y después de toda esa brujería
médica, ¡algunos todavía tienen la osadía de llamar curanderos a los nutricionistas!
No quiero entrar en los daños que ocasionan estos tratamientos, ninguno de los
cuales realmente funciona, pero déjeme que le diga lo que puede pasarles a los pacientes
cuando los médicos utilizan tratamientos que no han sido ni comprobados ni se ha
demostrado que sean efectivos: Hace veinte años se les hizo radiografías a miles de
personas que padecían acné en un intento de controlar o eliminar la enfermedad. Las
consecuencias de este comportamiento peligroso e irracional son evidentes en la
actualidad con la epidemia de tumores del tiroides que estamos padeciendo —algunos de
ellos, malignos— entre aquellos que fueron expuestos por esta razón o por otras a unas
radiaciones catastróficas.
Aunque ya no se utiliza la terapia de rayos X para tratar el acné, los pediatras y los
dermatólogos la han sustituido por otros tratamientos muy poco efectivos y que tienen
sus peligros. A pesar de los riesgos, se siguen utilizando preparados con tetraciclina. Un
uso prolongado de este antibiótico puede hacer que el cuerpo de su hijo sea más
susceptible ante infecciones graves, ya que los efectos de esta sustancia no se limitan a
las bacterias peligrosas. También mata las bacterias protectoras del cuerpo, abriendo el
camino a unas infecciones más graves que no solían darse hace 30 o 40 años. La
tetraciclina, cuando se administra a niños pequeños, puede amarillear de forma
permanente sus dientes e, incluso, depositarse en los huesos.
A las víctimas del acné cuya físico está muy picado y con cicatrices se les anima
para que mejoren su aspecto con la dermabrasión. Este procedimiento implica el uso de
papel de lija, cepillos de alambre y de otros materiales abrasivos para quitar la capa de

116
piel donde se encuentran las cicatrices dejadas por el acné. Nunca se ha demostrado la
efectividad de este procedimiento. Un estudio realizado en 1977 por un investigador de la
Facultad de Medicina Houston`s Bylor encontró que: «El tratamiento de las picaduras y
cicatrices producidas por el acné con la dermabrasión clásica es, en el mejor de los casos,
decepcionante; y, en el peor, un fracaso, y suele venir acompañado de secuelas
indeseables. »

¿Qué ocurre con el Accutane?

El actor más reciente que ha entrado a formar parte de la escena del tratamiento del
acné es un derivado de la vitamina A, el ácido cis-retinoico, que, en los Estados Unidos,
se puede conseguir con receta desde septiembre de 1982. Ha sido comercializado por la
firma farmacéutica suiza, Hoffmann-LaRoche, bajo la marca Accutane. Se calcula que
los médicos han recetado 60.000 veces este fármaco en los dos primeros meses desde que
salieron al mercado.
El Accutane se diferencia de los otros fármacos utilizados en el tratamiento del
acné en un aspecto principal: funciona, pero nadie, ni siquiera el fabricante ni la FDA,
sabe cómo o por qué. En los ensayos clínicos fue eficaz en el 90% de los casos. Eso es
una buena noticia. La mala es que tiene tal cantidad de efectos secundarios que los
dermatólogos que se precian se muestran extremadamente reservados a la hora de
utilizarlo. Sin embargo, muchos otros siguen prescribiéndolos con la misma
despreocupación con la que se utilizaban los rayos X hace 20 años, sin informar a sus
pacientes de las posibles consecuencias.
Los riesgos y los efectos secundarios son considerables. El boletín de fármacos de
la FDA ha señalado que el Accutane provoca inflamación de los labios en más del 90%
de los pacientes que lo utiliza; más del 80% de los pacientes presentan sequedad en la
piel o de las membranas mucosas; el 40% conjuntivitis; y casi un 10% sufre erupciones o
caída del cabello; a un 5% se le pela las palmas de las manos y las plantas de los pies,
padece infecciones de la piel y son más sensibles a las quemaduras solares.
Yo compadezco de todo corazón a los adolescentes que padecen acné y a los
padres sensibles y cariñosos que sufren, junto a sus hijos, las consecuencias emocionales
y psicológicas. También puedo entender que los adolescentes soporten estoicamente casi
cualquier riesgo con tal de poder mirarse al espejo y ver una cara libre de cicatrices.
Lo que usted debe tener en cuenta, si es su hijo el afectado, son las consecuencias
adicionales a corto y largo plazo que puede tener el fármaco. Aparecen fármacos nuevos
casi a diario. Si su hijo adolescente tiene acné, debe sopesar los riesgos y los beneficios
del Accutane y decidir si el beneficio merece los riesgos. Sin embargo, para poder hacer
eso, debería conocer todos los riesgos, no simplemente aquellos que son obvios y que
experimentan la mayoría de las personas que se lo toman. Dudo que el médico de su hijo
le dé esta información con todo detalle, así que se la proporcionaré yo. Mi propósito no es

117
tomar la decisión por usted, sino capacitarle para que haga un juicio basado en
información sobre la utilización de este fármaco y que decida si usted y su hijo están
preparados para cambiar un milagro a corto plazo por un posible desastre a largo plazo.
El prospecto del Accutane no sólo revela que actúa sobre la piel, sino que también
una alta concentración de las sustancias químicas llega a muchos otros tejidos distintos de
aquellos que se suponen deben ser tratados. Estudios experimentales han demostrado que,
después de siete días de tratamiento, se puede detectar la presencia del fármaco en el
hígado, uréter, glándulas suprarrenales, ovarios y en las glándulas lacrimales. El fármaco
también produce reacciones en la sangre: un 25% de los pacientes experimenta una
elevación de los triglicéridos plasmáticos; 15% desarrolla una disminución de las
lipoproteínas de alta densidad (HDL); y un 7% muestra un incremento en el nivel de
colesterol. Estos son tres de los principales factores que participan en el desarrollo de
enfermedades cardiovasculares. Este efecto secundario es tan preocupante que los
fabricantes de Accutane aconsejan que se debería realizar «una determinación de los
lípidos sanguíneos (grasas)» antes de administrar el fármaco y, después, cada semana o
cada quince días hasta que se establezca la reacción de los lípidos al Accutane.
Accutane no sólo afecta a los elementos grasos de la corriente sanguínea, sino que
el 40% de los pacientes que recibieron el fármaco dieron pruebas de otros estados
anormales de la sangre que indicaban que algo iba mal, aunque no se pudo identificar
cuál era el problema específico. Un 13% sufre un aumento de las plaquetas, lo que puede
interferir en la coagulación de la sangre; entre el 10% y el 20% experimentó un descenso
de los glóbulos rojos y de los blancos, leucocitos en la orina y un nivel anormal de las
enzimas en sangre. Otros usuarios del Accutane (menos del 10%) presentaron proteínas y
glóbulos rojos en la orina, o un aumento de la tasa de azúcar en sangre.
En ensayos clínicos, cinco pacientes tratados con Accutane durante más de dos
años presentaron anomalías del esqueleto; tres adultos sufrieron una degeneración de la
columna vertebral; y dos niños mostraron, a través de pruebas con rayos X, una fusión
prematura de la epífisis. Este último descubrimiento es de especial importancia para los
adolescentes, ya que la epífisis es esa parte del hueso que normalmente suele permanecer
abierta hasta que se llega a un crecimiento completo. Una fusión prematura impedirá que
el niño alcance su estatura normal. Otro indicador del crecimiento óseo, el nivel de
fostatasa alcalina en sangre, es anormal en el 14% de los pacientes tratados con Accutane.
De 72 pacientes humanos que obtuvieron un resultado normal al examinárseles la
vista antes del tratamiento, 5 desarrollaron opacidades en la córnea (cataratas) mientras
estaban siendo tratados con Accutane.
Sobre la importancia que puede tener en los chicos adolescentes, tenemos los
resultados experimentales en perros, que muestran una degeneración de los testículos tras
el tratamiento con Accutane, y también una disminución en la producción de espermas.
Actualmente, se están realizando estudios sobre el efecto del Accutane en la producción
de espermas en humanos.

118
Riesgos potenciales para las chicas adolescentes.

Debido a que las crías de los animales usados como experimento con el fármaco
suelen nacer con malformaciones congénitas, también puede tener una importancia
potencial grave en las chicas adolescentes y en las mujeres adultas. En los conejos, el
Accutane es tóxico para el embrión, produciendo un aborto espontáneo. No se ha
efectuado ningún estudio adecuado sobre mujeres embarazadas, pero está claro que el
fabricante reconoce la posibilidad de que se trate de otro Thalidomide. El prospecto
proporcionado por el fabricante advierte que: «[...] las pacientes embarazadas o que estén
planeando un embarazo no deberían tomar Accutane. A las mujeres en edad potencial de
procrear no se les debería administrar Accutane a menos que utilice un anticonceptivo
fiable, y se les debería informar con todo detalle de los riesgos que puede padecer el feto
si se quedan embarazadas mientras están bajo tratamiento. Si se quedara embarazada
durante el tratamiento, el médico y la paciente deberían plantearse la posibilidad de
interrumpir el embarazo. » El fabricante se muestra lo bastante preocupado sobre las
malformaciones congénitas como para advertir que: «cuando se termine la terapia con
Accutane se debería seguir un método anticonceptivo durante un mes, o hasta que
aparezca el periodo menstrual normal. »
No hay ninguna duda de que el Accutane alivia o elimina los síntomas del acné en
la mayoría de aquellos que lo utilizan, pero el mecanismo que provoca este beneficio y
que causa tantos efectos secundarios no está explicado. Como sólo lleva poco tiempo
utilizándose, las consecuencias a largo plazo son, por supuesto, desconocidas.
Considerando la miríada de amenazas que tiene para su hijo, es justo hacer notar que la
aprobación para utilizarlo en humanos es, en el mejor de los casos, dudosa. Si una
sustancia química con tantas propiedades peligrosas como tiene el Accutane se vendiese
como tratamiento para limpiar las manchas de la cocina, habría una calavera pintada en la
etiqueta, y una llamativa advertencia: «No ingerir». Aún así, los médicos tienden a
prescribirlo sin dar muchas, o ninguna, advertencia.
Esto hace que los padres que deben ayudar a sus hijos a decidir si utilizar o no el
fármaco tengan una gran responsabilidad. Un niño con un acné grave tiene un incentivo
casi irresistible para ignorar los riesgos del Accutane. Lo que es más, los adolescentes son
más propensos que los adultos a considerar los desastres como algo que sólo puede
pasarle a los demás, y a dejarse llevar más por su sentido de satisfacción inmediata que
por el sentido común. Los índices de accidentes automovilísticos en adolescentes y el uso
de drogas ilegales reflejan esas tendencias. Por tanto, es probable que un adolescente que
tenga la cara muy mal no haga caso de las posibles consecuencias adversas de utilizar
Accutane debido al sentimiento compulsivo que tiene a «deshacerse de los granos». Para
él, los efectos secundarios son algo que sólo los demás experimentan y se convence a sí
mismo de que «eso no me pasará a mí''. Esto hace que sea absolutamente necesario el que

119
los padres obliguen a su hijo a considerar seriamente los riesgos del Accutane y que
participen juntos en la decisión de tomar el fármaco.
Puede que mi comportamiento se haya visto de alguna manera influido por el
remordimiento de haber recetado hace 30 años tratamientos de rayos X para el acné,
aunque no recetaré Accutane a mis pacientes. Los riesgos que ya se conocen son razón
suficiente, y sólo Dios sabe la magnitud del daño a largo plazo que se descubrirá.

Experimentos con métodos seguros.

El campo del tratamiento del acné es rico en teorías y pobre en tratamientos que
demuestren que funcionan, excepto el del Accutane. Cada médico y experto de la salud
que tratan el acné tienen un catálogo de tratamientos que aseguran que a ellos les
funcionan. No hay ninguna prueba científica de que así sea. En consecuencia, mi
estrategia durante años ha sido utilizar sólo aquellos tratamientos que tienen menos
probabilidad de dañar al paciente. Igual que aquellos que causan más daño, unos
funcionan y otros, no. Pero yo no sé la razón, y tampoco la sabe nadie más. Lo que es
más, ninguno de ellos requiere una supervisión médica, así que usted puede experimentar
hasta que encuentre el tratamiento mejor sin riesgos para su hijo, y sin que le cueste nada.
Ya he apuntado antes que no existe ninguna evidencia científica que relacione el
acné con la dieta, sin embargo, en muchos casos individuales, los enfoques dietéticos
parece que funcionan. El Dr. Johathan Wright, que escribe una excelente columna en la
revista Prevention, nos ofrece una pequeña evidencia de la relación dietética que, aunque
no es científica, es convincente. Él observó que el acné no se conocía entre los
esquimales del norte de Canadá hasta que no pasaron de una dieta «primitiva» a una
tradicional. En ese momento la incidencia del acné entre estos esquimales alcanzó casi el
100%. El Dr. Wright sólo es uno de los muchos médicos que creen que, debido al bajo
nivel de conocimiento médico, el enfoque nutricional es la única forma sensata de tratar
con la enfermedad.
El Dr. Wright dice: «Me he encontrado muy pocos casos (incluso graves) que se
resistieran a un tratamiento de mejora de la dieta, evitando alimentos alérgenos y
añadiendo elementos como el zinc, ácidos grasos esenciales, complejo de vitamina B y
vitamina A. Incluso en muchos casos rebeldes, la atención a los factores de asimilación
de nutrientes parece ayudar. De hecho, casi no he tratado a nadie en los últimos cuatro o
cinco años cuyo acné no mejorara, o incluso desapareciera, con un tratamiento
nutricional. »
Yo aconsejo a mis pacientes que padecen acné que presten una atención especial a
la nutrición, no sólo para identificar a través de la eliminación los alimentos que puedan
agravar el problema, sino para encontrar una dieta que pueda mejorarlo. No se moleste en
hablar con su médico sobre nutrición, porque él no sabe nada sobre eso y, por tanto, no
cree en ella. Él cree que para mejorar la vida lo mejor es la química y, probablemente, le

120
recetará tetraciclina, hidrocortisona o Accutane. En vez de ir al médico, lea algunos libros
buenos sobre nutrición y pruebe los procedimientos que recomiendan. Busque libros
escritos por los nutricionistas Adele Davis, Carlton Fredericks, Michio Kushi, Paavo
Airola, Dale Alexander y Rudolph Ballentine.
Pruebe con las dietas que evitan el azúcar refinado, harina blanca y todos aquellos
alimentos procesados que contienen aditivos y conservantes químicos de cualquier clase.
Controle atentamente la dieta de su hijo para comprobar si las crisis de acné coinciden
con la ingestión de un alimento en particular. La limpieza es importante, pero evite que se
frote en exceso sobre las áreas afectadas, lo que puede hacer más mal que bien. Si se
siente obligado a utilizar alguna forma de medicamento tópico, vaya a la farmacia y no al
médico. Lo más probable es que los preparados que venden en farmacias no sean muy
efectivos, pero son relativamente seguros comparados con la medicación que un médico
o un dermatólogo puede utilizar.

Otros problemas de piel.

Le he dedicado mucho tiempo al acné porque, indudablemente, es la enfermedad


de la piel que más problemas causa en los niños. Sin embargo, hay otras enfermedades
comunes de la piel que pueden preocuparle algún día. Una de la más inocua son los
sarpullidos, que realmente no tiene consecuencias médicas, pero que preocupa a los
padres por razones estéticas. Puede dejar la piel tan fea que las madres van al pediatra
para volver a recuperar a sus «preciosos bebés».
Los sarpullidos por calor son un problema que no requiere que lo atienda un
médico. De hecho, cuanto menos tratamiento médico reciba, mejor. Los sarpullidos en
bebés suelen ser el resultado de abrigarlos en exceso, debido a la preocupación que tienen
los padres por «mantener al bebé calentito». Los bebés no tienen que estar más abrigados
que los adultos y no les pasa nada en una habitación con una temperatura normal si sólo
tienen puesto el pañal o nada en absoluto.
Si a su hijo le sale un sarpullido, póngale poca ropa, o ninguna, para que a su piel
le dé el aire. Aplíquele lociones de calamina para aliviar el picor. Utilice una loción de
calamina pura, no Caladryl, que contiene, además de la calamina, un antihistamínico. Su
hijo puede ser alérgico a la antihistamina y sufrir efectos secundarios, incluyendo una
erupción en la piel, además de la que ya tiene. Es absurdo exponerlo a esa posibilidad,
porque no hay pruebas de que el anhistamínico alivie el picor con más efectividad que la
loción pura.
Otra enfermedad de la piel bastante común y que, normalmente, se da en bebés y
en niños muy pequeños, es el eccema. Es como una erupción que aparece en forma de
placas rojizas y rugosas; la piel se vuelve áspera y escamosa, y si se rasca, resuma un
suero que forma una fea costra. La opinión de la medicina convencional es que es

121
hereditario, pero yo no sé de ninguna prueba científica que lo afirme, y si fuese correcto,
yo creo que lo que se hereda es una alergia y no la tendencia a tener eccemas.
Mi experiencia en tratar eccemas me ha demostrado que el problema tiene un
origen alérgico, y que, normalmente, suele desaparecer si se pueden identificar el
alérgeno o alérgenos. En la mayoría de los casos, el culpable suele ser la leche de vaca o
las papillas con base de soja, aunque los responsables pueden ser otros alimentos e,
incluso, otras fuentes de alergia. Los bebés alimentados con leche materna rara vez tienen
eccemas.
Antes que utilizar ungüentos u otros medicamentos para eliminar el eccema,
inténtelo eliminando alimentos de la dieta para identificar el alérgeno que está
provocando el problema. Comience retirando la leche de vaca y las papillas y, si el
eccema desaparece, elimínelos para siempre de su dieta. Incluso los bebés pueden vivir
bastante bien con papillas con base de carne. Si no le está dando el pecho a su hijo,
cualquier libro le proporcionará dietas alternativas que no incluyen la leche de vaca o las
papillas.

Los tratamientos a base de hormonas esteroideas son arriesgados.

Si lleva a su hijo al médico porque tiene un eccema, lo más probable es que le


recete una pomada que contenga corticoides, como el Kenalog o el Prednisona. En
aquellos casos rebeldes, cuando todo lo demás falla, yo no tengo ninguna objeción en
utilizar Kenalog sobre áreas pequeñas y durante un tiempo limitado de tiempo —unos
cuantos días como máximo—. Sin embargo, un uso repetido y sobre grandes superficies
de la piel puede ser peligroso porque los corticoides son absorbidos directamente por la
piel y penetran en el cuerpo.
Recuerde que tanto Kenalog como Prednisona fueron concebidos para tratar
problemas muy graves en los cuales se pensaba que los beneficios superaban los posibles
efectos secundarios graves. De hecho, la información que el fabricante da en el prospecto
afirma que debería restringirse su uso a «problemas graves o que ponga en peligro la vida
[...]». Utilizar estos fármacos para tratar un eccema, el acné e, incluso, las quemaduras
solares es otro ejemplo de la perniciosa tendencia que tiene la medicina estadounidense a
utilizar medidas extremas y peligrosas para tratar unos problemas relativamente inocuos.
El impétigo es otro problema de la piel que aparece en niños y que es antiestético y
desagradable tanto para ellos como para los padres, sobre todo porque es de origen
bacteriano y contagioso. Comienza con una vesícula que se rompe y expande, formando
unas costras marrones o amarillentas. La vesícula suele aparecer en la cara, lo que aún lo
hace más desagradable. Hace años, los médicos lo trataban con cloruro de metilrosanilina
o con permanganato de potasio. No curaba el impétigo, pero cubría la infección
tintándola de un color púrpura, que resultaba tan fea como las costras. En la actualidad,
para tratar este problema los médicos tienden a utilizar antibióticos, como la eritromisina

122
y la tetraciclina, sea en su uso tópico o general. Tampoco hay pruebas de que sean
efectivos, y son potencialmente peligrosos para su hijo por las razones que ya se han
explicado en este libro.
El impétigo no necesita tratamiento médico. Mantenga una limpieza escrupulosa
para evitar que se contagie a otros miembros de la familia; elimine el azúcar de la dieta y
espere a que el problema se soluciones por sí mismo.
La urticaria es otro problema de la piel, normalmente provocado por alergias, que
produce una sensación de picor muy molesta para el que la padece. Aparece en forma de
ronchas, con frecuencia por todo el cuerpo, y que pueden ser blancas en el centro debido
a que la hinchazón presiona la sangre. Este problema tampoco requiere atención médica:
usted puede aliviar el picor aplicando una loción de calamina sobre las ronchas o
rociando al niño con polvos de maicena. Esto último, aunque es un remedio popular y no
aceptado por los médicos, parece que funciona, aunque yo no se porqué. Después, intente
identificar la alergia que está provocando el problema, algo que usted puede hacer mejor
que su médico. Los alérgenos sospechosos pueden ser medicamentos, alimentos, ropas,
perfumes y cosméticos, jabón, aditivos químicos de la comida y picaduras de insectos. Si
usted lleva a su hijo al médico por esta enfermedad, puede que él le recete cortisona o
antihistamínicos, siendo ambos innecesarios y potencialmente peligrosos.
Las infecciones por hongos, como la tiña o el pie de atleta, pueden aparecer tanto
en niños como en adultos. La tiña aparece en forma de manchas circulares de piel áspera
que suelen ser del tamaño de una moneda pequeña. Cuando aparecen en la cabeza, los
pelos que quedan dentro del círculo suelen romperse. Muchos médicos tratan este
problema con antibióticos y antifúngicos, como la griseofulvina. Eso es mejor que
cuando se trataba con rayos X que producía cáncer del tiroides, aunque sigue siendo un
tratamiento médico exagerado. Mi consejo es: no vaya al médico, mantenga una limpieza
escrupulosa, y deje que el problema se cure por sí mismo. Ese consejo también se aplica
al pie de atleta, aunque los casos reticentes de esta infección por hongos se pueden tratar
con preparados farmacéuticos como Desenex.
Debido a que normalmente son más activos y pasan más tiempo fuera de casa, los
niños son más propensos que los adultos a exponerse a plantas venenosas y a picaduras
de insectos. No suelen acarrear problemas serios, aunque algunos niños pueden tener
fuertes reacciones que, incluso, pueden ser mortales.
Si su hijo toca una hiedra venenosa, o cualquier otra planta de estas características,
le aparecerán pequeñas ampollas en la zona de piel que ha estado en contacto con la
sustancia tóxica, lo que puede provocar una dolorosa sensación de picor. Esto se puede
tratar con lociones de calamina y con duchas o baños con polvos de maicena, añadiendo
una taza o dos de polvo de maicena al agua del baño. Si el área afectada es muy grande y
la reacción de su hijo muy fuerte, consulte con un médico. Lo más probable es que él
trate el problema con cortisona local o por vía general. Si la reacción es peligrosamente
fuerte, lo hospitalizará y le administrará fluidos intravenosos. Ese es un tratamiento

123
aceptable si el problema pone en peligro la vida del niño, pero no debería utilizarse
cortisona para casos leves de intoxicación debido a los posibles efectos secundarios y a
las consecuencias a largo plazo.
Las picaduras de abejas, avispas, mosquitos y de otros insectos producen una
reacción relativamente leve, aunque dolorosa, en la mayoría de sus víctimas. Sin
embargo, si su hijo es excepcionalmente alérgico a las picaduras de esta clase, pueden
provocar —aunque es muy raro— la muerte. El tratamiento normal es simplemente lavar
el área afectada con agua y jabón, aplicar loción de calamina y utilizar compresas frías
para reducir la hinchazón. Si se ve el aguijón, debe extraerse con unas pinzas.
Si su hijo sufre una fuerte reacción ante las picaduras de insectos, como dificultad
para respirar o una especie de estado de shock, vaya al médico. También, intente limitar
el riesgo evitando que vaya a zonas donde le pueden picar los insectos. Yo he tenido
pacientes cuyas reacciones ante las picaduras de insectos eran tan graves que les producía
un shock general. Yo le he dado a adolescentes adrenalina y una jeringa para que, cuando
fuesen a sitios de alto riesgo para ellos, las utilizaran para evitar un shock si les picaban
los insectos. Su médico puede hacer lo mismo. En el caso de niños pequeños, les doy el
material a los padres.
Las verrugas son quizás el problema de piel antiestético más mitificado —e incluso
mítico—. Mucha gente todavía cree que pueden salir al tocar un sapo (no es así), y
abundan los viejos remedios de la abuela con métodos sobrenaturales para hacerlas
desaparecer. Lo que es misterioso es el hecho de que casi todos los tratamientos
sobrenaturales en los que la víctima realmente cree parece que funcionan muy a menudo.
Eso puede ser pura coincidencia, porque las verrugas suelen desaparecer por sí solas con
el tiempo, sin tratamiento. Sin embargo, las coincidencias se dan tan a menudo que uno
tiene que preguntarse si el poder de sugestión no es, en sí mismo, una cura.
Las verrugas se pueden extirpar quirúrgicamente, con química y con electrolisis,
pero no hay ningún motivo para tratarlas, salvo el estético. Son causadas por virus y
normalmente dejan de crecer y desaparecen si se les da tiempo. Si le incapacitan para
hacer algo, o son intolerablemente antiestéticas, vaya a un dermatólogo.

Las quemaduras solares.

Por último, unas palabras sobre las quemaduras solares que, en la población actual
de adoradores del sol, es uno de los problemas de piel más comunes. En cualquier día
agradable de verano, millones de personas pueden estar tomando el sol en la playa o en la
piscina, incluyendo una gran proporción de gente que nunca se mete en el agua. Están ahí
para conseguir un bronceado que les dé aspecto de «sanos», que creen que los hace más
atractivos. Sin embargo, no es tan saludable y a largo plazo no les hará que estén en
absoluto más atractivos.

124
Hay tres consecuencias negativas de la exposición excesiva al sol que deberían
hacer que usted se lo pensara dos veces antes de permitir que su hijo se pase el verano
poniéndose moreno. La primera es una consecuencia a corto plazo: las dolorosas
quemaduras solares. Las otras dos son a largo plazo. Una es la desecación de la piel, que
se arruga y se endurece haciendo que parezca vieja antes de tiempo; la otra es la
posibilidad de que una radiación excesiva, que es acumulativa en el tiempo, aumente la
posibilidad de padecer un cáncer de piel.
La luz del sol contiene dos clases de rayos ultravioletas: uno es el conocido como
rayos UVA, que da el color bronceado; y la otra son los rayos UVB que, al romper el
colágeno y las fibras elásticas de la piel que se encuentran en una capa más profunda,
provoca que la piel se queme. Al principio, el único efecto de esta última clase de rayos
es una dolorosa quemadura, pero, al final, mucha gente padece efectos prematuros de
envejecimiento, y algunos pueden contraer cáncer de piel.
Las quemaduras graves suelen darse en los dos primeros días de vacaciones, y
entre aquellas personas que no limitan el tiempo inicial de exposición al sol para ponerse
moreno de forma gradual aumentando poco a poco la exposición diaria. Unas vacaciones
en Florida podrían arruinarse si usted permite que su hijo pase el primer día jugando
varias horas en la playa o en la piscina. Las horas más peligrosas son entre las 10.00 a.m.
y las 14.00 p.m., y los días de mucho calor son los más arriesgados, ya que los efectos de
los rayos violeta se incrementan con el calor. Es más probable que su hijo se queme si va
en un barco, debido a los rayos reflejos. Los aceites solares que no contienen protectores
solares para filtrar los rayos ultravioletas no evitarán las quemaduras e incluso pueden
provocarlas debido a que el aceite concentra los rayos solares. Por último, no dé por
hecho que su hijo está a salvo si el día está nublado, ya que las nubes no filtran todos los
rayos ultravioleta.
Hay dos formas de prevenir los efectos nocivos de los rayos solares. Obviamente,
la primera es no tomar el sol o limitar la exposición a las épocas del año y a las horas del
día donde los rayos del sol son menos intensos. La segunda es proteger la piel de su hijo
con un protector que tenga un factor de protección solar adecuado (FPS). Estos productos
deberían mostrar en la etiqueta el número de FPS, que es mayor cuanto mayor sea la
protección que ofrecen. Algunos sólo tienen un FPS 2, que protege muy poco; los más
efectivos son los que tienen 15 o más. Elija uno que se adecue a la sensibilidad de la piel
de su hijo.
Debido a que los efectos de las radiaciones solares son acumulativos, igual que los
de los rayos X, el riesgo de padecer cáncer aumenta con cada exposición al sol. Sin
embargo, en mi opinión, el riesgo que sufre su hijo de padecer un cáncer debido a la
exposición solar es mucho más pequeño que el de padecerlo por recibir rayos X, porque
la luz solar únicamente daña la superficie y no penetra tanto dentro del cuerpo como los
rayos X. Los médicos tienden a exagerar los riesgos de padecer cáncer debido a los rayos
solares —de lo que pueden culpar al paciente—, y minimizar los de los rayos X, donde

125
los culpables son ellos. Sea como sea, el riesgo sigue ahí, por ambas causas. La relación
entre el cáncer de piel y la exposición al sol ha sido ampliamente demostrada a través de
observaciones de las zonas donde con más frecuencia aparecen los cánceres. Más del
90% se da en áreas del cuerpo como la cara, orejas, dorso de las manos y parte de atrás
del cuello. Las personas que pasan mucho tiempo conduciendo tienen más probabilidades
de padecer cáncer de piel en la parte izquierda de su cara, que es la más expuesta al sol.
Por último, si en su familia hay un antecedente de cáncer de piel, el riesgo de que usted
pueda padecerlo es mayor.
¿Tiene su hijo un riesgo muy grande de padecer cáncer de piel si pasa demasiado
tiempo tomando el sol? No tan grande como para que usted pierda el sueño por eso.
Debido a que las lesiones son visibles, el cáncer de piel es muy fácil de detectar y
diagnosticar con una simple biopsia. La gran mayoría de cánceres de piel son fáciles de
curar cuando se detectan. Los casos de melanomas, que pueden ser peligrosos porque
pueden extenderse a otras áreas del cuerpo, son relativamente muy pocos. Constituyen
sólo el 2% de todos los cánceres de piel diagnosticados en Estados Unidos en 1982.
Seguro que usted no desea que su hijo desarrolle un cáncer de piel en el futuro, pero la
posibilidad de que sea seriamente amenazado por los rayos solares no es algo que debería
preocuparle en exceso.

Consejos ante problemas de piel, por el Dr. Mendelsohn.

Ninguna de las enfermedades comunes de la piel que padecen los niños requiere
tratamiento médico. Las excepciones son aquellos niños que sufren graves reacciones
ante plantas venenosas y picaduras de insectos, que pueden ser objetos de shock fuertes e,
incluso, mortales. Estos niños deberían recibir atención médica inmediatamente.
Teniendo en cuenta esta excepción, los problemas comunes de piel que expongo a
continuación pueden ser tratados con toda seguridad en casa:

Dermatitis por pañales. Mantenga una limpieza escrupulosa. Cambie los pañales tan
pronto como se dé cuenta de que están sucios o mojados; espolvoree la piel del bebé con
polvos de maicena, y deje que le dé el aire a la piel tanto como sea posible. En casos
reticentes, aplique pomadas de óxido de zinc.
Erupciones por calor. No abrigue demasiado al niño e, incluso, no lo abrigue en absoluto.
Aplique lociones de calamina o báñelo añadiendo al agua una taza o dos de polvos de
maicena.
Eczema. Mantenga una limpieza escrupulosa; evite los medicamentos e intente identificar
la causa relacionada con la dieta. El problema se curará por sí solo.
Impétigo. Mantenga una limpieza escrupulosa. Tenga cuidado de que la infección no se
extienda a otros miembros de la familia. Elimine el azúcar de la dieta, y espere a que el
problema se solucione por sí mismo.

126
Urticarias. Alivie el picor con lociones de calamina o utilizando polvo de maicena en el
baño; intente identificar una alergia relacionada con la dieta u otra causa de alergia.
Picaduras de insectos. Quite el aguijón si es visible y trate la zona afectada con lociones
de calamina para aliviar el picor. Si su hijo tiene una alergia grave a las picaduras de
insectos, busque atención médica inmediatamente, ya que puede correr el riesgo de
padecer un shock que ponga en peligro su vida. Si a su hijo nunca le ha picado antes un
insecto, controle sus reacciones para comprobar si es muy alérgico.
Hiedra venenosa y otras. Lave la zona afectada con agua y jabón. Alivie el picor con
lociones de calamina o añada polvos de maicena al baño. Si es la primera vez que le
sucede, controle las reacciones de su hijo para comprobar que no sufre una fuerte
reacción.
Acné. Repase el historial del problema de su hijo para intentar hallar una relación causa-
efecto entre las crisis de acné y la ingestión de algún alimento, o de otra causa.
Experimente con dietas de eliminación para comprobar si la causa es alguna alergia
alimentaria. Mantenga las lesiones limpias para minimizar el riesgo de padecer una
infección secundaria; utilice un jabón suave, no perfumado. Evite que se frote demasiado
y que se estruje los granos. A menos que quiera arriesgarse a utilizar Accutane, no vaya
al médico, ya que ellos no saben mucho más que usted sobre el acné y pueden recetarle
unos medicamentos arriesgados, ineficaces y caros.

15.- Esqueletos en el armario del ortopeda

Igual que se preocupa por el desarrollo intelectual de su hijo, sin duda también se
interesa sobre cada aspecto de su desarrollo físico. Usted observará con mucho interés a
qué edad su bebé empieza a darse la vuelta solo, a levantarse en la cuna, a gatear y a
andar. Si su bebé da muestras de una característica física inesperada, o de un retraso en
cualquier área de las habilidades motoras, puede que empiece a pensar que algo va
realmente mal.
No se engañe a sí mismo haciendo comparaciones entre el desarrollo de su hijo y el
de otros niños. Si el hijo de su vecino comienza a andar muy pronto y el suyo no, eso no
quiere decir que sea más inteligente o físicamente superior. El lapso de tiempo en el que
ocurren estos fenómenos del desarrollo es bastante amplio, y estas diferencias rara vez
están relacionadas con la capacidad de inteligencia o con una capacidad física innata.
Esas comparaciones son igualmente inútiles cuando se aplican a la estructura
fisiológica de su hijo. Las madres primerizas, especialmente, son propensas a ser casi
obsesivas en la atención que prestan a la apariencia física de sus hijos. Vienen a
expresarme su preocupación sobre los pies planos de su hijo, sobre las piernas arqueadas,
o porque tienen los dedos de los pies metidos hacia dentro. Temen que uno o más de esos
problemas pueda ser «anormal» y que necesite ser corregido.

127
Estas presuntas anomalías las aprovechan los pediatras agresivos y los especialistas
en ortopedia. Muchos médicos están deseando intervenir con escayolas, abrazaderas,
férulas, zapatos ortopédicos, e incluso cirugía para «corregir» problemas que, con el
tiempo, se corregirían solos. Si su hijo es una de las víctimas potenciales de estos excesos
ortopédicos, protéjalo, ya que rara vez son necesarios y pueden traumatizar
psicológicamente a su hijo al ser etiquetado como una persona que necesita este tipo de
intervenciones.
El hecho de que su hijo tenga las piernas arqueadas cuando tiene un año no quiere
decir que vaya parecer un vaquero cuando crezca.
Algunos de los miedos que los padres sienten sobre el desarrollo de su hijo
provienen de mitos que han ido pasando de generación en generación. Por ejemplo, existe
la creencia de que un niño será zambo si se le anima a andar demasiado pronto. No hay
ninguna prueba científica de que eso sea cierto. Al contrario, probablemente ayudará a
que el niño desarrolle un pronto sentido del equilibrio. Igualmente falsa es la creencia de
que los pañales gruesos provocan que el niño sea zambo. No es así, ¡pero evitará que el
niño le moje la falda!
Cuando nacen, prácticamente todos los bebés tienen las piernas arqueadas y los
dedos de los pies hacia dentro debido a la posición fetal que han tenido durante nueve
meses. Las almohadillas de grasa que suelen tener bajo el arco del pie hacen que parezca
que tiene los pies planos. Si los padres no están familiarizados con la progresión normal
del desarrollo de los miembros inferiores, no es raro que estas aparentes anomalías les
preocupen.

Desarrollo de las piernas de un niño.

Después de que el bebé escape del confinamiento de la barriga de su madre, sus


piernas pasarán por cuatro etapas de desarrollo. Hasta la edad de un año, o un año y
medio, lo más normal es que tenga las piernas arqueadas, que empezaran a enderezarse
cuando se desarrollen los músculos porque empiece a andar y a realizar otras actividades
físicas. Entre el año y medio y los dos años suele pasar de las piernas arqueadas a parecer
patizambo (piernas hacia fuera y las rodillas hacia adentro), y esta apariencia la
mantendrá desde los dos años hasta los doce. Después, durante la adolescencia, se
produce un efecto de equilibrio y las piernas tienden a enderezarse.
Obviamente, dada esta progresión en el desarrollo, los médicos tienen oportunidad
para intervenir a cualquier edad, y tratar un problema que se corregirá por sí mismo si,
simplemente, se deja al niño en paz. Los médicos aún tienen más ventajas sobre los
pacientes debido a las grandes diferencias que se producen entre el desarrollo de un niño
y el de otro. El desarrollo de las extremidades inferiores cae dentro de lo que un
iluminado especialista denominó «la zona fronteriza de la ortopedia». No existen

128
definiciones adecuadas de las condiciones que son normales y aquellas que no lo son,
como tampoco hay una definición legítima de unas orejas o una nariz «normal».
A menos que su médico pueda identificar una anomalía fisiológica específica, y
demostrarle hasta convencerle a usted de que necesita tratamiento, no se debería tomar
ninguna medida correctiva ni para las piernas arqueadas ni para las piernas patizambas
hasta que el niño llegue a adolescente. En, prácticamente, todos los casos el problema se
habrá corregido por sí solo antes de que el niño llegue a esa edad.
Si las piernas patizambas persisten durante la adolescencia, lo más probable es que
no se hayan enderezado de forma natural debido a que su hijo pesa demasiado. En ese
caso, el niño no necesita la ayuda de un ortopeda: necesita a un dietético —un papel que
la madre puede desempeñar perfectamente—. Las excepciones son casos raros de pie
zopo, enfermedades neurogénicas, o defectos de la osificación, que presentan síntomas
específicos se que salen de la norma.

Los zapatos no son importantes.

La atención que muchos padres dedican al desarrollo de los pies de su hijo es


evidente cuando se ve a un bebé de dos meses tendido en la cuna y llevando un par de
botitas de 20 dólares. El niño no va a ir a ningún sitio solo, pero está caramente equipado
¡para hacer una carrera de velocidad! Por supuesto, esto es un elemento de vanidad, los
zapatos de bebe son tan monos... por eso muchos acaban siendo revestidos de bronce.
Pero, parece que hay muchos padres que piensan que sus hijos tendrán problemas con los
pies si no les compran desde que nacen unos «buenos zapatos». No hace falta decir que
los fabricantes de zapatos no hacen nada para desmentirlo. La industria del calzado se
beneficia del hecho de que un número desproporcionado de 600 millones de zapatos se
venden cada año en Estados Unidos para niños, y que un millón, o más, son zapatos
ortopédicos innecesarios y caros.
Los zapatos, ya sean caros o no, no son esenciales para el buen desarrollo del pie.
Los aborígenes que andan con los pies desnudos, tienen los pies mejor que cualquier
millonario que calce unos Camper. Aparte de la apariencia, el único propósito que tienen
los zapatos es proteger el pie de lesiones y del clima. Por tanto, es inútil que usted
invierta en unos zapatos caros para su hijo por otra razón que no sea la apariencia. Un par
de zapatos de lona baratos hacen la misma función. Esas botitas caras no ayudarán a que
los pies de su hijo se desarrollen mejor, ni las zapatillas de deporte baratas causarán pies
planos, o pie de atleta, como muchos padres parecen creer.
Un estudio realizado sobre 104 niños normales que fueron llevados a una clínica
encontró que el 87% llevaba botas; 74% llevaba zapatos de suelas duras y el 50%
utilizaba plantillas. Un 73% de los niños tuvo zapatos antes de comenzar a andar, y el
35% antes de que pudieran ponerse de pie. Ninguno de los niños se benefició físicamente

129
por llevar zapatos. De hecho, las botas y los zapatos de suela dura pueden impedir que el
tobillo se desarrolle bien y restringir la habilidad de aprender a caminar adecuadamente.
Llevar zapatos ortopédicos tiene, en la mayoría de los casos, aún menos sentido.
No hay ninguna prueba de que los costosos zapatos ortopédicos corrijan ninguna
variación de lo normal, dependiendo de lo que se entienda por «normal». Excepto en los
casos de pies zopo o de otras malformaciones reales, los zapatos ortopédicos no otorgan
ningún beneficio que justifique su coste. Mientras tanto, un niño al que se le note
claramente que lleva zapatos ortopédicos puede dar la idea de que es deforme y, como
consecuencia, puede padecer un daño emocional. Eso también ocurre con las abrazaderas
y las férulas.
Aunque las piernas arqueadas, el aspecto patizambo y los dedos de los pies hacia
dentro son los problemas ortopédicos que más se suelen tratar en los niños, existen otros
problemas que, con frecuencia, son mal diagnosticados y tratados en exceso. Uno de
estos problemas, la displasia congénita de cadera, suele darse en la infancia, cuando el
fémur no encaja correctamente en la pelvis. La verdadera displasia de cadera suele ocurrir
en los partos de nalgas difíciles, cuando el fémur es descolocado de su cuenca. El
problema debería ser corregido inmediatamente por el tocólogo, que debería sostener al
recién nacido por los tobillos para que la articulación desplazada vuelva a colocarse en su
sitio.
En la mayoría de los casos, eso acaba con el problema, si es que había uno. La
displasia congénita de cadera, en la que la dislocación persiste, es muy rara, aunque se
diagnostica con mucha frecuencia. Los estudios indican que, probablemente, le pasa a no
más de un niño de cada mil, y con más probabilidad, a un niño de cada dos mil. El
problema se detecta colocando al niño de espaldas, con las rodillas levantadas y las
plantas de los pies apoyadas en la mesa de exploración. Entonces, se presionan las
rodillas hacia fuera y si una de las rodillas se resiste puede que se trate de una displasia.
Normalmente, se puede corregir colocando una almohada o un pañal extra entre las
piernas del bebé. Sin embargo, los pediatras agresivos no suelen contentarse con este
simple tratamiento. Muchos de ellos tienden a utilizar rayos X —exponiendo de forma
imprudente al niño a las radiaciones—, escayolas y férulas para corregir el problema.
Tenga cuidado con ellos, ya que este tratamiento suele ser innecesario, y las férulas
pueden originar atrofias musculares, problemas circulatorios y problemas emocionales.

Diagnósticos excesivos de la escoliosis.


Otra manía que tienen los pediatras es la de diagnosticar la escoliosis. Este
problema, que se da más en chicas que en chicos, es una curvatura lateral de la espina.
Puede detectarse visualmente comprobando la postura de su hijo desde atrás para ver si:

Un omóplato está más alto que el otro, o es más prominente.


La inclinación de la cintura del niño es anormal: de un lado más inclinada que de otro.

130
Las caderas están inclinadas: un lado es más prominente que otro.
La columna vertebral está claramente curvada.
Cuando el niño se inclina, una parte de la espalda, o un hombro, tiene una elevación
anormal.

Al principio de mi carrera, era muy raro que se diagnosticara una escoliosis y, aún más
raro, que se tratara durante la infancia. En la actualidad, se está convirtiendo casi en una
epidemia, ya que los médicos mandan rayos X de rutina debido a las exploraciones en
masa que se han introducido en algunos Estados. Los médicos están diagnosticando casos
que nunca se hubieran detectado a través de un reconocimiento físico normal y, en
muchos casos, tratan problemas leves para los cuales no se necesita ningún tratamiento.
No quiero minimizar la importancia de tratar la escoliosis en aquellos casos agudos. Si se
dejan si tratamiento, cuando este problema surge en niños puede producir deformidades
importantes en el futuro. Sin embargo, estoy convencido de que un tratamiento
innecesario en un caso leve de escoliosis probablemente supone una amenaza mayor para
el niño que el no tratar un caso severo.
Si a su hijo le diagnostican una escoliosis, no lo someta a un tratamiento a menos que
antes se haya asegurado de que está justificado por el grado de curvatura que presenta.
No acepte ninguna forma de tratamiento sin haber considerado las alternativas. En
algunos casos, puede ser necesario utilizar un incómodo aparato de metal que va desde la
barbilla hasta las caderas, que rodea todo el cuerpo, estirando y equilibrando la columna.
Yo no haría que un niño pasara por eso, a menos que se hubiesen intentado todas las otras
alternativas menos drásticas, entre las que se incluyen biofeedback eléctricos, ejercicios,
terapia muscular, de baile, fisioterapia y otras alternativas menos radicales. En mi
opinión, la cirugía debería utilizarse como último recurso, cuando todas las otras
alternativas hayan fallado. Si se la recomiendan a su hijo, busque una segunda opinión.
Mi consejo respecto al tratamiento de la escoliosis es el mismo que les di para todas las
otras enfermedades en las cuales los parámetros de normal y anormal no están muy bien
definidos. Aunque muchos no lo hagan, creo que hay muchos médicos que siguen el
principio de «poco es mucho». No tome al pie de la letra las recomendaciones de su
médico sobre algún tratamiento draconiano. Averigüe todas las consecuencias del
tratamiento, y las alternativas existentes, y exija que su médico defienda el tratamiento
que se propone emplear. Después, si todavía duda, pedir una segunda opinión merecerá la
pena, el esfuerzo y el gasto.

Consejos ante los problemas ortopédicos, por el Dr. Mendelsohn.

Hay muy pocas definiciones adecuadas de las características que son «normales» o
«anómalas» en la formación física de su hijo. Muchas anomalías aparentes de la niñez,
como las piernas arqueadas o los dedos de los pies hacia dentro, son simplemente etapas

131
dentro de un desarrollo físico normal. Es muy raro que necesiten atención médica, y casi
nunca requieren tratamiento de ninguna clase. Usted evitará un montón de tratamientos
médicos innecesarios y de gastos si recuerda lo siguiente:

Los bebés casi siempre aparentan tener los pies planos debido a las almohadillas de grasa
que tienen bajo el arco del pie. Incluso aunque en realidad tuviesen los pies planos, eso es
una característica hereditaria y no requiere tratamiento ni exige el uso de zapatos
ortopédicos. Los sujetos que tienen los pies planos parecen tener menos problemas de
pies que aquellos que tienen los arcos muy elevados.
Prácticamente, todos los bebés nacen con las piernas arqueadas, que se enderezan de
forma natural cuando se desarrollan los músculos de las piernas. Al cumplir los dos años,
casi todos los niños parecen zambos y este problema se suele corregir solo cuando el niño
llega a la adolescencia. Este problema no exige un tratamiento a menos que siga una vez
pasada la adolescencia.
La displasia congénita de cadera se da en muy pocos casos, y es raro que necesite un
tratamiento radical con escayolas o cirugía. Los problemas leves suelen ser tratados en
exceso. No permita que su pediatra utilice medidas extremas si asegurarse primero de que
son imprescindibles. En la mayoría de los casos, no se necesita tratamiento, y en el resto,
será suficiente poner una almohada pequeña o un pañal extra entre las piernas del niño.
La escoliosis no es grave a menos que la curvatura de la columna vertebral sea muy
grande, pero, normalmente, se trata tan a menudo como es diagnosticada. Si a su hijo le
diagnostican una escoliosis, no acepte una operación quirúrgica o que le pongan un corsé
sin haber intentado todos los otros tratamientos alternativos menos radicales.

16.- Heridas producidas por accidentes: Lo mejor de la medicina

Siempre me ha resultado paradójico que muchos padres se preocupen sin necesidad


por enfermedades leves, comunes, y que le presten tan poca atención a los accidentes
infantiles, que matan a más niños que todas las principales enfermedades de la infancia
juntas. Durante este año, más de 8.000 niños menores de 15 años morirán por accidentes
en los Estados Unidos. Muchos de esos accidentes podrían prevenirse, y evitarse muchas
muertes, si se tomaran las medidas adecuadas tan pronto como ocurre el accidente.
Al final del capítulo encontrará una lista de consejos que le ayudarán a salvar a su
hijo de una muerte o una herida causada por un accidente. En el contenido del capítulo
encontrará consejos específicos sobre cómo enfrentarse a una emergencia, si su hijo tiene
la desgracia de sufrir una.
Las heridas leves no requieren atención médica, pero debe buscar inmediatamente
un Centro de Urgencias si su hijo sufre una herida grave. ¿Cómo saber cuándo se trata de
una u otra? La regla más importante cuando su hijo sufra una herida es evitar ser presa

132
del pánico. Eso puede que no siempre sea fácil de hacer, ya que los cortes pequeños,
cuando se producen en algunas zonas determinadas, pueden sangrar mucho, y no hace
falta mucha sangre esparcida por una camiseta blanca para que a los padres les entre un
miedo de muerte.
Sin embargo, debe intentar permanecer tranquila, ya que su reacción ante el
traumatismo de su hijo exigirá que haga uso de todos sus sentidos. Debe decidir si la
herida es lo suficientemente grave como para necesitar tratamiento médico, si debe llevar
inmediatamente a su hijo a un centro de urgencias o si primero debe llamar al médico, o
si debe llamar a una ambulancia o llevar usted mismo al niño en su coche. Incluso en
aquellos casos que son claramente tan graves que requieren hospitalización, usted tiene
que decidir qué medidas se necesitan tomar para salvarle la vida mientras espera la
ambulancia o antes de meter al niño en el coche.
En las páginas que siguen intentaré darle algunos consejos que le ayudaran a
determinar la seriedad de la herida y el tratamiento que debe aplicar si no es necesario
llamar o ir al médico. E, al igual que todos los otros consejos que le he dado en este libro,
si tiene dudas, opte por ser precavida.
Yo le recomiendo que acuda a un centro de urgencias en caso de heridas graves, no
sólo para obtener un tratamiento inmediato, sino porque creo que aquí es donde mejor
funciona la medicina estadounidense. La mayor parte de los médicos de urgencias están
mejor entrenados, son más habilidosos y tiene más experiencia que el resto de los
médicos. También están acostumbrados a reaccionar rápidamente ante situaciones de
emergencia. Cuando su hijo tiene un problema grave, no hay un sitio mejor donde pueda
llevarlo.

Cortes y heridas.

Todos los padres saben que algo muy normal en los niños es que se corten un dedo
o se desuellen las rodillas, pero estoy convencido de que la mayoría de los padres no
saben qué hacer en estos casos. Existe la idea errónea muy común de que cuando se rasga
la piel es necesario utilizar antisépticos e incluso antibióticos para «prevenir una
infección». En consecuencia, cuando un niño se corta un dedo o se despelleja la rodilla,
los padres suelen correr a la farmacia para comprar algún medicamento sin receta
pensado para estas situaciones. Esa es una reacción equivocada, ya que estos
medicamentos no son necesarios y, lo que es más, pueden agravar la herida.
La mayoría de los antisépticos que se venden sin receta en la farmacia —yodo,
mercromina, agua oxigenada y las pomadas con diferente composición— pueden irritar la
piel, aunque no harán mucho efecto sobre los gérmenes. El cuerpo tiene su propio sistema
para luchar contra las infecciones, y funciona muy bien si usted le da la oportunidad para
que lo haga.

133
¿Qué debería hacer usted cuando su hijo se hace un pequeño corte o desgarro?
Muy poco. Lávelo con cuidado con agua del grifo para quitar cualquier suciedad que
pudiera haber. Cubra la herida con una venda limpia si es necesario para que deje de
sangrar, pero, si no, déjela al aire. No se necesita ningún otro tratamiento para un
pequeño corte o herida.
Por supuesto, cuando la herida sangra de forma incontrolada o es tan grande que
puede necesitar puntos para facilitar la cicatrización, o para que no quede una fea cicatriz,
debe acudir al médico. En ese caso, lo mejor es ir de cabeza a un centro de urgencias.
Los casos de hemorragias graves constituyen un tipo de emergencia que usted
tendrá que controlar rápidamente, sin el consejo de un médico. Si la sangre fluye de una
vena, olvide todo lo que le hayan dicho sobre torniquetes e intente detener la hemorragia
presionando directamente sobre la herida. Cubra el área afectada con un trapo limpio o
con una gasa y presione hasta que deje de sangrar o hasta que llegue al centro de
urgencias. Sólo cuando la sangre fluye de una arteria debe recurrir al torniquete, que corta
totalmente la circulación en todo el miembro. Esos casos se dan muy rara vez, pero
cuando ocurra mantenga el torniquete sólo durante un minuto o dos. Si se deja durante
demasiado tiempo, puede que haya que amputar el miembro afectado.
Muchos padres se preguntan si es necesario poner la inyección del tétanos cada vez
que el niño se hace una herida o se corta. La mayoría de los niños son vacunados contra
el tétanos cuando son pequeños, aunque algunos médicos siguen poniéndoles recuerdos
antitetánicos cuando se hacen una herida. Cuando yo era joven, me dijeron que el tétanos
suponía una amenaza si la herida se producía en un corral o con un clavo oxidado. Por
tanto, yo siempre ponía recuerdos antitetánicos cada vez que se me presentaba una herida
de esa naturaleza. Y, también, por razones de prevención, cada diez años.
Hoy, me pregunto si esos recuerdos antitetánicos son necesarios e incluso si tiene
algún sentido poner la vacuna. No hay ningún estudio científico que indique la frecuencia
con que deben ponerse recuerdos antitetánicos, ni siquiera si deben ponerse. Muchos
militares estadounidenses recibieron la vacuna antitetánica al principio de la Segunda
Guerra Mundial. Aunque ha pasado mucho tiempo, es evidente que, salvo unas cuantas
excepciones, la inmunidad les ha durado hasta ahora. Eso parece un argumento
convincente contra la necesidad de poner recuerdos antitetánicos de rutina en un espacio
de tiempo menor de ¡cuarenta años!

Quemaduras.

Cuando yo era niño, el remedio casero contra las pequeñas quemaduras era aplicar
mantequilla o grasa. La teoría era que suavizaba el área de piel afectada y la protegía del
aire, lo que aliviaba el dolor. También se tenían a mano algunos ungüentos que,
obviamente, debían de ser mejores ya que se podía oler la medicina que contenían. En la
actualidad, se sabe que existen varias clases de quemaduras, que se catalogan según la

134
extensión del daño, y que se deben emplear métodos específicos para cada una de las
categorías.
Cuando su hijo se queme, el tratamiento que usted le aplique debe tener tres
objetivos: aliviar el dolor, prevenir una infección y evitar que se produzca un shock. Es
importante saber cómo conseguir estos objetivos en cada una de las categorías.

Las quemaduras de primer grado afectan sólo la capa externa de la piel, que se
pone roja, un poco inflamada, blanda, pero no salen ampollan ni parece chamuscada. El
tratamiento inmediato es poner el área afectada en agua fría, lo que bajará la temperatura
de la piel y ayudará a aliviar el dolor. Después, poner un ungüento antiséptico soluble en
agua o una pasta hecha con bicarbonato y cubrir con una gasa. Esto no es médicamente
necesario, pero ayudará a aliviar el dolor al evitar que le dé el aire a la quemadura.
Las quemaduras de segundo grado son mucho más serias. Destruyen la capa
exterior de la piel y también daña algunos tejidos internos. Pueden producir cicatrices
permanentes, y existe un mayor peligro de infección, ya que la secreción de pus provoca
la formación de ampollas que, al romperse, pueden infectarse. Una quemadura de
segundo grado que se produzca en una superficie muy pequeña, como la de una
quemadura de cigarro, se puede tratar en casa, pero aquellas que ocupan una superficie
mayor deben recibir una atención médica inmediata.
Las quemaduras de tercer grado son aquellas en la que la piel aparece chamuscada
y se destruyen todas las capas de la piel e, incluso, alguna carne. Algunas veces, también
se destruyen las terminaciones nerviosas, así que puede que no se produzca ningún dolor,
o muy poco. Cuando una quemadura de segundo o tercer grado afecta a más del 10% de
la superficie cutánea, existe un peligro mortal debido al shock o a infecciones posteriores.
Es muy difícil que los padres traten una quemadura de segundo o tercer grado que
afecte gran parte de la piel debido a que temen causar más dolor a su hijo. Sin embargo,
es imprescindible, si su hijo sufre una quemadura, que usted se recubra de valor para
hacer las cosas que deben hacerse inmediatamente, antes de que llegue ayuda médica.
Si no se puede conseguir rápidamente una atención médica, el mejor tratamiento es
sumergir el área afectada en agua fría (no helada) tan pronto como pueda. Por dos
razones: bajará la temperatura del área afectada de forma que impida que siga
destruyéndose tejido, y aliviará el dolor al evitar que le dé el aire a la quemadura.
Si parece que la víctima entra en un estado de shock, póngala boca abajo,
manténgala caliente y elévele los pies y las piernas, a menos que tenga heridas en la
cabeza y en el pecho. No administre ni estimulantes ni líquidos de ninguna clase. Los
síntomas de shock que deberían alertarle son un pulso rápido, palidez, piel fría y húmeda,
temblores y una sed anormal.
Si la ropa de la víctima se queda adherida a la piel, no intente quitarla. Si se han
formado ampollas, tenga cuidado de no romperlas, ya que eso multiplica el riesgo de
sufrir una infección. No toque el área afectada con sus manos ni con ningún objeto. Por

135
último, no aplique grasa, mantequilla, ungüentos, antisépticos, ni ningún otro tipo de
medicamento sobre el área afectada. Eso simplemente dificultará el trabajo del médico.
A menudo, los niños se queman con sustancias químicas provenientes de productos
de limpieza que se dejan descuidadamente a su alcance. Muchos de estos preparados
contienen ácidos fuertes, detergentes, lejía y otros alcalinos peligrosos. Si esto le ocurre a
su hijo, debe lavar inmediatamente el área afectada con abundante agua. Asegúrese de
que quita cualquier ropa impregnada con la sustancia química. Después, como medida de
precaución, busque ayuda médica.
Otra causa frecuente de quemaduras graves en niños es el agua excesivamente
caliente. No hay ninguna razón por la que un termostato de casa deba estar a más de 47º,
aunque la mayoría suele sobrepasar los 48,5º, una temperatura que produce quemaduras
graves en menos de 30 segundos. Hay casos de termostatos a una temperatura de 60º, lo
que provoca una quemadura de tercer grado casi instantáneamente.
No es raro que se deje solo al niño en la bañera con el grifo del agua caliente
abierto, ya sea a propósito o por accidente, y que cunda el pánico cuando nos damos
cuenta de que el niño está metido en agua horriblemente caliente. Si el termostato del
agua caliente está a más de 47º, los resultados pueden ser fatales. Se calcula que, cada
año, más de 2.000 quemaduras por agua caliente necesitan hospitalización y que casi el
15% son mortales.
¿Por qué no comprueba ahora mismo la temperatura del termostato del agua
caliente?

Lesiones en la cabeza.

Las lesiones que se producen en la cabeza debido a caídas, o a que un objeto duro
la ha golpeado por accidente, no suelen ser serias. Rara vez necesitan tratamiento médico
o rayos X, aunque es necesario observar atentamente a la víctima para asegurarse de que
no ha sufrido ningún daño neurológico. Debido al miedo que sienten a que el niño
padezca una lesión cerebral permanente, muchos padres suelen salir corriendo para el
médico o para la sala de emergencias cuando su hijo sufre una lesión en la cabeza. A
menudo, me traen niños que no tienen ningún síntoma observable simplemente porque se
han caído de la cama. Estas visitas rara vez son necesarias y podrían evitarse si los padres
conocieran qué síntomas deberían buscar para justificar la atención médica cuando su
hijo sufre una lesión en la cabeza.
Si esto ocurre, la primera y más importante cuestión debería ser: ¿ha perdido el
conocimiento, aunque sólo sea brevemente, tras sufrir la lesión? Si fue así, o si el
accidente ocurrió mientras estaba solo y usted no sabe si lo perdió o no, llévelo
inmediatamente al médico o a la sala de urgencias de un hospital. Lo más probable es que
le hagan una radiografía para comprobar si se ha fracturado el cráneo. Si la radiografía
revela una simple fractura el caso no es grave, pero si la fractura es profunda y está

136
presionando el cerebro puede ser necesario seguir un tratamiento o, incluso, recurrir a la
cirugía.
Si no perdió el conocimiento, no hay necesidad de ir inmediatamente al médico.
Muchos médicos ordenan, por rutina, radiografías cuando se les presenta una lesión de
cabeza, aunque esto no está justificado si no existen otros síntomas más que el hecho de
saber que el niño se ha golpeado la cabeza. Algunos médicos también mandan que se
hagan electroencefalogramas (EEG), a pesar del hecho de que hay pruebas disponibles
que demuestran que no tienen un valor importante a la hora de diagnosticar.
Aunque no haya perdido el conocimiento es importante que observe atentamente al
niño al menos durante 24 horas para comprobar si se presentan otros síntomas que
indiquen que hay que ir al médico. Busque los síntomas haciéndose las siguientes
preguntas:

¿Qué nivel de consciencia tiene su hijo? ¿Está bien despierto, o aletargado y difícil de
animar?
¿Tienen sus pupilas un tamaño anormal? ¿La pupila de un ojo está más dilatada que la del
otro y no responde cuando se expone a una luz brillante?
¿Su hijo ve doble? (¿Sus ojos se mueven al unísono, como debe ser?)
¿Puede mover todas sus extremidades de una forma natural?
¿Tiene problemas respiratorios, con aspiraciones no normales?
¿Presenta problemas de pérdida de coordinación, mareos o dificultad para mantener el
equilibrio?
¿Fluye sangre o algún líquido de la nariz o del oído?
¿Sufre un fuerte dolor de cabeza que ni disminuye ni aumenta de intensidad?

Si se presenta alguno de estos síntomas, juegue sobre seguro y vaya al médico.


Unas últimas palabras para las madres ansiógenas: no piense que es una catástrofe que su
hijo menor de cinco años se caiga de una silla alta o de la cama. Lo más normal es que el
niño llore del susto y no de dolor, y hay estudios que demuestran que sólo un 3% de los
niños que tienen esta mala suerte sufren lesiones que exigen atención médica. Y, en la
mayoría de estos casos, se trataba de huesos rotos y no de lesiones en la cabeza.
Preocúpese por un golpe en la cabeza sólo cuando el niño pierda el conocimiento.

Intoxicaciones.

En el último cuarto de siglo, se ha reducido de forma drástica la ingestión de


sustancias tóxicas por parte de los niños y las muertes por intoxicaciones. Esto se debe en
parte a la creación de centros de control de intoxicaciones y a las regulaciones exigidas
en el uso de cierres de seguridad a prueba de niños de muchos fármacos con y sin receta
médica y de los productos de limpieza. Sin embargo, a pesar de este progreso, cada año

137
se dan más de dos millones de casos de intoxicación en los Estados Unidos, y un gran
porcentaje de este número corresponde a niños. La mayoría de ellos no habrían ocurrido
si, en casa, se tomasen las precauciones adecuadas.
Al menos tres de cuatro niños que ingieren sustancias tóxicas no necesitaría
tratamiento médico si los padres reaccionaran rápida y adecuadamente ante esta
situación. El primer paso que usted debe dar es intentar identificar la sustancia tóxica que
el niño ha ingerido y si en la etiqueta se especifica el antídoto, administrarlo
inmediatamente. Después, llame al centro de intoxicaciones más cercano para comprobar
si hay que hacer algo más.
Si usted identifica la sustancia, pero en la etiqueta no se indica ningún antídoto,
llame al centro de intoxicaciones para que le den instrucciones. Si tiene el envase
manténgalo cerca, ya que lo más probable es que le pidan que lea la información que
viene en la etiqueta. Si le dicen que debe llevar al niño a un centro de urgencias, llévese
el envase con usted.
El tratamiento que se dé en casa, con la ayuda de los expertos del centro de
intoxicaciones, debería ser suficiente en la mayoría de los casos. La mayoría de los
médicos no son expertos en el tratamiento de casos de intoxicación. Según el Dr. Richard
Moriarity, director de la red de centros nacionales de intoxicación: «La mayoría de los
médicos tienen muy poca formación [sobre intoxicaciones] y muy poca experiencia. » El
Dr. Moriarity piensa que casi el 85% de los casos de intoxicación no ponen en peligro la
vida y que pueden manejarse en casa.
El manejo de los casos de intoxicación varía según la sustancia que se ingiere, por
eso es importante que pida el consejo de un centro de intoxicaciones. Si todavía no lo ha
tenido que hacer, busque el número de teléfono del centro de intoxicación más cercano y
añádalo a su lista de números de urgencia. Como regla general, el objetivo del
tratamiento de los casos de intoxicación es sacar del organismo la mayor parte de veneno
posible, y diluir o neutralizar la que queda. Para esto, se necesitará, en la mayoría de los
casos, una cucharadita de las de café de jarabe de ipecacuana para provocar el vómito,
por lo que es conveniente que siempre haya alguno en casa. Sin embargo, no lo
administre hasta que haya consultado con el centro de intoxicaciones, porque hay algunas
situaciones (cuando se han ingerido sustancias corrosivas) donde no se recomienda el
vómito.
Tampoco se debería provocar el vómito cuando la sustancia tóxica es un producto
derivado del petróleo, cáustico o un ácido fuerte. Los productos derivados del petróleo
suelen dañar más a los pulmones que al tubo digestivo, por lo que no es aconsejable
hacerlo pasar otra vez por ahí. Por lo que respecta a los cáusticos y ácidos, éstos suelen
quemar la garganta del niño, y usted no querrá que vuelva a quemarla de nuevo al salir.
Los productos que más se suelen ingerir y para los cuales no conviene provocar el
vómito son: gasolina, queroseno, nafta, limpiadores compuestos con petróleo, aguarrás,
algunos limpiadores para muebles y coches, insecticidas, desatascadores y limpiadores

138
del horno, amoníaco, algunos blanqueadores y aquellos productos que contienen ácidos
fuertes como el sulfúrico, nítrico, clorhídrico y carbónicos. Esta lista no pretende
incluirlos a todos, así que consulte con un centro de intoxicación antes de provocar el
vómito para intentar eliminar la sustancia tóxica.
¿Qué debe hacer si descubre a su hijo de dos años con un frasco de medicamento
medio vacío entre las manos? Primero, intente averiguar cuántas pastillas o cápsulas tenía
el bote. Después, llame al centro de intoxicaciones y dele la información que tenga. Si el
niño no da muestras de encontrarse mal, no dé por hecho que no está en peligro. El daño
que provocan algunos fármacos puede no aparecer hasta algunas horas después, y si usted
no actúa hasta que aparezcan los síntomas puede estar arriesgando la vida de su hijo.
La mejor forma de proteger a su hijo es, en primer lugar, evitar que se intoxique.
Esto puede acarrear algunas inconveniencias en su hogar, pero eso es pagar un precio
muy bajo para asegurarse de que su hijo no será víctima de una intoxicación. Aquí le doy
algunas sugerencias que deberían seguirse en toda aquella casa donde haya niños
pequeños.

Considere que todos los fármacos y productos de limpieza, aunque parezcan


inocuos, son potencialmente peligrosos si un niño curioso los ingiere. Incluso las
vitaminas para niños pueden ser peligrosas si el niño se toma un frasco entero.
Ponga cierres de seguridad en los muebles destinados a guardar los productos de
limpieza, los fármacos y otras sustancias peligrosas. No es suficiente «ponerlas fuera de
su alcance».
No deje si vigilancia sustancias peligrosas mientras coge el teléfono o abre la
puerta. Los niños se las arreglan para coger las cosas en cuestión de segundos.
Mantenga los medicamentos y productos de limpieza en su envase original. Esto
impedirá que se produzcan equivocaciones y asegurará que las instrucciones de las
etiquetas estén a mano en el caso de que accidentalmente se ingiera la sustancia.
Deshágase rápidamente de los envases vacíos y de los medicamentos que no han
sido utilizados.
Cuando le dé un medicamento a su hijo, asegúrese de que hay suficiente luz como
para poder ver con claridad las instrucciones.
Cuando tenga invitados, asegúrese de poner los bolsos donde no pueda cogerlos el
niño. Más de un niño se ha intoxicado con un medicamento encontrado en un bolso.

A veces, los niños se intoxican con un alimento, lo que les hará sentirse muy mal
durante un corto espacio de tiempo, pero que no tiene más consecuencias graves. Los
síntomas suelen ser vómitos, normalmente acompañados de diarrea, y que no pueden ser
explicados por una enfermedad anterior como la gripe. A menos que haya otros síntomas
que indiquen con claridad que se trata de algo grave, no hay ninguna necesidad de buscar
atención médica o de tratar a su hijo con otra cosa que no sea mucho cariño. Puede

139
aliviarle la sed permitiéndole que chupe cubitos de hielo, pero no le dé nada de comer ni
de beber hasta seis horas después de que hayan cesado los vómitos. Después, puede darle
infusiones de hierbas, caldos y agua hervida, pero no le dé alimentos sólidos hasta el día
siguiente. Si el vómito persiste y el niño ha perdido más del 10% de su peso original,
vaya al médico. Puede que necesite tratarlo de deshidratación.

Esguinces, torceduras y fracturas.

La estructura ósea y muscular en los niños difiere bastante de la de los adultos, y


esto influye en los tipos de lesiones que se dan en brazos y piernas. Los esguinces
(desgarros o estiramientos de los ligamentos) no se suelen ver en los niños debido a que
el ligamento todavía no está sujeto con firmeza al hueso. Los niños mayores son más
propensos a sufrir daño en la epífisis, que es la parte blanda del hueso y que permite el
crecimiento. Si su hijo se tuerce la muñeca, rodilla o tobillo y la inflamación y el dolor
dura dos días o más, vaya al médico, porque, si se trata de una fractura de la epífisis,
necesita que lo escayolen.
En los niños la capa externa del hueso, denominada periostio, es relativamente
gruesa comparada a la de los adultos, y también menos quebradiza. Por tanto, las lesiones
que puede producir una fractura completa en los adultos, con desplazamiento de los
fragmentos, suelen resultar en fracturas de «tallo verde» en niños. Este nombre es
bastante adecuado, ya que estas fracturas se pueden comparar con las rajas o hendiduras
que se producen cuando se rompe una rama verde. Más que separarse, el hueso se pliega,
produciendo pequeños cortes longitudinales en la zona de la fractura. Esto exige
tratamiento médico.
Si su hijo sufre una lesión en la pierna debido a que se ha torcido el tobillo o a que
se ha hecho daño en la rodilla, no es necesario buscar atención médica inmediatamente.
Si se retrasa un par de días para ver si cede el dolor y la inflamación, no dificultará el
tratamiento, aunque se trate de una fractura y se deba buscar atención médica. Intente que
su hijo no deje caer el peso sobre el miembro lesionado y aplíquele cubitos de hielo sobre
el área afectada para reducir la inflamación. Esto deja de ser efectivo tras una hora o dos,
por eso muchos médicos recomiendan que después se aplique calor para mejorar la
circulación del miembro lesionado.
Debo advertir, con toda franqueza, que esta es una de las muchas situaciones en las
que la «ciencia» médica es menos que precisa. Hay un gran desacuerdo sobre si el mejor
tratamiento para un tobillo torcido es la aplicación de frío o de calor.
En los círculos médicos se cuenta la ya clásica historia sobre un médico que le dijo
a un paciente que se aplicara hielo sobre el esguince de tobillo. El paciente siguió este
consejo durante dos días, con grandes dificultades y molestias, pero el tobillo no mejoró.
Entonces, se quejó a su portero de lo poco que progresaba la lesión y éste le aconsejó que

140
se aplicara calor sobre el tobillo. El paciente lo hizo, y el tobillo empezó a mejorar casi
inmediatamente. Cuando volvió al médico, la conversación fue la siguiente:

Paciente: Doctor, la última vez que vine usted me dijo que me pusiera hielo sobre el
esguince del tobillo. Lo hice, y no hizo ningún efecto. Entonces, mi portero me dijo que
me pusiera calor y funcionó al instante.
Doctor: Hummm. Es curioso. Mi portero me dijo que utilizara hielo.

La verdad es que nadie sabe realmente qué es mejor para un tobillo lesionado —si
calor o frío—. Lo más importante es inmovilizarlo y poner un vendaje elástico que
impida que el movimiento agrave la lesión. Simplemente asegúrese de que el vendaje no
está tan apretado que corte la circulación. No haga caso a nadie que le diga que lo mejor
es que el niño comience a andar inmediatamente. El dolor es la forma que tiene la
naturaleza de decirle que algo va mal, así que si a su hijo le duele el tobillo, el mensaje es
¡No tocar!
Si cualquier miembro lesionado, ya sea un tobillo, rodilla, muñeca, codo o un
hombro, no ha mejorado en un par de días, vaya al médico. La espera de dos días reducirá
las posibilidades de que a su hijo le hagan una radiografía innecesaria y se asegurará que
sólo se la hagan si realmente es necesario. Se calcula que un 98% de las radiografías que
se hacen de un brazo o una pierna lesionada no revelan ninguna fractura, así que está
claro que muchas de ellas se hacen a la ligera.
Los padres cuyos hijos están bajo tratamiento de esteroides debido a que padecen
asma, o cualquier otro problema, deberían estar alerta ante la posibilidad de que su hijo
sufra, sin razón aparente, una fractura de costilla o de alguna vértebra. Un amplio uso de
esteroides provoca una reducción de la densidad ósea, y ese niño asmático que ha estado
bajo terapia de esteroides durante un año o más puede sufrir una fractura de costilla en un
brote de tos. El Centro Nacional del Asma estudió a 128 niños que habían estado
tomando esteroides durante un año o más y encontró que 14 de ellos había tenido un total
de 58 fracturas de costillas o de vértebras. En el grupo de control de 54 niños asmáticos
que no habían recibido un tratamiento a largo plazo de esteroides, no se dio ninguna
fractura de esta naturaleza.
Si su hijo sufre una lesión realmente grave al caerse de un árbol, o porque lo
atropelle un coche, y parece que puede haber sufrido una fractura grave o posible lesión
en el cuello o en la columna, no intente ni moverlo ni cogerlo. Cúbralo con una manta
para darle calor y evitar que caiga en estado de shock, y para prevenir una hemorragia,
presione la herida. Después, asegúrese de que han llamado a una ambulancia y espere que
llegue el personal cualificado que sabrá cómo debe mover a su hijo sin peligro y qué
tratamiento de urgencia deben darle allí mismo.

141
Atragantamientos.

A los niños les atrae mucho todo lo que se mete en la boca, lo que explica que les
guste tanto meterse pequeños objetos. Algunas veces, estos objetos se atascan en la
garganta o son aspirados hasta llegar a los pulmones. Esto provoca una situación de
urgencia que exige que cualquiera que esté cerca actúe.
Los padres precavidos evitarán darles a sus hijos juguetes que tengan partes
pequeñas, que se puedan quitar; avellanas; o caramelos con los que se puedan atragantar.
Sin embargo, usted no puede estar observando a su hijo las 24 horas del día, así que
siempre existe la posibilidad, a pesar de todas sus precauciones, de que el niño se
encuentre algo lo suficientemente pequeño como para que le quepa en la boca. Algunas
veces, el objeto se atranca en la garganta.
Es vital que usted actúe inmediatamente y de la forma adecuada cuando esto
suceda. El primer paso es comprobar si el niño puede hablar y respirar. Si puede, el
conducto del aire sólo está parcialmente obstruido. Antes que tomar cualquier medida de
urgencia que pueda hacer que el objeto se introduzca más, lleve al niño a un centro de
urgencias donde se lo sacarán.
Si el conducto del aire está totalmente obstruido de forma que el niño no puede ni
hablar ni respirar, usted no puede perder tiempo buscando ayuda. Debe efectuar las
medidas de urgencia usted misma. Primero, inspeccione la garganta del niño para
comprobar si el obstáculo es visible. Si es así, y usted cree que puede sacarlo con sus
dedos, inténtelo, pero no lo intente si cree que existe el riesgo de que lo empuje más
adentro. Si no puede alcanzar el objeto, coloque al niño sobre sus rodillas o sobre su
brazo, de forma que le cuelguen la cabeza y los hombros, y dele un golpe seco entre los
omoplatos con el borde de la mano. Haga esto tres o cuatro veces para que el niño tosa y
expulse el objeto. Recuerde, nunca golpee en la espalda a una persona que esté de pie
para intentar que expulse un objeto, ya que puede introducirlo aún más.
Si esta medida falla, intente la maniobra Heimlich: póngase detrás del niño y
rodéelo con los brazos; coloque los puños cerrados justo debajo del centro de la caja
torácica; y mantenga el pulgar de una mano contra el abdomen, haciendo una rápida
presión hacia dentro y hacia arriba. El aumento de la presión del aire en sus pulmones
suele hacer que el objeto salte fuera de la garganta.
Tenga en cuenta que esta maniobra se pensó para ser utilizada con adultos. Si
ejerce demasiada presión sobre el abdomen de un niño, puede provocar daños en los
órganos internos, principalmente en el hígado. Una alternativa que se puede utilizar con
niños es colocarlo sobre sus rodillas boca abajo y presionar en la parte superior de la
espalda para forzar que el aire salga de los pulmones.
Muchos hospitales y organizaciones, como la Cruz Roja, ofrecen cursos gratuitos
de reanimación cardiopulmonar. En vista de la frecuencia con que los niños ingieren

142
objetos, sería prudente por su parte que, si tiene la oportunidad, hiciera uno de estos
cursos.

Mordeduras de animales.

Si a su hijo le muerde un perro, u otro animal, debe lavar inmediatamente la herida


con agua y jabón y, después, mantenerla bajo el agua del grifo durante algunos minutos.
Consulte con el médico como medida de precaución o por si fuese necesario suturar la
herida.
La principal precaución ante una mordedura es que el animal pudiese tener la rabia.
Intente identificar rápidamente al animal y averiguar si está vacunado contra la rabia. Si
al niño le ha mordido una ardilla, o cualquier otro animal salvaje, es importante
comprobar si hay alguna evidencia en la zona donde usted vive de que esa especie animal
se haya infectado con la rabia.
La rabia la causa un virus que tiene la característica de poder filtrarse y que tiene
una predilección especial por los tejidos nerviosos, de forma que afecta a la médula
espinal y al cerebro. El periodo de incubación en humanos puede estar comprendido entre
los 10 días y los dos años, o más. Los síntomas más usuales son una excitación
incontrolable, fiebre, espasmos musculares, de la laringe y de la faringe. Cuando la
enfermedad progresa, la víctima ensaliva copiosamente y siente una sed inapagable,
aunque es incapaz de tragar el agua. De ahí viene el nombre de hidrofobia, término con el
que se suele denominar esta enfermedad. A menudo suele producir la muerte debido a las
convulsiones, al agotamiento o a la parálisis. Cuando la enfermedad se manifiesta, el
único tratamiento es descanso y un sedante para evitar las convulsiones.
Si a su hijo le muerde un animal, tendrá que elegir entre las consecuencias de la
rabia y las consecuencias de la vacuna antirrábica que se le administra para prevenir la
posibilidad de que su hijo sea víctima de esta enfermedad. Como la enfermedad es tan
desagradable, muchos padres aceptan que vacunen a sus hijos, aunque no haya ningún
indicio de que el animal que le mordió tuviera la rabia.
Si alguna vez tiene que tomar esa decisión, no deje de considerar las consecuencias
potenciales de la vacuna. Primero, los efectos secundarios incluyen fuertes dolores, cosa
que usted no querría que le pasara a su hijo si pudiese evitarlo, pero la mayor
preocupación es que la vacuna antirrábica puede producir un choque anafiláctico mortal y
graves parálisis que podrían incapacitar al niño para el resto de su vida.
Las posibilidades de que la vacuna antirrábica produzcan las consecuencias
anteriormente mencionadas son muy remotas, aunque también lo es la posibilidad de que
la víctima de una mordedura pueda contraer la rabia, a menos que se demuestre que el
animal la tenga. Cada año, miles de estadounidenses son mordidos por animales y sólo un
número relativamente pequeño contrae la rabia.

143
Su decisión se complica aún más por el hecho de que incluso si al animal se le
diagnostica la rabia, existe la posibilidad real de que el diagnóstico sea incorrecto. Un
ejemplo de esto ocurrió hace poco, cuando el departamento de salud pública de Illinois
diagnosticó que 10 perros y gatos de la zona padecían la rabia. El resultado fue que más
de 100 personas fueron sometidas a la dolorosa y peligrosa vacuna, y se mataron a
muchos perros inocentes. En algunos casos, el Centro federal para el Control de
Enfermedades confirmó el diagnóstico falso que realizó el Estado.
Cuando a un niño le muerde un perro desconocido o un animal salvaje, a los padres
y a los médicos se les presenta un terrible dilema, para el cual no existe una solución
«correcta». Durante mis años de práctica, yo he pasado por tres etapas en mi reacción
ante la posibilidad de que el animal estuviese infectado. En la actualidad, sólo pongo la
inyección antirrábica cuando sé positivamente que el animal estaba infectado; cuando se
trata de especies animales que tienen más probabilidad de padecer la enfermedad, como
los murciélagos; o cuando se trata de una especie salvaje afectada por esa enfermedad en
esa zona.
Así, que ¿qué puede hacer usted, como padre, cuando a su hijo le muerde un
animal? La única respuesta honesta que puedo darle, sin jugar a ser Dios, es que se trata
de un dilema que tendrá que resolver usted mismo, con la ayuda de su dios. Sólo puedo
decirle lo que yo haría si esto le pasara a una de mis queridas nietas: si el animal que le ha
mordido estaba rabioso, o si hubiese una gran posibilidad de que lo estuviese, yo le
pondría la vacuna antirrábica. A menos que se den esas condiciones, yo no se la pondría.
Las mordeduras de serpientes también suponen un peligro en algunas zonas.
Cuando yo era niño, me enseñaron en los boy-scouts un tratamiento de emergencia que
consistía en hacer un corte en forma de X sobre la herida y estrujar o chupar hacia fuera
el veneno. Me acuerdo que pensaba que era una imagen horrible de contemplar. Ahora sé
que no hay ninguna prueba científica de que este tratamiento sea bueno, tampoco la hay
de lo contrario. Si la mordedura se da en una zona aislada donde no se puede conseguir
ayuda médica, no se pierde nada por intentarlo. Si no, llame al centro de control de
envenenamientos para que le den instrucciones o lleve enseguida a su hijo al médico o a
un centro de urgencias. Es importante que intente identificar de qué especie era la
serpiente que le mordió y que lleve al niño a un lugar donde pueda recibir el antídoto
indicado tan pronto como sea posible.

Congelación.

Parece que los niños son menos sensibles que los adultos ante el frío y, cuando se
están divirtiendo jugando con la nieve o esquiando, suelen estar más tiempo fuera del que
deberían. Algunas veces, cuando entran en casa, algunas partes de su piel —
especialmente en las orejas, nariz, y dedos de pies y manos— tienen un aspecto
totalmente blanco y, cuando se tocan, esta zona congelada de la piel es insensible.

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Cuando yo era niño se pensaba que el tratamiento apropiado para la congelación
era frotar el área afectada con nieve. ¡Eso es un remedio casero que no tiene ningún
sentido! El objetivo cuando se presenta una congelación es calentar la piel, no mantenerla
fría. El tratamiento adecuado es calentar gradualmente el miembro afectado,
introduciéndolo en agua o aplicando compresas mojadas que estén, más o menos, a la
temperatura del cuerpo. No se debe utilizar agua caliente, ya que el propósito es deshelar
gradualmente esa parte del cuerpo, y la piel congelada no puede sentir si el agua está
demasiado caliente.
Los casos leves de congelación no suelen necesitar tratamiento médico, pero una
exposición al frío durante largo tiempo, sobre todo cuando la víctima se queda dormida o
cae inconsciente, normalmente requiere tratamiento médico y hospitalización.

Accidentes de coche.

Aunque ya he hablado en este capítulo de los tipos de lesiones que ocurren debido
a un accidente de coche, no sería apropiado finalizar sin hablar nada sobre la seguridad en
los automóviles. Tras los primeros días de vida, los accidentes de automóvil son la causa
principal de mortalidad entre niños. Los niños menores de un año son los más
vulnerables, seguidos por los niños comprendidos entre los 1 y los 6 años y, después, por
los que tienen entre 6 y 12 años.
Estas estadísticas indican por qué los niños son más vulnerables que los adultos en
los accidentes de coche. Debido a que pesan menos, salen despedidos con más fuerza
cuando se produce el impacto. Esto hace que utilizar asientos especiales para niños que
pesan menos de 20 kilos y el cinturón de seguridad para los mayores se convierta en un
asunto de vital importancia. No cometa el error de pensar que un bebé está seguro si
usted lo coge en brazos. Debería ir en una sillita para niños cuando se lo lleve del hospital
a su casa.
Actualmente, en muchos Estados es obligatorio el uso de sillitas homologadas, y
debería serlo en todos. Lo digo como alguien que ha tenido que tratar con las horribles
lesiones que se producen en un accidente de automóvil. Todos tendemos a pensar que los
accidentes sólo les ocurren a los demás. Sin embargo, en 1981, los accidentes de coche
causaron en Estados Unidos 1.900.000 de lesiones que dejaron a las víctimas
discapacitadas: 1.750.000 fueron discapacidades totales temporales; 150.000 permanente;
y 50.800 muertes. Con esta dramática incidencia de muertes, heridas y discapacidades,
está claro que cualquiera de nosotros, o de nuestros hijos, puede tener un accidente de
coche.

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Consejos para las lecciones que se producen en accidentes, por el Dr. Mendelsohn.

La gran mayoría de esta clase de lesiones no exige atención médica si los padres
saben qué tratamiento pueden dar en casa. Sin embargo, hay que saber distinguir entre
aquellas que son lo suficientemente serias como para exigir una atención médica. Estudie
la información que le he dado en este capítulo y usted podrá aplicar el tratamiento
adecuado y utilizar el sentido común que se requiere en estas situaciones.

Precauciones de seguridad en el hogar.

Enséñele a su hijo lo fundamental sobre seguridad y dele usted mismo un buen ejemplo.
No deje a los bebés ni a los niños pequeños sin vigilancia.
Compruebe el termostato del agua caliente y asegúrese de que no está a más de 47º.
No permita que los niños jueguen con cerillas o que utilicen la hornilla sin permiso.
Asegúrese de que los mangos de las sartenes o cacerolas estén fuera de su alcance, al
igual que los líquidos calientes.
Guarde las tijeras y los cuchillos donde los niños no puedan cogerlos. Haga lo mismo con
los utensilios eléctricos y los objetos cortantes.
Mantenga las armas de fuego descargadas, cerradas bajo llave, y ponga la munición en un
lugar diferente.
Tape los enchufes y no tenga aparatos eléctricos en el cuarto de baño.
Compruebe todos los juguetes para asegurarse de que no suponen ningún riesgo.
Tenga todos los medicamentos en un lugar cerrado con llave, al igual que los productos
de limpieza.
Asegúrese de que los cierres de las ventanas sean seguros.
No deje juguetes en la escalera, ni ponga alfombras que estén un poco sueltas ni en la
escalera ni cerca de ella.
Levante los laterales cuando su bebé esté en la cuna; póngale la correa de seguridad en la
sillita alta y coloque portillas abajo y arriba de la escalera cuando empiece a gatear.
Rellene los agujeros del patio y en los alrededores.
Si tiene piscina, no permita que su hijo se bañe sin vigilancia; asegúrese de que tiene una
valla de seguridad y no permita que sus hijos, ni a sus amigos, corran por el borde.
Coloque una lista de números de teléfono de emergencias cerca de cada teléfono. Debe
incluir el número del pediatra, del servicio local de ambulancias, del centro de urgencias
más cercano, del centro de control de intoxicaciones, y de la policía y bomberos. Esto
puede ahorrarle un tiempo muy valioso cuando ocurre un accidente.
Cuando viaje en coche, asegúrese de que si su hijo pesa menos de 20 kilos esté sujeto en
una sillita homologada y que cada persona que viaje en el coche lleve puesto el cinturón
de seguridad.

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17.- Asma y Alergias: Pruebe con las dietas, no con fármacos

Usted no encontrará la palabra alergia en ninguna obra de Shakespeare, ni en la


literatura inglesa de hace un siglo. El concepto médico de que las alergias son las
responsables de muchas enfermedades humanas es relativamente nuevo. No obstante, no
es tan nuevo como para excusar a los médicos que no le dan un papel adecuado a la hora
de establecer un diagnóstico. Es un triste hecho que las alergias y la nutrición —dos
fuerzas principales de la salud humana— reciban tan poca atención en las facultades de
medicina y que en la práctica médica contemporánea constituya un área tan ignorada.
Aunque a menudo no somos conscientes de ello, la mayoría de nosotros es alérgico
a algunos componentes de los alimentos que comemos y del aire que respiramos. Sin
embargo, debido a la ignorancia médica, muchas enfermedades que podrían ser tratadas
identificando y evitando los alérgenos se tratan con fármacos peligrosos e, incluso, con
cirugía. En muchos casos este tratamiento innecesario es peor que la enfermedad que
debe tratar.
Las alergias más comunes son aquellos que provocan resfriados, mocos,
estornudos y tos. Cuando estos síntomas aparecen sólo en primavera, pensamos que el
culpable es el polen y denominamos la enfermedad fiebre del heno. Sin embargo, alguna
gente sufre estos síntomas durante todo el año, con obstrucción nasal crónica que puede
acarrear otras infecciones, como la sinusitis. En esos casos, es obvio que el alérgeno
culpable no es el polen.
Algunos alérgenos se encuentran en el medio ambiente que nos rodea y otros en los
alimentos que comemos. Los alérgenos medio ambientales son, entre otros: el polen y los
hongos; la polución del aire por la combustión de carburante, por los tubos de escape y el
humo del tabaco; los animales (pelos, plumas o la piel); polvo de las casas; agua potable
(clorada); las fábricas de ropas y mantas (sobre todo las de lana); cosméticos y jabones;
los sprays químicos y las picaduras de insectos.
Los alérgenos alimentarios son bastante numerosos, encabezando la lista la leche
de vaca. Otros alimentos que producen reacciones alérgicas en niños son los productos
que contienen maíz, trigo, gluten, huevos, pescado, tomates, ajo, frutos ácidos y todos los
aditivos, conservantes, estabilizadores, colorantes y potenciadores del sabor químicos que
se encuentran en la mayoría de los alimentos procesados.

Las alergias provocan muchos síntomas en los niños.

Los niños son especialmente susceptibles a padecer reacciones alérgicas que


pueden producir diversos síntomas: dolor de cabeza, migraña, dolor de ojos y vista
borrosa, vértigo, pérdida auditiva, taquicardia, náusea, vómitos, quemaduras solares,
diarrea, dolores abdominales, cistitis (sangre en la orina), cansancio, debilidad muscular,
eneuresis, dificultades de aprendizaje, insomnio, hiperactividad y problemas de memoria.

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Los niños alimentados con biberón son 20 veces más susceptibles a tener alergias que
aquellos alimentados con leche materna.
Todos los médicos consideran que las alergias son responsables de enfermedades
como el asma y la fiebre del heno, y algunos sospecharán que algunas enfermedades de la
piel son producidas por alergias. Sin embargo, muchos no consideran la posibilidad de
que se trate de una alergia cuando su hijo presenta alguno de los síntomas citados arriba.
Por el contrario, disparan al objetivo equivocado y le dan fármacos para aliviar los
síntomas en vez de realizar un trabajo de detective médico e intentar identificar qué
alergia alimentaria o medio ambiental es la culpable de que su hijo esté enfermo.
Aunque no considerar la posibilidad de que sea una alergia la que está provocando
la enfermedad puede llevarnos a realizar un diagnóstico falso y establecer un tratamiento
incorrecto, el hecho de reconocer que se trata de una alergia es igual de peligroso. Si un
pediatra sospecha que se puede tratar de una alergia, lo más normal es que remita a su
hijo a un alergólogo cuya respuesta puede ser también incorrecta. Muchos alergólogos
abusan de las pruebas cutáneas realizando al azar docenas de estas pruebas que son
desagradables, costosas y potencialmente peligrosas. Estas pruebas, especialmente
aquellas sobre alergias alimentarias, son notoriamente inexactas y totalmente
inapropiadas cuando se realizan para encontrar alérgenos potenciales a los que su hijo
nunca se ha visto expuesto, lo cual suele suceder a menudo. Tienen su valor y son útiles
cuando se trata de confirmar una alérgeno sospechoso que ha sido identificado por otros
medios, pero las pruebas indiscriminadas no tienen justificación.
Las pruebas, sin embargo, son sólo parte del problema. El tratamiento que sigue
puede ser peor que los síntomas que se suponen que debe aliviar. Si las pruebas que se
realizan haciendo un pequeño arañazo en la piel demuestran que su hijo es alérgico al
polvo de la casa, está claro que lo que más sentido tienen es rodearlo del ambiente más
libre de polvo que sea posible conseguir. La eliminación de alimentos sospechosos
también tiene sentido si se realiza como parte de una dieta de eliminación para confirmar
o invalidar la prueba. Sin embargo, no tiene sentido que para confirmar la validez de la
prueba se eliminen para siempre alimentos nutritivos sin comprobar la reacción que su
hijo tiene a ellos. Si se hace así ¿para qué realizar la prueba? ¿Por qué no utilizar una
dieta de eliminación para comprobar la reacción de su hijo ante alimentos específicos y
evitar la prueba cutánea?
El verdadero peligro de acudir a un alergólogo es la probabilidad que existe de que
le prescriba inyecciones de desensibilización, o tratamientos con fármacos como los
antihistamínicos, corticoterapias con cortisona o prednisona, y derivados de la teofilina.
La utilidad de administrar inyecciones de desensibilización es muy discutida, y no
se conocen las consecuencias a largo plazo. Los pocos estudios controlados que se han
realizado sobre su eficacia son, en el mejor de los casos, contradictorios. Sin embargo,
parecen indicar que las inyecciones para la fiebre del heno pueden ser efectivas a la hora
de reducir los síntomas en muchos pacientes, mientras que lo más probable es que no lo

148
sean aquellas que se administran para las alergias alimentarias. La cuestión importante, y
aún sin resolver, es qué consecuencias puede sufrir su hijo en el futuro si se le administra
una inyección contra la alergia. Aparentemente, los especialistas en este campo no
quieren conocer la respuesta, ya que las inyecciones de desensibilización se han estado
poniendo durante décadas y, aún así, esta cuestión nunca se ha estudiado en profundidad.
Los fármacos que más se suelen utilizar en el tratamiento de problemas alérgicos,
incluyendo el asma, pueden tener unos efectos secundarios potencialmente perjudiciales
y peligrosos. Los antihistamínicos, corticoides y los derivados de la xantina se venden
bajo los nombres comerciales de Aminophyllin, Aarane, Marax, Slohyulline, Theodur, y
Theobid; algunos se toman por vía oral y otros inhalados. Todos tienen efectos
secundarios que pueden que sólo sean molestos para su hijo, pero que en muchos casos
son peligrosos. Por ejemplo, se ha demostrado que el tratamiento con esteroides de los
niños asmáticos retarda la maduración de los pulmones y el crecimiento físico, y que, en
los niños que siguen una terapia a largo plazo con esteroides, se produce una alta
incidencia de cataratas.
Yo recomiendo que los padres rechacen las inyecciones de desensibilización y las
terapias con fármacos a menos que el problema amenace la vida de su hijo o que se hayan
estudiado las otras alternativas. Si usted sospecha que la enfermedad de su hijo tiene un
origen alérgico, busque con atención qué puede ser lo que la provoque. No necesita a un
médico para hacer esto. Primero, tenga en cuenta todas las causas posibles a las que el
niño está expuesto, elimínelas una a una y observe si los síntomas se atenúan o
desaparecen. Para saber si es sólo una o más cosas de las que come las responsables de la
alergia, comience con una dieta de eliminación en la que los alimentos sospechosos son
eliminados uno a uno. Las probabilidades de que descubra la causa y resuelva el
problema están a su favor.

El asma severa requiere ayuda médica.

Aunque estoy convencido de que la mayoría de los problemas de alergias no


necesita tratamiento médico, no quiero minimizar la necesidad de atención médica en los
casos de una asma grave y en aquellos otros casos en los que se necesita una acción
inmediata ante un fuerte ataque asmático. Este es un problema que puede poner en
peligro la vida y debería ser tratado como tal.
A diferencia de la fiebre del heno, que afecta sobre todo a los conductos nasales, el
asma ataca los bronquios. El alérgeno provoca que los pequeños tubos bronquiales se
inflamen, secretando un moco espeso que tapona de tal forma los conductos por donde
pasa el aire que se hace difícil respirar. En los ataques agudos de asma el paciente
estornuda, tose y le falta el aliento, y la vida del niño puede estar en peligro a menos que
el problema se trate de inmediato. Si esto le ocurriese a su hijo, llévelo rápidamente al
médico o, mejor, a un centro de urgencias, antes de que las vías respiratorias se taponen

149
tanto que impida que el niño tome el oxigeno que necesita para sobrevivir. Una inyección
de adrenalina abrirá las vías respiratorias, dando lugar a una cura milagrosa temporal. La
adrenalina, cuando se utiliza con este propósito, es un fármaco excelente que puede ser
prácticamente utilizado con toda impunidad.
Aunque el asma suele tener un origen alérgico, es más difícil luchar contra ella que
con otras enfermedades alérgicas ya que su origen es insidioso y, algunas veces, no
aparece relacionada con un alimento específico o con un alérgeno medio ambiental. Los
ataques asmáticos pueden ser provocados por resfriados, infecciones, ansiedad,
problemas emocionales y psicológicos. Algunos padres se sienten frustrados cuando su
hijo asmático desarrolla la habilidad de provocar un ataque asmático al sentirse
contrariado, después de alguna desilusión o por cualquier otra circunstancia. La
frecuencia de los ataques también puede relacionarse con el ejercicio, el clima e, incluso,
con la estación del año.
Como padre que está en permanente contacto con su hijo, usted conoce
perfectamente su dieta, las condiciones medio ambientales que lo rodean y sus estados de
ánimo. Por tanto, antes de buscar atención médica para un problema alérgico que no
ponga en peligro la vida de su hijo, haga un esfuerzo para identificar la causa. Usted está
más capacitada para hacer eso que su médico. Únicamente cuando fallen sus intentos y la
enfermedad continúe, o comience a poner en peligro a su hijo, debe consultar con el
médico.

Consejos para las alergias, por el Dr. Mendelsohn.

Aunque ya ha sido explicado en el libro, se debería sospechar de las alergias como


causa de un montón de enfermedades que no se suelen asociar con ellas. Lo correcto
cuando una enfermedad tiene un origen alérgico no es tratar los síntomas con fármacos
potencialmente peligrosos e inyecciones de desensibilización, sino intentar identificar y
eliminar el alérgeno de la dieta del niño o del medio ambiente que lo rodea. Los padres
están más cualificados que los médicos para realizar esta misión, ya que conocen muy
bien a su hijo y lo observan todo el día. Si usted sospecha que la enfermedad de su hijo
puede tener un origen alérgico, tome en consideración los siguientes pasos:

Estudie cada elemento que conforma el medio ambiente de su hijo, prestando una
atención especial a las situaciones y problemas que puedan ser alérgenos y de los cuales
puede encontrar una lista en la pg. Si los síntomas de la alergia se presentan en la
primavera debería considerar al polen como el primer sospechoso.
Si la causa no está en el medio ambiente, comience con una dieta de eliminación para
comprobar si su hijo es alérgico a uno o más alimentos específicos. Elimine aquella clase
de alimentos que tienen más probabilidad de ser alérgenos (compruebe la pág) y observe
si los síntomas de la alergia desaparecen en, más o menos, 10 días. Si es así, empiece a

150
añadir los alimentos, uno a uno; si los síntomas reaparecen, habrá identificado uno de los
grupos de alimentos a los que pueda ser alérgico. La reacción debería darse en un par de
días. Repita el mismo proceso con los otros grupos de alimentos hasta que haya
identificado todos aquellos que su hijo no debe tomar.
Si usted es incapaz de identificar el alérgeno que está molestando a su hijo, consulte con
un especialista en ecología humana, quien puede darle unas técnicas más sofisticadas
para ayudarle en sus investigaciones. Sólo le recomiendo que acuda a un alergólogo
tradicional en el caso de que eso también falle. Si lo hace, sea muy precavido con las
pruebas cutáneas, con las inyecciones de desensibilización y con los tratamientos
farmacológicos.
Si la alergia de su hijo es un problema tal que pone en peligro su vida, como un asma
crónica severa, debería consultar con un médico competente en el caso que se produzca
un ataque agudo. Esto no debe impedir que usted siga intentando identificar los alérgenos
que la producen, pero es muy importante que evite las situaciones que arriesguen la vida.
Si su hijo asmático tiene un ataque tan fuerte que le impide respirar, llévelo al médico o a
un centro de urgencias para que le pongan inmediatamente una inyección de adrenalina.

18.- El niño que nunca está quieto

Cuando su hijo empiece a dar los primeros pasos, usted puede descubrir que tiene
más energía, que es más activo y menos obediente que otros niños de su edad. Al
principio, le alegrará saber que es extrovertido y despierto, y no un niño introvertido y
aletargado. Después, a fuerza de correr tras él día tras día para evitar todas sus
travesuras, puede descubrir que su reserva de paciencia y de energía se ha agotado. Es
entonces cuando comenzará a pensar si, después de todo, esa energía inagotable es una
bendición. Incluso puede empezar a preocuparse de que su comportamiento sea anormal,
de que sea «hiperactivo» o que tenga «problemas para concentrarse» o «problemas de
aprendizaje» o un «pequeño daño cerebral», problemas que tan a menudo se diagnostican
en la actualidad.
Mi propósito en este capítulo es advertirle de los peligros que tiene el que usted
mismo haga el diagnóstico, o que deje que alguien más —médicos, profesores o
amigos— lo haga por usted. Una vez que a su hijo lo etiquetan de alguna de estas formas,
existen muchas probabilidades de que lo expongan a algunos riesgos inaceptables.
Las consultas profesionales y los tratamientos farmacológicos para niños que
presentan un comportamiento exagerado, pero perfectamente normal, se han convertido
casi en una epidemia en los Estados Unidos. En gran parte debido a las presiones que
ejercen las autoridades educativas, muchos padres estadounidenses han perdido la fe en
sus propios criterios y en la experiencia que tienen sus padres, familiares y amigos. Se les
ha hecho creer que sólo los médicos y los profesionales de la salud mental tienen las

151
respuestas a cuestiones que las generaciones anteriores respondían por sí mismas bastante
bien.
Si los niños se hiciesen con moldes, como los muñecos de chocolate, se podrían
establecer normas para determinar qué comportamiento y qué nivel de actividad deberían
tener. Por fortuna, no es así, por lo que no hay dos niños precisamente iguales. Eso hace
que los profesores, médicos y los otros profesionales que creen que todo en la vida
debería seguir unas normas se sientan frustrados. No es extraño hoy en día ver a un niño
tan activo y distraído que el profesor le diagnostique como «hiperactivo» o como que
tiene algo de «daño cerebral», y que lo traten con antidepresivos químicos y lo aíslen en
el grupo de «niños especiales».
La posibilidad que a su hijo, que es excepcionalmente activo, aunque
perfectamente normal, lo etiqueten con una de estas denominaciones despectivas no es
tan lejana. En los últimos cinco años, el número de niños que ha sufrido esta situación ha
llegado a los 500.000. Le podría pasar a su hijo si da muestras de algunos de los
comportamientos que los psicólogos enumeran en la siguiente lista: no siempre hace lo
que le dicen; es nervioso y no para quieto; se distrae en clase; se entromete en lo que no
le concierne; es muy lento a la hora de prepararse para ir a clase; presume delante de los
otros niños y es físicamente más activo que los demás niños de su clase.
Lo más probable es que su reacción ante esa lista sea la misma que la mía: yo
empezaría a preocuparme si un niño no diese muestras de esos comportamientos, y
dedicaría toda mi atención a intentar diagnosticar la razón de que se comporte como ¡una
planta! Pero cuando el niño se comporta así, lo más probable es que los profesionales de
la salud mental le den fármacos que, a menudo, sí que lo convierten en algo parecido a
una planta.

Evite los fármacos modificadores de conducta.

Si su hijo se comporta peor, y por lo tanto, molesta más que el resto de los niños
que usted conoce, no le ponga en peligro exponiéndolo a una terapia farmacológica. En
cambio, busque factores medio ambientales —en casa, colegio y entre sus compañeros—
que puedan estar ocasionándole problemas emocionales. ¿Qué presiones sufre su hijo que
están provocándole un patrón de comportamiento que es inaceptable para los profesores y
para usted? Busque también alérgenos alimentarios que puedan ser la verdadera razón del
problema. Mientras tanto, intente aliviar algunas de las presiones emocionales que
provoca su comportamiento, dele mucho apoyo emocional en casa, y hágale saber que
usted está de su parte cuando se encuentre con problemas fuera de casa.
Por experiencia sé que si se hace bien, esta técnica suele funcionar. Y, desde luego,
es una alternativa más deseable que exponer a su hijo a los consejos de profesionales que
pueden etiquetar a su hijo de «hiperactivo». Si eso sucede, lo más probable es que el
colegio le haga una programación educativa especial y lo mande a un «laboratorio de

152
aprendizaje», que lo marcará como un ser inferior entre sus compañeros (en algunos
colegios esta clase especial es denominada por los niños que no están en ella como la
«clase de los tontos»).
Yo no creo que ningún niño merezca ese destino sólo porque es más difícil de
manejar o de enseñar que el resto de los niños de su clase. Esto debería preocuparle, pero
debería preocuparse aún más si a su hijo le prescriben fármacos psicoactivos, como el
Ritalin o Cylert.
Los educadores y los médicos que etiquetan a un niño de hiperactivo, o como que
tiene dificultades de aprendizaje, y que sugieren un tratamiento químico siempre
defienden esta recomendación afirmando que mejorará la capacidad de aprendizaje del
niño. Ellos saben que usted responderá mejor a esta afirmación que si le dijeran el
verdadero motivo, que es drogar a su hijo hasta dejarle casi zombi, de forma que sea más
fácil de manejar y dé menos problemas en clase.
Nadie ha sido todavía capaz de demostrar que los fármacos psicoactivos mejoren el
rendimiento escolar de los niños que los toman. El efecto principal de estos fármacos es
un mejor manejo a corto plazo del niño hiperactivo. Se droga al alumno para hacerle la
vida más fácil al profesor, no para que el niño se sienta mejor y sea más productivo. Si la
víctima es su hijo, exponerlo a los riesgos potenciales de estos fármacos sería pagar un
precio demasiado alto para que el profesor se sienta más cómodo.

Los peligrosos efectos secundarios de los fármacos psicoactivos.

¿Qué riesgos puede correr su hijo si le dan un fármaco psicoactivo? Ante todo, hay
evidencias de que estos medicamentos son recetados cuando no corresponde,
administrados sin ningún control y que los efectos secundarios son peligrosos en sí
mismos. Añada a eso el hecho de que obvian la necesidad y el incentivo de buscar la raíz
del problema, y el resultado es un paquete que muestra lo peor de la práctica médica
actual y de la política de educación.
En el prospecto de Reneuron, el fabricante reconoce que no sabe cómo funciona
este medicamento o cómo afecta al sistema nervioso central. Advierte contra el uso en
niños menores de seis años y admite que no se conocen las consecuencias a largo plazo.
También advierte que en algunos casos se ha producido un retraso en el crecimiento de
aquellos niños que lo toman y que en los ensayos clínicos provocó convulsiones en
algunos pacientes.
El prospecto pasa a detallar los efectos secundarios potenciales, que son tan
horribles que las citaré copiándolas directamente. (las frases en itálica son mías).

Las reacciones adversas más comunes son nerviosismo e insomnio, aunque suelen
ser controladas reduciendo la dosis y prescindiendo del fármaco durante las tardes y
noches. Entre otras reacciones, se pueden producir: hipersensibilidad (incluyendo

153
erupciones cutáneas); urticarias [zonas de piel inflamadas y que pican]; fiebre, dermatitis
exfoliativa [descamación de la piel], eritema multiforme [enfermedad de la piel que
presenta una inflamación aguda] con resultados histopatológicos de vasculitis necrosante
[destrucción de los vasos sanguíneos]; púrpura trombocitopénica [un grave problema de
coagulación de la sangre]; anorexia; náuseas; vértigos; palpitaciones; dolor de cabeza;
disquinesia [mal funcionamiento del movimiento muscular voluntario]; somnolencia;
cambios en la presión y pulso sanguíneo; taquicardia [ritmo cardiaco muy rápido]; angina
de pecho [ataques espasmódicos con fuertes dolores de corazón]; arritmia cardiaca [ritmo
cardiaco irregular], dolores abdominales y pérdida de peso durante una terapia a largo
plazo.
Se han dado algunos casos raros de síndrome de Tourette. También se ha informado de
psicosis tóxicas en los pacientes que tomaban este fármaco; leucopenia [reducción de
glóbulos blancos en sangre] y/o anemia; algunos casos de alopecia. En niños, los efectos
secundarios más frecuentes son: pérdida del apetito; dolores abdominales; pérdida de
peso durante una terapia prolongada; insomnio; y taquicardia. Sin embargo, también
puede darse algún otro efecto secundario distinto de los descritos arriba.

Esta es la clase de información sobre el fármaco que el fabricante está obligado por
ley a compartir con el médico que lo receta. Por desgracia, no hay ninguna ley que
obligue al médico a compartir con usted la información que tiene sobre los efectos
secundarios potencialmente peligrosos o mortales. Por eso le he dado tanta información
sobre este fármaco, que también puede aplicarla a todos los fármacos similares.
Si el profesor de su hijo, el director del colegio o el pediatra intentan presionarle para que
acepte un tratamiento químico para corregir los patrones de comportamiento del niño,
rechace el consejo. Ningún beneficio justifica los riesgos, como tampoco puede
justificarlos el que el profesor se ahorre la molestia de tener que atenderlo fuera de horas
o que deje de sentirse incómodo.

Busque la causa en las presiones emocionales.

No acepte la opinión del profesor sobre lo mal que el niño se comporta sin
investigar si ese mal comportamiento puede ser el resultado de la relación con el propio
profesor/a. Los conflictos de personalidades incompatibles no son tan raros, y si hay uno
entre su hijo y el profesor, quizás el problema sea el profesor, porque no trate a su hijo
con simpatía e igual que al resto de los alumnos. En ese caso, la respuesta sería cambiar
al profesor y ¡no el intentar utilizar fármacos para hacer cambiar el comportamiento del
alumno!
Además de intentar corregir las situaciones que están creándole problemas a su hijo
en el colegio, busque otras causas que puedan estar preocupándole en casa. Si se siente

154
inseguro debido a las tensiones entre otros miembros de la familia, intente resolver esos
problemas o, al menos, evitar que el niño los presencie. Si hay problemas con sus
compañeros, o fuera de casa, intente resolverlos. Después, piense en la posibilidad de que
su comportamiento hiperactivo tenga un origen alérgico a alimentos o a otras sustancias.
Hay bastantes pruebas de que los enfoques dietéticos pueden tener éxito a la hora de
mejorar los problemas emocionales y de comportamiento.
Debo advertirle que quizás su pediatra no simpatice con estos enfoques. El difunto
Dr. Benjamin Feingold, pionero en el control de la hiperactividad a través de dietas, se
encontró ante un gran esceptisismo por parte de sus colegas de la profesión médica. Eso
no es una sorpresa, porque los médicos rechazan por sistema cualquier solución no
médica para un problema que ellos piensan que les pertenece. No deje que eso le
desanime. Desde hace medio siglo, se ha descrito la relación existente entre la
hipersensibilidad a alimentos y los síntomas del sistema nervioso. Más recientemente,
han surgido un montón de pruebas clínicas que demuestran que la dieta del Dr. Feingold
funciona con muchos niños.
El Dr. Feingold, director de las clínicas de alergología de la Kaiser Foundation, en
California, identificó los aditivos alimentarios químicos —colorantes, potenciadores de
sabor, conservantes, estabilizadores, etc.— como el factor responsable de un
comportamiento hiperactivo. Él recomendaba eliminar de la dieta estas sustancias
químicas y sustituir todos los productos procesados que encontramos en la mayoría de las
despensas y frigoríficos estadounidenses por alimentos naturales. Hay una gran cantidad
de pruebas clínicas que demuestran que su enfoque funciona muy a menudo.
Los resultados del Dr. Feingold han sido reproducidos por muchos otros
profesionales. El Dr. William G. Crook, pediatra y alergólogo en la Clínica Infantil de
Jackson, Tennessee, presentó en un simposio otro estudio sobre alergias alimentarias.
Dijo que, en un estudio realizado con más de 100 niños que eran excesivamente activos,
la hiperactividad se relacionaba con una alergia alimentaria en tres de cuatro casos. El Dr.
Crook observó precisamente lo que había observado el Dr. Feingold, y lo que también
han notado muchos padres: se puede ayudar a los niños realizando dietas de eliminación
para identificar el alérgeno alimentario. En una lista que incluye el maíz, trigo, huevos,
soja, cítricos y otros, identificó a la leche y al azúcar refinado como los principales
alérgenos.
Si usted tiene un niño excesivamente activo y con problemas de comportamiento,
no recurra a los fármacos que le recete su médico hasta que haya comprobado cómo
funcionan los alimentos que puede comprar en la tienda.

Ponga en duda los diagnósticos de daño cerebral.

Debería ser extremadamente prudente con cualquier sugerencia de que el patrón de


comportamiento de su hijo está originado por alguna forma de daño o disfunción

155
cerebral. Estos problemas se dan en algunos niños, por supuesto, pero el número de casos
reales es mucho menor que el número de casos que se diagnostican como tales. La
psiquiatría es una ciencia tan imprecisa, si es que se le puede llamar ciencia, que aquellos
que la ejercen rara vez coinciden en un diagnóstico. Se han realizado experimentos que
demuestran que los psicólogos y los psiquiatras únicamente se ponen de acuerdo entre
ellos en el 54% de los casos. Eso está tan cerca de la probabilidad estadística que podría
consultar a un taxista y a un carpintero y obtendría los mismos resultados.
A pesar de esto, y en base a un diagnostico cuestionable, puede que a su hijo le
recomienden una psicoterapia si su comportamiento varía de lo que los que ejercen la
salud mental consideran la «norma». Por supuesto, los niños a los que se les diagnostica
correctamente un daño cerebral o neurológico, o incluso una psicosis, pueden
beneficiarse del tratamiento. Pero, aparte de esto casos, hay muy pocos indicios de que la
psicología pueda ayudar y muchos de que, en realidad, puede agravar los problemas
emocionales y psicológicos de un niño.
La incompetencia de la psicoterapia ha sido varias veces demostrada con estudios
continuados de poblaciones que han sido expuestas a tratamientos psiquiátricos. Un
estudio muy famoso señala que el índice de remisión espontánea en pacientes con
problemas psiquiátricos es del 70%, tanto para niños como para adultos. Otro estudio
realizado en la Universidad de Wisconsin y que hizo un seguimiento durante 20 años de
los pacientes, comparó aquellos que habían recibido una psicoterapia con aquellos que la
solicitaron, pero que nunca la recibieron. La conclusión más positiva a la que el estudio
pudo llegar fue que ¡qué la terapia parece que no les perjudicó!
Otro estudio realizado con jóvenes en Cambridge y en Somerville, Massachusetts,
fue aún menos conclusivo. Comparaba a un grupo que había recibido terapia con un
psicólogo personal durante cinco años, con otro grupo que no había recibido ninguna
terapia. Casi sin excepción, la terapia psicológica pareció tener un efecto negativo en la
vida futura de los jóvenes. Otro estudio que comenzó en 1939 y que duró 30 años,
encontró una sólida correlación entre las terapias y el comportamiento criminal. La
mayoría de los hombres que habían recibido terapia de jóvenes estuvieron más
implicados en asesinatos y en múltiples crímenes que aquellos que no habían recibido
ningún tratamiento. Aquellos que tuvieron un contacto más estrecho y duradero con
terapeutas mostraban una incidencia mayor de comportamiento antisocial y criminal.
Por último, una revisión que se realizó en 1980 de 120 estudios sobre psicoterapias
en delincuentes juveniles encontró que aquellos que habían recibido terapia
evolucionaban peor, en términos de comportamientos posteriores, que aquellos que no
recibieron ninguna. Un artículo del Toronto Globe & Mail resumió con este párrafo un
estudio sobre este asunto:

Si quiere impedir que un delincuente juvenil robe, viole y sea agresivo, no le envíe
a un trabajador social, a un psiquiatra, psicólogo o a una terapia de grupo; tampoco haga

156
ningún esfuerzo por hacer una terapia familiar. Todos fracasan y, en algunos casos,
pueden hacerlo más violento de lo que era en un principio.

Seguro que hay algunas disfunciones mentales y neurológicas específicas de los


niños que tienen su origen en daños cerebrales y neurológicos. Muchas de ellas son
consecuencia de las intervenciones médicas que ya he discutido con anterioridad. Por
ejemplo, parálisis cerebral, síndrome de Down, síndrome de Tourette, autismo, etc.
La ayuda profesional es adecuada si su hijo padece uno de estos problemas,
aunque sólo sea para explorar nuevos tratamientos que puedan aparecer, como los
métodos dietéticos para controlar el mongolismo y otras causas de retraso mental, cuyo
pionero fue el Dr. Henry Turkel, de Detroit, y la Dra. Ruth Harrel, de la Universidad Old
Dominion. Sin embargo, si su hijo padece un problema de esta clase —y no un
comportamiento que simplemente lo hace más difícil de manejar que a otros niños—
usted sabrá diferenciarlo. Lo mejor que puede hacer es buscar ayuda profesional cuando
sea realmente necesario, pero evitarla cuando le digan que su hijo padece una «dificultad
de aprendizaje» o un «problema de concentración» o cualquier otro problema no muy
bien definido. Los profesionales de la salud mental aún tienen que demostrar que estos
problemas existen de verdad.

19.- Vacunas: ¿Una bomba de relojería médica?

La principal amenaza de las enfermedades infantiles radica en los peligrosos e


inútiles intentos que se hacen para prevenirlas con la vacunación en masa.
Sé, al tiempo que escribo esta frase, que puede ser difícil para usted aceptar este
concepto. La vacunación se ha comercializado con tanto arte y de una forma tan agresiva
que la mayoría de los padres piensan que es el «milagro» que ha hecho desaparecer
muchas enfermedades muy temidas en el pasado. Por tanto, a cualquiera que muestre una
oposición se le considera al borde de la locura. Y que un pediatra ataque lo que se ha
convertido en el «pan» de la pediatría es como si un cura negara la infalibilidad del Papa.
Sabiendo esto, sólo espero que usted tenga una mente abierta mientras le expongo
mi caso. Mucho de lo que le han hecho creer sobre las vacunaciones no es, simplemente,
verdad. No sólo tengo serias dudas sobre ellas; sino que si me dejara guiar por mis más
profundas convicciones le recomendaría que rechazara toda clase de vacuna para su hijo.
No haré eso, porque en la mayoría de los Estados, los padres han perdido el derecho a
hacer eso. Los médicos, no los políticos, han conseguido que se implante leyes que
obligan a los padres a vacunar a sus hijos si quieren que estos entre en un colegio.
Aunque, incluso en esos Estados, usted puede persuadir a su pediatra para que
elimine el elemento tos ferina de la triple vacuna DPT. Esta vacuna, que parece ser la más
peligrosa de todas ellas, está siendo objeto de tanta controversia que muchos médicos se

157
ponen nerviosos cuando tienen que administrarla, temiendo que le pongan una denuncia
por negligencia. Llevan razón, porque en un caso reciente ocurrido en Chicago, a un niño
que resultó perjudicado por la vacuna de la tos ferina le indemnizaron con cinco millones
y medio de dólares. Si su médico es de los que temen a la vacuna, explote ese miedo,
porque la salud de su hijo está en juego.
Aunque, al principio de ejercer yo administraba las vacunas, me he convertido en
un firme oponente de las vacunas en masa debido a la miríada de riesgos que presenta. El
tema es tan amplio y complejo que necesitaría un libro entero para explicarlo. Por tanto,
debo contentarme aquí con resumir mis objeciones al fanático celo con el que los
pediatras inyectan ciegamente proteínas extrañas en el cuerpo de su hijo, sin saber qué
daño eventual pueden causar.
A continuación le expongo lo esencial de mis argumentos:

No hay pruebas científicas convincentes de que la vacunación en masa haya eliminado


alguna enfermedad infantil. Aunque es cierto que algunas enfermedades infantiles que
antes eran muy comunes han disminuido o desaparecido desde que se introdujeron las
inoculaciones, nadie sabe realmente la razón, pero podría deberse a la mejora de las
condiciones de vida. Si la vacunación fuese la responsable de la desaparición de estas
enfermedades en Estados Unidos, uno debería preguntarse por qué desaparecieron
simultáneamente en Europa, donde no se realizó ninguna vacunación en masa.
Existe la creencia generalizada de que la vacuna Salk fue la responsable de que se
paralizara la epidemia de polio que asoló los Estados Unidos entre los años 40 y 50. Si
fue así, ¿por qué se acabó también la epidemia en Europa, donde no se utilizó de una
forma tan extensiva la vacuna contra la polio? De un interés más actual sería la pregunta
de por qué se sigue administrando a niños la vacuna Sabin de virus vivos cuando el Dr.
Salk, pionero de la primera vacuna, advierte que la vacuna Sabin es la responsable de la
mayoría de los casos de polio que aparecen. Continuar administrando esta vacuna a los
niños constituye un comportamiento médico irracional que lo único que hace es
confirmar mi argumento de que los médicos repiten constantemente sus errores. En el
caso de la vacuna contra la polio estamos siendo testigos del mismo rechazo que tuvieron
los médicos a abandonar la vacuna contra la viruela, a pesar de que era la única causa que
se relacionaba con la muerte provocada por esta enfermedad tres décadas después de que
esta hubiese desaparecido.
¡Piense en ello! Durante 30 años murieron niños debido a la vacuna de la viruela, incluso
cuando esta enfermedad ya no suponía ninguna amenaza.

Existen importantes riesgos asociados con cada una de las vacunas, así como
numerosas contraindicaciones, que las convierten en un peligro para su hijo. Aún
así, los médicos siguen administrándolas por rutina, normalmente sin advertir a los padres
de los riesgos y sin realizar ninguna comprobación sobre si la vacuna está contraindicada

158
para su hijo. No se le debería administrar la vacuna a ningún niño sin realizar esta
comprobación. Sin embargo, pequeños ejércitos de niños siguen alineándose cada día en
las clínicas para recibir una inyección en el brazo sin que se les haga una sóla pregunta.
Aunque se conocen (pero raramente se explican) la miríada de riesgos a corto plazo de la
mayoría de las vacunas, nadie sabe las consecuencias a largo plazo de inyectar proteínas
extrañas en el cuerpo de su hijo. Incluso más sorprendente todavía es el hecho de que
nadie haya hecho ningún intento serio para averiguarlas.
Cada vez hay más sospechas de que las vacunas que se administran contra
enfermedades infantiles relativamente inofensivas pueden ser las responsables del
dramático incremento de las enfermedades del sistema inmune que se ha producido desde
que se introdujeron las vacunaciones en masa. Estas son enfermedades tan temidas como
el cáncer, leucemia, artritis reumatoide, esclerosis múltiple, la enfermedad de Lou
Gehrig, lupus eritematoso y el síndrome de Guillain-Barre. Una enfermedad del sistema
inmunitario se puede explicar de forma sencilla como aquella en la que el mecanismo de
defensa del cuerpo no puede distinguir entre los invasores extraños y los tejidos propios
del cuerpo, por lo que el cuerpo comienza a destruirse a sí mismo. ¿Hemos, acaso,
cambiado las paperas y la rubéola por el cáncer y la leucemia?

Le he dado más importancia a estas cuestiones porque probablemente su pediatra


no le hablará sobre ellas. En 1982, en un congreso que realizó el Colegio Oficial de
Pediatría de América (AAP), se propuso una resolución para asegurar que los padres
fuesen informados sobres los riesgos y beneficios de las vacunas. La resolución instaba a
que «la AAP editara un texto claro y conciso con toda la información que cualquier padre
sensato querría saber sobre los beneficios y riesgos de las vacunaciones sistemáticas, los
riesgos de las vacunas que previenen enfermedades y sobre el control de las reacciones
adversas más comunes ante las vacunas». Parece ser que los médicos no creían que los
«padres sensatos» tuvieran derecho a esta clase de información, ya que ¡la resolución fue
rechazada!
La penosa controversia sobre las vacunaciones que ha surgido dentro de la
profesión médica no ha escapado a la atención de los medios de comunicación. Cada vez
hay más padres que rechazan las vacunas y que por hacerlo se enfrentan a las
consecuencias legales. Los padres cuyos hijos han resultado lesionados de por vida por
vacunas ya no se limitan a aceptarlo como una fatalidad, sino que están poniendo
denuncias por negligencia contra los fabricantes y los médicos que administraron la
vacuna. Algunos fabricantes ya han dejado de hacer vacunas y, año tras año, los que
siguen haciéndolas van ampliando la lista de contraindicaciones. Mientras tanto, y debido
a que las vacunas sistemáticas, que hacen que el paciente tenga que volver a la consulta,
son el pan de cada día de la pediatría, los pediatras siguen defendiéndolas hasta la muerte.
La pregunta que deberían plantear los padres es: ¿hasta la muerte de quién?

159
Usted es el único que, como padre, puede decidir por su hijo si rechazar las
vacunas o arriesgarse a utilizarlas. Sin embargo, déjeme recordarle —antes de que vacune
a su hijo— que se informe sobre todos los riesgos y beneficios potenciales, y exija que su
pediatra defienda la vacuna que le está recomendando.
Trataré con más profundidad cada una de las vacunas que se administran
normalmente en los siguientes planteamientos sobre las enfermedades para las que son
utilizadas. Si usted decide que no quiere vacunar a su hijo, pero la ley de su Estado le
obliga a hacerlo, escríbame y quizás pueda ofrecerle alguna sugerencia de cómo puede
recuperar su libertad de elección.
En este libro no intento cubrir todas las enfermedades más oscuras y
amenazadoras. Sin embargo, sí le describiré las enfermedades más comunes, de las cuales
su hijo puede verse afectado por una o más.

Paperas.

Las paperas es una enfermedad vírica relativamente inocua que suele darse
principalmente en la infancia. Provoca la inflamación de una o de ambas glándulas
salivares (parótidas), que se localizan debajo del oído y detrás de la mandíbula inferior.
Los síntomas típicos son una temperatura de 100 o 104 grados, pérdida de apetito, dolor
de cabeza y de espalda. La inflamación de las glándulas comienza a disminuir al segundo
o tercer día y suele desaparecer hacia el sexto o séptimo día. Sin embargo, puede que
primero resulte afectada una sóla glándula y que diez o doce días después la otra también
resulte afectada. Esta infección confiere inmunidad para toda la vida.
Las paperas no requieren un tratamiento médico. Si su hijo contrae esta
enfermedad intente que se quede dos o tres días en la cama, dele una dieta blanda y
mucho líquido y utilice cubitos de hielo para bajarle la inflamación. Si el dolor de cabeza
es muy fuerte, dele pequeñas cantidades de whisky o de paracetamol. Dele unas 10 gotas
de whisky a un bebé y media cucharadita de las de café a un niño mayor. Esta dosis se
puede repetir al cabo de una hora, y otra vez, si fuese necesario, transcurrida otra hora.
La mayoría de los niños son vacunados contra las paperas, junto con el sarampión
y la rubéola, con la inyección de la triple vacuna que se pone a los quince meses. Los
pediatras defienden esta vacuna con el argumento de que, aunque las paperas no es una
enfermedad grave en niños, si no se les inmuniza durante la infancia pueden contraerla al
llegar a adultos. En ese caso, existe la posibilidad de que los adultos varones contraigan
orquitis, un problema de la enfermedad que puede afectar a los testículos. En casos muy
raros puede producir esterilidad.
Si una esterilidad total como consecuencia de una orquitis fuese una amenaza
importante, y si la vacuna contra las paperas asegurara que los adultos varones no la
contrajeran, yo estaría entre esos médicos que recomiendan la vacuna. No lo estoy porque
su argumento no tiene sentido. La orquitis rara vez suele causar esterilidad, y cuando lo

160
hace, suele afectar a un solo testículo y ¡la capacidad de producción de esperma del
testículo sano podría repoblar el mundo! Y eso no es todo. Nadie sabe si la vacuna contra
las paperas confiere una inmunidad que dure hasta la edad adulta. Por tanto, queda abierta
la cuestión de si, cuando su hijo es inmunizado a los quince meses y evita la enfermedad
durante la infancia, podría sufrir unas consecuencias más graves si la contrae de adulto.
Si la vacuna se administra para proteger a los adultos de la orquitis, y no para
prevenir que los niños contraigan las paperas, parecería razonable administrársela
únicamente a aquellos varones que no hayan desarrollado una inmunidad natural al llegar
a la pubertad. Sería la forma más acertada de proteger a los adultos. De esta forma, todas
las niñas e innumerables niños evitarían las posibles consecuencias de esta vacuna tan
arriesgada.
No encontrará muchos pediatras que le adviertan sobre los efectos secundarios de
la vacuna contra las paperas, pero estos pueden ser graves. En algunos niños provoca
reacciones alérgicas como erupciones, picores y cardenales. También puede exponerlos a
problemas con el revestimiento del sistema nervioso central, entre las que se incluyen
convulsiones febriles, sordera nerviosa unilateral y encefalitis. Es verdad que los riesgos
son mínimos, pero ¿por qué tiene que soportarlos su hijo para evitar una enfermedad que
es inocua durante la infancia a riesgo de contraer una enfermedad más seria cuando
llegue a adulto?

Sarampión.

El sarampión es una enfermedad vírica contagiosa que puede transmitirse con sólo
tocar un objeto que haya utilizado una persona infectada. Al principio la víctima siente
cansancio, tiene poca fiebre y dolores de cabeza y espalda. Los ojos se enrojecen y
pueden volverse sensibles a la luz. La fiebre sigue subiendo hasta el tercer o cuarto día,
cuando puede llegar a los 38,5º-39º. Algunas veces, aparecen pequeños puntitos blancos
dentro de la boca y una erupción de puntitos rosas por debajo de la línea del pelo y tras
las orejas. Esta erupción se extiende hacia abajo hasta cubrir todo el cuerpo en unas 36
horas. Los puntitos rosas suelen desaparecer en 3 ó 4 días. El sarampión es contagioso
durante 7 u 8 días, comenzando 3 ó 4 días antes de que aparezca el sarpullido. Por tanto,
si uno de sus hijos contrae la enfermedad, lo más probable es que los otros hayan estado
expuestos antes de que usted supiera que el primero estaba enfermo.
El sarampión no requiere otro tratamiento que descanso en la cama, mucho líquido
para evitar una posible deshidratación debido a la fiebre, y lociones de calamina o baños
con polvos de maicena para aliviar el picor. Si el niño sufre de fotofobia, debería bajar las
persianas de su habitación para oscurecerla. Sin embargo y, contrariamente a la creencia
popular, no hay ningún peligro de padecer una ceguera permanente debido a esta
enfermedad.

161
La vacuna para prevenir el sarampión es otro de los componentes de la triple
vacuna que se administra durante la infancia. Los médicos afirman que la inoculación es
necesaria para prevenir la encefalitis provocada por esta enfermedad que, según ellos, se
da en uno de cada mil casos. Tras décadas de experiencia con el sarampión, yo pongo en
duda esta estadística, y también lo hacen muchos otros pediatras. La incidencia del
1/1000 podrá ser acertada para los niños que viven en condiciones de pobreza y
malnutrición, pero en las clases medias y altas, si se excluye la simple somnolencia
propia del sarampión, la incidencia de una verdadera encefalitis es más bien del 1/10.000
ó del 1/100.000.
Tras atemorizarle con esta improbable posibilidad de la encefalitis, es muy raro que
su médico le informe de los peligros que se asocian con la vacuna que él utiliza para
prevenirla. La vacuna del sarampión se asocia con la encefalopatía y con otra serie de
complicaciones, tales como panencefalitis esclerosante, que causa un endurecimiento del
cerebro y siempre es mortal. Otros problemas neurológicos, y algunas veces mortales,
asociados con esta vacuna son: ataxia (incapacidad para coordinar los movimientos
musculares); retraso mental; meningitis aséptica; convulsiones; y hemiparesia (parálisis
que afecta a una parte del cuerpo). Las complicaciones secundarias asociadas con esta
vacuna pueden ser incluso más aterradoras: encefalitis; panencefalitis esclerosante;
esclerosis múltiple; necrólisis epidérmica tóxica; choque anafiláctico; síndrome de Reye;
síndrome de Guillain-Barre; problemas de coagulación de sangre; diabetes juvenil, e
incluso se ha relacionado con la enfermedad de Hodgkin y el cáncer.
Incluso aunque hubiese pruebas convincentes de que la vacuna funciona, para mí
los riesgos que conlleva son inaceptables. Pero no hay pruebas de que funcione. Aunque
ha habido un descenso en la incidencia de la enfermedad, este comenzó antes de que se
introdujera la vacuna. En 1958 había unos 800.000 casos de sarampión en los Estados
Unidos, pero en 1962 —el año antes de que apareciera la vacuna— el número de casos
había bajado en 300.000. En los cuatro años siguientes, cuando los niños estaban siendo
vacunados con una ineficaz, y actualmente desechada vacuna de virus muertos, el número
de casos volvió a bajar en 300.000. En 1900 se produjeron 13,3 muertes por sarampión
entre cada 100.000 habitantes. En 1955, antes de que se administrara la primera vacuna
contra el sarampión, el índice de mortalidad bajó en un 97,7%, siendo únicamente de 0,03
muertes por cada 100.000 habitantes.
Estas cifras son la prueba más dramática de que el sarampión estaba
desapareciendo antes de que se introdujera la vacuna. Si considera que no es lo
suficientemente convincente, considere estas: en un estudio que se realizó en 1978 en
más de 30 Estados, más de la mitad de los niños que tuvieron el sarampión habían sido
previamente vacunados. Lo que es más, según la Organización Mundial de la Salud, la
probabilidad de que las personas vacunadas contraigan el sarampión es 15 veces mayor
que aquellas que no están vacunadas.

162
Usted podría preguntarse por qué a la vista de estos hechos los médicos siguen
administrando la vacuna. La respuesta puede estar en un suceso que ocurrió en California
14 años después de que se introdujera la vacuna contra el sarampión. La ciudad de Los
Angeles sufrió una fuerte epidemia de sarampión ese año, y se instó a los padres para que
vacunaran a todos los niños con más de seis meses —a pesar de la advertencia del
Departamento de Salud Pública de que vacunar a los niños menores de un año era inútil y
potencialmente peligroso—. Aunque los médicos de Los Angeles reaccionaron
vacunando a todo niño que tenían a su alcance, algunos médicos locales que estaban
familiarizados con el sospechoso problema de la inmunidad y con el peligro de los «virus
lentos» eligieron no vacunar a sus propios hijos. Al contrario que sus pacientes, a quienes
nadie había dicho nada, ellos se dieron cuenta de que los «virus lentos» que se encuentran
en todas las vacunas vivas, y especialmente en la del sarampión, pueden permanecer
escondidos en el tejido humano durante años, y aparecer más tarde en forma de
encefalitis, esclerosis múltiple, y como posibles semillas para el desarrollo y aparición del
cáncer. Uno de esos médicos que se negó a vacunar a su hijo, dijo: «Estoy preocupado
porque los virus de la vacuna puede que no ofrezcan mucha protección contra el
sarampión, y también porque pueden quedarse por el cuerpo, sin que sepamos muy bien
cómo actúan. » Su preocupación sobre la posibilidad de que su propio hijo sufriera
alguna consecuencia no hizo que dejara de vacunar a sus pacientes. Él defendió este
comportamiento tan contradictorio con el comentario de que «como padre, tengo el lujo
de elegir por mi hijo. Como profesional... legalmente y profesionalmente tengo que
aceptar las recomendaciones de la profesión, que es también lo que tuvimos que hacer
con el asunto de la fiebre porcina. »
Quizás ya es hora de que los padres normales y sus hijos puedan disfrutar de los
mismos lujos que los médicos y sus hijos.
.
Rubéola

La rubéola es no es una enfermedad grave en los niños y no requiere tratamiento


médico. Los síntomas iniciales son fiebre y un leve resfriado, acompañado de
inflamación de garganta. Uno sabe que se trata de algo más cuando empiezan a aparecer
sarpullidos en la cara y en el cráneo, y se extiende por los brazos y el resto del cuerpo.
Los puntitos no están juntos como en el sarampión, y suelen desaparecer tras dos o tres
días. Se debe insistir a la víctima para que permanezca acostada y para que tome mucho
líquido, pero no se necesita otra clase de tratamiento.
La amenaza principal de la rubéola es la posibilidad de que dañe al feto si una
mujer la contrae durante el primer trimestre de embarazo. Este miedo es utilizado como
justificación para vacunar a todos los niños, varones o hembras, como parte de la triple
vacuna. Los méritos de esta vacuna son cuestionables esencialmente por las mismas
razones que los de la vacuna contra las paperas. No hay ninguna necesidad de proteger a

163
los niños de esta enfermedad inofensiva, así que las reacciones adversas a la vacuna son
inaceptables en términos de beneficios para el niño. Entre estas reacciones podemos
incluir artritis; dolores en las articulaciones; polineuritis, que provoca dolores,
insensibilidad y sensación de hormigueo en los nervios periféricos. Aunque estos
síntomas suelen ser temporales, pueden durar casi dos meses y puede que no aparezcan
hasta dos meses después de haber recibido la vacuna. Debido a ese lapsus de tiempo, los
padres quizás no puedan identificar la causa cuando estos síntomas aparezcan en el niño
que ha sido vacunado.
El mayor peligro de la vacuna contra la rubéola es la posibilidad de que niegue a
las madres embarazadas la protección de inmunidad natural que les ofrece la enfermedad.
Al prevenir que se padezca la enfermedad durante la infancia, la vacuna puede aumentar
las posibilidades de que las mujeres la padezcan en edad de procrear. Mi preocupación a
este respecto es compartida por muchos otros médicos. En Conética, un grupo de
médicos guiados por dos eminentes epidemiólogos, han conseguido eliminar la rubéola
de la lista de vacunas obligatorias.
Estudio tras estudio han demostrado que muchas mujeres vacunadas contra la
rubéola cuando eran niñas han dado muestras de falta de inmunidad en los análisis
sanguíneos que se les realizó durante la adolescencia. Otras pruebas han mostrado un alto
índice de fracaso de la vacuna en niños a los que se vacunó contra la rubéola, sarampión
y paperas, ya fuese por separado o en su forma conjunta. Por último, la pregunta crucial
que aún no tiene respuesta es si la inmunidad inducida por la vacuna es tan efectiva y
duradera como la inmunidad que se adquiere tras haber contraído una enfermedad natural
como la rubéola. Una gran proporción de niños no da señales de inmunidad en los
análisis sanguíneos que se les hicieron sólo tres o cuatro años después de haber sido
vacunados contra la rubéola.
La importancia de esto es tanto obvia como aterradora. La rubéola es una
enfermedad leve en la infancia que les confiere una inmunidad natural a aquellos que la
contraen, de forma que no tienen peligro de contraerla cuando son adultos. Antes de que
los médicos comenzaran a vacunar contra la rubéola, se calculó que el 85% de los adultos
estaba naturalmente inmunizado contra la enfermedad.
En la actualidad, y debido a las vacunas, la gran mayoría de las mujeres nunca
adquiere una inmunidad natural. Si la inmunidad que han adquirido a través de la vacuna
desapareciera, podrían contraer la enfermedad en el embarazo, con el consecuente daño
para el feto.
Como buen escéptico, yo siempre he pensado que la forma más fiable para
comprobar qué es lo que la gente realmente cree es observar lo que hacen, no qué dicen.
Si la gran amenaza de la rubéola no es para los niños, sino para los fetos, se debería
proteger a las mujeres embarazadas contra la rubéola asegurándonos de que sus tocólogos
no le contagien la enfermedad. Sin embargo, en un estudio realizado en California que se
publicó en el Journal of the American Medical Association, más del 90% de los

164
tocólogos y ginecólogos se negaron a ser vacunados. Si los propios médicos tienen miedo
de la vacuna, ¿por qué demonios tiene una ley que exigirle a usted a y otros padres que se
la administren a sus hijos?

Tos ferina.

La tos ferina es una enfermedad bacteriana extremadamente contagiosa, que se


suele transmitir por una persona infectada a través del aire. El periodo de incubación es
de unos 7-14 días. Los síntomas iniciales no se distinguen de los de un resfriado común:
mocos, estornudos, apatía, pérdida de apetito, ojos lacrimosos y, algunas veces, una
fiebre leve.
Cuando la enfermedad evoluciona, la víctima comienza a toser por la noche; más
tarde, también durante el día. Tras 10 días desde los primeros síntomas, la tos empieza a
aparecer en accesos. El niño puede toser hasta doce veces en cada respiración, y su cara
puede tomar un color entre azulado y violeta. Cada acceso de tos termina con una enorme
inspiración de aire. Los vómitos también pueden ser un síntoma adicional de la
enfermedad.
La tos ferina pueda atacar a cualquier grupo de edad, pero más de la mitad de las
víctimas tienen menos de dos años. Puede ser muy seria, e incluso peligrosa,
especialmente en los niños. Las personas infectadas pueden transmitir la enfermedad
hasta un mes después de la aparición de los primeros síntomas, por eso es muy
importante que se les aísle, especialmente de otros niños.
Si su hijo contrae esta enfermedad, no existe un tratamiento específico que su
médico pueda darle ni que usted pueda aplicarle en casa, si no el de insistir en que el niño
descanse, hacer que se sienta lo más cómodo posible, y consolarlo. A veces, se
administran calmantes contra la tos, pero no suelen ser muy efectivos. Yo no los
recomiendo. Sin embargo, si un niño contrae esta enfermedad, debería consultar con un
médico ya que puede ser necesario hospitalizarlo. La amenaza más importante para los
bebés es que acaben extenuados a causa de la tos, y el peligro de la neumonía. Ha habido
niños muy pequeños que incluso han sufrido rotura de costillas debido a los accesos de
tos.
La vacuna de la tos ferina se administra junto con las vacunas de la difteria y el
tétanos en la denominada triple vacuna D.T.P. Aunque la vacuna se ha estado utilizado
durante años, es una de la más discutida. Existen dudas sobre su eficacia, y muchos
médicos comparten mi preocupación de que los efectos secundarios potencialmente
dañinos sobrepasen los beneficios alegados.
El Dr. Gordon T. Sterwart, director del departamento de medicina comunitaria en
la Universidad de Glasgow, Escocia, es uno de los críticos más encarnizados de esta
vacuna. Dice que apoyó la vacunación antes de 1974, pero que, después, comenzó a
observar brotes de tos ferina en niños que habían sido previamente vacunados. Afirma:

165
«Actualmente, en Glasgow, el 30% de los casos de tos ferina se dan en niños que han
sido vacunados. Esto me lleva a creer que la vacuna no protege en absoluto. »
Igual que pasó con otras enfermedades infecciosas, la mortalidad comenzó a
descender antes de que se dispusiera de la vacuna. Esta no se introdujo hasta 1936, pero
la mortalidad debida a la enfermedad había sufrido un descenso continuado desde 1900, o
antes. Según el Dr. Stewart: «el descenso de la mortalidad provocada por la tos ferina era
del 80% antes de que se hubiese utilizado la vacuna.» Él comparte mi punto de vista de
que el factor clave en el control de la tos ferina probablemente no sea la vacuna, sino la
mejora de las condiciones de vida en las víctimas potenciales.
Otros profesionales médicos no tienen muy buenas relaciones con aquellos
médicos que levantan dudas sobre sus queridas vacunas. En 1982, yo participé en un
programa de televisión, de una hora de duración, dedicado a la controversia existente con
esta vacuna, y comenté que: «el peligro [de la vacuna] es mucho mayor de lo que
cualquier médico aquí presente está dispuesto a admitir. » En julio de 1982, la
publicación Journal of the American Medical Association (JAMA), en un violento ataque
contra el programa, declaró que la cadena había elegido «expertos» dudosos para criticar
la vacuna y que les había dado unos credenciales falsos. A continuación, procedieron a
atacar mis credenciales.
Yo no siento ninguna tentación de defenderme del Colegio Oficial de Médicos de
América, el cual, durante años, ha tenido que gastar una gran parte de sus presupuestos en
defenderse a sí mismo. Sin embargo, es de gran ayuda leer lo que el mismo número de la
revista decía sobre los riesgos de la vacuna contra la tos ferina. Le citaré lo que dijeron y
usted podrá juzgar por sí mismo si yo tenía razón al poner en duda la vacuna. Para
empezar, la revista decía lo siguiente:

Para los profesionales de la salud, por supuesto, los peligros de la triple vacuna
D.T.P., no son nada nuevos. El componente de la difteria y el tétanos, que se
administraban antes de que se añadiera la tos ferina a finales de 1940, son anatoxinas
parcialmente purificadas que conllevan pocos riesgos. El componente P (pertussi),
consiste en 4 unidades de antígenos contra la tos ferina por cada 0.5 ml de DPT, es
reconocido universalmente por ser relativamente imperfecto y tóxico, y se espera con
impaciencia la creación de una versión más segura (las palabras en itálica son mías).
Casi desde el comienzo de la administración en masa de la vacuna D.T.P. se han
detectado graves reacciones, comenzando con el estudio de Byers y Moll, realizado en
1948, en el que se asociaba la encefalopatía con la vacuna. La incidencia de esas
reacciones no ha sido firmemente establecida. Parece bastante cierto que las convulsiones
asociadas con las vacunas, aunque inusuales, se dan con mucha más frecuencia que el
daño cerebral o que los daños residuales secundarios a tales convulsiones.

166
Está claro por estas afirmaciones que la AMA no niega que la vacuna contra la tos
ferina es arriesgada, y que tenga efectos secundarios potencialmente aterradores. Su
preocupación radica en el hecho de que los medios de comunicación están haciendo que
los que reciben la vacuna conozcan los riesgos.
Si no es correcto que un médico comparta con su paciente el conocimiento que
tiene sobre los riesgos de las vacunas, yo me declaro culpable de la acusación. Los
efectos secundarios más comunes de esta vacuna, y que el AMA conoce, son: fiebre,
ataques fuertes, estado de shock, y reacciones cutáneas locales, como hinchazón,
enrojecimientos y dolores. Unos efectos secundarios menos frecuentes, pero más serios
son las convulsiones y un daño cerebral permanente que provoca retraso mental. La
vacuna también se ha asociado al síndrome de muerte súbita en recién nacidos. Entre
1978 y 1979, en un programa de vacunación infantil en masa que se realizó en
Tennessee, se dieron ocho casos de muerte súbita que se produjeron inmediatamente
después de la vacuna DTP.
El cálculo del número de personas vacunadas contra la tos ferina y que están
protegidas contra esta enfermedad está entre el 50% y el 80%. Según el AMA, en los
Estados Unidos se da una media entre 1.000 y 3.000 casos por año, y entre 5 y 20
muertes anuales.
Mi pregunta es: ¿Tiene sentido exponer cada año a millones de niños a los riesgos
potenciales de esta vacuna para proporcionarles una protección dudosa contra una
enfermedad que rara vez se da?

Difteria.

Aunque era una de las enfermedades infantiles más temidas en tiempos de nuestros
abuelos, en la actualidad, la difteria ha casi desaparecido. En 1980, sólo se dieron cinco
casos en los Estados Unidos. La mayoría de los médicos insisten en que el descenso se
debe a la vacunación con la triple DTP, pero hay numerosas pruebas que indican que ya
estaba disminuyendo antes de que la vacuna estuviera disponible.
La difteria es una enfermedad bacteriana muy contagiosa que se transmite a través
de la tos y de los estornudos de una persona infectada e, incluso, con el simple contacto
de objetos que esa persona haya tocado. El periodo de incubación es de dos a cinco días.
Los primeros síntomas son inflamación de garganta, dolor de cabeza, náuseas, tos y
fiebre de 37,5º-39º. Cuando la enfermedad progresa, se pueden observar unas placas de
un color blanco sucio en las amígdalas y en la garganta. Estas placas provocan la
inflamación de la garganta y de la laringe, lo que hace que sea difícil el tragar y lo que
puede impedir la respiración hasta el punto de provocar la muerte. Esta enfermedad
requiere atención médica y puede ser tratada con antibióticos como la penicilina o
eritromicina.

167
En la actualidad, su hijo tiene tantas posibilidades de contraer la difteria como de
que le pique una cobra. No obstante, millones de niños son vacunados a los 2, 4, 6 y 18
meses, y se les pone una dosis de recuerdo cuando entran en el colegio. Esto se hace a
pesar de las pruebas conseguidas durante más de doce años de que, cuando se produce un
raro brote de difteria, los niños que han sido vacunados no lo pasan mejor que aquellos
que no lo han sido. Durante el brote de difteria que se dio en Chicago en 1969, el
departamento de salud de la ciudad informó que 4 de las 16 víctimas habían sido
totalmente inmunizadas contra la enfermedad, y que otras 5 habían recibido una o más
dosis de la vacuna. Dos de estos últimos mostraron una inmunidad total. Un informe
realizado de otro brote en el cual murieron tres personas reveló que uno de los casos
mortales y 14 de los 23 portadores habían sido totalmente inmunizados.
Episodios como estos echan abajo el argumento de que se puede confiar en que la
vacuna elimine la difteria o cualquiera de las otras enfermedades comunes de la infancia.
Si la vacuna mereciera esta confianza, ¿cómo explicarían esto sus defensores?
Únicamente la mitad de los Estados de Estados Unidos exigen por ley las vacunas contra
las enfermedades infecciosas, y el porcentaje de niños vacunados varía de un Estado a
otro. En consecuencia, miles, o quizás millones, de niños que viven en áreas donde los
servicios médicos son muy limitados y donde casi no existen los pediatras nunca han sido
vacunados contra enfermedades infecciones y, por tanto, deberían ser vulnerables ante
ellas. Sin embargo, la incidencia de enfermedades infecciosas no se relaciona para nada
con que un Estado exija por ley la vacunación en masa o no.
En vista de la poca frecuencia con que se da la enfermedad, el tratamiento eficaz
con antibióticos que existe, la cuestionable efectividad de la vacuna, los millones de
dólares que cuesta administrarla y los siempre presentes posibles efectos secundarios
perjudiciales a largo plazo que derivan de esta vacuna y de otras, yo creo que una
vacunación en masa contra la difteria es indefensible. Garantizo que no se han
identificado efectos dañinos importantes provocados por la vacuna, pero eso no significa
que no estén ahí. Durante el medio siglo que lleva utilizándose la vacuna no se ha
realizado ninguna investigación para comprobar los efectos a largo plazo que puede
tener.

Varicela.

Esta es mi enfermedad infantil favorita. Primero, porque es relativamente inocua,


y, segundo, porque es de las pocas para las que ninguna compañía farmacéutica ha creado
todavía una vacuna. Esta segunda razón puede durar muy poco tiempo, ya que, mientras
escribo esto, hay informes de que pronto aparecerá una vacuna contra la varicela.
La varicela es una infección vírica contagiosa que es muy común en niños. Las
primeras señales suelen ser fiebre baja, dolor de cabeza y espalda y pérdida de apetito.

168
Después de un día o dos aparecen pequeños puntos rojos y en el transcurso de unas
cuantas horas, se agrandan y se convierten en ampollas. Por último, normalmente en una
semana o dos, se forman unas costras sobre esas ampollas. Este proceso viene
acompañado de fuertes picores, y se debería insistir al niño para que no se rasque las
costras. Se pueden aplicar lociones de calamina y baños con polvos de maicena para
aliviar el picor.
No es necesario tratamiento médico para tratar la varicela. Se debe insistir al
paciente para que descanse y para que beba mucho líquido e impedir así que se deshidrate
a consecuencia de la fiebre.
El periodo de incubación es de dos a tres semanas, y la enfermedad es contagiosa
durante dos semanas, empezando dos días después de que aparezca la erupción. Durante
este tiempo se debe aislar al niño para evitar que contagie la enfermedad a otras personas.

Escarlatina

La escarlatina es otro ejemplo de una enfermedad que antaño era muy temida y que
en la actualidad casi ha desaparecido. Si alguna vez se hubiese creado una vacuna para
ella, indudablemente los médicos le hubiesen atribuido el mérito de haber acabado con la
enfermedad. Ya que no existe ninguna vacuna, le atribuyen el mérito a la penicilina, a
pesar del hecho de que la enfermedad ya estaba casi desapareciendo antes de que
apareciese el primer antibiótico. Con toda probabilidad, y al igual que ha ocurrido con las
otras enfermedades, la verdadera razón de su disminución ha sido la mejora de las
condiciones de vida y de la nutrición.
La enfermedad debe su nombre al sarpullido rojo que cubre el cuerpo de la víctima.
Está causada por una infección de estreptococos, y los síntomas iniciales son vómitos,
dolor de cabeza, inflamación de los ganglios del cuello y fiebre entre 38º-39º. La
enfermedad suele afectar a niños entre los dos y ocho años, y el sarpullido suele
desaparecer en una semana. Si su hijo contrae la escarlatina, lo que no es frecuente, no
necesita alarmarse, ya que no es más peligrosa que una inflamación de garganta.
Desaparecerá por sí sola, pero si lleva al niño al médico, lo más probable es que le recete
un antibiótico que no necesita para nada.

Meningitis.

Una de las horribles inconsistencias de la práctica médica contemporánea es la


tendencia de los médicos a sobretratar las enfermedades que no necesitan tratamiento, y a
no diagnosticar aquellas enfermedades, como la meningitis, que merecen todas las
habilidades que puedan ofrecer. Esta enfermedad consiste en una inflamación de las
membranas que cubren el cerebro y la médula espinal, denominadas meninges. Entre los
síntomas se puede incluir el de la rigidez del cuello (pero no es imprescindible), un dolor

169
de cabeza persistente, vómitos, fiebre y, en niños, convulsiones. La enfermedad la pueden
provocar bacterias, virus y hongos. Un tipo de bacteria es especialmente contagioso
porque la bacteria se encuentra en la garganta y en el liquido cefalorraquídeo.
La meningitis se puede curar, pero es esencial un diagnóstico precoz. Los médicos
suelen fallar el diagnóstico porque no toman a la madre en serio cuando esta les habla de
cambios importantes en el comportamiento de su hijo. También hay muchos que no
consideran seriamente la posibilidad de que se trate de meningitis si el niño no tiene
rigidez en el cuello.
Las consecuencias potenciales de no diagnosticar y tratar la meningitis a tiempo
son el retraso mental y la muerte. Si su hijo padece una fiebre inexplicable durante tres o
cuatros días, acompañada de somnolencia, vómitos, un llanto agudo y quizás rigidez de
cuello, es hora de que empiece a sospechar que se trate de meningitis. Algunos de estos
síntomas son los mismo que los de la gripe. Usted puede distinguirla de la meningitis por
alguno de los dos últimos síntomas, sobre todo por el llanto. Si su hijo llora de esa forma,
insístale a su médico para que realice las pruebas correspondientes, que podrían incluir la
punción lumbar. Si ese fuese el caso y el médico no encontrara la médula en el primer o
segundo intento, dígale que pare de intentarlo y llame a otro médico.
Los antibióticos han conseguido reducir la mortalidad de esta horrible enfermedad
de un 95% a un 5%. Es por eso que un diagnóstico precoz correcto de la enfermedad es
una cuestión de vida o muerte.

Tuberculosis.

Los padres deberían tener el derecho de poder asumir, y la mayoría así lo hace, que
las pruebas que los médicos le hacen a sus hijos son correctas. La prueba cutánea de la
tuberculina es un ejemplo de un test médico en el que definitivamente no se cumple esa
hipótesis. Incluso el Colegio Oficial de Pediatras de América, que raramente dice algo
negativo sobre las técnicas que sus miembros utilizan por sistema, ha publicado un
comunicado que critica este test. Según el comunicado:

Algunos estudios recientes han levantado serias dudas sobre la sensibilidad de algunos
tests de rastreo de tuberculosis. Un panel reunido por el Departamento de Biología ha
recomendado a los fabricantes que se compruebe cada lote en 50 pacientes, que se saben
que son positivos, para asegurar que la preparación que está siendo comercializada es lo
suficiente potente como para identificar a cualquiera que tenga una tuberculosis activa.
Sin embargo, la interpretación de estos tests es difícil debido a que muchos de estos
estudios no se han conducido de una forma aleatoria, utilizando el método doble-ciego, y
que incluyen otras pruebas cutáneas que se realizan simultáneamente (con la posibilidad
de supresión de las reacciones).

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El comunicado concluye: «los tests de rastreo de tuberculosis no son perfectos, y
los médicos deben saber que existe la posibilidad de obtener resultados tanto falsamente
positivos como falsamente negativos. »
Puede que su hijo padezca tuberculosis y le dé negativo en el test. O puede que no
la tenga pero que en el test le aparezca. Con muchos médicos, esto puede acarrear
consecuencias devastadoras. Si esto le ocurre a su hijo casi seguro que le expondrá a una
o más radiografías de tórax innecesaria y arriesgadas. Después, puede que el médico le
recete algún fármaco como el Isoniazid para que lo tome durante meses o años para
«prevenir que se desarrolle una tuberculosis». Incluso la AMA ha reconocido que los
médicos han recetado demasiado, y de forma indiscriminada, este fármaco. Eso es
vergonzoso, ya que el fármaco tiene una larga lista de efectos secundarios que afectan al
sistema nervioso, gastrointestinal, sanguíneo, a la médula espinal, a la piel y a las
glándulas endocrinas. Tampoco debemos pasar por alto que su hijo se puede convertir en
un paria en su vecindad debido al miedo existente sobre esta enfermedad infecciosa.
Yo estoy convencido que las posibles consecuencias de una prueba cutánea de
tuberculina son más peligrosas que la amenaza de la enfermedad. Creo que los padres
deberían rechazar el test a menos que sepan positivamente que su hijo ha estado en
contacto con alguien que padece la enfermedad.

Síndrome de muerte súbita en recién nacidos.

La horrible posibilidad de que alguna mañana se despierte y encuentre a su bebé


muerto en su cuna es un miedo que ronda la mente de muchos padres. La ciencia médica
aún tiene que concretar las causas de este síndrome, pero la explicación más popular
entre los investigadores parece ser la de que el sistema nervioso central se ve afectado de
alguna manera, de forma que no se realiza el acto involuntario de la respiración.
Esa es una explicación lógica, aunque deja sin responder la pregunta: ¿Qué causa
esa disfunción del sistema nervioso central? Mi sospecha, que es compartida por otros
colegas de profesión, es que cerca de las 10.000 muertes que se producen en Estados
Unidos debido al síndrome de muerte súbita se relacionan con una o más de las vacunas
que de forma sistemática se les administra a los niños. Lo más probable es que la
culpable sea la vacuna contra la tos ferina, pero también podría tratarse de alguna de las
otras.
El Dr. William Torch, de la Facultad de Medicina de la Universidad de Reno, ha
publicado un artículo en el que sugiere que la triple vacuna DTP puede ser la responsable
de algunos casos de este síndrome. Descubrió que 2/3 de 103 niños que murieron de
muerte súbita habían sido vacunados con la DTP tres semanas antes de que se produjera
la muerte; muchos, un día después de ser vacunados. Él afirma que esto no es una mera

171
coincidencia, concluyendo que «sugiere una relación causal» entre algunos casos de
administración de la DTP y la muerte súbita. También tenemos el caso de las muertes que
se produjeron en Tennessee, donde el fabricante de la vacuna, siguiendo las instrucciones
de las autoridades sanitarias, recogió todas las dosis que no se habían utilizado de ese lote
de vacunas.
Más recientemente, en 1983, el departamento de pediatría de la Facultad de
Medicina de UCLA y el departamento de salud comunitaria de Los Angeles informaron
de otro preocupante estudio de 145 víctimas del síndrome de muerte súbita. De este
número, 53 habían recibido la vacuna DTP poco antes de su muerte; 27 niños murieron
veintiocho días después de haber sido vacunados; 17 una semana después de haber
recibido la vacuna y 6 en las veinticuatro horas siguientes. Los investigadores
concluyeron que estos resultados «justifican aún más una posible asociación entre la
vacuna DTP y el síndrome de muerte súbita. »
Las madres embarazadas que estén preocupadas por esta enfermedad deberían
tener en cuenta la importancia de la alimentación materna a la hora de evitar esta y otras
enfermedades graves. Hay pruebas de que los bebés que toman el pecho son menos
susceptibles antes las alergias, problemas respiratorios, esclerosis múltiple y el síndrome
de muerte súbita. Un estudio de literatura científica sobre este síndrome concluyó que:
«La alimentación materna puede considerarse como una forma de bloquear la miríada de
caminos que conducen al síndrome de muerte súbita. »

Poliomielitis.

Nadie que viviera durante la década de los 40 y viera fotos de niños en pulmones
de acero, a un Presidente de los Estados Unidos confinado en una silla de ruedas por esta
horrible enfermedad, y a quien le hubiesen prohibido bañarse en las playas públicas por
temor de coger la polio podrá olvidar el miedo que existía en esa época. La polio es
prácticamente inexistente en la actualidad, aunque todavía queda mucho miedo, y existe
la creencia popular de que las vacunas puede eliminar la enfermedad. Eso no es
sorprendente, considerando la gran campaña que se realizó para promocionar la vacuna,
pero el hecho es que no existen pruebas científicas de que la vacuna haga que
desaparezca la poliomielitis. Como ya se ha dicho antes, también desapareció en otras
partes del mundo donde la vacuna no se utilizó de una forma tan extensiva.
Lo que importa a los padres de esta generación es la evidencia que señala a la
vacunación en masa contra la polio como la causa de los pocos casos que se dan de esta
enfermedad. En septiembre de 1977, Jonas Salk, el inventor de la vacuna contra la polio
de virus muertos, testificó, a ese efecto, con otros científicos. Dijo que la mayoría de los
pocos casos de polio que habían ocurrido en Estados Unidos desde principios de 1970
eran probablemente el producto de la vacuna de virus vivos, que es la que normalmente
se utiliza en EE.UU. En Finlandia y en Suiza no ha habido casos de polio desde hace más

172
de una década, pero en esos países se utiliza casi exclusivamente la vacuna de virus
muertos.
Mientras tanto, se plantea un debate abierto entre los imnunólogos sobre los riesgos
relacionados con los virus muertos comparados con los de la vacuna de virus vivos. Los
defensores de la vacuna de virus muertos afirman que es la presencia de virus vivos la
culpable de los pocos casos que aparecen; los defensores de los virus vivos argumentan
que la vacuna de virus muertos ofrece una protección inadecuada y aumenta la
susceptibilidad de los vacunados contra la enfermedad.
Esto me ofrece la rara oportunidad de mantenerme neutral. Yo creo que ambas
posturas son correctas y que el uso de las dos vacunas aumentará, y no disminuirá, la
posibilidad de que su hijo contraiga la enfermedad.
En resumen, parece ser que la forma más efectiva de proteger a su hijo de la polio
es asegurarse de que ¡no le pongan ninguna de las vacunas!

Mononucleosis infecciosa.

Los síntomas de una mononucleosis infecciosa se parecen a los de un resfriado


común o los de una gripe, así que no es probable que se detecte o diagnostique en las
primeras etapas de la enfermedad. Suele afectar a niños y a adolescentes. Si su hijo la
padece tendrá fiebre, ganglios inflamados, inflamación de garganta, debilidad y
cansancio. Cuando la enfermedad progresa, los síntomas pueden incluir dolores
abdominales, náuseas, dolor de cabeza y de pecho, tos y algunos otros síntomas menos
normales.
Si su hijo tiene estos síntomas y persisten más de lo que sería normal en un
resfriado, debería ir al médico. Si el médico sospecha que se puede tratar de
mononucleosis, lo más probable es que le mande un análisis de sangre que normalmente,
aunque no siempre, detectará si se trata de esta enfermedad. El curso de la enfermedad
suele durar de una a tres semanas, aunque en casos extremos puede persistir durante
varias semanas e incluso meses.
El hecho de que la mononucleosis, en su primera etapa, no pueda distinguirse de
otras enfermedades, como un resfriado, no es motivo para que usted se preocupe, ya que
no hay un tratamiento farmacológico específico para esta enfermedad. El tratamiento es
el que usted debería estar dándole a su hijo en cualquier caso —descanso en cama y
mucho líquido—. Algunos médicos prescriben corticoides, como Prednisona, pero yo
creo que deberían evitarse excepto en los casos extremos de la enfermedad. Estos
fármacos tienen efectos secundarios muy serios, como ya se describió en el capítulo 17.

Difteria, Tétanos y Tos ferina (N. de la T)

173
20.- Hospitales: ¡El lugar donde los pacientes van para contraer una enfermedad!

A lo largo de este libro he intentado ayudarle a identificar las enfermedades que


requieren tratamiento médico y alertarle sobre las formas de tratamiento que pueden ser
más peligrosas que la enfermedad que está siendo tratada. Una última recomendación: no
permita que ingresen a su hijo en un hospital a menos que su problema sea tan serio que
ponga en peligro su vida.
Existen relativamente pocas enfermedades infantiles que exijan hospitalización,
pero muchos niños son hospitalizados sin necesidad sólo porque es más cómodo (y
lucrativo) para los médicos. La mayoría de las enfermedades y de las lesiones producidas
por accidente se pueden tratar igual de bien en la sala de emergencias, en la consulta del
médico o en una clínica de pacientes externos, sin hospitalización y lo más normal es que
su hijo reciba un cuidado mejor y más seguro en casa.
Existen dos categorías principales de enfermedades que son exclusivas de aquellos
que reciben tratamiento médico y, especialmente, de los que, como resultado, son
hospitalizados. Puede que nunca haya oído hablar de ellas, porque es raro que los
médicos las mencionen delante de los pacientes. ¿Por qué? Porque iatrogénico es el
término utilizado para las enfermedades y lesiones causadas por los médicos, y
nosocomial es el término con el que se describen las infecciones adquiridas por un
paciente cuando entra en un hospital. Ambas son dos amenazas importantes para su hijo
si usted permite que le hospitalicen.
Cada año, casi 2 millones de estadounidenses son ingresados en hospitales para
tratarlos de una enfermedad y acaban teniendo otra distinta. Las enfermedades que
adquieren en el hospital causan la muerte a unas 20.000 personas. El número que contrae
enfermedades nosocomiales es equivalente al 5% de todas las admisiones hospitalarias.
En otras palabras, si su hijo ingresa en el hospital con una enfermedad, las probabilidades
son 1 entre 20 de que contraiga otra antes de que sea dado de alta. Lo que es más, existe
la posibilidad real de que antes de que le den el alta muera debido a una enfermedad
adquirida en el hospital. Si su ingreso en el hospital fue debido a un problema que ponía
en peligro su vida, el riesgo es aceptable, pero si la hospitalización no era esencial, es un
riesgo que su hijo debería evitar.
Estos riesgos raramente se describen en las publicaciones que suelen leer los
pacientes, pero los médicos los conocen bien debido a los reportajes que se publican en
las revistas médicas. Un artículo de esa clase, publicado en 1978 por el Journal of the
American Medical Association [revista del Colegio Oficial de Médicos], tiene lo
siguiente que decir sobre la mortalidad y los costes de las infecciones nosocomiales:

Se han utilizado pacientes hospitalizados con septicemia nosocomial (infecciones


bacterianas en la sangre) y, para determinar los costes hospitalarios y la mortalidad
atribuida a las infecciones nosocomiales, se han comparado con pacientes del hospital

174
que no padecen esta infección. La mortalidad era 14 veces más alta en los pacientes con
infección nosocomial que en el grupo de control que tenía el mismo diagnóstico cuando
ingresó. Un análisis de costes, basado en 81 pareja de control, mostró un exceso medio
de, aproximadamente, 3.600 dólares de costes directos hospitalarios para aquellos
pacientes que tenían una infección nosocomial.

Las infecciones adquiridas en el hospital hacen que el paciente se tenga que


quedar, por término medio, unos 14 días más en el hospital. Con los costes actuales de
hospitalización, esos 3.600 dólares probablemente se duplicarán o triplicarán.

Enfermedades respiratorias que se contraen en el hospital.

Un estudio que se realizó hace seis años en una sala de pediatría de un hospital
reveló que un niño de cada seis adquiere una enfermedad respiratoria cuando está en el
hospital. También se han dado incontables casos de enfermedades epidémicas entre los
niños hospitalizados. Por ejemplo, en 1979, dos niños murieron y otros tres sufrieron
parálisis permanente, o daños cerebrales, durante un brote de meningitis en una sala de
pediatría de un hospital de Florida. En la epidemia de Florida, y en la mayoría de las
otras, se atribuyó el brote a que ¡los médicos no se habían lavado las manos!
Ha pasado casi un siglo desde que el médico húngaro, Ignaz Semmelweis,
descubrió que algunas muertes producidas por fiebre puerperal se debían a que los
médicos estudiantes no se lavaban las manos. Este descubrimiento fue generalmente
rechazado por los otros miembros de la profesión, y este médico fue olvidado, para
finalmente morir en un asilo —tal vez debido a una infección adquirida en el hospital—.
Parece ser que el personal médico es lento en aprender, porque hay muchos que todavía
no han captado el mensaje.
En 1981 se siguió un estudio durante más de dos meses en la unidad de cuidados
intensivos de un hospital privado y en un hospital de prácticas afiliado a la universidad.
Los investigadores observaron los hábitos de limpieza de los médicos, enfermeras y del
otro personal médico. El personal médico se lavaba las manos entre cada paciente sólo el
41% de las veces en el hospital de prácticas y sólo el 28% en el hospital privado. Los
médicos eran los peores: sólo se lavaban las manos el 28% de las veces en el hospital de
prácticas y el 14% en el privado.
Hago hincapié en esto porque quiero desengañarle de la noción —que casi todo el
mundo tiene— de que un hospital es un lugar higiénico, prácticamente un santuario
esterilizado para su hijo. De hecho, como indica el estudio, las prácticas sanitarias del
personal médico son, con frecuencia, desastrosas, y el propio hospital es, con mucha
probabilidad, el lugar de la ciudad donde más gérmenes pueden encontrarse. Si no puede
evitarlo, por lo menos ya está avisado y puede exigir que tomen las precauciones
sanitarias adecuadas con su hijo.

175
La amenaza de enfermedades iatrogénicas también es mayor en los hospitales,
porque los médicos se sienten tan motivados por su instinto, su formación y por su temor
injustificado a las denuncias por negligencia que utilizan toda la tecnología médica
disponible, incluso aunque tenga una utilidad dudosa para la diagnosis y el tratamiento.
Todo lo que su médico hace añade un riesgo para su hijo. Cada aguja que inserta abre un
nuevo camino en el cuerpo para los organismos infecciosos; cada fármaco que receta
origina la posibilidad de efectos secundarios perjudiciales; cada radiografía que él ordena
hacer tiene la posibilidad de provocarle en un futuro daños derivados de la radiación.
Numerosos estudios han demostrado que las enfermedades iatrogénicas que se
contraen en el hospital no son un fenómeno aislado. En un estudio en el que se evaluaron
a 815 pacientes del servicio médico general de un hospital universitario, un total de 165
pacientes padecieron una afección provocada por el médico, y 125 pacientes padecieron
entre dos y siete afecciones iatrogénicas. Entre estas se incluyen complicaciones
cardiacas y pulmonares; infecciones o inflamaciones; problemas gastrointestinales;
nerviosos; reacciones alérgicas; hemorragias y complicaciones metabólicas.
Durante al menos dos décadas, otros estudios han informado de resultados
similares. En 1963, un estudio sobre 1.000 pacientes admitidos en un hospital
universitario durante un periodo de ocho meses reveló que el 20% de estos pacientes
había adquirido una enfermedad iatrogénica durante su estancia. El 51% de las víctimas
tuvo complicaciones debido a la administración de fármacos y el 24% debido a los
procedimientos de diagnosis o terapéuticos. Las enfermedades relacionadas con
complicaciones anteriores, con los errores de las enfermeras o como consecuencia de las
operaciones fueron excluidas del estudio. Si no, el número hubiese sido mucho más
impresionante.

Consecuencias emocionales de la hospitalización.

Los peligros de la hospitalización para los niños pequeños no se limitan a los


riesgos físicos. También puede haber consecuencias perjudiciales psicológicas y
emocionales. Para los más pequeños, la simple separación, durante cualquier tiempo, de
su madre y de su familia puede convertirse en una experiencia traumática. Cuando se
asocia esa separación con la fría atmósfera de un hospital, para un niño la experiencia se
convierte, de forma casi inevitable, en aterradora.
Los daños emocionales y psicológicos de tal experiencia no siempre son pasajeros.
La posibilidad de que sean a largo plazo es para tomarla en cuenta, como ya se advirtió
en noviembre de 1979, en Pediatrics, la revista del Colegio Oficial de Pediatras
americanos:

Cuando un niño pequeño debe ser hospitalizado, los efectos de la experiencia pueden ser
muy perjudiciales. Varios estudios demuestran que estos efectos se traducen en

176
problemas de comportamiento, regresión del desarrollo, lenta recuperación, etc. Dos
estudios británicos aportan claras pruebas de que una admisión hospitalaria de más de
una semana, o admisiones cortas, pero repetidas, antes de los cinco años, se asocian con
un aumento de la incidencia en problemas de comportamiento a la edad de 10 años y en
la adolescencia.

Lo que yo he intentaba hacer en este capítulo era avisarle sobre los riesgos a los que
tendrá que enfrentarse su hijo si usted permite que le ingresen en un hospital. Aunque
también soy consciente de que un día de estos su pediatra puede insistir en hospitalizar a
su hijo, y que ¡usted necesita saber qué responderle! ¿Qué debe hacer si llega ese día?
Primero, exija que su médico le demuestre, hasta convencerle a usted, de que lo
que planea hacer en el hospital no puede hacerlo en su consulta, o en un hospital de
consulta externa, o en casa. Excepto en aquellas situaciones en las que la vida del
paciente corre peligro y que pueden requerir un sofisticado control médico, prácticamente
no hay ninguna técnica de diagnosis que no se pueda hacer en una clínica de pacientes
externos, y prácticamente no existe ninguna enfermedad que no pueda ser tratada en casa
por un padre informado.
Segundo, si el ingreso es para realizar una operación quirúrgica, asegúrese de que
la operación es realmente necesaria y que no se puede hacer en un hospital de consultas
externas, proporcionando los cuidados postoperatorios en casa. Como ya he dicho en
otros capítulos, la mayoría de las operaciones realizadas en niños son innecesarias, y
aquellas que deben hacerse pueden realizarse con toda seguridad y de forma adecuada sin
tener que hospitalizar al niño. ¿Por qué arriesgarnos a hospitalizarlo por una enfermedad
a cambio de arriesgarnos a que contraiga otra?
Tercero, si la hospitalización es inevitable, no permita que su hijo pase solo ni una
hora. Cuando usted mismo no pueda estar allí, asegúrese de que alguna otra cara familiar
y observadora esté a mano. Familiarícese usted con los medicamentos y con el
tratamiento que se suponen que le van a dar y vigile como un halcón al personal médico
para que no cometa ningún error. Ellos son humanos y falibles, y con frecuencia, tienen
prisa, y depende de usted proteger a su hijo de las consecuencias derivadas de las
presiones a las que el personal está sometido. No se deje intimidar por el médico o por el
personal de enfermería. Exija información sobre los medicamentos y el tratamiento que le
están dando a su hijo, pregunte sobre los riesgos y los efectos secundarios, esté alerta ante
las deficiencias sanitarias e insístale al médico para que le dé el alta al niño tan pronto
como sea posible.
No se preocupe porque el personal lo considere un insoportable. Eso podría ser una
buena reacción, ya que ¡haría que tuvieran más ganas de enviar a su hijo a casa cuanto
antes!

177
21.- Cómo elegir el médico adecuado para su hijo.

Ahora que usted conoce los riesgos a los que su hijo se expone si recibe un
tratamiento médico innecesario o inapropiado, puede que usted esté preguntándose cómo
encontrar un pediatra con consciencia y, de esta forma, minimizar los riesgos. ¿Cómo
puede identificar al que tratará adecuadamente a su hijo cuando necesite un tratamiento y
al que le dirá a usted que no hace falta que lo trate?
Esa no es una tarea fácil, no tanto debido a que los médicos no tengan ética o a que
sean incompetentes, como a causa del sistema en el cual han sido educados y en el que
ejercen. Para resumir lo que ya he dicho antes, usted nunca debe olvidar los siguientes
puntos:
Los médicos hacen lo que les han enseñado a hacer. Aunque la mayoría de las
enfermedades infantiles se curan gracias a las defensas que el propio cuerpo posee, a los
pediatras no se les ha enseñado a dejar que la naturaleza siga su curso. Están entrenados
para intervenir, y toda intervención conlleva una serie de riesgos para su hijo.
Al contrario que los buenos mecánicos que «no arreglan lo que no está roto», para
la mayoría de los médicos es muy difícil justificar sus honorarios de visita si le dicen a
usted que su hijo no necesita atención médica. Responden a las expectativas de los padres
dándoles al niño una medicina que no necesita o haciéndoles una prueba que no es la
indicada, y de esta forma exponen al niño a los riesgos que acompañan prácticamente a
todos los fármacos y procedimientos de diagnosis.
Aunque no le he prestado mucho atención en este libro, los médicos tienen unas
necesidades económicas, especialmente al principio de su carrera, mayores que casi el
resto de las profesiones. La mayoría de ellos se embarcan en la carrera médica cargados
de deudas que provienen de los grandes costes de su educación, de los costes de montar
una consulta, y deben soportan grandes gastos generales de consulta desde un principio.
Ellos tienen un fuerte incentivo, y en algunos casos, irresistible, de aumentar sus ingresos
proporcionando servicios que su hijo no necesita.
Ese incentivo aumenta cada vez más con la competitividad existente dentro de la
profesión. El número de médicos que salen de la facultad está batiendo récord, y las
zonas donde ellos prefieren ejercer ya están saturadas. Las autoridades médicas
responsables dicen que, en 1990, sobrarán 7.500 pediatras. Para mantener sus ingresos
cuando cada vez hay menos pacientes, los médicos se sienten obligados a aumentar el
número de servicios que proporcionan a cada uno de los pacientes que les quedan. Este
incentivo aumentará en los años venideros.
Este me trae de nuevo a la pregunta que con más frecuencia me hacen: «¿ Cómo
puedo yo, como padre preocupado, elegir un buen pediatra que le dé a mi hijo un
tratamiento eficaz, pero no excesivo?»
Esa es una pregunta complicada, para la que no existe una respuesta fácil. El
consejo que se suele dar a aquellos que buscan un médico es que consulten la sociedad

178
médica local. Ellos le darán una lista de pediatras fáciles de localizar, pero no le dirá si
son buenos, ya que la AMA no mide cómo trabajan sus miembros. Obtendría el mismo
resultado si lo buscara en las páginas amarillas.
Mi sugerencia es que empiece su búsqueda preguntando a varios de sus amigos qué
pediatra tienen. Elija al que más de ellos visite. Eso no le asegurará que sea un pediatra
competente y atento, que no es dado a los excesos médicos, pero puede aumentar las
probabilidades de que así sea.
Una vez que haya seleccionado un médico, obsérvelo bien durante el tiempo que
esté con su hijo, teniendo en cuenta lo que ha leído en este libro. He aquí las cosas que
usted debería observar para comprobar si el pediatra que ha seleccionado es el adecuado
para usted.

¿Le hizo un reconocimiento completo a su hijo y le tomó todo el historial durante la


primera visita?
¿Le ha preguntado en esa y en las otras visitas sobre el estado físico y emocional de su
hijo? Esta es una parte vital del historial que ningún pediatra competente debería pasar
por alto.
Cuando él le hace a usted una pregunta, ¿escucha lo que usted le dice? Muchos médicos
no lo hacen.
¿Responde a sus preguntas con amabilidad, atención y con todo detalle, o más bien las
evita y lo desanima a usted?
¿Trata con cariño a su hijo y se ha ganado casi inmediatamente su confianza y afecto?
¿Le receta siempre algo, o es lo suficientemente honesto como para admitir que el niño
no necesita nada?
¿Le explica con todo detalle los riesgos y los efectos secundarios de todos los
medicamentos y vacunas que le receta?
¿Considera sus visitas como un simple ejercicio de recetar pastillas, o demuestra un
verdadero interés y le aconseja sobre cómo mantener la salud de su hijo?
Cuando usted le hace una pregunta, ¿ha tenido alguna vez la integridad de decir «no lo
sé»?
¿Responde rápidamente cuando una urgencia hace que usted lo llame por teléfono?

Considérese afortunado si encuentra al médico adecuado en su primer intento. Si el


primer pediatra que usted visite no cumple algunos de los aspectos descritos arriba,
comparta su preocupación con él. Si ha encontrado el médico adecuado, él respetará su
franqueza e intentará responder a sus necesidades. Si no, busque a otro médico e inténtelo
de nuevo. Antes de que haya localizado a un buen médico puede sentirse tan frustrado
como Diógenes, pero su hijo se merece cualquier esfuerzo necesario para asegurarle la
ayuda médica más competente que usted pueda encontrar.

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Sin embargo, no deje de tener en cuenta que es usted, y no su médico, el principal
actor a la hora de preservar la salud de su hijo. El médico adecuado puede ayudarle
cuando el niño esté realmente enfermo, pero es usted quien tiene la oportunidad y la
responsabilidad de mantenerlo sano.

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