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GALACIA LA IGLESIA LEGALISTA

La carta a los Gálatas es una epístola de conflicto. Esta es la única carta paulina que no ofrece una
acción de gracias por los santos. Pablo más bien lanza un ataque desde el principio (1.1-5) y
mantiene un tono severo a través de toda la epístola.

Pero en realidad los gálatas eran gente muy querida para Pablo (4.19) porque ellos eran el orgullo
de su primero viaje misionero (Hechos 13,14), y los frutos de su particular ministerio entre los
gentiles (Hechos 13.46). Pero aquel caluroso recibimiento inicial (véase Hechos 13.48,49; Gálatas
4.12-16) se había convertido rápidamente en un rechazo hostil cuando él se ausentó (Gálatas
1.6s.; 4.15-16; 5.7-12). La enseñanza falsa estaba influyendo en ellos, llevándolos a un evangelio
erróneo (1.7), el cual incluía la necesidad de practicar la circuncisión judía (5.2-4) y la observancia
de los días y los meses judíos (4.10). En breve, a ellos se les había enseñado que para hacerse
cristianos tenían que convertirse en judíos. Habían comenzado por el Espíritu, pero habían
terminado en la Ley como medio de perfección (3.3).

Pablo vio esta defección no sólo como una amenaza contra su propia integridad y autoridad
apostólica. También la vio como una amenaza para la integridad del evangelio. El retorno al
sistema de la Ley equivalía a cambiar la gracia por la maldición (3.10-14; 5.1-4), y el cambio de la
libertad cristiana por una esclavitud servil (2.4; 4.1-11; 5.1-13). Para Pablo, el buscar la manera de
justificarse delante de Dios por medios propios, era equivalente a depende del ego para hacer
todo eficientemente, todo el tiempo (3.10-11; 5.3). Pero la verdad es que nadie puede llegar a ser
tan bueno; y por lo tanto nadie puede escapar a la condenación, "sabiendo que el hombre no es
justificado por las obras de la ley" (2.16).

Pablo tomó en cuenta sólo una excepción: Jesucristo, que en sustitución del hombre, "cumplió"
totalmente todas las demandas de la Ley, removiendo así la maldición que había en la incapacidad
humana de auto-justificación (2.15-21; 3.10-14; 4.1-7). Sin embargo, de acuerdo al punto de vista
de Pablo, el evangelio de Cristo establece que es Dios y no el hombre quien obra la justificación. La
confianza en Dios consiste en que él, en Cristo, ha cumplido las demandas de la Ley "para que la
promesa que es por la fe en Jesucristo fuese dada a los creyentes" (3.22). La salvación y el
evangelio revelan la justicia de Dios, no la del hombre (véase Romanos 1.16,17). Es claro,
entonces, que según el pensamiento de Pablo, todo movimiento conducente a centrar el
evangelio en el hombre y no en Cristo era una perversión (1.6-9). Como Dios es el único justo, él
debe recibir la gloria y la alabanza (véase 1 Corintios 1.18-31).

El legalismo

Sin embargo, durante la ausencia de Pablo, la falsa enseñanza cambió todo lo anterior (1.6). Los
falsos maestros habían tenido éxito en desprestigiar la autoridad apostólica de Pablo, arguyendo
que él era un liberal que quería denigrar a Moisés y a la Ley. De hecho, ellos "invirtieron"
(metastrepho, 1.7) el evangelio de Pablo y lo habían convertido en un "evangelio" de servidumbre,
sometido a guardar la Ley y a hacer obras (3.2-5; 4-9; etc.). Pablo consideró que este cambio no
era algo compatible con la gracia. Más bien era un cambio hacia la maldición (1.8-9); un cambio
que los alejaba de la gracia (5.4).

Las iglesias de Galacia nos hacen recordar del peligro siempre presente que existe de distorsionar
el evangelio, cambiándolo por un sistema de leyes para que el hombre se salve por sí mismo,
haciendo buenas obras. Al igual que Pablo, nuestro deber es centrar el evangelio en Cristo y no en
el hombre (1.6-9; 2.20). El legalismo es un paso de retroceso para retornar a un estado de
esclavitud (2.4; 4.1-11) y una maldición (3.10-14; 5.1-4). La salvación por gracia es un don que se
proporciona sin merecerlo y sin ganarlo (3.22). Si uno confía en sus propios esfuerzos para
merecerlo, entonces esto cancela la gracia y hace perder el don (2.16; 5.4).

Es necesario que recordemos que no era el apóstol (5.7,8) sino los falsos maestros quienes eran
condenados por decir: "haced estas cosas y viviréis" (véase Gálatas 1.6-8; 5.6-12). Requerían que
uno fuera bueno para merecer la salvación en vez de que la justicia fuera un resultado de la gracia.
El cristiano más bien dice: "vive, y haz estas cosas" (2.19-21; 5.22-26). Ni el antiguo ni el nuevo
legalismo son necesarios para el cristiano. Es suficiente: "lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en
la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mi" (2.20).

Las relaciones

Pero también hay otro aspecto de la situación de los gálatas que merece nuestra atención. En el
pasaje de 4.12-20 se percibe algo de la relación recíproca que debía existir entre la congregación y
sus líderes; entre el predicador y la grey.

La actitud de la iglesia

¿Cómo debe relacionarse la congregación con su predicador? ¿En qué debe estar basada su
actitud?

En primer lugar, la actitud de la iglesia no debe ser determinada por la apariencia personal del
predicador (4.13,14). Su apariencia puede no ser simpática (como tradicionalmente se piensa de
Pablo), o puede ser un tipo simpático. Puede ser bien dotado físicamente o enfermizo, como Pablo
cuando visitó Galacia (4.13). Puede ser un intelectual o un hombre sencillo y no muy brillante.
Como sea que sea su apariencia, no debe ser el determinante de la actitud de la iglesia hacia él. No
deben adularlo porque sea simpático; tampoco deben despreciarlo porque sea feo. La iglesia de
Galacia resistió la tentación de rechazar a Pablo (4.14). Esto mismo debe hacer la iglesia de hoy.

En segundo lugar, la actitud de la iglesia no debe ser determinada por caprichos doctrinales
internos - Pablo se convirtió en un enemigo de ellos por haberles dicho la verdad (4.16). Los
prejuicios, las ideas preconcebidas y opiniones "doctrinales" constituyen una base equivocada
para rechazar o aceptar a un predicador.
Por el lado positivo, la actitud de la congregación hacia el predicador debe ser determinada por la
dedicación que éste tenga hacia el mensaje apostólico (1.6-9). Por supuesto que hay razón de
hacer juicios o críticas si el predicador no cumple con su misión, no predica de acuerdo a la Biblia o
no se sujeta a la doctrina apostólica. Pero cuando un predicador expone con claridad el mensaje
de Dios, una congregación del Señor tiene que recibir con humildad la enseñanza, y no criticarla.
La mayoría de las iglesias de hoy podrían mejorar si fueran más humildes y más deseosas de recibir
la exposición de la palabra de Dios.

La actitud del predicador

Pablo expresó una profunda preocupación por formar en los corazones de los creyentes de Galacia
la imagen de Cristo (4.19).

El ministro cristiano debe ser como Pablo y no como los judaizantes. Estos estaban manipulando a
los hermanos de acuerdo a sus propios intereses (4.17). En sus esfuerzos por engrandecerse a sí
mismos, utilizaban a los conversos como medios para escalar a posiciones más altas; lo más
importante era el prestigio y no la salud espiritual. La verdad es que un predicador no puede
atraer la atención a ambos, a sí mismo y a Cristo al mismo tiempo. El predicador prostituye su
ministerio cuando anhela hacer cualquier otra cosa que no sea formar a Cristo en los creyentes.

El pasaje de Gálatas 4.12-20 ilustra, en el área de las relaciones personales, lo que fue escrito en
general en toda la epístola de Gálatas; es decir que un evangelio de gracia produce iglesias de
gracias, en las cuales los cristianos se tratan con gracia unos a los otros. La costumbre legalista de
tratarse unos a los otros de acuerdo al prestigio o apariencia personal no tiene lugar dentro de una
comunidad redimida por gracia.

De manera que lo que les debe importar a las personas no es la apariencia personal del
predicador, sino si Cristo habla a través de él. Y lo que debe importar no es el favoritismo sino la
formación de Cristo en los corazones de los creyentes. Sólo cuando el predicador y la congregación
pongan su mirada en Cristo, podrán guardar sus relaciones mutuas en una manera saludable,
beneficiosa y agradable delante de Dios. Esto es porque la gracia y la verdad vinieron por medio de
Jesucristo (Juan 1.17), y él es el único que merece permanecer en el foco de la fe, de principio a fin
(Hebreos 2.2).

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