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Revista de Filosofía, N° 31, 1999-1, pp.

9-19

Notas sobre la Analogía: Aristóteles, Duns Scoto*

Notes on Analogy: Aristotle, Duns Scotus

Adolfo García Dfaz


Universidad del Zulia
Maracaibo - Venezuela

Resumen

Se estudia en las presentes notas los antecedentes del tema de la analogía en


Aristóteles, derivando hacia la pregunta de si las cosas tienen nombre por naturale-
za. Igualmente, hasta qué punto coincide o difiere el concepto de analogía en Santo
Tomás y Duns Scoto.
Palabras clave: Analogía, Aristóteles, Santo Tomás, Duns Scoto.

Abstract

The antecedents of the theme of analogy in Aristotle are studied in this paper,
deriving in the direction of the question as to whether things have names by nature.
The differences and similarities of these concepts of analogy with those found in
Saint Thomas and Duns Scotus are also mentioned.
Key words: Analogy, Aristotle, Saint Thomas, Duns Scotus.

Recibido: 04-11-98 • Aceptado: 10-03-99

* Nota de los editores: A pesar de su fragmentariedad, cada una de estas notas presenta el
núcleo de pensamiento de los dos autores estudiados, sobre la analogía. Las dos consti-
tuían, al parecer, parte de un mismo escrito más amplio sobre el tema (Mauricio Beuchot
y Angel Muñoz García) ..
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JO García Díaz, A., Revista de Filosofía, N• 31, 1999-1, pp. 9-19

l. Aristóteles

l. "Se llaman equívocas -nos dice Aristóteles- las cosas cuyo solo nombre
es común, siendo su definición diferente en cada caso. Por ejemplo un
hombre y una pintura se denominan ~wwv. En éstas el nombre es co-
mún, mientras la definición denotada por el nombre es diferente en uno y
otro caso. Pues si se quiere explicar cuál es la naturaleza de ~wwv en
cada caso, habrá que dar la definición propia de cada uno".

En estas pocas frases está larvado el problema entero de lo que para Aristóte-
les sea la analogía metafísica. Pero bien sabido es que el tratado sobre las Catego-
r(as a que pertenece este pasaje no ha sido unánimemente aceptado total o parcial-
mente como una obra auténtica de Aristóteles. Ya en el siglo pasado, Gercke ende-
rezó serias objt:ciones contra la autenticidad del libro entero, seguido mílS tarde por
Gohlke, aunque dejando abierta la posibilidad de que la última parte sea una pre-
sentación temprana del pensamiento aristotélico de la madurez. Por su parte, J aeger
admite que la doctrina contenida en las Categorias es muy temprana, si bien su re-
dacción corresponde a una época tardía. En nuestros días, numerosas son las críti-
cas de detalle que se les ha hecho, especialmente por Nuyens, a tales opiniones. La
cuestión, no obstante, no ha encontrado una completa y exhaustiva solución históri-
ca y doctrinal. Sea como fuere, nos importa señalar que por lo menos ha dejado de
ser problemática la inclusión entre las obras que elaboró directamente Aristóteles.
Esto nos da una base lo suficientemente firme para principiar por ahí nuestro exa-
men de una de las principales fuentes de la doctrina de la analogía en Santo Tomás.
Es curioso comprobar cómo las palabras iniciales con que, gracias a los anti-
guos editores, se abre el Corpus Aristotelicum, remitan tan de inmediato a uno de
los más importantes temas de la gran metafísica clásica y tradicional. Lo que tiene
el mismo nombre que algo y definición distinta es equívoco. Inmediatamente des-
pués se nos dirá que lo unívoco es lo que, por el contrario, tiene el mismo nombre y
la misma definición que algo otro. Hombre y caballo son, cada uno en este sentido,
~wwv, tal corno en el otro lo eran el hombre y la pintura. Estas dos divisiones son
las únicas que nos interesan; pues la tercera, que introduce lo parónimo, se funda en
distinciones puramente gramaticales y tanto lo que es equívoco como lo unívoco
pueden serlo. Lo que es o puede ser parónimo son las palabras mismas, y nada más.
Pero muy diferente es lo que ocurre por lo que toca a lo equívoco y lo unívo-
co. Porque, en efecto, ¿qué es lo que puede ser lo uno o lo otro? ¿Son las palabras,
los conceptos, o qué? Si reparamos en las fórmulas mismas de Aristóteles, podre-
mos comprobar de inmediato que no son los nombres lo directamente aludido. Es-
tos remiten a cosas, a través de vor¡¡.wra. Equívocos son, en el ejemplo citado, el
hombre y la pintura, al igual que unívocos son el caballo y el hombre; pero no la
palabra ~wtov bajo su doble naturaleza de nombre y concepto; pues es común a to-
dos ellos, a pesar de que pueda designar cosas diferentes y no sólo iguales. ¿Qué es,
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pues, lo equívoco o lo unívoco? Evidentemente, las cosas mismas. Las cosas, en


cuanto que caen únicamente bajo un nombre común o, a la vez, bajo un nombre y
un género iguales. Pues lo que aquí hay que entender, según lo muestran los ejem-
plos, por A.oyo¡;; r1]¡;; ovma¡;; es la fórmula del género, la definición genérica, no el
A.oyo¡;; rov rt r¡v etvat o definición completa específica. Entidad (ovata) mienta, por
ende, la entidad secundaria, el universal, de acuerdo con la separación establecida
en este Tratado entre entidades primarias y secundarias.
Ahora bien, supuesto que las cosas en cuanto tales son las que principal y di-
rectamente pueden ser equívocas o unívocas, quedaría por preguntarnos, ¿a qué de-
ben el ser tales? Ante todo, debe advertirse que no sólo cosas distintas, sino las mis-
mas pueden ser tanto lo uno o lo otro. El hombre se nos ha presentado como equí-
voco y unívoco alternativamente. Estas "características", por así decirlo, no son,
pues, absolutas, sino en un cierto sentido, relativas. ¿Qué es, entonces, lo que per-
mite el que sean consideradas en una u otra forma? Nada esencial a ellas, como
puede barruntarse, sino una cierta conformidad con algo común en idéntica manera.
Si hombre y pintura son equívocos ambos, es justo por caer bajo un nombre co-
mún: ~wtov. Semejantemente, hombre y caballo son unívocos por su conformidad
con un único género, con el género animal (~wtov). En esto concuerdan las cosas
equívocas con las unívocas, aunque ahí mismo esté su profunda diferencia. Pues, si
tanto el mero nombre como la defmición genérica son comunes en manera igual a
ellas, las primeras no tienen más que el nombre en común y nada más. Su Kotvwvta
no pasa del plano del lenguaje escrito u oral. En cambio, las segundas entran en la
comunidad lógica del universal, ajeno al modo en que pueda ser expresado. Claro
está, por otra parte, que lo unívoco también cae bajo un nombre único; pero éste no
pasa de, como es obvio, ser algo secundario, accidental a su verdadera naturaleza.
Terminológicamente, habría que distinguir entre las cosas K«ra r:ovvopa,
equívocas, y las KaO'ev, unívocas. Si bien estas últimas son igualmente ~ear:a
rovvop,a en una cierta medida. Pero, teniendo presente su distinción última, los tér-
minos aristotélicos no dejan nada que desear tocante a precisión. Es un hecho que
nunca Aristóteles ha aplicado a lo equívoco la expresión ~eaO'ev. Porque lo que hay
que entender, por lo menos en los pasajes del tratado de las Categorfas, después de
ev es yeva<;, y no ovop,a. Mayores precisiones en cuanto a ~ea(}' ev sólo podrán ha-
cerse más adelante, después de considerar el problema que ha de llevarnos al meo-
llo de nuestro tema.
El ente (ro ov) -Aristóteles lo repite incansablemente- no es un género, ni en-
tra en definición alguna. Puesto que serlo incluiría sus propias diferencias, lo cual
es un contrasentido. La metafísica tomista permanecerá fiel a este postulado aristo-
télico. Pero, entonces, ¿cómo cabe explicar su manifiesta universalidad? Cada una
de las cosas comprendidas bajo las categorías, cada uno de los integrantes de la rea-
lidad es ente. Desde el Motor Inmóvil y las entidades separadas, hasta la más
ínfima de las entidades corruptibles son entes. No es, por otra parte, un género su-
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premo, tal como lo entendió Platón, en el que participe todo. ¿Habrá que admitir,
consecuentemente, que el fundamento de esta aplicación universalísima no es sino
el lenguaje? Los juegos dialécticos de un Gorgias tendrían entonces cabida en el
pensamiento de Aristóteles. Incluso, en las afirmaciones de un escolástico como
Scayni, para quien (ly) ens est solum nomen, nullum proprium conceptum referens,
no debe entenderse que se base sobre la mera igualdad de un nombre su "universa-
lidad". El ente no es equívoco; pero tampoco unívoco. Limitándonos a las Ca-
tegorías, la cuestión queda sin respuesta. Menester será buscar si Aristóteles no
incluye otra posibilidad más, al lado de éstas.
En los Tópicos, Tratado presumiblemente coetáneo del anterior, encontramos
mayores y más precisos datos. El tema vuelve a aparecer, a la vez que se introduce
una nueva temtinología. La división ya conocida se establece ahora atendiendo a
que las cosas se expresan en muchas maneras o en una, de acuerdo con el Etóoc;.
El verbo AEYElV no se limita, importa destacarlo, al sentido de expresar algo oral-
mente o por escrito, sino que también tiene el de expresar algo mentalmente, en el
pensamiento. Pero, ¿cuáles son estas cosas que así se expresan? Tomando la fórmu-
la en general, sería erróneo creer que r:a .7lollaxwc; A.eyo¡,teva se identifican sin más
con las cosas equívocas. Ya Waitz hubo de señalar casos en que esto no es así. Su
connotación abarca casos que salen fuera de lo estrictamente equívoco. Sin embar-
go, en este texto, Aristóteles es bien explícito. Se trata, precisamente, de algo
.7lollaxwc; r:wt etÓEt. De algo que, en conformidad con una forma o especie, se ex-
presa de diversas maneras, esto es, que siendo igual en expresión, no responde, em-
pero, a una forma igual, como en el caso de lo ¡,tovaxwc; r:wt EtOet.
Esta precisión ayuda a confirmar que r:a .7lollaxwc; JWt r:a ¡,tovaxwc; AE -
yo¡,tEVa r:wt EtÓEt, se identifican perfectamente con las cosas equívocas y unívocas
de que trataban las Categorías. La misma conformidad con algo uno; pero este algo
uno se presenta en la segunda instancia con un sentido diferente y más amplio. En
las Categorías de lo que se trataba era del género lógico; pero en los Tópicos se le
substituye por Etdoc;, por algo que tanto puede ser una especie lógica, otro univer-
sal, cuanto a la forma de las cosas mismas. Lo último no se alude aquí todavía;
pero, dado que Etooc; designa tanto la una como la otra, hay que evitar confundir el
primer sentido con el segundo, dentro de este contexto.
La definición genérica incompleta deja su lugar a la específica y completa.
Todo concuerda exactamente. Pero, la posibilidad de una "clase" diferente de r:a
.7lollaxwc; A.eyo¡,tEva hace su aparición, al plantear Aristóteles el problema acerca
de cuál es el rasgo característico de lo bueno. A partir de la distinción de sentidos
que puede tener lo "bueno", queda abierta la posibilidad de que lo que se dice de
muchas maneras no se identifique meramente con lo equívoco, tal como sucedía
antes. En dicha sección de los Tópicos, Aristóteles expresamente considera estos
términos como equivalentes. Pero ahora lo "bueno" se toma como una unidad que
tanto puede contener cualidades, como cosas que producen un determinado resulta-
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do y son, por eso, "buenas". Sus definiciones, sus naturalezas, son conocidas; perte-
necen a categorías diferentes. Y, no obstante, son denominadas "buenas". No se
trata, por ende, de cosas unívocas; pero tampoco, como veremos, de cosas equívo-
cas. Este es justamente el punto que interesa destacar.
La postura aristotélica al respecto, se nos hace patente en un pasaje de singu-
lar importancia, perteneciente a la Etica Nicomaquea. No sólo rechaza ahí Aristóte-
les el que lo "bueno" sea algo equívoco al modo que eso ha sido explicado en las
Categorías y, en parte, en los Tópicos, sino que nos ofrece una exhaustiva clasifica-
ción de las cosas que, según él, se dicen de muchas maneras.
"Las definiciones del honor, la prudencia y el placer son diferentes y dis-
tintas bajo el aspecto de ser buenos. Sin embargo, lo bueno no es algo
común, como si se tratara de una idea. ¿Cómo es, entonces, que son lla-
mados buenos? Seguramente no de modo parecido al de las cosas equí-
vocas. ¿Son buenos porque parten de algo uno o porque en último resul-
tado están dirigidos hacia algo uno? ¿O más bien son buenos por analo-
gía? Pues al igual que la vista es buena para el cuerpo, así es la razón
para el alma y similarmente algo otro en otra cosa".

Por principio de cuentas, Aristóteles sugiere una posibilidad. Se trata de cosas


equívocas por casualidad. La precisión no es superflua, como ya veremos. Una se-
gunda es que varias y diferentes cosas son buenas o porque tienen un origen común
(a<jJ'evor:,) o porque se refieren, de un modo u otro, a algo uno (1rpor:, ev). La tercera
es por "analogía" (avaA.oyta).
El problema lo constituye precisamente esta segunda posibilidad. ¿Se está de-
signando con estas expresiones dos posibilidades distintas o una sola? Si se compa-
ran pasajes paralelos del Libro G y del Libro K de la Metaftsica, podremos perca-
tarnos de que la preposición pros se utiliza sin mayor dificultad, en lugar de la pre-
posición de ablativo. De hecho, al emplear a<jJ'evor:,, Aristóteles no entiende salir
del campo que delimita 1rpor:, ev. Si hay cosas que puedan denominarse por la fuen-
te de que surgen, esto equivale, evidentemente, a que se denominen por su referen-
cia a esa fuente, esto es, 1rpor:, ev. En su crítica a Jaeger, von Arnim considera que
la expresión con ablativo es simplemente más primitiva y menos desarrollada que
la otra, pero que le corresponde exactamente. Opinión que, de acuerdo con los tex-
tos aristotélicos, se muestra como más probable que la de Ross. Podría agregarse
incluso, tal como lo ha señalado Ownes, que los comentaristas de Aristóteles com-
binan constantemente las dos expresiones al referirse a lo mismo.
Pero la cuestión quizás más importante y decisiva es la de las cosas 1rpor:, ev
que, en el rigor de los términos, no pueden confundirse con las análogas. Más bien,
importantes pasajes de los Tópicos indican que tanto las cosas equívocas por casua-
lidad, así como las 1rpor:, ev y las análogas, son "tipos" de cosas equívocas, en un
sentido lato. Alejandro de Afrodisía hubo ya de considerar que, aunque las cosas
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que se denominan equívocas por casualidad son la instancia más importante


(KV.nAw<;) de lo equívoco, hay que distinguirlas de aquellas que tienen alguna causa
para ser denominadas igual, entre las que coloca a las cosas equívocas por referencia,
tanto como a las análogas. Así hubo de entenderlo también Boecio, para quien lo
equívoco por casualidad y lo .npoc; EV son, al par, aequivocorum; si bien uno a casu y
lo otro a consilio. En esta forma, según Aristóteles, tendremos la siguiente división:

1 por casualidad
1
equívocos <JI por referencia
1
1 por analogía

Cuidémonos también de considerar que lo equívoco por referencia cae, para


Aristóteles mismo, dentro de lo análogo. Como se ve, hay una distinción tajante en-
tre lo uno y lo otro. Es cierto, por otra parte, que la función que cumple lo equívoco
por referencia es una función analógica, tal como será posteriormente entendida por
la filosofía escolástica y por Santo Tomás principalmente. Pero incluir, sin más, a
lo .npoc; EV dentro de la analogía de atribución, es confundir doctrinas separadas por
un largo camino de evolución y transformación. Santo Tomás puede dar por senta-
da esta interpretacion, como también Cayetano; pero no olvidemos que eso sólo es
válido desde una perspectiva extra-aristotélica. Más adelante veremos que esta
substitución d1! la equivocidad, como denominador común, por la analogía, no es
anterior a los comentarios de Averroes. Y, por ende, ajena al pensamiento auténtico
del Estagirita. Muskens ha insistido suficientemente sobre el cuidado que hay que
tener para no confundir, además, lo que para Aristóteles es la avaA.oyta con la ana-
logia attributionis: "Idem dicendum -afirma- de specie alia, scilicet de analogía
attributionis, quam verbo avaA.oyta<; nusquam significare Aristoteles videbitur,
deque omnibus illis notionibus quas nonnulli nostro tempore analogas appellant,
quas tamen Aristoteles nec verbo nec re suae avaA.oyta coniunxit". La comproba-
ción plena de esta interpretación la obtendremos en un tratamiento más detallado
del sentido último de la equivocidad .npoc; EV y de la analógica.
2. Más arriba, al ocuparnos de la expresión aristotélica ~ea()'ev, dijimos que,
en unos casos, lo que había que subentender a continuación era yevoc;, y en otros,
más precisamente, etdoc;. Todo dependía de que se tomara la definición incompleta
o la completa. Esto en cuanto se trataba de lo unívoco. Con todo, por lo que toca a
la equivocidad .npoc; EV, abandonamos la comunidad de definición. Si algo hay que
subentender también después de .npoc; EV no es ya más una definición, un género o
una especie, sino unaforma, un etdoc; real y no "mental". Para aclarar esto, recor-
demos los ejemplos sobre lo "medicinal" y lo "sano" dados por Aristóteles con la
finalidad de mostrarnos en qué consiste este tipo de equivocidad. En todos ellos -en
las cosas "medicinales" o "sanas"- el punto de referencia es o bien la salud o bien
la ciencia médica. La primera y la segunda son formas, más precisamente formas
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accidentales. Pero no se suponga que sólo éstas pueden servir de puntos de referen-
cia. Eso sería limitar excesivamente el alcance de este tipo de equivocidad. Por el
contrario, todas las formas, entitativas o accidentales, pueden jugar este mismo papel.
"Cada uno de éstos (lo medicinal y lo sano) -nos dice Aristóteles- tam-
bién lo expresamos de muchas maneras. Cada uno es así expresado por
alguna clase de referencia, en un caso a la ciencia médica, en otro a la
salud ... pero cada grupo en referencia a una cosa distinta. Pues un tratado
y un cuchillo son llamados "medicinales" porque el primero procede de
la ciencia médica, mientras que el segundo es útil para ella. Y las cosas
son llamadas "sanas" de modo similar, una porque es un signo de la sa-
lud (a saber, el color), la otra porque la produce (a saber, la medicina). Y
lo mismo ocurre en otros casos".

Basta recordar los textos de Santo Tomás en que se emplean parecidos ejem-
plos para percatarse de la continuidad de doctrinas. Para Aristóteles, igual que para
Santo Tomás, la forma "medicinal" o la forma "sano" no son las formas del cuchi-
llo, ni del color o la medicina, sino de la primera instancia de ellas, de lo que muy
posteriormente se denominará el analogatum principale, es decir, de la ciencia mé-
dica como hábito o del animal; puesto que semejantes instancias posteriores tienen
cada una su forma propia. Pero, incluso, la ciencia médica y el animal mismo po-
drían ser considerados como otras tantas instancias secundarias. Según Aristóteles,
aun lo que es capaz de recibir la salud o lo que posee o ha la ciencia médica. Bajo
esta perspectiva, es la forma aislada, abstracta, la que cumple la función de analo-
gado principal. Tal es justamente el origen histórico de la división tomista entre
analogías unum ad alterum y plurius ad unum.
Obsérvese, además, que en el caso de los analogados secundarios, se trata
simplemente de que no poseen como propia una determinada forma; pero no de que
no posean en absoluto ninguna y, por ende, el problema que ahora surge es el de sa-
ber cómo es que pueden, a pesar de no poseer lo sano o lo medicinal, ser de alguna
manera "sanas" o "medicinales" y ser denominadas así. Si la equivocidad npoc; ev
radicara únicamente en los nombres, el problema no existiría; pero tampoco sería
posible distinguirla de la equivocidad por casualidad. Por ende, por lo que toca a
aquello a lo que se impone el nombre, "sano" significa lo que conserva la salud del
animal; pero, por lo que toca a para qué se imponga, debemos decir que se le impo-
ne para hacemos conocer sus nexos con el predicado sano del animal, con su salud;
en cuanto que sólo sabremos qué significa lo "sano" del alimento, si conocemos
cuál es y qué es el efecto de esa conservación, es decir, la salud del animal; efecto
que, sin embargo, no significa'.

Cfr. 1/ Sent., dist. 12, art. 5, ad 2; 2 Anim., 9.


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Pese a que Santo Tomás nos diga que ''nomen... et verbum significant ex insti-
tutione humana"2, no se debe suponer que, a sus ojos, fuera adecuado, a fin de evitar
hasta la mínima "ambigüedad", dar otro nombre a lo que significa "sano" aplicado al
alimento. La afirmación anterior no tiene más objeto que mostrar que sería igualmen-
te adecuado llamar "cano" o "abralano", etc., a lo que denominamos sano; pero, si
así fuera el caso, entonces habría que seguir llamando "cano" o "abralano", etc. tam-
bién al alimento. La explicación de esto traerá, al par, como. resultado el que com-
prendamos cabalmente en qué se distingue la equivocidad pura de la analogía o, con
otros términos, la equivocidad a casu de la equivocidad a consilio.

Ahora bien, no vemos por qué no sea tan igualmente posible imponer otro
nombre a lo "sano" que se atribuye al alimento. Pues, lo único que hasta ahora se ha
tratado de mostrar es que no hay razón para hacerlo, en virtud de que para Santo To-
más los nombres que no significan algo preciso y determinado, significan todo y no
meramente un objeto determinado, aunque de modo indeterminado. Compárese éste
con el caso en que se pronuncia el nombre osa. Este nombre tiene un significado de-
terminado; pero que signifique los objetos que significa, no quiere decir que no signi-
fica otros objetos posibles. Lo que de equívoco tienen es que la palabra misma puede
significar dos objetos diferentes; pero, su ratio no es en modo alguno indeterminada:
en cada caso nuestras concepciones tienen intenciones distintas. Aquí sólo cabe defi-
nirlo nominalmente: explicitar cuál es la ratio de que es signo y de cuál no.
Hay que mostrar ahora, por ende, que si bien somos libres para imponer a los
significados signos al antojo, no lo somos para imponer nombres, esto es, signos
significativos a las cosas reales. En esto reside la diferencia. Pero la explicación
más profunda reside en que, acordado que un signo se imponga a tal significado, es
menester seguir las conexiones reales e imponer un nombre similar a otro significa-
do conexo (y conocido) con el primero, hasta formar un plexo de nombres. Esta es
la causa de por qué se impongan ciertos nombres (a quo ad significandum imponi-
tur). Y, en este sentido, puede decirse que los nombres significan por naturaleza.

11. Duns Scoto

"Ad aliud de analogia -nos dice Duns Scoto-, quod illud (scil. sanitas
quae est realiter in animali et in urina non nisi per attributionem) recipi-
tur tantum in uno realiter et in alüs per attributionem, dico quod hoc est
falsum; quia si ita est in uno exemplo, in centum est contrarium; nulla

2 In Perihenn., lib. 1, lect. 2.


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enim est maior analogia quam sit creaturae ad Deum in ratione essendi,
et tamen sic esse primo et principaliter convenit Deo, quod tamen realiter
et univoce convenit creaturae".

Este es uno de aquellos casos privilegiados en la historia de la filosofía, tan


frecuentes por otra parte, en que dos explicaciones que han partido de un plano
doctrinal común, llegan, no obstante, a conclusiones muy distintas y hasta aparente-
mente contradictorias; pero cuya mutua comparación es preciosa, pues permite des-
cubrir sus características más profundas y su verdadera esencia. El diálogo que se
establece entre Duns Scoto y Santo Tomás acerca de la analogía del ente, en gene-
ral, y particularmente de la analogía entre Dios y las creaturas, es revelador en
sumo grado. El Teólogo conocido como Doctor Subtilis no rechaza, puede verse, la
posibilidad de la analogía. Hay ejemplos en que pudiera ser lícito hablar de ella;
pero, por lo que toca a todo lo que conviene a Dios y a las creaturas, la verdadera
perspectiva debe ser muy otra. A pesar de que las creaturas y Dios están separados
por una distancia como la que media entre lo finito y lo infinito, los atributos de am-
bos, lejos de ser análogos, son unívocos. Es más, a Duns Scoto le parece que todos
aquellos que han tratado de Dios y de lo que de El puede conocerse, a pesar de recha-
zar explícitamente la univocidad, no han dejado de utilizarla subrepticiamente.
El principal blanco de sus ataques no era realmente, para él, Santo Tomás de
Aquino, sino los pensadores próximos inspirados en él. Pero, con todo, filosófica-
mente hablando, no hay posición más antagónica a la de Duns Scoto que la de San-
to Tomás. Si históricamente el diálogo entre uno y otro es obra de sus escuelas, eso
ya indica la paradójica proximidad-lejanía de sus tesis, de la que hubieron de perca-
tarse sus seguidores. Pero, al colocarse Duns Scoto, con referencia a su circunstan-
cia inmediata, en las antípodas de la univocidad, el propósito que lo animaba no era
obviamente un mero afán de originalidad, ni sus tesis constituían una boutade. Si
algún desconcierto siguen produciendo en quienes la comparan con las tomistas, la
causa de eso hay que buscarla en el hecho de que no han advertido que su lenguaje
no es el mismo y que, por absurdo que parezca, no son tan contradictorias como a
primera vista podría pensarse.
Si a Duns Scoto le parece que cualquier atributo que convenga a Dios tanto
como a las creaturas tiene forzosamente que ser unívoco, obedece a que considera
ante todo los conceptos de esos atributos. Y esta concepción ha condicionado las
ulteriores consecuencias. "Deus et creatura non sunt primo diversa in conceptibus;
tamen sunt primo diversa in realitate, quia in nulla realitate conveniunt; et quomodo
esse possit conceptus communis sine convenientia in re vel in realitate, in sequenti
dicatur". Aquí no nos interesa presentar una visión más o menos completa de la
doctrina scotista de la univocidad, sino iluminar con su ayuda a la analogía tomista.
Duns Scoto exige que antes de declarar que un concepto es análogo a otro, hay que
tener ya previamente este último. ¿Con qué derecho afirmamos que el concepto
esse obtenido a partir de las creaturas sea análogo al Esse divino, supuesto que no
'-t •t 1 ti• tri lh •l~~~~fllitlH"-·"'"Lti'"" 'f·t+·,,t h ltlli·' ~~~~411~~1ti·"·'ll'""'·lll'•'"tJ... ,~.,. 11H·11t .<>flltl1l .J¡,,,¡t tt· ·1

18 García Díaz, A., Revista de Filosofía, N° 31, 1999-1, pp. 9-19

puede ser aprehendido primariamente, antes que el otro? De aplicarse al or-


den de lo creado tanto como a Dios, eso tiene que significar que el concepto esse es
unívoco, no análogo o equívoco; pues de ser esto último, la consecuencia sería el
agnosticismo. Si, como ha establecido Santo Tomás, tenemos en este caso dos
conceptos análogos, próximos el uno del otro, y no uno unívoco, la consecuencia
para Duns Scoto, que de ahí podría desprenderse es que, entonces, se ha cerrado el
camino para obtener conceptos unívocos; ya que en la misma forma podría afirmar-
se que Sócrates y Platón no representen el mismo concepto hombre, sino dos dis-
tintos, aunque próximos.
Pero, ¿es que acaso, al afirmar que Duns Scoto se ha contentado con tomar
sólo en cuenta el concepto, hemos explicado el por qué de sus concepciones? ¿Aca-
so no también Santo Tomás nos habla del concepto dentro de su doctrina de la ana-
logía? Sí; pero bajo una luz que explica perfectamente el motivo de sus divergen-
cias y aclara, precisamente, sus más hondas características.
La analogía de proporción, y no únicamente la de proporcionalidad, exige,
para Santo Tomás, dos juicios por lo menos. En efecto, el analogado principal es
siempre el sujeto en uno de ellos, y el o los analogados secundarios serán a su vez
los sujetos de los otros. Pero justamente lo que permite decidir si un concepto es
unívoco, análogo o equívoco es su función en cuanto predicado de esos juicios. De
ahí en fuera, de no mediar o quedar por supuesta esta comprobación, es obvio que
Santo Tomás no considera que los conceptos en sí mismos puedan ser otra cosa
sino unívocos. Si osa puede ser tanto un nombre que mienta un animal o una cons-
telación, un nombre equívoco, eso depende de la función que como expresión equí-
voca de un predicado pueda tener: pero sus conceptos correspondientes, tal clase de
animal o tal determinada constelación, son en sí mismos unívocos. Parejamente, si
el concepto ser es análogo en relación a Dios y a las criaturas, su carácter de análo-
go se desprende de las funciones diversas que un idéntico concepto abstracto tiene
en dos juicios bien distintos, como son las predicaciones por esencia y por parti-
cipación. Semejante perspectiva nos ofrece la razón de por qué Santo Tomás no
piensa que un predicado análogo pueda ser un concepto abstracto, el mismo para
todo sujeto, sino separado, separado de las condiciones que implica el ser predica-
do de este preciso sujeto y no de aquél.
Todo concepto abstracto es eo ipso unívoco. Y, tratándose del ser, sólo el ens
commune reúne tales requisitos. Si bien no entra nunca como predicado propio,
puesto que todo predicado propio se adecúa y conforma a la naturaleza y modo de
su sujeto. No es el mismo, verbi gratia, para las criaturas y Dios. Pero, en cuanto
predicado de sujetos que impliquen modalidades totalmente iguales, no hay nada
que le impida el ser tomado en un mismo sentido en todos los casos. Pero, tómense
sujetos entre los que medie una infinita distancia, modalidades incomparables, y se
nos presentará en una dirección como separado de los modos según los cuales se da
en otro. Modos que dependen aquí del grado de composición mayor o menor en
García Díaz, A., Revista de Filosofía, No 31, 1999-1, pp. 9-19 19

que entre, del grado de potencialidad que lo limite. Y esto vale no sólo para el esse,
sino para cualquiera de los demás atributos divinos y criaturales.
Todo indica que Duns Scoto no comprendió nunca los requisitos de lo análo-
go según Santo Tomás; porque lo que él ponía en primer plano era la consideración
del concepto aislado, no de su papel dentro del juicio. Para Santo Tomás, por el
contrario, un concepto no puede ser análogo, a menos de ser un concepto-predica-
do. Esta es la condición sine qua non. Un cambio insignificante en el inicio ha ori-
ginado, pues, unas consecuencias extraordinarias. Pero de ahí en fuera, Santo To-
más estaría, por lo menos, de acuerdo con Duns Scoto, en que esse, como concepto
abstracto, es unívoco. Claro que esto tampoco significa que el Doctor Sutil no haya
tomado tales conceptos unívocos como predicados; pero precisamente esta es una
visión de segundo orden, condicionada ineludiblemente por la primera. Si esse,
como predicado de las criaturas y de Dios, es unívoco, no se piense que toma en
cuenta su carácter de predicado, sino de concepto tomado absolutamente.

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