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“Yo soy yo, yo soy yo”, insiste la joven a modo de tentativa de convencerse a sí y a su pareja, que su verdadera
identidad no era aquella, la de la mujer fácil, lasciva, del autostop, sino ésta, su compañera de siempre, la
primera, ¿la original?
Ficciones del yo: producciones de máscaras que se desplazan continuamente. Yo: engaño, fraude. Centro
provisional que se descentra, cediendo su lugar al lenguaje.
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-¿Quién eres tú?-dijo la Oruga
-Yo…yo casi no lo sé, señor, en este momento…
Lewis Carroll Alicia en el país de las maravillas
¿Podría suceder que un detalle, algo que en primera instancia se antoja como mera trivialidad, irrumpa la calma
cotidiana y devenga en suceso, extrañeza de si, e interrogante existencial? En la novela del dramaturgo italiano
Luigi Pirandello, Uno, Ninguno, Cien mil, Vitangelo Moscarda (tal es el curiosos nombre del protagonista) se
hurga la nariz distraídamente. Nada más banal, al momento: rascarse. La acción se ve interrumpida cuando su
esposa al verlo, le pregunta y él responde que siente dolor
-Creí que mirabas de que parte está inclinada.
¿Su nariz? ¿Torcida? ¿Cómo él no lo vio nunca y si su esposa? Moscardo empieza a sospechar detentar otros
defectos; indaga nuevamente en su nariz, se concentra en sus orejas, manos. Su mirada le retorna un cuerpo
ajeno. Se torna cavilante, huraño y su cabeza estalla en infinitas preguntas tantas como ojos lo miran.
Porque acorde a la mirada de los otros, y de si, Moscardo se percibe como
Uno: “Y yo no lo sabía y no sabiéndolo creía ser para todos un Moscardo con la nariz derecha y era para todos,
con la nariz chueca”.
Ninguno: “Quería estar solo sin mí. Quiero decir, sin aquel de mí que yo ya conocía o creía conocer. El extraño
inseparable de mí. Si para los otros no era aquel que hasta ahora había creído ser para mi ¿Quién era yo?
Cien Mil: “Mi atroz drama se complicó con el descubrimiento de los cien mil Moscardos que yo era no solo para
los otros, sino para mi, todos con el único nombre de Moscardo”.
La problemática del nombre propio, entre otras cuestiones como posibles pistas que se revelan en esta novela,
aparece como un testimonio decisivo de la propia identidad.
El nombre propio se siente como tal (propio) pues singulariza, distingue de tantísimos otros posibles. Si hay un
nombre que siento como propio, que me identifica, ¿lo seguirá siendo si también identificara a muchos otros? ¿O
se trata de la consecuencia de una imposición, un vocablo que no ha venido conmigo al mundo y aun así,
persisto en creerlo mío?
Moscardo desconfía, inclusive, del apodo con el que su mujer lo nombra, Gengé. Efectivamente, ese apodo era
una invención de ella, la forma en que lo ve, materializada en una cariñosa combinatoria de letras y sonidos por
ella elegidos.
El amor crea una ficción: la producción de un “tipo”, Gengé, que no necesariamente se condice con él, al menos
con lo que él supone, cree, piensa, dice, duda, siente, afirma, en la Insoportable levedad del ser, escribiría
Kundera.
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Me he dado cuenta de que miento, siempre he mentido,
siempre he mentido.
He escrito tanta inútil cosa, sin descubrirme,
sin dar conmigo.
Silvio Rodríguez
Búsqueda de etimologías y definiciones en base a lo que en Pierre Menard, autor del Quijote, de Jorge
Luis Borges, opera a modo de catálogo falaz.
Tomo el diccionario de la Real Academia Española, como puntapié y diseminación de rutas posibles para
problematizar el vocablo ficción. Se lee:
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Ficción
a) acción y efecto de fingir.
b)- invención, cosa fingida.
c) -clase de obras literarias o cinematográficas, generalmente narrativas, que tratan de sucesos y personajes
imaginarios.
d) Der. La que introduce autoriza la leyó la jurisprudencia a favor de alguien: como cuando al hijo concebido se le
tiene por nacido.
Su derivación etimológica latina derivada de fictium designa fingir, inventar. A su vez, inventar alude
al sustantivo neutro latino inventum, cuya traducción apunta a algo nuevo que viene (ventus) en (in) uno.
El concepto de identidad en el Pensamiento Occidental ha sido abordado con mayor pregnancia y durante
siglos, ligado al descubrimiento. Lo que define a un individuo como lo que es, lo que le es propio y constitutivo,
aquello que está ahí desde siempre, impreso en su naturaleza, puede ser des-cubierto o des-
ocultadoprogresivamente en la experiencia cotidiana. Acorde al planteamiento aristotélico del Libro V de
Metafísica, cada cosa o individuo es idéntico a sí mismo, según la fórmula A=A. Esta consideración elude
pensar la identidad como irrupción de fuerzas y devenir. Todo lo que fuera del orden de las manifestaciones
proviene de una única raíz, de esa irrepetible identidad.
Esta postura parte de la idea que a) hay una identidad b) se puede dar cuenta de ella, en sus manifestaciones, su
esencia, origen, c) es pasible de ser descubierta, develada.
Tal proposición de la Antigüedad es retomada por el filósofo moderno Hegel, en el capítulo segundo del libro II
de su Ciencia de la lógica, quien introduce el principio de contradicción. Básicamente analiza la imposibilidad
que A sea simultáneamente A y no- A. La oposición ingresa como variable necesaria en la relación de cada quien
consigo mismo. Esto implica un desdoblamiento, un salirse de sí, para que cada individuo pueda expresar su
identidad, re-presen-tarse, re-flexionar-se. Identidad ligada al movimiento ya que cada cosa o individuo se
descentra para expresarse, negar su aislamiento y lograr comprenderse a sí mismo en su retorno.
Esta suerte de tesoro escondido, soldado a una tópica de la interioridad, ha regido durante siglos la Metafísica La
identidad asociada a la sustancia, a lo único, lo original, lo auténtico; sus mostraciones tales como el Sujeto, el
Yo, la Conciencia, correlatos de la idea de Dios y de la grandilocuencia de sus atributos, ésta vez trasvasados al
Hombre.
Más aun; la noción moderna de Sujeto, se erige como modelo y medida, e inaugura las lógicas de la propiedad,
el lenguaje representacional, reforzando dualidades en clave platónica, (lastres de antaño como original-copia,
auténtico-falso, esencia-apariencia) jerarquías y valoraciones en los modos de concebir lo viviente, lo humano, el
mundo, la existencia, a través de la devota Fe en la Razón.
Difícil enseñanza la de proponer un recorrido posible en la Historia de las Ideas sin caer en reduccionismos y
afirmaciones conclusivas. Justamente, porque la Historia, otro invento moderno, se escribe en singular, en
mayúscula, rigiéndose como obediencia debida al principio de Autoridad y Linealidad.
Sea como fuere, prefiero ficcionar que siempre, desde que el mundo es mundo, algún o alguna aguafiestas, viene
a empañar la Celebración del Yo, y el Dogmatismo de las Versiones Oficiales pretendidamente Verdaderas.
Llámese Freud, Nietzsche, Lacan, Derrida, Deleuze, Foucault, Arendt, Beaviour, Zambrano. Y tantísimos otros/as
en este texto omitidos.
Si de revueltas, se trata, claro está que los poetas, los artistas, lo hicieron (y siguen haciéndolo) muchísimo antes
que todos los mencionados/das (y omitidos): solo que les está vedado el ingreso a la Academia. Si no,
pregúntenle a Platón.
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Desde fines del siglo XIX, algunos pensadores con Nietzsche a la cabeza, si bien retoman el planteo hegeliano
de contradicción, niegan la posibilidad que a través de ella, (la oposición) se descubra o desdoble la identidad.
Las identidades, son abordadas en términos de multiplicidades que continuamente se inventan y construyen a
través de los diversos modos en que los individuos son atravesados por fuerzas diversas.
No hay identidades naturales, esenciales, originarias, sino tan sólo multiplicidades de experiencias y apariciones.
Recurrir al planteo de la identidad aristotélica y hegeliana es valerse de un concepto abstracto que construimos
para ordenar, organizar y coherentizar una multiplicidad de experiencias singulares que no guardan una relación
necesaria entre sí.
Hace pocos días, se dio la consigna ligada a la cuestión de la identidad, en un práctico de Gruposdos, alentando
en los alumnos/nas las escrituras de sí. Puntualmente se pidió que se presenten intentando responder a la
pregunta ¿Quién soy? Las respuestas fueron mayormente elaboraciones (por parte de cada uno/a), de relatos
lineales, coherentes, ordenados, en ocasiones recurriendo a adjetivos (soy sociable, soy estudiosa, soy tímido).
Por supuesto, nadie estaría dispuesto a ofrecer una narración de si, contradictoria.
No obstante, desde la perspectiva que intento mostrar (identidad-inventum) la construcción de identidades como
un todo coherente es el resultado de una invención, construcciones incluso, de las que no somos completamente
artífices. Se trata del desenmascaramiento de aquella presunta identidad o naturaleza originaria.
Para uno de los maestros de la sospecha, Sigmund Freud, entre los numerosos dislocamientos de su propuesta
teórica, está la de situar el Yo, (Introducción del Narcisismo, 1914) no del lado del Sujeto, de lo que éste sabe de sí
mismo, que era el modo habitual en que la tradición lo venía planteando, sino del lado del Objeto, objeto de
amor. Un yo que lidia en su condición de inquilino cuando Freud refiere que el Yo no es dueño de su propia casa,
(El Yo y el Ello, 1923).
Lo excéntrico del Yo, fuera del centro, y la formulación de lo Inconsciente pateando el tablero de cualquier tentativa
de unidad, interesa tanto desde la psicopatología como desde el desarrollo magistral que Freud teoriza sobre la
cotidianeidad, donde múltiples personajes censuran, hacen chistes o se equivocan. Lo inconsciente, esa experiencia
de la extrañeza que hay un poder sobre nosotros.
Sigmund Freud toma de Friedrich Nietzsche, (otro de los Maestros de la Sospecha) en Más allá del bien y del mal, la
idea de lo incapturable del pensamiento, ya que viene cuando él quiere, como se le antoja, y no cuando yo quiero.
Es un falseamiento decir que el Sujeto Yo es la condición del predicado pienso. El yo según este filósofo alemán, es
un artículo de fe, una creencia. Y el Sujeto, una ficción, categoría útil para darle lógica al mundo.
Un recuerdo no me viene cuando me da la gana, el Yo es impotente en relación a esto como en la aparición de un
pensamiento.
La unidad que se adscribe a la Conciencia, a la manera kantiana, es ficción que encubre una multiplicidad de fuerzas.
¿Cuáles son estas fuerzas? el Cuerpo, para Nietzsche, no la Conciencia.
Sujeto, entonces, ligado al devenir de estados diferentes; una pluralidad de fuerzas conectado con el devenir del
mundo y los otros.
La ficción del sujeto o del Yo, no es más que una máscara –un centro provisional– que se desplaza continuamente,
poniendo en escena a un personaje u otro según las exigencias de las circunstancias. Máscara y comportamientos
que no proceden de ningún fondo, sino de la superficie. Los “tipos” que representamos son solo algunas de nuestras
infinitas posibilidades. Podemos crear otros muchos, sin resignarnos al tedio de la repetición pasiva de lo ya
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conocido.
Verdad, sustancias: ficciones que violentan deteniendo el torrente del vivir, el devenir, sometiéndolos al concepto.
Nada dura; solo dura la fugacidad del movimiento.
Respecto a la pregunta ¿Cómo conocer lo real si éste se escapa a cada momento? Nietzsche responderá que
mediante la falsificación. El conocimiento falsea la realidad, transforma engañosamente la corriente en el ser de
cosas permanentes, que subsisten en el cambio.
Finalmente, el Sujeto de la Modernidad hace girar el saber centrándolo en el hombre y la racionalidad. Desde el
planteo que vengo desarrollando, el Sujeto como efecto de múltiples procesos de subjetivación, se conecta con el
concepto de devenir, donde el antes y después se dan a la vez. Los acontecimientos expresan el devenir y se
encarnan en situaciones. Siempre hay algo del acontecimiento abierto a las actualizaciones, al cambio, a la
mutación.
Todo cambia en el acontecimiento y nosotros cambiamos en él, parafraseando a Giles Deleuze.
El pensamiento del acontecimiento señala un desplazamiento de la preeminencia de la lógica aristotélica. El juicio de
atribución pertenece a la tradición aristotélica: sujeto + verbo ser + cualidad (“Yo soy sociable”). Deleuze estudia el
aporte de los estoicos quienes sostienen que el mundo está constituido por acontecimientos y plantean una
modalidad lógica diferente, una lógica del sentido. El predicado de una proposición no es la cualidad atribuible a un
Sujeto, sino el acontecimiento pronunciado en la proposición: el predicado equivale a las relaciones, al
acontecimiento, según este autor.
La subjetividad en tanto proceso/acontecimiento de subjetivación enriquece el concepto de modo de existencia. Los
modos de subjetivación no remiten ni a la persona, ni al yo, sino a modos de pensar, de sentir, de actuar; a modos de
existencia relacionales que cada quien efectúa en tanto ser en relación.
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“Mirándome al espejo, a solas, acabo por dudar de mi existencia e imaginarme,
viéndome como otro, que soy un sueño, un ente de ficción”.
“Sólo a solas, se sentía él; sólo a solas podía decirse a sí mismo, tal vez para
convencerse, ¡Yo soy yo!; ante los demás, metido en la muchedumbre atareada y
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