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El concepto «arte latinoamericano» debe ser problematizado. Este enunciado viene siendo
repetido desde hace décadas. Ahora, la crítica a la modernidad y la sazón global obligan a
reconsiderarlo.
En los próximos puntos me referiré a estos esfuerzos por deconstruir los fundamentos
(esencialistas) del arte.
Desmontajes
3. La consideración del hacer artístico como resolución de tales oposiciones. Acá entra a
tallar la idea de vanguardia: el arte iría resolviendo los sucesivos conflictos a través de la acción
de frentes ilustrados. La síntesis de las contradiciones exige una tarea de continuas in-
novaciones y rupturas: el arte avanza cerrando y abriendo etapas a través de negaciones y
renovaciones tajantes.
El desmontaje de estos cuatro armazones conceptuales busca, por un lado, reformular algunos
temas básicos suyos (como estilo, vanguardia, identidad, utopía) y, por otro, deconstruir las
dicotomías que los sostienen (forma-contenido, arte propio-ajeno, etc.). La desconstrucción
perturba la estabilidad de los grandes conceptos, inquieta sus fundamentos y complejiza el
tratamiento de las contradicciones. Encara los conflictos no como términos de una alternativa
dualista fundamental -que debe ser resuelta en una instancia superior- sino como momentos
de un movimiento no predecible, no indispensable: no siempre conciliable en sus tensiones ni
reductible en síntesis triunfales.
Posturas
Para debatir la vigencia del término «arte latinoamericano» se vuelve indispensable tomar en
cuenta la discusión sobre sus modernidades.
Posiciones modernas
En este punto se incluyen las situaciones, visiones y sueños propios de las modernidades
latinoamericanas (modernidades incompletas, fragmentarias, periféricas, en gran parte
reflejas; ya se sabe). El manejo de un concepto de Nación definida como unidad compacta
fraguada en los moldes del Estado y entendida como contorno estable de la producción
artística, la sacralización de las ideas de Desarrollo y Progreso y la vigencia de grandes utopías
totalizadoras y emancipatorias constituyen bases programáticas de la modernidad. A partir de
ellas, las vanguardias tienen la misión de iluminar «el camino correcto» y transgredir
constantemente el límite de los códigos del arte para apurar el advenimiento de la redención
histórica. Los proyectos modernos latinoamericanos (variados, desiguales) recapitulan este
esquema según los ritmos distintos de sus propios tiempos.
Posturas diferentes
En principio, ciertos sistemas artísticos desarrollados en América Latina nada tienen que ver
con el gran proyecto moderno aunque terminan involucrados tarde o temprano y en mayor o
menor grado en diversos momentos suyos. Crecen al margen de los afanes ilustrados. Me
refiero a las expresiones que ocupan posiciones de exclusión, marginamiento o, por lo menos,
desventaja en relación a las asumidas por el arte erudito. Corresponden a sectores excluidos
de una participación social efectiva: poblaciones campesinas, indígenas y suburbanas;
comunidades, y colectividades marginadas, en general.
El término «arte popular» bajo el cual suelen entenderse estas manifestaciones viene creando
des- de siempre conflictos. Para los modernos el concepto no es viable en cuanto sus rasgos no
coinciden con los del arte ilustrado, erigidos en patrones de validez universal (autonomía
formal, genio individual, originalidad y unicidad). Las producciones estéticas «pre-modernas»
son consideradas, por eso, bajo las categorías menores de «arte aplicado», «artesanía»,
«folklore» o «cultura material».
Los posmodernos miran con más indulgencia estos signos marginales pero terminan
comprometiendo su especificidad. Y esto por dos motivos. Primero, porque desconfían de los
fundamentos que los avalan (Pueblo, Territorio, Comunidad, Clase). Segundo, porque
impugnan el dualismo utilizado para definir lo popular.
Los modernos arriesgan la diferencia en pos de la fe en grandes síntesis capaces de superar las
posiciones adversarias: lo uno y lo otro terminan reconciliados en algún momento superior y
necesario. Los posmodernos la arriesgan mediante la entusiasmada adhesión a una idea
apocalíptica de hibridación generalizada: la cultura-mundo termina convertida en un gran
revoltijo en cuyo interior bullente es imposible detectar particularidad alguna y, por lo tanto,
reconocer las diferencias. Quizá habría que argumentar ante los primeros el derecho (y el
hecho) de la alteridad: de la existencia de otros registros estéticos, de caminos trazados al
margen o a contramano de las pistas ilustradas o cibernéticas. Y habría que sostener ante los
segundos que no todo está mezclado en los des-territorios globales: que existen núcleos duros
capaces de conservar la memoria y el deseo propio en territorios tercamente acotados en
pleno cambalache planetario. Y que la mezcolanza, cuando la hay (y la hay bastante), siempre
permite la acción de matrices configuradoras de sentido propio: maneras particulares,
alternativas, de reordenar el intrincado stock de los signos mundiales.
Por eso, las posiciones alternativas cruzan con naturalidad los ámbitos pre, pos y a-modernos,
tanto como los modernos mismas. Por un lado ciertas comunidades étnicas tienden a
conservar modelos simbólicos particulares. Por otro lado, numerosos sectores subalternos y
periféricos desarrollan respuestas propias ante los desafíos de la modernidad; respuestas que,
en muchos casos, terminan trascendiendo el propio programa moderno y coinciden, de hecho,
con supuestos posmodernos (hibridez, despreocupación por la originalidad, la innovación, el
buen gusto, la vigencia, etc.). Pero ninguna posición es exclusiva ni concluyente.
Colocaciones Pos-vanguardistas
Las «posiciones posmodernas» comprenden ciertas tendencias del llamado «arte erudito»
latinoamericano desarrollado durante las dos últimas décadas en una dirección cuestionadora
de la modernidad. Estas tendencias presentan algunos puntos en común:
a) Replanteamiento del filo crítico del arte. Pasado el primer momento más
radicalmente anti-utópico y light de las posmodernidades, se intenta recuperar el ángulo
crítico del arte, carente ahora de sus pretensiones revolucionarias y totalizadoras. Esta nueva
crítica re intensifica la menguada carga expresiva de las primeras pos-vanguardias e intenta
modelos no denuncialistas de contestación social y de cuestionamiento personal. Antes que
transformar la sociedad mediante afanes retóricos o argumentos expresivos, diferentes
propuestas estéticas buscan plantear interrogantes para movilizar los significados de esa
sociedad. Más que aclarar la comprensión de la realidad desde su conciliación con el lenguaje,
pretenden complejizar esa comprensión a través de los enigmas que plantea la puesta en
escena de lo real. Lo utópico es reformulado como horizonte de deseo. A partir de estas posi-
ciones, el resorte emancipatorio del arte ya no es considerado monopolio de agentes pri-
vilegiados y principio de redención universal y necesaria.