Está en la página 1de 17

De qué se trata

El amor y el honor cruzan las armas


¿Puede uno contar con el amor de su enamorada cuando
se ha matado a su padre? ¿Puede uno casarse con el
asesino de su padre sin renunciar a su propio honor? El
Cid, de Pierre Corneille, presenta un dilema trágico
clásico y lo lleva casi hasta el amargo final en un viaje
impresionante y vertiginoso de enredos, alegatos y
sentimientos. Por supuesto, el concepto del honor en el
que se basa esta obra del siglo XVII hace mucho que pasó
de moda. Pero todavía hoy se lee con pleno entusiasmo e
interés la maestría con la que Corneille organiza el
material, así como los diálogos apasionantes en los que
chocan entre sí las energías contradictorias y los
principios de las grandes almas. En la obra no se llega a
saber mucho del héroe nacional de España. En cambio, el
autor entreteje una defensa de la monarquía absolutista
que fue recibida positivamente por los gobernantes de
aquel entonces. Después del fenomenal éxito de la obra
entre el público, algunos rivales envidiosos de Corneille
desencadenaron un desagradable debate sobre el
cumplimiento de las reglas en el El Cid. Mientras tanto, la
obra ha dejado muy atrás las críticas mezquinas;
indiscutiblemente se encuentra entre las obras maestras
del drama clásico.

Ideas fundamentales
 Una tragedia con buen final, El Cid fue un éxito
teatral del siglo XVII.
 Contenido: El caballero Rodrigo y la noble Jimena se
aman, pero son obligados a enfrentarse en una batalla de
venganzas. Para salvar el honor de su padre, Rodrigo debe
matar al padre de Jimena, y a su vez Jimena está obligada
a exigir la muerte de Rodrigo. Cuando Rodrigo se
convierte en un héroe de guerra, el amor y el honor se
reconcilian.
 El honor es el tema central: la obra sigue la dinámica
fatal de la necesidad de venganza.
 El amor también se somete al sentimiento del honor.
 El conflicto maravillosamente agravado y el lenguaje
refinado hacen de El Cid una obra emocionante y
conmovedora.
 El Cid es un drama de conciencia. La tragedia se
desprende del interior de los personajes de la obra.
 Mediante la figura del rey, Corneille apoya el
absolutismo que estaba surgiendo en la Francia de la
época.
 El Cid se remonta a un drama español sobre el héroe
nacional castellano del mismo nombre, el Cid Campeador.
 Su éxito provocó un acalorado debate sobre las
presuntas violaciones del autor a los preceptos
tradicionales del drama.
 Cita: “Te hice daño… y tuve que hacerlo, porque solo
así / Podía borrar mi deshonra y ser digno de ti”.

Resumen
La preparación de una boda feliz
Jimena, la hija de don Gómez, recibe una estupenda
noticia durante una conversación con Elvira, su
confidente y amiga: don Gómez favorece como su novio
a don Rodrigo, el joven noble del que ella se ha
enamorado perdidamente. Jimena está tan feliz con la
noticia que Elvira tiene que volver a narrar con todo
detalle la entrevista con don Gómez. Además de Rodrigo,
el candidato preferido de Jimena, don Gómez también
consideró como novio a don Sancho, un joven
gentilhombre de España. Pero sobre todo habló de
Rodrigo como el yerno ideal. La alegría de Jimena es
enorme. Brevemente, se ve frenada por el temor a un
inesperado e insidioso golpe de suerte.

“Un dilema irresoluble me destroza / el corazón


que ama no quiere lo mismo que la mente””.
La Infanta, hija del rey Fernando de Castilla, anhela
un encuentro con Jimena. Llena de impaciencia, espera
las noticias sobre su relación con Rodrigo. Su
acompañante Leonor se sorprende por su vehemente
curiosidad. La Infanta le recuerda que fue ella quien hizo
que se conocieran y siempre ha trabajado para que se
casen. Sin embargo, Leonor cree haber descubierto en su
amiga real un sufrimiento silencioso por la dicha que se
inicia. No se equivoca. Es un hecho que la Infanta también
está enamorada de Rodrigo, pero su posición le prohíbe
casarse con un caballero; su esposo debe ser un príncipe o
un rey. Ha tejido el vínculo entre Jimena y Rodrigo para
descartar cualquier otro anhelo. Espera volver a encontrar
la paz cuando se lleve a cabo el matrimonio.

Una bofetada con terribles consecuencias


El rey está en busca de un instructor para su hijo. Anuncia
su decisión en el Consejo: la honrosa tarea recae en el
anciano don Diego, el padre de Rodrigo. Don Gómez, el
padre de Jimena, que era considerado el favorito para el
puesto, está indignado. En una conversación con Diego
desahoga su ira y se describe a sí mismo como la única
opción correcta y lamenta el gran error del rey. Diego,
claramente de mayor edad que su rival, intenta calmarse y
desviar la conversación a un terreno más agradable: pide,
en nombre de su hijo, la mano de Jimena. Pero Gómez no
sabe salir de su enojo. El caballero más joven le echa en
cara al más anciano que a una edad tan avanzada ya no
podrá acompañar activamente la educación del príncipe
en el campo de batalla. Don Diego destaca su buen juicio y
sus logros legendarios, y elogia desvergonzadamente sus
últimas hazañas como comandante. En el curso del
amargo intercambio de palabras surge una terrible
provocación: Gómez le da a Diego una bofetada que este,
debilitado por la edad, no puede parar con su espada.

“Un dilema irresoluble se abre aquí. / Tan


obligado estoy con mi padre como con mi amada.
/ Si vengo a mi padre, destruyo la felicidad del
amor. / Y si no me vengo, seré despreciable para
ella””.
Don Diego se queda humillado de que Gómez se burle de
él por anciano. No puede seguir viviendo deshonrado,
pero le falta fuerza para la venganza. Finalmente, Diego le
pide a su hijo Rodrigo que actúe en su lugar: solo
mediante su victoria en un duelo con Gómez, Diego
recuperaría su honor. Rodrigo lucha contra su destino:
justo ahora que el camino parecía libre para celebrar el
matrimonio con su amada Jimena, ¿tiene que matar a su
padre? El honor vale mucho para él, pero no menos el
amor. Al final, decide seguir la petición de su padre pues
alguien que no supo defender el honor de su propia
familia tampoco sería digno de Jimena.

Muerte al suegro designado


El gentilhombre don Arias intenta inducir a Gómez para
que transija. Gómez debe, como corresponde, mostrar
obediencia al rey y aceptar un castigo, con lo cual, el
ultraje podría resolverse en la corte. Pero Gómez no
quiere someterse a la voluntad del soberano. Sus servicios
al reino han sido tan grandes como para permitírselo.
Arias lo ve de diferente manera: al final Gómez es tan solo
un vasallo como otros y el rey no le debe ningún favor.
Gómez se enfurece de nuevo: el reino del rey se debe, ante
todo, a sus hazañas y, por tanto, depende de él. Arias se
marcha sin haber logrado nada, Gómez se queda
enfadado.

“¡Lloren, lloren, ojos míos! ¡La mitad de mi vida


ha sido sepultada! / La otra mitad fue la que le
dio muerte. / Y ahora el deber me exige vengar /
a la que ya perdí con la que aun me queda””.
Rodrigo aparece y reta a Gómez a un duelo. Al principio
Gómez no toma en serio la exhortación y, en cambio,
destaca las cualidades de Rodrigo como futuro yerno. Pero
cuando el supuesto novio insiste a toda costa en la pelea,
Gómez se deja llevar. Después de todo, también sabe que
Rodrigo no puede seguir viviendo si el honor de su padre
ha sido y permanece manchado.

“Y aun cuando sea grande el poder del amor /


Para mí solo el deber es decisivo. / Rodrigo me es
muy querido, mi corazón está de su parte, / pero
acudo firme a donde mi honor me obliga””.
Mientras tanto, la Infanta trata de calmar a la desesperada
Jimena: no todo está perdido, la disputa de los padres
será resuelta pronto por el rey. Entretanto, para evitar lo
peor, la Infanta sugiere que Rodrigo sea arrestado por el
momento. Sin embargo, cuando quiere enviar a un paje,
se entera de que Rodrigo y Gómez ya salieron para el
duelo.

Un vengador da a luz al siguiente


En un diálogo con Leonor, la Infanta le confiesa sus
pensamientos más íntimos. Una vez más su imaginación
sobrepasa lo que su rango le permite: si Rodrigo vence a
Gómez, reflexiona, entonces Jimena ya no podría casarse
con él. En cambio, él podría conquistar reinos como héroe
y, entonces, también sería posible considerarlo como
esposo.
“Te hice daño… y tuve que hacerlo, porque solo
así / Podía borrar mi deshonra y ser digno de
ti. / Eliminada la mancha y limpio el honor del
padre, / Solo en tus manos está ahora mi
destino””.
Mientras tanto, el rey consulta con Arias y Sancho. Esta
enojado por la terquedad de Gómez y ya no lo considera
adecuado para ser en el futuro el elegido del soberano
para encabezar las fuerzas armadas. Una preocupación
más aflige al rey: le reportaron la presencia de diez barcos
frente a la costa. Por lo visto, quieren obligar al reino a
una batalla.

“Si tu sacrificio debe ser digno del mío / yo debo


corresponder de la misma manera. / Para
mostrarte digno de mí, me ofendiste
profundamente. / Yo debo, por tu muerte,
mostrarme digna de ti””.
El gentilhombre don Alonso da la noticia de la muerte
de Gómez al rey y a los otros dos nobles. El rey expresa su
comprensión por la venganza de Rodrigo, pero, al mismo
tiempo, lamenta la pérdida de un general glorioso. Casi al
mismo tiempo entran atropelladamente Jimena y Diego.
Jimena exige la pena de muerte para el asesino de su
padre, a fin de vengar su pérdida y salvaguardar la
autoridad real. Diego considera justificado el acto de
venganza de su hijo. Si a pesar de eso el soberano quiere
castigarlo, debería matarlo a él, al padre. Después de todo,
él mismo había exigido la venganza y Rodrigo todavía
podía hacer mucho bien al reino con su fuerza.

Muerte al amado… por amor al honor


Rodrigo se encuentra con Elvira en la casa de Jimena.
Quiere someterse directamente a la venganza de Jimena y
está dispuesto a morir a manos de ella. Pero Elvira lo echa
fuera: el honor de Jimena está en juego si ven al asesino
de su padre en su casa. Poco después Jimena regresa a
casa con Sancho, que le ofrece enfrentarse con Rodrigo
para vengar la muerte de su padre. Jimena le da largas.
Quiere esperar el veredicto del rey. Sola con Elvira
lamenta desesperadamente su suerte: para salvar su
honor, debe matar a su amado. Pero después, ella querría
también morir a su lado.

“Con gusto disculpo tu apresuramiento en la


venganza, / Además toda España defiende a su
salvador. / Jimena debe abstenerse de sus planes
de venganza. / No puedo hacer nada más por
ella, cuando se queje””.
Rodrigo interviene y le propone a Jimena que lleve a cabo
su venganza contra él en ese mismo momento, pero
Jimena se niega. No puede permitir que su amado
enemigo la ayude en su venganza. Juntos, la frustrada
pareja lamenta las presiones del sentimiento del honor.
Ambos se separan convencidos de que la venganza mortal
de Jimena contra él es inevitable. A continuación, Rodrigo
tropieza con su padre, que se alegra de encontrar todavía
vivo a su hijo. Diego lo apremia para que dirija a las tropas
que deben enfrentarse a los moros. Una victoria rápida
podría conseguir la indulgencia del rey y poner fin a la
venganza de Jimena.

La victoria contra los moros obliga a cambiar el


modo de pensar
Rodrigo infligió una derrota aplastante a los moros y
ahora ellos lo llaman con reverencia “el Cid”, que significa
“señor”. El pueblo español lo considera como su salvador.
Jimena teme que en medio de la euforia por la victoria ya
no sea escuchada la voz del deber: su venganza. De hecho,
poco después la Infanta le explica que ahora el plan de
venganza se valoraría de manera diferente: con la muerte
de Rodrigo, todo el país resultaría castigado. Así que le
pide a Jimena que anteponga el bienestar del pueblo al
suyo propio. Mientras tanto, el rey cubre de elogios al
victorioso Rodrigo. La corona debe su continuación a su
heroísmo. La venganza mortal de Jimena ya no será
tolerada por el rey.

“Te opones, te quejas, pero lejos de tus


querellas, / Si Rodrigo venciera, tu corazón lo
aceptaría gustoso. / Así que deja de lamentarte y
sométete al dulce yugo. / Quien sea el vencedor
será tu esposo””.
Después de que Rodrigo ha descrito con detalle el curso
de la batalla, le anuncian al rey la visita de Jimena. El rey
le pide a Rodrigo que salga de la habitación. El rey engaña
a Jimena por un momento: le anuncia que Rodrigo ha
caído en batalla, así que puede alegrarse de que la muerte
de su padre haya sido expiada. Jimena casi sufre un
colapso por la consternación, una señal clara para el rey y
los gentileshombres presentes de que aun ama a Rodrigo.
Pero cuando Jimena escucha que Rodrigo todavía vive,
insiste, a pesar de todo, en su satisfacción. Exhorta a
todos los caballeros a matar a Rodrigo en su nombre y
promete entregarse como esposa a quien lo logre. El rey
trata de dejarle claro a Jimena que la muerte de su padre
ya ha sido expiada por la victoria de Rodrigo. Sin
embargo, incluso el padre de Rodrigo lo contradice: sería
una mala señal para el pueblo si su hijo pudiera
desentenderse tan fácilmente del asunto. Así que el rey le
concede a Jimena que un solo caballero se enfrente a
Rodrigo. Sancho se presenta voluntariamente. El rey
decide, además, que el ganador del encuentro se casará
con Jimena. Si Sancho perdiera, la vengadora sería
entregada a Rodrigo.
No se puede acabar con el amor
Rodrigo se encuentra con Jimena para despedirse. Morirá
en la lucha con Sancho para que su amada consiga su
venganza, pero ella no está preparada para eso. Le pide
que luche correctamente por su propio honor. Eso estaría
fuera de cuestión, responde Rodrigo. Así que Jimena
agrega: ¿Quiere él, que la ama, que caiga en manos de
Sancho después de la pelea? La advertencia de que la
lucha por la venganza pueda servir como lucha por la
conquista para conseguirla como novia es tan evidente
que Jimena se sonroja.

“¡Ve, haz lo tuyo! / Lucha por mí y sacia así mi


venganza. / Y si tu corazón arde por mí tanto
como antes, / Sal vencedor del combate. Jimena
es el premio. / ¡Adiós! No debes ver como me
sonrojo de vergüenza””.
La Infanta lamenta otra vez su suerte. A decir verdad,
Rodrigo parece ahora más accesible que nunca y, después
de su victoria contra los moros, puede ser considerado
como un esposo digno de ella. Pero también ve una nueva
relación de la pareja enemistada que los acerca. Mientras
que ella debe renunciar a su amor porque así lo exige el
honor de la casa real, finalmente parece que entre Rodrigo
y Jimena el amor se lleva la victoria sobre el deber de la
venganza. Leonor la tranquiliza: por orden del rey, o bien
Rodrigo muere pronto o bien se casa. Esto finalmente
pone fin a la tentación de la Infanta. Todavía se cree capaz
de todo tipo de trucos, pero ahora solo quiere que las
cosas vayan bien. No quiere perturbar más el amor puro e
indestructible que existe entre Rodrigo y Jimena.

Un buen final con mala conciencia


Elvira todavía lucha contra la secreta esperanza de Jimena
en la victoria de Rodrigo. Ella duda de si está descuidando
su deber de venganza. Le molesta tanta obcecación: en
lugar de agradecer el camino señalado por el rey con el
que tanto Rodrigo como Jimena mantendrían su honor,
Jimena está demasiado aferrada al sufrimiento. Entonces,
Sancho entra con su espada, Jimena cree que Rodrigo ha
muerto e insulta al presunto ganador, aunque fue ella
misma quien lo envió a la pelea.

“No te preocupes, nada inquieta a tu honor, / tu


reputación está intacta y tu deber cumplido. / Tu
padre está vengado, la expiación de Rodrigo fue /
los muchos riesgos de los que salió victorioso””.
El rey llega con sus gentileshombres. Jimena le confiesa
abiertamente su amor por Rodrigo y le suplica que la
libere del acuerdo original. En lugar de casarse con
Sancho, preferiría pasar su vida en un convento. El rey la
tranquiliza, Rodrigo está vivo. Él venció a Sancho, pero lo
perdonó. Así que ahora ella ya no tiene que cerrar el pacto
matrimonial con él. El mismo deseo expresa la Infanta
que, finalmente, entra con el propio Rodrigo. Él le pide
nuevamente a Jimena su veredicto. Se inclina ante ella,
dispuesto a recibir de su mano el golpe mortal si es
necesario. Ella le pide que se ponga de pie, aunque, con su
conciencia en conflicto, todavía no lo quiere aceptar como
esposo. El rey le da tiempo. Envía a Rodrigo a una
campaña de conquista contra los moros. Después de su
glorioso regreso, todos esperan que finalmente sea posible
la felicidad del Cid con Jimena.

“Dañaría tu reputación, me dices con razón, / Si


le otorgara tan pronto el premio de su victoria. /
Que se posponga el matrimonio es mi decisión, /
pero mantente, porque habrá de suceder. / ¿Un
año será suficiente para que llores? / Pero
Rodrigo, en cambio, debe buscar nuevas
victorias””.
 

Acerca del texto


Estructura y estilo
El Cid es una tragicomedia en cinco actos.
La tragicomédie francesa del siglo XVII no contenía
necesariamente elementos cómicos. En sentido estricto se
distinguía de la tragedia en que no terminaba con la
muerte de los protagonistas. Sin embargo, no era común
un final feliz como el de El Cid. De acuerdo con la
costumbre de aquel entonces, la obra está escrita, en su
mayoría, en versos alejandrinos que riman en pares. La
trama se desarrolla en rápida sucesión y se sustenta en
una enorme tensión hasta el final. Los monólogos vibran
literalmente con las divisiones internas de los personajes
principales. Salvo la bofetada inicial, la violencia no se
muestra abiertamente, sino que, como lo dicta el principio
del decoro, solo se transmite en el escenario mediante
mensajes e informes. Los personajes se expresan de
acuerdo con su posición. Además, Corneille llena sus
diálogos con un amplio arsenal de consideraciones
dialéctico-morales. El rápido y cáustico ir y venir de los
argumentos y las reflexiones aumenta nuevamente el
ritmo de la obra. Además, introduce a la fuerza la acción
en el clásico corsé de 24 horas. Sin embargo, un curso tan
reducido de los acontecimientos parece poco plausible.

Planteamientos de interpretación
 El concepto del honor y sus
abismos constituyen el tema central de la obra. La
infracción al honor pone en marcha la acción trágica y
diversos intentos de reparar el honor perdido tienen
consecuencias nefastas. Los personajes principales están
ampliamente de acuerdo respecto al hecho de que el
concepto del honor no se debe cuestionar ya que el honor
es considerado como el núcleo de la personalidad
humana. Sin embargo, el despiadado precepto de la
venganza por el honor herido provoca que el Cid exclame:
“¡Oh, cruel sentido del honor!”
 Aparentemente, el amor se enfrenta al sentido del
honor como una fuerza alternativa del corazón, aunque en
realidad está claramente subordinado al honor. En varias
ocasiones Jimena y Rodrigo se aseguran mutuamente que
solo podrían ser compañeros el uno para el otro si su
honor fuera inmaculado. En consecuencia siempre
muestran una gran comprensión por el plan de venganza
de su amado, incluso si sufre su amante corazón.
 Si bien el sentido individual del honor goza de la más
alta reputación, debe ceder ante la lógica del Estado en
caso de urgencia. Después de la victoria de Rodrigo contra
los moros el plan de venganza de Jimena parece de pronto
una ofensa contra el bien común. El país ya no puede
sacrificar a su héroe.
 Hacia el final de la obra el rey modifica el derecho
vigente a su propia discreción y en el sentido de una
decisión personal más sabia. En la descripción positiva de
este dudoso comportamiento se nota la defensa que
hace Corneille del monarca absolutista. Aunque la
obra también muestra que con frecuencia el gobernante
debe su poder a las hazañas heroicas de sus súbditos, en
un griño a equilibrar la balanza. Sin embargo, de esta
ayuda no se deriva ningún derecho de intervención.
 El Cid es un drama de conciencia. La dinámica
trágica no se debe a ningún estímulo externo, sino que
nace del interior de las personas que saben hacer que sus
actitudes hacia sí mismas y hacia los demás resulten
comprensibles. Si bien la obra trata de las pasiones, los
diferentes puntos de vista se justifican con los medios
propios de la razón.
Antecedentes históricos
El absolutismo incipiente
En los años 30 del siglo XVII Francia era gobernada
por Luis XIII. Más tarde, su hijo Luis XIV, el famoso
Rey Sol, pasó a la historia como un destacado
representante del absolutismo europeo. Pero ya el padre
trató de adoptar una posición de poder absoluto e
inalienable en el Estado. Desde sus años de juventud
mostró una enérgica toma del poder del Estado. Después
de que fue coronado cuando tenía nueve años, a los 16
envió al exilio a la regente interina María de Médici –su
propia madre– y asesinó a su consejero principal. Con el
regreso a la corte de María de Médici cuatro años después,
el cardenal Richelieu, promovido por ella, logró una
influencia cada vez mayor. Sin embargo, como primer
ministro de Luis XIII, pronto se puso en contra de la reina
madre y trabajó en muchos frentes para fortalecer al
monarca. Mediante el asedio a La Rochelle, Richelieu
logró tomar en 1628 el último bastión propio de los
insubordinados hugonotes. Dos años después deshizo el
poder de la nobleza que, en su mayoría, quería rebelarse
en contra del rey. Este envió de nuevo a su madre al exilio,
esta vez de por vida. Richelieu hizo retroceder la
influencia del clero católico en el Estado y también supo
posicionar mejor a Francia en el póker europeo de poder,
especialmente contra España. Como gran promotor de las
artes, Richelieu también dio vida a la famosa asociación
de eruditos, la Académie Française.
Visto históricamente, el rey Luis XIII casi desaparece a la
sombra de su tristemente célebre consejero. A pesar de su
poderío el propio regente era de un carácter más bien
tímido, profundamente religioso y de vez en cuando
luchaba contra las medidas brutales de Richelieu.
Finalmente, sin embargo, en nombre de su posición, se
impuso a todas las dificultades políticas.

Origen
El Cid surgió en el año de 1636. Corneille todavía vivía en
Ruan, su ciudad natal, pero hacía tiempo que se había
hecho de un nombre en París como autor de obras de
teatro. Un año antes incluso había sido llamado por el
cardenal Richelieu, la mano derecha del rey, para formar,
por el pago de una pensión mensual, un grupo de cinco
autores que, a sugerencia del cardenal, debían escribir
obras de alto rango y valor político. Sin embargo, después
de colaborar en dos obras, abandonó el grupo pues el
trabajo colectivo no fue de su agrado. Paralelamente,
Corneille había empezado a ahondar en la literatura
española. Decidió utilizar el drama histórico de Guillén
de Castro, Las mocedades del Cid, como base para su
propio trabajo. En su obra, De Castro había recurrido a un
ciclo de romances sobre el legendario héroe nacional
español. El Cid, un caballero castellano del siglo XI
llamado Rodrigo Díaz de Vivar, era un brillante líder
militar que servía a señores tanto cristianos como moros.
Mientras que De Castro montó en su obra varios
elementos de leyendas conocidas sobre el Cid, a Corneille
le preocupaba menos la figura del héroe histórico que la
estructura dramática de la presentación. Si bien es cierto
que adoptó el conflicto interno central de la obra
española, él optimizó la estructura de la obra y renunció a
una ubicación histórica clara del material. El Cid se
estrenó alrededor del cambio de año entre 1636 y 1637.

Historia de la influencia de la obra


Desde el principio la obra fue un éxito fenomenal en el
escenario teatral. La obra no solo encendió el entusiasmo,
sino que casi al mismo tiempo provocó un acalorado
debate, la llamada Querelle du Cid. En ella diversos
dramaturgos y expertos literarios discutieron el valor y la
inutilidad de la aclamada obra de Corneille. Los reproches
fueron variados, por ejemplo, que El Cid es, en gran parte,
un plagio; contraviene el decoro; pero, sobre todo, viola
las tres unidades del drama clásico (el lugar, el tiempo y la
acción), entre otras cosas, porque era imposible que los
acontecimientos se desarrollaran en un lapso de 24 horas.
Corneille sabía muy bien que algunas críticas estaban
inspiradas por la pura envidia y escribió un arrogante
poema de defensa en el que descaradamente resaltaba su
propio talento. Eso enfureció más a sus enemigos.
Finalmente, se solicitó un dictamen de la recién fundada
Académie Française. Por encargo del cardenal Richelieu,
su miembro Jean Chapelain elaboró un peritaje y, a
finales de 1637, emitió el veredicto: la violación a los
preceptos del drama clásico es muy probable, en cambio,
el plagio no lo es. La disputa, básicamente mezquina, no
perjudicó el cortejo triunfal de El Cid. Mientras tanto, la
obra está considerada como una obra maestra dramática
del Clásico francés. Junto con Jean Racine y Molière,
Corneille se encuentra en el triunvirato del periodo
Clásico francés. Influyó directa o indirectamente en
muchos dramaturgos posteriores, incluso fuera de
Francia, por ejemplo, en Friedrich Schiller.

Sobre el autor
Pierre Corneille nació en Ruan el 6 de junio de 1606.
Después de la escuela jesuita aprobó inicialmente la
carrera de abogado para seguir en los pasos de su padre. A
los 22 años empezó a trabajar en el más alto tribunal de
Normandía. Al mismo tiempo intentaba ser autor de
poemas y obras de teatro. En 1629 Corneille le ofreció su
obra Melita al director de una compañía teatral que
visitaba Ruan. La obra se representó con éxito en París. A
partir de entonces Corneille escribió regularmente nuevas
obras para el grupo, en su mayoría comedias de la
sociedad parisina, en la que el autor se movía entonces
con mayor frecuencia. En 1635 Corneille, ya entonces un
aclamado dramaturgo, fue elegido para formar parte de
una comisión de cinco escritores que debían escribir
juntos obras de valor moral para el ministro supremo, el
cardenal Richelieu. Después de poco tiempo abandonó el
grupo de trabajo y poco después pudo celebrar su mayor
éxito teatral con El Cid. Las críticas, en parte violentas, de
colegas envidiosos y guardianes de las reglas académicas
provocaron la llamada Querelle du Cid. Corneille se retiró
a Ruan y solo en 1640 presentó una nueva obra, Horacio.
En los años siguientes publicó, por lo general, obras
estrictamente clásicas, a menudo con referencias veladas a
la política de aquel entonces. En 1647 fue admitido en la
Académie Française. Corneille, que escribió en total
alrededor de 35 obras, consiguió sucesivamente, a veces
más, a veces menos, el favor del público, así como el de los
dirigentes de París. A partir de la década de 1660 poco a
poco fue eclipsado por el nuevo autor estrella, Jean
Racine. Corneille, todavía muy respetado, murió el 1 de
octubre de 1684.

También podría gustarte