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Corrupción.

Jorge Malem
*concordar con clase 23/09*
INTRODUCCION.
La corrupción puede considerarse otro fenómeno universal si se piensa en los ss cuatro aspectos. En
primer lugar, ha atravesado todas las épocas. No parece que sea exclusivo de la actualidad o de un
momento histórico determinado. En segundo lugar, se ha manifestado en todas las zonas del planeta, de
norte a sur y de este a oeste. No ha habido ningún estado o sociedad carente de corrupción al menos en
algún nivel. En tercer lugar, ha afectado, en mayor o menor medida a todos los sistemas políticos. Y
finalmente, ha interesado a toda acción humana, sea esta pública o privada, profesional o amateur,
individual o colectiva.
La corrupción es un modo de actuar, un instrumento o una herramienta social que permite alcanzar
determinados objetivos de otra manera inalcanzables o más costosos. Si la corrupción es un instrumento o
un medio para lograr determinados fines debe haber reglas y prácticas que indican cómo se ha de utilizar.
Las reglas q establecen qué medios y qué procedimientos hay que seguir si se desea alcanzar ciertos
objetivos se denominan reglas técnicas. Cuando las reglas técnicas se usan adecuadamente, se actúa de
un modo racional. Por ello, si en determinados ambientes, la corrupción es necesaria para lograr un
contrato público, para obtener un puesto de trabajo, para pedir un trato de favor o para alcanzar una
recalificación inmobiliaria, la regla técnica indica que hay que corromper. La corrupción se transforma así
en una acción instrumentalmente exitosa para lograr aquellos propósitos políticos, económicos o sociales
perseguidos. Corromper corresponde a una decisión racional por parte de los corruptos.
Existen entornos que son más favorables a la corrupción que otros, que incentivan más los
comportamientos banales q otros. No obstante, su universalidad y su carácter instrumental, los distintos
tipos de corrupción tienen una etiología y un desarrollo disímiles. No es igual la corrupción nacida a la luz
del desarrollo urbanístico de un país que aquella que opera en el comercio internacional.
CONCEPTO DE CORRUPCION.
El termino corrupción aparece munido de una carga emotiva y moral de carácter negativo. El autor da un
concepto de corrupción que se caracteriza por las siguientes notas:
Habrá corrupción si, en primer lugar, la intención de los corruptos es obtener un beneficio irregular,
no permitido por las instituciones en las cuales se participa o se presta servicio. No importa q ese
beneficio sea económico, puede ser político, social, sexual. Y tampoco es necesario que ese beneficio se
obtenga de modo inmediato, un corruptor inteligente puede dejar su goce para el futuro y así prolongar en
el tiempo la dependencia del corrompido. En segundo lugar, la pretensión de conseguir alguna ventaja
en la corrupción se manifiesta a través de la violación de un deber institucional por parte de los
corruptos. Una secretaria que vende los secretos industriales de su empresa a otra empresa competidora
a cambio de dinero se corrompe. Ha violado los deberes de su cargo. Por esa razón, la corrupción siempre
es parasitaria de la violación de alguna regla, según un marco normativo de referencia. En tercer lugar,
debe haber una relación causal entre la violación del deber que se imputa y la expectativa de
obtener un beneficio irregular. En cuarto lugar, la corrupción se muestra como una deslealtad hacia
la regla violada, la institución a la cual se pertenece o en la que se presta servicio. Por este motivo la
corrupción de los políticos es tan nociva en una democracia, ya que constituye una muestra inequívoca de
su deslealtad hacia el sistema democrático. La conciencia de esta deslealtad hace que, en quinto lugar,
los actos de corrupción tiendan a ocultarse, se cometan en secreto, o al menos en un marco de
discreción. Que la táctica de ocultación sea eficaz es una cuestión empírica que no afecta al concepto de
corrupción. Y, naturalmente, no todo acto de corrupción constituye un ilícito penal o delito, eso depende
del tratamiento que el derecho penal dé a los actos corruptos.
Este concepto permite adscribir distintos tipos de responsabilidades a los que agentes q intervienen en los
diferentes supuestos de corrupción sin hacer que esas responsabilidades dependan las unas de las otras.
Se puede ser un corrupto sin haber cometido un delito y habiéndolo cometido si no se ha sido hallado
culpable.
Existe una amplísima tipología de corrupción. Me interesa mostrar la diferencia entre el soborno y la
extorsión. En estos dos tipos, las personas comprometidas en el acto de corrupción, corruptor y
corrompido, están identificadas o son identificables. El soborno es una especie de contrato que se
perfecciona por el mero acuerdo. El sobornador paga al sobornado para que este actúe a su favor a
cambio de una contraprestación irregular. En un soborno la reciprocidad es esencial. Ambas partes se
benefician en un soborno y ambas son igualmente culpables. En la extorsión, en cambio, el extorsionador
exige un precio bajo la amenaza de dar al extorsionado un tratamiento peor del que merecería. La
situación aquí se parece, en los casos más extremos, a la de un asaltante que dice a su víctima la bolsa o
la vida. Aquí hay víctimas y victimarios. Y el extorsionado acepta cumplir con lo exigido para evitar males
mayores. En general, los corruptos suelen exponer los casos de soborno como si fueran casos de
extorsión. Lo hacen con el objeto de presentarse como víctimas de un delito o de un acto de deslealtad y
no como copartícipes necesarios de los mismos. Y, en ese sentido, poder reclamar la aplicación de
excusas absolutorias que cabrían respecto de las extorsiones, pero jamás en los sobornos.
3. PARTICIPANTES EN LA CORRUPCION.
Los participantes en la corrupción pueden ser agentes diversos. Al constituirse en una herramienta útil
para conseguir determinados objetivos, tiende a ser utilizada con una mayor asiduidad por un mayor
número de personas. Por eso, la corrupción es un fenómeno que tiende a la expansión. Pero no puede
expandirse hasta el infinito ni ser practica por toda la sociedad.
Esa es la razón por la cual no todos, pueden participar en el juego de la corrupción. Se involucran quienes
pueden pagar la alícuota corrupta y aquellos que pueden vender privilegios o imponer penalidades. Esta
compra y venta de contraprestaciones reciprocas irregulares se ve facilitada cuando los individuos que
detentan esas posibilidades gozan de discrecionalidad en el ejercicio de sus funciones y sus respectivas
responsabilidades son débiles.
En la gran corrupción pública participa de los acuerdos venales las empresas y personas que poseen
una posición económica privilegiada, por una parte, y los políticos y funcionarios de rango superior por la
otra. Las empresas son las que pueden pagar y comprar, y los funcionarios son los que pueden ofrecer y
vender privilegios irregulares. Esto ocurre tanto en el soborno como en la extorsión, siendo a veces
extremadamente difícil conocer empíricamente si se está en presencia de uno o de otro tipo de corrupción.
En la pequeña corrupción, los pagos y los cobros se “democratizan”, por calificar de alguna manera la
disposición a participar en ella a un mayor número de individuos. A menudo son las personas sin grandes
recursos las víctimas no culpables de las extorsiones de funcionarios inescrupulosos. Aquí el pobre
siempre termina pagando y suma una injusticia más a la que ya soporta por su situación.
Tanto en la gran corrupción como en la pequeña corrupción, más allá del oportunismo económico, político
o social manifestado por los participantes, se atisba un comportamiento motivado por un escaso grado de
institucionalización y por un elevado desprecio hacia las normas jurídicas y morales. Y quienes se
implican en estas prácticas suelen establecer redes integradoras y estables que se consolidan con el
tiempo. Por estas razones, no siempre las actitudes respecto de la corrupción son de repulsa o de
combate.
4. ACTITUDES FRENTE A LA CORRUPCION.
Frente a la corrupción es posible ver 4 posiciones diferentes q surgen de la combinación lógica que se
sigue de relacionar las opiniones de las elites políticas con las opiniones de la población en gral sobre la
necesidad o conveniencia de combatir la corrupción.
Primer caso: tanto las élites políticas de un país como la población en general consideran necesario y
conveniente combatir la corrupción. Los actos de corrupción suelen ser puntuales, no sistémicos y no
institucionalizados. Las medidas anticorrupción son fáciles de implementar y las élites políticas pueden
conseguir la colaboración ciudadana para luchar contra la corrupción. Ejemplo: los países del norte
europeo.
Segundo caso: las élites políticas no desean combatir la corrupción, aunque la ciudadanía manifiesta
un rechazo hacia ella. En este supuesto suele haber casos de gran corrupción, con fuertes implicaciones
políticas y económicas. La corrupción se vuelve sistémica e institucionalizada. Aquí las élites suelen
colonizar los organismos de control y juzgamiento, utilizan un lenguaje anticorrupción puramente retórico,
establecen medidas de lucha contra la corrupción meramente simbólicas y generan mecanismos para
garantizar la impunidad. Si la oposición de la población a la corrupción es firme y decidida pueden surgir
movimientos sociales anticorrupción que se vean reflejados en las urnas o en actos de protesta
callejera. Ejemplo: actual situación que se vive en España.
Tercer caso: las élites gobernantes han tomado conciencia de la necesidad de luchar contra la
corrupción, ya sea por convencimiento propio o por imposición de organizaciones internacionales,
mientras que la población es adicta a las prácticas corruptas. Los casos de gran corrupción se tornan
escasos mientras proliferan los de pequeña corrupción. Aquí se imponen cambios institucionales urgentes,
medidas represivas a corto plazo y de educación a largo plazo. La eficacia de estas medidas dependerá
del diseño y de la práctica institucional. Ejemplo: México muestra el fracaso de la imposición de medidas
legislativas anticorrupción acometidas por las élites políticas bajo presión internacional.

El peor de los casos posibles, donde las élites políticas y la población en general tienen una opinión
favorable a la corrupción y, por lo tanto, no ven la necesidad, ni la conveniencia, de combatirla. Aquí
suele haber corrupción en todos los estratos sociales, y se practica tanto horizontal como verticalmente.
Los actos de gran y de pequeña corrupción son abundantes. Y es difícil que la lucha contra la corrupción
impulsada necesariamente desde fuera del país tenga éxito. Se instaura e impera la cultura de la
corrupción. Paraguay puede ser considerado como un ejemplo de esta situación.
Hay que tener en cuenta que si la corrupción es un instrumento cuya eficacia depende del contexto donde
tiene lugar habrá múltiples variables a tomar en consideración para explicar su presencia. La actitud de las
élites políticas y de la población en general favorable a la corrupción es tan solo una de ellas.
4. CONTEXTOS FAVORECEDORES DE LA CORRUPCION.
La corrupción es un fenómeno complejo que potencialmente puede afectar a toda acción humana y a
cualquier actividad. El autor va a señalar algunas de las circunstancias y contextos más generales
favorecedores de la corrupción.
1.Cuando el sistema punitivo es ineficaz. Existen en todos los modelos punitivos diversas figuras
penales anticorrupción que van desde el cohecho y la prevaricación al tráfico de influencias, del uso de
información privilegiada al soborno a funcionarios públicos extranjeros, etc. El afán por normar es
amplísimo. Pero esto no significa que la ley penal sea eficaz y cumpla adecuadamente con sus funciones:
represiva y preventiva.
Cuando el ciudadano advierte el fracaso del sistema punitivo se ve a sí mismo libre de los incentivos
negativos provocados por la sanción penal, se percibe a merced de los corruptos y desamparado por el
Estado. Al mismo tiempo, supone que no tiene una instancia a la cual recurrir para hacer valer sus
derechos. Y asume que ha de tratar de superar los problemas que enfrenta por sus propios medios, al
margen de las normas, para no verse excluido del proceso político, económico o social. De ese modo, la
ineficacia del sistema punitivo en el combate contra la corrupción y la percepción ciudadana que de ella se
tenga producen aquellas consecuencias que dicho sistema quería simbólicamente eliminar.
2. Cuando las acciones corruptas no se tipifican como delitos. Los actos de corrupción no siempre
entrañan conceptualmente comportamientos penalmente antijurídicos. La inexistencia de normas que
castigan ciertas formas de corrupción puede deberse a la imprevisión del legislador, a su desidia o bien a
que ha decidido poner a resguardo intereses espurios concretos.
En estos casos, la ciudadanía no comprende cómo comportamientos socialmente dañinos no son
castigados y piensa que el Estado privilegia ciertos intereses, clases o grupos sociales, a determinadas
personas o cargos políticos o institucionales. Los efectos de esta situación son similares a los expuestos
en el apartado 1.
3. Cuando los diseños institucionales instrumentados y las medidas de las agencias anticorrupción
cumplen una función decorativa en el plano jurídico-político, careciendo, por ello, de eficacia. Es
usual que gobiernos muy corruptos implementen grandes medidas simbólicas contra la corrupción con una
doble pretensión. En primer lugar, afirmar solemnemente, aunque solo sea de manera gestual e hipócrita,
su decidida y firme lucha contra la corrupción. Pero, al mismo tiempo, en segundo lugar, y
fundamentalmente, asegurarse la inviabilidad del funcionamiento de las medidas establecidas. Los
mecanismos que los gobiernos pueden implementar para neutralizar la acción de los organismos
anticorrupción son variados. Entre los más comunes se cuentan: vaciar dichos organismos de
competencias para la investigación y prevención de la corrupción, ahogarlos económicamente al no
dotarlos de recursos humanos y financieros suficientes, nombrar personas afines al poder político o
sumisos a los halagos políticos como sus máximos responsables, etc. Tales instituciones y sus respectivos
funcionarios serán considerados así, por la población, no únicamente como ineficaces sino como
cómplices o favorecedoras de la corrupción.
4. Cuando los jueces no dictan sentencias condenatorias para los corruptos. Esto puede deberse a
diversas razones. La primera es un sistema procesal defectuoso. La segunda es la dificultad
probatoria que en general tienen los actos de corrupción. La tercera: está dada por los plazos de
prescripción que suelen ser demasiados cortos y que muchas veces vuelve estéril la acción penal. La
cuarta, una fiscalía y un poder judicial con carencias tanto materiales como personales. La quinta, la
incapacidad técnica de los jueces para afrontar este tipo de delitos. La sexta, la existencia de un
poder judicial no independiente y carente de imparcialidad cuando entran en juego intereses políticos
o económicos importantes. La séptima, fiscales y jueces corruptos. Por cualquiera de estas razones, y
por muchas otras, los corruptos y sus beneficiarios quedan sin castigo.
De nada sirve implementar medidas legislativas de lucha contra la corrupción, de nada sirve las campañas
anticorrupción en los medios de comunicación, de nada sirve los esfuerzos educativos contra la
corrupción, si luego las correspondientes sanciones punitivas no se aplican.
5. Cuando se confirman los actos jurídicos que son objeto de acuerdos corruptos. Que mejor forma
de estimular los sobornos que un sistema legal que mantiene los contratos públicos con independencia de
su origen corrupto.
A mediados del año 2017, algunos países latinoamericanos todavía piensan en convalidar los contratos y
las licitaciones espuriamente adjudicadas a la empresa brasileña Odebrecht. Aun hoy se continúa pagando
a dicha empresa con causa en contratos venales. Incluso hay quienes se atreven a señalar que no hay
que castigar a las empresas corruptoras, ni a sus directivos, si colaboran señalando a qué funcionarios
sobornaron. Pero la falta de anulabilidad de los efectos de las acciones corruptas y la impunidad
para sus perpetradores aparecen como un claro mensaje de que vale la pena ser corrupto. Que la
consecución de los negocios será exitosa aun cuando las prácticas irregulares sean descubiertas.
6. La no recuperación por parte del Estado de los activos conseguidos mediante la corrupción se
muestra como un incentivo más a favor de las prácticas venales. Si el beneficio es alto y la condena es
baja, el cálculo de utilidades concluirá en una decidida apuesta por las prácticas corruptas. Esto se ve
incentivado, además, cuando los fiscales pactan, y los jueces confirman, convenios con los acusados por
delitos de corrupción por medio de los cuales estos evitan el ingreso en prisión y acuerdan devolver una
parte, que suele ser ínfima, de lo obtenido ilegalmente. Los fiscales se ahorran un juicio, a costa de
convalidar una injusticia más.
7. La rehabilitación y participación política de los sospechosos e incluso condenados por corrupción
también constituye una forma de alimentar la idea que ser corrupto genera muy pocos costes y sí, en
cambio, cierto reconocimiento o éxito social. La aparición en listas electorales de imputados o acusados de
delitos vinculados a la corrupción es muy habitual. Si ellos lo hacen porque no habría de hacerlo yo, piensa
el ciudadano.
8. La existencia de un sistema financiero mundializado y opaco junto a los llamados paraísos
fiscales contribuyen decisivamente a generar actos corruptos, dada la simplicidad y fluidez que ofrecen
para facilitar, trasladar y lavar el dinero mal habido. Y una vez que el dinero entra en el circuito financiero
es difícil distinguir entre el lícito y el ilícito.
El llamado secreto bancario tampoco es ajeno a la incentivación de las prácticas corruptas. La negativa de
las entidades financieras a dar información sobre las cuentas de sus clientes, aunque sean personajes
políticos sensibles, resulta tan manifiesta como inaceptable. Esta práctica constituye un reducto de
impunidad.
9. La falta de transparencia es también un elemento propiciador de acciones venales. Esto ocurre tanto
en el mercado como en la actividad estatal. Los mercados poco transparentes siempre son susceptibles de
padecer sobornos a gran escala. En el ámbito gubernamental, la falta de acceso a la información o el
secretismo contribuye a posibilitar el uso de mecanismos ilegítimos.
10. Las llamadas “puertas giratorias” también facilitan la proliferación de la corrupción. A través de
ella se produce un circular e incesante trasvase de personas que pasan del mercado privado a organismos
estatales y de estos a las empresas de origen una vez cumplido sus respectivos mandatos. En este
recorrido, cuando ocupan el cargo público suelen beneficiar a las empresas de donde proceden y a donde
regresan siendo generosamente recompensados. El sector financiero es quien mejor aprovecha estas
oportunidades parasitarias. También es frecuente que ministros de obras públicas o de fomento ocupen
cargos en direcciones de empresas que contratan con el Estado o que militares en retiro, que en activo
estuvieron vinculados a la compra de armamentos para la defensa de su país, sean contratados por las
empresas armamentísticas con jugosos emolumentos.
11. La necesidad que tienen los partidos y demás actores políticos de poseer recursos financieros
cada vez más elevados para alcanzar el poder, o para mantenerlo, también aparece como un incentivo
para que dichos actores se corrompan. A su vez, los empresarios y hombres de negocios en general
suelen necesitar el poder político para favorecer sus intereses o, simplemente, para extraer rentas del
Estado.
En el juego de la corrupción no todos ganan, y por ese motivo hay que analizar las consecuencias
negativas que su ejercicio produce.
6. EFECTOS NEGATIVOS DE LA CORRUPCION.
Los efectos de la corrupción son múltiples y diversos, pueden ser económicos, políticos, jurídicos y
morales. Y no todos son negativos para todos. En el caso típico de un soborno, se benefician las partes
que en él intervienen, sobornador y sobornado, que logran ventajas para sí o para terceros. En la gran
corrupción aneja al comercio internacional o en la gran obra pública realizada por empresas en el
extranjero, por ejemplo, también se beneficia el Estado donde radican dichas empresas. Se generan más
puestos de trabajo, mayor pago de impuestos, influencia política indirecta, etc.
Pero la corrupción también genera perdedores, que deben soportar sus efectos negativos. En el ámbito
económico, la corrupción implica:
1. La corrupción atenta contra la inversión en la economía de un país y, por lo tanto, influye
negativamente en su desarrollo económico y social. Existe una vinculación probada que altos índices
de corrupción degradan las posibilidades de crecimiento económico a largo plazo. Y como la corrupción
aumenta los riesgos y los costos de la inversión supone un obstáculo mayor para el flujo de capitales.
2. La corrupción afecta la calidad de la inversión y disminuye la productividad de la economía. El
poder político asigna recursos a servicios innecesarios si generan retornos o comisiones corruptas
importantes.
3. La corrupción provoca el aumento de los costes y de los precios de los bienes y servicios
involucrados en el trato venal. El pago de sobreprecio de la obra pública o sus sucesivos reajustes
sirven, para ocultar el pago de comisiones corruptas. Este sobreprecio es asumido por toda la ciudadanía
a través del pago de impuestos.
4. La corrupción impone barreras al libre mercado y se transforma en una herramienta útil para
eliminar la competencia. Las empresas utilizan el soborno para alcanzar un monopolio de hecho, por eso
exigen exclusividad de trato como contrapartida. Una empresa ineficiente pero que se mueva mejor en las
aguas de la corrupción ocupará posiciones en el mercado más ventajosas que otra empresa más
competitiva y más honesta. Ningún mercado puede funcionar adecuadamente con estos parámetros.
Pero los efectos negativos de la corrupción no solo notan en materia económica, en el ámbito político, la
corrupción tiene efectos devastadores para la democracia. A mayor nivel de corrupción en un Estado habrá
menor nivel de democracia. Varias razones avalan esta tesis. Algunas de ellas son las siguientes.
1. La corrupción socava el principio de la mayoría. La democracia es un sistema político que distribuye
igualitariamente la posibilidad que tienen los individuos de participar e influenciar en el proceso de toma de
decisiones. Cuando el gobierno toma alguna medida en cumplimiento de un pacto corrupto deja de lado
las preferencias de los votantes y la voluntad de la mayoría. Se decide conforme a quien paga porque así
se ha dispuesto en el acuerdo venal. Esto implica que el derecho que tienen todos los ciudadanos a ser
tratados con igual consideración y respeto, y que sus preferencias valgan por igual, no se cumple.
Desaparece la idea del autogobierno colectivo.
2. La corrupción política corroe asimismo los fundamentos de la moderna teoría de la
representación que está en la base del ideal democrático. En efecto, en las democracias modernas, la
relación entre representantes y representados se guía por el principio del mandato libre. Esto es, una vez
elegidos, los representantes tienen libertad para tomar las decisiones que crean conveniente. Los
representados no pueden elegir a un representante para que cumpla con un objetivo preciso y exclusivo.
Pero la corrupción hace inútil esa prohibición del mandato imperativo, ya que los representantes
ejecutarán las órdenes de ciertos representados, o incluso de quienes carecen de representación, por
haber pagado simplemente alícuotas corruptas.

3. Como señala Ernesto Garzón Valdés, la calidad de la democracia se ve debilitada, además, porque
la corrupción afecta al principio de publicidad que le es propio, entendido aquí como el uso de la
razón pública. Esto es, para justificar las acciones se invocan razones cuya validez depende de sus
propios méritos. Razones que deberían ser consideradas persuasivas por todos, bajo ciertas condiciones.
Pero para ser aprobadas, dichas razones han de ser conocidas y defendidas en la arena pública. La
participación en política puede interpretarse como una forma de lanzar, defender y promover
determinadas posiciones en el mercado de las ideas. Pero la corrupción exige que se oculten las
verdaderas razones y los procedimientos por las cuales se toman ciertas decisiones políticas, de ese
modo, se hurta el debate público y se afea la idea del autogobierno colectivo.
4. La corrupción asociada a la democracia a través de la financiación ilegal de los partidos políticos
hace surgir un problema adicional muy serio que termina laminando toda la vida social. Los gobiernos
y los partidos políticos que los sustentan se han hecho vulnerables a los ofrecimientos de soporte
económico de los narcotraficantes y de las diversas organizaciones mafiosas. La connivencia entre mafias
y partidos políticos, entre financiación de la política y corrupción, introduce nuevos elementos en el
fenómeno del narcotráfico y hace aumentar el pesimismo acerca de una lucha exitosa para erradicarlo. Y,
por supuesto, en esos contextos, deja muchas dudas acerca de los resultados de la participación política
de los ciudadanos honestos en el juego de la democracia.
5. Todo esto supone que la democracia desplaza su punto de apoyo basada en la participación
ciudadana sobre la base de la igualdad hacia quienes tienen la capacidad y la voluntad de influir en
el proceso político a través de las aportaciones corruptas. Estas prácticas sesgan al proceso de toma
de decisión democrática a favor de los que más tienen.
Se produce de ese modo una refeudalización de la política, donde bajo la apariencia de una
participación política igualitaria se esconde un sistema de toma de decisiones políticas regido casi en
exclusividad por intereses económicos. Las decisiones políticas dejan de ser una cosa de todos para ser
ejecutadas en los hechos por quienes detentan los suficientes recursos financieros para influir en, o
determinar a, las autoridades competentes. La corrupción hace que la política en un sentido material de un
proceso atinente al autogobierno colectivo, sea una cosa de ricos. La política supuestamente democrática
se transforma de hecho en una actividad decisoria elitista. Es la burguesía, los sectores financieros o
simplemente aquel que detenta el poder económico quien determina el destino de la res publica y no
porque conforman una mayoría, sino, simplemente, porque son más ricos. Por ello, la corrupción deteriora
enormemente la cultura y las prácticas políticas democráticas.
Por otra parte, también existen consecuencias jurídicas y sociales negativas de la corrupción:
1. La corrupción genera, sobre todo en casos de gran corrupción, una cascada de acciones ilegales
necesarias para ocultar el origen o la ilicitud de los fondos que se transfieren. Los corruptos
descienden por una pendiente resbaladiza que les lleva a hacer actos malos para evitar actos peores. Por
ejemplo, las empresas que operan corruptamente falsifican los asientos contables, suelen tener fondos
opacos para hacer frente a los pagos ilícitos o han de contar con el apoyo de los bancos o entidades
financieras para trasladarlos subrepticiamente. Quien recibe el pago ha de sacarlo del país, blanquearlo u
ocultarlo también con el soporte del sistema financiero que queda claramente contaminado. Se comienza
así con un primer acto ilegal de corrupción, pero no se sabe cuál será el último.
2. Los injustos efectos benéficos de la corrupción no se producen solo para el corrupto y su
generación, sino que las ventajas obtenidas tienden a perpetuarse en el tiempo. En el futuro
aparecen inequidades que son generadas en el presente o, incluso, que han sido generadas en el pasado.
En efecto, quien se ha beneficiado a través de la corrupción ocupará una posición económica preeminente
en el mercado, dado el capital acumulado, sobre todo si participa en actos de gran corrupción.
Naturalmente, este punto de partida privilegiado no le asegura éxitos futuros, pero le sitúa indudablemente
en una posición ventajosa. Y no únicamente para sí, sino también para sus descendientes.
La segunda o tercera generación que fue educada con el dinero corrupto o cuya riqueza es una
consecuencia directa de la venalidad reclamará respetabilidad para su posición, reivindicando su absoluta
falta de responsabilidad, sobre todo penal, respecto de hechos acaecidos en el pasado. ¿Quién podrá
reclamar a los nietos por los actos de corrupción cometidos por sus abuelos? Los descendientes y
allegados de muchos de los corruptos se convirtieron en personajes ricos e influyentes. Los perdedores en
el juego de la corrupción se empobrecieron. Sus herederos también perdieron. Y, de ese modo, las
injusticias se perpetuaron.
Todo este capital político y económico acumulado pasa a la generación futura con su capacidad para
seguir corrompiendo.
3. Todas estas consecuencias nocivas producen en el ciudadano una sensación de que “todo vale”,
un descreimiento aún mayor en el sistema político-jurídico y un incentivo más para operar como un
free rider. Se genera, de ese modo, una cultura de la corrupción donde muchos pretenden alcanzar sus
metas a través de métodos ilegítimos y donde el que cumple con las leyes pierde casi siempre. En un
mundo controlado por la corrupción y la impunidad parece ser irracional no participar de la espiral siempre
ascendente de las prácticas irregulares e ilegítimas.
7. CONSIDERACIONES ADICIONALES.
La medición de la corrupción es un genuino problema generalizado para todo aquel que se acerque a su
consideración. Las causas que contribuyen para que este inconveniente no se solucione son de diversa
índole. En primer lugar, aspectos conceptuales. Al no haber consenso acerca de qué denota la noción de
corrupción no se puede medir con exactitud lo denotado. En segundo lugar, hay dificultades sobre cuáles
son las fuentes fiables de información. En tercer lugar, existen problemas de comparabilidad, puesto que
los sistemas jurídicos de los distintos países suelen presentar diferencias no menores. Y, entre otros
factores: existe un abismo de una profundidad no desdeñable entre los datos objetivos que se tienen sobre
casos verificados de corrupción y los datos subjetivos surgidos a partir de la percepción que diversos
agentes sociales tienen sobre esta cuestión.

A pesar de estas dificultades, sin embargo, se ve ya con creciente nitidez un mayor


perfeccionamiento de los procedimientos para medir la corrupción. Los esfuerzos realizados por
organismos como el Banco Mundial o el Banco Interamericano de Desarrollo comienzan a dar sus frutos. Y
las cifras que se ofrecen sobre el volumen involucrado en actos de corrupción, no dejan de ser aterradoras
por su volumen. Para dar un ejemplo, Naciones Unidas estima que el coste la corrupción alcanza los 2.6
billones de dólares al año, algo más del 5% del Producto Interior Bruto mundial.
Dadas las consideraciones precedentes no resulta extraño que se hayan implementado tanto a nivel de los
diversos países nacionales como a nivel internacional distintas medidas para luchar contra la corrupción.
Pero no siempre fue así, no siempre existe el ánimo de combatir la venalidad. Esa falta de convicción
aparece también cuando se asume una posición entre cínica y resignada de aceptación de ese flagelo.
La excusa de que no es el “momento político” para llevar a cabo acciones contra las prácticas venales en
foros nacionales e internacionales no es nada nuevo y se esgrime con tanta frecuencia que acaso si
resulta apenas creíble. Afirmar, por otra parte, que la represión de actos corruptos del pasado puede
contribuir a la desestabilización del país en el presente, o a complicar su futuro, es una constante. Y
tampoco es infrecuente, como en el caso de España, que la élite dominante sostenga que no se debe
hablar, ni investigar, ya más los casos de corrupción generados desde el poder en el pasado inmediato
porque la responsabilidad política se agota con los últimos procesos electorales. Parecería que para
algunos nunca es el “momento político” para enfrentar la venalidad. O, al menos, para intentar erradicarla
de un modo decidido y perentorio.
Las empresas exportadoras, y con frecuencia sus países de origen, suelen afirmar también que si se
abstienen de corromper pierden capacidad competitiva en el mercado porque siempre habrá empresas
que corrompan. O que la corrupción es un método adecuado para superar una burocracia ineficiente, o
que la cultura imperante lleva inexorablemente al acuerdo ilegítimo.
Todas estas situaciones podrían resumirse en una única palabra: impunidad. La impunidad funciona
como un marco propicio para que se incentiven y se desarrollen actividades corruptas. En contextos de
impunidad, la corrupción es uno de los mecanismos aptos para el éxito social. De hecho, los corruptos
cambian las reglas para el éxito en la sociedad y, por ese motivo, el ciudadano tiende a imitar las prácticas
que percibe como exitosas aunque sean ilegales porque sirven para lograr dinero, prestigio o poder, y en
cambio no generan ningún costo.
Y que la corrupción sea una herramienta para el éxito social supone un incentivo más para su utilización.
Por eso los empresarios que en principio son los primeros interesados en la existencia de un mercado que
funcione con reglas claras, con plena información relevante y bajo la ley de la oferta y la demanda, a la
mínima percepción de que perderán una licitación o no lograrán los objetivos perseguidos, se lanzan a la
conquista de rentas ilegales a través del soborno.
No son conscientes, sin embargo, que aquellos que comenzaron siendo exitosos sobornadores en un
primer acto de corrupción, luego pueden ser víctimas no inocentes de actos de extorsión. De nada vale la
queja de empresarios de que sufren actos extorsivos si con anterioridad guardaban turno a las puertas de
los partidos políticos o de los ministerios ofreciendo generosos pagos si eran beneficiados desde el poder.
No siempre los actos de corrupción tienen su causa en, o son por iniciativa, del sector público.
Existe, por otra parte, una batería bien asentada de medidas anti corrupción. Ninguna de ellas,
considerada aisladamente, es suficiente para derrotar la venalidad. Cada contexto de corrupción requiere,
en ese sentido, un tratamiento sistémico, definido por una serie de decisiones variadas y complementarias.
Según todos los organismos internacionales, habría que modernizar y homogeneizar los sistemas jurídicos
y operacionales, asegurar la cooperación internacional en materia de intercambio de información y tomar
las medidas para que el sistema represivo sea eficaz. En el sector público, habría que disminuir los
trámites burocráticos, hacerlos más sencillos y comprensibles en un contexto donde prime la
transparencia. Hay que crear organismos de control y de represión específicos y generar la conciencia
entre los funcionarios de los gravísimos efectos de la corrupción. En el ámbito privado hay que diluir el
secreto bancario, evitar las dobles contabilidades o las contabilidades creativas, eliminar los fondos
opacos y agregar transparencia a los mercados. Por esa razón, para luchar contra la corrupción en el corto
plazo hay que reprimir los comportamientos venales, en el mediano plazo hay que modificar las
estructuras legales y sociales favorecedoras de la corrupción y a largo plazo hay que educar para
modificar las actitudes de los ciudadanos. Hay que suprimir, en ese sentido, los contextos que originan que
la corrupción sea un instrumento cuyo uso racional conduzca al éxito social.

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