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Coreopolítica y Coreopolicía
Coreopolítica y Coreopolicía
y
coreopolicía
André
Lepecki
Resumen
En
este
ensayo,
abordo
de
qué
modo
“coreogra;a”
puede
ser
usada
simultáneamente
como
prác?ca
polí?ca
y
como
encuadramiento
teórico
que
mapea,
de
modo
incisivo,
performances
de
movilidad
y
movilización
en
escenarios
urbanos
de
contestación.
Tomando
como
punto
de
par?da
prác?cas
arGs?cas
que
implican
directamente
las
tensiones
sociales
que
forman
y
performan
las
fisuras
de
lo
urbano,
y
ac?vando
la
noción
de
“policía”
en
Jaques
Rancière,
mi
propuesta
es
que
las
prác?cas
arGs?cas
analizadas
revelan
coreopoliciamientos
su?les
que
(pre)
definen
el
espacio
urbano
como
imagen
del
consenso
neoliberal.
Palabras
clave:
Coreogra;a,
Policía,
performance,
Urbano,
Disensión,
Polí?ca,
Danza.
1
Todas
las
citas
a
lo
largo
de
este
texto
son
traducciones
mías
de
las
obras
referenciadas.
O
sea,
no
es
apenas
el
arte
que
mezcla
y
redistribuye
lo
sensorio.
Una
polí?ca
verdadera,
la
verdadera
polí?ca
(¡Al
contrario
de
la
prác?ca
polí?ca
de
los
polí?cos!),
debe
también
ser
definida
literalmente
en
términos
esté?cos:
una
vez
que
la
polí?ca,
para
Rancière,
sería
también
“una
intervención
en
lo
visible
y
lo
decible”,
lo
que
lo
lleva
a
concluir,
categóricamente:
“hay
por
lo
tanto
una
“esté?ca”
en
el
núcleo
de
la
polí?ca
que
no
?ene
nada
que
ver
con
la
problemá?ca
que
Benjamin
propone
sobre
la
“este?zación
de
la
polí?ca”
específica
a
la
“edad
de
las
masas”
(Rancière,
2004,
p.13)
En
cuanto
a
Giorgio
Agambem,
en
un
texto
de
2007,
pronunciado
en
la
Bienal
de
Moscú
de
aquel
año
(dedicada
justamente
al
tema
“Arte
y
Polí?ca”),
éstas
úl?mas
estarían
ín?mamente
asociadas
porque
son
“ac?vidades
humanas”
(y
aquí
Agambem
es
más
antropológico
que
histórico)
que
se
ocupan
de
lo
que
él
llama
“abertura
de
potencias”.
Para
Agambem,
“El
arte
es
inherentemente
polí?co,
porque
es
una
ac?vidad
que
torna
inac?vos,
y
contempla,
los
hábitos
sensoriales
y
los
hábitos
gestuales
de
los
seres
humanos,
y
al
hacerlo,
los
abre
para
un
nuevo
uso
potencial”
(Agambem,
2008,
p.
204).
Dada
la
invocación
directa,
por
parte
de
ambos
filósofos,
del
cuerpo
y
sus
capacidades,
del
cuerpo
y
sus
potencias,
y
dado
que
sus
propuestas
funden
en
un
solo
“elemento”
(para
usar
la
expresión
de
Rancière)
el
binomio
arte-‐
polí?ca
para
reconstruirlo
ahora
como
un
con?nuo
cuya
función
es
la
de
perturbar
la
construcción
ciega
de
gestos,
hábitos
y
percepciones;
me
parece
obvio
que
tales
posiciones
tengan
consecuencias
directas
para
ser
consideradas
en
la
danza
actual
y
sus
polí?cas,
bien
como
en
algunos
performances
que
privilegian
el
movimiento
y
la
coreogra;a.
No
será
por
casualidad
que
Agambem
y
Rancière
recuperan,
ambos,
lo
que
Hanna
Arendt
consideraba
muy
necesario,
no
obstante,
extraño
y
tal
vez
incluso
perdido:
el
entendimiento
de
la
polí?ca.
Recordemos
que
para
Arendt,
una
noción
de
polí?ca
debidamente
restaurada
debe
tener
las
caracterís?cas
no
del
arte
en
general,
sino
más
específicamente
de
las
artes
e0meras:
la
danza
y
el
teatro.
Como
Arendt
(1998,
p.
207)
nos
recuerda
en
La
Condición
humana:
La
polí?ca
es
una
techné,
pertenece
a
las
artes
y
puede
ser
equiparada
a
las
ac?vidades
como
la
medicina
(healing)
o
a
la
navegación,
donde,
tal
como
en
el
performance
del
bailarín
o
del
actor,
el
`producto
final`
es
idén?co
al
propio
performance.
Es
esa
efimeridad,
esa
performa?vidad,
ese
entendimiento
de
que
“la
polí?ca
es
siempre
del
momento
y
el
sujeto
siempre
precario;
una
diferencia
polí?ca
está
siempre
al
borde
de
su
propia
desaparición”
(para
citar
una
vez
más
a
Rancière
(2010,
p.
39),
hablando
de
polí?ca
como
si
se
hablara
de
danza
o
del
performance
art),
que
coloca
a
la
danza
en
el
núcleo
de
la
polí?ca.
Importa
recordar,
no
obstante,
que
algunos
nombres
importantes
en
los
estudios
sobre
la
danza,
como,
por
ejemplo,
Mark
Franki
(1995
y
2002),
Randy
Mar?n
(1998),
Susan
Manning
(2006)
Y
Bojana
Kunst
(2009),
entre
otros,
han
propuesto,
desde
los
años
1990
y
de
modo
consistente,
la
hipótesis
de
que
la
danza,
al
danzar,
o
sea
en
el
momento
en
que
se
incorpora
en
el
mundo
de
las
acciones
humanas,
inevitablemente
teoriza
en
ese
acto
a
su
contexto
social. 2
La
danza
entendida
como
teoría
social
de
la
acción,
y
como
teoría
social
en
acción,
cons?tuiría
simultáneamente
su
trazo
dis?n?vo
entre
las
artes
y
su
fuerza
polí?ca
más
específica
y
relevante.
Como
esclarece
el
teórico
marxista
de
la
danza
Randy
Mar?n
(1998,
p.6)
en
un
libro
fundamental
que
publica
en
1998,
?tulado
Cri%cal
Moves:
2 Mi contribución para tal debate puede ser encontrada en Exhaus%ng Dance: Performance and the Poli%cs
3
O
sea,
Hewit
no
en?ende
la
polí?ca
como
la
ac?vidad
humana
que
busca
el
bien
común,
sino
como
sistema
de
distribución
de
cuerpos
y
sus
funciones
orgánicas
y
económicas
en
un
sistema
social
de
comandos,
reglas
y
performances
más
o
menos
virtuosís?cos,
más
o
menos
ensayados.
“polí?ca
de
suelo”.
Para
Carter,
la
polí?ca
de
suelo,
no
es
más
que
esto:
una
atención
aguda
a
las
par?cularidades
;sicas
de
todos
los
elementos
de
una
situación,
teniendo
en
cuenta
que
esas
par?cularidades
se
conforman
en
un
plano
de
composición
entre
el
cuerpo
y
el
suelo,
llamado
historia.
O
sea,
en
nuestro
caso,
una
polí?ca
coreográfica
del
suelo
atendería
a
la
manera
en
que
las
coreogra;as
determinan
los
modos
como
las
danzas
plantan
sus
pies
en
los
suelos
que
las
sustentan;
y
cómo
los
diferentes
suelos
sustentan
diferentes
danzas
transformándolas,
pero
también
transformándose
en
el
proceso.
En
esa
dialéc?ca
infinita,
una
coresonancia
cocons?tu?va
se
estableces
entre
las
danzas
y
sus
lugares;
y
entre
los
lugares
y
sus
danzas.
Con
esas
ideas,
podemos
finalmente
entrar
en
la
coreopolí?ca
del
concreto
urbano.
4 Sobre este tema de automovilidad, ver Peter Sloterdijk, La mobilisa%on Infinie, (Sennet, 1994). Para una
elaboración,
ver
Jaques
Derrida,
“Force
of
Law:
The
Mys?cal
Founda?on
of
Authority”
en
Cardozo
Law
Review
(1989-‐1990)
pertenecía
a
la
misma
categoría.
No
obstante,
esas
en?dades
tangibles
en
sí
mismas,
no
eran
el
contenido
de
la
polí?ca.
(Arendt,
1998,
p.
194-‐195,
cursivas
del
autor)
Lo
urbano,
como
espacio
construido
por
tangibles
inmóviles
de
acuerdo
con
la
estructura
incorporal
de
la
ley,
sería
el
soporte
material
necesario
para
contener
lo
e;mero,
la
precariedad,
el
desborde
y
la
imprevisibilidad
ontológica
de
la
polí?ca,
o
sea,
del
actuar
que
?ene
como
producto
apenas
el
actuar.
Tal
como
en
Mar?n,
tal
como
en
Hewit,
no
se
trata
aquí
de
metáfora:
la
acción
polí?ca
se
equipara
una
vez
más
a
la
danza,
y
eso
que
hace
que
sea
necesaria
la
construcción
de
lo
urbano
como
espacio
de
contención
arquitectónica
y
legal
de
la
danza-‐polí?ca:
Lo
que
es
peculiar
en
la
acción
polí?ca
es
que,
al
contrario
de
los
espacios
que
resultan
del
trabajo
de
nuestras
manos,
la
acción
no
sobrevive
a
la
actualidad
del
movimiento
que
la
trae
al
mundo,
más
que
desaparece
no
únicamente
con
la
dispersión
de
los
hombres,
sino
con
la
ausencia
o
la
paralización
de
las
propias
ac?vidades.
(Arendt,
1998,
p.
199)
Cocons?tu?vas
una
de
otra,
¿podrían
danza
(o
acción
policía
inmaterial)
y
ciudad
(hacer
legisla?vo-‐
arquitectónico
material)
encontrarse
y
renovarse
en
una
nueva
polí?ca
del
suelo,
en
una
coreopolí?ca
nueva
en
que
se
pueda
actuar
más
que
el
espectáculo
fú?l
de
una
frené?ca
y
eterna
agitación
urbana,
espectáculo
que
algo
más
que
una
performance
fa?gante
sin
fin
de
una
especie
de
pasividad
hiperac?va,
contaminante
y
violenta
que
hace
a
lo
urbano
representarse
al
mundo
como
avatar
de
lo
contemporáneo?
¿Pueden
la
danza
y
la
ciudad
reconstruir
el
espacio
de
circulación
en
una
coreoplí?ca
que
afirme
un
movimiento
para
una
vida
dis?nta,
más
alegre,
potente,
humanizada
y
menos
reproductora
de
una
ciné?ca
si
bien
agitada,
insoportablemente
agotadora,
y
con
certeza
espectacular?
Responder
posi?vamente
a
esas
preguntas
significa
imaginar
la
posibilidad
de
construir
tangibles
(predios,
calles,
vías
de
circulación
y
leyes)
y
de
actuar
intangibles
(danzas
y
polí?cas),
de
acuerdo
con
una
coreopolí?ca
del
suelo
urbano,
una
que
a?enda
a
los
accidentados
terrenos
de
la
polis
y
sus
historias.
Para
ello,
la
coreografia
tendría
que
volverse
una
metatopogra;a.
Leyendo
y
al
mismo
?empo
reescribiendo
el
suelo,
reinscribiéndose
en
el
suelo,
por
vía
del
suelo,
en
una
nueva
é?ca
del
lugar,
un
nuevo
pisar
que
no
domine,
y
aplane
el
terreno,
sino
que
deje
al
suelo
subir
al
cuerpo,
determinar
sus
gestos,
reorientando
así
todo
el
movimiento,
reinventando
toda
una
nueva
coreogra;a
social,
la
topocoreopolí%ca.
Sólo
así,
puede
una
ciudad,
el
escenario
de
vida
para
la
mayoría
de
la
humanidad
en
este
momento
en
que
el
ser
humano
es,
por
primera
vez
en
su
historia,
mayoritariamente
un
ser
urbano,
dejar
de
ser
esa
amalgama
de
construcciones
y
leyes
creadas
con
el
obje?vo
de
controlar
cada
vez
más
totalmente
los
espacios
de
circulación
(cuerpos,
deseos,
ideales,
afectos);
sólo
así
puede
una
ciudad
tonarse
una
coreogra;a
de
actualización
de
las
potencias
polí?cas
y
del
vivir
contenido
siempre
en
todo
de
cualquier
ciudadano:
dejando
a
la
danza
danzar,
o
sea,
dejando
a
la
polí?ca
acontecer
en
su
verdadera
faceta,
de
modo
que
“se
pueda
esperar
que
lo
inesperado
performe
lo
infinitamente
improbable”,
como
dice
Arendt.
Sin
embargo,
en
medio
de
este
camino
de
esa
coreopolí?ca
del
suelo
y
de
las
potencias
liberadas,
se
encuentra…
la
policía.
Coreopolicía
Permanezcamos
por
un
momento
ante
una
serie
de
imágenes
tomadas
a
lo
largo
de
los
úl?mos
18
meses
en
diversos
suelos
de
urbanidad
planetaria
en
disenso:
Tunes,
14
de
enero
del
2011,
Plaza
Tahir,
Cairo,
28
de
enero
de
2011;
Karen
Al
Nile
Bridge,
Cairo,
28
de
enero
de
2011;
Bahrain,
13
de
marzo
de
2011;
Picadilly
Circus,
Londres,
26
de
marzo
de
2011;
Taiz,
Yemen,
12
de
abril
de
2011;
Plaza
Syntagma,
Atenas,
15
de
mayo
de
2011;
Plaza
Cataluña,
Barcelona,
25
de
mayo
de
2011:
Rossio,
Lisboa,
28
de
mayo
de
2011;
Deraa,
Síria,
10
de
junio
de
2011;
Wall
Street,
Nueva
York,
25
de
sep?embre
de
2011;
Brooklyn
Bridge,
Nueva
York,
2
de
octubre
de
2011.
Obviamente,
todas
esas
imágenes
que
la
media
global
produce,
reproduce
y
hace
circular
son
ya
coreografiadas
por
la
cámara
y
por
un
aparato
de
representación
mediá?co
que
en
sí
mismo,
ya
es
productor
y
reproductor
de
una
cierta
imagen
de
lo
que
es
hacer
polí?ca
y
manifestar
disenso
en
el
espacio
urbano.
Si
bien
es
verdad
que
esas
imágenes
están
pre-‐
coreografiadas
por
ideologías
que
determinan
el
encuadramiento
de
cierta
noción
de
protesta,
se
puede
también
decir,
se
debe
también
decir,
que
esas
imágenes
no
dejan
de
referenciar
actos
concretos,
afirma?vos,
con
coraje
y
bien
específicos
del
mundo
en
que
vivimos.
Quedémonos,
pues
con
esas
imágenes,
un
poco
más,
de
modo
que
su
persistencia
ante
nosotros,
nos
produzca
una
figuración
dis?nta,
más
allá
de
lo
puramente
visual.
Lo
que
encontramos
en
ellas
más
allá
del
espectáculo
de
representación
visual
es
la
potencia
coreopolí?ca
disensual
como
especie
de
estribillo
global
de
lo
contemporáneo.
Entonces,
más
allá
del
cliché,
observamos
que,
en
el
camino
de
la
polí?ca
en
acción,
en
medio
del
movimiento
que
osa
actuar
valientemente
e
irónicamente
par?endo
de
la
misma
raíz
e?mológica,
en
medio
de
la
pólis
y
la
polí%ca
está
aquel
ser
oscilando
entre
la
ley
y
la
acción,
entre
la
violencia
que
preserva
y
la
violencia
que
violenta,5
entre
lo
inmóvil
que
bloquea
y
lo
altamente
móvil
que
hace
la
guerra.
O
sea,
la
policía.
Vamos
a
considerar
aquí
a
la
“policía”
como
un
actor
social
en
la
coreopolí?ca
del
urbano
actual,
una
figura
sin
la
cual
no
es
posible
pensarse
del
todo
la
gobernabilidad
moderna.
Una
figura
también
llena
de
movimiento,
par?cularmente
el
ambiguo
movimiento
pendular
entre
su
función
de
hacer
cumplir
la
ley
y,
su
capacidad
para
su
suspensión
arbitraria;
una
figura
cuyo
espectáculo
ciné?co
es
el
de
atribuirse
el
monopolio
sobre
la
determinación
de
lo
que
en
lo
urbano
cons?tuye
un
espacio
de
circulación,
tarea
que
ejecuta
no
sólo
cuando
orienta
el
tránsito,
sino
cuando
ejecuta
con
alarde
su
performance
de
transgresión
de
los
sen?dos
de
circulación
en
la
ciudad,
con
carros
veloces,
llenos
de
luces
y
sirenas
alardeando
así
de
su
excepcional
ultramovilidad,
ya
que
para
la
policía
nunca
existe
el
sen?do
contrario.
Tras
un
año
de
confrontación
entre
acción
coreopolí?ca
disensual
y
reacción
de
coreopoliciamiento
represivo,
es
fundamental
entender
como
la
danza
y
el
performance
han
orientado
esa
figura
fundamental
en
el
entendimiento
y
en
el
direccionamiento
de
nuestra
vida
ac?va
y
consecuentemente,
de
nuestra
función
polí?ca.
Presentamos
tres
ejemplos.
En
The
Great
White
Way,
el
performer
y
ar?sta
plás?co
norteamericano
William
Pope.
L,
que
se
autodenomina
“ The
Friendliest
Black
Ar?st
in
America©”,
propone
arrastrarse
por
todo
Broadway,
ves?do
de
súper
hombre
y
con
una
pa?neta
amarrada
a
sus
espaldas.
El
trayecto
comienza
a
los
pies
de
la
Estatua
de
la
Libertad,
en
Liberty
Island,
en
Nueva
York. 6
En
un
video
documental
de
esa
pieza
dirigido
por
el
ar?sta,
vemos
a
William
6
Sobre
el
rastejar
polí?co
de
William
Pope.
L,
ver
“Stumbling
Dance”
(Lepecki,
2006)
arrastrándose
en
el
suelo
por
algunos
metros,
hasta
que
la
policía
aparece.
Se
escucha
un
diálogo
entre
el
operador
de
la
cámara
y
los
policías.
El
operador
dice
que
ya
habían
contactado
a
las
autoridades,
informando
que
iban
a
filmar
un
performance
en
la
Isla
de
la
Libertad,
y
que
no
se
había
presentado
ninguna
objeción
a
la
solicitud.
A
lo
que
los
policías
repelaron:
“Pero
para
arrastrarse
en
el
suelo,
no
puede”.
Y
ordenan:
“Él
?ene
que
regresar
a
su
barco.
No
me
interesa
lo
que
haga
en
su
barco.
Aquí
en
la
Isla,
eso
no
lo
puede
hacer”.
William,
súper
hombre,
negro,
fa?gado,
regresa
al
barco,
arrastrándose
bajo
la
mirada
pétrea
de
la
dama
blanca
de
la
libertad
y
del
comando
policial
redireccionando
su
movimiento.
En
junio
del
2008,
la
ar?sta
y
performer
Tania
Bruguera
presentó
en
el
Tate
Modern
de
Londres,
su
pieza
Tatlin´s
Whispers
#5.
Aquí,
dos
de
los
agentes
de
la
Policía
Montada
An?-‐mo?n
Metropolitana
de
Londres
fueron
contratados
para
usar
sus
técnicas
de
control
de
masas
en
el
espacio
del
museo.
Se
les
solicitó
que,
en
intervalos
regulares,
dirigieran
a
placer
los
flujos
y
las
concentraciones
del
público
que
visitaba
el
museo
ese
día.
Así,
hombre
y
caballo,
en
un
solo
agenciamiento
de
comando,
los
dos
policías
trabajan
en
conjunto
en
un
preciso
pas-‐de-‐quatre,
y
consiguen,
de
hecho,
de
manera
más
o
menos
amena,
mover
a
los
ciudadanos:
separan
grupos,
empujan
individuos,
ordenan
a
algunos
se
muevan
de
un
lado
a
otro,
aislan
y
paran
y
vuelven
a
dislocar,
poner
fuera
de
lugar
a
los
transeúntes.
Entre
diver?dos
y
contrariados,
es
verdad
que
todos,
por
fin
acaban
por
obedecer
las
órdenes
de
comando.
Cuando
la
policía
habla,
sea
para
circular,
o
para
ir
a
un
lugar
específico,
o
apenas
para
despejar
el
camino,
sus
palabras
operan
como
un
eficienGsimo
comando
coreográfico:
el
movimiento
es
correspondiente
e
inmediatamente
ejecutado
de
la
mejor
manera
posible.
Con
esto…
Bruguera
revela
de
modo
claro,
y
una
vez
más
nada
metafórico,
de
qué
modo
la
coreogra;a
ar?cula
las
polí?cas
invisibles
que
tejen
el
día
a
día
de
todos
nosotros.
Finalmente,
el
tercer
ejemplo
proviene
de
un
universo
de
referencia,
cuyo
propósito,
es
radicalmente
diferente,
pues
importa
igualmente,
más
allá
de
mostrar
esas
operaciones
de
denuncia
polí?ca
hechas
coreográficamente
por
el
arte
contemporáneo,
demostrar
como
el
policiamiento
en
cuanto
coreogra;a
del
flujo
del
ciudadano
es
algo
profundamente
arraigado,
entrañado
y
que
forma
o
deforma
el
espacio
de
lo
urbano
y
del
imaginario
social
de
circulación
en
ese
espacio.
Esa
imagen
de
la
policía
como
coreógrafa
de
la
ciudad
y
de
sus
flujos
de
circulación
aparece
claramente
en
las
más
comerciales,
inocentes
e
insospechadas
producciones.
Por
ejemplo,
en
el
musical
de
Hollywood
de
los
años
1950.
En
la
famosísima
escena
de
Singing
in
the
Rain,
en
que
el
actor
Gene
Kelly
baila
con
efusiva
pasión,
bajo
un
chorro
implacable,
en
lo
que
es
una
demostración
de
cómo
la
danza
puede
ser
expresión
de
la
potencia
amorosa.
Todos
conocen
la
escena
en
que
Kelly
baila
bajo
la
lluvia,
y
en
su
alegría,
salta
y
da
vueltas
dentro
y
fuera
de
los
espacios
des?nados
a
la
circulación
peatonal:
él
pisa
los
charcos,
la
banqueta
y
salta
a
la
mitad
del
asfalto,
girando
en
el
espacio
dedicado
al
flujo
de
los
autos.
Y
tal
vez
todos
recuerden
como
la
danza
termina
en
esa
clásica
escena.
La
danza
no
?ene
un
final.
Es
interrumpida
por
un
policía
que
no
dice
nada.
A
decir
verdad,
el
interrumpe
la
danza
en
el
momento
de
mayor
euforia,
apenas
apareciendo
en
la
escena,
deteniéndose
y
cruzando
los
brazos.
Su
presencia
es
así
el
erigir
provisorio
de
un
inmóvil
tangible
que
legisla
sobre
el
movente
fuera
del
orden
de
circulación.
Ante,
los
brazos
cruzados,
la
presencia
y
el
silencio
del
policia,
Kelly
para
inmediatamente
de
bailar.
Y
regresando
a
la
banqueta,
con?nua
por
ella
con
pasos
cuidadosos,
caminando
ahora
como
supuestamente
debe
caminar
un
ciudadano
sensato,
y
en
donde
se
supone
un
ciudadano
sensato,
debe
moverse.
Quería
esclarecer
que
la
total
disparidad
entre
los
ejemplos
mencionados
es
a
propósito.
Dicha
disparidad,
nos
muestra
como
la
“policía”
–
independientemente
del
lugar
en
que
su
figura
aparece
(calles
verdaderas
o
escenarios
del
cine),
de
la
época
(años
1950
o
2010),
de
los
modos
de
representación
(Hollywood
o
arte
del
performance),
de
los
modos
de
instrumentalización
(la
policía
es
coreografiada
por
la
ar?sta
para
revelar
como,
a
su
vez
nos
coreogra;a)
y
de
los
modos
de
actuación
(la
policía
interfiere
en
el
flujo
del
arte
como
un
crí?co
severo,
en
el
caso
de
Pope
L.;
o
en
el
flujo
del
amor
como
un
rival
celoso)-‐
se
cons?tuye
como
un
sistema
de
presencia
y
un
vector
de
fuerza
que
determina,
orienta
y
con?ene
movimientos
y
danzas
que
se
atreven,
al
menos
provisoriamente
y
por
vía
de
sorprendentes
movimientos
inusitados,
a
cambiar
los
lugares
donde
ellas
se
dan.
O
sea,
una
teoría
ciné?ca
de
la
policía
nos
permite
iden?ficar
su
función
coreográfica
como
fundamental
en
la
cons?tución
de
lo
urbano
y
la
propia
idea
de
la
polí?ca.
La
develación
crí?ca
de
tal
función
es
exactamente
lo
que
Jaques
Rancière
nos
ofrece
cuando
propone
la
an?nomia
polí?ca-‐policía
en
varios
de
sus
escritos,
pero
principalmente
en
un
ensayo
?tulado
“Diez
tesis
sobre
polí?ca”
(2002).
Quería,
recuperar
del
abordaje
de
Rancière
el
modo
como
su
definición
de
policía
se
dis?ngue
conceptual
y
performa?vamente
del
pequeño
teatro
de
interpelación
policial
descrito
por
Luis
Althusser
en
su
famoso
ensayo
de
1970,
“Ideología
y
aparatos
ideológicos
de
Estado”
(Zizek,
1994).
Recordemos
que,
en
Althusser,
la
policía
cumple
con
una
acción
de
subje?vación,
por
vía
del
llamado
“Eh,
tú!”
que
el
policía
dirige
al
transeúnte.
Recordemos
también
que
ese
llamado
emi?do
por
el
policía
produce
un
doble
e
inmediato
efecto
quiné?co
y
polí?co:
el
sujeto
voltea
en
dirección
de
la
voz
de
la
autoridad,
y
es
ese
giro
que
Althusser
iden?fica
como
el
momento
exacto
en
que
el
individuo
doblega
su
individualidad
y
se
submite
(“libremente”
Althusser
nos
recuerda
con
ironía
mordaz)
a
su
sujeción:
ser
un
Sujeto
ante
la
ley.
Rancière
propone,
algo
diferente.
Para
él,
la
función
de
la
policía
es
menos
quinestésica
(el
voltear
del
individuo
sobre
su
eje,
que
lo
fija
y
lo
recluta
para
siempre
en
cuanto
sujeto)
que
coreográfica.
O
sea,
para
Rancière,
la
policía
no
precisa
siquiera
llamar
al
sujeto.
Ella
es
aquel
elemento
que
ya
está
dado
en
la
organización
de
la
polis.
La
policía
es
un
tangible,
una
construcción,
que
podemos
equiparar
a
la
arquitectura,
pues
ella
es
principalmente
el
agente
que
garan?za
la
reproducción
y
la
permanencia
de
modos
determinados
de
circulación
individual
y
colec?va.
La
policía,
en
otras
palabras,
coreogra;a.
Es
decir,
es
ella
la
que
garan?za,
que
todos
se
muevan
y
circulen
tal
como
les
es
dicho
(abierta
o
veladamente,
verbal
o
espacialmente,
por
hábito
o
por
agresión)
y
se
muevan
de
acuerdo
con
el
plano
consensual
del
movimiento.
Todo
el
movimiento
en
la
urbe,
por
más
agitado
que
sea,
no
producirá
nada
más
que
el
mero
espectáculo
de
un
movimiento
que
antes
que
nada,
debe
ser
un
movimiento
ciego
que
lo
lleva
a
moverse.
O
sea,
lo
que
importa
es
una
fusión
par?cular
de
coreogra;a
e
policiamiento-‐
coreopoliciamiento.
El
fin
del
coreopoliciamiento
es
el
de
desmovilizar
la
acción
polí%ca
por
vía
de
la
implementación
de
cierto
movimiento
que,
al
moverse,
ciega
y,
consensualmente,
es
incapaz
de
movilizar
la
discordia;
un
movimiento
incapaz
de
romper
con
la
reproducción
de
una
circulación
impuesta
(y
reificada
como
natural
a
la
imagen
propia
de
la
ciudad
como
espacio
para
el
espectáculo
permanente
del
movimiento
supuestamente
libre).
Como
nos
dice
Rancière
(2010,
p.
37,
cursivas
nuestras),
Las
intervenciones
policiales
en
espacios
públicos
consisten
principalmente
no
en
interpelar
a
los
manifestantes,
sino
en
dispersarlos.
La
policía
no
es
la
ley
que
interpela
individuos
(como
Althusser,
y
su
“¡Eh,
tú!”)…
La
frase
de
la
policía
es
antes:
“Circular,
circular,
no
hay
nada
que
ver
aquí”.
La
policía
es
aquello
que
dice
que,
aquí,
en
esta
calle
no
hay
nada
que
ver
y
por
tanto,
nada
más
que
hacer
que
con?nuarse
moviendo.
Ella
afirma
que
el
espacio
para
la
circulación
no
es
más
que
un
espacio
de
circulación.
La
coreogra;a
de
policía,
la
dinámica
de
la
policía,
la
quiné?ca
de
la
policía.
El
coreopoliciamiento
como
implementación
del
insensato
movimiento
insensible
que
predetermina
una
quiné?ca
del
ciudadano
en
que
las
relaciones
movimiento
y
lugar,
o
polí?ca
y
suelo,
son
permi?das
apenas
si
permanecen
relaciones
reificadas,
incues?onables,
inmutables
y
que
reproducen
el
consenso
sobre
su
“buen
sen?do”.
Y,
por
otro
lado,
la
coreopolí?ca:
comovilización
de
acción
y
de
los
sen?dos,
energizada
por
la
osadía
de
iniciar
lo
improbable,
en
el
suelo
siempre
móvil
de
la
historia,
y
que
puede
prescindir
incluso
del
espectáculo
de
lo
ciné?co
de
la
circulación
y
de
la
agitación,
pues
lo
que
importa
es
implementar
un
movimiento
que,
al
darse,
de
hecho
promueva
el
movimiento
que
importa.
Que
puede
ser,
por
ejemplo
simplemente
detenerse.
Coreopolí(ca
Regresamos
así
al
inicio
de
este
texto
y
ahora
podemos
afirmar
que
toda
coreopolí?ca
requiere
una
distribución
y
reinvención
del
cuerpo,
de
afectos,
de
sen?dos.
Es
que
toda
coreopolí?ca
revela
el
entrelazamiento
profundo
entre
movimiento,
cuerpo
y
lugar.
O,
como
esclarece
Rancière
(2010,
p.
36,
cursivas
nuestras),
La
esencia
de
la
policía
se
encuentra
en
una
categoría
de
lo
sensible
caracterizada
por
la
ausencia
de
vacío
y
de
suplemento:
aquí
la
sociedad
está
formada
por
grupos
aprisionados
a
modos
específicos
de
hacer,
a
lugares
donde
esos
haceres
son
ejercitados
y
a
los
modos
de
ser
que
corresponden
doblemente
a
esas
ac?vidades
y
a
esos
lugares.
En
este
engrane
de
funciones,
lugares
y
modos
de
ser,
no
hay
lugar
alguno
para
vacíos.
La
polí?ca,
entonces,
sería
una
operación
coreográfica
de
ruptura
de
la
fantasía
del
espacio
público
como
vacío
o
libre
de
accidentes
de
terreno.
La
polí?ca
(al
contrario
de
las
prác?cas
polí?cas
de
los
polí?cos
y
sus
secuaces)
sería
una
intervención
en
el
flujo
del
movimiento
y
en
sus
representaciones.
Una
vez
más,
vemos
que
la
cues?ón
?ene
que
ser
tratada
lo
menos
metafóricamente
posible.
Como
nos
dice
justamente
Rancière
(2010,
p.37,
cursivas
nuestras):
“la
polí?ca
consiste
en
transformar
ese
espacio
de
andar,
de
circulación,
en
un
espacio
donde
un
sujeto
pueda
aparecer”.
Ese
sujeto
sería
el
ser
polí?co,
o
sea,
aquel
que
es
capaz
de
ejercitar
su
(siempre
presente)
potencia
para
el
disenso,
que
es
también
un
ejercicio
fundamentalmente
esté?co,
no
estructurado
por
vectores
de
subje?ficación
pré-‐
dados.
El
surgimiento
del
sujeto
polí?co:
es
efecto
y
causa
de
un
nuevo
entendimiento
de
coreogra;a.
O
sea,
coreogra;a
se
vuelve
coreopolí?ca
cuando
moviliza
o
auxilia
una
toma
de
acción
en
los
vacíos
siempre
presentes
(pero,
recalcados,
denegados,
camuflados)
en
la
trama
de
circulación
de
lo
urbano.
Coreopolí?ca
es
la
revelación
teórica
y
prác?ca
del
espacio
consensual
y
plano
de
circulación
como
máxima
fantasía
policial,
pues
no
hay
suelo
sin
accidentes,
grietas,
cicatrices
e
historicidad.
Es
en
la
fisura,
que
todo
suelo
ya
es,
que
el
sujeto
polí?co
surge
porque
en
él
escoge
el
tropiezo,
y,
en
el
desear
del
tropiezo,
ve
el
delirio
policiaco
de
la
circulación
ciega
y
sin
fin
de
ser
saboteado.
¿Cómo
bailar
una
danza
que
cambia
de
lugares
pero
que
al
mismo
?empo
sabe
que
un
lugar
es
una
singularidad
histórica,
reverberando
pasados,
presentes
y
futuros
(polí?cos)?
¿Cómo
promover
una
movilidad
otra
que
no
reproduzca
la
quinésica
del
capital
y
de
las
máquinas
policiales
y
de
guerra?
¿Cómo
coreografiar
una
danza
que
agriete
el
suelo
liso
de
la
coreopolicía
y
que
quiebre
la
sujeción
de
los
sujetos
estructurados
por
la
coreopolicía?
Danzar
para
fisurar
el
suelo
del
movimiento,
bailar
en
el
movimiento
requebrajado
del
suelo,
quebrar
la
sujeción.
Crear
la
ruptura
en
el
estado
de
cosas,
en
la
cosas
del
Estado,
como
propone
Félix
Guatari
(1987,
p.1)
Cracks
dans
l’état
des
choses,
l’état
des
lieux,
l’état
des
normes...
Cracks
nous
induisant
par
devers
nous,
à
de
nouvelles
pra?ques
sociales
et
à
de
nouvelles
pra?ques
esthé?ques,
qui
se
révèleront
de
moins
en
moins
séparées
les
unes
des
autres
et,
de
plus
en
plus,
en
complicité
de
des?n.
Porque
la
ruptura,
finalmente,
no
es
más
que
lo
que
emerge
del
suelo
como
fuerza
coreopolí?ca:
desequilibrando
y
desestablizando
subje?vidades
predeterminadas
y
cuerpos
pre-‐coreografiados
para
beneficio
de
circulaciones
que,
a
pesar
de
la
agitación,
man?enen
todo
en
el
mismísimo
lugar.
La
fisura,
ya
es
el
suelo,
ya
es
el
lugar,
y
es
a
la
par
de
ella
que
podemos
actuar
el
deseo
de
otra
vida,
de
otra
polis,
de
otra
polí?ca-‐
de
una
cosa
otra,
pues
el
arte
y
la
polí?ca,
en
su
fusión
cocons?tu?va,
nos
recuerdan
que
aún
hay
todo
por
ser
visto,
aún
hay
todo
por
ser
percibido;
y
aún
hay
todo
por
ser
danzado.
El
sujeto
que
emerge
entre
las
grietas
de
lo
urbano,
moviéndose
aquí
y
más
allá
de
los
pasos
que
le
hubieren
sido
pre-‐atribuidos,
es
el
sujeto
polí?co
pleno.
Para
ese
sujeto,
la
cues?ón
fundamental
es
traer
de
vuelta
una
nueva
idea,
una
nueva
imagen
y
una
nueva
noción
coreográfica
de
movimiento.
La
pregunta
común
que
las
confrontaciones
polí?cas
del
contemporáneo
global
(es,
a
pesar
de
la
singularidad
histórica
y
geográfica
de
cada
uno)
nos
colocan
hoy
es:
¿Qué
es
de
hecho
un
verdadero
movimiento
polí?co?
¿Cómo
crear
un
movimiento
contestatario
que,
de
hecho,
escape
de
las
coreopoliciadas
imágenes
de
lo
que
lo
contestatario
debe
ser
en
los
circuitos
de
lo
urbano?
En
cuanto
impera?vos
y
comandos
mercadológicos
animan
la
circulación
de
cuerpos,
mercaderías,
capital,
bits
de
información,
a
través
de
cada
vez
más
controladas
y
patrulladas
fronteras
e
caminos,
la
cues?ón
del
movimiento
es
central.
A
lo
largo
de
este
úl?mo
año,
el
surgimiento
de
un
sujeto
polí?co
en
Cairo,
Tunes,
Atenas,
Londres,
Madrid,
y
Nueva
York
se
dio
no
por
vía
de
la
vieja
imagen
de
demostración
(que
ya
coreogra;a
la
protesta),
sino
de
una
nueva
imagen
de
ocupación.
Ocupando
la
polis,
resis?endo
la
circulación,
un
acto
de
detenimiento
toma
aspectos
polí?cos,
ciné?cos,
esté?cos,
pues
la
ocupación
y
el
permanecer
demuestran
y
revelan
cómo
el
ímpetu
y
el
impera?vo
de
circulación
y
de
agitación
son
coreogra;as
que
polician,
bloquean
e
impiden
una
visión
otra
de
la
vida.
Termino
trayendo
otro
“danzar
en
la
lluvia”.
Presento
ese
danzar
enfa?zando
que
él
surge,
al
contrario
de
los
ejemplos
anteriores,
fuera
de
los
circuitos
de
las
artes
plás?cas,
del
performance
art
y
del
comercialismo
hollywoodiano.
Se
trata
de
un
danzar
que
brota
de
la
vivencia
de
lo
urbano
y
que
a
esa
vivencia
directamente
se
dirige.
En
una
esquina
de
la
ciudad
de
Oakland,
California,
cuatro
jóvenes,
negros,
se
agrupan.
Llueve.
El
carro
negro
y
blanco
de
la
policía
aparece.
Se
de?ene.
Inves?ga,
pues
permanecer
parado
en
una
esquina,
en
muchas
ciudades
norteamericanas,
es
infracción
que
puede
llevar
a
la
cárcel.
Para
la
seguridad
de
todos,
dice
el
discurso
coreopoliciaco,
lo
mejor
es
desconfiar
de
grupos,
principalmente
de
los
jóvenes
cuyo
color
de
piel
fuera
más
oscura.
Es
que
los
agrupamientos
dislocan
y
ocupan
el
espacio
de
circulación.
Y
así
ocupan
el
?empo
también.
Y
quien
ocupa
el
?empo
marca,
determina
y
orienta
el
ritmo
de
cada
espacio.
O
sea,
hace
coreopolí?ca.
Sin
embargo,
los
jóvenes
se
dividen,
permanecen
dos
de
un
lado
de
la
calle,
dos
del
otro.
El
carro
patrulla
se
va.
El
suelo
mojado
es
como
una
lámina
de
plata.
Afilada.
Pasan
más
carros,
la
cinta
sonora
comienza,
medio
lenta,
medio
épica.
Corta
la
imagen
para
uno
de
los
jóvenes
en
medio
de
la
pista,
su
cuerpo,
en
una
especie
de
venia
guerrera,
el
brazo
izquierdo
es?rado
como
un
torero
elegante,
cabeza
baja,
encapuchada,
se
coloca
justo
en
el
trayecto
de
los
carros,
que
se
desvían
de
ese
cuerpo
que
desestabiliza
el
flujo
circulatorio.
Con
firmeza
y
belleza.
Y
entonces,
cada
cual
por
su
cuenta
en
una
y
otra
esquina,
danza
lo
imposible.
El
es?lo
de
su
danza
se
llama
TURF.
Acrónico
de
Taking
Up
Room
on
the
Floor
(tomando
espacio
en
el
suelo).
Y
es
que
el
suelo,
?ene
que
ser
ocupado,
porque
aun
estando
ahí
nunca
nos
es
dado.
Hay
que
pensar
esa
acción
de
ocupación,
de
acción
en
el
suelo,
y
después
tener
el
valor
de
actuar.
El
TURF
dancing
mezcla
una
plas?cidad
elás?ca
y
leve
del
cuerpo
(derivada
de
la
plas?cidad
electrónica
de
la
imagen
video)
para
demostrar
claramente
que,
en
las
esquinas
de
lo
urbano
policiado,
en
los
suelos
supuestamente
impropios
para
danzar
(mojados,
accidentados,
agrietados,
descuidados
por
el
poder
público,
permanentemente
policiados),
brota
y
surge
la
expresión
ciné?ca
del
disenso.
Y
aquí,
regresamos
a
la
concre?tud
no
metafórica
de
lo
que
la
danza
puede
hacer
polí?camente:
desentorpecer
lo
sensible,
rear?cular
el
cuerpo,
sus
velocidades
y
afectos,
ocupar
el
espacio
prohibido,
bailar
en
sen?do
contrario,
en
un
suelo
fisurado
y
di;cil.
Es
así
que
cumple
la
promesa
coreopoli?ca
que
se
propone,
cuando
es
ac?vada
para
la
verdadera
acción:
“que
lo
absolutamente
inesperado[…]
performe
lo
infinitamente
improbable”
(Arendt,
1998,
p.
178)
REFERENCIAS