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Con este recurso, Emily Brontë consigue maximizar la fuerza de sus personajes, fuerza que
resulta potenciada por el entorno, entorno que tiene una dosis de electricidad. Y para agravar la
sensación de encierro, los jóvenes de Cumbres y la Granja, terminan casándose entre ellos, ya que
no hay nadie más en el horizonte. Al final se produce una relación endogámica: Cati y Harenton
son primos.
La idea de círculo cerrado es una constante, recordemos la pasión de Catalina por Heathcliff. Ella
se mimetiza con su enamorado como si se reconociera en el otro, como si éste fuera un hermano
que comparte su misma esencia, su propia sangre. Parecen gemelos y la unión entre ellos es
planteada por Catalina como irremediable, un hecho que viene determinado por el destino al cual
no puede escapar
Brontë tiene el valor de presentar a sus personajes sin intentar dulcificarlos, tal cual los siente
venir dentro de sus circunstancias: imperfectos, dolientes, pasionales, vengativos. Esto contribuye
a convertir Cumbres Borrascosas en un clásico porque, a pesar del tiempo transcurrido, el lector
detecta la autenticidad, sabe perfectamente que todo eso sigue sucediendo en sociedades
pequeñas, rurales, primarias. Recuerdo en este momento Las ratas de Delibes y Los pazos de
Ulloa de Emilia Pardo Bazán, dos novelas españolas con mundos similares.
Pero si leemos con atención la obra de Emily Brontë, encontraremos un elemento esperanzador,
un instrumento para transformar al hombre en un ser superior, capacitado para compartir y vivir
en armonía:
El valor de la educación
En este aspecto notamos la influencia de la cultura victoriana. Dickens, contemporáneo de las
hermanas Brontë, consideraba que la literatura debía educar a los ciudadanos para hacer frente a
los cambios que la revolución industrial estaba produciendo en Inglaterra. La novela tenía, en el
siglo XIX, una función social mucho más importante que la que tiene hoy: no habían medios de
comunicación masivos para airear los diferentes puntos de vista respecto a los acontecimientos
que les preocupaban, o a los hechos que podían influir en la vida de la gente. La novela, género
propio del siglo XIX, ponía en cuestión ciertos temas de interés y servía como vehículo de
reflexión. Con la publicación de algunas de sus novelas, Charles Dickens consiguió que se
tomaran algunas medidas para proteger a los menores en el mundo laboral.
Si observamos la evolución de los personajes en Cumbres Borrascosas, constataremos que la
educación es un tema clave en el universo de Brontë. Y cuando hablamos de educación
excluimos a la religión, elemento insustancial en una novela en donde no aparece el temor de
Dios, ni se huele su presencia. El único personaje que habla de religión es José, un fanático que
no merece el respeto de nadie.
Señalaremos algunos párrafos que tratan concretamente el tema de la educación:
● Muerto el señor Earnshaw, Heathcliff queda a merced de Hindley, quien lo odia y lo
somete a una vida de sirviente en la casa, en realidad, lo “embrutece” para dominarlo. Lo
que hace es privarlo de educación: al convertirlo en un salvaje, lo degrada. La señora
Dean da testimonio de este cambio:
● Sin embargo, este niño incivilizado, gracias al afecto y la paciencia de Cati, se convierte
en un muchacho deseoso de aprender, correcto en sus modales, digno en su actitud. El
amor que nace entre ellos es la semilla de este cambio. Pero el amor exige cierto grado de
educación como una condición para entenderse:
Creo que el eje de la propuesta de Brontë es reclamar el derecho a la educación para crecer como
persona y aspirar a convertirse en un ser interesante y deseable. La educación en el mundo de
Cumbres Borrascosas -antes del “encuentro” entre Cati y Harenton- no era un derecho, era un
privilegio. Al que no le tocaba en suerte ese privilegio, no merecía nada: ni respeto, ni dinero, ni
afecto.
Amor y pasión
Catalina no puede vivir sin Heathcliff., los sentimientos que experimenta son primarios y de una
intensidad muy fuerte porque tienen un componente pasional determinante. De Edgar le gustan
algunas cosas: su elegancia, sus maneras, la buena vida que le ofrece, pero sus sentimientos
responden a otro nivel que ella misma, con gran lucidez, califica con estas metáforas en uno de
los párrafos más bellos de la novela:
Estoy segura que quien lee Cumbres Borrascosas, jamás olvidará esta palabras. La pasión que
ambos comparten, se refleja en la furia con que se relacionan, hay una buena dosis de animalidad,
como en todas las pasiones porque son, por naturaleza, ciegas y excluyen al mundo. Sólo interesa
éste en cuanto, quien la vive, pueda satisfacer sus deseos.
Catalina encuentra inevitable que Edgar acepte su amistad con Heathcliff porque lo ve desde su
necesidad, no piensa en el honor o dolor de su marido. Y al principio, el bueno de Edgar acepta
porque la quiere y desea verla feliz. Pero la pasión es voraz:
Catalina muere después de este diálogo, y sin embargo no hay ternura, lo que se percibe es
violencia, desesperación, una angustia muy grande por las limitaciones que la realidad impone.
La atmósfera brutal, teñida por la intensidad de la pasión que comparten: aman y odian, exigen y
se rasgan las vestiduras como en una tragedia clásica. Tanto es así que la unión persiste después
de muerta Catalina, su figura ronda como un fantasma sin paz ni sosiego -al más puro estilo de la
novela gótica- reclamando la atención de su amante y su presencia en la otra vida.
Hay rabia, mucha rabia, porque se trata de una pasión no consumada. La contención, a la cual
están forzados -no hay sexo ni erotismo explícito en el texto, a pesar de que la pasión amorosa es
el gran tema- produce esta tensión y genera violencia. La pasión insatisfecha de Heathcliff
alimenta sus malos instintos y su sed de venganza se extiende sobre aquellos que sobreviven a
Catalina: primero se venga de Hindley, luego transfiere esa venganza en Harenton. Deja sin
honor a Edgar Linton: le roba a su hermana, luego al sobrino al recuperar al hijo que tuvo con
Isabela para seducir a Cati y poder acceder al dinero de Linton. Heathcliff oprime, maltrata, causa
dolor, soborna. Es un personaje atormentado cuyo odio genera una energía inagotable, un fuego
que será el motor de la historia. Sólo al final, cansado y viejo, se retira del mundo y entonces,
precisamente porque el fuego se extingue, se producirá el milagro de amor entre Harenton y Cati.
Sin Heathcliff -el mal- en el horizonte, el amor -el bien- florecerá en Cumbres Borrascosas.
Los narradores
El primer narrador es Lockwood, personaje que irrumpe en Cumbres como forastero. Es
interesante este matiz, porque su punto de vista será el de alguien que, viniendo de fuera,
interpreta las cosas de una manera sesgada, teñida de subjetividad. Debido a su soledad tendrá
una actitud favorable respecto a su vecino. Pero la noche que pasa en Cumbres, por la nevada,
tiene una pesadilla con el fantasma de Catalina y, además, lee sus diarios. Lleno de curiosidad,
Lockwood decide indagar en la vida de estas gentes. Para ello requiere de una fuente de
información, entonces aparece la segunda narradora: la señora Dean. Ella sabe todo sobre los
Earnshaw, Linton y Heathcliff.
Ambos alternan sus roles de narradores y estos cambios contribuyen a crear una dinámica
particular: la narración depende de sus miradas. Cuando se les niega el acceso a la fuentes –
cuando la señora Dean es expulsada de Cumbres por orden de Heatfcliff- Emily Brontë,
inagotable, recurre al testimonio de Zila, la nueva sirvienta quien compartirá con la señora Dean,
lo que ve y lo que sabe.
La credibilidad emana de los testimonios de los narradores, el lector bebe de las fuentes sin
cuestionar jamás la veracidad de la historia, mérito de la escritora que presenta un mundo sin
fisuras, compacto, encerrado en sí mismo y finito. El lector queda con la sensación de haber
presenciado retazos de vidas apasionantes y le resultará difícil recuperarse del dolor que
transmiten los seres que habitan el territorio ficticio de Cumbres borrascosas.