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LARA DÍAZ
El cielo nos espera, Lara Díaz.
Í
Alain
Alain
Abro y cierro los ojos, no una, sino tres veces porque esta
situación me parece una putada a la vez que un tanto
surrealista. Tengo delante de mí a la única mujer a la que he
querido, a parte de mi madre, mirándome con la misma
expresión que supongo que yo muestro.
Le tiendo la mochila con manos temblorosas y ella la coge
de inmediato, pegándola a su pecho como si su vida
dependiera de ella. Hay tres chicas a su lado a las cuales
conozco. Son Valeria, Laia y Julia, sus mejores amigas. Y
teniendo en cuenta las miraditas asesinas que me están
echando en estos momentos, seguro que me han ubicado en su
memoria como el ex de su amiga.
—Hola —consigo decirles a todas, pero mi mirada no se
separa de la de Giselle. Está más guapa de lo que recordaba.
Sigue teniendo esos ojos verdes y vivos que en su momento
me miraban con una adoración que ahora se me atraganta solo
de pensarlo. El pelo lo lleva más largo, pero sigue presentando
ese tono cobrizo claro que resalta a la perfección con su piel
blanca y sus pecas en la nariz. Es preciosa.
—¿Qué tal te va todo? —me pregunta con gesto serio.
—Intentando que vaya lo mejor posible. ¿Cómo es que
estás en París?
—Venimos de viaje. Aquel que llevábamos preparando
tanto tiempo —contesta y al segundo me viene a la memoria lo
mucho que llevaban pensando en hacerlo. Recuerdo la
emoción con la que hablaba mientras buscaba hoteles y
precios de los trenes. Yo a su lado me dedicaba a no apartar los
ojos de ella porque me encantaba verla feliz. Además, yo
contribuí buscando hoteles y demás cada vez que surgía la
ocasión, así que yo también me siento partícipe de esto.
—¿Os vais a quedar mucho por aquí?
—Este es nuestro segundo día. Nos vamos el sábado
temprano.
—¿Italia verdad? —pregunto haciendo memoria sobre el
itinerario que habían planteado años atrás. Ella asiente sin
decir nada y yo ya no sé qué hacer en estos momentos—. ¿Os
apetece tomar algo?
—No hace falta, gracias. Tenemos que seguir con nuestro
plan. —Esta vez no es Giselle la que habla, sino Julia.
—He estado aquí mucho tiempo, me conozco París como la
palma de mi mano. Hoy y mañana tengo trabajo, pero si
queréis el jueves os hago de guía —les digo con nerviosismo
porque es eso, o pedirle a Giselle de rodillas que quede
conmigo, aunque sea para tomar un café.
—Es una buena idea. —Valeria me dedica una sonrisa
torcida y yo no puedo hacer otra cosa que devolvérsela.
—Pues yo no lo veo.
Julia vuelve a la carga pero no me importa. Yo solo espero
la respuesta de Giselle que sigue sin apartar sus ojos de los
míos pero no dice nada. Sus amigas la miran y me doy cuenta
de que están esperando a que diga algo, ya que su opinión es la
que más cuenta. Noto su rubor cuando se da cuenta de que
todos estamos expectantes para saber qué le parece la idea.
—Me parece bien. —Y ahí está la respuesta que yo quería.
Sonrío sin remediarlo y me acerco unos pasos a ellas.
—¿Sigues teniendo el mismo número de antes? —le
pregunto y en cuanto asiente, continúo—. Bien, te llamaré
mañana por la noche y así concretamos horario y lugar. ¿Te
parece bien?
Vuelve a asentir sin decir nada, así que me despido de ellas
y sigo mi camino con un par de mariposas en el estómago, un
nudo en la garganta y muchos recuerdos en la cabeza.
Capítulo 5
Alain
Alain
Alain
*
Mi despertador me suena a las cinco de la mañana. Aún
quedan tres horas para que las chicas se levanten, pero yo
tengo otros planes en mente. Ayer antes de dormir, leí que el
amanecer en Verona suele empezar a verse entre las seis y las
seis y media, así que me parece un buen comienzo para mi
plan. Me visto en el salón y voy corriendo a la cocina a
preparar dos cafés con leche, los meto en unos vasos para
llevar y eso junto con un paquete de galletas, va para una bolsa
que dejo en el sofá para luego. Voy hacia la habitación de
Giselle y abro la puerta sin hacer mucho ruido. Me acuclillo,
quedando casi a la altura de su rostro dormido. Es preciosa y
echo de menos despertarme con ella a mi lado. Paso mi mano
derecha por su mentón, después por su mejilla y luego la
termino enredando en su pelo. Noto como empieza a
removerse y abre los ojos poco a poco, hasta que me ve y los
abre de golpe mientras se incorpora con rapidez. Aguanto la
risa como puedo porque su cara es un poema y los pelos de
loca que tiene, aunque no la hacen menos perfecta, me hacen
gracia.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Es una sorpresa. Te quiero lista en diez minutos. —Y
dicho esto, me incorporo y salgo de la habitación. Escucho un
“joder” en cuanto cierro la puerta, lo que me hace soltar una
risilla y me voy al cuarto de baño para peinarme un poco y
lavarme la cara.
A los pocos minutos, siento la puerta abrirse y de ella sale
una Giselle ataviada en un vestido negro con flores rojas.
Decir que está guapa no le hace justicia. Sigue con el pelo
revuelto, las mejillas sonrosadas por el calor y los ojos
entreabiertos por el sueño. Pero sigo pensando que está
preciosa.
—Voy al baño y en cinco minutos salgo —me dice al pasar
por mi lado y yo simplemente asiento e intento relajarme
porque yo ante estas situaciones, me pongo nervioso y se me
da por andar de un lado a otro.
Sale poco tiempo después con el pelo ya en su sitio y un
atisbo de sonrisa que me instala un nudo en la garganta. Huele
a vainilla, lo sé porque sigue siendo el mismo perfume que
usaba cuando estábamos juntos.
—Hueles bien —le susurro al oído cuando vuelve a pasar
por mi lado. Noto como se ruboriza y se pierde en su
habitación de nuevo. Vaya, si que estoy levantando el pie del
freno y metiendo sexta. Solo espero no salirme en la primera
curva.
Son las seis menos veinte cuando salimos. Yo llevo una
bolsa de tela al hombro con los cafés lo más protegidos
posible, las galletas, azucarillos, dos cucharas y servilletas.
Ella lleva un pequeño bolso con lo que supongo que será el
móvil y el monedero que además, combina con su atuendo.
—¿A dónde vamos a estas horas?
—Vamos a ver el amanecer desde el Puente de
Castelvecchio, tranquila, está a diez minutos andando.
Asiente sin decir nada más y se concentra de nuevo en lo
que tiene delante. Caminamos siguiendo la ruta que miré hace
unos minutos en Google Maps y llegamos a la hora prevista.
Las calles están casi desiertas, solo algún transeúnte como
nosotros pasea a estas horas. Llegamos a unas escaleras y
después de subirlas, nos encontramos con unos bancos a
ambos lados del puente que nos muestran el río Adigio en todo
su esplendor. La oscuridad aún reina pero ya no se ven las
estrellas y la luna está a punto de irse para darle paso al sol,
por lo que nos sentamos y le tiendo el café a Giselle antes de
coger el mío.
—Tú como siempre pensando en todo —me suelta sin
tapujos y me alegra, porque algo me dice que no ha querido
decir eso en voz alta.
—Yo es que sin café no soy persona. Y sé que tú tampoco.
—Sabes bien.
Bebemos nuestra bebida en silencio y son las seis y cinco
cuando el cielo empieza a ponerse en tonos rosados y naranjas
y el sol se asoma por el este. Giselle saca su móvil y empieza a
fotografiar el momento. Yo solo tengo ganas de fotografiarla a
ella.
—Es precioso.
—Lo es. Sabía que sería bonito traerte para verlo.
—Gracias, Alain. Me ha gustado mucho la sorpresa.
Nos quedamos parados, viendo para el horizonte sin decir
ni una palabra porque, en estos momentos, sobran. Son las
siete y media cuando decidimos poner rumbo de nuevo al
apartamento. Entramos en una pastelería y cogemos unos
cannoli de fresa, chocolate blanco, con leche y vainilla porque
no podemos elegir un sabor ya que todos tienen una pinta
estupenda.
—¿Entonces te ha gustado? —le pregunto en cuanto
llegamos a la puerta del apartamento. Se para y, lentamente, se
gira para quedar cara a cara. Me sonríe y eso me lo dice todo.
—Mucho. Ha sido precioso.
—Me alegro porque no será la última sorpresa que haya —
le digo y abro el portal dejándola con cincuenta preguntas en
la cabeza. Lo sé porque la conozco y sé que siempre quiere ir
un paso por delante, pero esta vez, no se va a salir con la suya.
Llegamos al piso, yo antes que ella, y nos encontramos con
Julia, Laia y Valeria sentadas en los sofás del salón.
—Buenos días, chicas —saludo en cuanto entro y me fijo
rápidamente en la cara de pilla que tiene Julia, que no puede
evitar sonreír de oreja a oreja, al igual que Laia y Valeria. Algo
me dice que ambas están también al tanto de mi plan
“sorprender a Giselle cueste lo que cueste”.
Giselle en cambio entra con la cabeza gacha y se va a la
cocina con la bolsa de la panadería.
—¿Se puede saber a dónde coño fuisteis? —Julia se acerca
a mí en cuanto comprueba que Giselle está en la cocina. Laia y
Valeria van detrás de ella, lo que me confirma que sí que saben
el chanchullo y van a entretenerla un poco.
—La llevé a ver el amanecer.
—Eres de lo que no hay. Así me gusta, seductor. —Me da
una palmada en el hombro y se va a la cocina con las demás.
Yo me quedo plantado en el salón sonriendo y pensando ya en
mi nueva jugada. Y no solo para sorprenderla, sino para volver
a tenerla a solas para mí.
Capítulo 14
de mundos aparte,
de hielo en los ojos,
de miedo a encontrarse,
de huecos, de rotos,
de ganas de odiarse…
el cielo ha caído,
se muere, se parte…
Alain
I am brave, I am bruised
I am who I’m meant to be, this is me.
Meto como puedo los libros en la última caja vacía que tengo,
pongo con rotulador lo que contiene y la cierro con la ayuda
de mi madre. La cogemos entre las dos y la colocamos en la
entrada junto a las otras cuatro. Dos de ellas están llenas de
ropa, otra está con todos mis utensilios de dibujo y la cuarta
está con un poco de todo, desde cuadros con mis amigas y mi
familia, hasta películas y discos de música.
—No me puedo creer que este haya sido el último día que
vivas aquí. —La voz de mi madre me hace reaccionar.
Levanto la vista de las cajas y clavo mis ojos en ella. Está
mordiéndose el labio inferior, intentando no llorar delante de
mí, pero en cuanto me levanto y la abrazo, no puede
contenerse más.
—Si te sirve de consuelo, yo tampoco me lo creo.
No puedo mentir y decir que estoy alegre, porque tras
veintidós años viviendo con mis padres, el hecho de separarme
de ellos no está siendo fácil.
y la llevo al hospital.
Hablamos. Te quiero.