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El cielo nos espera

LARA DÍAZ
El cielo nos espera, Lara Díaz.
Í

Diseño de portada: Dona Ter. (Imagen: Shutterstock).


©Save Creative, abril 2020

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Índice
Índice
Sinopsis
Nota de la autora
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Epílogo
Agradecimientos
Playlist
Sinopsis
Cuatro amigas. Un viaje. 7 países. Y París como escenario
de un reencuentro.
Giselle, junto con sus tres mejores amigas (Laia, Valeria y
Julia), se embarca en el viaje de sus sueños tras haber
terminado la universidad.
Lo que ella no espera, nada más empezar esta aventura, es
encontrarse a Alain de nuevo en su camino tras años sin saber
nada de él.

Y es que, a veces, lo bonito de la vida aparece donde y


cuando menos te lo esperas.
Nota de la autora

Empecé esta novela el 22 de julio del 2018 con muchas ideas,


ganas e ilusión. No es la primera que empiezo pero sí que
termino. Las palabras salieron de mis dedos a borbotones hasta
tal punto de tener que parar porque me dolían. Fueron tres
meses en los cuales soñé más que en toda mi vida. Me alejé un
poco de mi entorno y me centré en ellos y en su historia hasta
que conseguí, con lágrimas en los ojos y una sonrisa en los
labios, poner el punto final.
Tras casi año y medio en el cajón cogiendo polvo, por fin
ve la luz. Si me lo llegan a decir hace unos meses, no me lo
creería, pero aquí está. La verdad es que no ha sido un camino
fácil. A veces, nosotros mismos somos los que nos jugamos
malas pasadas.
Me ha costado, pero estoy orgullosa del paso que acabo de
dar y de que esta historia esté en vuestras manos. Quizás no
sea la novela más romántica, especial o increíble del mundo,
pero a mí me lo ha dado todo.
Espero que esta sea la primera de muchas y que pueda
crecer junto a todxs vosotrxs.
Capítulo 1

Madrid, julio 2018

“Fernweh” es llamado al deseo a viajar, adentrarse y perderse


en algún lugar en el que nunca has estado. Eso es lo que siento
en la boca de mi estómago mientrasel avión despega del
aeropuerto de Madrid y pone rumbo hacia París, el primer
destino de un viaje que acaba de comenzar pero que yo ya no
quiero que termine nunca.
A medida que los pies de altura aumentan, mi tranquilidad
disminuye y mis nervios son cada vez más intensos. Siento
como las manos me sudan y como un nudo se instala en mi
garganta.
Julia va sentada a mi lado escuchando música con los ojos
cerrados. Sus labios sonrosados forman una tímida sonrisa una
vez se da cuenta de que la observo. Me mira con ternura y
posa su mano en mi muslo dándome un ligero apretón.
—¿Todo bien? —la pregunta sale de su boca con calma,
algo que yo ya no tengo.
—Tengo miedo de que no sea cómo lo esperamos.
Y es cierto. ¿Cómo puedes estar tranquila sabiendo que vas
a vivir algo con lo que llevas años soñando?
—¿Te soy sincera? Yo también, pero sé que estando a
vuestro lado nada puede salir mal.
—Eres la mejor. —Beso su mejilla con cariño y me gano un
guiño de su parte, acompañado de un “lo sé” que no me
sorprende.
Julia es así. Detrás de su melena oscura plagada de mechas
rubias, su tez blanca casi tanto como la mía y sus ojos
marrones como la miel, se esconde una labia inabarcable
acompañada de un carácter alocado que nos lleva por el
camino de la amargura a todas.
—Fíjate en las dos tortolitos, qué bien están.
Le hago caso y me echo para delante buscando a mis
amigas. Lo que encuentro me hace sonreír, y es que Valeria
duerme plácidamente sobre el hombro de Laia que, a su vez, le
acaricia la mano que tiene apoyada sobre el regazo.
Si antes decía que Julia era la locura personificada, Laia y
Valeria son la serenidad hecha persona. Más la segunda que la
primera, cabe destacar, pero nunca conocerás a dos personas
que puedan encajar tanto como ellas a pesar de tener sus
diferencias.
Valeria es la más parecida a mí. Todo sensibilidad, cariño y
ternura. Laia es pura sencillez. No nos dejemos engañar por su
aspecto angelical porque es la persona que mejor sabe dejarte
en tu sitio con unas simples palabras y es que, cuando habla,
sentencia.
—Son tal para cual —comento con una sonrisa volviendo a
apoyar la espalda en mi asiento. Julia asiente antes de volver a
cerrar los ojos y dejar que la música la envuelva.
El avión llega a la hora prevista al aeropuerto París-Charles
de Gaulle y es en el aterrizaje cuando siento que mis nervios
ya no pueden aumentar más. Cogemos las maletas de la cabina
y avanzamos por la terminal siguiendo a los demás pasajeros
que buscan la salida igual que nosotros. Pedimos un Uber en
cuanto estamos fuera y este nos lleva a nuestro apartamento
que se encuentra a una media hora desde donde estamos.
Es de noche y hay un tráfico considerable en la carretera, lo
que nos ralentiza nuestra llegada, pero una vez estamos
delante de la puerta, respiramos aliviadas. Metemos el código
que nos dio el casero hace un par de días en una especie de
pantalla , lo cual nos dejó flipando, y entramos al apartamento
con todos nuestros bártulos en la mano.
Nos dividimos las habitaciones e inspeccionamos todo una
vez pedimos algo para cenar. El piso no es nada del otro
mundo pero para el precio no está mal. Cuenta con tres
habitaciones pequeñas pero bastante decentes, un aseo
minúsculo y un baño con ducha algo más normal. La cocina y
el salón tampoco son para echar cohetes, pero teniendo en
cuenta de que solo vamos a estar aquí para dormir y poco más,
nos llega de sobra. Cuando decidimos hacer este viaje,
buscamos sitios con un buen precio, no algo de cinco estrellas.
Cenamos comida china, ya que es lo único abierto en la
zona, y luego nos vamos a dormir para así coger fuerzas para
mañana.
Esto no ha hecho más que empezar.
Capítulo 2

Alain

Madrid, julio 2018

Salgo del bufete con un regustillo amargo. El juicio de hoy ha


sido una mierda, hablando claro y mal. A veces la justicia me
pone de los nervios y más en este país que todo parece ser un
puñetero laberinto que no tiene salida para la gente legal.
Camino hacia el parking de la empresa y me subo a mi
coche. Lo primero que hago es desabrocharme un poco la
corbata y apoyar la cabeza en el respaldo, inspirando y
espirando. Intento tranquilizarme pero me cuesta horrores.
Arranco porque mis ganas de llegar a casa son más fuertes
que toda la mierda que tengo en la cabeza y enfilo por la
Castellana rumbo a mi apartamento cerca del Retiro. La zona
me la recomendó Jaime, un antiguo amigo de la familia, el
mismo que dirige el bufete y me ha dado trabajo. Cuando
estoy llegando, me fijo en la hora y cambio de rumbo,
dirigiéndome a Getafe porque me apetece ir a hacerle una
visita a mi madre.
Es la persona a la que más quiero en el mundo y a la que
más respeto, lo cual es más importante. No solo porque me ha
dado la vida, sino porque supo tomar las riendas y hacer el
papel de madre y de padre a la vez. Papel que sigue llevando a
la perfección porque podré tener veintisiete años, pero sigo
siendo un poco idiota en algunas ocasiones.
Aparco enfrente de casa y no he bajado del coche cuando
distingo su silueta en la entrada.
—Si me dices que tu instinto materno te ha hecho saber que
venía, arranco y no me vuelves a ver porque eso es
preocupante —le aseguro con una sonrisa consiguiendo que se
ría de buena gana mientras me acerco a ella y la acojo entre
mis brazos.
—No cielo, pero sí he distinguido el motor de tu coche. Por
eso he salido— Me guiña el ojo y me acompaña al interior.
Dejo la americana sobre el respaldo del sofá antes de sentarme
en él y esperar a que mi madre venga con lo que sea que tiene
para comer porque a esta mujer la conozco como si en vez de
parirme ella a mí, fuera el revés.
Aparece unos segundos más tarde con una bandeja a
rebosar de empanadillas y un botellín de cerveza en la otra
mano.
—Dios mamá, estas empanadillas huelen de maravilla —le
digo lanzándome a por una y en cuanto las pruebo, gimo de
satisfacción porque no es porque sea mi madre pero merece
tres estrellas Michelin por lo menos. Ella sonríe orgullosa y
me acerca la bandeja más si cabe.
—¿Día duro, tesoro? —No sé cómo es capaz de leerme tan
bien, aunque bueno, seguro que tengo mala cara. Le doy un
sorbo a mi botellín y asiento. Ella me mira paciente, esperando
información y yo no tardo en ponerla al corriente.
—El juicio de hoy ha ido fatal, mamá. La justicia cada vez
es peor y ya no tengo las ganas que tenía al principio. Siento
que me consumo por momentos y que todo me sobrepasa.
—Nadie dijo nunca que ejercer de abogado fuera fácil,
Alain, solo hay que saber controlar la situación y hacerlo lo
mejor posible. Para ser abogado necesitas más que un título, se
necesita vocación y pasión. Y sobre todo, se necesita
paciencia. No siempre trabajas para gente que comprendes. La
mayoría de las veces hay que defender a la peor persona del
planeta, pero así es el trabajo.
La miro anonadado porque, en momentos como este,
siempre consigue hacerme reflexionar de tal manera que horas
más tarde, cuando ya estoy en casa, sigo dándole vueltas a lo
que me ha dicho. Estoy seguro de que eso no será una excusa
y me dormiré de madrugada con mil quebraderos de cabeza.
—¿Café? —me pregunta cuando ya me he tomado el
botellín entero y he devorado la mitad de la bandeja de
empanadillas. Asiento y cuando intento alcanzar la fuente para
llevarla a la cocina, me llevo un manotazo que me hace
apartarla. Mi madre me mira con una sonrisa torcida y yo me
quedo quieto, porque me conozco esto y sé que no acabará
bien.
Tras tomarme no uno, sino dos cafés, me despido de ella
prometiéndole volver pronto y no sin antes hacer que me
prometa que se tomará todas las medicinas. Ella asiente y me
echa, literalmente. Reconozco que soy muy pesado con este
tema, pero no puedo evitarlo.
Mi madre no es una persona mayor, todo lo contrario, es
joven. A sus cincuenta y ocho años y con una enfermedad de
corazón a cuestas, es la persona más positiva y vital del
mundo. Si que es verdad que la enfermedad que tiene la ha
deteriorado estos últimos tres años, pero no ha conseguido
hundirla y me enorgullezco al verla tan fuerte.
Me subo al coche de nuevo y conduzco, ahora sí, hacia mi
apartamento. Son las diez y media de la noche y las calles
están bastante concurridas. No hay tráfico, pero si hay alguna
que otra persona paseando o tomando algo en las terrazas.
Recibo una llamada, ya que me salta el bluetooth del móvil,
pero al ver el nombre que aparece en la pantalla, se me quitan
las ganas de contestar. Es Sofía, una “compañera”. Y digo
compañera por no decir algo más vulgar. Llevamos juntos
unos meses, pero sin sentimientos de por medio. Ella lo ha
decidido así, más que nada porque tiene pareja y lo dejan cada
dos por tres. Me siento un poco utilizado pero ¿a quién quiero
engañar? Es guapa y el sexo es una pasada a pesar de que no
soy de ese tipo de relaciones. Además, yo no estoy para
muchos enamoramientos ahora. Creo que una parte de mi
corazón sigue perteneciendo a alguien del pasado y no sé si
algún día lo volveré a tener al completo.
Aprieto el volante con más fuerza, y dado el rumbo que
tomaron mis pensamientos, descuelgo la llamada y dejo que
Sofía hable sin parar hasta que llego al piso y me dice que
estará aquí en media hora.
Empiezo a arrepentirme, pero ahora no es momento para
eso, así que aparco y subo a mi apartamento. En cuanto abro la
puerta, me desprendo de nuevo de mi chaqueta y la cuelgo en
el perchero de la entrada. Me sirvo un vaso de agua y dejo que
mi cadera se apoye en la encimera mientras mi vista se dirige
hacia afuera. No sé cuánto tiempo llevo aquí, pero es el timbre
el que me despierta de mis ensoñaciones. Mierda.
—Hola, guapetón. —Una Sofía enfundada en una falda de
tubo granate y un top a juego me saluda desde el otro lado de
la entrada. Cuando quiero darme cuenta tengo sus labios sobre
los míos y sus manos luchan con mi cinturón. Cierro la puerta
con una patada y no hace falta ni indicarle donde está mi
habitación porque ya se encarga ella de arrastrarme hasta allí.
No nos tomamos las cosas con preliminares. Ambos
sabemos qué queremos y cómo lo queremos, así que en cuanto
la tumbo en la cama y me sitúo encima, empezamos a
quitarnos la ropa mutuamente. Alargo el brazo y cojo un
preservativo de la mesilla, me lo pongo y me entierro en ella
de una embestida consiguiendo arrancarle un gemido que
acabo acallando con mis labios.
Me muevo al compás de sus caderas y cada vez que me
hundo en su interior, intento borrar los recuerdos del pasado
que hace unos minutos estaban pululando por mi mente y
martirizándome un poco. Siento sus uñas en mis hombros y
aumento el ritmo de mis embestidas. Me muerde la mandíbula,
cosa que sabe que me encanta, y yo entierro la cabeza en su
cuello.
Llegamos al orgasmo casi a la vez, quedando tumbados uno
al lado del otro y con la respiración agitada.
—Me tengo que ir —dice sin más un par de minutos más
tarde y se levanta de la cama completamente desnuda.
Empieza a buscar su ropa por el suelo y se la pone a
trompicones. No me sorprende porque sé de que va esto así
que me quedo en cama sin mover un músculo. Se despide de
mí y desaparece por la puerta. Unos segundos más tarde,
escucho la puerta abrirse y cerrarse, por lo que me quedo solo
de nuevo.
He hecho esta locura de nuevo por apartar toda la mierda
que tengo en la cabeza y que, a pesar de que han pasado cuatro
años, sigue muy presente. Pero no he conseguido nada. Creo
que lo he empeorado.
Capítulo 3

París, julio 2018

La melodía de No pide tanto, idiota de Maldita Nerea inunda


toda mi habitación. Gruño porque aún tengo sueño y sé que
son las ocho de la mañana ya que ayer puse el despertador
para esta hora. Coloco la almohada sobre mi cabeza intentando
acallar a ese monstruo pero no lo consigo, así que desisto y me
levanto. Lo primero que hago es descorrer la cortina, abrir la
ventana y respirar un poco de aire parisino.
Me fijo en los edificios de alrededor, la verdad que no los
esperaba de este estilo tan antiguos, pero el barrio deja un
poco que desear. Cabe destacar que estamos alejadas del
centro.
Salgo de la habitación y me choco de bruces con Julia que
acaba de salir de la suya.
—¿Te ha comido la lengua el gato? —La provoco ya de
mañana, ganándome un pequeño empujón pero también una
sonrisa—. ¿Qué tal dormiste?
—Como el culo. Algunas se dedicaron a tener una noche de
pasión en tierras francesas y bueno, las paredes no es que estén
insonorizadas.
Suelto una carcajada sin poder evitarlo porque, aunque a mí
me jodería estar en su situación, viéndolo en tercera persona
me hace una gracia que no veas.
—Tienen derecho a disfrutar. Si te traes algún parisino a
casa, vamos a ser nosotras las que tendremos que aguantar tus
gemidos y los de él, así que a apechugar —le contesto y me
saca la lengua.
—Quiero una crepe para desayunar. ¿Qué me decís? —Se
ve que Julia se ha levantado con antojo hoy. Y para qué
negarlo, ahora que lo dice, yo también tengo ganas de un buen
desayuno así que en cuanto las demás también asienten,
subimos cada una a nuestra habitación a adecentarnos y nos
vamos.
No tenemos ni idea de a dónde nos dirigimos, pero bueno,
tiramos para adelante y si tal, ya pondremos el Google maps
después.
—Paso de seguir caminando sin rumbo fijo, chicas. —Julia
se planta en medio de la acera, saca su móvil de la riñonera
negra que lleva en la cadera y conecta el GPS—. Vale estamos
lo que viene siendo un poco lejos del centro porque fuimos en
dirección contraria, pero no nos alarmemos. Podemos seguir
por esta calle y desayunar en alguna cafetería. Después
seguimos recto hacia la Torre Eiffel.
Las tres estamos de acuerdo con sus indicaciones así que
volvemos a ponernos en camino en dirección opuesta a la que
íbamos.
La cafetería que elegimos nos conquista desde el primer
momento. Es pequeñita, pero adorable. Tiene un toldo beige
con letras en granate y las sillas son todas de color turquesa al
igual que las mesas. Nos sentamos fuera y pedimos el
desayuno a un joven con rostro serio que no tendrá más de
veinte años. Es guapo, todo hay que decirlo.
Unos minutos más tarde estamos disfrutando de lo lindo del
manjar que tenemos delante nuestra.
—Me quedaría a vivir aquí —susurro y ellas me dan la
razón a pesar de que apenas llevamos tiempo en la ciudad y
nos queda mucho por ver. Cuando vea la Torre Eiffel seguro
que no queremos irnos de allí.
Una vez pagamos el desayuno, ponemos rumbo de nuevo.
Estamos ansiosas y se nota, porque yo normalmente ando
rápido, pero ellas suelen ir a paso de tortuga y hoy se ve que
han acelerado porque soy yo quien intenta seguirles el ritmo.
Llegamos media hora más tarde y cuando la tenemos
enfrente, nos quedamos mudas. Bueno, todas menos Julia, que
ya suelta de las suyas.
—Creo que me voy a hacer pis encima. —Esta mujer tiene
un don con las palabras. La agarro por la cintura y la pego a
mí. Hago lo mismo con Valeria que a su vez pega a su novia a
su costado y así nos quedamos las cuatro, viendo la Torre
Eiffel como si fuese la cosa más bonita del mundo. No puedo
evitar emocionarme con las vistas porque, si tenía ganas de
este viaje, era principalmente por esto. Visitar París siempre
fue un sueño para mí y, aunque no haya sido con la persona
esperada, no importa. Sigue siendo mágico.
—Es impresionante ¿verdad? —le contesto sin apartar la
vista.
—Quién me diera tener estas vistas todos los días. —Esa es
Laia y otra vez, todas asentimos dándole la razón.
—Quiero fotos —les digo y así es como empiezan a
dispararse flashes y nos ponemos las cuatro de todas las
formas posibles intentando tener un buen recuerdo de este día.
Laia y Valeria se besan y a mí el corazón se me encoge un
poco viéndolas tan felices. Son muy diferentes entre sí y no
solo físicamente, ya que una es rubia y otra tiene el pelo negro,
sino que la tranquilidad de Valeria contrasta con el
nerviosismo de Laia de una manera atronadora y un poco
caótica, pero bueno, eso es lo que las convierte en la pareja
perfecta.
—Voy a pedirle a ese chico que nos haga una foto a las
cuatro —nos dice Julia antes de irse a junto de un chico rubio
con pinta de guiri que tira para atrás. El chico viene con una
sonrisa y nos hace no una, sino diez fotos, lo cual le
agradecemos antes de que se vaya.
Cuando queremos darnos cuenta, es la una y media de la
tarde y nos planteamos comer por algún restaurante de aquí
cerca, aunque nos cueste un ojo de la cara.
Buscamos en Google los sitios más famosos de aquí y
encontramos un restaurante llamado Le Royal y que está a
diez minutos, así que vamos hacia allí y no nos sorprende
encontrarlo hasta arriba. Por suerte, la gente se va dispersando
y encontramos una mesa al fondo del restaurante.
Pedimos la comida y en cuanto nos sirven, la boca se me
hace agua. Atacamos nuestros platos con un hambre voraz, y
aunque acabamos llenas, aún nos queda un huequito
minúsculo para el postre porque todas le hemos echado el ojo
a una tarta de tres chocolates que ha pedido la pareja que
tenemos al lado.
—Siento que si tomo una cucharada más, echaré todo fuera.
—Joder, Ju, ¿puedes ser más bestia?
—Claro que puede, Giselle, no sé para que preguntas eso
—y con esa respuesta, Valeria me cierra la boca ganándose
una carcajada por mi parte y de su chica y una mirada asesina
de la protagonista de esta conversación.
—Menos mal que os quiero porque sois muy puñeteras las
tres. ¿Cuándo vamos a Disney?
—Mañana ¿no? Hay que ver las entradas cuando lleguemos
al apartamento por si acaso.— Todas asienten así que queda
dicho que mañana nos vamos a Disney y no puedo estar más
contenta y emocionada.
Tan emocionada que no me doy cuenta de que la mochila
que tenía colgada de la silla ya no está y que cuando quiero
darme cuenta hay un chico corriendo con ella y otro lo sigue
muy de cerca.
—¡Joder! —grito y salgo corriendo detrás de los hombres.
Mis amigas aparecen unos segundos detrás de mí y me doy
cuenta de que el chico que iba detrás del ladrón de mochilas,
viene hacia mí con ella en la mano. Apenas puedo respirar y
siento que la comida me ha llegado a los pies.
—¿Qué coño ha pasado? Hemos tenido que pagar corriendo
para ir detrás de ti. — Julia me habla pero ahora mismo no
tengo nada coherente que decir. Solo puedo fijarme en unos
labios carnosos y en unos ojos oscuros que me miran con
sorpresa. Los conozco, porque, aunque suene raro, llevo
enamorada de ambos más de cuatro años.
Capítulo 4

Alain

París, julio 2018

Abro y cierro los ojos, no una, sino tres veces porque esta
situación me parece una putada a la vez que un tanto
surrealista. Tengo delante de mí a la única mujer a la que he
querido, a parte de mi madre, mirándome con la misma
expresión que supongo que yo muestro.
Le tiendo la mochila con manos temblorosas y ella la coge
de inmediato, pegándola a su pecho como si su vida
dependiera de ella. Hay tres chicas a su lado a las cuales
conozco. Son Valeria, Laia y Julia, sus mejores amigas. Y
teniendo en cuenta las miraditas asesinas que me están
echando en estos momentos, seguro que me han ubicado en su
memoria como el ex de su amiga.
—Hola —consigo decirles a todas, pero mi mirada no se
separa de la de Giselle. Está más guapa de lo que recordaba.
Sigue teniendo esos ojos verdes y vivos que en su momento
me miraban con una adoración que ahora se me atraganta solo
de pensarlo. El pelo lo lleva más largo, pero sigue presentando
ese tono cobrizo claro que resalta a la perfección con su piel
blanca y sus pecas en la nariz. Es preciosa.
—¿Qué tal te va todo? —me pregunta con gesto serio.
—Intentando que vaya lo mejor posible. ¿Cómo es que
estás en París?
—Venimos de viaje. Aquel que llevábamos preparando
tanto tiempo —contesta y al segundo me viene a la memoria lo
mucho que llevaban pensando en hacerlo. Recuerdo la
emoción con la que hablaba mientras buscaba hoteles y
precios de los trenes. Yo a su lado me dedicaba a no apartar los
ojos de ella porque me encantaba verla feliz. Además, yo
contribuí buscando hoteles y demás cada vez que surgía la
ocasión, así que yo también me siento partícipe de esto.
—¿Os vais a quedar mucho por aquí?
—Este es nuestro segundo día. Nos vamos el sábado
temprano.
—¿Italia verdad? —pregunto haciendo memoria sobre el
itinerario que habían planteado años atrás. Ella asiente sin
decir nada y yo ya no sé qué hacer en estos momentos—. ¿Os
apetece tomar algo?
—No hace falta, gracias. Tenemos que seguir con nuestro
plan. —Esta vez no es Giselle la que habla, sino Julia.
—He estado aquí mucho tiempo, me conozco París como la
palma de mi mano. Hoy y mañana tengo trabajo, pero si
queréis el jueves os hago de guía —les digo con nerviosismo
porque es eso, o pedirle a Giselle de rodillas que quede
conmigo, aunque sea para tomar un café.
—Es una buena idea. —Valeria me dedica una sonrisa
torcida y yo no puedo hacer otra cosa que devolvérsela.
—Pues yo no lo veo.
Julia vuelve a la carga pero no me importa. Yo solo espero
la respuesta de Giselle que sigue sin apartar sus ojos de los
míos pero no dice nada. Sus amigas la miran y me doy cuenta
de que están esperando a que diga algo, ya que su opinión es la
que más cuenta. Noto su rubor cuando se da cuenta de que
todos estamos expectantes para saber qué le parece la idea.
—Me parece bien. —Y ahí está la respuesta que yo quería.
Sonrío sin remediarlo y me acerco unos pasos a ellas.
—¿Sigues teniendo el mismo número de antes? —le
pregunto y en cuanto asiente, continúo—. Bien, te llamaré
mañana por la noche y así concretamos horario y lugar. ¿Te
parece bien?
Vuelve a asentir sin decir nada, así que me despido de ellas
y sigo mi camino con un par de mariposas en el estómago, un
nudo en la garganta y muchos recuerdos en la cabeza.
Capítulo 5

Madrid, junio 2014

Hay estudiantes que una vez acaban la selectividad se van de


vacaciones con sus amigos. Otros se dedican a dormir lo que
no han dormido estas dos últimas semanas y luego estoy yo
que hoy empiezo a trabajar. No es algo fijo, solo me han
contratado para estos tres meses de verano, pero contando con
que no pago casa ni tengo ningún gasto, van a ser unos buenos
ahorros para el viaje que quiero hacer con mis amigas en un
futuro.
Julia también me avisó hace dos días que iba a empezar a
trabajar en la papelería de su tía para así ganar un poco de
dinero también. Valeria y Laia, por otro lado, no tengo ni idea
que van a hacer, pero Valeria tiene una buena situación
económica y Laia nos dijo que tenía muchos ahorros
guardados. Llevamos queriendo irnos de viaje desde que
tenemos doce años, ósea, seis años. Las ganas nos vinieron de
golpe y porrazo un día en clase de geografía mientras
estudiábamos las capitales en casa de Julia para así
preguntarnos las unas a las otras. Íbamos buscando fotos y
bueno, nos acabamos enamorando de París, Londres, Dublín y
cientos de sitios más. Si a las ganas de viajar se le suma lo
mucho que nos queremos, solo puede salir un plan perfecto.
Cojo la línea correspondiente de metro que me deja en
Atocha y solo me queda subir por el Paseo del Prado hasta
llegar al Starbucks de Neptuno donde voy a trabajar estos
meses. Llevo el polo en la mochila al igual que el delantal con
mi nombre bordado en una esquina y muchas ganas de
empezar.
Nada más entrar, el olor a café me recibe y me siento como
en casa, porque no hay olor que me guste más que el de un
buen café.
Me encuentro con la encargada en cuanto traspaso la puerta
que autoriza solo la entrada al personal que trabaja y me sonríe
dándome los buenos días.
—Mucha suerte hoy, cielo. Cualquier cosa, me dices, que
aún voy a estar por aquí una hora más. —Le doy las gracias y
una vez me he cambiado, salgo y me coloco detrás de la barra
justo donde ya están dos compañeras trabajando.
—Eres Giselle, ¿verdad? —me dice una de pelo corto y
rubio, me fijo en su placa y leo “María”.
—La misma. Encantada. —Le doy dos besos y después,
dirijo la vista a la otra chica. Esta se llama Emily y repito la
acción. Ambas me miran con una sonrisa y siguen trabajando.
Estamos a lunes, por lo que la gente empieza a trabajar y no
hay nada mejor que un café para aguantar la mañana así que
estamos un poco apresuradas, pero lo llevamos bien. Una hora
más tarde llega un compañero que se llama Juan y se relaja un
poco la cosa. Mi horario está muy bien porque entro a las ocho
y salgo a las tres, lo cual me deja toda la tarde libre para ir con
mis amigas a tomar algo o simplemente descansar un poco.
—¿Me pones un capuccino con hielo, por favor? —
Levanto la mirada y me encuentro con unos ojos oscuros que
me miran expectantes. A esos ojos se le añade una mandíbula
marcada, pelo rizado y oscuro y unos labios generosos. Es
guapo a rabiar.
—Ahora mismo. ¿Nombre?
—Alain. —Apunto el nombre, la comanda y le cobro. En
cuanto me tiende un billete de cinco euros, nuestros dedos se
rozan y puedo asegurar que he sentido como un escalofrío me
recorre todo el cuerpo y no es por el frío precisamente.
Le doy la vuelta intentando concentrarme de no cagarla el
primer día. Me da las gracias con una sonrisa que muestra su
perfecta dentadura y se echa hacia la derecha para recoger su
pedido y dejar pasar al siguiente cliente.
Unos minutos más tarde, sale del establecimiento no sin
antes girarse y despedirse de mí con una sonrisa lo que me
deja desconcertada. «Se acabó la historia de amor, Giselle.
¿Cuánto te ha durado? ¿Cinco minutos? ».
Sigo trabajando sin parar un momento hasta que los nuevos
camareros llegan para cubrir el siguiente turno y ya es hora de
irse a casa. Le mando un mensaje a mi madre en cuanto cruzo
las puertas del local y bajo por la calle hasta llegar de nuevo a
Atocha y coger el metro.
Llego antes de lo previsto y con las piernas a punto de
desintegrarse. Sí que es verdad que no es el trabajo más
pesado del mundo, pero entre el madrugón en vacaciones y
estar más de seis horas de pie, he acabado agotada. Es el
primer día y es normal acabar así porque no estoy
acostumbrada pero seguro que al final de la semana ya lo
tengo controlado.
Como con mi madre y hablamos casi todo el rato de mi
primer día. No hemos acabado con el postre cuando entra mi
padre por la puerta. Nos saluda a las dos en cuanto cierra la
puerta y deja la americana en el perchero de la entrada antes
de venir a darme un beso en la frente, como hace siempre, y
uno en los labios a mi madre.
Se sienta en la mesa y conversamos otra vez de lo bien que
me ha ido hoy en el trabajo hasta que me entra el sueño y me
voy a mi habitación. La melodía de La promesa de Melendi
empieza a sonar y me doy cuenta de que Julia me está
llamando así que alcanzo el móvil y descuelgo.
—Hola, corazón ¿cómo ha ido el primer día? —Su voz
risueña me saluda desde el otro lado de la línea consiguiendo
que sonría, porque podrá ser una amiga un poco desastre, pero
es de esas personas que están en las buenas y en las malasy no
fallan nunca.
—No siento las piernas y la cabeza me va a explotar, pero
me lo he pasado bien. Estoy con dos chicas y un chico muy
agradables. La encargada también me ha ayudado bastante hoy
así que no me quejo. ¿Tú que tal?
—Ha estado bien. Mi tía ha dejado de ser una capulla por
unos instantes y he conseguido disfrutar un poco.
Hablamos unos minutos hasta que los párpados se me
cierran solos y le prometo hablarle en cuanto despierte de la
siesta. Ella me asegura que también necesita dormir un poco
así que cuelgo y me meto en cama, cayendo rendida en cuanto
mi cabeza toca la almohada.

Al día siguiente, el despertador me suena a las siete menos


cuarto. Me levanto como un ciclón y voy a la cocina a
prepararme un café y un par de tostadas que como con un
hambre feroz porque ayer no tenía muchas ganas de cenar. Me
visto rápidamente y me lavo los dientes con un poco más de
calma y a las siete y media estoy saliendo ya de casa. Llego al
metro y con suerte, me pasa en dos minutos así que ni me
siento y espero mirando el móvil.
En cuanto llega busco un sitio pero va tan lleno que es
misión imposible y como son solo cinco paradas, me las paso
escuchando música con los auriculares. Los primeros acordes
de Perfect de Ed Sheeran me relajan como nada en el mundo y
el viaje se me hace ameno. Llego con tiempo de sobra, pero ya
me encuentro a Carla, la encargada, fumándose un cigarro
fuera mientras llega la hora de abrir. Como soy la primera,
organizo un poco las mesas y la barra y dos minutos más tarde
aparece Emily y se une a mí.
Esto empieza a llenarse y cuando quiero darme cuenta, ya
han pasado las dos primeras horas de la mañana. María me
cambia el puesto y ahora en vez limpiar las mesas y servir
alguna que otra comanda, me pone detrás de la caja para
atender los pedidos mientras ella me releva.
—Hola otra vez. ¿Me pones un Caramel macchiato
mediano, por favor? —Esa voz me suena. Levanto la vista de
la pantalla y noto como la boca se me seca. Joder, y cómo para
no sonarme. Es el chico de ayer. El tal Alain. Me dedica una
sonrisa que me hace devolvérsela y apunto su pedido. Anoto
su nombre en el vaso sin pararme a preguntárselo y le cobro.
Es un poco preocupante porque quizás entre ayer y hoy he
atendido unos cien pedidos y justo me voy a acordar de este
nombre. Intentaré autoconvencerme que es porque e sun
nombre bonito y poco común. Se despide de mí con un guiño
y otra sonrisa que, para que negarlo, me deja con una cara de
boba importante.
Capítulo 6

París, julio 2018

El día de ir a Disney llega volando y cuando queremos darnos


cuenta, ya hemos disfrutado de casi todo el parque. Estamos
cansadas, hace calor y las piernas nos están matando de tanto
esperar en las colas, pero lo que estamos viviendo hoy, como
si fuésemos niñas pequeñas, no lo cambiamos por nada.
—Ojalá pudiéramos estar aquí todos los días —me susurra
Valeria al oído aún sonriendo.
—Ojalá —le contesto y le doy un achuchón.
Cogemos el bus en cuanto empieza a anochecer en el
mismo lugar en el que nos dejó y en cuanto llegamos a casa,
son las once menos veinte de la noche y estamos agotadas.
—¿Te ha llamado Alain, Giselle? —me pregunta Valeria
nada más sentarse en el sofá a mi lado. Mentiría si dijera que
no tenía miedo de esta pregunta y quiero esquivarla todo lo
posible, pero va a ser que no puedo.
—Sí, lo hizo mientras estábamos en el parque y se me
olvidó devolverle la llamada —miento porque la verdad es que
lo hice un poco a propósito y Valeria lo sabe porque me mira
con cara asesina.
—Mal hecho, señorita. ¿No decías que habíais acabado
bien? Además, ha sido el quien se ha ofrecido a
acompañarnos. Tenías que habérsela devuelto —me recrimina
Laia detrás de mí, uniéndose a la conversación y apoyando a
su chica.
—Claro que acabamos bien, ya lo sabéis. Lo dejamos por
problemas familiares y esas cosas, pero no sé. Es raro. Sabéis
lo que pasamos juntos y ahora cuatro años más tarde me lo
encuentro en una nueva ciudad y se ofrece a hacernos de guía.
Esto es de telenovela barata.
—La ciudad del amor, no lo olvides. —Laia me guiña el
ojo y me dan ganas de darle una patada en toda la espinilla
pero me contengo.
—Ya lo estás llamando. Quiero alegrarme un poco las
vistas mañana. —Como no, esa es Julia.
—Las vistas ya te las alegra este país, no Alain. Además, tú
fuiste la primera en negarte a su propuesta —contesto a la
defensiva y ella suelta una carcajada porque sabe que me he
picado con su comentario.
—No pierdes nada por hablar con él, G. Creo que tenéis
una conversación pendiente —me dice Valeria con su voz
pausada y tranquila, mientras me pone una mano en la rodilla
y me da un ligero apretón.
No lo digo en voz alta, pero tiene razón y es que no me
importa estar con él. No me resulta sumamente doloroso
tenerlo delante aunque tampoco es que sea plato de buen gusto
volver a verlo después de todo lo que vivimos en el pasado.
Miro a mis amigas las cuales están expectantes a mi reacción y
asiento arrancándole una sonrisa a Valeria y que Julia pegue
un grito y se levante como un resorte a por unas cervezas para
celebrarlo. No sé que hay que celebrar, pero no voy a decirle
que no a una cerveza.
—Si quieres la cerveza, primero llamas a Alain. Qué nos
conocemos y dentro de poco estaremos las cuatro por los
suelos. —Julia me amenaza mientras mueve un botellín en
círculos delante de mis narices. Resoplo y cojo el móvil del
bolso. Voy a llamadas perdidas y le doy a su número. Valeria
me quita el móvil, lo pone encima de la mesa auxiliar que está
en medio del salón y conecta el altavoz para que así podamos
escuchar todas la conversación.
—Ni se os ocurra decir una palabra —las amenazo y se
dedican a cerrarse la boca como una cerradura y hacer que
tiran la llave. Qué tres.
A los cuatro tonos, la voz de Alain me saluda y, aunque no
voy a reconocerlo en voz alta, me arranca un escalofrío.
—Hola, Alain. Siento no contestarte antes cuando me
llamaste. Estábamos en Disney y bueno, luego me despisté —
me disculpo con rapidez esperando que no se note mi
nerviosismo.
—No te preocupes, supuse que estabais ocupadas. Si me
llamas es que supongo que al final os vais a tomar en serio eso
de que mañana sea vuestro guía.
—Así es. Nos ponemos en tus manos.
—Bien. No os arrepentiréis. ¿Teníais algo planeado para
mañana?
—La verdad es que íbamos a ir a Sacre Cœur pero nos
fiamos de ti si nos quieres llevar a otro lado.
—No, no. Me parece un sitio estupendo, contad con que os
lleve ahí. ¿Qué habéis visto de momento?
—No mucho, salvo la Torre Eiffel, el Arco del Triunfo, los
jardines y el palacio de Luxemburgo, el museo de Rodin y
Disney —contesto haciendo memoria y deseando que esta
llamada termine pronto.
—Bien, pues mañana iremos a Sacre Cœur y a Montmartre
por la mañana. Comeremos por allí en cualquier restaurante y
a la tarde os llevaré a hacer un recorrido por el Sena. Creedme,
lo he hecho muchas veces antes y me tiene enamorado.
—Nos fiamos de ti.
—Bien. Como va a sobrar tiempo, también podemos ir al
Louvre y a Notre Dame si queréis. Son dos sitios que tenéis
que ver sí o sí mañana o pasado. También está el Museo de
Picasso, por si os interesa el arte. Recuerdo que a ti te gustaba,
Giselle. —Las últimas palabras las dice en un tono bajo,
apenas audible, pero yo lo escucho perfectamente. Si no, no
tendría un nudo en la garganta que me impide hablar en estos
momentos.
Julia me despierta de mi letargo con un ligero empujón y
me mira con una sonrisa porque también ha sido partícipe de
estas palabras, al igual que Valeria y Laia, y saben por dónde
van los tiros.
—Sí, todos esos sitios estaban en nuestro itinerario. Y
bueno, no podemos olvidarnos de ir a ver el Molino de Moulin
Rouge. Creo que está al lado de Montmartre así que podemos
pasarnos.
—Claro, sin problema. ¿Dónde tenéis el apartamento? —
Buscamos la dirección porque aún no nos la sabemos y se la
dicto—. No estáis muy alejadas. Conozco un poco esa zona así
que os iré a buscar sobre las nueve para aprovechar bien el día.
—No hace falta, podemos coger el bus.
—No acepto un no por respuesta. A las nueve estoy ahí.
Hasta mañana.
—Hasta mañana —me despido, y en cuanto cuelgo, no sé
ni como estoy.
—¿Todo bien, G? —Laia me pasa un brazo por los
hombros y me pega a su costado. Yo asiento porque no me
salen las palabras y cierro los ojos respirando profundamente.
—Deberíamos irnos a dormir, mañana hay que madrugar —
les digo levantándome del sofá y antes de que puedan decir
nada, desaparezco por el pasillo y me meto en mi habitación.
No sé que me deparará el día de mañana. Solo espero no
morir en el intento por estar de nuevo con él, porque aunque
no lo diga en voz alta, creo que sigo queriéndolo como el
primer día.
Capítulo 7

París, julio 2018

No he pegado ojo en toda la noche. El calor parisino no ha


sido de ayuda y mi cerebro ha tomado las riendas de mis
pensamientos y han ido cruzando todos y cada uno de los
momentos que he vivido con Alain por mi mente, impidiendo
que pudiera centrarme en otra cosa que no fueran los días
llenos de besos, caricias y gemidos en su apartamento o los
cafés en el Starbucks que nos recordaban el momento en el
que nos conocimos.
Gruño al darme cuenta de que una lágrima rueda por mi
mejilla hasta aterrizar en la almohada y a esta le siguen unas
cuantas más. Reniego de la cama y me levanto aunque quede
una hora para que las demás se despierten. Por una parte lo
agradezco, así no las voy a preocupar con mi aspecto. Me
preparo un café haciendo el menor ruido posible y vuelvo a la
que es mi habitación estos días.
Desbloqueo el móvil que tengo en la mesilla y abro
Instagram porque sí, tengo mucho vicio con esta aplicación.
Estoy viendo fotos y vídeos hasta que me termino el café y
decido ir a la ducha para ver si me relajo un poco.
—¡Buenos días! —Una voz me sobresalta en cuanto salgo
al pasillo provocando que tanto mi ropa como mi neceser
salgan volando. Me agarro al quicio de la puerta intentando
recuperar el aire mientras la dueña de la voz que casi me
provoca un infarto, se ríe a carcajada limpia. Julia, cómo no.
—La madre que te parió. ¿No ves que casi me matas?
Sabes que los sustos y las sorpresas los llevo mal.
—Lo sé, querida, lo sé. ¿Y esa cara de mierda? —Se acerca
a mí con el ceño fruncido y yo intento disimular lo mal que me
encuentro con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Cuál? ¿La tuya?
—No vengas con bromas. Tienes los ojos rojos por haber
estado llorando. ¿Es por qué hoy quedamos con Alain? ¿Es
eso? Si quieres lo llamo y le digo que al final hay cambio de
planes y santas pascuas. —Niego con la cabeza en cuanto sus
palabras salen de su boca y, aunque no diga en voz alta que me
muero por volver a verle, intento que aleje ese pensamiento de
su cabecita—. ¿Entonces qué pasó, G?
—Una noche dura, nada más. No he dormido nada.
—Con que esas tenemos ¿eh? No voy a decir nada más
porque te noto cansada y hecha polvo, pero esta conversación
queda pendiente, que lo sepas. Te conozco como si te hubiera
parido y a ti te pasa algo.
—Que sí, mami, que sí. Ahora si me disculpas, me voy a la
ducha. —Recojo mis cosas del suelo, porque con la tontería de
ponernos a hablar ya se me olvidaba que seguían ahí, y camino
por el pasillo hasta la última puerta.
Me desnudo corriendo y abro el grifo mientras me hago un
moño alto para no mojarme el pelo. Me meto nada más
comprobar que está a buena temperatura y me relajo al
instante en cuanto el agua tibia entra en contacto con mis
hombros y mi cuello.
Unos minutos más tarde, tengo las manos como una uva
pasa y mi cuerpo está tan relajado que tengo que obligarlo a
salir de la ducha para poder prepararme.
Escucho las voces de Laia y Valeria desde el baño y nada
más abrir la puerta me las encuentro junto con Julia en medio
del pasillo.
—¿Comité de bienvenida o qué? —comento sin apartar los
ojos de las tres.
—Llegas a tardar un minuto más y tiro la puerta abajo. Has
estado casi una hora en el baño, señorita. ¿Dónde quedó eso de
ahorrar agua y ayudar al planeta? —me recrimina Laia y me
fijo en el reloj de mi móvil, dándome cuenta de que sí, llevo
más tiempo del que pensaba en la ducha.
—Perdonad, se me pasó el tiempo volando. La verdad es
que esta ducha es una gozada.
—Ya ya, seguro que has usado la alcachofa de la ducha
para otra cosa que no sea quitarte el jabón —salta Julia
haciendo que mis mejillas se pongan rojas como un tomate
porque no, no he usado la alcachofa para eso, pero sé por
dónde tiran sus pensamientos.
—Vete a la mierda. —Le doy un pequeño empujón al pasar
por su lado ante la mirada pícara de Laia y la sonrisilla torcida
de Valeria.
Me meto en mi habitación y cierro con pestillo para que
dejen de darme la tabarra. Seguro que no sospechan nada, pero
ayer las oí hablar de cuando yo estaba con Alain, de si me iba
a afectar verlo hoy, de si volveríamos a estar juntos… Yo me
limité a sonreír pensando en eso. Sonreí pensando en volver a
estar entre sus brazos. En volver a probar sus labios. En pasar
mis manos por su espalda como sé que le gustaba. Y así es
como pasé la noche en vela. Peor que cuando veo una película
de terror y no puedo dormir porque tengo miedo de que
aparezca un fantasma, un asesino en serie o un monstruo del
armario.
Me peino mi pelo cobrizo como puedo y me maquillo un
poco porque no soy de mucho potingue. Apenas me echo un
poco de máscara de pestañas, me arreglo las cejas y me echo
colorete, además de pintalabios porque eso si que no puede
faltar.
—¿Estás lista, G? —Escucho la voz de Valeria desde el
otro lado de la puerta mientras busco una camisa para poner
por encima de mi top negro.
—Un minuto y salgo —le grito y escucho sus pasos alejarse
por el pasillo.
Encuentro lo que busco segundos después y solo me falta
echarme colonia para estar lista.
Quito el pestillo y salgo, encontrándolas en medio del
salón. Valeria y Laia haciéndose arrumacos desde el sofá y
Julia de pie en medio de este toqueteando el móvil como si no
hubiese un mañana.
—¿Todas listas? —pregunta Laia en cuanto me ve entrar y
todas asentimos.
Me fijo en el reloj que hay en la pared, quedan diez minutos
para que aparezca Alain a buscarnos así que me siento en otro
sofá y miro mi móvil para mantenerme entretenida y no estar
pensando en otras cosas. Por hoy ya me ha llegado en cuanto a
comerme la cabeza se refiere.
Le escribo a mis padres y adjunto una foto que nos sacamos
ayer en Disney porque con la tontería de anoche, lo de Alain y
todo lo demás, no he podido hablar con ellos ni por Whatsapp.
Mi madre me contesta al momento porque esta semana está de
tarde, pero mi padre ni siquiera lo ve. Cuando voy a
contestarle, el telefonillo suena y me pongo de pie como si
tuviera un petardo en el culo. Laia y Valeria no pueden ocultar
su sonrisa y bueno, Julia intenta decir algo pero la callo.
—Tranquila, ¿vale? Estamos todas contigo —me susurra
Julia al oído en cuanto empezamos a bajar por la escalera. Se
lo agradezco con una sonrisa y un apretón de manos antes de
llegar al portal.
Decir que está guapo es quedarse corto. Siento como la
garganta se me seca y como las piernas me empiezan a
temblar. Va vestido con unos vaqueros azul marino básicos y
una camiseta color granate que se le pega a su torso. Me doy
cuenta de que sus ojos están fijos en mi cuerpo al igual que los
míos lo están en el suyo. En estos momentos, mis mejores
amigas pasan a segundo plano y yo solo pienso en arrancarle
esa camiseta y besarlo.
—¿Qué tal chicas? —nos saluda una vez pasado el trance y
empieza a darnos dos besos a cada una. Me deja a mí para el
final y se recrea mucho en no separar sus labios de mis
mejillas y de inspirar mi aroma. Un escalofrío me recorre todo
el cuerpo, pero con suerte me lo trago intentando no mostrar
que me he puesto como un puñetero flan.
—Vale, he alquilado un coche para estos días, así no
dependemos ni de buses ni de taxis ni de nada —nos comenta
en cuanto acaban los besitos y empezamos a andar hacia la
derecha.
—Entonces tienes que decirnos cuanto tenemos que poner
cada una. No vas a pagar tú todo —le digo un poco brusca y
sin saber cómo he adoptado esta postura.
—No. Esto lo he hecho porque he querido y porque yo me
he ofrecido a haceros de guía estos días. No quiero un céntimo
vuestro.
—Alain —le reprendo y se para a mirarme. Joder, aquí
estoy otra vez con las piernas de gelatina.
—Giselle, no empecemos. —Esa frase ya me la conozco.
En el pasado, siempre estábamos así.
Recuerdo con nostalgia que él siempre quería hacerse
cargo de todas las cuentas. No me dejaba pagar ni un mísero
café. Y ni que hablar de una cena. Ni muerto. Y claro, eso me
ponía de los nervios. Lo bueno es que siempre terminábamos
besándonos porque a terca no me gana nadie y esa era la mejor
solución para que cerrara la boca.
Pongo los ojos en blanco y lo dejo estar porque me parece a
mí que hoy no vamos a acabar como en el pasado y sigo
caminando detrás de las chicas. Julia y Alain hablan durante el
camino al igual que Laia le comenta no sé qué cosa a Valeria y
hace que esta última se ría pegada a su costado.
Unos minutos más tarde paramos enfrente un Seat Ibiza
rojo de último modelo. Mis amigas corren a sentarse en la
parte de atrás y a mí no me queda más remedio que ir de
copiloto. No sé si ponerme a reír o a llorar, así que me siento y
me pongo el cinturón en silencio mientras ellas se acomodan
porque claro, entrar tan rápido ha tenido sus consecuencias y
han arrasado con las alfombrillas del suelo.
—Bien, como os dije ayer por la mañana vamos a ir a Sacre
Cœur y a Montmartre. Seguro que os gusta. Es un sitio
perfecto para visitar y hacer fotos. Junto con la Torre Eiffel y
la catedral, es uno de los sitios más famosos de esta ciudad.
—Te veo muy puesto para haber venido a París solo un par
de veces como dices —comenta Julia desde el asiento de atrás
en cuanto nos ponemos en marcha. Alain se ríe entre dientes y
se concentra en la carretera antes de contestar.
—París es la ciudad favorita de mi madre. He venido unas
siete veces en estos veintisiete años. O más. Y no quedará ahí
la cosa. Además, mi bisabuela era francesa —nos comenta,
bueno, mejor dicho les comenta porque yo ya sabía esa
información.
—¿Cuánto dura el trayecto?
—No mucho, unos cuarenta minutos más o menos. Esta
hora no es muy buena ya que todo el mundo entra a trabajar,
pero se hará ameno. Además, las vistas son bonitas.
—Eso es verdad —comento mientras me fijo en cada
rincón por el que pasamos.
Recuerdo que Alain me hablaba maravillas de esta ciudad y
me dejaba siempre con las ganas de visitarla. Incluso me había
prometido venir un día, pero no pudo ser.
Conecta su teléfono móvil a la radio y empieza a rebuscar
entre su lista de canciones hasta que puedo ver como un atisbo
de sonrisa se asoma en sus labios, indicando que ha
encontrado la que esperaba.
Los primeros acordes de Radio Ga Ga de Queen salen de
los altavoces arrancándome una media sonrisa a mí también
porque sí, soy muy fan de esta canción, del pop antiguo en
general y de Queen en particular. Y él lo sabe. Me relajo en mi
asiento mientras tarareo la canción en mi mente. Sigo con la
vista perdida en lo que hay el otro lado de la ventana. Miro por
el retrovisor a mis amigas, las tres están muy relajadas. No
como yo, que siento que mi estómago va a explotar como si
fuese un volcán en erupción.
Después de esta canción, empieza a sonar I’m still standing
de Elton John y tras esta le siguen muchas canciones de The
Beatles, Queen, Backstreet Boys e incluso U2.
Como bien predijo Alain, tras casi una hora llegamos a
nuestro destino y todo por culpa del tráfico. Podríamos haber
llegado de sobra en cuarenta minutos o incluso menos, pero
esos se han convertido en cincuenta y cuatro. Aparcamos en
una calle paralela al Sacre Cœur y solo nos lleva un par de
minutos llegar a la preciosa Basílica del Sagrado Corazón,
como se diría en español.
Me quedo un poco muda porque la verdad es que impone lo
suyo. Saco la cámara de la mochila y me la cuelgo del cuello
antes de empezar a hacer fotos.
—Es uno de mis sitios favoritos de toda la ciudad —nos
comenta Alain mientras nos explica un poco, como si fuese un
guía de museo, las curiosidades más destacables de este gran
monumento.
Subimos hasta arriba y vemos todo el paisaje que nos
ofrece. Laia y Valeria se besan. Julia sonríe orgullosa como si
hubiese escalado el Everest y yo siento los ojos de Alain en mi
nuca mientras recorro con la mirada todo lo que me rodea.
—¿Queréis que os haga una foto a las cuatro? —Nos
pregunta Alain y todas asentimos con entusiasmo porque nada
nos gusta más que posar. Nos colocamos de espalda a la
basílica y ponemos nuestra mejor sonrisa—. Listo.
—Gracias, Alain —le dice Julia mientras coge la cámara de
sus manos y empieza a verlas ante nuestra atenta mirada—.
¡Me encantan! Ponte tú, Alain, que te saco una.
Alain se ríe pero no rechaza la oferta, así que se coloca
justo como estábamos nosotras hace unos segundos y bueno,
creo que se me cae la baba.
—Esto no vale, porque vosotras erais cuatro y yo estoy más
solo que la una aquí —se queja haciendo pucheros y yo intento
no correr a su lado, la verdad.
—G, ponte con él, así ya no está solo. — Jodida Julia. Si ya
sabía yo que este día me iba a pasar factura. A regañadientes,
me sitúo a su lado y me tenso cuando pasa su brazo por detrás
de mí y posa su mano en mi cintura, pegándome por completo
a su costado. Bendito el día en el que volvimos a coincidir—.
Guapísimos. Ahora una sonrisa.
Cuando ya están listas las fotos, nos separamos y volvemos
a hacer corrillo para verlas. Con la tontería de las fotos y las
coñas, nos damos cuenta de que son las doce la mañana y que
aún nos queda ir a dar una vuelta por Montmartre, así que no
cogemos ni el coche y nos ponemos a caminar calle abajo para
llegar al conocido Barrio de los pintores de París.
Las calles siguen teniendo su encanto, sus flores y sus
balcones. Hay un montón de artistas pintando a lo largo de
toda la plaza y gente posando para ellos.
—¡Yo quiero un retrato nuestro! Vamos, vamos. —Julia nos
arrastra a uno de los pocos hombres que están libres y nos
sienta a la fuerza detrás del lienzo que tiene delante.
—¿Es necesario, Ju? —pregunta Laia y decide callarse en
cuanto Julia le dedica una mirada asesina.
El hombre nos habla en francés y menos mal que Valeria
sabe manejar a la perfección el idioma porque si no íbamos
claras. Sonreímos y nos quedamos quietas unos cuantos
minutos mientras Alain nos graba y se ríe con ganas.
Acabamos media hora más tarde, le damos las gracias al
hombre y le pagamos el precioso retrato que nos ha hecho.
Salimos las cuatro sonrientes, naturales y con una mirada que,
aunque no esté del todo reflejada, está cargada de ilusión.
—¿Os apetece ir a comer? Son casi las dos y así tenemos
más tiempo para la tarde —sugiere Alain y todas asentimos
porque tenemos hambre y también porque queremos disfrutar
de más horas por esta ciudad.
Caminamos de vuelta al coche poniéndonos en manos de
Alain, porque según él, nos va a llevar al mejor restaurante de
toda la ciudad. A mí se me instala un nudo en la garganta
porque ya sé a dónde vamos. En momentos como este, me
duele recordar lo mucho que sé de él.
Capítulo 8

París, julio 2018

Después de todo el día de un lado a otro, he llegado a pensar


que hemos visto todo París. Empezamos viendo todo el barrio
de Montmartre con su preciosa basílica, que es la joya de la
zona sin lugar a duda. Alain nos llevó a comer un sitio
precioso que estaba cerca del Sena donde las vistas eran
inexplicables.
A la tarde fuimos directos a Notre Dame y también hicimos
la ruta por el Sena nada más terminar. Conseguimos los
billetes gracias a que Alain conoce al dueño de la empresa, ya
que estaba todo hasta arriba.
El viaje duró una hora y la verdad es que se me hizo corto
porque estaba disfrutando como una niña pequeña del precioso
paisaje que tenía delante. Aunque lo mejor fue que, antes de
comer, Alain paró enfrente del molino de Moulin Rouge. Di
saltos de alegría cuando lo tuve delante de mis ojos, al igual
que las demás.
Son las nueve y diez de la noche y el hambre empieza a
palparse. Mis tripas comienzan a rugir mientras estamos en el
coche de camino a casa e intento controlarlas como puedo.
—Si os parece bien, os invito a cenar a las cuatro —
comenta Alain sin separar la vista de la carretera.
—No hace falta, gracias. Además yo estoy muerta. Hoy ha
sido un día perfecto pero intenso. Gracias por hacernos de
guía, Alain —le contesta Julia y este le dedica una sonrisa que
ella capta por el retrovisor—. Pero puedes ir tú sola, G, y que
él nos deje en casa a las tres. De verdad que estamos muertas.
—Yo también estoy cansada —digo rápidamente porque
una broma la acepto, pero esto ya es un cachondeo.
—Venga mujer, pero si estás como una rosa. —Levanto la
mirada hacia el espejo que tengo encima de mi cabeza y la
miro, encontrándome con una sonrisa de lo más maligna en
sus labios. Esto no me gusta un pelo. Quiero salir y no me
importa que el coche esté en marcha.
—Si a ti te parece bien, estaré encantado de invitarte a
cenar —me dice Alain esta vez mirándome fijamente unos
segundos que, la verdad, me saben a gloria.
—Claro que sí, mujer. Después te trae al apartamento y
listo.
—Vale. —Claudico porque mis amigas, sobre todo Julia,
son capaces de sentarme y atarme a la silla del restaurante.
Alain sonríe de forma inmediata y yo intento relajarme
pensando en la noche que me espera por delante.
Capullas. Malditas capullas. ¿Qué están cansadas? Y una
mierda. Esta pienso cobrármela con creces.
Veinte minutos más tarde, Alain para enfrente de nuestro
apartamento y las demás se bajan no sin antes darle las gracias
de nuevo por hacernos de guía hoy.
—Cuídamela, eh —le suelta Julia antes de desaparecer por
el portal sin esperar su respuesta. Alain suelta una sonora
carcajada y arranca de nuevo, dejando el apartamento en la
lejanía y a mí con un nudo en la garganta.
—¿Qué te apetece cenar? —me pregunta en cuanto
paramos en un semáforo. Aprovecha para posar sus tremendos
ojos marrones en mí y yo, sin poder evitarlo, me derrito un
poquito ante su mirada.
—Lo que quieras.
—¿Sigues siendo tan fan de la pasta como antes?
—Por supuesto.
—Bien, entonces me lo pones fácil.
Que se acuerde de lo mucho que me gusta la pasta me hace
sonreír. Pero como para no acordarse. Si de siete días que tenía
la semana, seis de ellos cenábamos o comíamos pasta del
primer restaurante italiano que pillábamos o cocinaba él, que
también se le daba bien. La verdad es que tengo un mal vicio
con esa comida.
Alain conduce en silencio, no ha encendido ni siquiera la
radio, y sujeta con delicadeza el volante. Las calles están
desiertas y la noche ya casi ha caído en París. Aparca y nos
metemos en el primer restaurante abierto que vemos y puedo
leer en el cartel de luces el nombre de “Arpège”.
La fachada es similar a todos los edificios que te puedes
encontrar por aquí: de aspecto antiguo pero con encanto. El
interior es otro tema. Lámparas elegantes cayendo del techo,
pinturas y fotografías decorando las paredes y una gran
cristalera al fondo del local por la cual ves, al fondo y con un
poco de dificultad, la Torre Eiffel. Esto es una maravilla.
Pedimos la bebida en cuanto llega el camarero con las
cartas y mientras le echo un vistazo a todo, mis ojos danzan
sin ton ni son y se despegan de ella unas cuantas veces para
ver a la persona que tengo delante de mí.
Ha dejado de ser el chico que yo conocí para convertirse en
el hombre que es ahora, pero sigue siendo esa persona risueña
y dispuesta a ayudar a todo aquel que se le ponga por delante.
El pelo lo lleva un poco más largo que antes, pero sus labios
siguen siendo sonrosados y carnosos. Me fijo en sus bíceps
cuando se rasca la nuca y mis ojos tropiezan con algo que no
había visto antes. Un tatuaje. Tal y como tiene el brazo, no
puedo ver con detalle que es, pero a los pocos segundos, lo
extiende en mi dirección mostrándome de cerca lo que tiene
puesto. En letra cursiva y no muy grande, tiene puesto
“maman”, madre en francés, acompañado de una pequeña rosa
a su lado.
Mi mente viaja sola y me acuerdo de María, la madre de
Alain. Una encantadora mujer que cocina como los ángeles y
que tiene el cielo ganado por ser la persona más buena del
mundo. La conocí cuando Alain y yo hacíamos tres meses. La
verdad es que me llevó a escondidas, poniéndome de excusa
que íbamos a casa de un compañero de trabajo a buscar unos
papeles. Casi me caigo de culo cuando nos abrió la puerta una
mujer de cincuenta y cuatro años, pero que aparentaba
cuarenta; alta, delgada y guapísima. Me dedicó una sonrisa y a
los pocos minutos, ya me tenía a sus pies.
Poco después me enteré de su enfermedad y la verdad es
que la adoré tanto que íbamos a visitarla casi a diario. Si no
era para comer, era para cenar, pero las comidas allí una o dos
veces a la semana eran sagradas. Me encantaba charlar con
ella, con una taza de té o café en la mano, con cualquier cosa
en la tele de fondo o simplemente viendo el amor que siente
hacia su hijo, porque lo miraba con una devoción que era
increíble. La pobre vive sola, ya que se separó de su marido
hace ya muchos años y no ha vuelto a saber de él.
A veces me paraba a pensar como sería mi vida si mi padre
no estuviera en ella. Es una de las personas que más quiero en
este mundo y quizás la que más me apoya junto con mi madre.
Me dolería horrores saber que apenas lo voy a ver. Pero a
veces la vida es así, te pone obstáculo tras obstáculo y no
siempre puedes llegar a saltarlos todos, por lo que te caes.
—¿Cómo te va todo, Giselle? —Alain rompe el hielo una
vez pedimos la comida y yo intento relajarme todo lo que
puedo.
—Todo bien. Ya te conté que he acabado la carrera de
Bellas Artes y que ando buscando trabajo. Salvo eso, no tengo
muchas novedades más.
—¿Y tus padres que tal están?
—Muy bien. Siguen trabajando los dos día sí y día también.
Ya los conoces. También andan liados porque mi abuela se
encuentra algo mal últimamente. Hace unas semanas le dio un
amago de infarto, con suerte la pillaron a tiempo y la llevaron
corriendo al hospital. Todo quedó en un susto, pero viendo su
historial y teniendo en cuenta su edad, no estamos tranquilos.
—Joder, eso no suena bien. Lo importante es que descanse
y que lleve una vida tranquila.
—Intentamos que así sea. Siempre que quiere salir de casa
a comprar algo lejos, la acompañamos, no vaya a ser.
—Hacéis bien. Ante estos casos, lo mejor es estar siempre
alerta. No es lo mismo que esté sola a que esté contigo o con
tus padres y cualquiera pueda ayudarla y socorrerla.
—Exacto. Por cierto ¿tú madre que tal?
—Bien, mejor de lo que estaba antes pero también siento
que a veces se apaga por completo. Ya la conoces, es una
mujer llena de vida, carácter y sueños y no hay fuerza humana
capaz de sentarla en una silla más de una hora. —Sonrío
porque me encanta ver como se le ilumina la mirada cada vez
que piensa en su madre o habla de ella. No lo diré en voz alta,
pero me dolió dejar de verla tanto como dejarlo con Alain.
Adoraba a María—. Ahora toma unos medicamentos que le
son más efectivos, así que espero que con el tiempo vaya
mejorando más. Es muy joven aún para meterla en una cama.
—Tú madre es un cielo, pero también un torbellino. Es
normal. Como bien dices, es joven y quiere seguir viviendo su
vida sin depender de un medicamento y sin pensar en que tiene
un problema de corazón. Merece vivir y ser feliz.
—Pues sí. Merece eso y más.
—La echo de menos. Me gustaba ver lo contenta que se
ponía cuando íbamos a su casa y podía cocinar sin parar
durante horas para hacer que saliésemos rodando calle abajo.
Es un encanto de mujer. —Me arrepiento un poco tras decir
esas palabras porque no quería abrir el tema del pasado, pero
era algo necesario. Quiero que sepa que su madre fue alguien
muy importante en mi vida y aunque no he llegado a estar
años con ella, le tengo mucho aprecio. Alain me sonríe de
forma inmediata porque sabe que lo que digo es verdad,
porque yo era la primera que cuando estábamos juntos quería
ir a casa de ella para hacerle una visita.
—Lo es. Y ella también te echa de menos. Antes me
preguntaba por ti a menudo. Ahora no. Sabe que es un tema
delicado. —Se queda callado al instante y yo evito su mirada.
Con que un tema delicado. Lo entiendo. Con mis padres pasó
lo mismo. Querían mucho a Alain y fue un golpe duro saber
que lo dejamos. Pero así son las relaciones. Un día muy bien y
otro muy mal.
El camarero nos trae la comida justo en el momento
indicado. Comemos en silencio la mayoría del tiempo.
Compartimos alguna que otra anécdota del día de hoy, pero sin
profundizar mucho.
—¿Mañana queréis que vuelva con vosotras? Sigo teniendo
el coche y así os llevo a donde queráis.
—Sí, me parece bien y a las chicas seguro que también.
—Pues os paso a recoger sobre las nueve y ya vemos a
dónde vamos. Podíamos ir al Louvre por la mañana que seguro
que hay menos gente y por la tarde ya decidimos sobre la
marcha. ¿Qué te parece?
—Una idea estupenda. —Y lo digo de verdad. Quiero ir al
Louvre desde que era una niña y más desde estos últimos
cuatro años que no he parado de ver cuadros y cuadros que
están expuestos en ese museo.
—¿Te ha gustado? —me pregunta Alain antes de dar el
último bocado a su tarta. Yo asiento porque aún me encuentro
masticando el último trozo de la mía y sonrío porque esta
situación me sigue haciendo gracia y pánico al mismo tiempo.
Sigo sin creerme que después de cuatro años, tenga enfrente al
que pensaba que era el amor de mi vida. Y lo más gracioso es
que estamos en París. En la ciudad del amor. Si esto no sirve
para una novela romántica, que venga Dios y me lo diga.
—Estaba todo riquísimo. Y el sitio es precioso. ¿Habías
venido aquí antes, verdad?
—Solo una vez. Vine hace un par de meses por cuestión de
trabajo y aproveché para quedarme unos días más y probé este
sitio que tanto me recomendaban.
—¿Y cómo es que vuelves a estar aquí estos días? —
pregunto por curiosidad porque no me salen las cuentas de
tener tantas vacaciones.
—Me he tomado unas semanas de relax. Casi un mes.
Llevo currando un año sin parar y apenas he cogido uno o dos
días libres. Necesitaba desconectar de todo y dejar de
centrarme en juicios y papeles. Mi madre me dio ese
empujoncito que necesitaba para irme a respirar aire puro por
otros lugares.
—Hiciste bien. A veces el trabajo puede llegar a agobiar y
no es bueno.
—Tienes toda la razón. —Me sonríe con ternura porque él
es así y yo le devuelvo la sonrisa porque me contagia solo con
elevar un poco las comisuras de los labios—. ¿Quieres que te
lleve ya a casa? Te noto cansada. —Asiento y él se apresura a
pedir la cuenta. Hago el amago de coger la cartera para
intentar, por lo menos, pagar a medias pero me detiene con un
rápido movimiento. No me sorprende así que sonrío y niego
con la cabeza mientras cierro mi mochila de nuevo y me
levanto de la silla.
Salimos y el frío nocturno nos da en toda la cara. Estamos
en julio, por Dios, es imposible que corra esta brisa.
Avanzamos hasta el coche y nos metemos de forma inmediata,
resguardándonos del frío e intentando entrar en calor. Alain
conecta la radio y la calefacción nada más sentarse y a los
poco segundos, arranca y nos perdemos por las calles de París
una vez más.
Las farolas están encendidas y proporcionan la suficiente
luz para ir por la calle paseando sin problema y hasta puedes
fijarte en los balcones y tiendas que te encuentras por el
camino.
Al conectar su móvil a la radio, empieza a sonar La
promesa de Melendi. Una de mis canciones favoritas en el
mundo. Solo tienes que escuchar la letra una vez, cerrar los
ojos y sentirla. Una vez haya acabado, ya estás enamorada y la
quieres poner en bucle a nivel enfermizo. Sonrío sin poder
evitarlo y empiezo a tararearla. Me viene a la mente cuando
fui con mi madre a un concierto de Melendi. Tendría unos
catorce años, estaba eufórica y con las hormonas un poco
descontroladas pero fue increíble.
Alain estaciona el coche en mi portal y se baja en cuanto yo
abro mi puerta.
Se planta enfrente de mí y me agarra de la camisa que llevo
para pegarme a su torso y así abrazarme.
Paso mis brazos por su cintura, estrechándolo más si cabe
contra mí e intentando que nos fundamos en uno. Pero solo
consigo martirizarme un poco más. Me separo al instante de él
y noto como las mejillas me arden. En estos momentos solo
quiero echarle dos ovarios besarlo o darle una bofetada, ya no
sé.
—Nos vemos mañana, Alain —le digo antes de caminar
hacia el portal e introducir la llave en la cerradura. No he
cerrado la puerta cuando escucho su voz a mi espalda.
—Buenas noches, Giselle. —Veo sus ojos iluminados por
la luz de la farola y me trago las palabras que se concentran en
mi garganta. Le dedico una media sonrisa y desaparezco hacia
el interior con mil pensamientos en la cabeza y, para que
negarlo, el corazón un poco dolorido.
Capítulo 9

París, julio 2018

Hoy es nuestro último día en París y no sé como tomármelo.


Bueno, ni yo ni las demás. Por un lado queremos seguir con
esta aventura con la que llevamos tanto soñando pero, por otro
lado, solo queremos seguir recorriendo las calles de esta
preciosa ciudad que nos ha conquistado desde el primer
momento.
Al igual que ayer, he vuelto a pasar la noche casi en vela,
me dormía y me despertaba cada media hora, pensando en que
ya era de día. Los recuerdos de mi relación con Alain venían
en tropel a mi mente y yo no podía hacer nada por evitarlos.
¿Qué capullo es el cerebro a veces, no? A veces me siento
como en la película Del revés, esa que guarda solo los
recuerdos importantes y los almacena de por vida,
permitiéndonos así recordarlos aunque hayan pasado años y
años. Yo siento que esa zona debe de estar atestada de
recuerdos con Alain porque parece que últimamente no
recuerdo lo que he comido pero sí lo que hacíamos hace cuatro
años cuando estábamos juntos.
Lo peor es que no puedo odiarlo ni aunque quisiera. Sigue
siendo el chico dulce que un día conocí. Ojalá se hubiera
convertido en un capullo integral para así odiarlo a muerte,
pero el destino no lo ha querido así.
—¿G, estás lista? En diez minutos llega Alain. —Escucho
la voz de Julia desde el otro lado de la puerta y termino de
echarme colonia y de peinarme antes de salir. Hoy he optado
por algo más sencillo, me he puesto unos shorts vaqueros, una
camiseta granate que me deja un hombro al descubierto y unas
sandalias a juego. Me he maquillado como siempre y el pelo,
dentro de lo que cabe, no está tan eléctrico como de
costumbre.
Veo a mis amigas sentadas en el sofá, como todas las
mañanas antes de salir, y me fijo lo guapas que están todas.
Cada una tiene un rasgo que las define y hace que destaquen.
Laia con su melena rubia y sus ojos claros que atrapan por
completo. Valeria con su melena negra y su piel morena que
parece de otro continente. Y Julia con sus mejillas siempre
sonrosadas, sus mechas rubias sobre su pelo castaño y sus ojos
casi tan verdes como los míos.
—¿Tenemos monos en la cara y no nos hemos dado cuenta?
—salta Julia desde el sofá, levantando la vista del móvil y
consiguiendo que esboce una sonrisa. Niego con la cabeza y
me fijo en la hora: las nueve menos cinco pasadas.
Conociendo a Alain, debe de estar al caer.
El claxon de un coche confirma mis sospechas, así que
todas cogemos nuestras mochilas y salimos del apartamento
para disfrutar del último día en París.
Como bien hablamos Alain y yo ayer por la noche, por la
mañana nos dirigimos al famoso museo de Louvre. Valeria y
yo, como somos las de artes, nos volvemos locas y nos
paramos en todos y cada uno de los cuadros. Le echo un
vistazo a todo lo que me rodea, me fijo en cómo y con qué
están pintados, en el autor, en el marco, en lo que me
transmite… Vamos, que no me llegan ni tres horas para verlo
entero. La mayoría de los cuadros ya los estudié estos años en
la universidad, pero otros no tenía ni idea de su existencia, así
que con más razón me tengo que parar.
Entramos a las diez de la mañana y con la tontería de dar
tanta vuelta y de pararnos tanto, salimos a la una y veinte y
vamos directos a comer algo porque si no se nos cae el tiempo
encima.
Encontramos un sitio de bocatas y sándwiches al lado del
museo, así que entramos sin pensarlo dos veces.
—¿Qué os apetece hacer hoy por la tarde? —pregunto en
cuanto todos terminamos de comer y pedimos el postre.
—Yo paso de ir a otro museo. —Julia se queja otra vez,
porque lleva haciéndolo desde que entramos en el Louvre y no
se cansa.
—¿Habéis ido alguna vez a Versailles? —pregunta Alain y
todas negamos con la cabeza—. ¿Os apetece ir? Está a unos
cuarenta minutos de aquí. Después podemos volver e ir de
nuevo a la Torre Eiffel y tomar algo por allí.
—¡Sí, me encanta el plan! —Es Valeria la que habla en
nombre de todas, porque la verdad que nos ha gustado lo que
ha propuesto así que en cuanto terminamos el postre y
pagamos la cuenta, volvemos a subirnos al coche y ponemos
rumbo a Versailles.
La música ameniza el viaje junto con las conversaciones
que mantienen Alain y las chicas. Se conocieron cuando
empezamos a estar juntos, pero la verdad que no fueron
muchas las veces que nos encontramos. Ahora siento que
quieren mantener una relación cordial aunque nosotros ya no
estemos juntos. Y la verdad es que no me parece nada mal.
Tarareo Say you won’t let go de James Arthur mientras la
canción inunda el interior del vehículo. Hasta este momento
no me he parado a pensar que sí, que hoy es nuestro último día
en París pero también es el último día que voy a estar con
Alain y no sé si voy a volver a verlo más. Mentiría si dijera
que no he disfrutado estando con él de nuevo, recorriendo
juntos las calles de un país que no es el nuestro, bueno
nosotros y tres chicas alocadas que en estos momentos van
detrás. Voy a echar de menos levantarme sabiendo que voy a
verlo en unos minutos. Aunque lo que no voy a echar de
menos son las noches sin dormir. Prefiero hacerlo y más si es
con él. Pero hace tiempo que he perdido ese derecho. Ambos
lo hemos perdido.
Una caricia en el muslo me hace volver a la realidad y me
fijo en la mano de Alain que descansa sobre él. Lo miro a los
ojos, me sonríe y yo me derrito un poco más.
—¿Todo bien? —me dice sin voz, solo moviendo los labios
y yo asiento, sonriéndole de vuelta y concentrándome en la
carretera y en la música, que en estos momentos hay una
nueva canción sonando y se trata de As long as you love me de
los Backstreet Boys. La mano de Alain sigue en mi muslo y
empiezo a sentir que mi cuerpo entra en estado de ebullición.
Y más cuando la quita para cambiar de marcha, pero vuelve al
mismo sitio después. No quiero mirar atrás porque me
encontraría con tres sonrisas malignas.
Como bien dijo Alain, en unos cuarenta minutos llegamos a
Versailles y el calor nos da de lleno en cuanto bajamos del
vehículo.
—Igual no me da una insolación hoy, eh —se queja Julia en
cuanto pone un pie en el suelo y se estira como si llevara horas
y horas en el coche.
—Hace calor, pero no te va a dar nada, pesada —
contraataco y me echa la lengua —. El sitio es precioso.
Hemos aparcado cerca del Palacio de Versailles y los
jardines que tenemos frente nuestro son preciosos. Con la
cámara en mano, empiezo a hacer fotos de todo lo que me
rodea.
—G, sácame una foto a mí, porfa. —Me pide Ju y así es
como empiezo a ejercer de fotógrafa no solo con ella, sino con
las demás también.
—Te toca —me dice Alain al oído unos minutos después
mientras mis amigas inspeccionan las fotos que les hice.
—¿A mí? Yo no quiero fotos. Ya he hecho suficientes.
—Pero yo si quiero hacerte una y me vas a dar ese honor.
—A veces me pregunto cómo consigues tenerlo todo —le
regaño, pero me sitúo donde estaban mis amigas hace unos
segundos y pongo mi mejor sonrisa a la cámara.
—Ojalá lo tuviera todo, Giselle, ojalá —lo dice muy serio y
sin dejar de mirarme. Entiendo ese juego de palabras. Y estoy
a punto de contraatacar, pero tengo un nudo en la garganta que
me lo impide. ¿En serio soy ese todo? Lo dudo. Vuelvo a
sonreír, aunque no tenga muchas ganas, y después de un par de
fotos vuelvo a donde estaba.
Caminamos hacia el Palacio y como era de esperar, la cola
para coger las entradas da casi una vuelta completa, así que
desistimos porque como mínimo tendríamos que estar aquí dos
horas y no nos apetece, así que cambiamos de planes y vamos
a dar una vuelta por el exterior que también nos parece una
pasada.
Pasamos la tarde entre fotos, paseos, sitios con encanto,
jardines, más sitios con encanto y muchas conversaciones que
parecen no tener principio ni fin. Al llegar la hora de la cena,
tiramos para casa y paramos en un supermercado para comprar
algo para cocinar porque en casa nos hemos quedado sin nada
y así Alain se queda con nosotras esta última noche.
Cenamos comentando un poco estos dos últimos días
porque la verdad es que han sido intensos pero hemos
disfrutado al máximo.
—¿Cuánto tiempo vais a estar en Italia? —nos pregunta
Alain antes de llevarse un tenedor a rebosar de ensalada a la
boca.
—Nueve días. Queríamos estar un poco más para ver más
cosas, pero se nos iba un poco de presupuesto —le comento y
le explico un poco por encima nuestro itinerario —. Estaremos
en Roma, Verona y Florencia.
—¿Viajáis en avión? —Negamos y se sorprende porque sí,
de París a Italia hay una buena tirada en tren, de ahí que nos
marchemos a las seis de la mañana—. Bueno, seguro que
vosotras os apañáis para hacer que el viaje sea ameno.
¿Cuántas horas son de trayecto?
—Unas nueve, más o menos.
—Joder, si que es. Llegaréis sobre las cuatro y media cinco
más o menos.
—Sí, más o menos. Tenemos toda la tarde para ver Verona
y al día siguiente coger un tren hasta Roma y pasar todo el día
por ahí. Lo peor va a ser ir con las maletas de un lado a otro —
comento con desgana porque esa parte la llevamos mal todas.
Pero claro, una no puede decidir cuatro prendas de ropa para
un largo viaje como el que vamos a hacer. Y lo de menos es
más no lo comprendemos.
No encendemos la tele porque no nos enteramos y nos
ponemos a hablar. Alain nos pide que le enseñemos nuestro
planning de viaje y Julia corre hasta mi habitación para
cogerlo y entregárselo.
Revisa todos y cada uno de los papeles en los que aparecen
tantos los horarios de tren de ida y vuelta como los lugares a
los que queremos visitar.
—Oye, ¿y por qué no te vienes con nosotras? Hoy nos
contaste que estabas cansado y que necesitabas un descanso
del trabajo. Nos vendría bien un poco de compañía —salta
Julia de repente dejándonos con la boca abierta. Compañía,
dice. ¡Cómo si fuésemos pocas! Estiro el brazo con cuidado y
le doy un pellizco en la cadera, para ver si se calla.
—Este es vuestro viaje. No el mío. Yo ya lo he pasado bien
estos días y os agradezco que contarais conmigo, pero ahora
tenéis que disfrutar vosotras. —Alain nos mira a todas con una
sonrisa, pero sus ojos siempre terminan en mí, lo cual me
gusta y me aterra a partes iguales porque las mariposas que
siento en el estómago no me gustan nada.
—¡No digas tonterías! Nosotras te adoptamos en este viaje.
—Julia busca la aprobación de Valeria y Laia que sonríen y
asienten, sigue sin mirarme y centra su mirada de nuevo en
Alain que sigue flipando como yo—. No tenemos hueco en los
apartamentos que cogimos, pero puedes dormir en el sofá. Y
trenes hay de sobra, seguro que conseguimos billetes para ti
también. Si quieres, ahora mismo nos ponemos a buscar.
—¿Seguro que no os importa? —pregunta y esta vez, las
cuatro negamos con la cabeza. Nos agradece este gesto y se
planta con las demás a ver desde el portátil de Julia los billetes
para estos días. En principio se va a quedar para Italia, pero
hasta me sorprendo queriendo que se quede hasta que
volvamos a Madrid. Incluso más.
Alejo esos pensamientos de mi mente y dejo que el tiempo
pase a mi al rededor sin pronunciar palabra. En estos
momentos, quiero matar a estas amigas tan geniales que tengo.
Alain se va casi media hora más tarde. Se despide de
nosotras con una sonrisa, un par de besos en la mejilla y un
abrazo. Escucho la puerta cerrarse mientras me llevo el vaso
que tengo entre las manos a la boca y me termino su
contenido.
—¿Vosotras sois tontas o qué? —suelto a bocajarro sin
pararme a pensar siquiera. Julia, Laia y Valeria quedan mudas
ante mi salida de tono y se sientan frente a mí, justo en el
suelo, mirándome con ojos de cordero degollado —. Es que no
me explico qué coño se os ha pasado por la cabeza al ofrecerle
que se viniera con nosotras.
—Mira, Giselle, no quiero discutir contigo pero he hecho lo
que tú no te atrevías a hacer. —Las palabras de Julia se clavan
en mí como si fuesen puñales. En su rostro no hay ni un ápice
de esa socarronería tan propia de ella. Y me asusto. Me vuelvo
pequeña ante ellas, tan seguras, abiertas y diferentes. Y me
echo a llorar como si fuese una imbécil, porque sé que en el
fondo tiene razón. Pero escucharlo de sus labios lo hace aún
más real y doloroso —. Aunque no lo digas en alto, G,
sabemos que aún lo quieres. Y que él te quiere a ti. Joder, si es
que el deseo y la tensión que hay entre vosotros es tan
palpable como el suelo que me está matando ahora el trasero.
Este es solo el empujón que necesitabais para arreglar todo lo
que no habéis solucionado hace años.
Las tres se acercan a abrazarme con mimo y yo dejo que las
lágrimas rueden por mis mejillas como hacía tiempo que no
me sucedía.
—¿Giselle, qué sientes? —Miro a Valeria, quien me sonríe
y me muestra ese brillo en sus ojos que tanto me gusta y me
tranquiliza, y medito sus palabras porque no lo sé. No sé como
me siento en estos momentos. Por una parte estoy asustada.
No quiero que este viaje acabe siendo un infierno pero
tampoco quiero que se convierta en una pantomima de la cual
no sepa escapar. Pero por otra… quiero que Alain siga
conmigo. Lo he echado tanto de menos estos últimos años que
tenerlo de nuevo a mi lado ha sido como un chute de energía.
—Todo va a salir bien, cielo, no te preocupes. Nos tienes a
nosotras. Y si Alain se pasa de imbécil, se las tendrá que ver
con estas tres locas que tienes como amigas.
Las palabras de Julia me sacan la primera sonrisa sincera
después de mucho tiempo. Se lo agradezco en el alma, a las
tres, por estar ahí siempre, por quererme, respetarme y
apoyarme. Y es que como bien se dice, “los amigos son la
familia que elegimos” y yo la verdad, es que no pude haber
escogido mejor.
Capítulo 10

Alain

París, julio 2018

Salgo del apartamento de las chicas con un nudo en la


garganta pero con muchas ganas de que llegue mañana. Como
el tren sale a las seis de la mañana, quedo en recogerlas aquí a
las cinco y así tener tiempo de sobra para llegar y si tal, tomar
algo.
Cuando Julia me propuso delante de todas seguir con ellas
este viaje, me lo tomé a coña. No quería decir ni sí ni no por si
después se cachondeaba de mí y me decía que era broma. Pero
su rostro estaba serio y los de Valeria y Laia sonrientes,
asintiendo a todas y cada una de sus palabras. No supe cómo
reaccionar hasta que me fijé en los ojos de Giselle y en ellos
encontré la respuesta que yo necesitaba darles.
No pude decir que no porque acabo de encontrar el
empujón que necesitaba para dejar a un lado mis
preocupaciones, mis miedos y la mierda del trabajo y
centrarme de nuevo en lo que de verdad quiero desde hace
años: Giselle.
Daría incluso lo que no tengo con tal de recuperarla. Con
tenerla de nuevo en mis brazos, desnuda, con su pelo cobrizo
esparcido por la almohada y sus labios entreabiertos mientras
duerme.
Estos dos últimos días han sido una mezcla de cielo e
infierno que no sabría definir con claridad. Por una parte, verla
ha sido como un regalo divino que el destino me ha concedido,
pero no poder besarla y tocarla se convirtió en una tortura. Su
semblante serio la mayoría del tiempo solo me hacía ver que
no tengo esperanzas, pero la conozco y sé lo bien que puede
llegar a ocultar sus sentimientos cuando se lo propone, aunque
nunca lo consiga y llore a mares cuando quiere llorar y ría sin
ton ni son cuando quiere reír. No quiero pensar en que esto es
una trampa de sus amigas para que volvamos juntos. Aunque
ahora que lo pienso, voy a tener que darle las gracias a Julia
por haberme echado una mano.
Me meto en el coche e intento relajarme un poco y digerir
lo que ha pasado hace unos minutos. Después de que Julia
soltase la bomba y esta nos diera de pleno a todos, nos
pusimos a buscar los billetes de mañana porque si no, no hay
viaje que hacer. Cuando los encontramos, brindamos con lo
poco que teníamos y reconozco que llegué a comprobar una
vez más lo buenas amigas que son entre ellas. Giselle siempre
me contaba anécdotas de las cuatro y me moría de envidia
porque quitando a Carlos, que es mi mejor amigo, nunca he
tenido esa relación con una persona. Bueno, con su hermano
Joan también he tenido una buena relación siempre, pero no
era lo mismo. Ese sentimiento de protección, cariño y
familiaridad que sienten entre ellas no se consigue de la noche
a la mañana y se nota que llevan años juntas.
Se me viene a la cabeza mi madre y, aunque es un poco
tarde, decido llamarla porque es la única persona que puede
calmarme un poco en estos momentos.
Alcanzo el móvil que dejé en el asiento del copiloto nada
más subir y busco el contacto entre toda la lista y en cuanto lo
tengo, le doy a llamar. Mi madre me contesta al segundo tono,
y cuando la escucho, ya me siento más relajado.
—Hola cariño. ¿Qué haces llamándome a estas horas?
¿Estás bien? —Me saluda con voz suave y preocupada.
—Estoy bien, mamá, pero te quería comentar una cosa.
—Soy toda oídos, ya lo sabes.
—He estado con Giselle. —El silencio al otro lado de la
línea me hace pensar en que mi madre no esperaba ni de lejos
esto y seguro que está procesando esa información que acabo
de darle.
—¿Ahí? ¿En París?
—Así es. Qué pequeño es el mundo. Y eso no es todo. —
Empiezo a contarle como la vi por primera vez esta semana,
después de tantos años y el cambio brusco que sufrió mi
cuerpo y mi mente después de ese encuentro. Después paso a
relatarle con todo lujo de detalles lo acontecido estos dos
últimos días. Mi madre me escucha sin interrumpirme y
supongo que memorizando cada palabra que le digo. Le
cuento también cómo me siento, o lo intento, porque ni yo
mismo lo sé.
—Me acabas de dejar a cuadros, hijo. ¿Cuánto hacía que no
me hablabas de ella? ¿Años verdad? Y ahora después de tanto
tiempo, os volvéis a encontrar, en París, que es denominada la
ciudad del amor, y sientes como tu corazón se desboca tanto o
más que hace años cuando estabais juntos. La respuesta es
fácil, tesoro, sigues enamorado de ella y ella de ti. Y eso es
algo que no vais a poder remediarlo nunca. —Si es que mi
madre cuando habla sentencia, porque a mí me acaba de dejar
mudo con sus palabras. Nunca me había planteado eso de
seguir enamorado de ella, porque es un sentimiento demasiado
fuerte y más si llevas tanto tiempo sin ver a la otra persona.
Pero la vida es así y en temas de amor es mejor no entrar. Es
un laberinto del que sales como puedes. Si es que sales claro,
porque yo ahora siento que llevo años dentro de uno y no
encuentro ni un mísero pasillo por el que andar.
Hablo con mi madre hasta que noto su voz cansada y me
despido de ella, no sin antes darle las gracias por todo, decirle
que la quiero y bueno, prometerle que la llamaré más a
menudo durante estos días para contarle cómo va todo con
Giselle. Espero que cuando vuelva a llamarla tenga buenas
noticias y no malas, porque sino voy jodido.
Al día siguiente, me levanto a duras penas porque no estoy
acostumbrado a levantarme a las cuatro de la mañana y menos
para irme de viaje con mi exnovia y con sus tres mejores
amigas. Si es que cuanto más lo pienso, más gracia me hace
porque me sigue pareciendo surrealista a la par que una
oportunidad de oro.
Me ducho, recojo un poco la habitación del hotel en la que
me he hospedado estos días y pongo rumbo hacia el
apartamento donde se alojan las chicas. Las calles están
desiertas, lo cual es normal porque a estas horas de la
madrugada no creo que la gente esté para muchos trotes. Llego
con el tiempo justo para dar un respiro y mentalizarme, de
nuevo, en todo lo que me espera estos días. Le hago una
llamada perdida a Giselle, así ya no bajo del coche y unos
minutos más tarde, escucho el portal abrirse y aparecen las
cuatro cargadas con sus respectivas maletas y mochilas.
—Buenos días, chicas —saludo con una sonrisa y bajo del
coche para ayudarlas a meter todo en el maletero. Cuesta un
poco cerrarlo, pero lo conseguimos—. ¿Habéis dormido bien?
—Les pregunto, porque dada las caras de sueño que tienen,
algo me dice que no han descansado nada.
—Yo no he dormido una mierda, la verdad. —Julia se
queja, y a esta le siguen Valeria y Laia.
Me fijo en Giselle y en su rostro cansado. No dice nada,
pero intuyo que tampoco ha pegado ojo. Estiro el brazo y poso
mi mano en su muslo, consiguiendo que se sobresalte y pasee
su mirada desde su pierna a mi rostro, clavando finalmente sus
ojos en los míos.
—¿Todo bien? —Ella asiente y aunque no me convence
mucho su respuesta, lo dejo estar y vuelvo a poner mi mano en
el cambio de marchas. Esta pregunta empieza a ser costumbre
cada vez que la tengo a mi lado.
Unos minutos más tarde llegamos a la estación de Gare de
Lyon y estaciono el coche en el primer sitio libre que
encuentro. Anoche hablé con la empresa que me alquiló el
coche y me dijo que no había problema en dejarlo en la
estación de tren en vez de en el aeropuerto ya que también
tienen ahí algunos vehículos para alquilar. Bajamos las maletas
y entramos para ver qué vía es la nuestra y así situarnos un
poco. Arrastramos nuestros bártulos hasta la vía que nos
corresponde, que es la 5, y nos damos cuenta de que el tren ya
está en el andén por lo que decidimos subir y así no tener que
hacer cola después ni andar a molestar a nadie. A pesar de
haber cogido el billete de tren ayer, tarde y mal, he conseguido
un sitio bastante cerca de ellas. Apenas nos separan un par de
filas.
Colocamos las maletas en sus respectivos sitios y tomamos
asiento cuando quedan unos minutos para la salida. El tren sale
puntual y en cuanto ya hemos avanzado un par de kilómetros,
decido echar una cabezadita porque estoy muerto y dormir un
poco me vendrá bien.
A lo tonto, me despierto casi dos horas más tarde, pero me
siento como si me hubiese pasado un camión por encima.
Tengo los músculos agarrotados porque mi metro ochenta y
siete no es el idóneo para dormir en un tren. Me levanto de mi
sitio y camino hasta donde están sentadas las chicas.
A las primeras que veo son a Laia y a Valeria. Esta última
tiene la cabeza apoyada en el regazo de la otra y ambas
duermen plácidamente. Es bonito verlas porque hacen buena
pareja y sé por Giselle que a ambas les costó un poco dejarse
llevar y admitir los sentimientos que sentían hacia la otra. No
conozco su vida en profundidad, pero estos dos días me he
fijado en como se miran o se sonríen y ese amor no nace de la
noche a la mañana.
Avanzo una fila más y me encuentro con Julia durmiendo
apoyada en la ventana y a Giselle, con un libro en la mano,
leyendo con suma concentración. Apenas se da cuenta de que
estoy a unos centímetros de ella, lo cual me ayuda a admirarla
un poco más.
—¿Te apetece un café? —le pregunto, consiguiendo que dé
un salto en el asiento por segunda vez en lo que va de día. Se
gira y me mira fijamente mientras cierra el libro y lo deja con
cuidado en la bandeja que tiene delante.
—No me vendría mal, la verdad.
Y así es como nos vamos los dos hacia la cafetería. Son las
ocho de la mañana y me parece que somos los únicos
pasajeros que están despiertos. Está todo en silencio y si te
paras, solo escuchas el traqueteo del tren y la respiración
pausada de la gente que duerme intentando sobrellevar mejor
el trayecto.
La cafetería está dos vagones por delante del nuestro, así
que intentamos molestar lo menos posible e ir con cuidado.
Pido dos cafés con leche nada más llegar y nos sentamos en
una de las mesas que hay pegada a la ventana.
—¿Nerviosa por el viaje? —le pregunto antes de dar el
primer sorbo a mi humeante bebida.
—Mentiría si dijera que no. —Sonríe y baja la mirada. Es
un gesto muy suyo y me parece adorable.
—Lleváis años con esto metido en la cabeza. Es normal.
—Por eso estamos así de nerviosas. Llevamos soñando
tanto tiempo con este viaje que tenemos miedo de que no sea
como lo esperamos.
—Será el viaje de vuestras vidas. Ya lo veréis. Seguro que
lo recordaréis siempre.
Ella sonríe ante mis palabras, lo que me hace dar un par de
palmaditas en la espalda al conseguir que se relajara un poco.
La entiendo porque hoy en día no puedes asegurar nada. No
puedes saber nada con certeza. Y si no, que nos lo digan a
nosotros que después de cuatro años nos hemos encontrado, en
una ciudad diferente.
—¿Estás bien, Giselle?
—Todo lo bien que puedo estar teniéndote enfrente. —Su
sinceridad me deja descolocado, tanto que no sé ni qué coño
decir en estos momentos—. Perdona, no debería haber sido tan
brusca.
—Tienes todo el derecho a decirme lo que piensas, Giselle,
no voy a reprocharte nada. ¿Es porque me he acoplado? Si es
por eso dímelo y me inventaré cualquier escusa para irme y
alejarme de ti.
—No es eso, Alain.
—¿Entonces qué es? Estoy perdido.
—Hace cuatro años pensaba que no volvería a verte. Y
ahora estás aquí, delante de mí, tomándote un café a mi lado y
siento que esos cuatro años que hemos estado separados no
han existido. Una parte de mí quiere que te alejes, pero otra
solo quiere que te quedes conmigo. —Aparta de nuevo la
mirada y le da un sorbo a su café. Alcanzo su mano y poso la
mía encima sin llegar a entrelazar nuestros dedos. No me mira
a los ojos y necesito que lo haga.
Me levanto, rodeo la mesa y me siento en el minúsculo
hueco que hay a su lado. Tengo medio cuerpo fuera y seguro
que me caigo en la primera curva que haya, pero no me
importa.
—Mírame, por favor —le suplico porque de verdad
necesito ver sus ojos verdes en estos momentos y así intentar
apaciguar mis sentimientos. Levanta la cabeza poco a poco y
clava sus ojos en los míos. No quiero dar ningún paso en falso
y estoy luchando demasiado por no lanzarme y devorar sus
labios como llevo queriendo hacer desde que la vi—. Puedes
confiar en mí ¿vale? Te sigo queriendo, Giselle. Puede que no
me creas, pero es verdad. Me di cuenta en cuanto te vi hace un
par de días. Lo nuestro podía haber sido de otra forma, pero ya
sabes como estaba mi vida cuando empezamos juntos. Tenía
todo patas arriba y tú eras lo único que me mantenía cuerdo.
—Por un momento llegué a pensar que te habías olvidado
de mí. Que ya no me querías. Que solo me habías utilizado. —
Sus ojos vidriosos me hacen querer dar cabezazos contra la
pared porque yo he sido el culpable de esas lágrimas y de
todas las que derramó en el pasado—. Pero después comprendí
que tú no eras así. Que no podías actuar de esa manera ni
queriéndolo porque tienes un corazón que no te cabe en el
pecho. Y además, seguro que tu madre te cortaría las pelotas si
llegara a verte haciendo tal cosa.
Sus palabras me arrancan una carcajada porque tiene toda
la razón, mi madre me dejaría eunuco sin ni siquiera
despeinarse si llegara a hacerle daño queriendo. Cojo sus
manos de nuevo y esta vez sí entrelazo nuestros dedos. Me
estoy arriesgando a que me aparte, pero me sorprende
dándome un ligero apretón y regalándome una sonrisa que me
retuerce un poco el corazón.
—Este viaje va a ser especial, Giselle. Yo mismo me
encargaré que así sea.—le aseguro porque no hay cosa que
más quiera en el mundo que verla feliz. Como ahora, que me
mira ya sin lágrimas en los ojos, con una sonrisa y con sus
mejillas sonrojadas.
Capítulo 11

Alain

Madrid, junio 2014

—A ver, deja que me aclare. Has estado yendo toda esta


semana al puñetero Starbucks de Neptuno, que no te puede
quedar más a desmano del trabajo, por cierto, solo por ver a la
chica que coge los pedidos. Tú estás muy mal, tío. —Las
palabras de Carlos me provocan una carcajada pero también
me hacen pensar—. Menos mal que por lo menos no has ido
tres o cuatro veces al día, porque o te denunciaba por acoso o
te daba un globo por ser el cliente de la semana.
—Es que por las tardes no estaba.
—Joder, Alain, ¿me estás diciendo que si llega a estar por
las tardes también irías? —No digo nada porque ya sabe la
respuesta. Niega con la cabeza y le da un gran sorbo a la caña
que tiene delante. Yo le doy vueltas a la mía porque lo he
llamado para que me eche una mano y solo dice gilipolleces
que ya sé y que no me sirven para nada.
—¿Qué coño hago?
—Pídele el número, tío. No es tan difícil.
—Joder, parezco un jodido crío de quince años —protesto,
pasándome las manos por el pelo. Carlos suelta una carcajada
y por una parte me cabrea que se esté riendo de lo lindo a mi
costa, pero no le digo nada porque debería estar en casa
descansando y no aquí tomando algo conmigo mientras le
cuento mis tonterías.
—Lo pareces sí, pero eso no es lo que importa ahora.
Tienes que ir un día y cuando acabe su turno, pues vas y le
pides su teléfono. ¿Cómo se llama?
—Giselle —le contesto, ya que recuerdo ver grabado su
nombre en la tarjeta que lleva en el polo.
—Bonito nombre. Bueno, eso es lo de menos. Ahora lo
importante es que mañana te plantes ahí y le hables más que
para decirle lo que quieres de beber. Si tiene el turno de
mañana seguro que saldrá sobre las dos o tres, así que no hace
falta que te plantes ahí a las doce. O sí, porque con lo coladito
que estás seguro que quieres verla horas y horas sin inmutarte.
—Le pego una patada por debajo de la mesa, consiguiendo
que brote una sonora carcajada de su garganta.
Conozco a Carlos desde que tengo tres años y entramos
juntos al colegio. Era tan parecido a mí que hasta me daba
miedo, al contrario que su hermano Joan. A los dos nos
gustaban las mismas películas, los mismos videojuegos y
teníamos los mismos juguetes. Vivíamos un poco lejos, pero
ese no era motivo para no vernos alguna tarde en el parque o
en cualquiera de nuestras casas. Puedo asegurar que es como
un hermano para mí. Ambos hemos sacado las castañas del
fuego al otro en más de una ocasión porque siempre fuimos
dos terremotos que volvían locas a nuestras madres.
En cuanto al físico, es muy diferente a mí. Él con su pelo
rubio, muy corto y siempre impecablemente peinado. Su
sonrisa con hoyuelos, sus ojos azules y su nariz pequeña,
destacan con mis ojos oscuros y mi pelo negro que siempre
llevo despeinado. En el amor siempre fuimos de los pocos que
querían echarse novia y no ir de flor en flor. Su hermano era
un claro ejemplo de estos últimos y no dejaba de tocarnos las
narices. Aunque bueno, tuvimos nuestras épocas. Y las
seguimos teniendo. Al ser de los más listos de clase, pocas
chicas se nos acercaban en el instituto ya que pensaban que
éramos dos empollones de cuidado, pero tuvimos nuestros
rollos y noviazgos fugaces. Parece que han pasado siglos de
eso, pero no. Ahora hemos cambiado. Somos dos hombres
hechos y derechos de veintitrés años que, si nos descuidamos,
podemos seguir haciendo de las nuestras.
—Alain, despierta. —Escucho la voz de mi amigo y unos
dedos chasquearse enfrente de mí. Lo miro y me doy cuenta de
que me he ido un poco a otro planeta—. ¿Otra caña?
—Eso ni se pregunta. —Llamo al camarero y pido otra
ronda, pero la cosa no queda ahí. Después de esta vienen dos
más y cuando queremos darnos cuenta, tenemos delante dos
bocadillos que devoramos en cuestión de minutos y pasamos a
los chupitos, porque no hay nada mejor que algo fuerte para
rematar la faena. Y más si estás en buena compañía.

Dos días después de mi charla con Carlos, decido hacerle


caso e ir al Starbucks más tarde para intentar hablar con ella.
Mentiría si dijera que no estoy acojonado, porque lo estoy y
mucho, pero de los cobardes nunca se ha escrito nada y paso
de aguantar el sermón de mi amigo que, ayer cuando le dije
que aún no había ido, puso el grito en el cielo. He hablado con
mi jefe y le he pedido si podía salir antes para poder
presentarme allí, ya que salgo a las tres y media y no me daría
tiempo llegar. No sé a qué hora sale, pero bueno, malo será
que cuando llegue no esté.
Salgo a la una y media del trabajo y avanzo con rapidez
hacia el aparcamiento privado. Nada más meterme y
abrocharme el cinturón, arranco y pongo rumbo hacia
Neptuno. El tráfico que hay en Madrid a estas horas no es tan
denso como el que hay cuando salgo a la hora de siempre, por
lo que tardo menos en llegar a mi destino.
Dejo el coche en Atocha, porque no me arriesgo a avanzar
más para después no encontrar aparcamiento, y subo por el
Paseo del Prado mientras me mentalizo que nada puede salir
mal y que, como bien dice mi madre, “el no ya lo tengo”.
Joder, en estos momentos echo de menos esa poca
vergüenza que tenía cuando era adolescente.
Llego a la cafetería y la encuentro casi vacía. Me acerco al
cristal y la veo recoger los vasos vacíos de las mesas. Cojo el
móvil del bolsillo de mi americana y compruebo que son las
dos y cuarto, el hambre aprieta pero no pienso moverme de
aquí.
Entro en el establecimiento, cojo un sándwich y un refresco
de limón y avanzo hasta la caja para pagar. Esta vez no me
atiende ella, sino un chico que no ha de tener más de veinte
años. Le doy las gracias y me dirijo a una de las mesas donde
se encuentra Giselle recogiendo para saludarla ya que aún no
me ha visto. Llego a su altura y me sorprendo de nuevo de lo
guapa que es. Su pelo cobrizo esta vez va recogido en una
coleta alta, dejando ver con mayor claridad su rostro. Sus ojos
no se mueven de la mesa que está limpiando hasta que nota mi
presencia y se gira. No se me pasa desapercibida la cara de
sorpresa que me dedica en cuanto posa su mirada en mí, lo que
me hace sonreír como si fuese un completo idiota.
—Hola —saludo cuando la tengo al lado.
—Estos últimos días no has venido —su respuesta me deja
descolocado, pero a su vez, me instala de nuevo una sonrisa
porque eso significa que me esperaba. Normal, he estado
viniendo toda una semana seguida porque no podía quitármela
de la cabeza.
—Sí, he estado algo liado con el trabajo y no he podido
tomarme ni unos minutos de descanso —miento intentando
sonar convincente porque no es algo que se me dé
especialmente bien.
—Días duros por lo que veo.
—No te haces una idea. ¿Empezaste hace mucho aquí? No
vengo muy a menudo, pero no te había visto antes.
—Desde hace un par de semanas. Cuando te atendí la
primera vez acababa de empezar. Y bueno, eso que dices que
no vienes mucho no me lo creo, la semana pasada no faltaste
ni un día. —Me sonríe de una manera tímida y yo intento no
babear mucho. Le doy un trago a mi bebida porque a lo tonto,
hemos acabado los dos sentados en una esquina del
establecimiento hablando como si nos conociésemos de toda la
vida.
—Esta semana tuve que hacer alguna gestión por esta zona
y el café de este sitio me encanta —vuelvo a mentir. Joder,
necesito cerrar la boca, pero ya.
—Ya. Bueno, así nos hemos conocido. Soy Giselle,
encantada.
—Lo sé. Lo pone en tu tarjeta.
—Muy listo, Alain.
—Buena memoria. —Le guiño el ojo y noto como sus
mejillas adquieren un tono rosado que me parece demasiado
adorable—. ¿A qué hora acaba tu turno?
—A las tres. ¿Por?
—Por nada. Solo curiosidad. Joder, debes de pensar que
soy un pesado o algo peor. No soy peligroso ni un acosador, lo
juro.
Su risa brota en cuanto acabo de hablar, lo que me hace
pensar que se ha tomado bien la broma y no me ve como una
amenaza. Charlamos durante unos minutos de sus primeros
días de curro y yo le hablo un poco del mío hasta que me armo
de valor y le pido su número.
—¿Y por qué debería dártelo?
—Porque soy un chico muy majo que quiere seguir en
contacto contigo.
—Buena respuesta —me dice antes de levantarse para ir
detrás de la barra. Aparece unos segundos más tarde con un
papel en la mano, me lo tiende y me encuentro con su número
de teléfono—. Espero tu llamada o tu mensaje. Lo que quieras.
Ahora si me disculpas, tengo que terminar de recoger todo este
estropicio antes de que lleguen los del siguiente turno. Me ha
encantado charlar contigo.
Me da dos besos y se aleja para seguir recogiendo las
mesas. Devoro el sándwich en pocos bocados y bebo lo que
me queda de refresco antes de salir. Le digo adiós con la mano
en cuanto llego a la puerta, me sonríe y yo salgo con una cara
de bobo importante.
Capítulo 12

Verona, julio 2018

En cuanto cogemos nuestras maletas y bajamos al andén, tomo


una buena bocanada de aire que me sabe a gloria después de
más de nueve horas encerrada en este cochambroso tren. No
hay nada como viajar en avión. Nada. Hoy lo he comprobado.
Y la verdad es que empiezo a quejarme demasiado tarde, o
demasiado pronto, porque ya está todo planeado y aún nos
quedan bastantes viajes de este tipo.
—Segunda parada: Italia. Vamos a ponernos hasta arriba de
pasta, chicas. —Julia nos abraza a todas como puede en cuanto
estamos las cuatro fuera del tren.
Avanzamos hacia la salida y en cuanto Laia levanta el brazo
para pedir un taxi, Alain la para con una sonrisa.
—Me he tomado la molestia de alquilar un coche para
poder movernos con comodidad hoy —nos dice sin dejar de
sonreír y nosotras se lo agradecemos. Salimos de la atestada
estación y nos dirigimos hacia el local donde Alain ha
alquilado el coche que se encuentra a pocos metros de esta.
Tras llegar y comprobar que está todo en orden, nos
entregan un Renault Clio blanco y no tardamos ni dos minutos
en subir todas las maletas y después montarnos nosotros.
Como estos últimos días, Alain ocupa el asiento del piloto, yo
me instalo a su lado y las chicas van en la parte de atrás.
Pongo la dirección del apartamento en Google Maps y le voy
indicando a Alain por donde tiene que ir.
Llegamos antes de lo esperado, estamos cansados y solo
nos apetece tirarnos en la cama y dormir la siesta porque son
casi las seis de la tarde y el sueño aprieta más que el hambre.
Además, tuvimos suerte de preparar unos sándwiches antes de
irnos y pudimos comerlos con mucho gusto durante el viaje.
Esta vez no soy la más lista, sino que Valeria y Laia se
pierden por el pasillo buscando la mejor habitación. Julia las
sigue de cerca y a los pocos segundos, las tres gritan
avisándome de que ya tienen habitación lo cual me deja a mí
con la que queda.
—Puedes dejar las cosas en mi cuarto si quieres. Así no lo
tienes todo por aquí desordenado —le digo a Alain que
continúa en el salón conmigo.
—No quiero que te molesten mis cosas.
—No lo hacen. Además, soy yo la que te lo está
proponiendo. Trae. —Sin decir nada más, cojo la maleta que
tiene a sus pies y la arrastro junto con la mía hasta la
habitación que está libre. Es bonita, aunque no tanto como la
de París, pero teniendo en cuenta que solo vamos a estar dos
noches aquí, no pido más. Dejo las cosas junto al armario y me
tumbo en la cama porque estoy agotada.
La luz que entra por la ventana es la culpable de que me
despierte dos horas después de la siesta. He dormido como un
bebé y ahora, me siento como si me hubiese pasado un camión
por encima. Mis músculos aún siguen agarrotados, la cabeza
me va a explotar y siento que, si me levanto, las piernas me
fallarán y me caeré de boca. Pero el deber me llama así que me
incorporo como puedo y con mucha calma salgo al salón. Me
encuentro con Julia y Alain charlando en el sofá, esta última
con una taza de lo que su pongo que es té entre sus manos.
—Buenos días, Bella Durmiente —me saluda mi amiga,
tomándome un poco el pelo—. Alain y yo hablamos de salir
sobre las nueve a cenar algo. ¿Te parece?
—Sí, perfecto. Yo necesito una ducha. —Y con eso, doy
media vuelta y los dejo solos de nuevo.
Desde la conversación en el tren con Alain me siento
extraña. Parece que hemos puesto las cartas sobre la mesa, otra
vez, lo cual me alegra y me enerva a partes iguales. Me dijo
que me quería y yo no sabía si reír o llorar. Después de cuatro
años intentando ser la mitad de feliz de lo que lo era con él,
aparece de repente y me pone toda mi vida patas arriba. Alain
tiene complejo de terremoto. Ya lo descubrí cuando nos
conocimos y ahora lo estoy reafirmando.
A los pocos minutos salgo de la ducha, sigo con la cabeza
hecha un bombo, pero mis músculos parecen que se han
relajado. Me visto y nada más abrir la puerta, me doy de
bruces con Laia que se dirige al salón. Me sonríe, me guiña el
ojo y sigue su camino. Recojo un poco el desastre que tengo
en la habitación y unos minutos después, salimos los cinco del
apartamento porque las tripas nos empiezan a protestar.
El restaurante que elegimos, bueno que ha elegido Julia,
está a unos cinco minutos de la Via della Valverde, donde está
nuestro apartamento, así que no cogemos el coche y
disfrutamos un poco de pasear por tierras italianas. Hay
bastante gente por la calle, contando que es sábado y es una
hora buena para cenar, deben de estar aprovechando para
tomar algo y charlar. Aun así el ambiente es tranquilo y no se
escucha mucho ajetreo, lo cual ayuda y te hace sentir a gusto.
Voy mirando para todos los lados y me doy cuenta de lo
estrechas que son las calles por aquí. Los balcones no están
adornados como en París pero tienen su encanto, y ni que
hablar de las pedazo casas de piedra que puedes llegar a
encontrarte mientras das un paseo. Llegamos y nos saludan
unas mesas negras con manteles de cuadros blancos y rojos y
un toldo gris en el que se lee a la perfección Pizzeria Bella
Napoli que ya me hace la boca agua. La terraza está a tope, al
igual que el interior, pero con suerte hay tres mesas en una
esquina del restaurante y podemos juntar dos de ellas para
comer cómodamente. Un camarero nos ayuda y nos trae las
cartas en cuanto nos sentamos.
—¿Qué teníais pensado hacer mañana? —nos pregunta
Alain en cuanto el camarero se marcha tras decirle la
comanda.
—Queríamos ir a la casas de Julieta y Romeo por la
mañana y al Lago di Garda después de comer. Creo recordar
que eran unos cincuenta minutos en coche o por ahí.
—No es mucho, nos da tiempo. Además, tenemos la
ventaja de que ya hemos alquilado un coche y no tenemos que
depender de bus ni de nada por el estilo.
—Eso es verdad. Ahí te vi yo muy espabilado, Alain,
gracias. —Julia se intenta cachondear de él pero en el fondo se
ve que le gusta que esté con nosotras. Valeria y Laia están
igual. Hablan con él cada vez que tienen ocasión y bueno, yo
no sé qué coño hago.
Comemos comentando alguna que otra cosilla sobre los
planes de mañana y demás. Alain nos cuenta que de pequeño
solía viajar bastante pero que nunca pasó por Italia. Yo no digo
nada, porque las únicas veces que salí de España antes de este
viaje fue con quince años y porque me tocó una beca para ir a
Inglaterra tres semanas y para irme el segundo curso de la
universidad a Florencia gracias al Erasmus. Fue una de las
mejores experiencias de mi vida y si pudiera, la repetiría una y
mil veces.
—Si como un bocado más, exploto. —Me echo hacia atrás
en el asiento y me acomodo el pantalón a la cintura porque
siento que de un momento a otro, el botón va a salir disparado.
—Al llegar a casa nos tomamos una infusión y listo.
Aunque yo siento que no me puedo ni levantar.
—Tranquila Julia, que si el problema es llegar al
apartamento te llevamos entre todos —le dice Laia en broma,
consiguiendo que Julia le eche la lengua y que le diga de todo
menos guapa.
—Del único que me fío es de Alain. Vosotras me dejaríais
caer. O peor aún, me abandonaríais en la primera esquina.
—Si tan llena estás, entonces no querrás postre. —Mis
palabras la hacen resurgir de sus cenizas y me mira con unos
ojitos de cordero degollado que me hacen sonreír.
—Siempre hay un huequito para el postre, G. Eso no se
duda.
En cuanto terminamos, pagamos la cuenta y nos vamos
dando un paseo hasta el apartamento. La noche está cálida,
pero a su vez, corre una brisa que ayuda a despejarte un poco.
El cielo está completamente descubierto por lo que se ven
perfectamente las estrellas y la luna. Se me viene a la mente
cuando Alain me llevó al parque del Retiro una noche de
agosto para verlas, habíamos estado cenando una pizza,
charlando, besándonos. Como hoy, menos por lo último, claro.
Había sido una noche especial. Me fijo en él y en cómo mira
hacia arriba, justo como hacía yo hace un instante. Había sido
mágico ver como me hablaba de unas y de otras sin ton ni son,
aunque lo mejor, fue estar bien pegada a su pecho sintiendo
como su corazón bombeaba fuerte mientras me hablaba.
Mil mariposas se instalan en mi estómago recordando los
buenos momentos que pasamos juntos. Noto la mirada fija de
Alain en mí y espero que no se haya dado cuenta de lo que
acabo de pensar. Continuamos nuestro camino y no tardamos
nada en llegar al apartamento. Nos perdemos cada una en
nuestra habitación, no sin antes darle las buenas noches a
Alain.
Me siento en la cama mirando por la ventana. Sigo viendo
las estrellas, lo cual no ayuda mucho a la situación. Me
desnudo y me pongo el pijama antes de meterme bajo las
sábanas. Guardo todo bien en la maleta y cuando estoy
incorporándome, siento unos golpes en la puerta. Supongo que
es Julia así que voy a abrir, pero mis sospechas son erróneas
cuando es Alain quien se encuentra detrás de la puerta.
—Perdona por molestar, pero venía a coger una muda para
ducharme mañana y así no te molesto. —No aparta su mirada
de la mía mientras habla, así que en cuanto termina, me echo a
un lado y dejo que entre en la habitación. Va hacia su maleta y
nada más abrirla, saca las prendas de ropa que necesita antes
de volver a cerrarla y dejarla como estaba.
—¿Lo has pasado bien hoy? —me dice justo antes de cerrar
la puerta.
—Muy bien. Siento que vamos a disfrutar mucho de este
país.
—Yo también lo siento. Buenas noches, Giselle.
—Buenas noches, Alain.
Me sonríe levemente y se pierde por el pasillo, dejándome
plantada en el marco de la puerta. Me cuesta conciliar el sueño
y no voy a decirlo en voz alta, pero el culpable es demasiado
guapo, tiene una sonrisa que me vuelve loca y está durmiendo
en el salón.
Capítulo 13

Alain

Verona, julio 2018

Salgo de la habitación de Giselle con la ropa pegada al pecho


y me meto en el baño. Quizás una ducha me relaje un poco,
porque ahora mismo no me siento en plenas facultades para
irme a dormir. Al final con la tontería, ni cogí lo que de verdad
quería y solo tengo unos vaqueros, una camiseta básica y un
bóxer. Hoy tocará dormir con pantalón largo o en ropa interior.
Me desnudo y me meto bajo el chorro de agua caliente,
regulo la temperatura en cuanto me caen las primeras gotas
encima y me dejo estar unos minutos. Decidí hacer este viaje
con ellas para acercarme a Giselle y creo que estoy haciendo
de todo menos eso. Y lo peor es que no tengo los cojones para
plantarme delante de ella, besarla como llevo años queriendo
hacer y suplicarle que vuelva conmigo porque nunca habrá en
mi vida otra como ella. En cambio, me limito a tomar su mano
o acariciar su muslo cuando vamos en el coche y está sentada
a mi lado o a mirarla de reojo con disimulo porque no hay
nada que me guste más que contemplarla.
Salgo del baño en cuanto termino y me doy cuenta de que
de la habitación de Julia sale luz por la rendija de la puerta y,
además, se escucha una leve música que proviene del interior.
Peto dos veces sin pensármelo ni un segundo y cuando
escucho su aprobación, entro.
—¡Oh! Hola, Alain. No pensaba que fueras tú. —Se
incorpora en la cama, apaga el iPod y me hace un gesto para
que ocupe sitio a su lado—. Giselle, ¿verdad?
Yo asiento sin ni siquiera sorprenderme de sus palabras
porque creo que todas se han dado cuenta de la situación. Laia
ya me lo dijo en el tren en cuanto tuvo ocasión y yo solo supe
librarme como pude de hablar del tema. Ella se rio de mí, me
llamó calzonazos y volvió junto a su chica. La verdad es que
razón no le faltó. Me siento al lado de Julia pero no aparto la
mirada de mi regazo.
—¿Qué pasó?
—La pregunta sería qué no pasó. No sé si te lo ha contado,
pero hoy hablé con ella en el tren mientras vosotras dormíais.
—¿En serio?
—Ajá. Le dije que la sigo queriendo.
—¿Y eso es verdad?
—¡Claro que es verdad, Julia! Si no fuese así, no seguiría
con este puñetero viaje y estaría trabajando.
—¿Y ella que te respondió?
—Me dijo que llegó a pensar que la había olvidado. ¡Cómo
si eso fuera posible! Llevo cuatro años enamorado de ella,
Julia, cuatro jodidos años. Y más de tres sin verla. Esto ha sido
una tortura. —Siento su mano en el hombro, transmitiéndome
su apoyo, pero no me sirve. Yo lo único que quiero es que
Giselle comprenda que lo nuestro terminó porque no estaba
bien, no porque no la quisiera. Y si pudiera dar marcha atrás lo
haría. Mandaría a la mierda lo que se me puso delante y lo que
me alejó de ella con los ojos cerrados. Pero por suerte o por
desgracia, el tiempo no puede moverse. No podemos
retroceder o avanzar. Solo jodernos y quedarnos donde
estamos.
—Ella te quiere, Alain. También lleva enamorada de ti
cuatro años. Después de ti, apenas tuvo relaciones salvo algún
que otro rollete esporádico que no le sirvió para olvidarte. Lo
malo es que es una cabezota de tres pares de narices y no lo
admitiría ni aunque la amenazaran de muerte. —Se me escapa
una carcajada con sus palabras porque sé de sobra como es
Giselle y lo cabezota que puede llegar a ser cuando quiere. —
Si quieres un consejo, yo dejaría de ir despacio con ella. Mete
sexta y avanza a ciento cuarenta por hora, Alain. He visto
como te contenías estos últimos días y por una parte lo
agradezco porque otro hubiera aprovechado la ocasión, pero
he aprendido a conocerte y no eres de esos. Giselle te tenía en
un pedestal y aunque mientras estabais juntos apenas nos
vimos, creí conocerte más que a mí misma. Joder, incluso
llegué a envidiar a Giselle por tener al novio perfecto que era
guapo y la quería con locura. Ella quiere que vuelva ese chico,
aunque no te va a ser difícil porque creo que nunca se ha ido y
sigue ahí como hace cuatro años.
La miro y sonrío porque acababa de darme el empujón que
necesitaba para dejar a un lado mis miedos y centrarme en lo
que de verdad quiero. La atraigo hacia mí y la abrazo porque
creo que acabo de encontrar a mi confidente en este viaje.
—Gracias. Necesitaba este chute de energía para poder
continuar.
—Lo sé. Por mí te hubiera dado la charla el primer día que
te vimos, pero me parecía un poco apresurado y Valeria no me
dejó. —Vuelvo a soltar una carcajada porque la verdad es que
podrá parecer una broma, pero viniendo de Julia me lo creo.
Me levanto de la cama, le doy de nuevo las gracias y me
despido de ella, asegurándole que ahora empiezan las
sorpresas.
—Estoy impaciente por ver que ases sacas de la manga.
Buenas noches, Alain —le doy las buenas noches, otro abrazo
y salgo de su habitación cerrando la puerta tras de mí.
Creo que la sonrisa no se me va a esfumar en toda la noche
y en cuanto mi cuerpo toca el sofá, cojo el teléfono y empiezo
a hacer de las mías. Mi mente empieza a trabajar y a buscar las
sorpresas que le quiero regalar a Giselle, que la verdad, no son
pocas. Me pasaría la vida sorprendiéndola, o por lo menos,
intentándolo.

*
Mi despertador me suena a las cinco de la mañana. Aún
quedan tres horas para que las chicas se levanten, pero yo
tengo otros planes en mente. Ayer antes de dormir, leí que el
amanecer en Verona suele empezar a verse entre las seis y las
seis y media, así que me parece un buen comienzo para mi
plan. Me visto en el salón y voy corriendo a la cocina a
preparar dos cafés con leche, los meto en unos vasos para
llevar y eso junto con un paquete de galletas, va para una bolsa
que dejo en el sofá para luego. Voy hacia la habitación de
Giselle y abro la puerta sin hacer mucho ruido. Me acuclillo,
quedando casi a la altura de su rostro dormido. Es preciosa y
echo de menos despertarme con ella a mi lado. Paso mi mano
derecha por su mentón, después por su mejilla y luego la
termino enredando en su pelo. Noto como empieza a
removerse y abre los ojos poco a poco, hasta que me ve y los
abre de golpe mientras se incorpora con rapidez. Aguanto la
risa como puedo porque su cara es un poema y los pelos de
loca que tiene, aunque no la hacen menos perfecta, me hacen
gracia.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Es una sorpresa. Te quiero lista en diez minutos. —Y
dicho esto, me incorporo y salgo de la habitación. Escucho un
“joder” en cuanto cierro la puerta, lo que me hace soltar una
risilla y me voy al cuarto de baño para peinarme un poco y
lavarme la cara.
A los pocos minutos, siento la puerta abrirse y de ella sale
una Giselle ataviada en un vestido negro con flores rojas.
Decir que está guapa no le hace justicia. Sigue con el pelo
revuelto, las mejillas sonrosadas por el calor y los ojos
entreabiertos por el sueño. Pero sigo pensando que está
preciosa.
—Voy al baño y en cinco minutos salgo —me dice al pasar
por mi lado y yo simplemente asiento e intento relajarme
porque yo ante estas situaciones, me pongo nervioso y se me
da por andar de un lado a otro.
Sale poco tiempo después con el pelo ya en su sitio y un
atisbo de sonrisa que me instala un nudo en la garganta. Huele
a vainilla, lo sé porque sigue siendo el mismo perfume que
usaba cuando estábamos juntos.
—Hueles bien —le susurro al oído cuando vuelve a pasar
por mi lado. Noto como se ruboriza y se pierde en su
habitación de nuevo. Vaya, si que estoy levantando el pie del
freno y metiendo sexta. Solo espero no salirme en la primera
curva.
Son las seis menos veinte cuando salimos. Yo llevo una
bolsa de tela al hombro con los cafés lo más protegidos
posible, las galletas, azucarillos, dos cucharas y servilletas.
Ella lleva un pequeño bolso con lo que supongo que será el
móvil y el monedero que además, combina con su atuendo.
—¿A dónde vamos a estas horas?
—Vamos a ver el amanecer desde el Puente de
Castelvecchio, tranquila, está a diez minutos andando.
Asiente sin decir nada más y se concentra de nuevo en lo
que tiene delante. Caminamos siguiendo la ruta que miré hace
unos minutos en Google Maps y llegamos a la hora prevista.
Las calles están casi desiertas, solo algún transeúnte como
nosotros pasea a estas horas. Llegamos a unas escaleras y
después de subirlas, nos encontramos con unos bancos a
ambos lados del puente que nos muestran el río Adigio en todo
su esplendor. La oscuridad aún reina pero ya no se ven las
estrellas y la luna está a punto de irse para darle paso al sol,
por lo que nos sentamos y le tiendo el café a Giselle antes de
coger el mío.
—Tú como siempre pensando en todo —me suelta sin
tapujos y me alegra, porque algo me dice que no ha querido
decir eso en voz alta.
—Yo es que sin café no soy persona. Y sé que tú tampoco.
—Sabes bien.
Bebemos nuestra bebida en silencio y son las seis y cinco
cuando el cielo empieza a ponerse en tonos rosados y naranjas
y el sol se asoma por el este. Giselle saca su móvil y empieza a
fotografiar el momento. Yo solo tengo ganas de fotografiarla a
ella.
—Es precioso.
—Lo es. Sabía que sería bonito traerte para verlo.
—Gracias, Alain. Me ha gustado mucho la sorpresa.
Nos quedamos parados, viendo para el horizonte sin decir
ni una palabra porque, en estos momentos, sobran. Son las
siete y media cuando decidimos poner rumbo de nuevo al
apartamento. Entramos en una pastelería y cogemos unos
cannoli de fresa, chocolate blanco, con leche y vainilla porque
no podemos elegir un sabor ya que todos tienen una pinta
estupenda.
—¿Entonces te ha gustado? —le pregunto en cuanto
llegamos a la puerta del apartamento. Se para y, lentamente, se
gira para quedar cara a cara. Me sonríe y eso me lo dice todo.
—Mucho. Ha sido precioso.
—Me alegro porque no será la última sorpresa que haya —
le digo y abro el portal dejándola con cincuenta preguntas en
la cabeza. Lo sé porque la conozco y sé que siempre quiere ir
un paso por delante, pero esta vez, no se va a salir con la suya.
Llegamos al piso, yo antes que ella, y nos encontramos con
Julia, Laia y Valeria sentadas en los sofás del salón.
—Buenos días, chicas —saludo en cuanto entro y me fijo
rápidamente en la cara de pilla que tiene Julia, que no puede
evitar sonreír de oreja a oreja, al igual que Laia y Valeria. Algo
me dice que ambas están también al tanto de mi plan
“sorprender a Giselle cueste lo que cueste”.
Giselle en cambio entra con la cabeza gacha y se va a la
cocina con la bolsa de la panadería.
—¿Se puede saber a dónde coño fuisteis? —Julia se acerca
a mí en cuanto comprueba que Giselle está en la cocina. Laia y
Valeria van detrás de ella, lo que me confirma que sí que saben
el chanchullo y van a entretenerla un poco.
—La llevé a ver el amanecer.
—Eres de lo que no hay. Así me gusta, seductor. —Me da
una palmada en el hombro y se va a la cocina con las demás.
Yo me quedo plantado en el salón sonriendo y pensando ya en
mi nueva jugada. Y no solo para sorprenderla, sino para volver
a tenerla a solas para mí.
Capítulo 14

Verona, julio 2018

Cuando estamos todos listos, subimos al coche y ponemos


rumbo hacia la Casa de Julieta. Para mí es un lugar muy
especial, ya que mi película romántica favorita es Cartas a
Julieta y justo la trama empieza en este lugar. Desde ese
momento, soñé con venir algún día y pasear por sus
alrededores. Con hacerme una foto al lado de la estatua de
Julieta y dejar una nota entre sus viejos muros llenos de
huecos que albergan un montón de sentimientos, amor y
desamor. Ahora que estamos de camino, estoy nerviosa y
emocionada a niveles demasiado elevados para mi propio bien.
Damos unas cuantas vueltas con el coche hasta que Alain
decide aparcar unas calles más allá de nuestro destino porque
la zona está atestada de gente y no me sorprende, ya que este
es un lugar que acoge a muchos turistas. Sobre todo, aquellos
amantes de la literatura y el cine que hayan visto o leído la
obra del gran Shakespeare.
Caminamos unos minutos hasta que llegamos a una de las
callejuelas que nos lleva al arco de la entrada. Cada vez hay
más gente y nos cuesta caminar entre todo el gentío. Le doy la
mano a Julia y al momento siento que me cogen la otra y
entrelazan los dedos con los míos. Bajo la vista y me topo con
una mano masculina que ya me sé de memoria. Decido dejarlo
estar y nos ponemos a caminar todos unidos.
Hacemos fotos sin ton ni son como podemos intentando no
molestar a la demás gente que está alrededor. Poso junto a la
estatua después de esperar durante trece minutos y después
volvemos a hacer cola todos para coger las entradas y así
poder acceder al interior. Está todo súper cuidado, desde las
camas y las paredes, hasta las vitrinas con las vestimentas.
Una hora más tarde, nos vamos dando un paseo hasta la
Casa de Romeo que está a menos de cinco minutos andando.
La fachada es una pasada, incluso parece más grande que la de
Julieta. No entramos, sino que contemplamos el edificio por
ambos lado.
—¿Y si nos vamos a tomar algo? La verdad es que tengo
hambre —pregunta Julia en cuanto terminamos de hacer fotos.
Todos asentimos así que volvemos por el camino que vinimos
y paramos en la primera cafetería que encontramos. Sus toldos
azul turquesa nos llaman la atención al igual que su nombre:
Caffè Filippini. Pedimos unos refrescos y unas porciones de
pizza que tienen una pinta exquisita y que ya le echamos el ojo
nada más entrar.
—¿Qué os ha parecido la Casa de Julieta? —les pregunto
en cuanto nos traen la comanda.
—No vi la dichosa película de la que estás enamorada hasta
las trancas, pero si vi fotos y la verdad es que no me lo
esperaba así. Que hubiese tanta gente fue un coñazo, pero fue
una excursión bonita.
—Julia, no ves la peli por llevarme la contraria.
—También es verdad. —Suelto una carcajada porque es
jodida cuando quiere y sigo comiendo—. ¿Tú la viste, Alain?
Me atraganto con mi trozo de pizza y empiezo a toser
porque sé que Alain vio la película ya que yo fui la culpable de
que eso pasase. Recuerdo muy bien ese día. Estábamos en su
apartamento, después de haber hecho el amor. Era tarde y aún
teníamos la pizza a medio comer en la mesita auxiliar del
salón. No fue a nuestros inicios, creo que como mucho
llevábamos cuatro meses, pero mientras buscábamos qué ver
en la televisión, apareció en estrenos y no pude evitar
arrebatarle el mando y ponerla. Al principio se quejó solo por
tocarme las narices, pero le acabó gustando.
Alain me mira de reojo, no lo sé a ciencia cierta, pero lo
intuyo. Siento su mirada clavada en mí.
—Sí, la vi. Fue culpa de una preciosa chica que sin
preguntarme ni nada, me quitó el mando y la puso.
Laia y Valeria se ríen por lo bajo. Julia le guiña el ojo sin
decir nada y yo me limito a seguir comiendo.
—La verdad es que es una película preciosa. —Valeria,
como siempre, cambia de tema y libera las tensiones.
—Lo es.
Cuando terminamos, ponemos rumbo al coche y una vez
llegamos al apartamento, Alain se proclama cocinero y nos
deja a nosotras descansar. Julia corre a poner la mesa con la
ayuda de Laia mientras Valeria le coloca todo lo necesario en
la encimera. Voy a la habitación para cambiarme y así recoger
mi pelo rebelde y cobrizo en una coleta alta antes de volver a
la cocina para echarle una mano a Alain. Algo me dice que a
mí sí me va a dejar ayudarle.
—¿Qué hago? —le pregunto en cuanto llego a su lado y
como esperaba, me sonríe y me tiende la salsa de tomate y la
carne picada, mientras él se encarga de la carbonara y de
atender a la pasta. Alain me ha demostrado sus dotes de
cocinero en más de una ocasión a pesar de que, cuando
comíamos o cenábamos juntos, éramos más de pedir a
domicilio, ir a algún restaurante o pasar por casa de su madre,
pero lo poco que me hizo estaba realmente bueno. La pasta se
le da bien y ni que decir de la tortilla de patata.
Pongo una sartén con aceite a calentar y echo la carne en
cuanto veo que este empieza a calentarse.
—Huele muy bien —le susurro pasando por su lado para
coger la sal.
—Gracias.
Su cara queda muy cerca de la mía y cuando pasa su brazo
por la espalda y me pega a él, mi corazón se desboca. Soy la
primera que quiere romper la distancia y besarlo, pero me
contengo. Atrapo el labio inferior entre los dientes y bajo la
mirada.
—No hagas eso —susurra cerca de mi oído. Su aliento se
cuela en mi pelo y me provoca escalofríos.
—¿El qué?
—Morderte el labio de esa forma.
—¿Acaso no puedo?
—No. Eso solo lo hago yo. —Y sin decir nada más, lo
hace. La distancia entre nosotros desaparece y captura mi labio
entre sus dientes, mientras me pega más a él. Apenas me besa,
solo es un ligero roce que me hace pedir más y que me deja en
el limbo más deseado. O en el infierno, porque no sé cómo
parar el calor que emana de mi cuerpo.
Nos separamos poco a poco y volvemos a nuestros puestos.
Alain busca mi cuerpo, bastante además, porque a la mínima
me roza con su cadera o con sus manos. Me toca el brazo, la
cintura e incluso la parte baja de la espalda. Me quiere volver
loca y la verdad es que lo está consiguiendo.
Cuando terminamos de cocinar, llevamos todo a la mesa y
comemos los cinco. La tensión entre nosotros se nota. Julia no
para de echarnos miraditas y no se me ha pasado
desapercibido el guiño que le ha dedicado a Alain en medio de
la comida. Me dan ganas de pegarle una patada o de saltar por
encima de la mesa y estrangularla. Ahora empiezo a pensar
que la ingeniosa idea de ir a ver el amanecer ha sido de esta
idiota. Valeria sonríe mucho, más que de costumbre que ya es
decir, y Laia bueno, Laia tarda en entender un poco todo, pero
también tiene una sonrisa de oreja a oreja.
Recogemos todo y las chicas se ofrecen a lavar los platos,
ya que nosotros hemos cocinado. No les digo que no porque
estoy cansada y me apetece echarme una cabezadita. No he
tocado ni la cama cuando dos golpes en la puerta me hacen dar
un salto en el sitio. Corro para abrir y me encuentro con Alain.
—¿Puedo?
Le dejo pasar echándome a un lado y cierro cuando ya está
dentro.
—¿Qué haces? —le pregunto cuando se tumba en el lado
derecho de mi cama sin preguntar ni decir nada.
—Me duele la espalda. El sofá no es especialmente
cómodo.
—Tienes que estar de broma…
—¿Acaso ves que esté bromeando? No te voy a morder.
—Eso mismo pensaba yo hasta hace una hora cuando casi
me arrancas el labio.
Una carcajada brota de su garganta y aunque no quiera, me
hace sonreír a mí también. Camino hasta el lado vacío y me
tumbo porque el sueño le gana a mi cabezonería. Además, la
cama es lo bastante grande para los dos. Pongo el despertador
para las cuatro y media no vaya a ser que me quede dormida y
cierro los ojos.
Al final no duermo una mierda y el señorito se ha salido
con la suya porque oigo su respiración pausada. Apenas se ha
movido de su lado, lo cual agradezco, porque si me llega a
tocar o a abrazar, dudo que hubiese podido responder de mis
actos. Me doy la vuelta intentando no mover mucho el colchón
y quedamos cara a cara. Lo veo dormir, después de casi cuatro
años, y una paz se instala en mi interior. Siempre me gustó
verlo así. Un poco despeinado y con los labios entreabiertos.
Le falta tener el torso descubierto, pero va a ser que eso no lo
voy a pedir. Un ruido me despierta y veo a Julia asomarse.
—¿Qué cojones?
—Esto no es lo que parece.
—Ya veo ya. ¿Te lo has tirado?
—Oh, joder, Ju. ¿Quieres irte? No ha pasado nada.
—Vale, vale. Solo quería avisarte que nos vamos en diez
minutos. Será mejor que despiertes a tu príncipe. Eso sí, tienes
que hacerlo con un beso. —Agarro un cojín y se la lanzo lo
más fuerte que puedo, pero no la alcanzo ya que cierra la
puerta antes de que le llegue. Oigo sus carcajadas resonar en
todo el apartamento y las ganas que tenía de estrangularla
durante la comida, han aumentado.
Acaricio el brazo de Alain intentando despertarlo, pero
tengo que aumentar un poco la fuerza porque está plenamente
dormido. Cuando por fin despierta, se restriega los ojos y se
incorpora sobre sus codos.
—¿Es hora de irse, verdad? —me pregunta con la voz
somnolienta y yo asiento. Hace un puchero, pero se va sin
decir nada, dejándome plantada comiéndome la cabeza
pensando en si lo que acaba de pasar hace unos minutos ha
sido un sueño o algo real.
Capítulo 15

Madrid, junio 2014

Miro de arriba abajo la imagen que tengo enfrente. Mi pelo


ondulado está bastante bien peinado, teniendo en cuenta el
gran volumen que tiene y lo difícil que es mantenerlo en el
sitio. Paso los ojos por mi top sin mangas de color verde
militar que deja a la vista mi ombligo y parte de mi cintura. Lo
acompaño con unos vaqueros cortos con el borde roto y
deshilachado. Son las seis y media de la tarde, el calor aprieta
en Madrid y yo intento ir lo más fresca posible.
He quedado con Alain a las siete en el Starbucks de
Neptuno ya que antes no podía porque tenía trabajo. Me echo
colonia, me retoco el pintalabios y salgo de casa.
En cuanto pongo un pie fuera de mi edificio, siento que me
falta el aire porque corre una brisa demasiado caliente que no
ayuda nada. Camino hasta la boca del metro y por suerte, este
pasa en un minuto. Subo en cuanto llega y cinco paradas más
tarde, ya estoy fuera y en Atocha. Recorro el mismo camino
que hago cada mañana y llego con cinco minutos de margen,
pero con mucha sed, así que entro y saludo a mis compañeros
que andan de un lado para otro sin parar. El local está atestado
de gente, pero el destino vuelve a sonreírme y encuentro una
mesa en la esquina del fondo al lado del ventanal, así que en
cuanto pido mi Caramel Macchiato con hielo me dirijo hacia
allí. No le he dado ni el primer sorbo a mi bebida cuando veo a
Alain llegar a la cafetería. Cojo el móvil y le envío un mensaje
diciéndole que ya estoy dentro. Me fijo en como teclea con
rapidez y entra en el establecimiento. Su mirada se pasea por
todas las mesas hasta que me localiza y me saluda con la mano
y una sonrisa. Se pone a la cola y a los pocos minutos y con la
bebida en la mano, camina en mi dirección.
—Hola, Giselle —me saluda cuando llega a mi lado y se
inclina para darme dos besos antes de ocupar el asiento que
tengo enfrente, de espaldas a la cristalera—. ¿Llevas mucho
esperando?
—No, acabo de llegar —le digo mientras le enseño mi
bebida, la cual apenas he tocado.
—Estás muy guapa, como siempre.
—Gracias, aunque no hace falta que me sueltes piropos, no
voy a saltar a tus brazos.—Suelta una carcajada y le da un
sorbo a su cappuccino con hielo. Me acuerdo cuando se lo
serví la primera vez que lo vi.
—¿A no?
—No.
—Bueno, entonces tendré que esforzarme más. ¿Tienes
hambre?
—Poca.
—¿Dulce o salado?
—Salado siempre.
—Ahora vuelvo —me dice antes de darle un gran sorbo a
su bebida y levantarse, dejándome sola con mi vaso helado
entre las manos. Lo veo acercarse al estante donde se
encuentran las gallegas y demás comida. Inspecciona todo, o
eso me parece desde la distancia, hasta que se decanta por lo
que parecen dos bocatas y un par de galletas. Se pone en la
cola tras coger todo justo cuando una canción de Maldita
Nerea empieza a sonar por los altavoces.
Y ahora este sitio está lleno

de noches sin arte,


de abrazos vacíos,

de mundos aparte,
de hielo en los ojos,
de miedo a encontrarse,
de huecos, de rotos,

de ganas de odiarse…

Ya lo llevo sintiendo, me quedo sin aire,

el cielo ha caído,
se muere, se parte…

Solo es un esfuerzo sostenido.


Por el miedo a equivocarnos.
Tarareo la canción en silencio y cuando quiero darme
cuenta, esta ya ha acabado y Alain camina de nuevo hacia
donde estoy con una bandeja en la mano.
Como bien observé, trae dos sándwiches pequeños de
lechuga, tomate y pollo y un par de galletas de chocolate.
—¿No había más comida? —pregunto cuando deja la
bandeja delante de nosotros, fijándome bien en todo lo que
hay. Agarro un sándwich y le doy un bocado. Está muy bueno
y mi estómago lo agradece.
—¿Puedo preguntarte algo? —me suelta en cuanto termina
su sándwich y se limpia las manos con una de las servilletas.
—Claro.
—¿Te pareció raro que te hubiese pedido el teléfono? —La
verdad es que esperaba otra pregunta. Cualquiera menos esa.
—Un poco. Siempre cabe la posibilidad que seas un asesino
en serie.
—Yo prefiero decir que soy poco espabilado a veces.
—Ya, seguro. Por eso estuviste rondándome toda esa
semana, ¿no? Por que eras poco espabilado.
—Exacto. Mi amigo casi me mata cuando se lo dije.
—Así que ya le vas hablando de mí a tus amigos. No sé si
alegrarme o asustarme.
Alain suelta una sonora carcajada y sin poder evitarlo,
acabo riéndome yo también porque prefiero eso a llorar y la
verdad es que sigo bastante nerviosa.
—¿Cuántos años tienes? —le pregunto intentando retomar
la conversación mientras cojo una de las dos galletas y parto
un trozo para llevármelo a la boca.
—Veintitrés ¿y tú?
—Dieciocho. —Mi respuesta le pilla en frío porque se
queda con su galleta a mitad de camino. Ahora soy yo la que
suelta una carcajada. Es eso o salir corriendo.
—No me malinterpretes, pero te echaba un par de años
más.
—Tranquilo, hay gente que me echa veinte y otros que
piensan que tengo quince. Así es la vida.
—A mí me suelen echar más de los que tengo, te entiendo.
—¿Estudias o trabajas?
—¿Estamos jugando al juego de las preguntas o esto es un
interrogatorio?
—Es para que nos conozcamos mejor, cascarrabias.
—Me gusta, me gusta. —Sonríe, le da un sorbo a su bebida
y fija sus ojos oscuros en mí. Joder, me encantan—. Trabajo en
el bufete de abogados de un amigo de la familia. Solo llevo un
par de meses. ¿Y tú?
—Con que abogado ¿eh? No tienes pinta, pero está bien.
Yo he acabado segundo de bachillerato hace un mes y voy a
hacer la carrera de Bellas Artes.
—Siempre me gustó el arte, pero no sacaba muy buenas
notas en plástica ni en historia del arte.
—Mis asignaturas favoritas —respondo y su sonrisa se
intensifica, mostrando su perfecta dentadura y un hoyuelo en
la mejilla izquierda.
—Mi fuerte siempre ha sido la literatura. De hecho, estuve
a punto de cambiarme de carrera dos veces y tirar para
Filología, pero esa idea no acabó de cuajar.
—Bueno, mientras estés contento con tu trabajo y con tus
estudios ahora el pasado no importa.
—Lo estoy. Muy poca gente acaba de estudiar y ya tiene
trabajo. Mientras estaba en la carrera ya había hecho alguna
que otra práctica en el bufete.
—Cuánto me alegro.
—¿Te apetece ir a dar un paseo? —Asiento sin decir nada y
me levanto. Nos dirigimos hacia El Retiro que, como está ya
en el horario de verano, permanece abierto hasta las doce.
Paseamos sin parar de hablar. Nos hacemos preguntas
chorras y sin sentido alguno, pero por lo menos, no vamos
callados como si fuésemos dos completos desconocidos.
Aunque la verdad, es que lo somos, o lo éramos, porque con
tanta pregunta ya sé más cosas de él que de mis amigas o mis
padres. Me ha contado que vive solo y que su madre reside en
Getafe. Su padre y ella se separaron hace ya bastantes años y
no ha vuelto a saber de él desde hace cuatro años. Me habla de
Carlos, su mejor amigo desde la infancia y también de Joan, el
hermano de este, y yo le hablo de Julia, Valeria y Laia, mis
mejores amigas desde que tengo uso de razón.
Me dice que le gusta viajar y que su bisabuela era francesa,
por lo que ha pasado varios veranos en Francia hasta que esta
murió hace cosa de cinco años. No conoció a sus abuelos
maternos ya que estos murieron antes de que naciera, pero su
madre consigue mantener su recuerdo hablándole de ellos de
vez en cuando. Yo le hablo de mis padres, de mis abuelos
maternos y paternos, ya que tengo la suerte de tener a los
cuatro vivos. Me cuenta que lo que más le gusta hacer al llegar
del trabajo es quitarse el traje, meterse en la ducha y poner
música. Le pregunto por sus gustos y no me sorprende
diciéndome que le gusta Queen, que su madre lo aficionó a los
Backstreet Boys o que su cantante nacional favorito es
Melendi tanto en su época complicada como ahora.
La verdad es que yo adoro a Queen y a Melendi, y sí que
canto a los cuatro vientos alguna canción de los Backstreet
Boys.
Cuando llegamos al parque, nos sentamos en un banco que
está frente el estanque. Para ser un día de semana, hay bastante
gente. Sobre todo, padres con niños pequeños y algún que otro
turista fotografiando cada rincón. Yo aprovecho para sacar el
móvil y hacer una foto también porque son las nueve y el sol
empieza a esconderse, por lo que la atmósfera está tornándose
de un naranja demasiado bonito como para no capturarlo.
—¿Te gusta la fotografía?
—Mucho. Hace tres años me fui a Inglaterra gracias a una
beca y bueno, mis padres me regalaron una cámara Réflex. Es
la niña de mis ojos y suelo ir siempre con ella, pero hoy preferí
dejarla en casa.
—Para la próxima vez puedes traerla. Te dejo.
—Me gusta eso de “para la próxima vez”. Veo que no te
quieres librar de mí con facilidad.
—La verdad es que no. Hoy he estado muy a gusto.
—Yo también.
—Me alegro. ¿Te parece que vayamos a picar algo? Sé que
comimos algo hace una hora, pero me está empezando a entrar
el hambre —me suelta con cara de niño bueno y yo no puedo
evitar echarme a reír. Me levanto del banco y agarro su mano
para arrastrarlo conmigo. Pero como era de esperar, no puedo
porque además de ser más alto que yo, está fuerte. Así que en
vez de conseguir que se levante, soy yo la que acaba cayendo
de nuevo al banco, pero esta vez, en su regazo.
Antes de que me pueda levantar o decir nada, Alain atrapa
mis labios con los suyos mientras me sujeta por la cintura y
me pega a él todo lo posible. Intensifico el beso, dejándome
llevar, porque hacía mucho tiempo que no experimentaba una
sensación parecida. Esto es una locura. Paso mis manos por su
nuca y enredo mis dedos en sus rizos. Nuestras lenguas se
encuentran y cuando queremos darnos cuenta, estamos los dos
jadeando. Suelto un gemido cuando atrapa mi labio inferior
entre los suyos y posa su frente en la mía. Ambos respiramos
con dificultad. Intuyo que mis mejillas están rojas como
tomates y nuestras manos no se han movido ni un milímetro:
las mías en su nuca y las suyas en mi cintura.
—Hacía tiempo que no sentía tanto con un beso —me dice
con la voz entrecortada y yo asiento, cerrando los ojos y sin
decir nada, pego de nuevo mis labios a los suyos.
Y así nos quedamos unos minutos o un par de horas, no lo
sé. Pero estoy tan a gusto que no quiero irme de aquí nunca.
Capítulo 16

Alain

Roma, julio 2018

—¿Listas chicas? —En cuanto todas me responden con un sí,


piso el embrague, meto primera y me alejo de nuestro
apartamento, poniendo rumbo hacia la estación de tren.
Ayer fue un día especial. No solo por los avances con
Giselle, sino porque Verona dio mucho de sí. El Lago di Garda
fue una excursión preciosa. Disfrutamos como niños, sobre
todo ellas, subiendo a un crucero de dos horas para verlo,
tomando un tentempié en plena plaza de Sirmione, viendo el
atardecer de camino al apartamento, con los acordes de
Bohemian Rhapsody sonando a través de los altavoces. ¿La
verdad? Fue mágico. Y estoy tan a gusto con todo esto que no
quiero que se termine.
Ayer Julia y yo compramos mi billete de tren como
habíamos hecho el viernes en París, por lo que no tenemos que
cogerlo ahora y podemos ir a tomar un café a la cafetería.
Próximo destino: Roma. Hoy con suerte, llegaremos a
mediodía y podremos disfrutar toda la tarde de la capital
italiana. Cuando faltan diez minutos, salimos de la cafetería y
nos metemos en el tren tras enseñar nuestros billetes. Me doy
cuenta de que este tren es igual al cercanías de Madrid, es
decir, no hay asientos definidos por lo que ni corto ni
perezoso, y echándole un par, cojo a Giselle de la mano y la
conduzco hacia los que van a ser nuestros asientos las casi
cinco horas que dura el viaje.
Ante mi asombro, no opone resistencia, sino que les hace
un corte de manga a sus amigas y me sigue de cerca. Le dejo
el asiento de la ventanilla, porque sé lo mucho que le gusta
admirar el paisaje cuando viaja, y yo me quedo con el del
pasillo.
—¿Te parece bien? —le pregunto en cuanto me siento a su
lado.
—¿El qué?
—Esto. Sentarte conmigo.
—Sí. Quiero que sepas que no escapo de ti, Alain. No
podría hacerlo ni aunque quisiera. —Sus palabras me relajan y
me hacen sonreír.
Me acomodo en el asiento y cuando el tren empieza a
moverse, cierro los ojos intentando conciliar el sueño, aunque
sea solo unos minutos. Siento un dolor fuerte en la cabeza
desde ayer, hoy no he dormido mucho y se ve que tengo un
poco de cansancio acumulado. Lo peor es que cuando mejor
dormí fue al estar en la misma cama de Giselle. Ni si quiera la
toqué, solo con sentir que estaba a mi lado me bastó para
dormir como un bebé durante casi dos horas.
Espero que, ahora que también la tengo al lado, consiga
dormir un poco.
—¿Estás bien? —La voz de Giselle a mi lado me hace abrir
los ojos y girarme para verla. Está mirándome fijamente, con
un atisbo de sonrisa. Es adorable.
—Sí, un poco cansado, pero bien.
—Aprovecha para intentar dormir. Te vendrá bien.
—Eso es lo que haré. Tú deberías hacer lo mismo. Nos
espera un gran día.
—Lo sé. Puedes apoyarte en mi hombro si estás más
cómodo.
—¿No te importa?
—No, para nada. Mi hombro es todo tuyo.
Le doy las gracias y me deslizo un poco en el asiento para
quedar a su altura. Apoyo mi cabeza en su hombro y a los
pocos minutos, siento que Morfeo me lleva con él.
Me despierto cuando mi cabeza deja de estar apoyada en el
hombro de Giselle. Un movimiento brusco del tren hace que
esta resbale y casi choque contra el asiento de delante.
—Menuda siesta te has echado.
Me restriego los ojos con cuidado y miro a mi derecha,
donde se encuentra Giselle.
—¿Qué hora es?
—Las once menos diez. Has estado durmiendo casi tres
horas.
—Joder. Debes de pensar que soy un compañero de viaje
horrible.
—Pues ahora que lo dices. —Le doy un ligero empujón en
el brazo y me acomodo de nuevo en el asiento. Abro la
mochila y saco la botella de agua porque tengo la garganta
seca. En cuanto me sacio, la vuelvo a dejar dentro de la
mochila y saco un paquete de frutos secos.
—¿Quieres? —Le ofrezco a Giselle que ya ha vuelto a
poner toda su atención en la novela que tiene en su regazo.
—No, gracias.
Me llevo un buen puñado de ellos a la boca y me doy
cuenta del hambre que tengo, así que saco un sándwich porque
creo que será lo único que me alivie un poco.
—Voy a por un café. ¿Te apetece algo?
—Un café con leche estaría bien. Gracias.
Asiento y me levanto para ir hacia la cafetería. Antes paso
por los asientos de las chicas para ver si les apetece algo, pero
me encuentro con que Laia y Valeria están durmiendo y Julia
se entretiene toqueteando su tablet.
—¿Te apetece un café? —le pregunto en cuanto llego a su
altura. Levanta la vista del aparato y me mira fijamente.
—Lo que me apetece es que empecéis a salir ya. Me estáis
dando dolor de cabeza.
—Oh, joder. El único dolor de cabeza aquí eres tú.
—Ya, seguro. No quieras tenerme en tu contra, chaval, o lo
pasarás mal.
—Qué sí. ¿Te apetece un café o no?
—Sí, un cortado porfa.
Prosigo mi camino y cuando llego a la cafetería, pido los
tres cafés al camarero que se encuentra detrás de la barra.
Vuelvo a nuestro vagón minutos después con las manos llenas.
Le tiendo el café a Julia y me da las gracias con una sonrisa.
«Qué capulla es». En cuanto llego a mi asiento, Giselle me
espera mirando por la ventanilla. Su libro ahora descansa
abierto en la bandeja y sus manos juguetean con el
marcapáginas.
—Aquí tienes.
—Gracias.
Reconozco que el camino se me está haciendo un poco
pesado y eso que pasé más de la mitad durmiendo, pero es que
esta última hora es infernal. Hace demasiado calor y hay un
niño pequeño tres filas más atrás que no deja de llorar. La
madre pasa de todo, porque al girarme, la veo hablar por
teléfono. Con suerte, estos cuarenta minutos que quedan,
pasarán rápido.
—¿Estás bien? —La voz de Giselle suena detrás de mí,
aunque a los pocos segundos la tengo a mi lado.
—Sí, solo es que esta última hora de viaje se me hizo un
poco cuesta arriba.
—Ya, te entiendo.
—Pero bueno, ahora vamos a disfrutar de estos días en
Roma y no vale pensar ni en trenes, ni en cansancio ni mucho
menos, en niños llorando. —Giselle suelta una carcajada y en
cuanto las chicas se instalan a nuestro lado, ponemos rumbo
hacia la salida.
—¿Vamos a alquilar coche para estos días?
—Sí. Roma es muy grande y creo que nos vendrá bien tener
un vehículo para movernos.
—Estoy de acuerdo. Además, nos sale mejor que andar a
pillar un taxi cada vez que queramos ir a un sitio.
Una vez lo tenemos, metemos todas nuestras maletas y
ocupamos los mismos asientos que estas últimas veces. Giselle
busca la ruta hacia nuestro apartamento y por suerte, no son
más de diez minutos así que arranco y sigo las indicaciones
que ella me va dando. Llegamos a un edificio de tres plantas
en la Via Romagna, moderno y con grandes ventanales. Es una
calle de sentido único y con suerte tenemos aparcamiento en el
edificio. Julia se baja del coche y llama al piso del propietario,
que está justo debajo del nuestro, por lo que me han contado.
A los pocos minutos, baja con las llaves del piso y del garaje.
—Nuestra plaza es la veinticinco —me dice teniéndome las
llaves, así que me meto y estaciono el coche en la plaza
correspondiente. Pillo el ascensor y subo hasta la segunda
planta. El apartamento es precioso. Me recibe un pasillo
amplio con varias pinturas a ambos lados. El salón-cocina-
comedor es grande y luminoso gracias al ventanal que hay
detrás de uno de los dos sofás. Ambos parecen cómodos, así
que espero dormir bien estas noches. Las chicas no están por
ningún lado, así que supongo que estarán escogiendo
habitación.
Es casi la una de la tarde y el apartamento ha adquirido un
silencio casi sepulcral. Avanzo por el pasillo y me encuentro
con que están todas acostadas, cada una en su correspondiente
habitación.
Voy a hacer la compra a un pequeño supermercado que está
a unos minutos y no he cerrado la puerta del apartamento nada
más llegar, cuando mi móvil empieza a sonar y el nombre de
Carlos aparece en la pantalla. Mierda, se me había olvidado
por completo llamarle. Descuelgo y su voz amigable me
saluda desde el otro lado de la línea.
—¿Estás vivo o eres otra persona con el móvil de mi
amigo?
—Estoy bien, lo siento por no haberte llamado estos días.
—Ya, me dijiste que me llamarías cuando volvieras de
París. Se supone que volviste hace dos días y yo aquí muerto
del asco. ¿Te apetece quedar para tomar algo?
—La cuestión es que aún no he vuelto.
—¿Y dónde estás?
—En Roma.
—¡¿Qué coño se te ha perdido a ti en Roma?!
—Giselle.
—No lo pillo, tío. —Y así, sin más, empiezo a relatarle
toda esta aventura. Como me la encontré en París, como les
hice de guía a ellas y a sus amigas. Como una de ellas me
propuso seguir este viaje. Mi situación con Giselle. Lo mucho
que me afectó verla. Le cuento todo, con pelos y señales y
cuando termino, el silencio se instala en ambos lados de la
línea. Oigo a mi amigo coger aire y echarlo con demasiada
fuerza. Supongo que estará tomándose un tiempo para digerir
todo y pensar qué coño va a decirme ahora.
—Si te digo la verdad, esto me parece una broma de mal
gusto. No sé, tío. Después de casi cuatro años, os volvéis a ver
y lo más gracioso es que no es en Madrid, sino que es en París.
¡En París, Alain! La ciudad del amor y todo eso. Ya me
entiendes.
—Sí, te entiendo. Lo mismo me dijo mi madre cuando la
llamé hace unos días.
—¿Y bueno qué, habéis avanzado en algo?
—Hablamos alguna que otra vez y bueno, nos hemos medio
besado.
—Eso de “medio besado” no me sirve, Alain. Aquí lo que
cuentan son los morreos bien dados que te dejan sin
respiración. Ese es el que a vosotros os hace falta. ¿Cómo está
ella?
—Como siempre. Está más guapa, que ya es decir. Sigue
teniendo esa actitud esquiva y tímida, pero cuando quiere dar
guerra, la da.
—Ya. Vamos, que te sigue volviendo loco.
—De remate, sí.
—Pues ya sabes lo que tienes que hacer.
—Lo sé. Pero tampoco quiero forzar las cosas, Carlos. No
quiero que me eche a patadas de su vida.
—No va a hacerlo. Apuesto que ella se siente igual que tú.
Mira, no tengo mucho tiempo para hablar, pero quiero que me
mantengas informado. Al mínimo avance, ya sabes dóode
estoy ¿vale?
—Vale, tío. Gracias.
—No me las des. Y Alain, sé tú mismo. No te hace falta
más. —Me deja un poco descolocado con sus palabras.
Hablamos un par de minutos más y le pregunto por Lucía, una
chica con la que lleva tonteando meses y que le gusta bastante.
Me cuenta que la relación va viento en popa y que se ven muy
a menudo. Me alegro por él la verdad, porque está ilusionado y
a mí eso me llega. A los pocos minutos, me dice que tiene
cosas que hacer, se despide de mí y le doy de nuevo las gracias
antes de que acabe la llamada.
La verdad es que lo echo de menos y lo quiero como si
fuese una parte de mí. Carlos ha sido el hermano que nunca
tuve y aunque a veces me saque de quicio porque me dice las
cosas como son, cosa que agradezco pero me enerva al mismo
tiempo, sé que lo hace por mi bien y porque quiere verme
feliz. Él no se anda con medias tintas y la verdad, es que
somos iguales en ese aspecto. Nunca hemos tenido secretos el
uno con el otro y yo creo que eso es la verdadera amistad. Da
igual que sea entre dos chicos, entre dos chicas o entre un
chico y una chica, tiene que haber confianza, sino no vale de
nada.
Guardo el móvil de nuevo en el bolsillo mientras tomo nota
mentalmente de todo lo que me ha dicho mi amigo porque es
muy sabio y sé que voy a necesitar todo lo que me soltó. Dejo
las cosas en la encimera y me pongo a preparar la comida.
—¿Necesitas ayuda? —Una voz dulce me sobresalta y casi
consigue que se me caiga todo. Me giro y me encuentro con
Giselle. Está frotándose los ojos y se ha hecho una trenza en el
pelo. Está preciosa y solo con verla así, mi corazón da un
vuelco.
Capítulo 17

Roma, julio 2018

—En la siguiente rotonda, tienes que tomar la segunda salida.


Luego seguir todo recto hasta que te indique. —Me fijo
detenidamente en el mapa que tengo delante de mis narices,
porque no se me da muy bien dar indicaciones, pero hasta
ahora no lo he hecho nada mal. Alain las sigue al pie de la
letra, concentrado, mientras agarra el volante sin ninguna
fuerza y cambia de marcha cuando ve que lo que necesita. Hay
bastante tráfico, son las cuatro de la tarde y parece que todo el
mundo quiere ir a la Ciudad del Vaticano como nosotros, así
que toca jodernos y aguantar algún que otro atasco.
Mientras, sobrevivimos escuchando Wherever you will go
de The Calling que nos ameniza un poco el viaje después de
todo. El aire acondicionado está a tope porque hace calor y
según el termómetro del coche, estamos a veintiocho grados.
—Ahora toma la tercera salida y sigue recto unos dos
kilómetros. Estamos a unos pocos minutos.
Y por suerte y a pesar del tráfico, llegamos en diez minutos
a nuestro destino. Alain aparca en el primer hueco que pilla y
se asegura de que podemos estacionar el vehículo, no vaya a
ser que la primera multa que pillemos sea en Italia.
Estamos en la calle Borgo Vittorio, cerca de la plaza de San
Pedro, así que nos ponemos a caminar para no perder más
tiempo y así aprovechar la tarde.
—Vamos a la capilla —comenta Julia y todos la seguimos.
Alain agarra mi mano y entrelaza nuestros dedos. Yo, que en
un primer momento pienso en apartarme, aprieto su mano para
cerciorarme de que no es un sueño.
Siendo sincera, me he cansado de esperar. Me he cansado
de no dar el primer paso. De no tomar las riendas. De seguir lo
que dicen los demás y no lo que quiero yo. Soy una persona
bastante insegura, aunque también sensible, terca como una
mula y algo alocada. Y también muy romántica, cabe destacar.
Y no suelo tener miedo a mostrar mis sentimientos, puede ser
que me cueste, pero no soy de esconderlos si me carcomen por
dentro.
Paro de andar y Alain me imita porque seguimos con las
manos unidas.
—¿Qué pasa? —Se sitúa a mi lado y yo, que por fin
empiezo a llevar la voz cantante, le suelto la mano y entrelazo
mis brazos entorno a su cuello, pegándolo a mí. Su sorpresa es
evidente y me hace reír, pero como la paciencia no está entre
mis virtudes y, poniéndome de puntillas, pego mis labios a los
suyos.
En cuanto su lengua toca la mía, pierdo la razón y ni me
acuerdo de donde estoy. Quizás tenga unos cientos de turistas,
entre los cuales están mis amigas las cotillas, mirándonos pero
no me importa. Alain pasa sus brazos entorno a mi cintura y
me eleva hasta que quedo a su altura.
—¿Y esto?
—Esto es un beso de verdad y no lo de ayer.
Suelta una carcajada y sin soltarme, vuelve a pegar sus
labios a los míos. Su sabor y su roce, tan familiares, me
provocan un escalofrío y a la vez una sensación de paz que
hace años que no tenía. Es como volver a casa después de
muchos meses fuera.
Eso es Alain para mí: un hogar. Un lugar al que siempre
quiero volver.
—Será mejor que dejemos esto para después y sigamos con
la excursión —le digo en cuanto sus labios dejan de tocar los
míos. Siento su corazón latiendo fuerte en mi pecho. ¿O es el
mío?
—Creo que va a ser lo mejor. —Me besa la punta de la
nariz y me pone en el suelo para después cogerme la mano y
volver a entrelazar nuestros dedos.
Vamos hacia donde están mis amigas, las cuales están
sonriendo de oreja a oreja y no nos quitan los ojos de encima.
Me ruborizo al instante porque, ahora que lo pienso, menudo
espectáculo acaban de ver.
—Ya era hora —suelta Julia en cuanto llegamos a su altura,
consiguiendo que Laia le propina un codazo en el costado.
—¿Proseguimos el camino? —pregunto intentando cambiar
de tema.
—Vale, tortolitos.
Seguimos con nuestros planes y entramos en la Capilla
Sixtina después de cuarenta y cinco minutos en la cola para
coger las entradas. Es preciosa, todo hay que decirlo. Después
de haberla estudiado durante un curso de universidad, tenerla
delante es como algo mágico.
La tarde se resume en pasear por los jardines, hacer muchas
fotos, quejarnos por el calor que hace y en tomar mucha agua
para no desfallecer. A las nueve menos diez de la noche
ponemos rumbo de vuelta casa, con muchos recuerdos en la
tarjeta de la cámara y bueno, yo llevo el más importante
pegado a mis labios.
—¿Me dejas que te invite a cenar? —La voz de Alain hace
que pegue un salto en el sitio, porque ni he oído como se
acercaba ni mucho menos lo esperaba.
—Me encantaría.
—Así me gusta. Te quiero lista en diez minutos. —Y sin
decir nada más, se va por donde ha venido. Rebusco en la
maleta hasta que encuentro un vestido granate que se amolda
perfectamente a mi cuerpo. Tiene escote en v y la espalda
descubierta hasta la mitad de la columna. Recuerdo meterlo en
la maleta por si nos surgía alguna ocasión especial. Ahora no
encuentro nada que pueda serlo más, así que, sin pensármelo
dos veces, me desnudo y me lo pongo. Lo acompaño con unas
sandalias de plataforma no muy altas y un colgante dorado a
juego con unos pendientes de aro que ya me puse para esta
tarde. Meto el móvil y el monedero en una pequeña cartera de
mano y salgo de la habitación tras echarme perfume.
Tres pares de ojos me miran de arriba a abajo con descaro
en cuanto abro la puerta.
—Estás preciosa. Alain va a pasar mucho dolor hoy.
—Joder, Julia, no puedes ser más bruta ni aunque quisieras
—le suelto pensando que el susodicho está a escasos metros de
nosotras.
—Que tiquismiquis eres, hija, de verdad.
—Estás guapísima, G, como siempre. Me alegro de que
Alain y tú volváis a estar juntos.
—No somos nada, Val. Solo nos hemos besado. Tenemos
que hablar las cosas y hoy es una buena noche para hacerlo.
—Pues si tan buena noche es, ya estás yendo para el salón,
que tu príncipe te espera ansioso.
No hace falta que me lo diga dos veces. Le doy un abrazo a
cada una y avanzo por el pasillo hasta el salón. Alain está
toqueteando su móvil en medio de este. Está guapísimo con
unos vaqueros negros y una camisa blanca que se amolda
perfectamente a su cuerpo. El pelo lo lleva despeinado, como
siempre, y me encanta. Levanta la mirada en cuanto siente mi
presencia y soy consciente del brillo en su mirada cuando esta
recorre mi cuerpo.
—Estás preciosa.
—Gracias. Tú también estás guapísimo. Te queda bien esa
camisa.
—Gracias. ¿Nos vamos? —Asiento y me tiende la mano
para salir del apartamento. No vamos al garaje así que
supongo que el restaurante está cerca. Y así es, en menos de
diez minutos nos encontramos enfrente de Brunello.
Degustamos la cena lentamente porque estos manjares es
mejor saborearlos poco a poco.
—¿Me dejas probar? —le pregunto mirando casi con deseo
su plato de pasta.
—Mi plato es tu plato.
Cojo un poco de su comida y me la llevo a la boca. Está
buenísima. Con mi tenedor, enredo un poco de mi pasta y se la
tiendo para que la pruebe. Abre la boca y desliza sus labios por
el cubierto, lo cual me calienta bastante, para qué negarlo.
—Madre mía, ¡está de muerte!
—No hay nada mejor que la pasta italiana, sin duda.
—Estoy completamente de acuerdo contigo.
En cuanto llegamos al postre, mis ojos se van a la tarta de
tiramisú que ahora mismo lleva un camarero en la mano. Alain
pide dos porciones, un café con leche para él y una infusión
para mí porque con todo lo que he comido, creo que voy a
explotar.
—¿Sabes qué? Echaba de menos esto. Ir contigo a algún
sitio a cenar, hablar, que te quejes porque nunca te dejo pagar
la cuenta. Cosas así —me dice en cuanto salimos del
restaurante.
—Yo también lo echaba de menos.
—¿De verdad? —Alain se para enfrente de mí. Estamos en
mitad de la acera, interfiriendo en el paso de los pocos
peatones que a estas horas se encuentran en la calle y a la vista
de todo el mundo. Me debe de leer el pensamiento porque
agarra mi mano y me lleva hacia un callejón bastante luminoso
pero que no transita nadie—. ¿Tú me sigues queriendo,
Giselle?
No respondo al momento ya que su pregunta me deja tan
sorprendida que hasta tengo miedo de echarme a llorar si digo
algo. Alain nota mi preocupación y me abraza, pegándome a él
todo lo que puedo. Levanto la vista y me lo encuentro
mirándome con esos ojos cargados de amor que me hacen
abrir la boca.
—Pues claro que te sigo queriendo. ¿Tú me sigues
queriendo a mí? —pregunto con miedo a pesar de que me dijo
esto mismo hace un par de días.
—Más que a nada. —En cuanto sus palabras salen de sus
labios, me vuelvo a pegar a él y entierro la cabeza en su pecho,
inspirando su aroma y sintiéndome plena de nuevo—. Nunca
debí dejarte de aquella manera, pero sabías que las cosas
estaban complicadas. Sabías toda la mierda que tenía encima.
Joder, incluso sigo teniéndola ahora.
—Alain, tranquilízate. Debes saber que nunca te reproché
nada. Siempre he sabido en todo momento lo que pasaba y no
te culpo. Estuvimos juntos nueve meses maravillosos, después
cada uno fue por su lado, pero no te odio ni te guardo rencor.
Jamás podría hacerlo. No cuando me diste los mejores meses
de mi vida.
—Eres lo mejor que me ha pasado nunca, Giselle. Y como
te dije hace unos días, pienso hacer que este viaje sea
inolvidable. Te voy a demostrar de nuevo que te quiero y que
podemos seguir compartiendo lo que nos quede de vida juntos.
—Nada me gustaría más que eso —susurro con la voz
cortada y los ojos anegados en lágrimas. Alain atrapa mi rostro
entre sus grandes y cálidas manos y pega sus labios a los míos.
Nos fundimos en un beso que empieza de una manera dulce y
suave, pero se torna salvaje en cuanto lo profundizamos un
poco.
Alain siempre fue ese puerto seguro de mi vida. La clave de
sol que empieza todas las canciones. Y saber que yo también
fui y sigo siendo eso para él, me da esperanzas. Esperanzas de
que el día de mañana, estemos los dos tumbados en la cama
recordando este momento como el recuerdo más especial en el
mundo.
Capítulo 18

Florencia, julio 2018

El tren empieza a moverse y yo me relajo en el asiento todo lo


que puedo. Alain está a mi lado, plácidamente dormido. Sé
que ayer no durmió nada, ya que estuvo pendiente de su
madre, que acabó en el hospital por un dolor de garganta que,
con su salud tan delicada, terminó pasándole factura. Yo
estuve a su lado toda la noche, con mi cabeza en su regazo,
pero el cansancio me venció en demasiadas ocasiones y pude
dormir aunque solo fuesen un par de horas. Está demacrado y
tiene unas ojeras bastante pronunciadas, pero ni eso lo hace
menos atractivo. Me alegro de que, por lo menos, ahora esté
descansando con tranquilidad. Su madre llegó a casa gracias a
Carlos, su mejor amigo, que estuvo parte de la noche con ella
y después la acompañó y se aseguró que todo estaba bien. Eso
fue media hora antes de salir del apartamento, y menos mal,
porque sino ya me veía volviendo a España con él.
Sus labios carnosos están entreabiertos y si no llega a ser
por todo lo que tiene que dormir y descansar, ya los hubiera
atacado porque me llaman a gritos.
El día de ayer fue especial. Bueno, todos los días desde que
llegamos lo han sido, pero este fue diferente. Nos besamos sin
reparo ninguno y sin vergüenza. Mis amigas ya se han
acostumbrado a nuestras muestras de afecto. Alain no pierde la
oportunidad de abrazarme o besarme en cuanto paso por su
lado. Yo que en un principio me apartaba, ahora también lo
busco y me acurruco en su pecho en cuanto tengo ocasión.
Antes de ayer durmió en mi cama, pero no pasamos de unos
cuantos besos y abrazos. Se lo agradecí en el alma porque no
estaba preparada para algo más. Aunque conociendo a Alain,
sé que no le importó lo más mínimo y que solo quería tenerme
con él.
Nos alejamos de Roma a gran velocidad, dejando atrás una
ciudad que me ha devuelto al amor de mi vida. París se
encargó de que nos reencontráramos y Roma de juntarnos.
Todos hemos quedado enamorados de esta ciudad. Hemos
visitado el Coliseo, la Fontana di Trevi, el Panteón y
muchísimos sitios más.
Ahora estamos de camino a Florencia. La ciudad que me
acogió hace dos años y a la que considero mi segundo hogar.
Quise irme para poder seguir con mi vida y mis estudios. El
año anterior había sido un infierno. Alain y yo habíamos roto,
y aunque fuera de forma amistosa, lo pasé verdaderamente
mal. Llegar a Florencia me hizo replantearme muchas cosas.
Dejé de ser la Giselle insegura para convertirme en la Giselle
independiente que no se deja hundir. Fue un curso lleno de
buenas amistades —aunque no tan buenas como las tres locas
que viajan conmigo ahora— buenas experiencias, buena
comida y bueno, algún que otro amor que no duró más de dos
o tres encuentros porque no me veía capacitada. Si llegara a
salir en serio con alguno, quizás no estaría aquí y mucho
menos Alain estaría a mi lado.
Llegamos a nuestro destino en una hora y media y en
cuanto el tren se para, acaricio el rostro de Alain con suavidad
para que se despierte. Este se remueve en el asiento, estira los
brazos sin abrir los ojos y se los restriega después.
—Buenos días —lo saludo en cuanto posa su mirada en mí
y me dedica una sonrisa somnolienta. Me acerco y beso sus
labios porque, como ya dije, me he aficionado bastante a
buscar su contacto. Alain lo profundiza pasando una mano por
mi nuca y pegándome más a él mientras introduce su lengua
en mi boca y se encuentra con la mía. No sé cuánto tiempo
estamos besándonos, pero la voz de Julia nos hace separarnos.
—Parejita, solo quedamos nosotros en el vagón. ¿Queréis
que nos vayamos y echáis uno rapidito?
—Cállate —le contesto de mala gana mientras Alain suelta
una sonora carcajada. Me levanto del asiento y cojo la maleta
que tengo justo encima junto con mi mochila que estaba a mis
pies. Me la cuelgo a la espalda y arrastro la maleta por todo el
pasillo. Nos recibe un calor abrasador que hasta te cuesta
respirar. Alain y Julia me siguen de cerca, van charlando y la
verdad es que, conociendo a mi amiga, no quiero ni saber que
tonterías le está soltando.
—¡Giselle! —Una voz a mi derecha me sobresalta y me
encuentro con la melena oscura de Marena, que mueve la
mano con efusividad. A su lado, está Olivia, que también está
moviendo el brazo, pero no con tantas ganas como la primera.
Corro a su encuentro y las estrecho a ambas entre mis brazos.
Me doy cuenta de que he soltado la maleta de cualquier
manera, pero no me importa, solo me concentro en abrazarlas
y en no llorar mucho porque hace casi dos años que nos las
veo y las he echado muchísimo de menos.
—¡Estás guapísima, bella! —Madre mía, ¡cómo eché de
menos que Olivia me llamara así!
—Vosotras sí que estáis guapas. —Les sonrío y me giro
para ver dónde están los demás. Les hago una señal con la
mano y ellos se dirigen hacia nosotras.
—¿Ese no es Alain? —me pregunta Marena mirando detrás
de mí.
—Veo que te acuerdas.
—¡Cómo para no acordarme, señorita! Si me estuviste
dando el coñazo un año con él. ¿Qué hace aquí contigo?
—¡Eso es mentira! Lo de qué hace aquí ya os lo contaré
más tarde.
En cuanto llegan a nuestro lado, guardan silencio y miran a
Alain expectantes. Los presento uno a uno y empiezan a rular
los besos y los saludos entre todos.
—Como nos dijiste que erais cinco, le pedimos el coche de
siete plazas a Matteo. Espero que no te importe.
Cuando Olivia nombra a su primo, me quedo muda. Matteo
fue ese rollo fugaz que tuve en mi estancia en Florencia. Yo
viví con Marena y Olivia en un apartamento en el centro que
estaba a menos de media hora andando de la universidad.
Matteo vivía a dos minutos y como se llevaba tan bien con su
prima, eran comunes las cenas o las comidas juntos. Otra
gente no sé, pero los italianos son muy afines a las comidas en
grupo. Tienen esa tendencia a juntarse, charlar, pasar un buen
rato y divertirse. Son muy familiares y eso es algo que me
enamoró nada más llegar. Supe que le gustaba a Matteo dos
semanas después de mi llegada. Me lo confesó él en una
comida, antes de que nos sentáramos todos a la mesa, mientras
su prima y demás familia estaban cocinando y Marena estaba
con su novio en la terraza. Yo me quedé helada porque lo que
menos esperaba de ese año era una nueva aventura. Le dije
que acababa de salir de una relación y que no estaba
preparada, pero dos meses después, pasó lo que tenía que
pasar.
Estuvimos juntos poco más de tres meses, pero me sentía
incompleta, así que hablé con él y decidí dejarlo. Él se lo tomó
mal al principio. Siempre me repetía que me quería y que
estaba enamorado de mí mientras que yo no sabía que hacer ni
que decirle. Estuvo semanas sin hablarme, hasta que la semana
antes de mi partida, me confesó que me seguía queriendo y
que le iba a costar olvidarme. Incluso me confesó que se había
planteado irse a España conmigo, pero rechacé su oferta y le
dije que su vida estaba aquí y que conmigo no iba a ser feliz.
Con él estaba bien. Me hacía sentir querida y feliz, pero una
parte de mí nunca olvidó a Alain en todos estos años. Quise
darme cabezazos contra la pared cuando supe que Matteo lo
estaba pasando mal por mi culpa. Quise adelantar mi regreso
porque sabía que en cuanto se enterara Olivia, me iba a
mandar a la mierda, pero ante mi sorpresa, se mostró atenta
con ambos y se declaró neutral, aunque sabía de sobra que
tiraba más por él que por mí ya que era su familia, pero nunca
me dio la espalda y eso se lo agradeceré eternamente.
Avanzamos todos hacia el coche y metemos como podemos
todas las maletas. Olivia y Marena se instalan delante, la
primera detrás del volante. Alain, Julia y yo lo hacemos en los
tres del medio y la parejita feliz se instala detrás de nosotros
entre todo el equipaje. Menos mal que van bien apretujadas y
no les importa lo más mínimo, porque no sé ni cómo pueden
respirar ahí detrás.
A medida que recorremos las calles de Florencia hacia el
que fue mi hogar hace dos años, voy reconociendo las calles y
los locales que frecuentábamos. Pasamos por uno de nuestros
restaurantes favoritos, la Trattoria Pizzeria da Nasone, situado
en la Via Santa Caterina. Desde ahí a nuestro apartamento son
menos de diez minutos en coche, por lo que cuando llegamos a
la Via Giuseppe Giusti, mi corazón da un vuelco porque todo
me trae demasiados recuerdos.
En cuanto Olivia estaciona el coche en el aparcamiento
exterior del edificio, bajamos nosotros y todas nuestras
pertenencias antes de entrar dentro. El apartamento está
situado en la tercera de las cinco plantas del inmueble. Es algo
antiguo por fuera, pero por dentro es otro cantar. Recuerdo que
lo habían modernizado un año antes de que yo llegase, lo cual
me dejó verlo casi recién estrenado. Subimos por turnos en el
ascensor y cuando traspasamos el umbral, mis ojos quedan
anegados en lágrimas.
—Bienvenida a casa. —Olivia pasa un brazo por mi cintura
y me pega a su costado. Yo dejo que las lágrimas rueden por
mis mejillas sin poder evitarlo. Marena se sitúa a mi otro lado
y me agarra la mano bien fuerte, como si temiese que me fuera
—. Pasad, os enseñaremos las habitaciones.
—Giselle, Alain y tú podéis dormir en la que era tu
habitación. Sigue estando libre y a tu disposición. Valeria y
Laia podéis dormir en la mía, yo dormiré con Marena. Y Julia,
tú eliges entre dormir en el sofá cama o en un colchón
hinchable.
—Me quedo con el sofá cama, gracias.
Alain arrastra nuestras maletas por el pasillo siguiendo mis
indicaciones. Mi habitación está al lado de la de Olivia y en
frente de la de Marena. En cuanto entro, me fijo en todos los
rincones. Está todo tal y como lo dejé. La cama sigue estando
al lado izquierdo de la habitación, con el ventanal enfrente de
la puerta, el escritorio justo en el lado opuesto y el armario
casi pegado a la puerta. Tiene dos mesillas a cada lado de la
cama y un par de cuadros decoran las paredes. Son láminas
hechas de acuarela: una luna llena, la Torre Eiffel y el Golden
Gate de San Francisco.
—Es bonita. —La voz de Alain suena detrás de mí mientras
inspecciona todo como yo.
—Lo es. Sigue igual —digo con la voz un poco rota.
—Ven. —Me agarra la mano y me pega a su pecho, hundo
mi cabeza en él e inspiro su aroma. Me alzo de puntillas y
atrapo sus labios con los míos mientras mis brazos siguen
rodeándole la cintura y sus manos acarician mi nuca y se
enredan en mi pelo. Sus pulgares trazan círculos en mi piel, lo
cual me estremece y hace que mi temperatura corporal alcance
el máximo. Ahora que lo pienso, no sé si voy a poder aguantar
mucho sin tocarlo. Necesito tenerlo desnudo, encima o debajo
de mí, me da igual, solo quiero sentir su piel pegada a la mía
sin ninguna barrera de por medio.
—Este viaje está siendo el mejor de mi vida —me susurra
nada más apartarse de mis labios y me besa la frente con
dulzura.
—El mío también.
Capítulo 19

Madrid, agosto 2014

Termino de limpiar las mesas y me meto en el vestuario para


volver a adecentarme. Me vuelvo a poner mi vestido blanco y
mis sandalias marrones con plataforma antes de peinarme y
echarme colonia, a pesar de que esta se mezcla con el olor a
café que lleva impregnado desde hace tres semanas cuando
empecé a trabajar.
Salgo del establecimiento tras despedirme de mis
compañeros y no he cerrado la puerta cuando el móvil
empieza a vibrarme dentro del bolso. Es un mensaje de Alain
diciéndome donde está esperándome. Sonrío y camino con
rapidez hasta Atocha. Me lo encuentro de pie apoyado sobre el
coche toqueteando el móvil con las dos manos. No me ve
hasta que estoy a unos pasos de él, que levanta la cabeza como
si advirtiera mi presencia y me dedica una de sus arrebatadoras
sonrisas. Corro a su encuentro y me tiro a sus brazos como si
lleváramos juntos toda una vida. En realidad, no tenemos nada
serio, de hecho, esta debe ser la sexta o séptima vez que
quedamos en estos casi tres meses, pero la conexión que
tenemos es tan fuerte que a ambos nos gusta y nos asusta al
mismo tiempo.
—¿Cómo ha ido el trabajo? —pregunta tras separar
nuestros labios pero sin dejar de abrazarme.
—Duro, tenía ganas de verte. ¿Nos vamos?
Una vez asiente, me acompaña hasta el lado del copiloto y
me abre la puerta. Cuando estamos acomodados, arranca y
pone rumbo hacia el restaurante donde hemos quedado con
mis amigas. Hoy va a ser el día en el que los voy a presentar
oficialmente. Estoy nerviosa porque no sé cómo se van a
llevar. A mis amigas les he hablado mucho de Alain estas
semanas, prácticamente desde el primer día que entró en el
Starbucks a pedir ese cappuccino con hielo. Con Alain fue
diferente ya que hasta hace poco no había hablado con él más
allá de preguntarle que quería tomar, pero desde el primer
momento ya le hablé de ellas porque son como mi familia.
Llegamos unos minutos más tarde, antes de lo esperado, y
ya las veo a las tres en la puerta. Alain me deja justo donde
están ellas tras darme un corto beso en los labios antes de ir a
buscar aparcamiento y yo salgo disparada hacia mis amigas
para abrazarlas.
—Pedazo cochazo tiene tu novio, tía. Qué envidia te tengo
—comenta Julia en cuanto llego a su altura. Pongo los ojos en
blanco porque sabe perfectamente que no es mi novio pero ella
está empeñada en que sí lo es. Le doy dos besos y un abrazo a
cada una y entramos al local para esperar a Alain ya sentadas.
—¿Qué tal, chicas? —les pregunto una vez sentadas. Todas
me contestan que bien y Valeria incluso me confiesa que está
nerviosa. Es tan parecida a mí que a veces hasta me asusta.
A los pocos minutos, Alain entra por la puerta y se dirige a
nuestra mesa. Todas nos levantamos y comienzo con las
presentaciones. Al final se acaba sentando entre Laia y yo y se
integra al grupo desde el primer momento. Las chicas le hacen
un montón de preguntas y él a ellas también, cuando puede
claro, porque esto parece un tercer grado por su parte, cosa que
empezó poniéndome nerviosa pero ahora hasta me divierte. Y
más viendo como él está a gusto con su compañía. A veces
siento su mano sobre mi muslo. Siento como me aprieta y
acaricia y yo me derrito por dentro y deseo estar a solas con él
para comérmelo a besos.
¿Acaso puedes sentir tanto feeling con alguien en tan poco
tiempo? Yo no soy experta en el amor y en todo el tema que
tenga que ver con relaciones. De hecho, solo he tenido un par
de líos y un novio con el que no duré ni cuatro meses. Y ahora
es como que siento que puedo estar con él todo el tiempo del
mundo sin cansarme. ¿Eso es amor? ¿Quizás ilusión? No sé.
Tampoco sé si quiero averiguarlo tan pronto. A veces es mejor
vivir en la ignorancia.
—Giselle, ¿le contaste a Alain cuando te caíste haciendo el
pino en mi casa? —pregunta Julia con una sonrisa maligna que
consigue sacarme los colores. Joder, dichosa anécdota. Niego
con la cabeza y ella suelta una carcajada. —Pues se la cuento
yo. Pues resulta Alain que, aquí tu chica ya desde que era
pequeña no tiene muchas luces, un día estábamos en mi
habitación jugando a las tinieblas, no sé si sabes qué juego es.
—Este niega con la cabeza y Julia prosigue con la explicación.
—Pues es un juego en el que estás completamente a oscuras en
un sitio cerrado y una persona te tiene que encontrar. Es como
el escondite pero en un espacio más reducido y a oscuras.
Bien, pues Giselle pensó que haciendo el pino en una esquina
de mi pared no la iban a encontrar. ¡Cómo si no fuera lo
mismo que estar de pie! Con la tontería y con un par, lo hizo
pero a los pocos segundos, Valeria y yo que éramos las que
estábamos dentro mientras que Laia esperaba fuera a que la
dejáramos entrar, vimos como se iba cayendo para un lado. ¿El
resultado? Quedó colgando de un mueble que tenía justo al
lado en el cual estaba la antena y la tele. Cayó todo al suelo
pero funcionaba perfectamente. Fue épico. ¡Ojalá lo
hubiéramos grabado!
Alain suelta una sonora carcajada mientras que mis amigas
lo acompañan incluso doblándose de la risa. A mí la verdad es
que no me hace ni pizca de gracia, en su momento lo pasé muy
mal. Desde aquella vez no he vuelto a hacer el pino.
Pasamos el resto del tiempo entre anécdotas y una vez
terminamos, Alain nos acerca a todas al centro ya que se tiene
que ir a trabajar. Se despide de las chicas con un gran abrazo y
la promesa de que tenemos que volver a vernos pronto y a mí
me regala un beso en los labios que me sabe a poco.
—Giselle, es él —me dice Valeria una vez lo vemos
desaparecer por las calles de Madrid. Yo sonrío y asiento,
sintiendo que el corazón me va a explotar.
—Lo supe desde el primer momento.
Capítulo 20

Florencia, julio 2018

No he pegado ojo en toda la noche y la culpa no es mía, sino


de la persona que tengo justo detrás que, a su vez, tiene su
brazo sujetándome por la cintura, pegándome a él todo lo
posible.
Nos acostamos temprano porque a parte de tener sueño,
teníamos el cuerpo destrozado del viaje. Ayer nos limitamos a
ir a tomar algo por ahí y cenar en casa todos juntos. Hoy el día
va a ser diferente ya que Olivia se ha encargado de
organizarnos un itinerario. Tanto ella como Marena han pedido
estos tres días libres en el trabajo y así poder estar conmigo y
con los demás.
Me giro como puedo intentando no moverme mucho y
quedo cara a cara con Alain. Tiene los labios entreabiertos y
mechones de pelo rebeldes le llegan a los ojos. Está guapo,
como siempre. Poso una mano en su cuello y voy subiendo
con los dedos, dibujando el contorno de su rostro hasta llegar a
la frente, donde aparto los mechones. Las pestañas le rozan las
mejillas y me fijo en que tiene la mandíbula más marcada de
lo que recordaba. Estoy tan absorta viéndolo que ni me fijo en
que empieza a despertarse y me pega más a él. Hundo la cara
en su pecho e inspiro su aroma. Le doy las gracias
mentalmente al tiempo por haber puesto una noche calurosa
porque así puedo ver a un Alain sin camiseta en todo su
esplendor.
—Buenos días —me saluda aún con la voz ronca mientras
se incorpora levemente y hunde su cara en mi cuello para
empezar a besarme en dirección ascendente. Un escalofrío me
recorre todo el cuerpo y se da cuenta, porque noto su
socarrona sonrisa contra mi piel. De un movimiento, lo aparto
de mí y lo tumbo boca arriba en la cama. Me siento a
horcajadas sobre sus caderas y me agacho para pegar mi boca
a la suya. Su lengua sale al encuentro de la mía y sus manos
me sujetan las caderas y bajan hasta mis muslos,
provocándome. Me estoy volviendo loca con este juego.
Quiero que alguien termine la partida ya porque no sé si voy a
poder aguantar cuerda mucho más.
Me quito la camiseta que Alain me dejó antes de irnos a
dormir porque quería rememorar la costumbre de dormir
siempre con su ropa. Yo no pude negarme porque me encanta
ponerme camisetas suyas, ver lo grande que me quedan e
inspirar su aroma.
Me quedo ante él solo con mi ropa interior, un sujetador
granate de encaje sin relleno y unas bragas a juego porque soy
muy maniática con llevar la ropa interior conjuntada. Las
manos de Alain recorren toda mi espalda hasta dar con el
cierre del sujetador que quita sin mucho esfuerzo. Lo tira al
suelo donde seguramente esté la camiseta. Me sujeta por la
cintura y rueda sobre la cama para situarse encima de mí, entre
mis piernas. Noto su erección en mi centro y ese simple roce
vale para que me caliente más. Llevo mucho tiempo sin estar
con un chico. Después de Alain solo estuve con Matteo y
después de este, hubo algún que otro rollo esporádico que me
buscaba Julia o cualquiera de las demás. Ahora, con Alain,
siento que estoy donde tengo que estar. Me vuelvo a sentir la
Giselle de siempre. La segura y extrovertida, no solo en la
cama.
Sus labios recorren mi mandíbula, descienden por mi cuello
hasta dar con mis pezones. Me arqueo en la cama y sujeto las
sábanas en un puño. Alain sabe que puntos tocar para llevarme
al límite. El primer orgasmo llega a la velocidad de la luz,
dejándome con ganas de más. Baja una mano a mis caderas y
cuando llega al borde de mi ropa interior, tira de ella hasta que
esta llega a mis pies y la quito de una patada. Deja lo que está
haciendo y se incorpora para verme.
—Giselle, yo te recordaba preciosa, pero esto es… Joder,
no tengo palabras.
—No hacen falta palabras, Alain, solo quiero tenerte
encima y dentro de mí.
En cuanto termino de hablar, se levanta de la cama y
rebusca en su maleta hasta dar con un par de condones. Se
quita el bóxer y su erección queda liberada. No pierdo detalle
de como rasga el envoltorio y se coloca el preservativo en un
tiempo récord antes de volver a mí. Nuestros labios se unen y
siento la presión de su erección en mi entrada, pero a los pocos
segundos, noto un dedo colarse en mi interior, consiguiendo
que me retuerza, que me arqueé y que le suplique más. Él me
lo da y noto como introduce otro mientras su pulgar acaricia
mi clítoris. Bajo la mano y agarro su erección, ejerciendo un
poco de presión y queriendo torturarlo como él está haciendo
conmigo. Alain suelta un gemido ronco en mis labios antes de
besarme.
—Para, este juego se ha terminado —me dice antes de dejar
de acariciarme y apartar mi mano de su miembro. Se coloca en
mi entrada y con suma delicadeza se cuela en mi interior.
Ambos jadeamos, porque esta conexión que tenemos es
completamente devastadora. Enrosco mis piernas en sus
caderas, consiguiendo que entre más en mí y que aumente sus
embestidas. Llegamos al orgasmo casi a la vez, yo primero y
él unos segundos después, entre gemidos, besos y sudor. Sale
de mi interior, se quita el condón, le hace un nudo y lo deja en
el suelo envuelto en un pañuelo para tirarlo al salir. Cuando
vuelve a mi lado, se tumba boca arriba y me arrastra hasta que
apoyo mi cabeza en su pecho.
—¿Sabes? Todos estos años me he arrepentido de no haber
mandado a la mierda todo lo que tenía sobre los hombros y
haber vuelto a por ti. Te necesitaba en mi vida, Giselle. Te sigo
necesitando.
—Ya te dije que no te culpaba de aquello. Pasó lo que tenía
que pasar. Lo importante es el ahora y es que si quieres,
volvemos a estar juntos.
—¡Cómo no voy a querer! Joder, Giselle, te pediría
matrimonio ahora mismo si pudiera.
—Puedes —bromeo, pero cuando me incorporo sonriente y
veo la sinceridad en sus ojos, me acojono porque sé que lo
decía en serio—. Ni se te ocurra. Soy muy joven para casarme
y tú y yo llevamos casi cuatro años sin vernos. Pisa el freno.
—Tenemos todo el tiempo del mundo para eso y para
mucho más. No pienso volver a separarme de ti.
—Más te vale.
Nuestros labios vuelven a juntarse y a este beso le siguen
otros más. Demasiados. Y volvemos a hacer el amor, esta vez
con más calma, pero con la misma pasión que antes. Y
mientras lo hacemos, solo espero que esa última frase que dijo
Alain sea cierta y que nunca más vuelva a separarse de mí.
Capítulo 21
Alain

Florencia, julio 2018

A una semana de empezar agosto, Florencia nos sorprende con


calor abrasador que incluso nos impide caminar con facilidad
más de dos horas seguidas. Olivia y Marena sacan sus dotes
turísticas cada dos por tres y junto con Giselle, nos muestran
cada rincón de la ciudad. Esta última se sorprende al
encontrarse tan buen clima, ya que cuando estuvo aquí
estudiando, solo se quedó hasta finales de mayo y el tiempo no
acompañó mucho.
Paramos a descansar tras dar una vuelta por la Catedral y el
Mercato di San Lorenzo que está hasta los topes. Buscamos un
sitio a la sombra para sentarnos y yo atraigo a Giselle en mi
regazo y ella me sorprende pasando sus brazos por mi cuello y
dándome un beso en los labios que me sabe a poco. Sonrío sin
poder evitarlo y la pego más a mí ante la atenta mirada de
todas sus amigas. Me concentro en mi chica y pienso en el
gran paso que hemos dado esta mañana al dejar nuestros
miedos a un lado y darle rienda suelta a nuestros sentimientos.
Hicimos el amor dos veces entre gemidos, besos y alguna que
otra palabra de amor que quedaba ahogada en el cuello o en
los labios del otro. Ahora mismo, me siento el hombre más
afortunado del mundo por volver a tenerla y voy a hacer todo
lo posible para conservarla.
—Ey, despierta. —Un apretón en el hombro acompañado
de la voz de Giselle me trae de vuelta a la realidad. Mi mirada
va directa a sus ojos verdes y después aterriza en sus labios—.
¿Continuamos?
Asiento sin más y ella se levanta de mi regazo para después
cogerme las manos y tirar de mí para que me levante. Al
momento siento un déjà vu de nuestra primera cita.
—Ahora mismo podría hacer fuerza y conseguir que
volvieras a caer en mi regazo.—Mis palabras consiguen
ruborizarla, lo que me hace pensar que ella también se
acuerda. Me levanto sin poner resistencia y poso mis labios en
su frente para darle un beso antes de seguir con nuestra
excursión.
Olivia y Marena nos llevan hasta la Piazza della Signoria y
como es casi la hora de comer, buscamos un restaurante que
esté cerca y así visitar los alrededores más tarde.
Comemos tranquilos y Olivia, Marena y Julia son las que
llevan la voz cantante. Giselle interviene de vez en cuando,
sobre todo cuando las que fueron sus compañeras de piso hace
dos años, la quieren dejar en evidencia con alguna que otra
anécdota.
—Recuerdo cuando Giselle acabó en el hospital porque le
había sentado mal la bebida. ¡Solo a ti se te ocurrió salir de
fiesta sin haber comido nada! —Olivia se carcajea mientras
Marena nos cuenta la historia y Giselle se esconde tras la
servilleta de tela. Yo no puedo evitar reírme porque no me
imagino a Giselle bebiendo y dándolo todo porque es muy
tranquila y suele escapar de las fiestas, pero una noche es una
noche y se ve que esa pasó factura. Poso una mano en su
muslo consiguiendo que se tense en la silla y se atragante con
un trozo de pizza. Le acaricio la espalda y le paso el vaso de
agua mientras ella se pone roja como el mantel y le empiezan
a rodar las lágrimas por las mejillas. Me muerdo la lengua para
no reírme porque no es ni la primera ni la segunda vez que
hago eso y la verdad que me sorprende que siempre se ponga
así con solo una caricia.
—Eso te pasa por hacer manitas por debajo de la mesa —
suelta Julia sin cortarse un pelo, lo que me hace reír sin poder
evitarlo y que Giselle le dedique una mirada asesina.
El postre trascurre de la misma manera, entre bromas y
anécdotas. El restaurante nos invita a unos chupitos de un licor
italiano que huele a cacao y a canela pero que sabe a café y
además consigue que te arda la garganta por unos segundos.
—Jodidos italianos, quieren envenenarme con esto —
protesto intentando coger aire y que la garganta deje de
arderme.
—No vuelvo a tomar alcohol en esta ciudad —me apoya
Laia apurando el vaso de agua que tiene delante.
Olivia y Marena se descojonan de nosotros. Tanto que hasta
veo las lágrimas rodar por sus mejillas, las cuales están
coloradas.
—Deberíamos haberos avisado de que el licor era
demasiado amargo. Lo sentimos.
—No lo vi venir ni yo y eso que ya me la jugasteis la
primera vez.
En cuanto nos reponemos de los chupitos, pagamos la
cuenta y retomamos nuestro camino.
Caminamos por la plaza y por las calles que están al
rededor antes de desviarnos hacia el sur y dirigirnos hasta el
Ponte Vecchio para así cruzar el río Arno y dar al Palacio Pitti.
Yo pensaba que nos iba a llevar bastante, pero en menos de
cinco minutos estamos cruzando el río y haciendo fotos a todo
lo que tenemos a nuestro alrededor porque es toda una calle
peatonal con tiendas a cada lado de ella. Puedes encontrarte
con una tienda de recuerdos o incluso una de comida típica
italiana. Sin duda, esas son las que más me llaman, porque los
escaparates dejan a la vista numerosas pastas, tartas y
empanadas que tienen una pinta exquisita.
Entre una cosa y otra, nos paramos en cada tienda que
encontramos y según Olivia y Marena, lo que nos podía haber
llevado dos minutos, lo hacemos en veinte. Pero lo importante
es que llegamos al final y seguimos hasta llegar al palacio.
Todo está rodeado de césped y alguna que otra fuente se
asoma por las esquinas. Numerosos turistas se agolpan en la
entrada para poder acceder al interior y como nosotros no
íbamos a ser menos, nos ponemos los últimos en la fila y
esperamos pacientes. Compramos las entradas no solo para el
palacio, sino que hay un bono que incluye tanto este como los
Jardines de Bóboli, a los que teníamos pensado ir pasado
mañana, por lo que adelantamos la visita y así nos sale mejor
de precio.
Entramos una hora más tarde y me fijo en la mirada de
Giselle. Sé que al estudiar Bellas Artes, ha visto lugares como
este en muchas ocasiones por lo que estoy seguro de que estará
fijándose hasta en el más mínimo detalle que a nosotros nos
pasa completamente desapercibido. Damos una vuelta por
todo el edificio intentando seguir las indicaciones
correspondientes para no perdernos ni que se nos pase nada
por mirar y salimos tras cincuenta minutos dentro. Para no
tener ni idea de arte ni de arquitectura, me ha parecido una
maravilla.
Los jardines están nada más salir por lo que no perdemos
tiempo y nos dirigimos hacia allí. Cámara en mano, sonrisa en
la cara y nos disponemos a sacar fotos en todos los rincones.
Llegamos hasta un pequeño estanque, el cual rodeamos y nos
sentamos en uno de los numerosos bancos de piedra que hay
enfrente de este. Siento a Giselle de nuevo en mis piernas y
Laia hace lo mismo con Valeria para hacer más sitio, mientras
Julia se desploma en el suelo y se sienta como un indio y
Olivia y Marena se pone a nuestro lado.
—Es una pena que no se pueda acceder al centro del
estanque.
—Lo hacen por protección ya que hay gente que llegó a
lanzarse al agua —le responde Olivia a Julia.
—¡Pero si eso no mide ni un metro de alto! —replica Julia
como si fuese una niña pequeña.
—Da igual. Si quieres hacer una broma o el imbécil, te va a
importar bien poco si es un metro, dos o cinco.
—La gente está muy mal de la cabeza —añado a sabiendas
de que tienen razón.
—Pues sí, pero lo bueno es que aquí donde lo veis, no está
saturado, todo lo contrario. Marena y yo vinimos aquí muchas
veces en nuestra época de estudiantes porque entrábamos
gratis al tener menos de dieciocho años y nunca lo vimos
atestado de gente. Es verdad que hay algún que otro turista que
se acerca porque está al lado del palacio, pero no tanto como
en otros sitios. Y bueno, eso se agradece bastante.
—Yo nunca llegué a entender que cobren tanto por entrar a
un puñetero jardín. Hoy la entrada nos salió guay, como
cuando trajimos la primera vez a Giselle para que lo viera,
pero es que sino tienes que pagar diez euros y no te compensa.
Quizás por eso no viene mucha gente.
—Es que diez euros me parece excesivo, yo le pondría dos
o así, seguro que ganarían más turistas y se llevarían el doble
de dinero a sus bolsillos.
—Exacto, pero no, prefieren hacerlo mal y al revés. Así
somos los italianos.
—Para llevar solo tres años estudiando español, habláis
muy bien —les comento porque salvo el acento que tienen y
que a veces confunden algún que otro tiempo verbal, su
español es perfecto.
—La llegada de Giselle justo cuando empezábamos a
estudiarlo nos sirvió de mucha ayuda. No es lo mismo ir a
unas clases y aprobar los exámenes a que esté una española en
tu casa y puedas exprimirla para practicar. Así nos salieron tan
bien los exámenes orales ante la directiva. —Olivia suelta una
carcajada y todos nos sumamos a ella. Estamos tan a gusto que
no nos damos cuenta de que el tiempo ha pasado volando y ya
son casi las siete de la tarde y se nos echan las horas encima.
Recogemos todo y salimos del jardín para dirigirnos a nuestra
última parada: la plaza de Michelangelo.
Nada más llegar, subimos hasta el alto del mirador y
contemplamos con la boca abierta como Florencia se
encuentra a nuestros pies. Fotografiamos las vistas y yo
atraigo a Giselle hacia mí para darle un beso. Escucho el
sonido de la cámara y abro los ojos para encontrarme con Julia
sosteniéndola y apuntándonos a nosotros.
—De nada parejita. —Se echa a reír y se da la vuelta sin
más para seguir haciendo fotos.
—¿Todo bien? —Me centro en Giselle que observa el
paisaje sin perder detalle. Tiene la mirada perdida y no sé
dónde.
—Demasiados recuerdos.
—Espero que buenos —susurro en su pelo y acaricio su
espalda, pegándola todo lo posible a mi pecho. Ella rodea mi
cintura con los brazos y se pone de puntillas para darme un
beso en la mandíbula y después capturar mis labios de nuevo.
Nos perdemos en un beso que se nos va un poco de las manos,
teniendo en cuenta de que estamos rodeados de gente. Pero
con Florencia de fondo, no creo que haya un lugar más
perfecto para retenerla a mi lado.
—Muy buenos. Además, ahora estoy construyendo unos
mejores.
—¿Ah sí?
—Sí. Los que estamos construyendo juntos ahora.
En cuanto sus palabras salen de sus labios, vuelvo a besarla
porque eso ha sido más una declaración que unas simples
palabras. Y yo también pienso que con ella todo es mejor.
Nosotros, sí estamos juntos, nada ni nadie nos supera.
Capítulo 22

Florencia, julio 2018

Nuestro último día en Florencia lo pasamos con nubes densas


en el cielo. Teniendo en cuenta que estos dos últimos días casi
morimos de calor, hoy va a ser más agradable pasear por la
ciudad.
Ayer fuimos a Pisa y tanto Olivia y Marena como yo,
rememoramos cuando vinimos aquí nada más llegar de
España. Si había algo que quería ver de este país, era Pisa.
Disfrutamos como niñas pequeñas, no solo nosotras tres, sino
todos. Al llegar a casa, cenamos los siete juntos unas focaccias
rellenas de tomate, jamón y queso que sabían a gloria.
Nos acostamos temprano ya que el madrugón había sido
intenso y a eso se le sumó haber pasado todo el día dando
vueltas de un lado a otro de la ciudad. Alain y yo gastamos la
poca energía que nos quedaba haciendo el amor solo con la luz
de dos velas alumbrando nuestros cuerpos. Caímos rendidos
nada más acabar: yo, apoyada en su pecho, y él rodeándome
con sus brazos.
Nos levantamos todos con las pilas cargadas para disfrutar
al máximo de este último día. Mandamos a la mierda al tiempo
ya que por su culpa tenemos que salir con vaqueros largos y
sudadera y nos ponemos en marcha, no sin antes dejar una
lavadora puesta y una secadora para así por la noche hacer
nuestras maletas. Pillamos unos muffins y unos cafés para
llevar porque nos daba pereza desayunar algo en el
apartamento y como no vamos a coger el coche en toda la
mañana, damos un paseo mientras disfrutamos de nuestro
desayuno improvisado.
—Quiero probar el tuyo —le pido a Alain con voz de niña
buena que no ha roto un plato en su vida. Me planto frente a él
y abro la boca para que me dé un trozo. A pesar de saber bien
lo que quiero, ya que se lo acabo de decir hace unos segundos,
y me ha escuchado a la perfección, baja su rostro y captura mi
labio inferior entre los suyos. No protesto, que conste, todo lo
contrario, me agarro a su cintura intentando no tirar ni el café
ni la bollería e intensifico el beso. Aunque acabo ganando la
jugada cuando le muerdo la lengua, consiguiendo que se aleje
y me lance una mirada asesina—. Vaya, ¿te he hecho daño?
—Eres una arpía.
—Que sí, que sí. Ahora dame un trozo. —Alain suelta un
suspiro con resignación, pero no me pasa desapercibida la
sonrisa que aparece en sus labios. Parte un trozo de su muffin y
lo acerca a mi boca. Saboreo el chocolate, los arándanos y las
fresas que lleva. Está buenísimo. Cojo el mío y como puedo,
parto también un trozo y se lo doy. Yo soy más golosa y lo
escogí de dulce de leche, pero sé que le gusta cuando cierra los
ojos y suelta un leve gemido que consigue que mi cuerpo
vibre.
—Casi tan delicioso como tú —me dice guiñándome el ojo
antes de apurar su café.
—Yo lo soy mucho más.
—Eso no lo dudo. —Pega sus labios de nuevo a los míos,
pero se separa con rapidez—. Venga, que a este paso no
llegamos ni mañana.
Me agarra la mano y pillamos al grupo que andan unos
metros por delante de nosotros.
Hoy la mañana va a ir de Museos. Primero vamos a ir a mi
favorito y en el cual hice dos prácticas cuando estuve
estudiando aquí: la Galería de la Academia de Florencia. Ahí
se encuentra la famosa escultura de David de Miguel Ángel. Y
después pasaremos por el Museo de Bargello donde también
tuve el honor de estar. Siento que vuelvo a tener 20 años, que
la cámara que llevo colgada al hombro es mi mochila donde se
encuentran todos mis apuntes y que la gente que me acompaña
son mis compañeros de facultad. Sonrío sin poder evitarlo y
camino en línea recta para empezar el recorrido. Visitamos
todas las salas, hasta que por fin llegamos a la obra estrella de
este lugar: el David de Miguel Ángel.
Me planto frente a él, esquivando un poco a la gente que lo
mira embobada y consigo estar casi a sus pies. Me fijo en que
mis amigas lo miran con detenimiento al igual que Alain. Yo
estaba así la primera vez que lo vi y aunque ellos no sientan ni
la mitad que yo por no haber estudiado artes, sé que les gusta.
Me fijo en cada detalle de la escultura hasta que escucho mi
nombre. Me tenso, porque es la voz de un hombre, y no la de
Alain precisamente. Giro mi cuerpo con suma lentitud y me
encuentro a Matteo mirándome fijamente.
Salgo como puedo de entre toda la gente y me quedo a un
par de metros. Se acerca a paso lento y me rodea con sus
brazos, pegándome a él por completo. Me relajo y lo abrazo yo
también. No sé cuánto tiempo permanecemos así, pero cuando
quiero darme cuenta, se separa de mí y pasa una mano por mi
mejilla, secándome las lágrimas que no sabía que estaba
derramando.
—Hola, Giselle —me saluda en italiano, con ese acento que
sabe que me gustaba mucho.
—Hola, Matteo.
—Estás muy guapa, G. Te veo bien.
—Gracias. Tú también. ¿Cómo es que estás aquí? —
pregunto intentando olvidarme de que están mis amigas, su
prima y mi novio (o lo que sea Alain en estos momentos)
detrás de mí mirando la escena con ojos curiosos.
—Con que Olivia no te dijo nada ¿no? — Me dice
sonriendo y yo niego con la cabeza—. Lo entiendo, no es un
tema que surja en una conversación entre las dos. Empecé a
trabajar aquí dos meses después de que te marcharas. Ya sabes
que había acabado el máster y todo eso. Mis notas fueron
excelentes y a base de echar currículos me acabaron
proponiendo una semana de prueba y la superé. Y por eso
estoy aquí.
—Cuánto me alegro. Siempre quisiste trabajar aquí.
—Sí, ya veo que te acuerdas. Bueno, preséntame a tus
amigas.
Ambos echamos a andar hacia donde están los demás y voy
nombrando una por una a mis mejores amigas que van
intercambiando dos besos con Matteo hasta que llego a Alain
y no sé cómo presentarlo.
—Así que este es el famoso Alain —suelta Matteo
estrechándole la mano en cuanto termino las presentaciones.
Olivia y Marena, tensas, miran la escena, al igual que yo
porque Alain no deja de ser mi pareja y en su momento Matteo
fue el único que me hizo olvidarme un poco de él.
—El mismo. Un placer.
—Lo mismo digo. Será mejor que siga trabajando, me
espera un grupo para hacerles una visita. Encantado de
conoceros chicas. —Le vuelve a dar dos besos a mis amigas,
un abrazo a Olivia y a Marena y después se centra en mí—.
¿Cuándo os vais?
—Mañana por la mañana.
—¿A qué hora?
—Cogemos el tren a las diez menos veinte de la mañana.
—Intentaré estar antes en la estación para despedirme —me
dice y yo asiento sin decir nada. Me pega de nuevo a él y me
abraza antes de darme un beso en la mejilla que, para mi
gusto, dura bastante—. Adiós.
—¿Continuamos? —Propone Olivia en cuanto su primo
desaparece por el pasillo y todos asentimos de acuerdo con su
propuesta. Me sitúo a la altura de Alain y cojo su mano para
que me transmita un poco de calma en estos momentos.
—Estás temblando, Giselle— me dice sin soltarme la mano
y yo no contesto—. Puedes contarme qué te pasa, no te voy a
morder.
—No pasa nada. Es solo que no esperaba encontrármelo
aquí.
—No te preocupes por eso, ahora solo disfruta de la visita.
Estás en tu mundo ¿no? —Sonrío ante sus palabras porque
Alain siempre consigue que olvide todo lo que tengo a mi
alrededor y me centre solo en él. Aprieto su mano y
retomamos el camino. Le agradezco infinitamente que, solo
con un pequeño roce, consiga calmarme.
Una hora y media más tarde, salimos del museo y paramos
en una cafetería a tomar un café porque aún son las once y
cuarto de la mañana y queda tiempo de sobra para ver el
museo siguiente. Las nubes negras se van yendo y están siendo
sustituidas por una niebla que consigue que haga más frío que
antes. No nos importa, pero subimos hasta arriba la cremallera
de nuestras chaquetas y tomamos muy a gusto nuestro café
caliente. Veinte minutos más tarde tras pagar nuestras
consumiciones, retomamos el camino. Desde donde estamos
hasta el museo nos separan tan solo once minutos según Olivia
y Marena por lo que está bastante cerca. Me pego a Alain todo
lo posible porque hace frío, aunque esa no es la única razón.
Suelta mi mano y pasa su brazo por mi cintura, dejando la
mano sobre mi cadera. Llegamos con el tiempo previsto y
entramos tras los pertinentes controles de seguridad.
Vamos sala por sala observando cada obra. Ellos, fijándose
en cada cartel que aparece a sus pies, yo, intentando recordar
cada palabra que estudié. Este museo a pesar de ser bastante
grande, no nos lleva tanto tiempo como el otro, por lo que
terminamos y ponemos rumbo hacia el piso para poder comer.
Alain, Julia y yo ponemos la mesa, Valeria y Laia preparan
una ensalada mientras Olivia y Marena quitan las lasañas de la
nevera y las ponen en el horno después de echarle queso por
encima para que este se gratine.
Después de comer, cada uno se va a su correspondiente
estancia para descansar y quedamos que en una hora y media
saldremos de nuevo.
Alain tira de mí hacia la habitación y apenas he traspasado
el marco de la puerta, cuando me pega a su pecho, cierra y me
pega a la pared antes de besarme. Arrasa con mis labios,
introduce su lengua en mi boca y yo hago lo mismo con la
mía. Ambas se encuentran a mitad de camino y noto como,
tanto mi corazón como el suyo, laten más deprisa. Alain pasa
sus manos por mis muslos hasta llegar a mis nalgas y me alza
para quedar a su altura. Enrosco mis piernas a sus caderas y
tiro de su camiseta hacia arriba para sacársela.
Sus dedos recorren toda mi espalda produciéndome mil
escalofríos. Bajo mi mano y acaricio el bulto que lucha por
salir de sus pantalones. Con solo ese contacto, Alain gime y
me agarra con fuerza de la cintura para pegarme más a él.
—Necesito deshacerme de esto sino voy a correrme en los
pantalones y no es plan —susurra en mi cuello antes de
dejarme en el suelo y terminar de desnudarse. Yo hago lo
mismo, me libero de mis vaqueros y de mi ropa interior que
está empapada.
Caemos en la cama formando un enredo de piernas y
brazos, pero lo importante es que estamos piel con piel y no
hay nada que nos separe. Alain alcanza un condón de la caja
que hay en la mesilla y se lo pone con rapidez antes de ponerse
boca arriba en la cama y cederme el control. Me subo a
horcajadas sobre él, con una pierna a cada lado de su cuerpo,
cojo su miembro y lo pongo en mi entrada antes de descender
y dejar que me llene por completo. Ambos gemimos más alto
de lo que queríamos, pero no nos importa. Empiezo a
moverme en círculos y después arriba y abajo mientras Alain
pasa sus manos por mis pechos, acaricia mi espalda y hunde
los dedos en mis caderas, marcando también un poco el ritmo.
Ambos aumentamos las embestidas y el clímax nos visita al
mismo tiempo, consiguiendo que acabemos exhaustos. Me
bajo de su cuerpo y me tumbo a su lado, posando mi cabeza en
su hombro y aspirando su aroma a colonia, sudor y sexo. Alain
se libera del condón y lo deja a un lado antes de abrazarme y
darme un tierno beso en la boca y otro en la frente.
Alcanzo el móvil que está en la mesilla y lo desbloqueo
para después abrir la aplicación de música y buscar la canción
que quiero escuchar en estos momentos.
La melodía de Dancing on my own empieza a sonar por el
pequeño altavoz de mi teléfono y lo dejo de nuevo en la
mesilla. Desde que escuché esa canción en el famoso
programa de Britain’s Got Talent cantada por Calum Scott, me
enamoré por completo. Es de esas canciones que, aunque la
pongas en bucle todos los días, no te cansas de ella.
Tarareo en silencio mientras siento la respiración pausada
de Alain a mi lado. Su pecho sube y baja de manera regular
por lo que intuyo que se ha quedado dormido, pero no hago
amago de moverme por si acaso lo despierto. Me quedo como
estoy, con la cabeza en su hombro y su brazo rodeando mi
cintura.
Cuando esta acaba y le toca el turno a la siguiente, se para y
empieza a sonar con fuerza la melodía de tono de llamada.
Alcanzo el móvil como puedo y me sorprendo al leer el
nombre de Matteo en la pantalla. Descuelgo y escucho su voz
al otro lado de la línea.
—Hola, Giselle.
—Hola, Matteo. ¿Qué haces llamándome?
—Necesitaba hablar contigo. ¿Puedes salir a fuera? Estoy
en el portal.
—Si es por lo que creo que es, no es una buena idea,
Matteo.
—Solo quiero hablar contigo, nada más. No te voy a
secuestrar ni nada por el estilo. —Suspiro tras sus palabras y
me levanto intentando no despertar a Alain.
—Dame cinco minutos. —Cuelgo sin esperar a que diga
nada y me visto con la misma ropa que tenía hace un par de
minutos. Compruebo que no hay nadie por el pasillo y que
Julia duerme profundamente en el sofá antes de salir del
apartamento.
Como bien me dijo Matteo, está esperando en el portal
apoyado en su Vespa amarilla. Nada más abrir la puerta se
separa de ella y se acerca a mí.
—Siento molestarte, Giselle, pero necesitaba verte antes de
que te fueras. No pensaba ir mañana a la estación. O sí. Joder,
no lo sé.
—Matteo, tranquilo.
—Te he echado mucho de menos todo este tiempo, Giselle.
No he vuelto a tener algo serio con una chica desde que te
fuiste.
—Matteo, para.
—No, Giselle. Sé que es una mierda que venga ahora aquí
y te suelte todo eso, pero sé que si no lo hago voy a reventar y
me arrepentiré toda la vida de ello. Siempre tuve la esperanza
de que volverías, pero no lo hiciste.
—Tú sabías que no buscaba una relación, te lo dejé bien
claro cuando me confesaste que te gustaba. —Matteo se pasa
las manos por el pelo y aparta su mirada de mí—. Creo que
esto ha sido un error. Vuelvo al apartamento. Adiós, Matteo.
—Espera, por favor. —Sujeta mi muñeca con una mano y
me pega a él. Intento separarme cuando pienso que va a
besarme, pero no lo hace, sino que me abraza y posa sus labios
en mi frente. Una lágrima sale de mis ojos y a esa, se le suman
otras más—. Te quiero, Giselle. Muchísimo. Y siento haberte
hecho pasar este mal trago. De verdad que lo siento. Pero
sabes como soy.
—Lo sé, tranquilo. Yo también te tengo aprecio Matteo,
pero no es el tipo de aprecio que quieres. Lo siento.
—Está bien. Supongo que tengo que aceptar que siempre
estuvo alguien por delante de mí —me dice y yo asiento aún
con las lágrimas rodando por mis mejillas. Aparta de nuevo la
mirada y agacha la cabeza—. Te deseo lo mejor, Giselle.
—Lo mismo te digo, Matteo. Te mereces ser feliz.
—Gracias. —Me rodea con sus brazos de nuevo y sin decir
nada más, se pone el casco, se sube a la moto y arranca.
Me quedo plantada en el sitio unos segundos hasta que
reacciono, me seco las lágrimas y subo de nuevo al
apartamento. Me fijo en la hora en cuanto cierro la puerta y
calculo que quedan unos veinte minutos para que salgamos de
casa de nuevo por lo que ni me planteo volver a la habitación,
sino que me dirijo a la cocina y me preparo una taza de té para
intentar calmarme un poco. A mi mente llega lo que me dijo
Matteo hace escasos minutos: “Supongo que tengo que aceptar
que siempre estuvo alguien por delante de mí”. Por mucho que
me duela, es cierto. Alain nunca salió de mis pensamientos ni
de mi corazón, de ahí que mi relación con Matteo no durara
mucho. Me doy la vuelta y me fijo en la puerta de la
habitación que comparto con Alain y en la cual está él ahora
mismo y sonrío. Ahí dentro está todo lo que siempre quise y
necesité.
Capítulo 23

Viena, julio 2018

Nos encontramos todos en la estación de tren de Florencia, con


las maletas a nuestro lado y los billetes en la mano. Olivia y
Marena están a mi lado, con los ojos rojos como los míos de
las lágrimas que no queremos derramar para que esto no se
convierta en un drama. Aunque ya lo es. Esta es la segunda
vez que me despido de ellas y la verdad es que no sé cuál de
las dos me ha costado más. Las atraigo hacia mí y nos
abrazamos las tres y sin poder evitarlo, dejamos que las
lágrimas rueden por nuestras mejillas.
—Os voy a echar de menos, chicas —les digo entre
sollozos, antes de que los demás se despidan de ellas con
grandes abrazos y palabras de agradecimiento. A mí se me
atragantan un poco, porque he visto en estos cuatro días lo
bien que han congeniado—. Gracias por todo, de verdad.
—No nos des las gracias. Ha sido un placer teneros con
nosotras. Le habéis dado vida al apartamento.
—Totalmente de acuerdo con Olivia. Tenéis una casa en
Florencia siempre que queráis.
—Te tomo la palabra —les dice Julia también con la voz
tomada.
Nos damos el último abrazo cuando suena por el altavoz
que el tren sale en cinco minutos y entramos. Alain va
conmigo como estas últimas veces y las demás van juntas en
esos asientos que son de cuatro con mesa y todo. Cuando
estamos ya todos acomodados, miro por la ventana justo
cuando el tren empieza a ponerse en marcha y me quedo muda
cuando veo a Matteo al lado de las chicas, con las manos en
los bolsillos y una expresión seria. Les digo adiós con la mano
y los pierdo de vista a los pocos segundos.
—Siguiente parada: Viena —susurra Alain a mi lado,
haciendo que vuelva a la realidad. Sonrío y asiento antes de
alcanzar sus labios y darle un beso. Me pongo cómoda y me
mentalizo de que nos esperan diez horas en este tren hasta
llegar a nuestro nuevo destino.
Despierto tres horas más tarde por culpa del hambre. Mi
estómago ruge como si no hubiese comido en días y yo me
estiro intentando que mis músculos despierten.
—Voy a buscar algo de comer a la cafetería, ahora vuelvo
—me dice Alain antes de levantarse y darme un beso en la
frente.
Comemos en silencio una vez vuelve con unos bocatas y
unos zumos y después es Alain quien se queda dormido sobre
mi hombro. Acaricio con delicadeza los mechones rebeldes
que descansan en su frente y luego paso los dedos por sus
mejillas, su nariz, sus labios y su mandíbula. En momentos
como este, al verlo tan perfecto y tan en paz, me cuesta creer
que esté conmigo. No solo que volvamos a estar juntos, sino
que nos hayamos encontrado tras tanto tiempo separados. Yo
nunca fui de creer mucho en el destino, más bien pensaba en
eso de que todo pasa por algo, pero siento que Alain se
interpuso en mi camino gracias a él.
El tiempo ha pasado bastante rápido. Ya solo nos quedan
cuatro horas de trayecto, y aunque mi cuerpo está cansado,
estoy deseando llegar a nuestro destino. Al contrario que en
nuestras anteriores paradas, esta será más breve. Llegaremos
hoy sobre las siete de la tarde y nos iremos en dos días por la
mañana, poniendo rumbo hacia Praga, donde estaremos
también dos días escasos.
Llegamos a Viena a la hora esperada y como tenemos cerca
el apartamento, ni nos planteamos coger un taxi. Estamos en la
calle Weyringergasse, a tres minutos andando desde la
estación.
Escogemos las habitaciones nada más llegar y llevamos
nuestras cosas a la que nos corresponde. Como estamos muy
cansados del viaje, pasamos de cocinar y de ir a un restaurante,
por lo que pedimos unas hamburguesas con patatas y unos
refrescos gracias a una aplicación de comida para llevar.
El apartamento es bastante coqueto. La decoración es
escasa, apenas tiene dos láminas colgadas en las paredes junto
con un mapa de la ciudad en blanco y negro. La cocina está
separada del salón-comedor por una puerta corredera de
madera. Las habitaciones están en el pasillo junto con dos
baños, uno al fondo y otro que forma parte de la habitación
principal. Para dos noches nos llega de sobra.
Unos minutos más tarde, el timbre suena y Laia se adelanta
para abrir la puerta y recoger nuestra comida, dándole al chico
que nos las ha traído el dinero que hace unos minutos
juntamos entre todos.
Cenamos viendo un reality show y nos vamos a dormir en
cuanto recogemos todo. Julia y Laia se meten cada una en un
baño para ducharse y en cuanto sale la primera, Valeria ocupa
su lugar. Alain me cede el puesto cuando Laia termina por lo
que cojo mi pijama, la ropa interior, mi neceser y me voy al
baño. No he tocado el agua cuando escucho la puerta abrirse y
un Alain sin camiseta se cuela en el baño.
—Para el carro. No pienso tener sexo aquí —le digo, pero
él se limita a cerrar la puerta en cuanto entra y apoyarse en el
lavabo.
Me enjabono el pelo y el cuerpo ante su atenta mirada, que
sinceramente, no sé cómo coño no me he matado en la ducha.
Me quito el jabón y en cuanto termino de quitarme el champú
del pelo, me aplico la mascarilla y la dejo reposar un rato
mientras me anudo una toalla a la altura del pecho. Alain se
acerca a mí y me agarra por detrás, quedando mi espalda
completamente pegada a su pecho. Sus labios se dirigen a mi
cuello y lo besan antes de recorrerlo con la lengua y llegar
hasta mi hombro. Su mano me acaricia el muslo y cuando
empieza a ascender y a perderse por debajo de la toalla, me
doy la vuelta como un resorte y lo aparto.
—Me quito la mascarilla y ya puedes entrar, así te das una
duchita fría. —Y sin decir nada más, me meto de nuevo en la
ducha y me termino de quitar la mascarilla antes de volver a
secarme. Alain me mira con socarronería sentado desde el
inodoro y yo no puedo evitar soltar una carcajada al ver su
expresión llena de deseo y enfadada al mismo tiempo. Le doy
un tierno beso antes de salir del baño y lo dejo dentro para que
se duche.
Voy a la habitación con toda la ropa en los brazos y me
cambio en cuanto entro. Agarro el secador y lo pongo a
máxima potencia para acabar antes. Me lo desenredo y, una
vez termino, pongo a cargar el móvil antes de meterme en
cama y esperar a que Alain termine. No tengo que esperar
mucho, ya que unos minutos después, ya lo tengo durmiendo a
mi lado, con su pecho pegado a mi espalda, nuestras piernas
enrolladas y su brazo rodeando mi cintura. Noto su respiración
en mi cuello, y con es ese simple gesto, consigo quedarme
dormida sabiendo que está a mi lado.

La mañana llega demasiado pronto para nuestro bien. Tras


las numerosas horas en el tren, nuestro cuerpo quedó para el
arrastre y aunque hemos dormido diez horas, sigue sin estar al
cien por cien. Además, no quiero separarme de Alain.
Lunes, primer día en Viena y toca disfrutar, por lo que
despierto a Alain con un par de besos y para qué mentir, en
vez de levantarnos, solo conseguimos retrasar más nuestra
salida de la cama.
—Tenemos que levantarnos —susurro sobre de sus labios,
pero él se limita a seguir abrazándome—. Venga, Alain, lo
digo enserio.
—Pasemos de Viena hoy y quedémonos en el apartamento
los dos solos. Por favor. —Su carita de cordero degollado me
hace sonreír y aunque su propuesta es de lo más atrayente,
niego con la cabeza y me arrastro como puedo fuera de la
cama. Le doy un último beso en los labios antes de
desaparecer por la puerta. Voy al baño, me lavo los dientes y
vuelvo a la habitación. Alain está ya vestido con unos
vaqueros negros rotos a la altura de las rodillas y una camisa
blanca de manga corta. Está para comérselo. Una vez yo
también estoy vestida, cojo una chaqueta vaquera y salgo junto
con Alain al salón donde ya se encuentran Valeria y Laia.
—Buenos días. —Le doy dos besos a cada una y me siento
en el sofá a su lado.
—¿Ya estáis?— Julia aparece en el salón a los pocos
segundos y cuando nos ve a todos listos, corre a terminar de
prepararse.
Al final salimos de casa a una buena hora, cogemos unos
cafés para llevar en la primera cafetería por la que pasamos y
seguimos a Laia que es la que sabe bien a donde nos tenemos
que dirigir.

Viena resulta ser una ciudad preciosa. Hemos estado todo el


día de un lado para otro, pero ha merecido la pena. Visitamos
la famosa Ópera Estatal de Viena, el ayuntamiento y un gran
edificio colorido muy famoso de la ciudad llamado
Hundertwasserhaus. Luego comimos en el Mercado de
Naschmarkt y paseamos por el centro de la ciudad viendo
alguna que otra tienda, comprando algún recuerdo para
nosotras y nuestras familias y tomando algo al lado de la Plaza
de San Esteban. Mañana tenemos pensado entrar en la
Biblioteca Nacional de Austria y si puede ser en el Museo de
Historia del Arte.
Nada más llegar al apartamento, nos ponemos con la cena.
Ponemos música y como nos gusta mucho Eurovisión a las
cuatro, ponemos Nobody but you, la canción que representó
Austria este año y además, nos encanta y es de nuestras
favoritas. Cenamos tranquilos y una vez terminamos, me
encargo de repartir el helado para todos y nos sentamos como
podemos en el sofá para ver una peli hasta que estamos
cansados y nos vamos cada uno a nuestra habitación.
—Toma. —Alain me tiende una de sus camisetas y yo me
la pongo sin rechistar porque me encanta llevar su ropa. Me
quedo solo con ella y con la ropa interior y me meto en la
cama corriendo porque hace bastante fresquito a esta hora de
la noche.
Alain me pega a su pecho, como siempre, y yo me relajo al
instante.
—Sé que Matteo fue al apartamento el sábado. —Me giro
entre sus brazos y quedamos cara a cara.
—No sabía si decírtelo o no.
—No pasa nada, Giselle. Lo que me importa es que cuando
salí de la habitación tenías los ojos rojos e hinchados. Quise
preguntarte el por qué, pero preferí dejarlo estar para que
disfrutaras de la última tarde en Florencia.
—Fue solo que me dijo que me quería y que sabe que
siempre estuvo alguien por delante de él.
—Entiendo.
—¿De verdad?
—Claro. Sé que eres irresistible. Yo también lo soy. —
Suelto una carcajada y me pego más a él. Me besa en la sien y
me abraza con fuerza—. Sabes que puedes contar conmigo
para lo que quieras.
—Lo sé.
—Vale, me quedo más tranquilo. Ahora a dormir. —Acerca
sus labios a los míos y me besa con dulzura.
Me giro de nuevo entre sus brazos, quedando de espaldas a
él y cierro los ojos esperando a que Morfeo me lleve con él.
Capítulo 24
Alain

Praga, julio 2018

Nos despedimos de Viena tras haber pasado dos días cortos


pero intensos. La cuidad nos sorprendió a todos para bien,
dejándonos con ganas de volver en un futuro.
Llegamos a Praga cuatro horas más tarde y nos vamos
directos a una cabina que se encuentra dentro de la estación
para cambiar el dinero que sacamos ayer en Viena.
Tras acabar, y como nuestro apartamento no está cerca,
cogemos un taxi. La ciudad nos recibe con el cielo
completamente cubierto de nubes, incluso amenaza con caer
alguna que otra gota, pero no nos importa. Decidimos ir a un
supermercado en cuanto terminamos de colocar todo en el
apartamento. Compramos lo básico para comer y cenar hoy,
además de coger algo también para desayunar estos dos días
que vamos a estar aquí.
Una vez terminamos de comer, descansamos una horita y
nos vamos a visitar la ciudad. No nos sobran los vaqueros
largos ni la sudadera, pero reconocemos que es el clima
perfecto si queremos estar toda la tarde paseando. Tiramos
hacia el norte y pasamos por el famoso Reloj Astronómico de
Praga hasta llegar a la que se llama Ciudad Vieja, donde
paramos a tomar un café cerca de la plaza. Pasamos por la
torre de la Pólvora, el antiguo Cementerio Judío y la Casa
Municipal hasta que nos damos cuenta de que empieza a
anochecer y volvemos hacia el sur no sin antes pasar por la
famosa casa Danzante.
Hoy hemos estado en la parte este de la ciudad, pero
mañana cruzaremos el río Moldava y visitaremos la otra orilla.
Queremos ver el Muro de John Lennon, la Isla Kampa y la
Basílica de San Jorge, entre otras muchas cosas.
Me fijo de nuevo en Giselle que lleva todo el día algo
cabizbaja, le he preguntado varias veces qué le pasa pero
siempre me esquiva la pregunta con un “nada” que a mí no me
convence. Dejo lo que estoy haciendo y me sitúo a su lado. Le
cojo la mano y entrelazo nuestros dedos para llevarla hacia el
salón.
—¿Qué te pasa?
—Estoy bien, Alain.
—Pues no me da esa sensación. Llevas todo el día vagando
como un alma en pena.
—Me duele mucho la cabeza y creo que estoy empezando a
coger fiebre. —Poso mis labios sobre su frente, como hacía mi
madre cuando era pequeño, y compruebo que está bastante
caliente. Tiro de ella hacia el sofá y le pido que se tumbe. Lo
hace a regañadientes y yo le quito las deportivas antes de
taparla con la manta que descansa sobre la mesa auxiliar del
salón. Me agacho para quedar a su altura, acaricio su rostro y
beso su frente.
—Voy a prepararte algo ligero para cenar y después te
tomas un paracetamol, a ver si así conseguimos que se te pase
el dolor. —Asiente sin decir nada y me levanto para ir hacia la
cocina.
Informo a las chicas nada más llegar y las tres salen para
ver a Giselle. Íbamos a hacernos unos sándwiches completos,
pero va a ser mejor que ella no tome esa bomba, por lo que le
hago uno mixto que es más ligero y lo acompaño con un vaso
de agua del tiempo para que no le caiga mal en el estómago.
Come en silencio y a bocados pequeños, pero lo importante
es que el apetito no lo ha perdido y no siente ganas de vomitar.
Cuando acaba, vuelvo a pedirle que se tumbe y la tapo de
nuevo antes de recoger todo y ponerme a cenar.
—Alain. —Oigo su voz desde la cocina y corro casi
literalmente a donde está, preocupado por si me dice que se
siente peor.
—Dime. ¿Te encuentras mal?
—No, creo que estoy mejor. Gracias
—Me alegra oír eso.
—¿Podrías hacerme un favor?
—El que quieras.
—Ven aquí cuando acabes, quiero que estés conmigo.
—En menos de un minuto me tienes de vuelta.
Termino el poco sándwich que me queda y lavo mi plato a
la velocidad de la luz. Voy de nuevo a donde está y me recibe
con una sonrisa, que consigue que me enamore un poco más
de ella.
—Tengo un plan mejor que estar aquí —le digo antes de
cogerla en brazos. La llevo a la habitación y la tumbo con
sumo cuidado sobre la cama. Voy hacia donde están las
maletas y abro la mochila donde guardo el portátil. Lo saco de
su funda y conecto el cargador al ver que casi no tiene batería.
Me siento a su lado y me tomo unos minutos para conectarme
a la wifi, abrir Internet y entrar en Netflix para que podamos
ver una película.
—Cartas a Julieta, porfa. —Me mira con carita de pena y
no puedo negarme. Habré visto esta peli con ella unas mil
veces, pero no me importa verla una vez más si con eso
consigo que se encuentre mejor. Apoyo el portátil en mis
mulsos y la atraigo a mí, consiguiendo que quede apoyada
sobre mi pecho.
En cuanto termina, recojo todo y lo dejo como estaba antes
de volver a su lado y abrazarla por detrás, pegando su espalda
a mi pecho y enterrando mi rostro en el hueco de su cuello,
rozando con la nariz su cabello. Inspiro el aroma que este
desprende y no necesito nada más para quedarme dormido.
La melodía de mi tono de llamada me despierta a las tres y
media de la madrugada. Leo el nombre de Carlos en la
pantalla y maldigo antes de descolgar.
—¿Sí?
—Hola, Alain. Siento llamarte a estas horas, pero tenía que
decirte que tu madre está en el hospital. —Me incorporo de
golpe en la cama y siento que mi corazón se para.
—¿Cómo que está en el hospital? ¿Qué pasó?
—Tranquilo, está bien. De hecho, acabo de verla hace unos
minutos y estaba dormida, por lo que no te preocupes. Me
llamó sobre las ocho de la tarde diciéndome que se encontraba
mal y que apenas podía respirar. Cogí el coche y fui corriendo
a buscarla para llevarla al hospital. Participé en las pruebas
que le hicieron y todas han salido bien. La tensión la tenía un
poco baja, pero nada que no se haya solucionado ya. Va a estar
dos días en observación pero tranquilo que está bien y yo no
me moveré de su lado.
—Mañana en cuanto pueda estoy ahí. Por mucho que no
haya sido nada, mi madre está en el hospital Carlos, tengo que
ir a verla.
—Como quieras, Alain, pero te prometo que está bien. No
te mentiría con algo así. Tu madre ha pasado por cosas peores.
—Lo sé, pero no se hable más. Voy a buscar el vuelo más
próximo y después te envío un mensaje con el horario para ver
si me puedes ir a recoger.
—Perfecto, tío. Hablamos.
—Hasta mañana, Carlos y gracias por avisarme.
—No se dan. Hasta mañana.
Cuelgo y dejo el móvil en la mesilla antes de levantarme
corriendo de la cama y encender de nuevo el portátil. Busco en
diferentes compañías aéreas un vuelo económico para Madrid,
pero la verdad es que no hay mucho donde elegir, así que
compro uno que sale de Praga a las once y veinticinco de la
mañana y llego a Madrid tres horas más tarde. En cuanto pago
el billete, le envío un mensaje a Carlos que, con suerte, entra a
las cuatro de la tarde a trabajar y me puede ir a buscar.
No consigo pegar ojo en toda la noche. El único momento
en el que conseguí echar una cabezadita, mi mente se inundó
de pesadillas. Me fijo en la hora: son las siete y media de la
mañana. Me levanto de la cama intentando no despertar a
Giselle y me acerco a la cocina. Me preparo un café y a los
pocos minutos, escucho una puerta abrirse y cerrarse y una
Julia somnolienta aparece en la cocina.
—¿Qué haces despierta tan temprano?
—Me apetecía un café y tenía hambre. ¿Y tú?
—No he podido dormir mucho hoy.
—Giselle te tiene agotado ¿eh?
—No es eso. Hoy vuelvo a Madrid. —Deja de hacer lo que
está haciendo y se centra en mí.
—¿Cómo? ¡Pero si aún nos queda mucho viaje por delante!
—Lo sé, pero mi madre ingresó ayer en el hospital.
—Hostia. ¿Y cómo está? Sé por Giselle que tiene un
problema cardíaco.
—Está bien, solo ha sido un susto, pero quieren mantenerla
un par de días en observación.
—Creo que es lo mejor. Además, si ves que está bien,
puedes volver en unos días con nosotras. No creo que Giselle
aguante mucho sin ti. Por cierto, ¿cómo está? Ayer iba por el
apartamento como un alma en pena.
—Está mejor, por lo menos ha dormido toda la noche del
tirón.
—Guay.
Tomamos el café en silencio y unos minutos más tarde,
aparecen Laia y Valeria por la puerta. Las pongo al tanto de mi
partida y ellas se alegran al saber que mi madre está bien.
Como Julia, me dicen que vuelva en cuanto pueda y yo sonrío
porque les he cogido mucho cariño en todos estos días. Las
dejo a las tres hablando y voy hacia la habitación que
comparto con Giselle. Me siento a su lado y acaricio su rostro
con los dedos antes de agacharme y besarla en los labios. Me
corresponde a él sin abrir los ojos y me atrae más a su cuerpo.
—Así da gusto despertarse —susurra sobre mis labios,
cuando nos separamos buscando un poco de aire. Sonrío y
beso su frente, antes de apartar unos mechones rebeldes de su
rostro.
—Tengo que comentarte una cosa.
—Soy toda oídos.
—Hoy vuelvo a Madrid.
Mis palabras hacen que se incorpore en la cama y me mire
con estupefacción.
—Mi madre está en el hospital y quiero estar con ella. Está
bien, no te preocupes, pero quiero ir a verla —le digo antes de
que me pregunte nada. Su rostro forma una mueca de tristeza
que se me atraganta un poco porque sé lo mucho que quiere a
mi madre.
—¿A qué hora te vas?
—Mi avión sale a las once y veinticinco. En unos minutos
tengo que coger un taxi que me lleve, no quiero ir muy justo
de tiempo porque no me conozco el aeropuerto y no quiero
sorpresas.
—Te acompañaremos.
—Como queráis.
Recojo mis cosas y llamo a un taxi. Laia y Valeria se
quedan en el apartamento porque no entramos todos, así que
me despido de ellas antes de salir. Les prometo que las avisaré
en cuanto llegue y sepa algo de mi madre y las abrazo con
fuerza.
Hay bastante tráfico y el aeropuerto no es que esté
especialmente cerca de nuestro apartamento por lo que
tardamos casi una hora en llegar. Pago al taxista y nos bajamos
todos. Caminamos hacia la zona del control de seguridad y nos
paramos enfrente de esta. Abrazo a Julia para después atraer a
Giselle a mis brazos y besarla.
—No te olvides de llamarme en cuanto llegues, ¿vale? Y
avísame en cuanto estés con tu madre.
—Lo haré.
La beso de nuevo y me dirijo al control. Una vez lo paso, sé
que no hay marcha atrás. Me doy la vuelta y las veo a las dos
al otro lado, diciéndome adiós con la mano por lo que hago lo
mismo y me pierdo por los pasillos de este enorme aeropuerto.
Capítulo 25
Alain

Madrid, julio 2018

Mi avión aterriza veinte minutos más tarde de lo previsto, pero


lo importante es que ya estoy en Madrid. Bajo la maleta de
mano de la cabina y espero lo más paciente que puedo a que la
gente que tengo delante vaya saliendo. Avanzo por la terminal
hasta llegar a la puerta de salida. Recorro con la mirada a toda
la gente que se agolpa en la puerta y no necesito mucho
tiempo para dar con Carlos, que no se encuentra solo. Camino
a paso rápido hasta él y nos fundimos en un abrazo. Parece que
llevamos años sin vernos.
—Te veo bien. —Su sonrisa me calma un poco y poso mi
mano en su hombro.
—Tú tampoco estás mal. ¿Qué tal, Lucía? —saludo a su
acompañante con dos besos y los tres avanzamos hacia el
aparcamiento.
Lucía es la “compañera” de Carlos desde hace un par de
semanas. Es muy guapa, todo hay que decirlo. Tiene los ojos
de color miel y el cabello de un tono castaño claro, pero lo
importante es que es una persona muy caso y paso a ocupar el
sitio al lado de mi amigo.
Saco el móvil del bolsillo de mis vaqueros y le envío un
mensaje a Giselle para que sepa que he llegado sano y salvo.
agradable.
—Ponte tú en el asiento de copiloto, Alain, que yo me
quedo a mitad de camino — me dice en cuanto llegamos al
coche, por lo que le hago.
Acabo de llegar a Madrid, ya estoy con Carlos y nos vamos al
hospital.
Luego hablamos ¿vale?
Disfruta de tu último día en Praga y dale un saludo a las chicas.

Su respuesta no tarda en llegar y me hace sentir una


punzada de nostalgia porque daría lo que fuera por tenerla
ahora conmigo.
Mi amigo deja a Lucía en su trabajo y unos minutos
después, me acompaña hasta casa para que deje todas mis
cosas. Cojo el coche del garaje y salgo detrás de él rumbo
hacia el hospital. Carlos aparca en su plaza correspondiente
debido a que trabaja allí mientras yo me mato a buscar un
sitio, que por suerte, aparece después de dar un par de vueltas
por los alrededores. Me lo encuentro esperando en la puerta y
subimos los dos a la tercera planta que es donde está mi
madre.
Entro en la habitación 340 y me la encuentro leyendo. Alza
la mirada como si sintiera mi presencia y no puede evitar
sonreír. Camino hacia la cama y me siento a su lado para
atraerla a mis brazos. Se deja hacer, como siempre, y me
aprieta fuerte mientras me acaricia la espalda con una mano y
la nuca con la otra.
—Te vas a enterar cuando salga de aquí —le dice a mi
amigo, que se encuentra de pie detrás de mí. Suelto una
carcajada porque la cara de mi madre enfadada impone, pero a
Carlos solo consigue hacerlo reír.
—Lo siento María, pero si no lo llego a avisar, el que me
mata es él. Voy a coger unos sándwiches en la cafetería y
ahora subo.
Carlos desaparece de la habitación y mis cinco sentidos
vuelven a centrarse en la mujer que me dio la vida. Está algo
pálida, aunque las mejillas las sigue teniendo sonrosadas. Se le
notan bastante las ojeras, y no me extraña porque, si ayer llegó
de noche, seguro que apenas ha podido dormir. Cojo su mano
por encima de la sábana y la acaricio, está fría, pero mi madre
siempre las tiene congeladas por lo que no me preocupa.
—Estoy bien, así que ya puedes irte hijo.
—¿Acabo de llegar y ya me quieres echar?
—Es que tu sitio no está aquí, sino allí con ella. Y lo sabes.
Lo que pasa es que eres demasiado cabezón y has tenido que
venir a ver si estaba todo controlado.
—Mamá, aunque no me creas, te echaba de menos.
—Y yo a ti, Alain, pero ya estás volviendo a hacer las
maletas para irte. Te mereces estas vacaciones. Dos días
después de que te marcharas hablé con Jaime y me dijo lo duro
que fueron estos últimos meses en el trabajo. Él tampoco está
al cien por cien, se lo noté en la voz, pero lo dejé estar. Ya
sabes lo orgulloso que es.
—Lo sé. Tranquila mamá que volveré, pero en unos días.
Mañana se van de Praga hacia Berlín y después a Inglaterra
para terminar en Dublín.
—Ya sé por dónde vas.
—Mamá, no empecemos.
—¡Pero si yo no he dicho nada! —Cuando se hace la
indignada me pone de los nervios. No la conoceré yo ni nada.
Si es que la veo venir a kilómetros.
—Volver allí sería como retroceder cuatro años y no estoy
por la labor. Iré directo a Dublín y ya.
—Sé lo mucho que te afectó aquello, a mí también.
Empeoré por culpa de aquella maldita carta, Alain, pero no
podemos estar toda la vida andando de puntillas.
Me quedo callado y por más que intento pensar en otra
cosa, los recuerdos llegan a mi mente como balas de guerra:
rápidas y dolorosas. Recuerdo la mañana en la que me llamó
mi madre llorando por la llegada de aquellos documentos, las
múltiples llamadas con el abogado, los cinco meses luchando
por conseguir que a mi madre no le quitaran un jodido euro y
los viajes que me volvían cada vez más impertinente.
En ese momento, Carlos entra en la habitación y consigue
que me centre en él y en mi madre de nuevo. Como no,
siempre salvando la situación.

Paso toda la tarde con mi madre hasta que llega


nuevamente mi amigo de su turno.
—¿Cómo estás, María? —pregunta nada más entrar por la
puerta. Se inclina a darle dos besos y pasa a sentarse en la
butaca que está libre.
—Bien, pero estaría mucho mejor si convencieras a mi hijo
de que vaya a casa, coma algo y se duche. Lleva aquí muchas
horas.
Carlos niega con la cabeza, clavando su vista en el regazo
mientras una sonrisa nada agradable para mi vista se asoma en
sus labios.
—María, deberías saber que hablar con tu hijo es como
hablar con la pared. Pero te voy a dar la razón en que debería
irse a tomar un poco el aire.
Mi madre y él comparten una mirada cómplice antes de
clavar sus ojos en mí.
—Vete, Alain, no quiero tener que enfadarme contigo en
esta situación.
—Hazle caso a tu madre por una vez en la vida, tío.
Suspiro resignado y me levanto de la cama.
—Me voy pero para no aguantaros más. Sois un incordio.
Me despido de ambos, prometiéndoles volver lo más rápido
posible, y salgo del hospital. Respiro aire puro nada más
traspasar la puerta y me quedo plantado en la acera. Odio los
hospitales.
Camino hacia el coche, y una vez dentro y más relajado,
recuerdo la primera vez que mi madre enfermó. Tenía trece
años, me pasé dos días enteros en el hospital al cuidado de las
enfermeras que no encontraban una solución para mí en
aquellos momentos. Mis abuelos maternos murieron antes de
que yo naciera y mi bisabuela vivía en Francia por lo que no
podía pedirle que viniese a hacerse cargo de mí. No tenía tíos
por parte de madre y por parte de mi padre sabía que tenía dos,
pero a los que apenas había visto en esos trece años. Mi padre
no estaba con nosotros por lo que solo estábamos mi madre y
yo contra todo. Y la verdad es que no me importaba porque
tenía a la persona más fuerte, amable y maravillosa del mundo
a mi lado.
Cuando llego a mi apartamento no pierdo el tiempo y me
meto en la ducha. Dejo que el agua tibia bañe mis músculos y
los desentumezca un poco, porque entre la mala noche que
pasé ayer, el viaje a prisas hasta aquí y la tarde entera en el
hospital, siento que podría romperme en cualquier momento.
Me lavo el pelo y me enjabono todo el cuerpo y después me
aclaro, dejándome estar más tiempo de lo necesario bajo el
chorro del agua. Salgo y me anudo una toalla a las caderas y
con otra me quito la humedad del pelo. Recorro el pasillo
hasta mi habitación dejando un reguero de agua a mi paso. Si
mi madre me viese haciendo esto me mataría. Alcanzo un
bóxer negro de la mesilla y me lo pongo para después vestirme
con unos vaqueros y una camiseta básica de color verde
militar. Me preparo un sándwich con lo poco que tengo en la
nevera y salgo pitando de casa para volver junto a mi madre.

Cuando le dan el alta, respiro aliviado porque esto podría


haberse complicado bastante, así que es motivo de alegría.
Aunque nos llevamos un susto porque ayer le subió la tensión
y se tuvo que quedar un día más de lo esperado, pero por
suerte ya está todo controlado. Tras coger los papeles y
solicitar alguna que otra cita para ver cómo avanza, nos
marchamos del hospital. La acompaño a casa y yo voy a mi
apartamento a coger una muda para llevar a su piso y así
dormir en el que era mi cuarto antes. No quiero que pase esta
noche sola, no vaya a ser que recaiga y eso es algo que suele
sucederle bastante.
Al llegar de nuevo a Getafe, la encuentro de pie en la
cocina, para no variar, porque mi madre lo de “guardar
reposo” no lo lleva bien desde nunca, todo hay que decirlo.
Mueve con brío la cuchara dentro de una olla y no voy a negar
que huele que alimenta.
—Mamá, necesitas descansar.
—No vengas a decirme lo que tengo que hacer o no,
señorito, sé cuidarme sola.
—Lo sé, pero no me haría ni puñetera gracia tener que
volver al hospital contigo hoy.
—Esa boca, Alain.
Pongo los ojos en blanco y salgo de la cocina porque esta
mujer a veces es más cabezota que yo. Enciendo la televisión
para ver las noticias del día, pero cuando empiezo a ver que
como siempre, son todo desgracias, la apago y pongo la mesa.
Mi móvil suena desde el bolsillo de mis vaqueros, lo cojo y
compruebo que es un mensaje de Carlos para vernos hoy.
Tengo turno de mañana,

así que a partir de las cinco soy libre.


¿Te viene bien tomar unas cervezas sobre las siete?

Le contesto con un vale y abro otro chat. El de Giselle. No


puedo evitar ir a su foto de perfil. Sale sonriendo de esa
manera que me vuelve loco, de espaldas a la Torre Eiffel. Está
preciosa. Cuando quiero darme cuenta, estoy tecleando con
rapidez. La echo de menos. Cada hora que pasa aumentan las
ganas de verla.
No sabes cuánto te echo de menos

Le doy a enviar y a los pocos segundos, llega su respuesta:


No más que yo a ti. Vuelve.

Sin ti este viaje no es lo mismo.

Sonrío sin poder evitarlo y tecleo un nuevo mensaje y


seguimos así durante un par de minutos hasta que me despido
de ella porque tiene que disfrutar de su segundo día en Berlín
y no estar atenta a mí.
Solo pienso en volver a estar a su lado, en entrelazar
nuestros dedos y en recorrer las calles que se nos pongan por
delante, ya sean las de París, Praga o Berlín. Yo voy de su
mano al fin del mundo si hace falta.
Capítulo 26

Berlín, agosto 2018

La Puerta de Brandeburgo se alza ante nosotras,


convirtiéndonos en diminutas hormigas a su lado. Nuestro
primer despertar en Berlín ha sido caótico. Un completo
desastre. La caldera del apartamento no funcionaba, todas
queríamos darnos una ducha y por si fuera poco, la cafetera
tampoco tenía ganas de ir. Hemos llamado a la empresa que
alquilaba el apartamento y se nos han presentado veinte
minutos más tarde pero con demasiada parsimonia. Julia y yo
hemos intentado comunicarnos en inglés con ellos, pero sin
resultado. Con la tontería, teníamos pensado salir a las nueve y
media como muy tarde, y hemos acabado saliendo a las doce
menos veinte de la mañana. Hemos cogido un taxi para así
recuperar unos minutos y, por suerte, llegamos a la Plaza de
París diez minutos más tarde. Andando nos hubiese llevado
unos cuarenta, más o menos, por lo que no lamentamos el
dinero gastado.
La plaza está atestada de gente, ya sean de la ciudad o de
fuera, pero cuesta moverse. Y ni que hablar de hacer una foto
sin que salgan unas cuarenta personas por detrás. Recorremos
el lugar de una esquina a otra parándonos en cada rincón para
poder contemplar todo desde perspectivas distintas.
Hoy teníamos pensado a parte de ver esto, ir al Monumento
a los judíos que fueron asesinados en Europa, víctimas del
Holocausto nazi. Además de ir a ver el Muro de Berlín, que
está cerca de donde nos encontramos o la catedral.
Después de ir al muro decidimos ir a comer y luego nos
damos el lujo de ir a tomarnos unos helados de postre. Reviso
el móvil por si Alain me ha escrito un mensaje pero me
encuentro el WhatsApp vacío, sin contar los mensajes que
tengo de mi madre. Los respondo y guardo el móvil de nuevo
en mi mochila.
El día pasa más rápido de lo que queremos, ya que estamos
disfrutando muchísimo de esta ciudad, hasta que una tormenta
de verano nos sorprende a cinco minutos de llegar a nuestro
apartamento. Corremos como si alguien nos persiguiese, pero
no sirve de nada ya que llegamos caladas de pies a cabeza.
Vamos cada una a nuestra habitación para deshacernos de la
ropa mojada y no pillar el trancazo del siglo y nos turnamos
para ir a la ducha. Esto último se nos va de las manos porque
todas estamos congeladas y queremos meternos bajo el chorro
del agua, pero como las cuatro no cabemos, toca ir de una en
una. Me ceden el primer turno porque hace dos días estaba que
no podía ni moverme y tardo cinco minutos escasos en
terminar y en dejar el baño libre para la siguiente.
Me dirijo a la cocina y como he sido la primera, me pongo
con la cena. Mientras Julia y yo estábamos esta mañana con
los responsables del apartamento intentando solucionar el tema
de la caldera, las demás aprovecharon en ir a hacer la compra.
—¿Cómo está la madre de Alain, G? —la pregunta de Julia
justo cuando nos hemos sentado a cenar no me sorprende,
porque lleva estos dos últimos días preguntándome lo mismo.
Bueno, Valeria y Laia también. Me alegra saber que le tienen
cariño a Alain y que se preocupan por él y por su madre tanto
como yo.
—Está mejor. Ayer le dio una subida de tensión y quisieron
tenerla un día más en observación, pero hoy ya la han
mandado para casa, así que son buenas noticias. Alain se va a
quedar esta noche con ella porque anda preocupado, pero
seguro que esto que pasó solo ha sido un susto.
—Alain es una persona increíble. Tienes suerte de tenerlo.
—Lo sé. Me siento muy afortunada.
—Él también tiene suerte de tenerte, G, no te vayas a
pensar que tú eres menos que él. Todo lo contrario, eres mucho
más. —Julia acompaña sus palabras cogiéndome la mano y
dándome un apretón.
Recuerdo esas palabras. Cuando lo dejamos, me pasé
semanas diciendo que se había ido con otra. Que yo solo era
una cría insegura e imbécil y que se había cansado de mí. Lo
pasé mal y la verdad, es que no tenía motivos porque sabía de
sobra que Alain no era de esos, pero a veces el dolor te nubla
la mente y no sabes ni lo que piensas.
Laia y Valeria me miran también sonrientes y yo pienso que
sí, que soy afortunada, pero no solo por tener a Alain, sino
también por tenerlas a ellas en mi vida.
—Gracias, chicas. Pero ahora dejemos los dramas a un lado
y centrémonos en la cena.
Terminamos de cenar hablando del plan de mañana, como
llevamos haciendo todo este tiempo. Laia es la encargada de
tomar nota en su libreta de viaje para que así no se nos olvide
nada ya que, en viajes tan exprés como este, tienes que tener el
tiempo muy bien controlado.
Julia se ofrece para lavar los platos porque según ella, no ha
movido ni un dedo para poner la mesa ni mucho menos para
cocinar, así que mientras las demás recogemos, ella se planta
en el fregadero.
—Ey ¿y si vemos una peli? Yo aún no tengo sueño. Y
además es temprano —nos comenta mientras aclara la vajilla y
todas estamos de acuerdo. Le ayudamos a secar los platos y
colocar todo en su sitio antes de volver al salón. Me pierdo por
el pasillo y entro en mi cuarto para coger el portátil y el cable
para conectarlo a la televisión. Abro Netflix y entre las cuatro
buscamos algo que nos guste, lo cual es difícil porque aquí
cada una tiene sus gustos y no hay manera de encontrar algo
acorde a todas. Al final optamos por un clásico del cine
español que es Ocho apellidos vascos y que nos gusta bastante
a todas. Una comedia es la mejor opción para estos momentos.
No hemos llegado a ver la mitad de la película cuando mi
móvil empieza a vibrar en mi muslo. El nombre de Alain
aparece en la pantalla y yo me levanto del sofá y voy a mi
habitación sin decir nada. Descuelgo y no es a él a quien
escucho al otro lado de la línea.
—Hola, cariño. —La voz de su madre me saluda tan dulce
como siempre. Sorprendida pero feliz al mismo tiempo, busco
las palabras para contestarle.
—Hola, María. ¿Cómo estás? Menuda sorpresa.
—Estoy bien, cielo, aunque espero que consigas llevarte a
mi hijo pronto de aquí porque no me deja ni respirar. —Suelto
una carcajada sin poder evitarlo, porque no solo la conozco a
ella, sino también conozco a mi chico y sé lo protector que
puede llegar a ser con su madre.
—Agradece que esté solo él allí, porque si llego a ir yo
también, ibas a querer tirarte por la ventana.
—Sois unos exagerados. Yo estoy bien.
—Estás bien ahora, pero hace unos días nos diste un susto
de muerte a todos.
—Lo sé. Y eso que le dije a Carlos que no os llamara, pero
no me hizo caso. Cuando lo pille mañana se va a enterar.
Bueno, tesoro, te paso con mi hijo porque me está mirando de
una forma muy extraña y siento que me va a quitar el teléfono
de un momento a otro.
—Está bien. Cuídate mucho, María, y espero verte pronto.
—Tú también, preciosa, y ya sabes que las puertas de mi
casa siempre han estado abiertas para ti. —Sus palabras me
instalan un nudo en la garganta y parpadeo con rapidez para
intentar no derramar ni una lágrima.
Siempre recordaré los días siguientes a mi ruptura con
Alain cuando iba a verla intentando descubrir algo, pero solo
me encontraba a una María que no conocía. Estaba triste.
Completamente destrozada. Y lo peor es que no lograba
animarla. La estuve visitando dos meses seguidos hasta que un
día llegué a su piso en Getafe y no me abrió nadie la puerta.
No había ningún vecino a quien preguntarle y terminé
desistiendo tras un par de intentos más. Temí lo peor. Pensaba
que no quería volver a verme, por lo que me alejé.
La voz de Alain consigue que vuelva a la realidad y lo
saludo en cuanto me recupero.
—¿Está bien de verdad? —le pregunto nada convencida,
porque María con tal de no preocupar a los que tiene al
rededor, es capaz de decir que está bien aunque le duela todo
el cuerpo.
—Está estable que es lo importante. Hoy pasaré la noche
con ella y mañana será otro día. Si veo que todo va bien,
volveré a mi piso y así le dejo un poco de espacio para que se
recupere poco a poco.
—Me parece una buena idea. Espero que pase buena noche.
—Desde que llegamos a casa la veo bien. Incluso tuve que
frenarla porque ya quería poner una lavadora y no sé qué más.
Cualquiera diría que ayer estaba tumbada en la cama de un
hospital.
—Parece mentira que no conozcas a tu madre. Es más
fuerte que tú y yo juntos, Alain.
—Lo sé. A veces me da miedo. ¿Cómo ha ido el día en
Berlín?
—Mejor de lo que esperábamos. Hicimos bastantes cosas a
pesar de que tuvimos un problemilla.
—¿Qué problemilla?
—No nos funcionaba la caldera por la mañana y tuvieron
que venir los de la compañía con un fontanero a que la
arreglaran. La cafetera cabe destacar que también quiso
tomarse unas vacaciones.
—¿Y ya está bien?
—Sí, todo en orden.
—Me alegro. Oye, ¿cuánto tiempo vais a estar en
Inglaterra?
—Pues mañana es nuestro último día en Berlín por lo que
llegamos a Inglaterra en dos días y nos quedamos tres más. Un
total de cuatro días, vamos.
—Vale. Bueno, yo voy a estar unos días pendiente de mi
madre y arreglando unas cosas del trabajo pero si queréis
estaré con vosotras en la última parada.
—¿Eso quiere decir que vas a estar en Dublín los últimos
cuatro días del viaje?
—Sí, señorita, eso es lo que quiero decir.
—¡Me encanta! Aunque es una pena que no puedas venir
antes. Te echo de menos.
—Y yo a ti, cielo, no sabes cuánto. Si de mí dependiera ya
me tendrías mañana allí, pero el deber me llama.
—Esperaré paciente por ti, no te preocupes.
—Espero que no se te acerquen muchos alemanes o
ingleses, sino tendré que vérmelas con ellos.
—Ya pueden llegar franceses, alemanes, ingleses o
americanos que yo siempre te voy a elegir a ti.
—Me alegra saber eso porque yo solo tengo ojos para ti
desde hace cuatro años. Y siempre serás la única para mí.
Siempre.
Hablamos casi media hora más hasta que noto su voz
somnolienta y le pido que se vaya a dormir.
—Mañana te llamo sobre esta hora, ¿vale?
—Esperaré esa llamada. Mándame un mensaje en cuanto te
despiertes diciéndome como está tu madre.
—Vale. Buenas noches, Giselle. Te quiero.
—Yo también te quiero.
Cuelgo con una sonrisa de boba importante y me tumbo en
la cama mirando al techo de la habitación. No escucho ningún
ruido fuera por lo que seguramente la peli ya terminó y están
todas durmiendo. Desbloqueo el móvil y abro el reproductor
de música. Tardo un poco en encontrar la canción que busco,
pero en cuanto la tengo delante, le doy al play y bajo el
volumen para no despertar a nadie.
Los primeros acordes de This is me salen del altavoz de mi
teléfono inundando la habitación de manera suave y paulatina,
sin llegar a sonar estridente. Yo me relajo y escucho el
estribillo con una sonrisa.
When the sharpest words wanna cut me down
I’m gonna send a flood, gonna drown them out

I am brave, I am bruised
I am who I’m meant to be, this is me.

Look out cause here I come


And I’m marching on to the beat I drum
I’m not scared to be seen

I make no apologies, this is me.


Cuando esta termina, le sigue otra y luego otra, y no llego a
terminar de escuchar la cuarta, porque Morfeo, ya me ha
llevado con él.
Capítulo 27
Alain

Madrid, diciembre 2014

En cuanto termino de hablar con Ada, cuelgo y me pongo en


marcha. Llevo semanas planeando esto y rezo cada día para
que salga bien. Creo que hasta mi madre lo hace. Pensaba que
me iba a costar más convencer a Ada y a Luis, pero por suerte,
me lo han puesto muy fácil. Giselle tiene unos padres
increíbles y me alegra saber que tengo su cariño y apoyo al
igual que ellos tienen el mío.
Meto todo lo necesario en el maletero tras un par de viajes
del apartamento al coche y son las siete y media de la mañana
cuando arranco el motor y me pierdo por las calles de Madrid
para llegar a casa de Giselle. El sol empieza a dejarse ver entre
los edificios y hace un frío del mil demonios, pero a estas
alturas del año es algo normal. Incluso llegó a nevar hace dos
días, aunque ahora ya no queda ni rastro.
Quedé de mandarle un mensaje a Ada nada más llegar así
que, en cuanto estaciono el coche frente al portal, es lo
primero que hago. Esta sale por la ventana y me saluda con la
mano mientras sonríe y me hace un gesto para que espere. Lo
hago pero bajo del coche para esperar fuera. Escucho la
melodía de Don’t look back in anger sonando desde el interior
del vehículo y cuando levanto la vista, me encuentro con la
sonrisa de Ada y la cara de sorpresa de Giselle. Esta última
agarra con fuerza una bolsa de deporte azul turquesa en la
mano derecha y un pequeño bolso marrón cuelga de su otro
hombro. Su madre la sujeta por la cintura y ambas empiezan a
caminar en mi dirección. Le doy dos besos a Ada y luego pego
los labios de Giselle a los míos, consiguiendo que se ruborice
porque odia que la bese delante de sus padres.
—¿Alguno de los dos me va a explicar que pasa aquí? —
pregunta mirándonos tanto a mí como a su madre de manera
inquietante. Suelto una carcajada sin poder evitarlo y la pego a
mi pecho.
—Tú te vienes conmigo.
—¿A dónde?
—Eso ya lo verás en unas horas.
No dejo que me replique nada más, cojo su bolsa y la meto
en el maletero. Me despido de su madre y consigo que ella
haga lo mismo sin rechistar.
—Pasadlo bien, chicos. Y Alain, cualquier cosa me dices
¿vale?
—Eso está hecho, Ada, gracias. En cuanto lleguemos te
avisamos.
—Perfecto.
Le da un beso a su hija en la frente y se despide de nosotros
con la mano mientras yo piso el acelerador y pongo rumbo a
nuestro destino: Galicia.
Giselle se queda dormida la primera hora de trayecto, pero
después es incapaz de volver a pegar ojo. Está nerviosa, lo sé,
y lo intuyo por sus gestos. No deja de retorcer sus manos en el
regazo, toquetear el móvil y mirar por la ventanilla. A veces
me odio un poquito por estar haciéndola sufrir, pero como no
dejo de pensar en otra cosa que no sea llegar a nuestro destino
para tenerla unos días para mí, se me pasa rápido. El sonido de
la radio es lo único que nos acompaña junto con el sonido del
motor y de las ruedas sobre el asfalto.
A las casi tres horas de trayecto, paramos a desayunar ya
que va siendo hora de tomar algo caliente. Estamos en
Benavente por lo que nos quedarán otras tres horas de camino,
más o menos. Con suerte, llegaremos a la hora de la comida.
—¿No piensas decirme a dónde vamos, verdad? —La voz
de Giselle suena detrás de mí mientras estoy pagando los cafés
y la bollería para desayunar. Le guiño el ojo e ignoro su
pregunta. He aprendido a no mirarla cuando quiero ocultarle
algo ya que puedo llegar a ser un pelele en sus manos cuando
me mira fijamente, tal y como está haciendo ahora, y no es un
buen momento para desvelar la sorpresa. Nos dirigimos a una
de las pocas mesas libres que hay en el establecimiento y
comemos tranquilos. Media hora más tarde, estamos de nuevo
en la carretera. Ella no sé, pero yo estoy con las pilas
recargadas. El café me ha sentado de maravilla.
Hago del tirón las horas que quedan y pongo el GPS
cuando entramos en A Coruña, porque ya no sé cómo seguir.
Pasamos por Santiago de Compostela, la capital de Galicia.
Me entran unas ganas enormes de parar el coche e ir a ver la
catedral, pero mejor lo dejo para la vuelta porque ahora me
muero de ganas por llegar. En cuanto pasamos Serra de Outes,
sé que queda poco, por lo que me maravillo un poco con el
paisaje y me dejo llevar hasta que una voz me avisa que
quedan dos kilómetros para llegar a mi destino.
Llegamos a la parcela de la cabaña. Está situada en medio
del bosque, alejada de todo, salvo por dos pequeñas viviendas
que se sitúan en la carretera principal. Un hombre de unos
cincuenta años nos espera en la puerta, así que, estaciono el
coche donde no moleste mucho. Me giro y miro a una perdida
Giselle. En otro momento me habría reído pero la verdad es
que estoy nervioso.
—¿Te puedes quedar aquí un momento? Así no se fastidia
la sorpresa.
—Sabes que no soy mucho de sorpresas.
—Te lo compensaré. —Beso sus labios y salgo del vehículo
sin mirarla de nuevo. No me quiero encontrar con sus ojillos
de cordero degollado.
Saludo al hombre con un apretón de manos y me explica
con rapidez algunas cosas sobre el funcionamiento de la
cabaña. Tras quedar en que venga a buscar las llaves en tres
días, me las tiende antes de despedirse de mí y desearme una
grata estancia. Las guardo en el bolsillo y vuelvo al coche. Le
vendo los ojos a Giselle, aunque proteste, y la guío unos
metros hasta que me topo con las escaleras de entrada y decido
cogerla en brazos.
Me rio porque ante esto, no protesta, sino que se pega más a
mí y se ríe contra mi cuello haciéndome cosquillas.
—Si sigues así, nos vamos a caer los dos —le digo cuando
noto sus labios en la parte baja de mi oreja.
—Culpa tuya por traerme aquí de imprevisto.
—Recuérdame que nunca jamás te vuelva a dar una
sorpresa.
Una vez llegamos arriba, la dejo en el suelo. Saco las llaves
del bolsillo para después introducirlas en la cerradura y abrir la
puerta de la que será nuestra casa los próximos días. Es
preciosa. Le quito la venda a Giselle con rapidez y me fijo en
su expresión. Veo como una sonrisa emerge de sus labios y se
gira para besarme.
—¿Y esto?
—Esta preciosa cabaña va a ser nuestra única compañía
estos tres días.
—¿Estás de coña, verdad?
—No, señorita. Nos quedan por delante tres días para
disfrutar de la paz y de la estancia que nos regala este lugar. Y
del jacuzzi, claro. —Le guiño el ojo y tomo su mano—. Ven,
vamos a verla toda.
Nos paseamos por toda la vivienda que, aunque es pequeña,
es una pasada y nos llega de sobra para los dos. Si por mí
fuera, no saldría del jacuzzi o la cama estos días.
En cuanto hemos visto todo, volvemos al coche y llevamos
el equipaje y demás de vuelta a la cabaña. No me pasa
desapercibida la sonrisa que se asoma en los labios de Giselle
cuando ve la funda de mi guitarra al fondo del maletero ni
como corre a cogerla y a subirla ella sola bien abrazada a su
pecho. Termino de cargar con la nevera y nos pasamos unos
minutos colocando todo mientras cocemos un poco de pasta y
salteamos unas verduras.
Tras terminar de comer y recoger un poco todo, nos
tumbamos en la cama. El madrugón y la paliza de viaje que
hemos hecho nos han dejado para el arrastre y una siesta entre
toda esta tranquilidad nos va a venir de lujo. En cuanto me
acuesto, atraigo a Giselle a mi pecho y dejo que descanse su
cabeza en el hueco de mi cuello mientras yo me giro
levemente y apoyo mi mejilla en su sien. Inspiro su aroma y
así es como me quedo dormido, bien pegado a ella y oliendo
su pelo.

Me despierto lo que me parece un siglo más tarde. Estoy


solo, lo noto antes de abrir los ojos, porque noto frío a mi lado
derecho del cuerpo, donde se suponía que tenía que estar
Giselle. Me froto los ojos sin ejercer demasiada presión y me
incorporo lentamente intentando no marearme. Paseo la vista
por toda la cabaña y a los pocos segundos escucho el agua de
la ducha correr y con ella, la melodía de Hey, Soul Sister de
Train. Salgo de la cama y me voy desprendiendo de la ropa
mientras camino hasta el baño, que es la única estancia que
tiene puerta y cuatro paredes. Entro y el vapor me impide ver
con claridad, pero distingo la silueta de Giselle detrás de la
mampara. Esta está cubierta de gotas de agua que se deslizan
con rapidez por toda su longitud. Cierro la puerta en cuanto
entro e intento ser lo más sigiloso posible pero no he dado ni
tres pasos cuando los ojos de Giselle se posan en mí y recorren
mi cuerpo de arriba a abajo. Solo ese gesto consigue
encenderme y eso que estamos a unos cinco grados fuera. No
pierdo el tiempo, me meto en la ducha con ella y pego sus
labios a los míos. La agarro de las caderas y la elevo,
pegándola a los azulejos y consiguiendo que rodee mi cuerpo
con sus piernas mientras juega con el bello de mi nuca con sus
manos. Nuestros sexos se encuentran. Ambos gemimos de
ganas, anticipación y deseo.
—Joder, tengo que ir a por un condón a la habitación.
—¿A qué estás esperando?
Salgo de la ducha sin pararme a pensar en que voy a poner
todo perdido y rebusco en mi maleta intentando encontrar la
caja de condones que guardé con rigurosa conciencia antes de
salir de casa. La encuentro más tarde de lo que quería, saco un
preservativo mientras vuelvo corriendo al baño mientras rasgo
el envoltorio. No me he metido en la ducha cuando ya lo tengo
puesto y solo me queda volver a coger a Giselle, hacer que se
deslice poco a poco y llenarla por completo. Lo consigo y noto
su cuerpo preparado para mí, al igual que el mío lo está para
ella. Se sujeta con fuerza a mis hombros, incluso noto sus uñas
clavarse en mi piel, pero eso solo consigue que mi deseo
aumente y que entre y salga de ella con más ganas si cabe.
Gime en mi oído y yo lo hago en su cuello, mientras lo beso,
lo lamo y lo chupo consiguiendo que la piel se sonroje. Apoyo
una mano en la pared mientras que con la otra encuentro su
clítoris y empiezo a acariciarlo a conciencia.
Acelero las embestidas cuando noto que está a punto de
llegar al orgasmo y unos segundos más tarde, consigo mi
propio placer mientras se tensa entre mis brazos y se deja ir
conmigo.
La dejo en el suelo cuando nos hemos recuperado, cojo el
gel y me lo echo en la mano antes de esparcirlo por sus
hombros, su pecho y, en definitiva, por todo su cuerpo. Me
deja hacer hasta que no me queda ni un milímetro de piel por
cubrir y toma el relevo haciendo lo mismo en mi cuerpo.
Cuando ya hemos acabado, salgo de la ducha y la envuelvo
en una toalla mientras yo me coloco otra a la altura de las
caderas.
—Voy a por la ropa. No salgas que hace un frío de mil
demonios.
Nos vestimos, una vez vuelvo con la ropa, y nada más salir
vamos a la cocina a picar algo, aunque antes terminamos de
poner en su sitio lo que no pudimos colocar antes. Me fijo en
el móvil y compruebo que tengo dos llamadas perdidas, una de
mi madre y otra de Carlos.
Mierda. Se me olvidó avisarles de que habíamos llegado.
Con la tontería, sólo Giselle avisó a su familia de nuestra
llegada.
Llamo a mi madre corriendo y me gano una buena bronca
que dura unos cuantos minutos, hasta que mi madre se calma y
vuelve a poner su voz dulce de siempre. Me despido de ella y
no tengo tiempo ni de abrir el WhatsApp para mandarle un
mensaje a Carlos cuando llega una llamada entrante de él.
—¿Yo a ti no te dije que me llamaras cuando llegaras?
Joder, Alain. Estaba preocupado. —Joder, es descolgar y ya
me gano otra bronca. La segunda del día, para variar.
—Me despisté, lo siento. Incluso acabo de llamar a mi
madre ahora porque también se me había olvidado.
—Mira tío, entiendo que lo primero que hayas hecho al
llegar haya sido empotrarte a tu chica contra todas las paredes
de la casa, pero coño, ¡un mensaje habría servido! Tu madre se
estaba tirando de los pelos cuando la llamé hace un par de
horas para saber, si por lo menos, te habías dignado en
llamarla a ella. ¡Pero no!
—No necesito más bronca de la que ya me echó mi madre
así que si no quieres decirme nada más, hasta luego.
—No me vengas ahora con esas, Alain. Bueno te dejo,
disfruta de la soledad y de tu chica. Ya hablamos cuando
vengas y tomamos un café o unas cuantas cervezas.
—Está bien. Adiós, Carlos.
En cuanto se despide de mí, cuelgo y dejo el móvil en la
mesa del comedor, no sin antes ponerlo en silencio, ahora que
ya está todo el mundo al corriente, esperando que no me den la
lata.
Hoy nos lo vamos a tomar con tranquilidad y ya mañana
haremos alguna que otra excursión. Cuando acabamos,
hacemos palomitas y nos tiramos en la cama con el portátil
para ver una película. Cómo ya sabía que no íbamos a tener
wifi a pesar de tener cobertura, aunque no sea nada del otro
mundo, he traído unos cuantos DVD’s que vale, puede parecer
antiguo, pero es lo que hay. Dejo que escoja ella aunque no
haya mucho donde elegir, pero sus ojos van directos a la
quinta parte de Fast&Furious así que no espero ni dos
segundos para ponerla y dejar que se acurruque sobre mi
pecho.
—¿Por qué te pusieron Giselle? —pregunto con curiosidad
y sin venir a cuento cuando ya hemos visto la mitad de la
película. Mi nombre es francés por la nacionalidad de mi
abuela y porque mi madre pasó gran parte de su infancia en
París, pero el suyo no creo que tenga ese mismo significado.
—Es por una película. La hija de la protagonista se llamaba
así y a mi madre le gustó el nombre.
—Me gusta. Es bonito. —Beso su sien y la pego más contra
mí en un acto reflejo.—Como tú.
Y así es como dejamos la película a medio ver y nos
entregamos de nuevo el uno al otro.

El amanecer nos sorprende desnudos, abrazados y con las


sábanas enrolladas en nuestros cuerpos de cualquier manera.
Giselle con su espalda pegada a mi pecho y con nuestros dedos
entrelazados a la altura de su ombligo. Empiezo dándole besos
en el hombro para despertarla. Noto como se va retorciendo en
mis brazos hasta que acaba girándose y quedando cara a cara
conmigo. Beso su frente, su nariz y sus labios y la atraigo más
a mi pecho.
—Esta sí que es una buena forma de despertar —ronronea
contra mis labios y me hace girar para sentarse a horcajadas
sobre mis caderas. Mi erección se despierta, ella se da cuenta
al instante porque se muerde el labio inferior con cara de pilla
que solo consigue ponerme más caliente de lo que ya estoy,
tan solo por el hecho de contemplarla desnuda encima de mí.
Pasea sus dedos por mi pecho hasta mi ombligo, consiguiendo
que mi abdomen se tense. Ella suelta una risita que me pone
un poco de los nervios porque sabe que me está haciendo
sufrir. La dejo hacer, aguantando como un campeón su tortura,
hasta que roza mi erección con sus dedos y empieza a
acariciarla arrancándome un gemido ronco que sale de mi boca
más fuerte de lo que pensaba. Cierro los ojos y echo la cabeza
hacia atrás, concentrándome en el placer que me da con solo
tocarme.
Cuando no aguanto más, la agarro por las caderas y giro
con ella para situarme encima de ella y atrapar uno de sus
pezones con mis labios. Se retuerce y pasa sus dedos por el
vello de mi nuca hasta clavarlos en mis hombros. Se arquea y
se agarra a las sábanas cuando acaricio su sexo con los dedos,
primero con delicadeza y torturándola como ella hizo
conmigo, y después no aguanto y hasta yo pido más porque
hundo dos dedos en ella, aunque no dura mucho el juego y
tardo escasos segundos en ponerme un condón y entrar en ella.
Tras ese asalto le sigue otro en la ducha y cuando ya
estamos saciados, nos vestimos y desayunamos con
tranquilidad un par de cafés y unas tostadas con mantequilla y
mermelada de melocotón porque es la única que le gusta a
Giselle.
—¿A dónde tienes pensado ir hoy?
—Vamos a ir a la Costa da Morte, al norte de A Coruña.
Una zona preciosa llena de playas, faros y acantilados de la
que te vas a enamorar. Si es la mitad de bonita de lo que es en
las fotos, me doy por satisfecho.
—Me suena mucho el nombre, pero creo que nunca he
visto ninguna foto ni nada.
—Te va a gustar. —Le guiño el ojo y continuamos
desayunando en silencio.
Cuando acabamos, recogemos todo y nos abrigamos a
conciencia. Salimos de la cabaña y nos metemos en el coche
donde no tardo en poner la calefacción. Son las nueve y media
de la mañana por lo que es una buena hora para empezar con
nuestra excursión. Conecto el móvil al bluetooth del coche y
selecciono mi playlist favorita. La primera canción que
empieza a sonar es un clásico de Green Day, Wake Me up
when september ends, con ella arranco y nos incorporamos a la
carretera.
Nuestra primera parada va a ser en Finisterre, un acantilado
llamado el fin del mundo. Nos lleva una hora y poco llegar
porque hay bastante niebla y no quiero ir muy deprisa aunque
vayamos por una carretera desierta. Hay bastantes turistas,
todo hay que decirlo, aunque el tiempo no acompañe y es que
me he informado que los peregrinos que llegan a Santiago, la
mayoría continúa el camino hasta llegar aquí. La verdad es que
me parece un camino duro pero que merece la pena. El mar
está embravecido y golpea con fuerza sobre el acantilado. No
se ve muy bien debido a toda la niebla y las nubes que adornan
el cielo, pero nos llega para hacer unas fotos y admirar el
paisaje. Dejamos atrás este precioso sitio y nos dirigimos a
Muxía, otro pueblo costero famoso por tener una preciosa
capilla en honor a los marinemos que tenían que irse a trabajar
a la mar. En frente de la capilla, nos encontramos con un
montón de rocas. Una de ellas famosa llamada la Piedra de
Abalar, un megalito de nueve metros de largo. Cuenta la
leyenda de que, si pides un deseo y pasas por debajo de ella, se
te cumple. Nosotros vamos a la aventura y aunque el mar aquí
tampoco de mucha tregua y lo tengamos a pocos metros,
pasamos por debajo de ella mientras el otro lo graba para el
recuerdo. Al lado de la capilla, se encuentra también A Ferida,
una roca partida por la mitad de más de once metros y
colocada en posición vertical que simboliza la herida
sangrante que dejó el Prestige.
Después bajamos al centro del pueblo. Caminamos por las
calles y entramos en las tiendas de recuerdos, donde
compramos unos cuantos para nuestra familia y amigos y
también algo para nosotros.
Son las doce y media de la mañana cuando nos ponemos en
marcha hacia Camariñas, nuestro tercer destino, aunque antes
de tirar para el pueblo tomamos un desvío hacia el cabo Vilán,
el faro propio de este pueblo. En cuanto bajamos del coche y
lo tenemos delante, nos quedamos sin palabras. Cuenta con un
edificio rectangular blanco que sirve como museo y el faro se
encuentra en medio del acantilado. Tanto a la izquierda como a
la derecha, tenemos el mar embravecido, y nos llega el aroma
a sal. Entramos al museo y nos encontramos desde motores de
barcos antiguos hasta faros que han vivido tiempos mejores.
Cogemos un par de folletos y mapas que hay dentro del
museo y nos vamos unos minutos más tarde cuando hemos
acabado de ver todo.
—De lo que llevamos visto, este lugar ha sido mi favorito
—me dice Giselle cuando estamos de nuevo en el coche.
—Pues esta excursión no ha hecho más que empezar.
Arranco el coche y recorro el camino de nuevo para volver
al pueblo. Es la hora de comer por lo que aparco en el primer
sitio que encuentro y nos vamos al restaurante que vi cuando
estaba organizando esta escapada. Entramos en el Café-Bar
Playa y pedimos una mesa para dos. El tiempo parece que nos
está dando una tregua, porque las nubes empiezan a alejarse
hacia el horizonte. Pedimos una ración de empanada de
zamburiñas, una de pimientos de padrón y un poco de
churrasco de cerdo con ensalada. Lo acompañamos todo con
dos Estrella Galicia y unas rebanadas de un pan que apunta a
estar exquisito. Hemos comprobado con creces eso que dicen
de que como en Galicia no se come en ningún sitio es verídico.
En cuanto termino el café con leche que pedí y Giselle le da
el último sorbo a su infusión, retomamos el viaje. Son las
cuatro de la tarde y aún nos queda poco más de media hora
para llegar a Laxe, nuestra cuarta parada. La niebla ha
amainado y ahora la carretera se ve con total claridad. Giselle
se queda dormida a los cinco minutos y solo me acompaña
How to save a life de The Fray.
Laxe nos recibe de nuevo con nubes y un poco de lluvia.
Nos abrigamos como podemos y subimos corriendo al faro
gracias a las indicaciones de un señor mayor que nos
encontramos en el camino. Tras la parada en el faro, vamos a
la playa de los Cristales para hacer fotos y nos maravillamos
de nuevo con la costa tan bonita que hay en esta provincia.
Después de Laxe le siguen Ponteceso y por último, Corme
donde visitamos el Faro Roncudo, que también es una
auténtica maravilla.
Llegamos a la cabaña ya de noche. Después de un día
yendo de un lado a otro, pero con muchos recuerdos bonitos,
solo tenemos ganas de cenar, darnos una ducha y dormir.
Mientras Giselle se ducha, yo preparo unas pechugas de
pollo con un poco de ensalada y pienso en lo especial que ha
sido el día de hoy y en que mañana hace seis meses que
estamos juntos y solo espero que vengan mil más.
Capítulo 28

Inglaterra, agosto 2018

Acabo de comprobar las consecuencias de haberme pasado


horas dibujando hasta las tantas de la madrugada. No siento las
manos, ni mucho menos el cuello y la espalda, que apenas
puedo moverlos. Si quisiera hacer una voltereta ahora, seguro
que me partía en dos. Tengo unas ojeras pronunciadas de un
color azulado que no se quitarán ni con kilos de maquillaje, y
por si fuera poco, mi humor está acorde con el tiempo: gris y
frío. En pleno mes de agosto, Inglaterra nos recibe con el cielo
encapotado y con quince preciosos grados en el termómetro
que, quizás en España son soportales, pero aquí no nos van a
sobrar ni los vaqueros largos ni la sudadera.
Ayer nos quedamos en casa porque Valeria no se
encontraba nada bien. Creemos que fue el viaje en avión que
la mareó un poco, porque la pobre se pasó vomitando todo el
día. A nada estuvimos de llevarla al hospital, pero es terca
como una mula y quiso esperar a ver cómo pasaba la noche.
No he oído ni una vez la cadena, ni mucho menos la puerta de
su cuarto abrirse, así que supongo que está mejor. Nuestro
segundo día se presenta movido. Creo que va a ser el día que
más cosas vamos a ver, o por lo menos intentarlo, de todos.
Hemos decidido madrugar para ir a ver el cambio de
guardia al Palacio de Buckinham, que es a las once de la
mañana, pero se forman colas y colas de gente para verlo y no
queremos perdérnoslo. Termino de vestirme y salgo al salón-
cocina-comedor, donde ya se encuentra Julia tomando un café.
—Buenos días —la saludo en cuanto la veo y voy a su lado
para darle un beso en la mejilla.
—¿Qué fue eso de estar despierta hasta las cuatro de la
mañana?
—Joder, ¿cómo lo sabes? No hice ruido.
—Lo sé, pero a las tres y media me levanté para hacer pis y
vi luz saliendo de tu cuarto. ¿Estuviste hablando con Alain?
—No, en realidad estuve dibujando.
—¿Dibujando hasta las cuatro de la mañana? Estás fatal.
Ahora tienes una cara de mierda y unas preciosas ojeras en la
cara. Serás boba, Giselle.
—Ya me he dado cuenta, no hace falta que me lo recuerdes.
Necesito café.
—Y un polvo también.
—¡Julia, joder!
—Yo mejor me callo, porque al final pillo repaso, como
siempre.
—Pillas repaso siempre porque no sabes mantener el
piquito cerrado.
—Eso también es verdad. Pásame una de esas galletas que
compramos ayer. —Hago lo que me pide y cojo una para mí
también mientras el café se calienta en el microondas. Podría
seguir regañándola, pero ha hecho café para todas y eso es
mejor que cualquier símbolo de paz. A los pocos minutos,
Laia y Valeria se unen a nosotras. La segunda ya tiene mejor
cara, ha recuperado el color en las mejillas y se dirige a
nosotras con una sonrisa.
—Gracias por cuidarme tanto ayer, chicas.
—No nos las des. ¿Cómo te encuentras? —La estrecho en
mis brazos y le tiendo una galleta.
—Mucho mejor. He dormido toda la noche del tirón y ya
estoy como nueva.
—Me alegro.
Desayunamos las cuatro de pie en medio de la estancia y
cuando terminamos, nos lavamos los dientes y nos preparamos
con rapidez antes de salir de casa. Ayer como no salimos, Julia
y yo estuvimos haciendo un mapa con dibujos para poder
coger el metro sin perdernos.
Gracias a ello, solo nos confundimos una vez y tenemos
suerte de darnos cuenta a tiempo para coger el siguiente metro.
Llegamos diez minutos más tarde de lo que queríamos, pero
no nos importa porque, aunque haya mucha gente esperando,
aún hay huecos en las esquinas y se ve perfectamente. Nos
apiñamos como podemos en cuanto los huecos escasean y la
gente comienza a empujar.
Como aún quedan dos horas, esperamos pacientes. Julia
escucha música y come galletas. Laia y Valeria se besan cada
dos por tres y yo me concentro en el libro electrónico que
tengo en las manos. Estoy leyendo un thriller juvenil que me
está volviendo un poco loca. Yo es que para estas cosas suelo
ser muy espabilada, pero no sé qué me pasa con esta novela
que no pillo una. Cuando quedan menos de cuarenta minutos
la lluvia nos visita. Aunque, por suerte, no dura demasiado.
Resistimos con fuerza todo lo que venga y cuando vemos los
guardas situarse en la puerta de la entrada, todos en fila, nos
ponemos expectantes.
Empiezan a sonar los tambores y todos empiezan a moverse
sin perder la compostura. No llega a una hora todo el
espectáculo, pero la verdad es que quedamos encantadas
porque es algo que teníamos ganas de ver desde hace tiempo.
Recuerdo que, una compañera que venía con nosotras a clase
en sexto de primaria, nos contaba lo bien que se lo había
pasado en este momento. Nosotras callábamos, asentíamos y
nos moríamos de envidia, pero soñábamos con verlo algún día
con nuestros propios ojos y juntas. Como en este momento.
Nos vamos cuando la gente empieza a alejarse. La calle
queda casi vacía y ya se puede caminar con facilidad. Nos
dirigimos a paso rápido hasta la zona donde se encuentra el
Big Ben y el famoso ojo de Londres. Pasamos por el parque de
Sant James hasta la calle donde se encuentra la famosa torre
del reloj.
Me fijo en Julia de nuevo por quinta o sexta vez en media
hora. Está muy pendiente del reloj y mira al rededor cada
cinco minutos. Ya le he preguntado antes que le pasaba, pero
no suelta prenda así que decido dejarlo estar y seguir
observándola sin decir nada.
Cuando terminamos tiramos para el norte, hacia la zona
donde se encuentra Trafalgar Square. No nos lleva mucho
tiempo y cuando llegamos, la vemos atestada de gente. Nos
movemos con dificultad y agarradas de la mano para no
perdernos, ni que ninguna quede rezagada. Julia va en cabeza
liderando el grupo. Cuando pasa de largo por la plaza y sigue
caminando, me paro en seco haciendo que ellas también lo
hagan.
—¿A dónde vamos? —la pregunta va para todas, pero en
especial para Julia, que no ha soltado a Laia de la mano y tiene
una cara de pilla que no puede con ella.
—Seguidme, porfa. Es una sorpresa.
—Oh, joder, Julia. Las sorpresas viniendo de ti no me
gustan.
—Deja la tontería a un lado y sígueme. Y vosotras dos
también. —Pone ojitos de cachorrito y ni yo ni las demás
somos capaces de negarnos, así que agarro a Valeria de la
mano de nuevo y me dejo llevar.
Caminamos unos diez minutos hasta que Julia se para.
Estoy tan absorta en ver lo que hay a cada lado de la calle, que
no me doy cuenta de donde estamos. Miro hacia delante, al
igual que todas, y leo “Extreme Needle Tattoo”.
—¿Tanta tontería para decirnos que quieres hacerte un
tatuaje? —le reprocho en cuanto me centro un poco, pero
cuando Julia suelta una risa y baja la cabeza, me temo lo peor.
Intento enlazar los conceptos pero es cuando me fijo en la cara
desencajada de Valeria que sé por donde van los tiros—. No,
ni de coña. Olvídate, Julia, sabes que le tengo pánico a las
agujas.
—Sí, claro y yo a volar y aquí estoy. Además, te recuerdo
que llevas tres meses dándome el coñazo con que quieres
hacerte un tatuaje en el brazo. ¡No me jodas, G!
—Pero eso es una fantasía. ¡No pensaba hacerlo de verdad!
—Eso no te lo crees ni tú. Es un buen recuerdo de este
viaje: las cuatro tatuadas. Había pensado en esto. —Rebusca
en la mochila y a los pocos segundos nos tiende lo que parece
un folio en blanco pero al darle la vuelta, aparece una palabra.
Pone friends, con la misma tipografía y los mismos
símbolos que el logo de la famosa serie. Todas sabemos por
qué ha elegido justamente eso para tatuarnos. Hace años, las
cuatro nos vimos las diez temporadas de la serie en tres meses.
236 episodios en 90 días. Lo mejor era que cada día
quedábamos en casa de alguna para ver los episodios que nos
diese tiempo y pasábamos la tarde juntas entre refrescos,
palomitas y galletas. Ahora que tengo el diseño delante, ya no
tengo tanto miedo, sino que este ha sido sustituido por ganas.
Ganas de tatuarme por primera vez, aunque lo más probable
es, que cuando vea la aguja me desmaye. Ganas de llevar eso
que significa tanto para nosotras en la piel. Ganas de llevarlas
a ellas siempre conmigo.
No necesito pensarlo más, porque es probable que si lo
hago me raje, así que entro la primera al establecimiento ante
la mirada de sorpresa de Valeria y Laia y la de orgullo de Julia
que no tarda en darme una palmada en el trasero y grita “¡Esa
es mi chica!” consiguiendo que la recepcionista pegue un bote
en la silla.
—Hola, tenía una cita a nombre de Julia para hacernos un
tatuaje. Creo que hablé con tu compañero hace dos semanas —
le explica en inglés a la chica y yo intento no reírme porque
esta es una lianta de cuidado.
—Aquí te tengo apuntada. Al fondo del pasillo a mano
derecha está la sala donde os van a tatuar, Logan ya os espera
allí.
Le damos las gracias y seguimos sus indicaciones. Nos
perdemos por un pasillo con luces de neón rojas, con las
paredes adornadas de numerosos cuadros que contienen
diferentes y extravagantes tatuajes.
Un chico con el pelo negro, una dilatación en la oreja y los
brazos llenos de tatuajes nos recibe en la puerta. Lo saludamos
y nos manda pasar a la habitación, que está compuesta por un
pequeño escritorio con un montón de papeles, una camilla, una
silla y un pequeño armario.
—¿Quién va a ser la primera? —Tanto Valeria como yo
señalamos a Julia porque es la cabeza pensante de esta locura.
La susodicha se ríe, se desprende del abrigo y para quedar con
una camiseta de media manga—. Pues tú la primera. ¿Julia,
no? Bien, me habías dicho que lo querías en la muñeca,
¿verdad?— Esta asiente y el tal Logan sale de la habitación
para volver unos segundos después con otra banqueta—. Bien,
te vas a sentar aquí y vas a apoyar el brazo en la camilla. Así
me es más cómodo para tatuar y tú también estarás más
relajada.
Julia hace lo que le pide y las demás observamos como
Logan empieza a trastear en el armario y saca unos botes
pequeños con lo que supongo que será la tinta dentro. Prepara
la pistola y cuando la enciende por primera vez y suena, doy
un salto en el sitio de la impresión. Empieza a tatuar a Julia
cuando ya tiene todo listo y a los pocos minutos ya le está
poniendo la crema. La verdad es que ha durado poco, por
suerte. Julia, sin preguntar ni nada, me coge de la mano y me
sienta justo donde ella estaba hace unos segundos. Vale, bien,
supongo que soy la siguiente. Me tenso cuando Logan pone el
papel transfer sobre mi muñeca.
—Intuyo que no eres fan de las agujas. —Tardo más de lo
normal en comprender que Logan me está hablando a mí.
Asiento con vergüenza y él me sonríe—. Tranquila, no eres la
primera ni mucho menos serás la última. El diseño es pequeño,
por lo que se hace rápido. Cuando quieras darte cuenta, ya
habré terminado. Aunque si necesitas que pare, dímelo, no me
importará hacerlo. —Asiento sin decir nada. Cuando Julia me
sujeta la otra mano, me relajo por completo y le indico que ya
puede empezar.
Los primeros segundos se me hacen eternos, tengo ganas de
levantarme y echar a correr, pero después empiezo a notar que
el dolor es bastante soportable. No pierdo detalle del trabajo de
Logan. Me fijo como repasa las letras, como moja la pistola en
la tinta y como me quita el exceso de esta con un papel.
Cuando quiero darme cuenta, ya me está poniendo la crema y
me mira sonriente.
—¿A qué no ha sido para tanto?
—Para nada, se lleva bastante bien.
—Me alegro. ¿Sabes la maldición de los tatuajes verdad?
—Cuando me dice eso, me pongo pálida y mi cabeza ya
empieza a pensar en que la piel se me va a caer a cachos o algo
por el estilo—. Intuyo que no sabes por dónde voy. Lo que
quería decir es que cuando te haces el primer tatuaje, no
quieres parar. Esa es la maldición, que nunca te conformas con
uno.
—Yo creo que sí me voy a conformar.
—Eso también decía yo y mira. —Me guiña el ojo y me
muestra sus brazos. No hay ni un centímetro de piel que no
esté cubierto de tinta. La verdad es que son muy buenos y eso
que no entiendo mucho—. ¿Quién es la siguiente?
Tras pasar Valeria y Laia por las manos de Logan, las
cuatro quedamos oficialmente tatuadas. Nos despedimos de él,
le damos las gracias por la paciencia y el trabajo y vamos a
pagar.
Salimos contentas y nos miramos nuestras muñecas tapadas
con una sonrisa.
—Con tatuaje o sin él, siempre os voy a llevar conmigo —
les digo poniéndome un poco ñoña, y todas nos abrazamos en
medio de la calle, porque ¿qué más da? Somos así.
Capítulo 29

Inglaterra, agosto 2018

Madrugar dos días seguidos debería estar prohibido. En serio.


No puedo ni moverme. No es porque haya estado dibujando
hasta las tantas como ayer, fui una chica responsable y a las
diez y media ya estaba durmiendo como un bebé, pero es que
ayer no paramos de caminar en todo el día. Ahora ha pasado
de dolerme el cuello a no sentir las piernas.
Mientras me estoy calzando las deportivas, escucho Tainted
Love lo que me hace pensar que Julia está duchándose, porque
tiene la manía de poner música siempre que está en la ducha.
Lo peor es que la pone a todo volumen, pero esta vez no la
regaño porque la canción me encanta, así que me relajo un
poco y termino de prepararme.
Hoy va a ser un día especial. Valeria y yo vamos a
retroceder en el tiempo y vamos a volver a las ciudades que
nos acogieron tres semanas cuando teníamos quince años. A
ambas nos tocó una beca cuando estábamos en tercero de
secundaria para viajar a este país a estudiar inglés. Nos
entristeció que Julia y Laia no se hubieran apuntado, ya que en
aquel momento el inglés no era lo suyo y no tenían la nota
suficiente para ir, pero nosotras intentamos mantenerlas
presentes cada día de nuestra experiencia. Y bueno, ellas
estuvieron juntas en Madrid porque a Valeria y a mí nos tocó a
cada en una ciudad diferente, por lo que tampoco fue fácil en
un primer momento. Aun así, puedo decir que fue una de las
mejores experiencias de mi vida.
Llegamos a Exeter cuatro horas y media más tarde. Son las
doce de la mañana y aún nos queda bastante hasta que nos
vayamos hacia Tiverton, nuestra segunda parada. En cuanto
bajamos del autobús, Valeria se precipita a los brazos de una
mujer rubia que le sonríe con dulzura. A su lado está un
hombre, supongo que será el marido, y una niña que no tendrá
más de diez años también de cabello rubio y, además, tiene
unos ojos azules intensos y preciosos que transmiten mucha
ternura. A juzgar por su sonrisa, intuyo que reconoce a mi
amiga, aunque seguramente ella tuviera tres o cuatro años
cuando la vio, pero tengo entendido por Val que han estado
manteniendo el contacto todo este tiempo. Valeria pasa de
unos brazos a otros. Cuando llega a la pequeña, la coge en
brazos y gira con ella en brazos mientras ella se ríe a
carcajadas.
—¡Cuántas ganas tenía de volver a veros! —Valeria tiene
los ojos anegados en lágrimas y la cara roja, pero desprende
felicidad por cada poro de su piel. La mujer también está
emocionada, incluso el hombre tiene los ojos vidriosos.
—Y nosotros, cielo. Han pasado muchos años.
—Pues la verdad es que sí. Esto no ha cambiado nada. —
Mi amiga pasa la mirada por la estación de bus y nosotras la
imitamos. Yo también he estado en esta ciudad. Vine una vez
de excursión pero recuerdo perfectamente esta estación y las
calles principales, que es por donde estuvimos.
—¿Os apetece ir a tomar algo antes de ir a comer? —nos
pregunta Heather, que así es como se llama la mujer. La
pequeña se llama Michaela y el marido Dave. Nosotras
asentimos, porque algo calentito seguro que nos sienta de lujo,
por lo que caminamos en dirección al Starbucks. Pillamos una
mesa para los siete al fondo del local nada más pedir las
consumiciones y degustamos la bebida con tranquilidad.
—¿A qué hora sale vuestro autobús a Tiverton? —El que
pregunta ahora es Dave, que resulta ser un hombre muy
agradable. No debe de tener más de treinta y ocho años, alto,
pelo moreno y ojos verdes.
—A las tres porque nos lleva una hora y media ir.
Necesitamos el tiempo para volver a Londres después .
—Entiendo. ¿Habéis comprado ya los billetes?
—No, pagamos en cuanto subamos al bus.
—Bien porque os llevamos nosotros.
—¿Cómo?
—Pues eso, que os acercamos nosotros. En coche no se
tarda más de treinta minutos y así estáis más tiempo aquí. A
las cuatro nos vamos, y a las cuatro y media estáis allí mucho
antes de que llegue el bus. —Heather mira a su marido y este
asiente con una sonrisa.
—Muchísimas gracias.
A la una nos vamos a un restaurante de aquí cerca porque
en Inglaterra se suele comer a esta hora, no como en España
que, si podemos, cada día comemos más tarde que el anterior.
En cuanto nos sentamos en la mesa, mi móvil empieza a sonar
desde el interior de mi mochila. Lo cojo lo más rápido que
puedo y descuelgo en cuanto leo el nombre de Alain en la
pantalla. Le digo a Julia que me pida una hamburguesa de
pollo con patatas y salgo del establecimiento para hablar
mejor.
—Hola, perdona por tardar, estábamos en un restaurante.
—Tranquila, no me daba cuenta de que allí es una hora
antes y se come más temprano. Te llamo más tarde si quieres.
—¡No! Tengo tiempo mientras esperamos a que nos traigan
la comida. ¿Cómo estás?
—Bien, aunque cansado. Hoy he estado toda la mañana en
el bufete y la verdad es que ha sido un puto caos. —Noto su
voz cansada y enfadada desde el otro lado de la línea y me
duele que, por mucho que quiera ayudarle, no puedo.
—Bueno, piensa que en unos días nos volvemos a ver y
vamos a acabar este viaje juntos.
—Cuento los minutos para volver a verte.
—Y yo. ¿Tu madre está mejor?
—Mi madre está mejor que yo, con eso te lo digo todo.
Ahora voy a comer con ella antes de volver a entrar al curro
por la tarde, así que espero animarme un poco.
—Seguro que sí. Ojalá pudiera estar ahí contigo y volver a
probar uno de los deliciosos platos que hace tu madre. Los
echo de menos.
—Tranquila, nos esperan muchas comidas los tres juntos
cuando termine este viaje.
—Jo, y yo que no quería que este viaje terminara. Ahora
me parece que tengo una motivación para que eso suceda.
Escucho la risa ronca de Alain al otro lado de la línea y no
puedo evitar sonreír porque me muero de ganas por volver a
estar los tres juntos.
—Bueno cariño, te dejo que acabo de llegar. Si mi madre se
entera de que estoy hablando contigo, no comes ni mañana. Te
quiero.
—Te quiero. Dale saludos de mi parte.
—Se los daré. Chao. —Me despido de él y cuelgo antes de
volver a dentro con un par de mariposas revoloteando en mi
estómago. Esos “te quiero” que hemos vuelto a decirnos me
están sentando mejor que cualquier medicina.
Nos pasamos la comida contando anécdotas tanto de este
viaje como de nuestro pasado. Incluso nos ponemos un poco
melodramáticas y recordamos las tres semanas que vivimos en
este lugar. Les hablo de Tiverton, de la familia que me tocó y
del instituto al que fui, tan diferente al que iba en Madrid.
Ellos nos hablan de su trabajo, la pequeña del colegio y, en
general, comentamos un poco nuestras vidas. Conocer más a
esta familia me ha gustado porque suelen decir que los
ingleses son personas frías, pero creo que no se puede
generalizar y que en cada sitio hay de todo: gente buena y
gente mala.
Damos un paseo para bajar la comida en cuanto
terminamos y como bien aseguró Heather antes de ir a comer,
a las cuatro nos ponemos en marcha para Tiverton. La peque
se queda en casa con Dave y es ella quien nos acerca en coche
hasta allí. Algo que sigue sin gustarme es la forma de
conducir, tan brusca a la par que tan diferente porque, joder,
¿no podían conducir como nosotros y tener el volante en el
lado izquierdo?
Recuerdo que una vez fui a cenar con mi familia a un
restaurante chino y fuimos por una carretera desierta, por la
noche y a noventa por hora. Recé más en esa media hora que
en toda mi vida. Ahora lo recuerdo y me río, pero en ese
momento solo me salía llorar y agarrarme al asiento como si
no hubiese un mañana.
Le envío un mensaje a Milly, la que era mi “hermana” allí y
con la cual compartía cuarto. Ella me responde que nos
esperan en la estación de bus por lo que se lo comento a
Heather y ella asiente asegurándonos que nos dejará allí
mismo.
El paisaje se me antoja familiar a medida que nos vamos
acercando a Tiverton y cuando veo de lejos la estación de bus,
no puedo evitar que un nudo se me instale en la boca del
estómago. Este aumenta cuando estamos aparcando y distingo
con claridad a Milly y a Emily paradas en medio de la
estación. Salgo del coche y corro hacia ellas como hizo Valeria
por la mañana. Abrazo a Milly primero y no puedo evitar que
las lágrimas rueden por mis mejillas. Cuando me separo, me
doy cuenta de que ella también está llorando al igual que
Emily, que está a nuestro lado. La abrazo a ella también con
fuerza porque fue mi madre durante las tres semanas que
estuve aquí.
Tras hacer las presentaciones Heather se marcha
asegurándonos que tiene que quedarse con la niña mientras
Dave se va a trabajar. Valeria no puede evitar volver a
emocionarse. Hasta Julia y yo lo hacemos, porque se ve que
ambas sienten un cariño muy fuerte por la otra y eso es lo
bonito de estas experiencias: conocer a gente nueva y llevarla
siempre en el corazón, aunque no las veas todos los días.
Paseamos por la calle principal, pasamos por el Subway y
cuando diviso al fondo el Domino’s pizza, sé que estamos
cerca porque está a escasos metros de la que fue mi casa. Y en
efecto, giramos a la derecha y ahí la veo, la preciosa casa
blanca de tres pisos, con un pequeño portal azul y un jardín
bastante grande. Entramos y no puedo evitar mirar cada
rincón. El comedor, la cocina, el salón… Todo está igual que
hace siete años. Las lágrimas vuelven a agolparse en mis ojos
y por más que intente controlarlas, vuelven a derramarse.
—¿Quieres subir a tu cuarto? —Milly me agarra la mano
mientras me lanza esa pregunta que tanto esperaba oír. Asiento
y ambas subimos las escaleras que nos llevan al segundo piso.
Pasamos por la habitación de Emily y su marido y llegamos a
la nuestra. Bueno, de Milly, pero que en un momento también
fue la mía. Nada más entrar, me fijo en la cama que hay al
fondo en una esquina: la que ocupé yo. No puedo evitar
sentarme en ella y contemplar la vista desde la ventana que
tengo al lado. Los edificios de ladrillo siguen como antes, al
igual que la habitación. Aunque no sé por qué, la veo un poco
más grande.
—Te eché mucho de menos cuando te fuiste. —La voz de
Milly suena a mi derecha y me la encuentro sentada en su
cama.
—Y yo a ti, al fin y al cabo, fuiste mi hermana todo el
tiempo que pasé aquí.
—Las chicas te echan de menos. Me preguntan mucho por
ti.
—Yo también, fueron grandes amigas. ¿Cómo te va, Milly?
—Muy bien. Estudio, trabajo y sigo bailando tanto o más
que antes. La verdad es que soy feliz. ¿Y tú?
—Bien también, he acabado la carrera y cuando vuelva a
Madrid intentaré buscar trabajo para pagarme el máster que
quiero hacer.
—Es una buena idea. ¿Te apetece un té?
—Como en los viejos tiempos. —Sonrío y ambas bajamos
al comedor. Mis amigas conversan con Emily con una taza en
las manos, mientras yo acompaño a Milly a la cocina para
ayudarla. Volvemos unos minutos más tarde con dos tazas
humeantes y nos sentamos junto con las demás a charlar.
Las horas pasan más rápido de lo que nos gustaría. El reloj
marca las siete cuando mejor lo estamos pasando, pero el
deber nos llama ,así que, recogemos todo y nos vamos a la
estación. La despedida no es bonita, todo lo contrario, siento
un déjà vu bastante fuerte del pasado. Abrazo a ambas e
intento controlar mis emociones, pero una vez subo al bus y
este arranca no puedo evitar llorar de nuevo. Julia me abraza
porque es la que está a mi lado y Valeria y Laia se levantan y
también se unen. Estamos las cuatro juntas, solo separadas por
una mesa en medio. Julia y yo vamos de frente porque si
vamos como Valeria y Laia, de espaldas, el mareo está
asegurado.
Cojo el móvil y conecto los cascos. Busco la canción
perfecta para este instante, y cuando la encuentro, le doy al
play y me relajo en el asiento. Stereo Hearts de Adam Levine
y Gym Class llega a mis oídos con rapidez, provocando que
las lágrimas se vuelvan a instalar en mis ojos. Dios, soy una
llorona, pero es que esta canción me trae muy buenos
recuerdos. La descubrí hace siete años mientras estaba en el
autobús que me llevaba a Tiverton desde Londres. La escuché
unas veinte veces en ese viaje de cuatro horas. La cosa no
quedó ahí, sino que cada día nada más levantarme me la ponía
a todo volumen y tanto Milly como yo, la bailábamos mientras
nos vestíamos para ir al instituto.
Después de esa, vienen otras canciones que me gustan, pero
que ya no son tan especiales como la primera. Me fijo en mis
amigas, las tres están completamente rendidas. Parece mentira
lo bien que nos llevamos y lo diferentes que somos. Valeria y
yo podemos pasar por hermanas gemelas, ambas somos
sentimentales hasta decir basta y fanáticas de todo el mundo
del arte, pero yo soy una persona más nerviosa, que le da
muchas vueltas a las cosas e intranquila, ella es más miedosa.
Laia y Julia no se parecen en nada. La primera es de carácter
fuerte, algo rencorosa y de pensamientos claros. Julia es todo
locura y desenfreno. Es la que siempre nos arrastra a cualquier
bar o discoteca porque, según ella, una copita no viene mal de
vez en cuando. A pesar de todo eso, es una persona que guarda
muy bien sus sentimientos. Conozco muy bien a Julia, mejor
que a Laia y a Valeria , y sé por su mirada si está bien o mal. A
veces creo que lo descubro antes que ella misma y eso me
hace ver lo unidas que estamos.
Londres nos da de nuevo la bienvenida con el cielo más
despejado de lo que estaba ayer, lo cual agradecemos, porque a
parte de que ha quedado una noche agradable, podemos ver las
estrellas y no morir de frío desde la estación de buses hasta la
parada de taxis. Si fuese más de día, iríamos andando, pero
tampoco queremos jugárnosla y es más seguro que alguien nos
lleve.
En cuanto vemos el primer taxi libre, nos subimos. Yo
ocupo el asiento del copiloto y mis amigas se apiñan en los
asientos traseros. El taxista es un hombre ya entrado en años,
con un divertido bigote blanco y un jersey de cuadros azules y
grises que me recuerda demasiado a las películas. Le damos la
dirección nada más acomodarnos en los asientos. En cuanto
este arranca y nos perdemos por las calles de la cuidad, nos
quedamos admirando el Londres nocturno. El taxista lleva
conectada la radio así que me entretengo escuchando las
noticias del día. Soy buena con el idioma, antes lo era más,
pero sigo manejándolo bien. Pasan unos minutos del trayecto y
ya empiezo a reconocer las calles, por lo que intuyo que ya
estamos cerca.
Estoy mirando ensimismada por la ventana cuando, un
movimiento brusco me pone alerta. Miro al frente y veo a un
coche venir en dirección contraria a toda velocidad. El taxista
lo evita como puede, pero aun así, el golpe es inevitable contra
el lado derecho del vehículo. El impacto nos hace perder el
control y chocamos contra un edificio.
Mi cuerpo se va hacia delante y mi cabeza choca contra la
guantera antes de que el airbag pueda salir para amortiguar el
golpe. Escucho gritos y al poco tiempo, una sirena. Quizás de
la ambulancia o de la policía. No sé…
Capítulo 30
Alain

Madrid, agosto 2018

Apago el portátil y lo guardo en mi maletín antes de organizar,


lo más rápido que puedo, los papeles que tengo esparcidos por
toda la mesa. Compruebo la hora: las diez y veinte de la
noche. Joder, debería de haber salido hace dos horas. Cuando
termino, aviso a mi jefe y salgo del bufete con amargura. Este
trabajo me supera. La mayoría del tiempo lo paso en el
despacho, como hoy, organizando el papeleo junto con otro
becario que lleva años trabajando aquí. A veces me planteo
cambiar de aires, buscar otro trabajo, otra cuidad en la que
vivir. Cambiar. Pero luego pienso en que tengo la vida más que
resuelta y que no ha sido un camino de rosas llegar hasta aquí.
También pienso en que tengo a mi madre a unos minutos y
prefiero que sea así y no tener que estar esperando semanas o
meses para verla.
Llego al coche y le envío un mensaje porque hoy se
suponía que iba a ir a cenar con ella pero estoy cansado y solo
me apetece tumbarme en cama. En días como hoy, hasta el
hambre se me va. Menos mal que el bufete me queda cerca de
mi apartamento y apenas tengo que conducir diez minutos. Lo
primero que hago es descalzarme y quitarme la americana
porque ya me empieza a picar y estorbar. Me desabrocho la
corbata y dejo todo en el sofá.
Voy a la cocina a servirme un vaso de agua y me lo bebo
casi de un trago. Me doy una ducha rápida y me preparo un
sándwich para no ir con el estómago vacío a la cama. Lo como
de pie en medio de la cocina sin pararme a escuchar las
noticias o a estar con el móvil. Solo quiero acabar y meterme
en cama.
Recojo un poco todo, lavo lo que acabo de ensuciar y voy
hacia mi dormitorio. Le escribo un mensaje a Giselle pero al
ver que hace un par de horas que no se conecta, intuyo que
estará con las chicas y no quiero molestarla. Me quedo en
bóxer y ni si quiera me molesto en meterme por debajo de las
sábanas, así que simplemente, me acuesto y en cuanto mi
cabeza toca la almohada, yo ya me siento en el séptimo cielo.

Son las tres de la mañana cuando recibo una llamada. Me


cuesta volver a la realidad, porque estaba profundamente
dormido, pero mi tono de llamada no es que sea especialmente
discreto, así que seguro que hasta los vecinos lo han
escuchado. Me levanto de la cama preocupado pensando en si
mi madre ha sufrido una recaída, pero mis ánimos no mejoran
cuando veo el nombre de Julia en la pantalla. Descuelgo con
manos temblorosas y la voz que me saluda al otro lado de la
línea no me hace estar mejor.
—Julia, cielo, no te entiendo. Habla más despacio, por
favor.
—Giselle está en el hospital. Las cuatro íbamos en taxi
cuando hemos tenido un accidente. Laia y Valeria son las que
mejor están. Yo acabo de despertar hace un rato y no he
podido esperar a llamarte. Giselle se encuentra muy mal,
Alain. —El llanto impide que siga hablando. Siento la
necesidad de pellizcarme porque seguro que esto sigue siendo
un sueño y no he despertado todavía.
—¿En qué hospital estáis?
—En el Saint Thomas o algo así. No lo sé muy bien. Tienes
que venir, Alain.
—Voy a ver los vuelos y cogeré el primero que salga. Lo
prometo. Espera un momento, no cuelgues.
—Vale.
Dejo el móvil apoyado en la cama y corro hacia el salón
intentando acordarme donde dejé el portátil. Lo encuentro en
el sofá y vuelvo a la habitación mientras lo abro y lo enciendo.
Busco con rapidez el vuelo más temprano y encuentro uno que
sale a las siete de la mañana de Madrid. No dudo en comprarlo
y cuando ya tengo todo listo, vuelvo a coger el móvil.
—¿Julia, sigues ahí?
—Sí.
—Bien, tranquila. Acabo de comprar el billete, salgo de
aquí a las siete de la mañana, por lo que a las ocho estaré ahí
contando que es una hora menos.
—Perfecto. Nosotras no nos vamos a mover de aquí.
—Bien. Avísame si hay noticias ¿vale?
—Vale.
Me despido de ella y corro a hacer la maleta. Me quedan
unas dos horas antes de que me vaya al aeropuerto por lo que
me tengo que dar prisa. Echo un par de mudas dentro y el
neceser que aún no me ha dado tiempo a vaciar. En cuanto
tengo todo más o menos listo, llamo a Carlos y le pido que me
venga a buscar en una hora y media. Omito los detalles más
allá de decirle que Giselle está en el hospital y que tengo que ir
a verla.
Intento mantener la calma, pero no lo consigo. Doy vueltas
por toda la habitación. Me siento y me levanto de la cama
tantas veces que ya he perdido la cuenta. Miro por la ventana y
no puedo evitar que mis ojos se llenen de lágrimas. No sé
cómo he aguantado tanto sin derrumbarme. Lloro y le pido al
cielo que Giselle esté bien. Que todo esto quede en un susto y
que ambos podamos retomar este viaje pronto.
Carlos pasa a por mí puntual y me lleva al aeropuerto sin
decir nada. Me despido de él con un abrazo y me dirijo al
control de seguridad. Una vez superado, le digo adiós con la
mano y continúo mi camino. Aún quedan veinte minutos para
que se pueda embarcar, por lo que le envío un mensaje a Julia
diciendo que ya estoy en el aeropuerto y que en nada ya estoy
ahí con ella y las demás. Aprovecho para llamar a mi madre y,
como es de esperar, no tarda más de dos segundos en cogerme,
aunque sean las seis menos diez de la madrugada.
—¿Qué pasa, cielo?
—Mamá, me voy a Londres. Giselle y las chicas han tenido
un accidente.
—¿Cómo que han tenido un accidente? ¿Y cómo están?
—Julia, Valeria y Laia despiertas y estables, pero no sé
mucho más. Giselle aún no ha despertado.
Un sollozo desde la otra línea me pone los pelos de punta y
me muerdo la lengua para no ponerme yo a llorar también.
Espero unos minutos hasta que mi madre se tranquiliza y
vuelve a hablarme. Me despido de ella cuando queda poco
para embarcar y me sitúo en la puerta mientras le prometo que
la llamaré en cuanto llegue y sepa algo. Finalizo la llamada
con un regustillo amargo en todo el cuerpo. Siento que la
cabeza me va a explotar en cualquier momento. Las puertas de
embarque se abren y yo le entrego mi pasaporte y mi billete a
la azafata. Cruzo la pasarela y entro en el avión unos minutos
más tarde. Ocupo mi sitio en la ventanilla de la fila veintidós y
me relajo todo lo que puedo. Vuelvo a enviarle un mensaje a
Julia para avisarle que ya estoy dentro y conecto el modo
avión cuando recibo su respuesta: “buen viaje” y el número de
habitación donde se encuentra Giselle.
El viaje se me hace eterno, por no decir que me he mareado
en más de una ocasión. He intentado dormir unos minutos,
pero no he podido, al final acabé desistiendo y me pasé todo el
viaje mirando por la ventana. Llego a Heathrow a la hora
prevista y salgo con rapidez para pillar un taxi antes de que los
demás pasajeros se me adelanten. Le doy el nombre del
hospital al taxista y no se me pasa desapercibida la expresión
que refleja su cara en cuanto termino de hablar.
En cuanto traspaso las puertas del hospital, un olor familiar
inunda mis fosas nasales. No me gusta este lugar, no solo
porque odie los hospitales, es que este en concreto me trae
muy malos recuerdos. Subo a la cuarta planta y me dirijo a la
habitación 420. Nada más salir del ascensor y girar hacia la
izquierda, me encuentro con Julia, Valeria y Laia. La primera
en cuanto me ve corre a mis brazos sollozando. La abrazo con
fuerza mientras miro detrás de ella y me encuentro con las
demás que también tienen los ojos rojos y anegados en
lágrimas.
—¿Cómo está? —Mi voz suena temblorosa en cuanto me
separo de Julia y la miro a los ojos.
—El médico aún no nos ha dicho nada, se ve que no hay
novedades.
—Hace unos minutos entraron dos enfermeras, le
preguntamos qué tal estaba en cuanto salieron, pero no nos
dieron información.
—¿Habéis llamado a sus padres?
—Sí, justo después de hablar contigo. Nos dijeron que van
a hablar con sus jefes y que si pueden cogen el avión de las
diez menos diez.
Asiento y me acerco para abrazar a las demás. Me fijo en
que Valeria tiene un apósito en la frente y el labio de abajo un
poco hinchado. Laia lleva la muñeca derecha vendada y Julia
es la que peor está de las tres. Me fijo que también tiene un
apósito en la ceja izquierda, tiene el pómulo derecho bastante
hinchado y de un tono morado, lo que significa que el golpe
que se ha llevado ha sido fuerte. Cojea de la pierna izquierda y
cuando le pregunto, me cuenta lo sucedido.
Las cuatro iban en taxi de camino al apartamento. Era de
noche, pero había una perfecta visibilidad. Un coche invadió
su carril y para evitarlo, el taxista tuvo que maniobrar y acabó
perdiendo el control del vehículo. Chocaron contra una farola,
pero el peor golpe vino de lado, dejando el taxi completamente
destrozado contra la acera. El taxista murió en el acto porque
el coche que venía de frente impactó justo por su lado. Giselle
fue la segunda más perjudicada ya que, según Valeria que es la
que estaba más consciente en ese momento, el airbag no salió
a tiempo y no amortiguó el golpe contra la guantera.
Julia iba justo detrás del taxista y a causa del golpe, su
pierna quedó medio encajada entre su asiento y el del
conductor. Le duele apoyarla, pero no podía aguantar más en
la segunda planta sabiendo que Giselle está aquí, dos plantas
por encima, aún inconsciente.
Me siento en las sillas que hay en todo el pasillo e intento
asimilar toda la información que Julia me ha contado. Me paso
las manos por el pelo y tiro de él intentando calmar la rabia
que siento ahora mismo.
Unos pasos suenan a la derecha y me encuentro con un
doctor que se dirige hacia la puerta donde está Giselle. Me
levanto como si tuviera un resorte en el asiento y lo intercepto
antes de que consiga tocar el pomo.
—Hola, doctor. Soy Alain, el novio de Giselle, la paciente
que se encuentra en esta habitación. ¿Podría decirme cómo se
encuentra?
El doctor me mira de arriba a abajo sin ningún disimulo y
esboza una tímida sonrisa.
—Está bien. Que no haya despertado aún, no significa
nada, porque su corazón sigue latiendo y según las pruebas
que le hicimos, no tiene daños cerebrales. Le hemos puesto
respiración artificial, porque el golpe fuerte se lo llevó en la
cabeza y el pecho, y su respiración era demasiado irregular. De
momento no podemos hacer nada más, solo esperar a que
despierte y ver si se acuerda del accidente.
—Vale, doctor, muchas gracias.
—Y una cosa más, intenta que esas chicas descansen.
Aunque estén mejor que Giselle, también han llevado un golpe
duro y me alegra ver lo mucho que se preocupan por su amiga,
pero necesitan reposo.
—Haré lo que pueda por ellas, no se preocupe.
—Bien. ¿Sabes si los padres de la paciente van a venir?
Porque he visto que sois españoles.
—Sí, cogerán un vuelo en un par de horas y llegarán aquí
por la mañana si todo va bien.
—Me alegro. Si hablas con ellos dile que no se asusten ni
se preocupen, lo peor ya pasó y ella está fuera de peligro.
Ahora voy a echarle un vistazo y si veo que todo va bien, en
un par de horas dejaré que paséis a verla, aunque sea unos
minutos.
—Gracias, doctor. —Le doy la mano y me despido de él,
dejando que entre a ver a mi chica.
Vuelvo a sentarme con ellas y les cuento lo que el doctor
me ha dicho. Respiran aliviadas y se relajan como pueden en
el asiento tras mis palabras.
—Voy a por unos cafés y algo de comer, me dijo el doctor
que tengo que cuidaros.— Ellas sonríen y me dan las gracias
antes de que me levante y me aleje por el pasillo.
Las horas pasan y son las once y diez cuando escuchamos
unas voces conocidas al final del pasillo. Ada y Luis. Todos
nos levantamos a saludarlos y le explico en cuanto los tengo
enfrente lo que me dijo el doctor. Ada, al verme, se lanza a mis
brazos y yo la estrecho contra mi pecho. Sonrío y abrazo
también a Luis que me mira con cariño. Supongo que Giselle
los habrá puesto al corriente de lo nuestro y de ahí que estén
los dos con esa expresión en la cara. Y bueno, tampoco se han
sorprendido al verme aquí así que eso confirma mis sospechas.

El tiempo corre sin piedad y en todas estas horas que


llevamos aquí, el doctor ha venido dos veces: la primera para
hablar con los padres de Giselle y la segunda, hace un par de
minutos, para ver cómo estaba. Nos ha comentado que había
despertado pero que aún no era momento para entrar a verla.
Nos alegró saber que recordaba todo a pesar del fuerte golpe
que llevó. Le hicieron un TAC nada más llegar y también otros
análisis. Tiene un gran golpe en el pecho que ha afectado a sus
pulmones, de ahí que le cueste bastante respirar con
normalidad.
Después de hacer turnos para ir a comer, volvemos y
pasamos toda la tarde en la sala de espera. Julia se ha ido
arrastrada por Valeria y Laia a tomar un poco el aire a pesar de
que apenas puede caminar. Ahora solo quedamos Ada, Luis y
yo en la sala de espera, acompañados a veces por las
enfermeras y enfermeros, doctores y doctoras que se pasean
por los pasillos atendiendo a los pacientes. A las cinco y media
de la tarde, el doctor vuelve a visitar a Giselle y al salir, se
queda apoyado en el marco de la puerta. Me tenso en el
asiento y lo miro fijamente temiendo una mala noticia, pero
cuando sus comisuras se elevan, suelto todo el aire de golpe y
me levanto.
—Ya podéis pasar a verla.
En cuanto las palabras salen de su boca, entro en la
habitación seguido por Ada y Luis. Giselle está tumbada en la
camilla, con su característico rostro tranquilo y conectada a
numerosos cables. También tiene una vía en el brazo. Me
acerco a ella poco a poco y cuando consigue enfocarme bien
en su campo de visión, sonríe. Yo me arrodillo a su lado y le
cojo la mano para llenarla de besos. Me levanto y beso su cara
sin importarme que sus padres estén a un metro de nosotros.
No me importa. Está bien, conmigo, y eso es todo lo que
pienso en estos momentos. Sube su mano despacio intentando
no tirar mucho del cable y me acaricia la mejilla. Poso mi
mano sobre la suya y giro la cabeza para besarla.
—No sabes el susto que me has dado —susurro antes de
inclinarme y besar su frente con ternura.
—Tenía la esperanza de que Julia no te llamara, no quería
preocuparte.
—Voy a evitar enfadarme porque estás muy sedada, pero
eso no lo vuelvas a repetir ni en broma, ¿vale? — Asiente y
beso sus labios antes de apartarme y dejar que se encuentre
con sus padres.
Ada llora sin consuelo y abraza a su hija que también deja
que las lágrimas rueden por sus mejillas al encontrarse a sus
padres aquí. Luis también se acerca y las abraza a las dos
como puede también emocionado.
—¿Qué hacéis aquí?
—¡Pero que pregunta es esa, Giselle! Si te parece te
dejamos aquí y nosotros nos quedamos tan tranquilos en casa.
—Pero, ¿y el trabajo?
—Nos dieron tres días libres, así que no te preocupes por
eso.
Dejo que sigan hablando los tres solos y salgo de la
habitación para ver si ya han vuelto las chicas. Me las
encuentro sentadas en el mismo sitio de todo el día y cuando
me miran, no puedo evitar sonreír. Las tres corren
desesperadas y entran en la habitación como si no hubiese un
mañana. La estancia se convierte en un circo que tenemos que
dejar porque Giselle necesita descansar.
—Yo me quedo a dormir aquí si no os importa. Vosotras
tres os vais al apartamento porque tenéis que descansar y
además sigue pagado y vosotros al hotel que hayáis reservado.
—Ni hablar.
—Ada, no ha sido una pregunta, sino una afirmación.
Giselle está bien, pero estaré más tranquilo si estoy yo con
ella. Todos vosotros ya tenéis un sitio donde quedaros que,
además, pagasteis.
Al final, tras mucho insistir, acaban cediendo, pero con la
condición de que haremos turnos para cenar y después, cuando
se aseguren que he comido y todo, se irán. Yo acepto porque
no me parece tan mala idea y a las nueve bajo con Ada y Luis
a tomar algo a la cafetería.
—Me alegra que volváis a estar juntos.
La que ha dicho eso es Ada, que me mira detrás de su
bocata con ojos dulces.
—Gracias, la verdad es que estas últimas semanas han sido
un poco surrealistas. No sé, reencontrarnos después de tanto
tiempo en París fue algo que no esperábamos ninguno.
—Cuando Giselle me llamó y me lo dijo, al principio pensé
que había sido un sueño. Me parecía súper extraño que hubiese
pasado algo así, pero cuando recibí una foto tuya junto con
Julia, Valeria y Laia, supe que no era mentira.
—¿Con qué Giselle te envió una foto mía? No sé por qué
no me sorprende. —Los tres nos echamos a reír porque podría
haber insistido en la conversación o algo, no cortar la llamada
y enviar una foto así porque sí. Viniendo de mi chica, me lo
espero todo.
Subimos media hora más tarde y las chicas toman el relevo.
Me paseo por la sala de espera porque tengo los músculos
agarrotados de llevar todo el día sentado pero bueno, aguanto
lo que haga falta. Cuando las tres suben, me despido de ellas y
de los padres de Giselle.
—Prométenos que nos avisarás si pasa algo, ¿vale?
Vendremos temprano para que puedas ir a darte una ducha a
nuestro hotel y tomar un poco de aire fresco. — Asiento sin
decir nada porque a Ada no le puedo llevar la contraria y me
despido de todos con dos besos y un abrazo.
Voy al baño y me mojo la cara porque estoy acojonado. No
por lo de Giselle, que también, sino por todo lo que guarda
este hospital de mi pasado. Por haber estado aquí, perdí
muchas cosas. Una de ellas, la más importante, la que tengo en
la habitación 420 y me está esperando. Salgo y voy hacia
donde está mi chica. Me la encuentro durmiendo así que me
acomodo en el sillón que hay en una esquina de la habitación
sin hacer mucho ruido y le envío un mensaje tanto a Carlos
como a mi madre diciéndoles que todo está bien. Yo no sé si es
el cansancio acumulado o el dolor de cabeza que tengo, que en
cuanto encuentro una postura cómoda, me quedo dormido.
—Alain. Ala… —Una voz me despierta de madrugada y
me incorporo con rapidez. Me fijo en Giselle en cuanto abro
los ojos y me la encuentro sentada en la cama con la mano en
el pecho, intentando respirar.
Está roja, tiene las manos frías y los ojos anegados en
lágrimas. Salgo de la habitación y pido ayuda, pero no hay
nadie cerca. Vuelvo a su lado e intento calmarla acariciando su
rostro y su espalda mientras la máquina empieza a emitir un
pitido nada agradable que consigue ponerme la piel de gallina.
—Respira, nena. Tú puedes. Despacio, sino te harás daño.
Unos pasos a mi espalda me hacen volver a la realidad y me
giro con rapidez, pero me quedo plantado en medio de la
habitación. No me puede estar pasando esto a mí. No, joder,
no.
—Alain, ¿qué haces aquí?
—No tengo tiempo para preguntas, mi novia no puede
respirar, así que, si eres un buen profesional, la ayudarás sin
decir nada.
Me muerdo la lengua para no soltar algo peor y noto como
le cambia el rostro con mis palabras, pero no dice nada, se
limita acercarse a la camilla y a ponerle una mascarilla. Llama
a un par de enfermeras y me hacen salir de la habitación
mientras intentan aliviar esta crisis que ha sufrido. Las manos
y el cuerpo me tiemblan mientras me paseo por la sala.
Escucho sus voces y la verdad, es que quiero irme. Quiero
echar a correr y no volver a poner un pie en este puto hospital.
Joder, es que lo sabía. Sabía que me iba a volver a encontrar
con él tarde o temprano. El destino se las ha ingeniado en este
viaje para ponerme delante a la persona que más quiero y a la
que más odio en mi vida. Lo primero me alegra. Lo segundo
me da ganas de vomitar.
Unos minutos más tarde, que a mí se me antojan horas, la
puerta se abre y salen las dos enfermeras de la habitación, pero
nadie más.
—Ya puedes pasar —me dice una de ellas antes de perderse
por el pasillo y desaparecer de mi vista.
Me debato entre entrar o no, porque no me apetece ver al
hombre que está dentro de ella, pero Giselle va primero que
toda esta mierda, así que no dudo en dirigirme hacia allí. Me
lo encuentro de espaldas auscultando a Giselle. Esta sigue con
las mejillas sonrosadas y noto que aún le cuesta respirar un
poco.
—Vale, Giselle, tu respiración ya se ha regulado bastante.
Ahora te voy a poner la almohada un poco más alta porque
quizás te dio esta crisis al quedarte dormida tumbada del todo
—le habla con calma mientras la ayuda a incorporarse poco a
poco. Posa sus ojos en mí antes de volver a hablar—. Alain,
échame una mano y colócale bien la almohada.
No sé si ha dicho mi nombre a propósito o no, pero maldigo
en silencio y hago lo que me pide. No me pasa desapercibida
la mirada de Giselle al darse cuenta de que ha pronunciado mi
nombre sin, aparentemente, tener ninguna confianza conmigo,
pero le hago un gesto con la cabeza para que lo deje estar. Ella
se calla y se concentra en colocarse de la mejor manera
posible. El doctor vuelve a hablarle y ella asiente sin decir
nada.
—En un par de horas pasaré a verte. Adiós.
Giselle se despide de él pero yo me limito a girar la cara y
no abrir ni los labios.
—¿Qué ha sido eso?
—¿El qué? —Intento hacerme el tonto, pero Giselle eleva
una ceja y me deja claro que no cuela.
—Entra el doctor y te pones a la defensiva. Se os desencaja
la cara a ambos. Sales de la habitación y al hombre casi le
daba miedo tocarme. Luego entras y volvéis a tener la misma
expresión. Él dice tu nombre y tú casi te echas encima de él.
No sé, Alain.
—Ese hombre es mi padre, Giselle.
Capítulo 31

Inglaterra, agosto 2018

Más allá de saber que los padres de Alain se divorciaron


cuando él era pequeño, no conozco más datos de su progenitor.
Agarro su mano y me fijo en sus ojos. Están completamente
vacíos, carecen de la alegría y fuerza que suelen tener siempre
y me molesta, porque nadie debería hacerle perder eso nunca.
Acaricio su muñeca y llevo la otra mano a su rostro. Paso mis
dedos por sus mejillas, su mandíbula, su frente y sus labios.
—Acércate —le pido mientras paso mi mano por su nuca y
me pego a él. Alain no tarda en juntar sus labios con los míos
y nos fundimos en un beso que llevaba esperando mucho.
Nuestras lenguas se enredan en cuanto se encuentran y la
temperatura de la estancia sube unos cuantos grados. Nos
separamos más rápido de lo que hubiese preferido, pero siento
que me cuesta respirar. Alain me calma y respiro despacio
como me han recomendado las enfermeras y el doctor hace
unos minutos.
—¿Quieres contarme qué pasó con tu padre para que
acabarais así? Si no quieres, no te voy a obligar, pero a veces
viene bien desahogarse.
—No te conté toda la verdad cuando nos conocimos y lo
siento, pero esa era una puerta que esperaba que se hubiese
cerrado, pero no lo fue. —Le agarro la mano cuando noto la
tensión en sus músculos y lo atraigo hacia la camilla,
consiguiendo que se siente a mi lado—. Mis padres siempre
han estado bastante unidos. Pasé una infancia muy buena, pero
cuando cumplí los diez años las cosas empezaron a cambiar.
Mi padre se ausentaba bastante, decía que tenía mucho trabajo
y mi madre y yo nos lo creíamos porque, al fin y al cabo, ser
médico es duro y lleva mucho tiempo. Cuando cumplí trece,
mi madre enfermó y mi padre en vez de ayudarla, empezó a
pasar aún más tiempo de fuera de casa. Un año más tarde se
fue de casa diciendo que el trabajo lo estaba consumiendo y
que la casa se le caía encima. No supimos nada de él hasta
hace cuatro años, que apareció exigiendo el divorcio porque se
quería casar. —Alain se tensa al llegar a esta parte y yo intento
calmarlo acariciando su mano y su brazo. Levanta la mirada y
sus ojos se posan en mí. Me sonríe levemente y sé que lo hace
para no preocuparme, pero no lo consigue—. Mi madre y yo
nos plantamos aquí exigiéndole una explicación ya que no
habíamos sabido nada de él en diez años. ¿Qué padre en su
sano juicio deja a su mujer y a su hijo tirados en el momento
que ambos más lo necesitan? Quise hundirlo. Pero no pude. Yo
vine antes intentando conseguir un poco de consenso y así no
meter a mi madre en medio, pero no conseguí nada y ella tuvo
que dejar su vida de Madrid y volar a Londres. Tuvieron una
lucha demasiado intensa. Mi madre empeoró en ese momento
y su enfermedad la tuvo cinco meses en el hospital. Estuvimos
en este país al rededor de casi un año, en este mismo hospital.
Por eso no pude continuar con lo nuestro, Giselle, por toda la
mierda que se me vino encima. Mi madre necesitaba el cien
por cien de mí. Si estaba contigo no iba a tener ni el uno por
ciento porque tú siempre eras la primera en mis pensamientos.
Me arrepentí muchísimo de no haberme puesto en contacto
contigo, pero no tenía ni ganas ni tiempo, estaba siempre aquí
con mi madre o luchando con mi padre en el despacho de su
abogado. Lo peor fue enterarnos que en todo ese tiempo que
estuvo ausente, formó una familia. Ahora tiene una mujer y
dos hijos. Joder, es que ahora que lo pienso, no sé cómo
soporté tanto…
Lo atraigo hacia mí cuando su voz se rompe y las lágrimas
empiezan a correr por sus mejillas con demasiada rapidez.
Nunca he visto a Alain tan devastado y cada sollozo que
suelta, me rompe un poco más. No puedo evitar llorar yo
también, porque no entiendo en que mente cabe hacer tanto
daño a alguien y más si son tu mujer y tu hijo, los cuales no
han tenido la culpa. Ahora mi mente va a mil por hora, porque
todo encaja. Nuestra ruptura, los dos meses que me pasé
viendo a María y como de un momento a otro desapareció sin
dejar rastro. Son como las piezas del puzle que, tarde o
temprano, acaban juntándose.
—Eh, Alain, mírame. —Pongo un dedo debajo del mentón
y le levanto el rostro hasta que casi queda a mi altura. Estiro el
brazo y cojo el paquete de pañuelos que tengo en la mesilla;
saco uno y le limpio las lágrimas que bañan sus mejillas y su
mentón—. Quiero que sepas que me dolió mucho cuando
rompimos. Lo pasé mal, pero lo superé. Los primeros meses
me dolía pensar en ti porque lo nuestro duró poco, pero fue
intenso. Eras lo primero que tenía en la mente al despertarme y
lo último al acostarme. Te quería muchísimo y te sigo
queriendo. Y no me importa una mierda lo que pasó hace
cuatro años. Me importa el ahora. He sufrido un accidente
hace unas horas, podía haber muerto, pero el destino no quiso
que nos volviésemos a separar. Y yo estoy de acuerdo con él,
no quiero volver a separarme de ti, ni ahora ni nunca, Alain.
Eres el amor de mi vida. Te perdí una vez, no quiero volver a
perderte otra.
No puedo seguir hablando porque Alain posa sus labios
sobre los míos y me besa con pasión y dulzura. Se acaba
pronto porque mi condición respiratoria ahora no es la mejor,
pero me sirve con mirarlo y ver en sus ojos, ese brillo que
tanto me gusta y nunca se debió de ir.
—Esta vez, haremos las cosas bien. No más secretos, ni
rupturas, ni problemas. Solos tú y yo. Vamos a acabar este
viaje sea cuando sea, vamos a volver a Madrid y vas a venirte
a vivir conmigo. Vamos a decorar el apartamento juntos,
adoptaremos un perro o un gato, y haremos el amor en cada
rincón de la casa cada mañana y cada noche. Serás lo primero
que vea al despertarme y lo último al acostarme y yo seré
plenamente feliz.
—Um… Esa es una propuesta que no puedo rechazar.
—¿Lo dices en serio? ¿Te vienes a vivir conmigo?
—¡Tú lo has dicho, no yo!
Alain suelta una carcajada y me atrae a sus brazos con
fuerza. Le rodeo el cuello con mis brazos y digiero todo lo que
hemos dicho hace unos segundos. Le he dicho que le quiero,
que es el amor de mi vida y que no quiero volver a separarme
de él. Ahora nos vamos a ir a vivir juntos, y yo no sé si reír o
llorar, porque eso me aterra y alegra a partes iguales.
Todo el dolor que tenía se ha disipado y con él, los
recuerdos del accidente que casi me arrebata la vida. Ahora en
mi mente solo me quedan estos últimos minutos que acabo de
vivir: las confesiones, los abrazos y los besos. Ahora solo
pienso en volver a Madrid, en irme a vivir con Alain y en
seguir viviendo la historia tan bonita que empezamos hace
cuatro años.
Como bien se suele decir, mejor tarde que nunca, ¿no?
Capítulo 32

Inglaterra, agosto 2018

Lo que al principio empezó siendo una semana de “reposo” se


convirtieron en dos, lo que casi me hace subir por las paredes.
Alain se encargó de cambiar los billetes de avión que teníamos
para Irlanda y también se comprometió en pagarles a las
chicas un apartamento para estos días a pesar de la negativa de
ellas. He hablado mucho con mis padres todos estos días,
incluso tuve que pararles los pies porque tenían pensado
volver a hacerme una visita. Tanto Alain como yo les hemos
dicho y repetido un millón de veces que estaba bien y que en
unos días me darían el alta, consiguiendo así calmarlos un
poco.
Aún sigo con el pecho dolorido, a veces me cuesta respirar
sin dificultad, pero las crisis graves de los primeros días se han
quedado como un mal recuerdo. Salgo del hospital en silla de
ruedas y, con la ayuda de Alain, me meto en un taxi. Mis
amigas ocupan uno detrás de nosotros, pero todos nos
dirigimos hacia el mismo lugar: el aeropuerto. Después de
mucho esperar, por fin nos vamos a nuestro último destino.
Cuando llegamos unos minutos más tarde y pasamos el
control de seguridad, una parte de mí no quiere que acabe este
viaje, otra un poco más grande, ya ve la hora de volver a casa
con otros ojos. Con la tontería hemos estado un mes fuera
recorriendo siete países. Parece una locura.
El avión sale con quince minutos de retraso, pero una vez
estamos dentro, me relajo y me permito disfrutar un poco de la
sensación de estar fuera del hospital tras estas últimas
semanas.
Alain y Julia están a mi lado. El primero ocupa el asiento
de la ventanilla y Julia el del pasillo dejándome el del medio a
mí, según ellos, para mantenerme controlada.
Aterrizamos en el aeropuerto de Dublín un poco más tarde
de la hora prevista, pero Alain nos sorprende a todas cuando se
dirige hacia un chico pelirrojo en cuanto salimos por la puerta
y le da la mano. Hablan un rato y el chico le da unas llaves
antes de despedirse. Alain se gira hacia nosotras y mueve las
llaves delante de su cara mientras sonríe.
—Ya tenemos medio de transporte, chicas. Vamos a por él,
es aquel negro —nos señala un coche bastante grande y de una
marca que no conozco. Todas echamos a andar detrás de él y
nos subimos al vehículo antes de empezar a movernos por
tierras irlandesas por primera vez.
El apartamento no está cerca que digamos, pero lo
compensa lo bonito que es y el precio que nos ha costado.
En cuanto llegamos, Alain se hace dueño y señor de mis
bártulos y no me deja ni mover la bolsa donde tengo una
sudadera. Yo protesto porque no me gusta estar sin hacer nada
viendo como todos arriman el hombro, pero al final lo dejo
estar.
Alain y yo compartimos habitación como hasta ahora, al
igual que Valeria y Laia y bueno, la pobre Julia sigue
mofándose porque está más sola que la una y no duerme con
nadie al lado dándole calor.
—¿Qué tienes pensado hacer hoy, Giselle? Eres tú la
fanática de estas tierras —la que me pregunta es Julia mientras
intento guardar lo que mi chico me permite en el armario.
—Lo que queda de mañana lo vamos a pasar en el centro,
comeremos por ahí, haremos la compra y por la tarde nos
vamos a Howth, un pequeño pueblo costero que está aquí
cerca.
—Perfecto. En veinte minutos salimos.
Se aleja dando grandes zancadas y se mete en su cuarto,
que justo está en frente del mío al otro lado del salón y al lado
de la habitación que comparten Laia y Valeria.
—Deja eso ahí, Giselle. No deberías hacer esfuerzos.
—Alain, no estoy haciendo nada, solo guardar mi ropa en el
maldito cajón.
—Pero eso hará que te canses y ya sabemos qué pasará si te
cansas.
Me acerco a él y no puedo evitar reírme porque está
frunciendo el ceño y tiene un aspecto gruñón e infantil en el
rostro. Paso los brazos por su cuello y poso mis labios sobre
los suyos de forma rápida y sutil.
—No sé cómo pude aguantar tantos años sin tus labios. Ha
sido un puto infierno —susurra aún con sus labios pegados a
los míos.
—Lo mismo te digo; sabes que siempre he sentido
debilidad por ellos.
—Yo sentía debilidad por ti. Tú, entera, eras mi debilidad.
Y lo sigues siendo. —Sonrío, me pongo roja como un tomate y
me emociono porque este hombre siempre sabe que teclas
tocar para que acabe hecha un mar de lágrimas.
—Te quiero.
—Te quiero, Giselle. Cada día más.
Son las doce y media cuando salimos del apartamento, justo
a la hora que habíamos dicho. Otra cosa no, pero a puntuales
no nos gana nadie. No cogemos el coche ya que estamos cerca
del centro y podemos ir andando perfectamente. Damos una
vuelta sin demorarnos mucho, entramos en algunos locales de
comida típica y se nos hace un poco la boca agua. El hambre
empieza a ser palpable, así que decidimos ir a comer temprano
y así después poder ir al apartamento a descansar antes de ir a
Howth.
Entramos a comer a un local de los más famosos de la zona
llamado Madigans. Sin duda, un sitio con mucho encanto
irlandés.
Volvemos al apartamento una vez terminamos, no sin antes
parar en un supermercado y comprar algo para la cena de hoy,
el desayuno de mañana y para unas cuantas comidas más.
Cargamos entre todos con las bolsas, yo protesto porque me
han dado la que menos pesa, pero como me ignoran, decido no
volver a abrir la boca. Voy entonando We are young de Fun
mientras camino detrás de los demás y me voy fijando en cada
pequeño rincón de la calle. Hay bastante gente en las terrazas
de los bares y restaurantes tomando algo y charlando. También
hay gente paseando, parejas de la mano o transportando un
carrito de bebé.
Llegamos unos minutos después y nos tomamos un
descanso. Me preparo un té de mango y papaya que acabamos
de coger y le preparo otro a Valeria que también le apetece.
—Ven conmigo. —Alain aparece en la cocina y me rodea la
cintura con sus brazos. Empieza dándome besos por el cuello y
por la mandíbula, hasta que termina girándome y quedando
cara a cara conmigo.
Me fijo en su rostro, tiene el semblante serio por mucho que
intente sonreír al tenerme delante. Desde que hemos salido del
hospital, lo noto raro. Aun así, con todo lo que le ha caído
encima estas últimas semanas, siempre tiene un gesto bonito
hacia mí. Sigue buscando mi cuerpo, mis labios y mis caricias
a cada momento. No le importa si estamos solos o con las
chicas, no le importa acercarse a mí y abrazarme o besarme.
Yo le correspondo porque nada me gusta más que estar entre
sus brazos, pero eso no quita que no esté preocupado por él.
He hablado con María hace unos cuantos días de lo
sucedido, a escondidas de Alain. Aún me sigue pesando el
hecho de no haberle contado nada.
—Ey, vuelve a la realidad. Necesito que te tumbes un ratito
conmigo antes de que nos vayamos. —Alain no me deja ni
contestar, coge mi taza humeante de la encimera y con la mano
que le queda libre, entrelaza sus dedos con los míos y tira de
mí con suavidad hacia nuestra habitación.
Julia duerme plácidamente en el sofá y no hay rastro de las
demás, así que supongo que estarán también descansando en
su cuarto.
Entramos y me siento en la cama apoyando la espalda en el
cabecero. Alain apoya su cabeza en mi regazo como puede y
no tardo en acariciar su rostro y su pelo. Cada vez lo tiene más
largo y sus rizos son más marcados y rebeldes. Se dirigen en
todas las direcciones y por mucho que se lo peine o le eche
agua, no hay manera de conseguir que tengan un orden.
—¿Cómo estás? —Las palabras salen de mi boca sin
pararme pensarlas mucho. Mi chico se incorpora y se sienta a
mi lado de la misma manera en la que estoy yo.
—Hoy mejor. Ya no voy a volver a verlo.
—¿No te duele estar así con él? Al fin y al cabo, es tu
padre.
—Dejó de ser mi padre cuando se fue de casa y dejó sola a
mi madre. Créeme, Giselle, nunca lo he echado de menos. —
Su tono brusco consigue que el cuerpo se me tense.
—Vale, solo quería saber si estabas bien o si podía hacer
algo para que lo estuvieras.
Alain deduce mi nerviosismo en la voz y me atrae a su
cuerpo. Lo abrazo con ganas y él hace lo mismo conmigo.
Entierro la cara en su cuello e inspiro su aroma antes de
apartarme y acoger su rostro entre mis manos y besarlo. Esta
vez no empieza de una manera suave porque ambos no lo
queremos así. Alain arrasa con mi boca y yo hago lo mismo
con la suya. Nuestras lenguas danzan solas por su cuenta, se
encuentran y se rehúyen consiguiendo que ambos gimamos y
nos empiece a sobrar la ropa. Nos la quitamos casi a tirones y
nos dejamos llevar sin importarnos nada más que el placer del
otro.
Caemos rendidos en la cama tras una ducha rápida que nos
sienta de maravilla a ambos.
—Mi madre supo que no podía tener hijos cuando tenía
diecinueve años. Acababa de conocer a mi padre y las ganas
de formar una familia aumentaron cuando se plantearon el irse
a vivir juntos. —La voz de Alain empieza siendo pausada,
apenas perceptible, pero supongo que lo que viene ahora no es
fácil. Agarro su mano y entrelazo nuestros dedos,
transmitiéndole todo el apoyo que puedo—. Mi madre fue al
médico y le dijeron que le sería muy difícil quedarse
embarazada debido a un problema en los ovarios. Mi padre la
dejó y estuvo un mes desaparecido, pero volvió arrepentido
asegurando que mi madre era la mujer de su vida y que no le
importaba no tener hijos. Se casaron un año después ante la
alegría de mi madre y sus padres y la negativa de mis abuelos
paternos que no querían que esa unión se llevara a cabo. Todo
fue bien, mis padres viajaron mucho, sobre todo a donde vivía
mi bisabuela materna, aunque también recorrieron muchos
países de Europa y parte de Estados Unidos. Todo cambió
cuando mi madre tenía treinta y un años, empezó a encontrase
mal. Vomitaba varias veces al día, todas las comidas le
sentaban mal y apenas dormía por las noches. Cuando ambos
fueron al médico a ver qué pasaba, les dieron la noticia de que
yo venía en camino. Pensaron que era una broma de mal gusto
y se fueron de la consulta entre lágrimas y rabia. Lo dejaron
estar, pero a los dos meses de aquello, mi madre empezó a
intuir como le crecía la tripa. Mi padre también se dio cuenta,
era algo obvio cuando se desnudaban y se acostaban, pero no
quisieron hacerse ilusiones hasta que, cuando llegó el tercer
mes, dejaron sus miedos a un lado y volvieron al médico. Este
les dijo, como la primera vez, que estaba embarazada de casi
catorce semanas y que el feto estaba bien. Mi madre se pasó
toda la semana llorando, aunque lo achacó a las hormonas.
Siempre me contaba que mi padre se volcó mucho en la
noticia y que empezó a preparar mi habitación en cuanto
salieron del hospital.
Alain deja de hablar y me giro un poco para mirarlo. Sus
ojos están fijos en la ventana y su rostro no muestra ninguna
emoción más allá de la angustia al estar recordando todo esto.
Una parte de mí quiere que pare porque sé que le está
haciendo daño, pero la otra solo quiere saber qué pasó para
que hubiesen llegado los tres a estos extremos.
—Voy a por un vaso de agua. —Hace amago de levantarse,
pero yo le pongo una mano en el pecho y le digo que se quede
ahí. Me pongo mis bragas y su camiseta y salgo de la
habitación. El silencio reina la casa, Julia sigue en la misma
postura que hace unos minutos y yo me dirijo a la cocina lo
más rápido que puedo e intentando no hacer ruido. Vuelvo
unos segundos más tarde a la habitación y le tiendo el vaso a
Alain que lo apura de un sorbo. Me fijo en mi té, que sigue en
la mesilla, ya frío y sonrío levemente porque debería
habérmelo tomado antes de haber acabado así.
Me vuelvo a desnudar y me meto de nuevo en la cama,
pegada a su cuerpo. Noto como coge aire y yo me preparo para
seguir escuchando su historia que, la verdad, me está doliendo
más de lo que esperaba.
—Mis padres pasaron por el calvario y el miedo de mi
nacimiento solos, ya que mis abuelos maternos habían muerto
en un accidente un par de años atrás y mis abuelos paternos no
querían saber nada de ninguno de los dos desde la boda. Ni si
quiera mostraron el más mínimo interés cuando mis padres les
dieron la noticia. Nací prematuro y por cesárea. Fue un parto
que duró ocho horas y mi madre casi no lo soporta. El corazón
ya le empezaba a dar malas señales, pero a pesar de que todo
estaba en contra, supo salir adelante y lo más importante,
darme la vida. Mis primeros años de vida no los recuerdo,
aunque fueron años muy buenos. Fui un niño feliz que tenía
unos padres que se querían y que lo demostraban con
pequeñas cosas.
»No conocí a nadie más de mi familia, pero si recuerdo que
venía un matrimonio a comer a casa todos los domingos. Ella
se llamaba Silvia, tenía el pelo rojo y una sonrisa preciosa que
me transmitía mucha ternura. Se parece a ti. Él era más serio
en un primer momento, pero me encantaba jugar con él a la
consola. Se llamaba Jaime y la verdad que fue como un
segundo padre para mí. A veces, cuando mis padres estaban
trabajando, él me iba a buscar al colegio y me llevaba a casa
para que comiera. La verdad es que fueron buenos años,
aunque todo cambió cuando cumplí los diez. Mi padre
trabajaba mucho. Ser médico no es tarea fácil y él cada vez era
más bueno en lo suyo. Empezó a viajar y a hacer conferencias
por Estados Unidos, Londres y Alemania. Mi madre empezó a
trabajar menos horas porque tenía que cuidarme y no
podíamos depender de Jaime a cada momento así que solo
trabajaba de nueve a dos.
»Pasaron los años y cuando cumplí los trece y mi padre
trabajaba en no sé qué nuevo proyecto de la medicina, mi
madre se puso peor. Llevaba unas semanas decaída y no sabía
qué hacer. Estaba muy delgada ya que apenas comía y si lo
hacía, iba corriendo al baño a vomitar. Al principio se le pasó
por la cabeza el hecho de volver a estar embarazada pero mi
padre y ella llevaban meses sin tocarse, así que eso quedó
descartado. Todo esto lo supe años más tarde y no viene muy a
cuento, pero bueno. Recuerdo que llamé a un taxi yo solo y me
fui con ella con solo trece años. También recuerdo haber
llamado a mi padre y que este no me contestara tras cinco
llamadas perdidas. Volvió, y un año después se fue, y bueno, el
resto ya te lo conté en el hospital. Ahora estamos así, mi
madre y yo luchando y él viviendo con su nueva familia en
Londres, trabajando día sí y día también intentando
amargarnos la vida de vez en cuando.
Cuando Alain acaba de hablar, yo sigo en la misma postura,
mirando hacia la pared de enfrente e intentando asimilar cada
palabra que me ha dicho. En estos momentos me doy cuenta
de la suerte que he tenido con mis padres y con mi familia en
general. Todos tenemos un vínculo difícil de romper. Hasta los
más complicados lo tienen. Y eso es algo que no se puede
romper por mucho que la cagues.
Me incorporo y me siento a horcajadas sobre sus caderas.
Paso mis manos por su nuca y lo acerco a mí, consiguiendo
que su espalda se despegue del cabecero y su pecho quede casi
pegado al mío. Me rodea la cintura con sus fuertes brazos y
traza círculos en mi espalda con las yemas de los dedos.
Estamos desnudos y abrazados. El momento es perfecto.
—Si ahora me pusieran delante a tu padre, le daría una
paliza.
Consigo que suelte una carcajada, aunque se nota que no
tiene ganas ni de sonreír. Me recreo en sus ojos, en sus labios y
en todo él y me doy cuenta de la inmensa suerte que tengo.
—Te quiero, ¿vale? Muchísimo. Y no sabes lo mucho que
me duele que hayas tenido que pasar por todo eso tú solo. Ni
tu madre ni tú os merecíais tal desprecio, pero hay gente que
no sirve para vivir en familia o comportarse como un buen
padre. Estoy orgullosa de ti, por haber salido adelante y haber
cuidado de tu madre. Y siento que no te merezco.
—No quiero que digas eso. Me mereces tanto como yo te
merezco a ti. Por eso somos perfectos el uno para el otro.
Las lágrimas ruedan por mis mejillas y busco los labios de
Alain con desesperación. Nos besamos con ganas, pasión y
amor mientras nos repetimos numerosos “te quiero” y nos
convencemos de que sí, de que nos merecemos. Ahora y
siempre.
Capítulo 33
Alain

Dublín, agosto 2018

Haberle contado a Giselle todo sobre mi pasado, ha


conseguido quitarme ese lastre que llevaba cargando todos
estos años. Me siento más liberado y en paz. Incluso he podido
dormir mejor, cosa que no me pasaba desde que llegué a
Londres.
Tras nuestra charla, los cinco pusimos rumbo a Howth, tal y
como habíamos planeado. Está situado al este de Dublín y
tiene una población de unos diez mil habitantes. Está unido a
la capital gracias a una estrecha franja de tierra situada en
Sutton Cross. A parte, es un pueblo de pescadores bastante
conocido por su faro, su puerto y su castillo.
Ahora, mientras suena Insurrección de El último de la Fila,
vamos hacia Galway, la primera parada de nuestro segundo día
de viaje y antepenúltimo de esta aventura. Salimos temprano
de casa, apenas llevamos media hora de camino, pero el
trayecto se las trae ya que cruzamos toda Irlanda de Este a
Oeste y nos lleva poco más de dos horas. La carretera está
desierta, es pequeña y no tiene nada que ver con las autopistas
o autovías de España. Aquí les llega de sobra con una pequeña
carretera por la que pasan dos coches a la vez con dificultad.
Espero que no venga ninguno de frente porque sino me veo
jodido para echarme a un lado.
Giselle va dictando las indicaciones porque del GPS no nos
fiamos mucho y la ruta que marca no siempre es la más
adecuada. No paramos en todo el trayecto y Galway nos
saluda con un sol espectacular, pero con el termómetro del
coche marcando quince grados así que mucho calor no vamos
a tener. Las vistas cambian según nos vamos acercando más a
la ciudad y dejamos atrás las afueras. Los campos se
sustituyen por numerosos edificios y una mejorada carretera
que ya permite tener más de un carril por el que circular.
Aparcamos antes de cruzar el río Corrib y nos ponemos a
recorrer la ciudad.
Paseamos por Quay Street y vamos hacia el otro lado del
río cruzando por el Wolfe Tone Bridge. Luego damos la vuelta
y tiramos hacia Eyre Square, uno de los sitios más famosos de
la ciudad. Damos una vuelta por la plaza e incluso nos
sentamos en el césped a descansar un poco. Nos fijamos en la
noria y en el carrusel que hay en el recinto y paseamos por la
calle principal, dándonos cuenta de que se está celebrando una
especie de feria y hay muchísimos puestos ya sea de comida,
de productos de belleza o de ropa y complementos hechos a
mano.
Giselle y yo paseamos de la mano al igual que Valeria y
Laia mientras Julia se queja de lo sola que está, otra vez,
consiguiendo que todos nos echemos a reír. Mi chica aún tiene
dolores en la espalda y en el pecho, lo noto porque cualquier
movimiento medianamente brusco que hace, el rostro se le
crispa de dolor y cierra los ojos. Acaricio su espalda con mimo
cuando noto como se tensa y la pego a mi costado mientras
seguimos caminando poco a poco detrás de las demás.
—¿Te apetece beber algo? —le pregunto en cuanto
llegamos a un gran puesto de cafés y chocolate caliente para
llevar.
Ella asiente relamiéndose los labios y le doy un beso en la
frente antes de ir a pedir un par de chocolates con unas galletas
que apuntan a estar exquisitas. Nos sentamos en un banco a
degustarlo todo y dejamos a las chicas hacerse fotos y probar
la noria mientras nosotros grabamos desde abajo.
Giselle ríe al ver desde el suelo como sus amigas hacen el
idiota y nos saludan con mucho entusiasmo y yo sonrío al
verla tan feliz, intentando no recordar que, hasta no hace
mucho, estaba en una cama en el hospital sin apenas poder
respirar bien.
Me fijo en su rostro; una gota de chocolate adorna su
comisura derecha así que me inclino y busco sus labios. Ahora
mismo desearía no estar en un lugar público para,
simplemente, desnudarla y pegarla a mi cuerpo. Solo para eso,
para tenerla cerca y abrazada a mí.
—¿Tenía manchada la boca de chocolate, verdad? Te he
visto venir a kilómetros —me suelta en cuanto consigo
separarme de sus labios. Sonrío con picardía y la atraigo hacia
mi regazo antes de contestar.
—¿Acaso no puedo besarte cuando quiera?
—Claro que puedes, de hecho, ahora voy a ser yo la que lo
haga.
Me agarra por la nuca y pega su boca a la mía. El simple
roce de nuestros labios me hace gemir y pegarla más a mi
cuerpo.
—Chicos, lo que estáis haciendo no es apto para todos los
públicos.
La voz de Julia nos devuelve a la realidad y maldigo a la
noria por haber tardado tan poco.
—Venga, pongámonos en marcha —Giselle se levanta de
mi regazo y me coge de la mano para que yo haga lo mismo.
—Va a ser lo mejor porque yo no me hago responsable del
espectáculo que podáis llevar a cabo si seguís como antes.
—¡Julia!
—Perdón, perdón. Venga, vamos.
Proseguimos el camino y un par de horas más tarde
paramos a comer en un sitio llamado The Dough Bros, que
hace unas pizzas de muerte según lo que investigamos por
internet unos minutos antes.
Son las cuatro menos diez cuando ponemos rumbo a
nuestro próximo destino: los acantilados de Moher. Nos vamos
hacia el sur con las nubes del cielo acompañándonos y
ocultando el sol a cada kilómetro que avanzamos. La carretera
es mejor que la de esta mañana, por lo menos está asfaltada y
tiene dos carriles. No encontramos mucho tráfico hasta que
nos faltan veinte minutos para llegar cuando nos vemos
envueltos en un atasco que avanza poco a poco, pero sabemos
que merecerá la pena la espera.
Capítulo 34

Irlanda, agosto 2018

Lo primero que pienso, en cuanto bajo del coche, es que el


atasco ha merecido la pena. Los acantilados de Moher son de
esos sitios que sabes que te van a dejar sin palabras. Que por
muchas fotos que veas de ellos, ninguna se va a comparar con
la realidad o con lo que sientes cuando los tienes delante de tus
ojos.
Aquí, a unos metros del borde, respiro el aire más puro en
estos últimos meses. Mis pulmones agradecen esta brisa fresca
y se relajan a medida que yo también voy adquiriendo calma.
Unos brazos me rodean la cintura y me pegan a su pecho.
Echo la cabeza hacia atrás y me apoyo en el cuerpo cálido que
me sostiene.
—Es precioso —me susurra Alain al oído. Yo asiento como
una autómata sin decir nada, ni si quiera aparto los ojos del
que me rodea.
Apenas se escucha nada más que nuestras respiraciones, las
voces de los turistas y las olas rompiendo contra los
acantilados. Un grito a nuestra espalda nos sobresalta
consiguiendo que nos giremos de golpe. Nos encontramos ante
una escena que, sino llega a ser porque Alain me sigue
sujetando, me hubiera caído de culo. Julia está cubriéndose el
rostro con las manos y enfrente, Laia con la rodilla derecha
hincada en el suelo ante una Valeria emocionada que noto
desde donde estoy como tiembla y como las lágrimas caen sin
pausa de sus ojos.
Todos vemos como Laia le coge la mano y le habla sin
dejar de mirarla. Como introduce su mano en el bolsillo de su
cazadora, saca una pequeña caja de terciopelo verde botella y
la abre ante todos los que las estamos observando, que no solo
somos Alain, Julia y yo, sino que también se ha unido un buen
número de turistas.
Valeria se lanza a los brazos de su chica en cuanto esta le
pone el anillo en el dedo, consiguiendo que ambas caigan
sobre el césped. Aplaudimos y Julia y yo no tardamos en
lanzarnos también para abrazarlas a ambas. En cuanto nos
levantamos, algunos turistas se acercan para felicitar a las
futuras novias y estas se lo agradecen con palabras amables y
una sonrisa. Alain también se acerca para abrazarlas cuando la
gente ya se ha dispersado y quedamos nosotras solas.
—Enhorabuena, chicas. Espero que me invitéis a la boda.
—Julia y Giselle serán las damas de honor, pero quiero que
tú seas mi padrino.
Alain queda perplejo ante las palabras de Laia, pero no
tarda en sonreír y en volver a abrazarla.
—Será un honor. Gracias.
—¡Giselle, tenemos que preparar dos despedidas de soltera!
—Escuchar esas palabras salir de la boca de Julia, nos pone
alerta a las tres. Viniendo de ella, basta con soltar eso para
acojonarnos vivas a todas. Hasta Alain suelta una carcajada
porque también la ve venir de lejos.
En cuanto nos recuperamos un poco, sobre todo Laia y
Valeria, continuamos con la excursión. Mi mente está en pleno
rendimiento en estos momentos y ya se imagina la boda.
Conociendo a mis chicas, sé que será algo sencillo y familiar
en algún lugar a las afueras de Madrid. Por un momento hasta
siento envidia de ellas ya que yo, desde bien pequeña, siempre
he soñado con casarme y tener hijos. Mis padres sonreían y
aseguraban que iba a tener la mejor boda y el mejor vestido de
todo el siglo, lo cual me ponía inmensamente feliz. Mis ojos se
posan en Alain, él no se da cuenta porque está hablando con
Julia y a la vez mirando a su alrededor, pero yo no pierdo
detalle de lo bien que está con mis amigas, cómo si las
conociese de toda la vida. Por un momento, hasta me permito
pensar en nuestra boda. En mí, vestida de blanco, yendo a su
encuentro. En él con un traje que le quede de muerte y que
desee querer quitárselo en cuanto lo vea. En mis amigas a mi
lado apoyándome como siempre lo han hecho. En mis padres y
en María, viéndonos desde la primera fila.
—Ey, ¿qué pasa? —Una voz me devuelve a la realidad
justo cuando estoy en el mejor momento de mis pensamientos.
Me giro y veo a Alain, cuyo rostro asustado se me clava en la
retina. Me doy cuenta de la humedad en mis mejillas y
maldigo por haber dejado volar tanto a mi imaginación y
ponerme a pensar en una boda que ni si quiera se ha planteado.
—La emoción del momento, nada más. —Sonrío como
puedo y le doy un beso rápido en los labios antes de seguir
caminando y dejarlo atrás.

Llegamos al apartamento a las nueve y media de la noche.


Valeria decide pedir comida para cenar y así celebrar el
compromiso, por lo que aceptamos la invitación que nos
propone y ponemos la mesa. Julia se planta delante del
televisor a escoger una película mientras la cena llega y Alain
se sienta a su lado para evitar que escoja alguna de terror a
sabiendas de que Valeria y yo las odiamos a muerte, pero a ella
le chiflan.
Media hora más tarde, estamos los cinco ocupando los dos
sofás que tenemos en el salón, viendo El gran Showman y
comiendo sushi, rollitos de primavera, pollo agridulce con
fideos y arroz tres delicias.
—Bueno, nosotras nos vamos que tenemos algo que
celebrar a solas. —Laia se levanta y se lleva consigo a Valeria
una vez termina la película. Esta última se ruboriza y le da un
golpe en el estómago a su novia por decir eso.
—Vosotras siempre tenéis algo que celebrar. Os recuerdo
que llevo durmiendo con vuestros gemidos de fondo todo el
puñetero viaje.
—Julia, no somos la única pareja en la casa.
Cuatro pares de ojos se centran en Alain y en mí. Mi chico
se ríe pero yo quiero que el sofá me trague porque bromear de
estas cosas cuando no eres tú la protagonista está bien, incluso
es divertido, pero ahora no me hace ni pizca de gracia.
—Os podéis ir ya, gracias.
Y sin decir nada más, ambas se pierden por el pasillo y a
los poco segundos, escuchamos la puerta de su habitación
cerrarse.
—Yo también me voy a dormir, parejita. Hay que coger
fuerzas para mañana. Buenas noches.
Nos despedimos de Julia y recogemos un poco todo,
aunque lo único que hacemos es tirar todos los envases y las
latas a una bolsa de plástico.
—Me parece que ahora es nuestro turno de irnos a dormir
—susurra Alain en mi cuello y yo me estremezco en cuanto
noto su aliento en mi piel—. Me doy una ducha rápida y
vuelvo. Te espero en la cama.
Besa mi frente y él también desaparece por el pasillo,
dejándome sola en el salón. Me levanto cuando siento el agua
correr desde el baño y voy hacia la habitación. Me pongo el
pijama, que consta de una camiseta de Alain, y me meto en
cama. Conecto el iPod de mi chico y rebusco entre sus
canciones más escuchadas hasta encontrar una que me guste.
Llega a la habitación antes de que la canción acabe y se pasea
por ella en ropa interior, consiguiendo volverme loca. Lo veo
rebuscar en su mochila y sacar una caja blanca con un lazo
dorado.
—Toma. —Me la tiende y la dejo en mi regazo con el ceño
fruncido.
—¿Y esto?
—Un regalo que compré hace unos días, pero no había
encontrado el momento adecuado para dártelo.
—No tenías por qué. Yo no tengo nada para ti.
—Tú me lo das todo cada día, Giselle. Anda, ábrelo y a ver
qué te parece.
Le quito el lazo a la caja y lo dejo a un lado de la cama.
Abro esta y me encuentro con cinco paquetes pequeños dentro.
Vacío todo en mi regazo y voy abriendo paquete por paquete.
Lo que me acabo encontrando, me hace sonreír. Son cinco
pares de calcetines, cada uno representa una obra de arte. El
primero que veo es mi cuadro favorito: La noche estrellada y
Los Girasoles de Van Gogh. A este le sigue El nacimiento de
Venus de Botticelli, La mona Lisa de Da Vinci y por último, la
figura de Frida Kahlo.
—Dios mío, son preciosos. ¿Dónde los has comprado?
—Mientras estabas en el hospital y tus padres o las chicas
estaban contigo, me dedicaba a pasear por las calles cercanas
por si pasaba algo. En uno de esos paseos, me paré frente a
una tienda donde los tenía en el escaparate y no pude
resistirme.
—Muchas gracias. Me encantan. —Echo las cosas a un
lado y lo atraigo hacia mí para besarlo.
No es un misterio que los besos acaben con nosotros
desnudos y haciendo de nuevo el amor. Haber estado tanto
tiempo sin él, ha conseguido que cada vez que estamos de una
manera tan íntima como ahora, sea mejor que la anterior. Es
como si todo fuese más intenso a cada día que pasa. Y no me
quejo, que conste, pero sí siento que soy muy adicta a su
cuerpo. Cada vez más. Me encanta que me acaricie la cara y el
pelo, que me abrace o simplemente que me dé un beso en la
frente como hace desde que nos conocimos.
—Vuelve a la realidad, amor.
—Por tu culpa, cada día estoy más ida.
—Tú siempre has sido así. Esa cabecita tuya no para ni
durmiendo, Giselle.
—Lo sé. Un día me va a explotar. —Suelto el aire de golpe
y me cubro la cara con el brazo. Alain se ríe entre dientes y me
pega a su pecho.
—Bueno, mientras eso no pasa, vamos a dormir que
mañana hay que madrugar.
Le doy un último beso y me relajo entre sus brazos. Solo
con aspirar su aroma a gel y a colonia, consigo quedarme
dormida, feliz y satisfecha.
Capítulo 35

Irlanda, agosto 2018

Despedirnos de Irlanda cuesta, tanto o más que con los


anteriores destinos. Anteriormente era una sensación
agridulce, ya que da pena alejarse de un lugar tan bonito, pero
a la vez, quieres seguir viajando y conociendo nuevos lugares.
Quieres disfrutar, reír y vivir nuevas experiencias. Pero hoy no
es lo mismo. Hoy nos despedimos de un viaje que llevamos
años planeando y que ha pasado en un abrir y cerrar de ojos.
Le decimos adiós no solo a este país, sino a este mes lleno de
sorpresas y alegrías.
Yo empecé este viaje con mucha ilusión y ganas. También
soltera. A día de hoy, vuelvo con el amor de mi vida a casa.
Alain y yo queremos mudarnos juntos para así retomar, esta
vez de verdad, lo que dejamos estancado años atrás. Nuestros
padres no están al corriente de nuestros pensamientos,
decidimos esperar a llegar allí y juntarlos a todos de nuevo
para informarles. Laia y Valeria también se han planteado irse
a vivir juntas, así que se pondrán manos a la obra en cuanto
lleguen a Madrid buscando un apartamento económico y que
se puedan permitir. Julia empezará en dos semanas el máster
en Psicología Clínica y está que se sube por las paredes. Al
final, todas hemos encontrado nuestro camino de una forma u
otra. Lo más importante, es que vamos a seguir siempre juntas.
Preparamos la maleta con desgana mientras la música suena
desde el salón del apartamento a todo volumen. Son las doce y
veinte de la mañana, nuestro avión sale a las seis de la tarde,
por lo que tenemos tiempo para organizar todo, comer, limpiar
un poco e irnos al aeropuerto. La voz de Queen nos ayuda a
todos con la tarea mientras que adecentamos cada habitación.
El hecho de que esté nuestro equipaje perfectamente
colocado en fila, delante de la puerta, no ayuda mucho a
sobrellevar la vuelta. Nuestras mochilas ya han desaparecido
dentro de las maletas porque ya no necesitamos llenarlas de
provisiones para aguantar los insufribles viajes de tren; ahora
solo queda un pequeño bolso donde llevaremos la
documentación y poco más.
—Voy a preparar la comida —aviso a los demás y me
pierdo por la cocina. Alain y Valeria me siguen y me ayudan a
preparar lo poco que tenemos, pero lo necesario para poder
subsistir.
Comemos, degustamos el postre y cuando queremos darnos
cuenta, son las tres y media de la tarde y estamos subiéndonos
en el coche de alquiler para poner rumbo al aeropuerto.
Alain me acaricia la mano que tengo descansando en el
cambio de marchas y yo no quito la vista de la carretera y
tarareo cualquier melodía en mi cabeza. Por más que quiera
retrasar el trayecto, no lo consigo, y llegamos con rapidez al
aeropuerto, aunque lo de dejar el coche de nuevo en la tienda y
encaminarnos a la terminal correspondiente, es otro cantar.
Nuestra terminal es la dos, por lo que tenemos que andar un
poco más de lo esperado. Dejamos el check in atrás porque ya
lo hicimos ayer por internet y vamos directos a los controles
de seguridad para acceder a dentro del recinto y así ir hacia
nuestra puerta, que seguro que no es fácil encontrarla.
Tras las pertinentes medidas de dejar todos los aparatos en
la bandeja, pasar por el escáner y recoger la maleta, buscamos
en la pantalla nuestro vuelo. Nos aparece que el nuestro es el
FR3978 y que va en hora, pero aún queda esperar para que
podamos acceder al avión, por lo que nos vamos a tomar un
café en una de las cafeterías de la terminal y así esperar unos
minutos.
Avanzamos con lentitud una vez estamos en la cola para
embarcar, demasiada. Es como si fuese un castigo el tenernos
aquí, yendo a paso de tortuga, a sabiendas de que una parte
muy grande de nosotros no quiere volver. Alain entra primero
y nos espera ya dentro del avión. Él, Julia y yo vamos sentados
en la fila cinco y la parejita va justo detrás de nosotros.
Me paso todo el viaje dibujando, escuchando música y
viendo por la ventanilla de vez en cuando. Alain a mi
izquierda, duerme plácidamente y Julia se dedica a jugar a no
sé qué juego en el móvil mientras tiene los cascos puestos.

Dos horas y media más tarde, aterrizamos en Madrid,


produciéndome una sensación extraña en el estómago. La
gente ya está de pie, pero yo sigo sentada mirando por la
ventanilla.
Guardo el bloc de dibujo en la bolsa, desconecto la música
y guardo también el móvil con los cascos. Pienso en mis
padres que seguramente están esperando a la salida. Quizás
también esté María. Ese pensamiento me pone alerta porque
será la primera vez que la veo después de tantos años. Alain
me coge de la mano y entrelaza nuestros dedos.
—Por fin en casa. —Acompaña sus palabras con un beso y
un apretón que me relaja, como siempre. Ya podría estar
completamente desquiciada, que este hombre conseguiría
mantenerme cuerda con solo una caricia. Avanzamos por la
terminal T4 del aeropuerto y encontramos la salida con
bastante dificultad debido a la cantidad inhumana de gente que
hay aquí, andando de un lado para otro.
No hemos traspasado las puertas cuando a lo lejos veo el
pelo cobrizo de mi madre. Según nos vamos acercando más,
distingo también al padre y a la abuela de Julia y también a los
padres de Valeria y Laia. Cuando mis ojos se cruzan con los de
María, estos se aguan un poco. Noto de nuevo un apretón en la
mano y sonrío por inercia sin pararme a mirarlo. Solo me fijo
en seguir caminando sin chocarme con nadie.
Me lanzo a los brazos de mis padres en cuanto llego a su
lado. No hace mucho que los he visto, pero contando que
estaba postrada en una cama después de un grave accidente,
verlos ahora me sabe de lujo.
—Qué ganas teníamos de verte por fin. ¿Cómo estás? ¿Te
duele algo?
—Mamá, estoy bien. Voy a saludar a los demás.
Me abrazo a la abuela de Julia, que es como una abuela
para mí, y luego paso a los brazos de los padres y madres de
mis amigas. Todos se preocupan por mí, así que supongo que
mis amigas les habrán contado lo del accidente. Yo les aseguro
a todos que estoy muy bien y que sus hijas me han cuidado
mucho estas últimas semanas.
Me voy separando del grupo poco a poco y dirijo mis pies
hacia donde se encuentran María y Alain. También ha venido
Carlos, su mejor amigo, y una chica la cual no conozco.
—Hola, tesoro. —María acompaña sus palabras
estrechándome entre sus brazos. Joder, cuanto hacía que no la
abrazaba. Las lágrimas caen de mis ojos sin ton ni son y, por
más que quiera relajarme, no lo consigo. Pienso en las visitas
que le hacía después de que Alain y yo lo hubiésemos dejado.
En las veces que Alain y yo tuvimos que acompañarla al
hospital. En su marido que le intentó joder la vida y que por su
culpa, acabamos así.
Oigo también sus sollozos entre mi pelo y eso no ayuda a
que me sienta mejor. Me separo y no tarda ni un segundo en
pasarme un pañuelo por las mejillas y la barbilla para secarme
las lágrimas en un gesto tan maternal que se me atraganta un
poco.
—Estás preciosa.
—Tú sí que lo estás, María. Te veo bien.
—Estoy mucho mejor, cielo. Gracias.
Le sonrío con cariño y me giro para mirar a un Carlos que
me mira con ojos pillos y una sonrisa de oreja a oreja.
—Ven aquí, cuñada.
Todos soltamos una carcajada y yo no puedo hacer otra
cosa que ir hacia sus brazos y cobijarme un poco en ellos. Él
también fue un gran apoyo cuando Alain se fue, aunque
nuestras conversaciones no duraron más de un par de semanas.
Él estaba del lado de su amigo, y por más que lo entendía,
siempre sentí una espina clavada en el pecho por ello.
—Te veo bien, Giselle. Y no sabes lo feliz que soy por eso
y por veros a los dos así de nuevo.
—Gracias, Carlos.
—Te presento a Lucía, mi chica.
Saludo a la nombrada con dos besos y me fijo en lo guapa
que es. Tiene el pelo castaño y los ojos color miel. La verdad
es que son muy bonitos.
—Bueno, ¿y si nos vamos a cenar todos?
La pregunta sale de los labios de mi padre, ante mi sorpresa
y la de todos, pero no nos negamos ya que nos parece un plan
genial, así que empezamos a meter todos nuestros bártulos en
nuestros respectivos coches.
—Voy a llamar al restaurante de un compañero de trabajo a
ver si nos puede reservar mesa —eso lo dice Carlos y cuando
todos asentimos, lo dejamos que se aleje un poco para hablar
por teléfono.
Esperamos unos minutos y cuando vuelve, nos informa que
tenemos mesa para las nueve y media en la Tagliatella que está
en Gran Vía, por lo que todos nos acomodamos en los coches
y ponemos rumbo hacia allá.

Comemos sin parar de hablar de todo lo que hemos vivido


estas semanas. Vamos pasando de país en país, hablamos del
reencuentro con Alain, de los recuerdos que revivimos cuando
llegamos a Inglaterra, del accidente y sobre todo, de la pedida
de mano de Laia y Valeria. Sus padres se deshacen en lágrimas
hacia sus hijas y no tardan en abrazarlas y en felicitarlas, al
igual que todos los demás que no han estado presentes en tal
momento.
El postre avanza de la misma manera, y como no tenemos
ganas de volver a casa, nos vamos a tomar algo por ahí. A la
una de la madrugada, los padres se rinden y deciden irse cada
uno a su casa, pero a nosotros nos apetece seguir con la noche
así que nos metemos en una discoteca que a nosotras nos gusta
bastante y que queda cerca.
Julia y yo bailamos Sirenas de Taburete y cantamos a pleno
pulmón con la copa en la mano. Las demás se unen a nosotras,
incluso Lucía se anima a volverse loca con nosotras. Alain y
Carlos nos observan desde la barra y cuando la canción acaba,
le hago un gesto con la mano para que se acerque. Su mirada
pícara lo acompaña hasta que se sitúa a mi lado y me coge por
la cintura para pegarme a él.

—¿A tus padres les importará mucho que te quedes a


dormir conmigo? —Su aliento en mi cuello me produce
escalofríos. Sonrío y niego con la cabeza antes de atraer sus
labios a los míos.
Nos besamos en medio de la pista mientras suena una
canción que no consigo identificar. Me giro entre sus brazos y
me quedo de espaldas a él. Noto como aparta el pelo de mi
cuello y a los pocos segundos, sus labios están sobre mi piel.
—No sigas por ahí porque me quiero quedar aquí un poco
más.
—Media hora como mucho. Quiero tenerte de nuevo en mi
casa.
—Eres un mandón.
Bailo al son de la música pegando mi espalda por completo
a su pecho, notando su deseo en mi espalda, lo que me hace
querer irme con él corriendo a su piso y disfrutar.
—La que va a tener que parar ahora vas a ser tú sino
quieres que tengamos problemas. Empiezo a sentir que hace
mucho calor aquí dentro.
—Seguro que es por la cantidad de gente que hay, no por
mí.
—Seguro que es eso. Voy a por otra copa, ¿quieres algo?
Deniego su propuesta y sigo bailando, viendo cómo se
encamina de nuevo hacia la barra y pide una cerveza. Carlos lo
imita con Lucía en el regazo, pero cuando Alain se vuelve a
sentar a su lado, esta se levanta y vuelve a donde estamos
nosotras.
—¿Desde cuándo sales con Carlos?
—Unas semanas, pero llevamos hablando ya desde hace
unos meses. La verdad es que estamos muy bien.
—Me alegra saberlo. Carlos es un gran chico, lo conocí
hace muchos años y es un buenazo. Espero que os vaya muy
bien.
—Gracias. Había oído hablar de ti antes. Tanto Carlos
como María y Alain te nombraron la primera vez que los
conocí. Todos te quieren mucho.
—Y yo a ellos. Muchísimo.
Lucía me sonríe con cariño y en este momento me doy
cuenta de lo agradable que es, aunque la noto muy diferente a
Carlos. Pero como se suele decir, los polos opuestos se atraen.
A las dos y cuarto pasadas, mis pies ya piden una retirada.
La cabeza me va a explotar y los chupitos y cubatas que me he
tomado están empezando a hacer mella en mi cuerpo. No estoy
borracha, solo achispada y un poco divertida de más.
Todos estamos de acuerdo en irnos porque estamos
cansados, sobre todo nosotras que hoy hemos llegado de un
gran viaje. Nos despedimos de Carlos y Lucía y nos vamos
hacia el aparcamiento donde Alain dejó el coche. Él se encarga
de conducir ya que solo ha tomado dos cervezas sin alcohol y
nosotras no estamos para ello.
Deja primero a Julia porque es la primera que nos queda de
camino y luego dejamos a Valeria y a Laia, cada una en su
casa porque ambas viven en la misma calle. Mientras hacemos
el camino de vuelta al apartamento de Alain, le mando un
mensaje a mi madre para decirle que hoy no duermo en casa y
que estoy con Alain, así se queda tranquila y duerme a gusto.
El viaje se me hace largo porque solo quiero llegar a casa,
tumbarme en la cama de Alain como hace años y recordar los
buenos momentos que hemos vivido allí.
Mi chico se da cuenta de mis pensamientos y me regala una
sonrisa sin quitar la vista de la carretera. Nada más aparcar el
coche y bajar, nos dirigimos hacia el ascensor para subir al
apartamento. Me coge en brazos en cuanto las puertas de este
se abren, e intenta abrir la puerta como puede. No puedo evitar
soltar una sonora carcajada ante tal situación.
En cuanto entramos, cierra la puerta con el pie y me deja en
medio del salón. Está todo tal y como lo recordaba. Las
lágrimas se agolpan en mis ojos y noto los brazos de mi chico
rodearme.
—¿Muchos recuerdos, verdad? —Asiento y una lágrima
rebelde empieza a rodar por mi mejilla—. Esta casa no ha sido
la misma sin ti.
—Todo esto va a cambiar, Alain. Pronto empezaremos a
construir nuevos recuerdos.
—No sabes las ganas que tengo de ello.
Sus manos se instalan en mis caderas y me giran con
lentitud hasta que quedamos cara a cara.
—Te quiero —me susurra acercando sus labios a los míos.
Nos besamos, nos tocamos y, por primera vez, siento que estoy
en casa de verdad.
Capítulo 36

Madrid, septiembre 2018

Meto como puedo los libros en la última caja vacía que tengo,
pongo con rotulador lo que contiene y la cierro con la ayuda
de mi madre. La cogemos entre las dos y la colocamos en la
entrada junto a las otras cuatro. Dos de ellas están llenas de
ropa, otra está con todos mis utensilios de dibujo y la cuarta
está con un poco de todo, desde cuadros con mis amigas y mi
familia, hasta películas y discos de música.
—No me puedo creer que este haya sido el último día que
vivas aquí. —La voz de mi madre me hace reaccionar.
Levanto la vista de las cajas y clavo mis ojos en ella. Está
mordiéndose el labio inferior, intentando no llorar delante de
mí, pero en cuanto me levanto y la abrazo, no puede
contenerse más.
—Si te sirve de consuelo, yo tampoco me lo creo.
No puedo mentir y decir que estoy alegre, porque tras
veintidós años viviendo con mis padres, el hecho de separarme
de ellos no está siendo fácil.

Alain y yo empezamos a buscar piso nada más llegar. Al


principio nos planteamos el quedarnos una temporada en su
apartamento e intentar ahorrar para alquilar algo mejor, pero
desde que nos conocimos, quisimos un para siempre. Y eso
incluye una familia, así que sin miedo y con mucho amor y
ganas, nos pusimos a buscar algo más grande, que fuese
económico, que nos gustase a ambos y que, además, estuviera
acorde con nuestro nivel de vida. Tras mucho insistir, y gracias
a la ayuda de nuestros padres, Carlos y las chicas,
encontramos uno que se acababa de poner en alquiler hacía un
par de días cerca de la zona de Atocha.
El piso se compone de un salón-cocina-comedor amplio y
luminoso, con muebles de madera y otros de color blanco y
gris, combinando perfectamente con la estancia, el gran
ventanal y el color crudo de las paredes. Tiene tres
habitaciones y dos baños, uno de ellos pertenece a la
habitación principal de la casa, que es la nuestra.
Cuando lo fuimos a ver por primera vez acompañados de
nuestra familia, nos enamoramos de él. Paseamos por todas las
estancias e inspeccionamos cada rincón y solo necesitamos
cinco minutos para decirle que sí al casero y poner en marcha
el contrato.
Mentiría si dijera que no lloré cuando cogí el bolígrafo y
escribí mi firma en la cantidad inmensa de papeles que nos
presentó el dueño.
Hoy, tras dos semanas de papeleos, embalar cajas y demás,
por fin podemos irnos a vivir a nuestra nueva casa. Tengo mi
corazón dividido. Las ganas y la tristeza chocan entre ellas
produciéndome sensaciones diferentes a cada paso que
avanzo.
Estos últimos días fueron duros debido a todos los cambios
que se han producido. Mi habitación fue quedando vacía. Una
angustia se me instaló en el pecho desde el primer momento en
el que vi mi armario, mis paredes y mis estanterías
completamente desnudas. Y a mis padres también les pasó
factura, pero sé que en el fondo están contentos porque voy a
tener la vida y la pareja que merezco y que llevo años
buscando y esperando.
El timbre de casa suena y corro a abrir porque sé que es
Alain el que está detrás de la puerta.
Y así es, en cuanto abro me lo encuentro sonriendo con una
camiseta básica blanca que se le pega al cuerpo y unos
vaqueros desgastados que le quedan como un guante. Beso sus
labios en cuanto entra y me derrito un poco más cuando abraza
a mi madre con tanto cariño.
—¿Un café, cielo?
—Te lo agradecería en el alma, Ada. Gracias.
—Ahora vuelvo.
Mi madre desaparece en la cocina tarareando no sé qué
canción y yo llevo a Alain hasta el salón para sentarnos en el
sofá.
—¿Tienes todo listo?
—Sí. —Le señalo las cajas que hay al lado de la puerta y
justo en ese momento entra mi madre con una bandeja que
contiene tres tazas de café y un plato con trozos de bizcocho.
Deja todo en la mesita que tenemos enfrente y se sienta en el
sillón a nuestro lado.
Mi padre llega a los pocos minutos de trabajar y tras estar
unos minutos con nosotros y apuntarse a un café, nos ayuda a
bajar todas las cajas y a meterlas en el coche.
No estamos muy lejos, apenas nos separan unos quince
minutos, pero el cambio parece inmenso.
Cuando llegamos al portal y aparcamos para bajar todo, me
encuentro con muchas caras conocidas. Julia, Valeria, Lucía y
Laia sostienen una pancarta en la que se puede leer con
claridad “Bienvenidos a vuestro nuevo hogar”. También están
sus padres, lo cual me alegra y me emociona porque en teoría
todos tendrían que estar trabajando. A su lado, unos sonrientes
María y Carlos, nos reciben con aplausos, consiguiendo que
me muera de vergüenza y que me emocione. Este último
sostiene unas bolsas de supermercado y cuando me acerco,
compruebo que son cervezas. Una fiesta de inauguración, me
gusta. Con los nervios, ni lo habíamos pensado. Me fijo
también en dos matrimonios que hay al lado de María.
Distingo a los padres de Carlos, pero el otro no sé quienes son.
Mis padres sacan de su coche bolsas de patatas, aceitunas,
refrescos y dulces. Lo tenían todo preparado. Parece mentira
que se hayan acordado de esto ellos antes que Alain o yo, que
somos los que nos mudamos. Le voy a echar la culpa a la
emoción del momento porque no hay otra opción.
Tanto Alain como yo saludamos y abrazamos a todos y
subimos a nuestra futura casa. Me presenta a Jaime y a Silvia y
es escuchar sus nombres y acordarme de la historia que me
contó en el hospital. Les doy dos besos a ambos y me doy
cuenta nada más saludarlos de lo agradables que son.
Estoy tranquila y feliz, aunque siendo egoísta, quiero que la
fiesta acabe rápido para quedarme a solas con mi chico y
disfrutar de nuestro hogar.
Empezamos a poner todo en bandejas y platos y colocamos
todo en la mesa del comedor. Sacamos las sillas que
compramos de la despensa y nos sentamos todos para empezar
a disfrutar. A lo tonto, hemos formado un grupo real y
especial. Tanto los padres de Carlos como Jaime y Silvia se
han adaptado bien al grupo que formamos hace unas semanas
en cuanto llegamos del viaje. Intuyo que nos esperan más
reuniones como esta y, la verdad, es que me emociono por
tener a tanta gente a mi lado que me tiene, aunque sea, un
mínimo de cariño.

La fiesta se alarga hasta bien entrada la noche. De hecho,


pedimos pizzas y unos bocatas y cenamos todos juntos.
—Propongo un brindis. —La voz no iba a ser otra que la de
Julia y tras levantarse, consigue que todos los demás la
sigamos entre risas—. Brindo por Alain y por Giselle, que hoy
han dado un gran paso en su relación y se lo merecen. Los dos
han sufrido mucho todo este tiempo debido a las
circunstancias, pero ha sido París, la cuidad del amor, la que
los ha juntado de nuevo. Creo que hablo en nombre de todos
cuando digo que estoy muy feliz por vosotros y que espero que
lo vuestro dure para siempre.
Todos asienten a las palabras de mi amiga emocionados y
alzamos nuestros vasos para brindar. Las lágrimas ruedan por
mis mejillas sin que pueda evitarlo y mi chico me abraza con
fuerza mientras besa mi sien intentando tranquilizarme. Voy
junto a Julia y la abrazo con ganas y fuerza, demostrándole sin
palabras lo mucho que la quiero y lo agradecida que estoy, no
solo por estas palabras que nos ha dedicado a Alain y a mí,
sino también por estar en mi vida y ser como una hermana.
Laia y Valeria se unen al abrazo y al final, las cuatro acabamos
hechas un mar de lágrimas.
—Os quiero. No lo olvidéis nunca —susurro entre sollozos
mientras seguimos abrazados y recibo las mismas palabras de
ellas con mucho cariño. Este momento no lo voy a olvidar
nunca.
Es medianoche pasada cuando la casa se queda en soledad.
Solo Alain y yo estamos entre estas paredes, intentando
recuperarnos un poco de las intensas horas que acabamos de
vivir y que se han acabado hace unos instantes.
—Tenemos una gran familia —le digo a Alain con la
mirada perdida en la calle.
—La tenemos. Somos muy afortunados.
—¿Sabes lo que quiero? —Me giro, quedando cara a cara
con él. Agarro su camiseta y lo atraigo hacia mi cuerpo—.
Quiero estrenar nuestra cama.
Y sin decir nada más, consigo que me coja en brazos y me
lleve allí. La ropa desaparece en cuestión de segundos y,
aunque quería pasar de los preliminares, cuando siento sus
dedos en mi sexo no puedo evitar derretirme y arquearme ante
su contacto. Si solo con un roce estoy ya en la cima, cuando
introduce dos dedos dentro de mí me siento desfallecer. Me
tortura moviéndolos despacio en mi interior, lo que me
calienta y me enerva a partes iguales. Él se da cuenta porque
suelta una risa y me muerde el muslo.
—Tranquila, preciosa, tenemos toda la noche por delante.
Hoy no vamos a dormir.
Sus palabras consiguen ponerme más a tono y solo me
faltan unos segundos para dejarme ir y alcanzar el orgasmo.
—Ahora me toca a mí. —Hago que ruede sobre la cama y
me siento a horcajadas sobre su cuerpo.
Me agacho y beso sus labios y voy pasando los míos por su
mentón, su cuello y su pecho mientras con la mano, alcanzo su
erección y la voy acariciando con suavidad. Lo torturo a
conciencia como él hizo conmigo hace escasos minutos y,
poco a poco, voy bajando más mis labios por su cuerpo hasta
que llego al lugar deseado.
Terminamos haciendo el amor enredados entre las sábanas.
El orgasmo me visita a mí primero, haciéndome arder. Alain
alcanza el clímax unos segundos más tarde y se deja caer a mi
lado para así no aplastarme.
—Vuelvo enseguida. —Besa mi hombro y se levanta de la
cama con rapidez. Entra en el baño y escucho el agua correr
desde la habitación.
Una vez sale, se tumba de nuevo en la cama y me arrastra a
sus brazos. Dejo apoyada mi cabeza en su hombro, paso un
brazo por su estómago y juego a trazar círculos en su ombligo
mientras mi respiración se vuelve regular.
—¿Sabes de lo que me acabo de acordar? —pregunto sin ni
siquiera incorporarme.
—Cuéntame.
—En la primera vez que hicimos el amor. Era mi primera
vez y tú estabas más asustado que yo.
—Eso es mentira.
—Es verdad, Alain. Te faltaron ganas para salir corriendo y
dejarme sola. Pero no te preocupes, no te guardo rencor.
—Esa fue la primera vez que hice el amor de verdad. —
Cuando las palabras salen de su boca y se cuelan por mis
oídos, me permito incorporarme y quedar cara a cara con él.
Sé que es sincero lo que dice, pero me sorprende porque nunca
antes me había dicho eso. No con esas palabras.
—Fue una de las mejores noches de mi vida.
—También de las mías. En ese instante supe que me
gustabas más de lo que pudiera llegar a imaginar.
—Y pensar que todo empezó por un café.
—Bendito el día en el que entré en el Starbucks y te vi
detrás del mostrador. Me dejaste descolocado con ese pelo
cobrizo, tus ojos verdes y esa sonrisa que no se te esfumaba de
la cara. En ese instante, me di cuenta de que tenía que
conocerte, por eso me pasé toda la jodida semana yendo al
Starbucks solo por verte.
—Y te doy las gracias por ello. —Beso sus labios con
dulzura, pegándome a su cuerpo todo lo posible.
Los brazos de Alain me sujetan con fuerza, impidiendo
cualquier movimiento de mi cuerpo. Estamos tan pegados que
podríamos llegar a fundirnos el uno con el otro.
—Ya va siendo hora de que nos vayamos a dormir.
Necesitamos recuperar fuerzas, pero antes, tengo algo para ti.
Vuelve a levantarse, dejándome sola en la cama y se dirige
al salón completamente desnudo.
Cuando regresa, trae consigo una caja azul cielo con
lunares de un tono más oscuro entre sus manos. La sonrisa que
se instala en su rostro al ver mi reacción no me alivia, sino que
me pone más alerta de lo que estaba, porque una caja y Alain,
pueden significar muchas cosas.
—Toma. —Deja la caja en mi regazo y se sienta al borde de
la cama sin apartar la vista de mí.
—¿No será una bomba, verdad?
—¿Y volar este piso que acabamos de alquilar? ¡Ni muerto!
La bomba ya te la daré cuando estemos en un lugar al aire
libre, esto solo es un incentivo.
Le doy un manotazo en el brazo ante la broma y no tarda en
besarme antes de hacerme una señal con la cabeza para que
abra la maldita caja de una vez.
Quito la tapa y dentro de esta, veo un sobre de color rojo.
Frunzo el ceño y levanto la vista, centrándome de nuevo en
Alain.
—Como sigas así, me vas a joder la sorpresa.
—¿Algún día comprenderás que estas cosas no me gustan
porque me ponen demasiado nerviosa? Primero fue el viaje a
Galicia y ahora esto. Un día acabarás conmigo.
—No es eso lo que tenía planeado, pero es bueno saberlo.
—Me guiña el ojo, lo que me hace reír—. Ábrelo de una vez.
Saco el dichoso sobre de la caja y lo abro sin esperar ni un
segundo más, porque me pica demasiado la curiosidad. De este
extraigo cuatro folios con dibujos en color rojo, negro, blanco
y amarillo.
Dejo el sobre a un lado de la cama junto con la caja y
despliego los papeles. En cuanto los tengo delante de mí y
puedo ver con claridad todo lo que pone, me tenso.
—Lee en alto lo que ves.
—Vuelo a Islandia desde Madrid. Salida el veinte de
octubre y regreso el veinticuatro.
—Sorpresa.
Levanto la vista de los papeles y miro a Alain con ojos
llorosos. Distingo su sonrisa entre las lágrimas e intento
serenarme cómo puedo.
—Esto tiene que ser una broma.
—No. Este es nuestro regalo por irnos a vivir juntos.
Lo interrogo con la mirada porque ya ni las palabras me
salen y cuando vuelve a asentir sin apartar sus ojos de los
míos, me lanzo contra él y lo abrazo con fuerza.
—Vamos a disfrutar de cuatro días en Islandia, el país que
llevas años queriendo visitar y al cual yo siempre he querido
llevarte, pero no llegué a tiempo hace años.
—Alain, no tenías por qué. Esto es demasiado.
—Nada es demasiado para ti. Además, yo también voy a
disfrutar de esta experiencia contigo, por lo que, en realidad,
también es un regalo para mí. Nunca he viajado a Islandia y
tengo muchísimas ganas.
—No me puedo creer que nos vayamos en un mes al sitio
de mis sueños.
—No es el primer viaje que hacemos juntos, ni será el
último. Nos queda mucho mundo por recorrer de la mano.
—Me muero por empezar a descubrir el mundo contigo.
Capítulo 37
Alain

Madrid, octubre 2018

Salgo del trabajo con prisas intentando no llegar tarde a la cita.


Llamo a mi madre y le digo que acabo de salir y que me puede
esperar ya en el portal. Tras finalizar la llamada, le mando un
mensaje a Giselle mientras estoy en un semáforo para así no
preocuparla.
Acabo de salir del trabajo, voy a recoger a mi madre

y la llevo al hospital.
Hablamos. Te quiero.

Avísame en cuanto salgáis y dale un beso de mi parte.


Te quiero más.

Llego a Getafe bastante acelerado, pero por suerte, mi


madre ya me está esperando y no perdemos tiempo en arrancar
de nuevo.
—¿Cómo estás, tesoro?
—Día duro, mamá.
—Te dije que podía ir sola al médico, pero tú siempre te
empeñas en acompañarme. No me van a comer, hijo.
—Me quedo más tranquilo si voy yo contigo. Además,
sabes que este control es importante.
—Lo sé, pero la próxima vez te quedas trabajando o en
casa.
—Eres más terca que yo, lo cual pensé que era imposible.
—Yo te parí, eres tú el que se parece a mí y no al revés.
Mejor dejemos esta conversación a un lado porque quiero
saber cómo lleváis los preparativos para el viaje.
El viaje. Cada vez que lo pienso, se me instala una
sensación de felicidad en el pecho que me tarda en salir.
Recuerdo que, mientras estaba con mi chica y las demás
viajando por Europa, no dejaba de pensar en recorrer el mundo
con Giselle y que me iba a dar igual qué calles o qué país fuera
siempre y cuando paseara de su mano. En unos días, voy a
empezar a cumplir esa promesa interna que me hice y vamos a
empezar por todo lo alto. Islandia. Veremos auroras boreales,
ballenas, preciosas montañas y valles y viviremos una nueva
experiencia que se quedará grabada en nuestra memoria.
Haremos muchísimas fotos y luego decoraremos la casa
con ellas, junto con las que nos sacamos hace un par de meses
mientras nos perdíamos por cualquier lugar juntos.
—Noto a Giselle nerviosa, por no decir que se sube por las
paredes a cada día que pasa, pero sé que en el fondo está feliz.
Lleva mucho tiempo esperando por esto y yo voy a ser el
responsable de cumplir uno de sus sueños. Te juro mamá que
eso es lo que más feliz me hace.
—No sabes lo feliz que me haces al escucharte hablar así,
con tanto amor y ese brillo en los ojos que pensé que jamás
ibas a recuperar.
—Gracias, mamá.
Cojo su mano del regazo y la acerco a mis labios para
besarla antes de volver a agarrar el cambio de marchas.
Por suerte, el hospital de Getafe no está muy lejos de la
casa de mi madre, pero si lo suficiente para después tener que
volver tras la prueba. La dejo en la entrada nada más llegar y
yo me voy a buscar un sitio donde aparcar.
La suerte me saluda cuando a unos metros de donde estoy,
un Seat rojo sale y puedo meter ahí el mío. Pillo el móvil, las
gafas y dejo el maletín del trabajo en el maletero antes de
encaminarme hasta el interior del edificio.
En cuanto traspaso la puerta principal, dos enfermeros me
saludan, ambos compañeros de Carlos.
—¿Cómo tú por aquí? —El que pregunta es Mario, el más
veterano de los dos.
—Mi madre tiene que hacerse unas pruebas.
—¿Lo rutinario, no?
—Así es.
—Pues que vaya todo bien. Carlos está en la segunda planta
por si te quieres pasar a saludarle.
—Gracias, chicos, nos vemos.
Me despido de ellos y subo por las escaleras a la tercera
planta, donde tiene mi madre la consulta. Hoy le toca hacer un
electrocardiograma y revisar los análisis que se hizo hace tres
semanas.
En cuanto llego a su lado, me siento en las sillas de la sala
de espera. Saco el móvil del bolsillo de los vaqueros y entro en
WhatsApp para enviarle un mensaje a mi amigo.
Estoy en la tercera planta

A los pocos minutos de enviar el mensaje, recibo su


respuesta.
Subo en unos minutos

Vuelvo a guardar el móvil en cuanto leo su mensaje y paso


mi vista por todo el pasillo.
Me entran escalofríos al pensar en la última vez que estuve
en un hospital y no fue por mi madre. Recuerdo la llamada de
madrugada de Julia diciéndome con la voz rota que habían
tenido un accidente, pero la que estaba peor era Giselle.
Tras tantos años de pruebas con mi madre, noches en el
hospital y multitud de sustos que quedaron en un mal
recuerdo, enfrentarme a aquella situación no fue plato de buen
gusto. La imagen de Giselle tumbada en la camilla con todos
los cables al rededor, me viene a la mente como un fogonazo y
me produce nauseas.
—¿Cariño, estás bien?
—Sí, mamá. Solo es que me vino a la mente una cosa que
prefería no volver a recordar jamás.
Asiente sin decir más nada, dejándome el espacio que
necesito en estos momentos para tranquilizarme.
—Muy buenas familia. —La voz de Carlos suena al fondo
del pasillo y tanto mi madre como yo, nos giramos para verlo.
Nos abrazamos y hablamos hasta que llaman a mi madre a
consulta y él tiene que seguir trabajando. En el momento de
despedirnos, no le veo muy buena cara, pero decido dejarlo,
porque no es el lugar para hablar de estas cosas.
—Luego te llamo, ¿vale? —Nota en mi voz las preguntas
que le tengo y sonríe bajando la vista al suelo.
—Esperaré esa llamada. Nos vemos, familia.
Desaparece por el pasillo sin decirnos nada más, por lo que
entramos en la habitación donde nos espera el doctor.
—Buenos días, María. —Le da dos besos a mi madre y se
centra en mí que estoy justo detrás—. ¿Qué tal, Alain?
—Hola, doctor. Todo bien por suerte.
—Me alegro. Sentaos. —Le hacemos caso y ocupamos los
dos asientos que hay frente a su mesa—. Si os parece bien, me
voy a llevar a María a la sala para hacerle la prueba y tú te
quedas aquí esperando unos minutos Alain.
—Perfecto.
Ambos se van de la habitación y me quedo solo entre estas
cuatro paredes blancas. La primera vez que mi madre tuvo que
hacerse esta prueba y el doctor me dijo lo mismo que me
acaba de decir hace unos segundos, casi me pongo a llorar
porque no quería separarme de mi madre. El hombre, al ver mi
cara de angustia y miedo, me sonrió y me dejó ir con ellos.
Aunque no fue mucho mejor ver como la desnudaban y le
conectaban una serie de cables al pecho.
Ahora a sabiendas de cómo va todo, les dejo ir a ellos con
tranquilidad, a la espera de noticias a su vuelta.
Me revuelvo un poco en la silla porque, a pesar de ser algo
sencillo y rutinario, no deja de ser una prueba que te evalúa el
ritmo cardíaco.
La espera se me hace eterna a medida que pasan los
minutos, pero por suerte, no tardan mucho en volver. Mi
madre viene sonriente al igual que el doctor por lo que intuyo
que todo ha salido bien. Ahora ya puedo respirar tranquilo.
Dejo al doctor escribir en el ordenador antes de preguntar y le
cojo la mano a mi madre.
—Todo ha ido muy bien. La medicación está siendo muy
efectiva y hasta dentro de tres meses no te haremos otro
control.
Cogemos las pertinentes citas para los próximos análisis y
nos vamos a casa contentos. Le envío un mensaje a Giselle y
así la aviso de que acabamos de salir y de que todo ha ido
bien. Nos despedimos de Carlos, que se encuentra en la
entrada, y nos subimos al coche para poner rumbo a mi
apartamento.
—Te vienes a comer con nosotros —le digo a mi madre al
notar su ceño fruncido cuando enfilo el rumbo por otra calle
que no es la suya.
—Eso no vale. Menuda encerrona.
No puedo evitar soltar una carcajada porque sé lo poco que
le gusta a mi madre ir de invitada. Ella prefiere tener a cien
personas en su casa que ir a casa de otros. Le va la cocina y
tener la casa llena.
Llegamos al apartamento unos cuantos minutos más tarde
porque pillamos el típico atasco por ser hora punta. Dejo el
coche en el garaje y subimos por el ascensor hasta el cuarto
piso.
En cuanto entramos al apartamento, escucho ruido en la
cocina, que está separada de la entrada por un pequeño
tabique.
—Hola, amor. —Giselle pega un salto sin moverse del sitio
en cuanto me escucha.
—¿Quieres matarme de un infarto?
—Eso nunca.
Me acerco a ella y la beso en los labios antes de dejarle el
sitio a mi madre y ver como se abrazan ambas. La estampa me
encanta. Ya me gustaba hace años cuando se conocieron y es
algo que nunca podría no pararme a verlo como un bobo.
—¿Cómo estás, cielo?
—Aquí, cocinando. Tu hijo me dejó sola ante el peligro.
—Venga protestona, pongo la mesa y vengo a ayudarte. —
Beso su sien y desaparezco por el pasillo para ponerme algo
más cómodo que el traje.
Me visto con unos pantalones cortos de chándal y una
camiseta básica. Pongo la mesa en cuanto vuelvo al comedor
con la ayuda de mi madre y luego ayudo a mi chica a preparar
lo que tiene entre manos.
Ya entrada la tarde, los tres nos vamos al centro porque
tanto a Giselle como a mi madre les apetece ir de compras, por
lo que aprovechamos y vamos todos. La Gran Vía está
atestada de gente, lo que nos dificulta caminar con
tranquilidad y tenemos que ir de un lado a otro.
Mi chica coge una mochila marrón, un neceser de flores y
una sudadera de color mostaza para Julia porque en tres días es
su cumpleaños y será el regalo de ambos. Hasta mi madre le
compra un pijama precioso con la parte de arriba azul cielo y
la de abajo gris clarito.
Son las ocho y media cuando traspasamos de nuevo las
puertas del apartamento tras una ajetreada tarde. Me ofrezco
para preparar algo de picar mientras Giselle se mete en la
ducha. Preparo unos sándwiches rápidos y cuando Giselle
termina, los pongo en una bandeja y nos dejamos caer en el
sofá para ver una película.
—Doce días. —La voz de mi chica llega a mis oídos, pero
no llego a escuchar con claridad lo que dice.
—¿Cómo?
—Que quedan doce días para nuestro viaje. Quiero que
llegue ya.
—Y yo, amor. —Beso su frente con dulzura y noto como
cierra los ojos disfrutando del contacto.
—¿Te he dicho ya lo mucho que te quiero y lo feliz que
soy?
—Nunca está de más escucharlo.
—Pues te quiero. Más de lo que puedas imaginar.
Y simplemente con esas palabras, consigue enamorarme un
poco más. Si es que eso es posible.
Capítulo 38

Islandia, octubre 2018

El paisaje se torna cada vez más pequeño a medida que el


avión coge altura y velocidad. Disfruto de la presión que el
cielo ejerce sobre mí mientras no pierdo cuenta del paisaje que
se dibuja ante mis pies. Está amaneciendo y vemos con
claridad como el sol va apareciendo por el horizonte. Me
permito no apartar los ojos de la ventanilla mientras salen las
primeras notas de Shallow, la banda sonora de Ha nacido una
estrella. Tarareo en silencio el estribillo, concentrándome en la
letra que me llega a transmitir tantos sentimientos.
Me despierto un poco desorientada. No recuerdo haberme
quedado dormida, pero es que estos minutos me han sentado
de lujo ya que ayer no dormí nada. Entre que teníamos que
levantarnos a las cinco y los nervios, mi cuerpo y mi mente no
me dejaron pegar ojo.
Alain a mi lado duerme con los labios entreabiertos. Me
dan ganas de besarlo, pero prefiero dejarlo dormir. Ya lo
besaré más tarde hasta hartarme.

Son las once menos cinco cuando aterrizamos en el


aeropuerto de Keflavík, al suroeste de Islandia.
Bajamos del avión y avanzamos por la pasarela hasta llegar
a la terminal. No es un aeropuerto demasiado grande, pero sí
lo suficiente para albergar numerosas escalas. Caminamos
hacia la salida y nada más cruzar las puertas, el frío polar nos
da de pleno en toda la cara. Ambos estamos bien abrigados a
sabiendas de lo que nos podíamos encontrar aquí, de hecho, se
notó bastante el cambio de temperatura en el avión a medida
que íbamos avanzando más cara el norte.
Me pongo el abrigo por encima de mi cazadora y mi jersey
y ya parezco una cebolla con la cantidad de prendas de ropa
que llevo encima.
—Ven conmigo. —Alain me coge de la mano y mientras,
con la otra ambos arrastramos nuestras maletas. Nos
plantamos frente a un señor mayor, corpulento y con una
frondosa barba blanca. Lleva puesto una especie de uniforme
negro con un logo de no sé qué empresa grabado en el lado
izquierdo del pecho.
Se dirige a nosotros en inglés y Alain no tarda en ponerse a
hablar con él. A los pocos minutos, ambos se estrechan la
mano y el hombre le tiende unas llaves a mi chico. Se despide
de nosotros y entra en una especie de oficina rectangular a
unos metros de nosotros.
—Ya tenemos coche. —Mueve las llaves delante de mi cara
mientras sonríe.
—Entonces vámonos ya.
Los dos caminamos hasta un coche pequeño de color
blanco que seguro que tiene unos cuantos años pero que, en un
primer vistazo, tiene buen aspecto. Me subo en el asiento del
copiloto y me abrocho el cinturón mientras Alain hace lo
mismo después de colocar las maletas en el maletero. No tarda
en arrancar y ponemos rumbo a Reikiavik. Me froto las manos
intentando entrar en calor y trasteo los botones del coche hasta
que encuentro la calefacción.
Me quito el abrigo con dificultad para que después no me
coja el frío al bajar y poso mi vista en el paisaje. Estamos a
unos cuarenta minutos de la capital, más o menos, por lo que
aún nos queda un trecho. La carretera está desierta, apenas nos
encontramos alguna casa a ambos lados de esta. Es todo
campo y me fijo en que apenas está nevado. En algunos
momentos, incluso apreciamos el mar a lo lejos. También
apreciamos con dificultad la nieve que está posada en las
montañas a lo lejos, pero no mucho más.
—Ya queda menos —le digo echándole un vistazo al móvil
que tengo en el regazo que es donde llevo la ruta que tenemos
que seguir hasta llegar al hotel.
Cuanto más avanzamos hacia el centro de la capital, más va
cambiando el paisaje y empiezan a alzarse edificios, aunque
no tan altos como los de Madrid.
Nuestro hotel está pegado a la costa, enlazado con una
carretera principal llamada Geirsgata. Llegamos al Icelandair
Hotel Reykjavik Marina unos minutos más tarde. Por fuera es
un edificio sencillo con el exterior de piedra y numerosos
ventanales decorando la fachada. Un lado del hotel es de
forma ovalada mientras que el otro es completamente recto, lo
que me recuerda a la forma del Hotel Vela de Barcelona.
Caminamos bien abrazados hasta la recepción tras aparcar y
en cuanto entramos, un amplio hall nos da la bienvenida. Este
está adornado con numerosos sofás y butacas de todos los
colores, formas y tamaños. Las paredes son de color crema,
aunque hay un par de ellas pintadas de rojo al fondo. Todo en
sí es cálido y acogedor.
Un hombre de unos cuarenta años nos atiende tras el
mostrador y una vez damos nuestros datos y confirmamos la
reserva, nos explica un poco el funcionamiento del hotel y nos
hace entrega de las llaves de la habitación y el aparcamiento.
Le damos las gracias y Alain se dispone a ir a buscar el coche
mientras yo me quedo sentada en uno de los sofás que hay en
la estancia.
Paseo la mirada por cada rincón, admirando un poco lo que
tengo delante e intentando concienciarme de que estoy en
Islandia, un lugar que llevaba años queriendo visitar.
—Amor, ¿vamos? —La voz de Alain me hace volver a la
realidad.
No lo he pensado mucho antes, pero ahora que lo veo con
vaqueros, botines negros, un jersey gris de punto y un
chaquetón oscuro por encima, no puedo evitar repasarlo entero
con los ojos. Está para comérselo.
Se acerca a mí con movimientos seguros y me tiende la
mano en cuanto llega a mi altura. La acepto y me levanto con
un movimiento rápido que hace que acabe chocándome sin
mucha fuerza contra el pecho de Alain.
—Sé que quieres tirarte a mis brazos, pero espera primero a
estar en la habitación.
Le doy un golpe en el pecho intentado aparentar molestia,
pero no puedo evitar reírme y pegarme a él para perdernos por
el pasillo y caminar hacia nuestra habitación. Llegamos a la
última planta y entramos en un precioso ático que me deja con
la boca abierta.
La mini-cocina y el salón es lo primero que nos
encontramos en cuanto traspasamos la puerta. Hay dos puertas
a la izquierda, una de ellas, el baño, y la otra que da una
pequeña terraza.
Subimos al piso de arriba y nos encontramos otro baño con
una bañera grande y preciosa y la habitación donde, sobre la
cama, descansa una caja de bombones islandeses y una botella
de champán.
Salgo al balcón que hay justo en esta estancia, aunque haga
frío, porque las vistas son preciosas ya que tenemos frente el
mar adornado con multitud de barcos pesqueros.
—¿Qué te parece? —Alain se sitúa detrás de mí y me rodea
la cintura con los brazos.
—Es todo precioso. No sé cómo darte las gracias por todo
lo que estás haciendo por mí. No me lo merezco.
—Te mereces esto y más. Y recuerda, Giselle, esto solo es
el principio. La carretera y el cielo nos esperan.
—Sobre todo el cielo. Ya sabes lo mucho que me gusta
volar.
—Lo sé.
Pego mis labios a los suyos y terminamos en la cama,
desnudos y haciendo el amor con el sonido de la lluvia de
fondo.
Estos días han pasado muy rápido. Demasiado. Apenas nos
ha dado tiempo a pararnos, mirar a nuestro al rededor y
relajarnos un poco admirando las vistas. Pero hemos
disfrutado cada segundo de cada día. Hemos exprimido el reloj
a más no poder y hemos conquistado un nuevo lugar de la
mano, paseando por cada rincón que hemos podido. Mañana
pondremos rumbo de nuevo a nuestra vida, a Madrid. La
sensación que tuve en Dublín antes de irnos, se empieza a
instalar en mi pecho mientras miro el paisaje a través de la
ventana del coche. Son las ocho y media de la noche y Alain y
yo nos vamos a ver las auroras boreales, algo que siempre
quise observar desde niña. Parece mentira, pero Alain está
cumpliendo demasiados sueños y no sé si sonreír o asustarme.
Me fijo en como agarra el volante con delicadeza. Como
cambia de marchas. Como me pilla observándole y sus labios
empiezan a formar una sonrisa.
—¿En qué piensas?
—En que gracias a ti estoy viviendo mucho y de una forma
más intensa.
—¿Y eso es bueno o malo?
—Bueno, si vas a seguir conmigo mucho tiempo más. Malo
si mañana decides irte de mi lado.
—Esta no es una conversación que yo querría tener en estos
momentos porque preferiría decirte esto a la cara, pero Giselle.
—Agarra mi mano y me mira un segundo con intensidad antes
de volver a centrarse en la carretera—. Jamás voy a dejarte, no
cuando te he recuperado hace tres meses. Y menos cuando
llevo esperando años a que volviésemos a estar donde estamos
ahora. Te lo dije en su momento cuando estábamos en no sé
qué país, eso es lo de menos, pero te dije que te seguía
queriendo y así es. Como el primer día en el que te vi detrás de
la barra del Starbucks.
Una lágrima sale de mis ojos y a esa le siguen unas cuantas
más que bañan mis mejillas. Alcanzo un pañuelo del bolsillo
de mi cazadora y me las seco mientras intento recuperar la
calma.
—No llores, ya sabes que no me gusta verte llorar.
—No te preocupes, son lágrimas buenas.
Alain alarga el brazo y me acaricia el rostro con cariño lo
que me hace cerrar los ojos y concentrarme en su contacto.
Dejamos de hablar y acabamos el camino en silencio. No
nos lleva más de un cuarto de hora llegar hasta Álftanes, un
pequeño pueblo situado al suroeste de Reikiavik. Alain quería
alejarse un poco más para ver las auroras, pero de noche y con
este clima, no quisimos jugárnoslo mucho y preferimos un
lugar cercano.
Aparcamos en una explanada de la carretera principal y
tiramos hacia la bahía. Una playa de arena negra es el paisaje
que nos encontramos nada más avanzar un poco. Nos damos
cuenta también con que no somos los únicos que han decidido
venir aquí para observar este precioso fenómeno, sino que hay
gente sentada en mantas y toallas extendidas en la arena.
Nosotros los imitamos con una toalla que trajimos de
Madrid para cuando fuimos a la Laguna Azul y nos sentamos
en ella mirando hacia el mar. Saco de la mochila los termos
con café que preparamos antes de venir y también los
sándwiches para picar algo mientras esperamos.
No hemos terminado de comer cuando un destello verde
claro empieza a reflejarse en el cielo y desaparece. Me
incorporo con rapidez y miro en todas las direcciones
intentando verlo de nuevo, pero no encuentro lo que busco.
Empiezan a surcar el cielo pequeñas estrellas fugaces y a los
pocos minutos, la misma luz vuelve, pero esta vez de una
forma más nítida y permanente. El cielo se llena de verde,
morado y azul que pierde y gana intensidad a medida que
pasan los minutos.
Observo con la boca abierta lo precioso que es todo pegada
al torso de Alain que me acaricia la espalda con mimo.
—Es precioso, ¿verdad? —le pregunto sin mirarlo. Me
siento como una niña pequeña en la mañana de Navidad
abriendo sus regalos.
—Muchísimo.
Las auroras vienen y van, se mueven y las nubes las
empiezan a tapar cuando ha pasado una hora.
—Dime que lo has grabado, porque yo no he caído en ello.
—Tranquila, lo he grabado. Y he hecho fotos.
—Dios, te quiero. —Salto a sus brazos y enrosco las
piernas en sus caderas.
—Madre mía y todo esto por haber hecho algunos vídeos y
alguna foto —suelta una carcajada sin dejar de soltarme—.
Además, mira.
Me deja en el suelo y saca el teléfono del bolsillo de sus
vaqueros. Lo desbloquea y empieza a toquetear en él hasta que
encuentra lo que busca y gira el móvil para mostrarme una
foto. En ella estamos los dos, de espaldas y con las auroras
boreales decorando el cielo de fondo delante de nosotros.
Alain sale agarrándome por la cintura y yo estoy apoyada
contra su hombro.
—Es preciosa. —Levanto la mirada y me centro en sus ojos
—. ¿Cómo la conseguiste?
—Se lo pedí a una chica que estaba justo detrás de nosotros
en ese momento.
—Estás en todo.
—Lo sé.
FIN
Epílogo

Madrid, marzo 2019

Los primeros acordes de Thinking out loud empiezan a sonar


por los altavoces y todos los presentes posamos nuestra mirada
al fondo del jardín, donde empieza el pasillo de flores.
Aparece por él una Laia con un vestido largo, blanco y de lo
más sencillo porque ella no es de pedrería ni volantes. Su pelo
rubio está recogido en una preciosa trenza de espiga y
adornado con pequeñas pinzas en forma de flor. Se me
humedecen los ojos en cuanto la veo avanzar por el pasillo de
la mano de su padre, que viste con un traje negro que le sienta
como un guante y va acompañado de una camisa blanca y una
pajarita de color rosa pastel.
Se sitúa en el altar improvisado, frente al oficiante y entre
Alain, Julia y yo. Vemos la sonrisa que no se le esfuma del
rostro y a los pocos segundos, es Valeria quien empieza a
caminar por el pasillo. Su vestido es más elaborado que el de
Laia, de corte sirena y con el escote en uve. Al contrario que
su futura mujer, esta sí lleva velo sujeto en un pequeño
recogido en la parte de atrás de su cabeza que le queda
increíble y le realza el rostro. No puedo parar de llorar y
menos cuando las veo a ellas emocionarse a medida que se van
juntando.
Alain, frente a mí, también las mira con ternura y emoción.
Lo veo en su mirada y en como les guiña el ojo,
transmitiéndole todo el apoyo que puede en estos momentos
ya que ambas están muy nerviosas.

La ceremonia es preciosa. Yo no dejo de llorar hasta que


termina y se besan. La parte de los votos ha sido un mar de
lágrimas, y no solo mías, ya que todos los presentes hemos
suspirado al ver las demostraciones de amor que nos han
regalado. A ambas les ha importado una mierda las opiniones
de la gente, se han abrazado a su amor y hoy han demostrado
ante todos, lo puro, fuerte y real que es.
Agarro con fuerza mi vestido azul cielo intentando no
pisarlo y me dirijo a la zona de cóctel. Julia y yo vamos
vestidas iguales porque a las chicas les hacía ilusión y la
verdad es que no pudieron haber escogido un color y un
modelo mejor. Yo llevo mi pelo cobrizo ondulado y con unos
mechones sujetos con dos horquillas a ambos lados,
apartándome un poco el cabello de la cara. Julia también lo
lleva suelto al completo y además, se lo ha cortado por los
hombros y le sienta increíblemente bien.
Picamos un poco al aire libre con una copa de vino en la
mano y un par de horas más tarde, ya sobre las nueve,
entramos en el restaurante que se encuentra al lado de la zona
donde estábamos. No somos muchos asistentes, familia y
amigos en su mayoría. Es todo muy familiar y sencillo, como
ellas. Tanto Julia como yo sabíamos que no iban a querer
peripecias ni cosas fuera de lugar o de su estilo.
En nuestra mesa está Alain, Julia, todos nuestros padres y
Carlos. Está adornada con rosas rojas, mis favoritas. También
hay un cartel en medio con el logo de Friends, el mismo que
tenemos nosotras tatuado.

Comemos con música de fondo, con las novias viniendo un


par de veces a saludarnos y con numerosos bailes
improvisados de ellas y los demás invitados. Cuando llega la
hora del postre, aparece una tarta de tres pisos decorada con
fondant blanco y flores en tonos pastel. La deja en una esquina
y las novias se ponen al lado con espada en mano para
cortarla. Grabamos el momento con mucha emoción y como
se besan al terminar.
—¿Nerviosa? —Julia se levanta de la silla y se sitúa a mi
lado. Ambas tenemos un discurso preparado para las novias,
las cuales no tienen ni idea de lo que tenemos entre manos.
En cuanto asiento, Julia llama la atención de los asistentes y
sobre todo, la de las novias.
—Sentimos robaros el protagonismo, chicas, pero tanto
Giselle como yo tenemos algo que deciros. Esto lo hemos
escrito entre las dos, pero va a ser ella la que hable porque a
mí estas cosas ya sabéis que no se me dan bien, pero bueno,
esperamos de corazón que os guste.
Julia me agarra por la cintura mientras yo despliego el
papel que tengo entre las manos. Estoy temblando como un
flan mientras siento decenas de pares de ojos mirándome
fijamente.
—Bueno, a mí tampoco se me dan bien estas cosas, pero
alguien tenía que hacerlo; así que allá va. —Tomo aire,
levanto la vista del papel y miro a las novias, que me guiñan el
ojo y me transmiten tranquilidad. Justo lo que necesitaba—.
Tanto Julia como yo conocimos a Laia y a Valeria en una etapa
de nuestra vida en la que acabamos necesitando su apoyo.
Éramos muy pequeñas, soñadoras y diferentes al resto de la
gente que nos rodeaba. Nos teníamos a nosotras y con eso nos
bastaba. De hecho, ahora sigue pasando lo mismo. No puedo
decir que desde el primer momento en el que las vi juntas,
supe que iban a acabar donde están ahora, porque mentiría.
Más bien puedo aseguraros, que tanto Julia como yo, casi nos
desmayamos cuando las vimos dándose un beso cuando tenían
dieciséis años.
»Recuerdo con claridad, como si hubiese pasado ayer, las
caras de ambas cuando ese beso terminó. Julia corrió a hablar
con Laia mientras yo intentaba tranquilizar a Valeria y
explicarle, que eso que acababa de pasar no era malo, más bien
todo lo contrario. Ella lloró sobre mi hombro casi media hora,
hasta que una devastada Laia apareció en escena también con
el rostro desencajado. Recuerdo haber cogido la mano de mi
amiga y llevármela a la habitación mientras a ellas las
dejábamos en el salón hablando. —Paro de hablar porque las
lágrimas ya no me dejan ver el papel. Me las seco con el
pañuelo que me tiende Julia y vuelvo a levantar la vista. Esta
vez, Laia y Valeria ya no me miran sonrientes como antes,
ahora están ambas llorando a moco tendido, como nosotras—.
Al volver unos minutos más tarde, Valeria estaba en el regazo
de Laia, ambas abrazadas como si quisieran fundirse en un
mismo cuerpo. Julia y yo no dijimos nada; solo nos sentamos,
cada una a vuestro lado, y os abrazamos a ambas deseándoos
sin palabras, toda la felicidad que os merecéis.
»Hemos visto como vuestra relación, empezaba, se
consolidaba y resistía con todo lo que se ponía por delante.
Sois muy diferentes, pero a la vez muy iguales y eso es lo que
os hace ser perfectas la una para la otra. El viaje que hicimos
hace unos meses, es algo que no voy a olvidar en la vida, no
solo por vosotras y por haberme dado las mejores semanas que
he podido imaginar, sino también por haber recuperado al
amor de mi vida. —Poso los ojos en mi chico, que me sonríe
emocionado y me centro de nuevo en las últimas líneas del
discurso—. Las relaciones no son un camino de rosas, lo sé de
buena tinta, pero lo mejor son las reconciliaciones. Un beso,
un abrazo o un “te quiero” cada día es lo que de verdad cuenta.
Os deseamos toda la felicidad del mundo y tanto Julia como
yo, esperamos seguir viéndoos crecer, por separado y juntas,
hasta el fin de nuestros días. Os queremos.
En cuanto termino de hablar, la sala se llena de aplausos.
Laia y Valeria corren hasta donde estamos y las cuatro nos
fundimos en un abrazo.
—Os quiero, chicas. Gracias por este pedazo de discurso.
—La voz de Valeria sale entrecortada por los sollozos, pero no
importa, la entendemos perfectamente.

Cuando llega el momento del baile, hacemos un pequeño


círculo al final de la estancia donde ya no hay mesas y las
novias se sitúan en medio. Empieza a sonar la música y ambas
se mueven al son de esta mientras se abrazan con fuerza.
—Ven conmigo, sirenita. —En cuanto el baile termina, mi
chico me arrastra hacia fuera del restaurante. No me pasa
desapercibida la forma en la que me ha llamado y la verdad, es
que me pega, porque con mi pelo pelirrojo y el vestido azul,
parezco una sirena recién salida del mar. La Sirenita en versión
española y de carne y hueso.
Me fijo en el jardín y me quedo con la boca abierta al
darme cuenta de lo bonito que está. De los árboles cuelgan un
montón de luces y farolillos que ahora ya se intuyen en la
oscuridad. A pesar de que estamos en marzo y aún queda
bastante para el verano, la noche es cálida por lo que no se
necesita una chaqueta por encima.
De la mano me lleva hacia donde está una pequeña fuente,
también adornada con farolillos al rededor. El suelo está lleno
de pétalos de rosa, y en este momento es cuando me empiezo a
asustar porque esto sí que no estaba antes.
Entre todos los farolillos, me fijo en algo que no debería
estar ahí. Suelto la mano de Alain y me acerco para ver con
claridad lo que es. Sonrío con tristeza cuando descubro que el
objeto intruso es un vaso del Starbucks completamente vacío.
—Leo tus pensamientos y sé que estás pensando como
matarme lentamente por esto.
Me giro con el vaso en mano buscando la voz de Alain y en
vez de mirar hacia arriba por lo alto que es, tengo que agachar
la mirada porque está con la rodilla derecha hincada en el
suelo. Un flash me hace reaccionar y me giro hacia la derecha,
donde está el restaurante, y veo a todos mis seres queridos
pegados al gran ventanal mirando la escena sin perderse nada.
—Desde que te conocí, siempre quise hacer esto: hincar la
rodilla y pedirte que estuvieras siempre conmigo. Los planes
se me han atrasado unos cuantos años, pero mis pensamientos
y mis ganas de ello siguen siendo las mismas. Sé que ya me lo
has dado todo, que estás viviendo conmigo y que hemos
prometido no separarnos jamás, pero me harías el hombre más
feliz del mundo si quisieras convertirte en mi esposa. Sé lo
mucho que te gustan las bodas, así que Giselle, mi vida,
¿quieres casarte conmigo?
Asiento murmurando un sí que apenas se escucha por lo
mucho que estoy llorando. Alain me coloca un precioso y
sencillo anillo plata con un pequeño diamante en el centro en
el dedo y no tarda en levantarse y en arrastrarme a sus brazos.
—Te amo más que a nada en el mundo —susurro entre
beso y beso, pegándome más a él.
—Te amo y esto, solo acaba de empezar. El cielo nos
espera, no lo olvides.
Agradecimientos

Gracias a mis padres por haberme educado como lo han hecho,


por todo el apoyo que me han brindado siempre y por haber
creído en mí desde el primer momento.
A mi familia, a la que sigue aquí en la Tierra conmigo y a
los que me cuidan desde el cielo. No sería quien soy si no
fuese por vosotros.
Gracias a mis tres ángeles de la guarda: Alba, Dona y Yoli.
Esta historia no hubiese visto la luz si no fuera por vuestro
constante cariño y apoyo.
Gracias también a mis tres chicas restantes de la
Cuchipandi: Nesa, Antía y Andrea. Que nunca nos falten los
libros ni un buen café.
Gracias a mis dos mejores amigos, a los cuales considero
como hermanos: Jonathan y Paola; por regalarme y haber
compartido conmigo el viaje de mis sueños. Os quiero.
Soy muy afortunada de haber contado estos últimos meses
con el apoyo constante y sincero de gente muy especial.
Gracias Paula, Lara, Luis, Isa y Martín por confiar en mí más
de lo que yo lo hago.
Gracias a Iria, Álvaro, Alba, María y Sara por cada
momento compartido y cada palabra de ánimo.
Gracias a aquellas personas que leyeron esta historia antes
que nadie y consiguieron que creyera en ella.
Gracias a mis seguidores y seguidoras del blog y demás
redes por haber estado al pie del cañón con ilusión desde el
primer momento. En serio, muchísimas gracias.
Y gracias a ti por haberle dado una oportunidad a la historia
de Giselle y Alain. Espero que hayas disfrutado del viaje y que
te haya sacado, como mínimo, una sonrisa.
Playlist

• No pide tanto, idiota – Maldita Nerea


• La promesa – Melendi
• Perfect – Ed Sheean
• Radio Ga Ga – Queen
• Bohemian Rhapsody – Queen
• I´m still standing – Elton John
• Wherever you will go – The Calling
• Por el miedo a equivocarnos – Maldita Nerea
• Dancing on my own – Calum Scott

• Nobody but you – Cesar Sampson


• This is me – El Gran Showman
• Don’t look back in anger – Oasis

• Hey, Soul Sister – Train


• How to save a life – The Fray
• Stereo Hearts – Gym Class ft. Adam Levine
• Insurrección – El último de la fila
• Sirenas – Taburete
• Shallow – Lady Gaga

• Wake me up when september ends – Green Day


• We are young – Fun
• Tainted love – Soft cell

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