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Graciela Ritacco.
Jean Paul Sartre, filósofo francés de vasta influencia a lo largo del siglo XX,
nació en 1905 y murió en 1980. Su obra tuvo una gran difusión porque, además de
tratados de filosofía, fue también un gran literato, autor de novelas y obras de teatro. Se
lo conoce como un filósofo existencialista ateo. En 1943 publicó el Ser y la Nada,
quizás su obra filosófica de mayor envergadura. Sus intereses políticos lo aproximaron
al marxismo. Su fama como escritor de posguerra se extendió enormemente al finalizar
la Segunda Guerra Mundial (1945). Aunque se le adjud icó en 1964 el Premio Nobel de
Literatura, se negó a recibirlo por razones políticas. Con su Crítica de la Razón
Dialéctica (1960) buscó encontrar un fundamento antropológico existencial para el
marxismo, a la vez que darle un fundamento político a la antropología. N. Bobbio
considera que “como escritor, como personaje de sus libros y como pensador, es la
más perfecta encarnación del intelectual decadente; al decir la más perfecta, quiero decir
-dice Bobbio - no sólo la más consecuente, sino también la más lúcida y madura, la más
inteligente y sagaz.”1
Formula su pensamiento filosófico a través de una antropología centrada en los
problemas que aquejan al hombre llevándolo hasta la desesperación y la angustia. Se
concentra, para mostrarlo, en una serie de análisis fenomenológicos y psicológicos.
Podríamos decir que combina la descripción fenomenológica con la penetración
psicoanalítica y la crítica social.
“Simone de Beauvoir, en su libro La fuerza de la edad, insiste, con una curiosa
complacencia, acerca del temperamento ‘anarquista’ de Sartre. Debe retenerse este
rasgo. Notaremos, en este aspecto, el gusto de Sartre por la vagancia, diurna y nocturna,
a través de las ciudades por donde las circunstancias de su vida lo hacen pasar o donde
lo instalan. En La Nausea (1938) la ciudad significaba para él determinismo y
encuadramiento mecánico. Más tarde, establecido en París, la ciudad adquiere un
prestigio inesperado y Sartre manifiesta un gusto decidido por los cafés y los hoteles. El
anarquista teme todo lo que puede retenerlo: por definición, el ‘domicilio fijo’ es un
punto de fijación y una esclavitud, mientras que los cafés y los hoteles no son sino
lugares de pasaje que no encadenan la libertad. Sobre todo escribe Sartre, ‘una ciudad es
1
N. BOBBIO, El Existencialismo, México-Bs.As., 1954, p.78
2
una creación perpetua: sus escaparates, sus olores, sus ruidos, su vaivén pertenecen al
reino humano. Ahí todo es poesía en el sentido estricto del término. La gran ciudad es el
reflejo de este abismo: la libertad humana.’ (En Baudelaire) (La ciudad) es creadora de
libertad, tal como Sartre la concibe y, por de pronto, tal como, anarquista por
temperamento, la necesita en lo más profundo de sí mismo.”2
La conferencia El Existencialismo es un Humanismo (1946) bien puede
considerarse una accesible introducción a su pensamiento filosófico. A continuación se
expondrán algunos párrafos seleccionados de esta obra, a fin de dejarle la palabra al
propio Sastre para dar a conocer su pensamiento.
Existencialismo:
“Entendemos por Existencialismo una doctrina que hace posible la vida
humana y que, por otra parte, declara que toda verdad y toda acción implica un
medio y una subjetividad humana.”3
Queda claramente expuesta la precedencia de la subjetividad.
2
R. JOLIVET, Sartre, Bs. As., 1963, p. 8
3
J.P. SARTRE, El existencialismo es un humanismo, Bs. As., 1949, p. 12
3
pues, una visión técnica del mundo, en la cual se puede decir que la producción
precede a la existencia.” (Ibid., p.14)
El proyecto:
Sastre explica la radicalidad del hacerse:
“Queremos decir que el hombre empieza por existir, es decir, empieza
por ser algo que se lanza hacia un porvenir, y que es consciente de proyectarse
hacia el porvenir. El hombre es ante todo un proyecto que se vive
subjetivamente, en lugar de ser un musgo, una podredumbre o una coliflor; nada
existe previamente a este proyecto.” (Ibid., p.16)
“El hombre no es nada más que su proyecto, no existe más que en la
medida en que se realiza no es por lo tanto más que el conjunto de sus actos,
nada más que su vida.” (Ibid. p. 28)
La responsabilidad:
“Pero si verdaderamente la existencia precede a la esencia, el hombre es
responsable de lo que es. Así el primer paso del existencialismo es poner a todo
hombre en posesión de lo que es y asentar sobre él la responsabilidad total de su
existencia. (…) No queremos decir que es responsable de su estricta
individualidad, sino que es responsable de todos los hombres. “(Ibid. p.17)
hombre que queremos ser, no cree al mismo tiempo una imagen del hombre tal
como consideramos que debe ser. Elegir ser esto o aquello, es afirmar al mismo
tiempo el valor de lo que elegimos, porque nunca podemos elegir mal; lo que
elegimos es siempre el bien, y nada pude ser bueno para nosotros sin serlo para
todos.” (Ibid., p. 17)
“Dostoiewsky escribe: ‘Si Dios no existiera, todo estaría permitido’. Éste
es el punto de partida del existencialismo. En efecto, todo está permitido si Dios
no existe y en consecuencia el hombre está abandonado, porque no encuentra ni
en sí ni fuera de sí una posibilidad de aferrarse. No encuentra ante todo, excusas.
(…) Si Dios no existe no encontramos frente a nosotros valores u órdenes que
legitimen nuestra conducta. Así, no tenemos ni detrás ni delante de nosotros, en
el dominio luminoso de los valores, justificaciones o excusas. Estamos solos, sin
excusas. (…) El hombre está condenado a ser libre. Condenado, porque no se ha
creado a sí mismo, y sin embargo, por otro lado, libre, porque una vez arrojado
al mundo es responsable de todo lo que hace. (…) El hombre, sin ningún apoyo
ni socorro, está condenado a cada instante a inventar al hombre.” (Ibid., p. 21-
22)
“Usted es libre, elija, es decir invente. Ninguna moral general puede
indicar lo que hay que hacer; no hay signos en el mundo.” (Ibid., p. 25)
“Lo que no es posible es no elegir. Puedo siempre elegir, pero tengo que
saber que, si no elijo, también elijo.” (Ibid., p.35)
“Antes de que ustedes vivan, la vida no es nada; les corresponde a
ustedes darle un sentido, y el valor no es otra cosa que el sentido que ustedes
eligen.” (Ibid., p.41)
La libertad es el resultado de la elección, imposible de evitar. El hombre opta a
su arbitrio, sin que deba adherirse a norma o valor alguno. En cada elección se
determina lo elegido como un valor, por el mismo hecho de haber sido elegido. La
abismalidad de la libertad es de tal envergadura que no está al alcance del hombre la
posibilidad de no ser libre. El hombre no elige ser libre sino que está condenado a serlo.
Todo acto humano está signado por la libertad, incluso es libre quien optara por la
decisión de prescindir o rechazar la posibilidad de la elección.
El desamparo:
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La situación:
“El hombre se encuentra en una situación organizada, donde está él
mismo comprometido, compromete con su elección a la humanidad entera, y no
puede evitar elegir. (…) Sin duda elige sin referirse a valores preestablecidos,
pero es injusto tacharlo de capricho.” (Ibid., p.35-36)
Sartre promueve una ética de la autenticidad en la que cada cual debe hacerse
cargo de sus elecciones, elecciones para las que ningún código anterior a ellas puede
dar una justificación. Quien se somete completamente a sus impresiones, sin rechazarlas
ni asumirlas según determinaciones impuestas, es alguien que ejercita su libre albedrío,
sin ‘enajenarse’ por seguir las reglas impuestas desde afuera del yo, verdadera ‘trampa’
en la que cae el ‘burgués’, al que Sartre llama ‘’puerco’. En cambio, el hombre ‘de
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buena fe’, que no tiene apoyo alguno fuera de su propia elección, se atreve a
experimentar ‘la nausea’, producto del sentimiento de ahogo que nace al descubrir que
tras las cosas no existe nada. La experiencia del absurdo, como contingencia definitiva,
se expresa en el tedio. Precisamente, el aburrimiento - con su carga de indiferencia-
permite descubrir lo existente. La existencia se experimenta como absurdidez. En ese
momento la conciencia y el mundo se dan simultáneamente. “El mundo no ha creado el
Yo; el Yo no ha creado el mundo” (La trascendencia del Ego, 1936).
En-sí:
El ente es en-sí, es lo que es. “Todo lo que es, es en acto”: el ente es actual,
carente de toda potencialidad o posibilidad. Totalmente pasivo, inerte, desprovisto de
toda consciencia. Es contingente, absurdo. Referirlo a un Dios o una creación resultaría
contradictorio y sin sentido. El ente reposa en-sí, es compacto, ‘viscoso’, ‘aglutinante’,
no tiene relación con otros.
Para-sí:
Pero hay en el mundo otro tipo de seres: está también el para-sí, el hombre. El
para-sí es fluido, cambiante, dinámico. Es para-sí porque es capaz de tomar consciencia
de sí mismo. El hombre no es un ente, un en-sí, sino una nada. Nada, que se va haciendo
un para-sí, o sea alguien que se reponsabiliza de sus actos, precisamente en la misma
medida en que reconoce la nada de lo que es en- sí, en la que el hombre está inmerso.
El cuerpo del hombre, sus hábitos y costumbres son el en-sí de cada hombre. El ser
hombre, el para- sí, es un proceso permanente de transformar en nada lo entificado y
solidificado del en-sí. La nada no proviene del ente sino del hombre, que la abriga. El
para sí, que es el hombre, no es una cosa, sino la nihilificación de los entes. Pero el
hombre se encuentra siempre en una situación, características que deben ser superadas
por la libre asunción consciente, al asumir el compromiso existencial del que se hace
cargo el para-sí. El hombre no tiene una esencia determinada, su existencia precede a
la esencia. Las condiciones en que se encuentra el hombre son de facto, existe, está
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tirado en el mundo. Por eso, trascender la facticidad es la tarea humana por excelencia.
Facticidad y el acto de trascender dicha facticidad es la dialéctica es la que se encuentra
arrojado el hombre. Le corresponde al hombre ir haciéndose a sí mismo ‘hombre’,
para-sí, a través de las elecciones constantes e inevitables. Ese proceso otorga al
hombre toda la responsabilidad por el significado que se le adjudique al mundo. El
para-sí es la toma de consciencia del existir, como espontaneidad del libre albedrío.
“El hombre está continuamente fuera de sí mismo; es proyectándose y
perdiéndose fuera de sí mismo como hace existir al hombre, y por otra parte, es
persiguiendo fines trascendentales como puede existir; siendo el hombre este
rebasamiento de sí mismo, y no captando los objetos sino en relación a este
rebasamiento, está en el corazón y en el centro de este rebasamiento. (…) Esta
unión de la trascendencia, como constitutiva del hombre –no en el sentido en
que Dios es trascendente, sino en el sentido de rebasamiento, y de la
subjetividad, en el sentido de que el hombre no está encerrado en sí mismo sino
presente siempre en un universo humano, es lo que llamamos humanismo
existencialista.” (Ibid., p. 43)
El hombre es una libertad operante, que al tomar conciencia de sus
condicionamientos, va más allá de ellos, mediante sus actos electivos. La misma
libertad de elegirse le provoca al hombre una angustia inevitable. El para-sí tiene por
delante suyo sólo posibilidades, la fluidez de lo posible lo pone ante la obligatoriedad de
la opción, y al elegir algo lo dota de valor por el sólo hecho de elegirlo. Todo ello le
provoca una profunda angustia, causada por la necesidad de elegir, por la libertad que lo
condena a ser libre, desearía, por tanto, sólo ‘ser’ simplemente. Pero no quiere ser un
mero en-sí, quisiera ser un en-sí que sea a la vez un para-sí. Esta contradicción es un
imposible: el hombre es, dice Sartre en El Ser y la Nada, “una pasión inútil”.
Para-otro:
A la vez, el para-sí es también para-otro (pour autrui), porque el hombre está
destinado a la relación con otro. La sexualidad es una muestra de ello. El ser para-otro
se nos presenta de improviso, aparece, se encuentra. En algunos casos la vergüenza nos
permite reconocer que estamos en presencia de otro. La mirada del otro se introduce en
nuestro mundo convirtiéndonos en objeto. En el encuentro con el otro se produce un
conato de dominio puesto que se busca dominar la libertad del otro. El otro nos
transforma en un objeto, nos cosifica, en un proceso de alienación.
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Filosóficas:
L’imagination, 1936
Esquisse d’une théorie de l’emotion, 1940
L’imaginaire, 1939
L’Être et le néant, 1943
L’existencialisme est un humanisme, 1946
Baudelaire, 1947
Situations , 1947- 1976
Critique de la raison dialectique, 1960
Les Mots, 1964
Literarias:
La Nausée, 1938
Les Mouches, 1943
Huis-clos, 1944
Les Chemins de la liberté, 1945-1949
Les Mains sales, 1947
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BIBLIOGRAFÍA COMPLEMENTARIA:
LECTURAS OBLIGATORIAS:
Estelle: “Me veía como los demás me veían, así me mantenía despierta. (…)
Pero no puedo quedarme sin espejo toda la eternidad. (p.29) Mi imagen en los
espejos estaba domesticada, la conocía tan bien…” (p.31)
Inés: “Su silencio me grita en las orejas (…) sé que usted oye el mío. (…) Hasta
el rostro me ha robado: usted lo conoce y yo no lo conozco.” (pp. 31-32)
Garcin: “Dentro de un rato estaremos desnudos como gusanos.” (p. 33)
“No quiero empantanarme en tus ojos. ¡Eres húmeda! ¡Eres blanda! Eres un
pulpo, eres una marisma.” (p.52)
Inés: “Sólo soy la mirada que te ve, sólo este pensamiento incoloro que te
piensa.” (p.55)
“Os, os veo; yo sola soy una multitud, la multitud.” (p. 56)
Garcin: “¿Me verás siempre? (…) Habían previsto que me quedaría delante de
esta chimenea, oprimiendo el bronce con la mano, con todas esas miradas sobre
mí. Todas esas miradas que me devoran… (…) No hay necesidad de parrillas; el
infierno son los Demás.” (p.56)
Garcin: “Mientras cada uno de nosotros no haya confesado por qué lo han
condenado, no sabremos nada. (…) cuando conozcamos nuestros monstruos…”
(p.34)
“Daría cualquier cosa por verme en un espejo” (p.39)
Estelle: “Tú eres el que debe decidir.” (p.48)
Garcin: “¿Pero son esas las verdaderas razones?” (p. 48)
Inés: “Pero el miedo, el odio y todas las suciedades que uno oculta son también
razones. Vamos, busca, interrógate.” (p. 48)
Garcin: “Me espié. Me seguí el rastro. Me parece que pasé una vida entera
interrogándome, pero qué, el acto estaba allí.” (p. 48-49) “¿Puede juzgarse una
vida por un solo acto?” (p.54)
Inés: “Sólo los actos deciden acerca de lo que se ha querido.” (p. 54)
Garcin: “He muerto demasiado pronto. No me dieron tiempo para ejecutar mis
actos.” (p.54)
Inés: “Se muere siempre demasiado pronto –o demasiado tarde-. Y sin embargo
la vida está ahí, terminada; trazada la línea, hay que hacer la suma. No eres nada
más que tu vida.” (pp. 54-55)