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La política de la creencia

Article · June 2003

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Salvador Arciga Josue Tinoco Amador


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Arciga, S. y Tinoco J. (2003) “La política de la creencia”, Psicología Iberoamericana,
Vol. 11, No. 4, 258-264. ISSN 1405-0943

LA POLÍTICA DE LA CREENCIA

Salvador Arciga Bernal


Josué Tinoco Amador

Resumen
Se discute sobre los procesos que subyacen en la conformación de la cultura
política, desde la óptica de la psicología colectiva. Las sociedades se estructuran
en función de las formas de participación ciudadana y de sus significados
compartidos (mitos, valores, ideas y tradiciones), los cuales se vinculan con los
diferentes tipos de relaciones políticas entre los actores sociales. Un ejemplo de
ello, es la permanencia de bases sentimentales y místicas en la conducta de las
sociedades (por ejemplo, el fatalismo y el destino), y su relación con la vida
política. El artículo describe las diferentes creencias de la política. Finalmente se
plantea la inquietud sobre el futuro de las relaciones sociales y las formas de vivir
la política.

Descriptores: Psicología política, psicología colectiva, creencias, representación social, cultura


política.

THE POLITICS OF THE BELIEF

Abstract
We discuss about the social process in the political culture from the collective
psychology point of view. The types of citizen participation and the collective
means are related with some particular forms of political life. For example, in our
society remain some sentimental and religious thinkings about the fatalism that are
related with the political life. This article describe the differents beliefs of the
politics, too. Finally, a question about the future of the social relations and the types
of political actions is outlined to make a different analysis of the social life.

Keywords: political psychology, collective psychology, beliefs, social representation, political


culture.

 Profesores de Psicología Social, Universidad Autónoma Metropolitana – Iztapalapa. Edificio H, Cubículo 105, Av.
San Rafael Atlixco # 186, Col. Vicentina, Iztapalapa, 09340, México, D.F. E-mail: gabedor@hotmail.com
Arciga, S. y Tinoco J. (2003) “La política de la creencia”, Psicología Iberoamericana,
Vol. 11, No. 4, 258-264. ISSN 1405-0943

LA POLÍTICA DE LA CREENCIA

Se dice con acierto que gobernar es prevenir; esto que se dice fácil, es la principal

dificultad, ya que en política, no se han considerado las causas psicosociales en que se

asientan los acontecimientos políticos, es el caso del pensamiento social. Para aproximarnos a

este, vamos a intentar -desde la psicología colectiva- describir los elementos que constituyen la

cultura política. Ya que consideramos que si es posible elaborar una buena descripción de esta,

entonces podemos estar en condición de discutirla desde la perspectiva psicosocial.

La representación social de la política

Las fuerzas que determinan las acciones de una sociedad son: “complejas fuerzas

naturales, económicas, históricas, políticas que con el paso del tiempo terminan, finalmente por

producir cierta orientación en nuestros pensamientos y, por consecuencia, en nuestra conducta.

Estas fuerzas acaban transformándose en fuerzas psicológicas” (Le Bon, 1912:8). Con base en

esta idea, la ideología de la modernidad se constituye con base en tres principios:

 La fusión de un tipo de sociedad y del “sentido de la historia” con la noción de sociedad

moderna.

 La identificación del sistema social con el Estado Nación, y con el proceso de su

constitución.

 La sustitución de los actores sociales definidos por un nivel o forma de participación

social, enmarcado por los signos de la lógica del funcionamiento del sistema social.

Así, la modernidad que era una idea, se convierte en pensamiento social. La construcción

de este pensamiento va a determinar todas las manifestaciones de la vida política y cultural, al

ofrecer cierto sentido de la historia. El contexto en que se manifiesta en nuestro país, es el de la

representación colectiva, es decir, la construcción del poder sobre el que se asentaron los

pasados 70 años de nuestra vida, y en los cuales se sustenta la cultura Política.

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Para la psicología colectiva, la representación colectiva sobre la que se construyó la

cultura política vigente nos remite a la génesis del estado de lo político. Cabe recordar que las

representaciones colectivas conforman un mundo instituido de significaciones sociales, el

sistema cultural de una sociedad, y la estructura simbólica en torno a la cual una sociedad

organiza su producción de sentido y su identidad. En este sentido, los individuos pertenecen a

la sociedad porque participan en sus representaciones colectivas, las que traducen sus

significaciones sociales: mitos, valores, ideas, normas, proyectos, tradiciones. Estas categorías

del conocimiento son los marcos del pensamiento que instituye la sociedad. Estos marcos

permiten la construcción de la sociedad y coadyuvan al proceso formativo de socialización e

individuación colectiva. Observemos este proceso en términos contemporáneos

Representaciones e Ideología

Las ideologías tienen en común: una convicción política, una visión religiosa, un juicio

moral y un estilo de vida. (Rouquette, 1996:165). La función principal de las ideologías, es servir

de referencia para toda experiencia del mundo; de la misma manera en la interpretación del

pasado que en el surgimiento del presente. Es en este sentido que reagrupan creencias,

valores, actitudes y comportamientos, la noción de ideología designa a la vez el sistema de

representaciones socio-históricas específicas; y las funciones y mecanismos psicosociales

generales que la caracteriza (Lipianski, 1991).

Cultura y representación social

El caso particular que nos ocupa la cultura política nos remite a las categorías que

Moscovici utiliza sobre las ideas que son resistibles y las que son irresistibles. Estas se refieren

a la impresión totalmente subjetiva de que las primeras dependen de nosotros y en el caso de

las segundas, por el contrario, dependemos de ellas para vivir y actuar (Moscovici, 1993:50).

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Esta idea nos indica que las ideas resistibles son aquellas que consideramos a nuestro

alcance, que podemos cambiar según los acontecimientos. Por otro lado numerosas ideas del

ámbito del sentido común, de la política, de la religión e incluso de la ciencia, las consideramos

irresistibles por naturaleza, ya que no somos libres de deshacernos de ellas. Este tipo de ideas

son la sustancia de las creencias, que aparecen en nuestra reflexión hasta el punto de no

permitirnos imaginar otras.

Visto así, podemos decir que nuestra vida colectiva transcurre en una tensión

permanente entre las ideas que gobernamos y las que nos gobiernan. Es en este sentido, que

la función de la cultura política es otorgarle representaciones de causalidad, de tiempo, de

sentido que le permitan a las sociedades vivir dentro de un proceso lógico. “La cultura política

es una sedimentación histórica en la conciencia colectiva de percepciones, conocimientos y

practicas de la vida publica: un modo de ser de los hombres y la codificación arbitraria de

ideales y experiencias de la colectividad, para normar un modo de actuar: para hacer o no

hacer, para decidir o para consentir que otros decidan lo que, es la esencia última del consenso

popular” (Cordova,1973:319).

Cultura Política

La política, y la ciencia política tal y como la conocemos actualmente, no gusta de

reconocerse en las fuerzas de las creencias y la afectividad que plantea la psicología colectiva,

pero estas son fuerzas subjetivas que forman o hacen actuar a los grupos humanos. Podemos

recordar que la llamada Psicología de las masas nació con la revolución, indica la emergencia

de nuevos sujetos sociales, y plantea los procesos sobre los cuales se asienta el tránsito social

y la emergencia de la democracia (Moscovici, 1989:22).

Es en este sentido que en los acontecimientos relevantes, se reconoce a la Psicología

de las masas o la Psicología de las minorías. A la primera, en tanto le concierne la credibilidad

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psíquica de las colectividades que, volviéndose miembros de un grupo –de una masa- se

comportan de otra manera.

La segunda toca a las minorías activas, dispuestas y atraídas por disentir en una

sociedad que impone sus maneras de sentir, de ver, y de pensar. No deja de sorprendernos

cómo estas se cristalizan en disidencia, vanguardias y en elites, y cómo terminan por convertir

una masa sin el mínimo poder o la mínima credibilidad en el baremo político. Es en este sentido

que se propone que, la psicología de las masas y la psicología de las minorías son el

fundamento de la psicología política. (Moscovici, 1989:23). ¿Qué queremos decir con esto?.

La construcción colectiva de la política

La psicología política se forma con el tejido de tradiciones, creencias y sentimientos

comunes. Esta psicología orienta nuestros pensamientos y dirige nuestras acciones. Gracias a

ella, pensamos y obramos en las condiciones fundamentales de nuestra existencia. En este

sentido aplicar el método experimental, y considerar que permite averiguar los fundamentos de

las cuestiones económicas, políticas y morales, es un error.

La psicología colectiva explica un gran número de fenómenos políticos, militares y

sociales; las causas de la propagación de los sistemas políticos, las oscilaciones de la opinión

pública, el papel de las creencias. Podemos decir que “a esta, hay que dirigirse para intentar la

comprensión de los acontecimientos cuya sucesión constituye la historia” (Le Bon, 1912:21).

Diagnóstico

Somos el resultado de las ideas de los filósofos cuyo pensamiento orientó nuestra

época. Resulta sorprendente observar la manifestación del pensamiento realizado: las fuerzas

maravillosas y/o malignas puestas al servicio del hombre; el espacio conquistado, la palabra

transmitida instantáneamente al mundo, la posibilidad de conocer y manipular el código

genético y demás.

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De la misma manera somos conscientes de que si bien la razón ha transformado la parte

material de las civilizaciones, todavía tiene muy poca influencia en la conducta de los hombres.

Podemos afirmar qué las creencias políticas y sociales modernas tienen las mismas bases

sentimentales y místicas que las creencias religiosas, y las pasiones que edificaron la cultura de

los pueblos, y las discusiones y disputas que los arruinaron.

En este sentido continúa el mundo siendo regido por fuerzas que se manifiestan bajo la

forma de creencias políticas a las cuales se considera como verdades indiscutibles. Podemos

decir que, las divinidades que sirvieron de base a las civilizaciones, han sido actualizadas a

través de las ilusiones políticas o sociales a las que se atribuye un poder parecido al de los

antiguos dioses.

La historia nos indica que, el poder de crear la unidad de sentimientos y de pensamiento,

ha sido de los ideales religiosos. En este sentido podemos decir que, cada época, aparte de los

ideales religiosos, recibió la influencia de un ideal político. Así, por ejemplo, el ideal político en

Francia durante el siglo XVII fue la monarquía, en el siglo XVIII, la revolución creó monarquías

constitucionales. El siglo XIX observó el desarrollo del poder de la multitudes y la formación de

nuevos estados. Y en el siglo XX las ideas democráticas finalmente se consolidan y su

evaluación esta por hacerse.

El fundamento de la política

El fatalismo es una herencia antigua, que en la cumbre de las cosas y dominando a los

dioses y a los hombres, colocaban un poder llamado destino. Sus decisiones eran

indisputables, las religiones civiles han perpetuado esta tradición.

Fatalidad histórica

El azar es una categoría, que no se puede deducir de la esperanza en el futuro, ni

experimentarse como resultado del pasado. En épocas pasadas era usual, recurrir al azar o a la

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suerte, bajo el aspecto de fortuna, para atribuir todas las casualidades a la mano de dios. De

este modo, la Fortuna es símbolo y reminiscencia colectiva de la manifestación divina.

(Kosellek, 1993:157).

Con el transcurso del tiempo la fortuna se consolida como una creencia popular; por el

lugar que ocupa en la explicación de los acontecimientos de la vida, y porqué en el tránsito de

la historia de la humanidad, desde el azar, pasando por la prosperidad y hasta el matiz de

nuestro destino, la fatalidad ofrece un elemento fundamental para la interpretación de nuestra

cotidianeidad. Y nos explica el maravilloso universo de acontecimientos, que se sustraen a la

intervención del hombre. Por lo tanto, nos indica la repetibilidad de todo acontecer, que no

puede introducir nada fundamentalmente nuevo en este mundo y en sus vicisitudes. Esta es la

manifestación del mito del eterno retorno (Eliade, 1972:13).

En este universo es posible la suerte o la miseria –ya que son manifestaciones de la

fatalidad-, que dan forman al contexto de los acontecimientos, en tanto nos permiten interpretar

su sentido y ordenar la secuencia de nuestra vida. Son categorías sociales elementales en la

vida y en su sentido.

Pero, en otro sentido fortuna o fatalidad son palabras vacías de sentido, que deben su

origen al profundo desconocimiento de un mundo que confiere nombres a los efectos de causas

desconocidas. La fatalidad se basa en la lógica del pensamiento social, en la aceptación

colectiva de la imprevisibilidad de causas y efectos, que asumimos, no es posible prevenir.

Fatalismo

Para los países latinos, esto ha sido una constante de preocupación, estudio, discusión y

desarrollos teóricos. Se crea en economía la teoría de la dependencia. Y en el ámbito de la

psicología, quizás el mejor ejemplo sea Ignacio Martín-Baró, quién estudia el carácter

ideológico del fatalismo latinoamericano (1987). Para él los pueblos latinos se hallan en un

estado que los mantiene al margen de su propia historia, y en donde los grupos minoritarios que

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toman el turno en el poder, se hacen justicia divina por su propia mano, mientras para el pueblo

todo sigue igual. Es decir, que sin memoria histórica ni proyecto de vida, la perspectiva latina

se manifiesta de acuerdo a la lógica social en la que el conocimiento del pasado o las

posibilidades del futuro sólo sirven para confirmar la inevitabilidad del destino.

Para Martín-Baró, el fatalismo es un modo de vivir, de sentir, de pensar y de actuar. De

esta forma la comprensión de la existencia se manifiesta con base en actitudes fundantes, en

maneras de situarse frente a la propia vida, en la que el fatalismo es la relación de sentido que

establecen las personas consigo mismas y con los hechos de su existencia, que se traduce en

comportamientos de conformismo y resignación. En este sentido el fatalismo constituye una

forma de pensar, una visión de vida, es la profecía que se cumple, posibilitando aquello que

postula

En términos de atribución social, la fatalidad supone la tendencia a transferir la

responsabilidad del individuo a fuerzas externas ingobernables. En donde el yo es asumido y

pensado colectivamente, para que el destino divino-estatal se cumpla. En este proceso de

pensamiento colectivo se desarrollan pautas culturales, que les permite vivir en un mundo; con

sus propias normas y valores y; con base en comportamientos y hábitos característicos. Es un

estilo de vida que florece en un determinado contexto social, y qué constituye el sentido de lo

marginal en nuestra sociedad.

Observado en perspectiva, el fatalismo no es un dato natural sino histórico, su

construcción y funcionamiento involucra la intersubjetividad de los que constituyen esa

sociedad. En el cuál, la dominación es el logro colectivo de establecer en el psíquismo de cada

persona una concepción de vida y sentido común. (Martín-Baró, 1987:151).

Para la psicología de corte colectivo (Le Bon, 1912) el determinismo, consiste en

desechar la intervención de seres superiores. Y nos enseña que un fenómeno es la

consecuencia rigurosa de ciertas causas que se repite cuando las mismas cosas se producen,

sin que la voluntad de ningún ser superior pueda intervenir en este encadenamiento. Lo que

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nos coloca en una perspectiva práctica, donde es claro que la fatalidad no es más que la

síntesis de nuestras ignorancias, y que es factible desvanecer en tanto se conozcan y en su

caso disgregan los elementos que la constituyen.

“Tres clases se pueden establecer en la gran familia de las fatalidades:

1. Las fatalidades naturales, tales como la vejez, los fenómenos meteorológicos,

el curso de los astros, etc. Lo más que podemos hacer, es determinar sus

leyes, preverlas y algunas veces protegernos un poco contra ellas.

2. Las fatalidades reductibles, que se desvanecen en cuanto los progresos de las

ciencias permiten disociar sus elementos. Es el caso de las grandes epidemias

y el hambre que hacen morir millones de hombres.

3. Las fatalidades artificiales, creadas por nosotros y que llenan nuestra historia.

Difícil es luchar contra ellas, porque constituida una causa sus efectos tienen

un desarrollo necesario.” (Le Bon, 1912:395).

Ahora estamos en condiciones de decir, que para poder combatir las fuerzas que

gobiernan las cosas, es necesario conocerlas. La psicología colectiva, como ya dijimos nos

enseña; a mirar las fatalidades que orientan y dificultan a todas horas nuestra la vida; enseña a

los hombres a conducir, dirigir, disociar y destruir los elementos cuyo conjunto forma las

fatalidades de la historia. Y permite comprender la misión de las necesidades sociales,

religiosas y económicas que surgen y le otorgan sentido a cada época.

El destino de nuestros pueblos latinos es muy incierto, porque los políticos no reconocen

lo que decimos, además tienen una vida efímera, por lo qué viven al día sin preocuparse del

porvenir. Y una política que sólo se preocupa del momento actual, está condenada a sufrir los

golpes de todas las fatalidades.

Podemos además observar que , no cesamos de crear fatalidades que infiltran el poder

de la sociedad, en tanto generan indiferencia para las causas sociales, y se manifiesta como

resignación colectiva, un espíritu de negación, y la ausencia de proyectos sociales capaces de

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seducir, convocar y orientar las voluntades. El resultado es dramático, a las fatalidades sólo le

oponemos nuestra incertidumbre, nuestra indiferencia y resignación.

Las creencias de la política

Intentemos describir la fatalidad llamada “Democracia”. Esta no significa gobierno por el

pueblo, sino por sus gobernantes: no son las multitudes las que forman la opinión, sino las que

la siguen, y las asumen. Es decir, sólo en apariencia gobiernan las multitudes, ya que lejos de

ser verdaderamente populares los gobiernos, representan una minoría que ha creado y dirige el

sistema político. (Moscovici, 1985:9)

A. El estado

Podemos considerar que el estatismo es resultado de la transformación moderna del

derecho divino, y por lo tanto el nuevo sitio donde residen los dioses. Se constituye en la

religión de los pueblos latinos, la única que es universalmente respetada, y que nadie

cuestiona. La naturalidad de este pensamiento se manifiesta en nuestros partidos políticos que

se postulan diferentes, pero que en el fondo son iguales.

El estado es la representación colectiva, que administra, ordena y dirige todo,

procurando en este ejercicio la menor iniciativa y participación ciudadana, norma que enseña a

la sociedad que la política es cosa de expertos, por lo tanto queda fuera del interés, motivación

y alcance de las personas comunes. De esta manera se manifiesta la antigua Providencia,

donde el estado representa la forma moderna del derecho divino (Kliksberg, 1989).

El desarrollo del estatismo va acompañado de la des-organización de los servicios de los

cuales se encarga (Hopenhayn, 1994). El público ha descubierto con estupor que ni plan, ni

esfuerzos coordinados, ni método, ni responsabilidad definida, sólo descuido, desorden y

confusión, es la memoria del estado. Si tuviéramos que construir un slogan para describir el

estado de la administración pública podemos considerar “poco importa”. Lo que se manifiesta

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en los derroches de los secretarios, en los hábitos de pereza y de indolencia que el personal ha

adquirido y que encontramos en cualquier servicio y/o oficina gubernamental .

Las quiebras de las que nos enteramos cotidianamente, han dejado de sorprendernos,

ya que son consecuencia de la cultura organizacional vigente. Y del pensamiento social en que

esta se sustenta; hombre faltos de iniciativa, sin responsabilidad, manifiestan bien pronto su

valor intelectual y productivo.

B. Los dirigentes

La dirección del Estado se reparte en secretarias, en donde, las responsabilidades se

diluyen en múltiples personas, que forman parte de una cultura débil, sin misión clara, sin metas

y objetivos determinados, que hace imposible que dichas secretarias sean efectivas. Y en

donde observamos agentes gubernamentales, divididos en secretarias distintas, sin objetivo, sin

ninguna iniciativa; y a los cuales no guía ningún interés común.

El estado a causa de su crecimiento, se ve obligado a aumentar la importancia de las

administraciones, por intervención de las cuales ejerce su acción. Estos se constituyen en una

minoría que dirigen los destinos del país, en donde el poder no pertenece a la nación, sino a los

funcionarios públicos: aquí cabría preguntar ¿valió la pena hacer la revolución para caer bajo la

dominación de los funcionarios?

C. Minorías

Ésta historia, desde el punto de vista de la psicología política es muy interesante. Y nos

enseña como un puñado de hombres resueltos puede llegar a fundar una nación sobre la base

de una organización sustentada en un poder anónimo (Lewin, 1939). El Partido de estado, en el

que somos los primeros en observar el principio de la disgregación de la sociedad en pequeños

grupos homogéneos, que no poseen otro patriotismo que el del grupo a que pertenecen, los

que les permite estar dispuestos a sacrificar el interés general. Hemos visto con asombro a

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estos grupos tratar al resto de la nación como una ciudad sitiada, sin preocuparse de las ruinas

que ocasionan en la vida pública.

D. La dinámica de la vida política

En nuestro país que se considera democrático, es difícil encontrar ciudadanos que

manifiesten la más ligera duda respecto al poder infalible de las constituciones y de las leyes.

Todos los partidos poseen, en efecto, un mismo ideal: reformar la sociedad a fuerza de

decretos y pedir la constante intervención del estado en la vida social de los ciudadanos. Son

muy interesante las estadísticas que presentan las diferentes cámaras y los argumentos de que

se vanaglorian los políticos de los partidos.

Observamos como, persuadido el legislador del poder de las leyes, legisla para remediar

males cuyas causas desconoce. Son innumerables las medidas legislativas que han producido

un resultado contrario al que se proponían alcanzar. Nos podemos remitir a las pensiones, a las

finanzas de los sistemas de salud, etc.

Si consideráramos la génesis psicológica de las leyes, comprenderíamos el por qué,

muchas leyes son útiles desde que nacen. La costumbre es consecuencia de las necesidades

sociales, industriales y económicas de todos los días; la jurisprudencia las fija y entonces la ley

las sanciona. Es decir, lo que sanciona la ley es el estado social del momento. El legislador no

puede intervenir útilmente sino en el último de estos períodos (Le Bon, 1912:52).

Repitamos, la idea es que la autoridad de la ley proviene de costumbres creadas por la

necesidad y fijadas por la jurisprudencia. Esto es contrario a nuestras ideas de orden, y de

razón. Esta idea contiene la siguiente historia, la existencia social de las leyes esta en la

mentalidad colectiva, no en lo que sostienen los legisladores, que la vida social se organiza

mediante decretos. Los gobernantes, como los sacerdotes de las divinidades antiguas, ignoran

todo lo que a las necesidades sociales se refiere (Le Bon, 1912:67).

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E. Las promesas

Después de la revolución, las promesas, como método, han sido el azote de las

democracias. Prometer es fácil, cumplir las promesas difícil. Aquí el tiempo es un factor

importante, ya que sin duda, se puede aplazar algún tiempo la realización de las promesas,

invocando la oposición de los partidos, la liberalización del cambio o cualquier otro argumento;

pero llega el momento en que los electores acaban por convencerse de que se le ha engañado.

Entonces pierde sus ilusiones. El método cumple su objetivo, seducir, aplazar, engañar,

convencer, desilusionar.

Engañado, con grandiosas promesas, se llega a advertir que los únicos conflictos que

preocupan a los gobernantes son los de interés partidista, grupal y/o personal y que su moral

tiende siempre a su beneficio. Hay que ver a los candidatos, tan humildes cuando solicitaban

los votos, desentenderse de los ciudadanos que los apoyaron y ahora les preguntan por sus

promesas.

Cabe mencionar, que algunos representantes tienen ciertamente buena voluntad, pero

recordemos lo que dijimos, organizados, reconocidos y reunidos en grupo no pueden hacer

nada. Siempre esta el presidente de su partido, el programa, las metas, las lealtades. Podemos

decir que, la tiranía anónima de los burócratas nos deja con muy pocas esperanzas.

De este modo, la vida política puede concebirse como un compromiso entre dos

potencias las promesas y la corrupción. La costumbre de las promesas hace naturalmente muy

obedientes a los políticos ante las amenazas, entonces ceden por temor de ver ceder a los

otros partidos, a los otros grupos, a los compañeros.

La baja popularidad del parlamento (de acuerdo a las encuestas del IFE. y de

gobernación) son las ilusiones creadas por el abuso de las promesas; tentativas de realizar

estas promesas imposibles, lo que ha generado desorden en el comercio, la industria y la

hacienda: y esto constituye la decepción y el alejamiento de todos.

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Candidaturas oficiales, arbitrariedad en los actos administrativos, en la aplicación de las

leyes, el favor sustituido a la justicia, el desorden en los servicios públicos, el déficit en los

presupuestos, donde los intereses privados y de favoritismo prevalecen sobre el interés general

(basta observar los resultados de las encuestas de transparencia y los análisis de corrupción).

A la pregunta de ¿cómo puede subsistir el régimen parlamentario? se puede responder

que gracias a la razón capital de que la democracia es el prisma a través del cual nos miramos

como sociedad.

El pensamiento social

Podemos intentar concluir, diciendo que para transformar a las sociedades; el estudio de

los diversos elementos de una civilización, las instituciones, las creencias, la literatura, la

lengua, las artes nos indica que estas corresponde a ciertos modos de pensar y de sentir de

los pueblos que los han adoptado y que únicamente existe transformación cuando esas formas

de pensar y de sentir se modifican por sí mismas.

Quizás los grandes efectos nacen del conjunto de las pequeñas causas, en la historia,

con frecuencia los millares de hechos insignificantes, algunas veces inadvertidos, cuya síntesis

forman los grandes acontecimientos, terminan por orientarse en una misma dirección.

Encauzados en esta dirección todos estos acontecimientos diarios, engendran corrientes que,

muy débiles en su comienzo y fáciles de desviar, llegan a ser irresistibles, cuando su fuerza

aumenta suficientemente.

Los psicólogos seriamos útiles estudiando los hechos diarios de la vida social y

procurando determinar sus causas. De ello resultaría acaso el conocimiento de la lógica social.

Es en este sentido que los asuntos dignos de observación abundan, y si nos son extraños, se

debe a que la psicología no ha sabido todavía aprender a mirarlos para así desentrañar sus

causas. Los sucesos importantes nos son ajenos hasta, que los describimos como movimientos

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populares imprevistos, siempre sorprendentes, porque su desarrollo psicológico permanece

ignorado para nosotros.

Pregunta final

Los discursos de todos los científicos sociales, de los oradores políticos desde el

comienzo de la revolución, proclamaron el odio al despotismo y el amor a la libertad. La historia

de este período demuestra, lo contrario. Todas nuestras batallas políticas han tenido por causa,

casi exclusiva, la de qué partido ejercería esta tiranía y qué clases de ciudadanos lo soportarían

(Le Bon, 1912; Moscovici, 1985).

Nos podemos preguntar si el presente siglo asistirá por fin, al nacimiento de una nueva

religión que nos inculque el espíritu de tolerancia y el horror al despotismo, sentimientos

ignorados hasta hoy por nuestras mentalidades (Le Bon, 1912).

Referencias
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