Está en la página 1de 6

Cien años de soledad relata la historia de la familia Buendía a lo largo de seis generaciones

en el pueblo ficticio de Macondo. El pueblo es fundado por diversas familias conducidas


por José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán, un matrimonio de primos que se casaron llenos
de presagios y temores por su parentesco y el mito existente en la región por el cual su
descendencia podía tener cola de cerdo. Pese a ello, tuvieron tres hijos: José Arcadio,
Aureliano y Amaranta (nombres que se repetirán en las siguientes generaciones). José
Arcadio, el fundador, es la persona que lidera e investiga con las novedades que traen los
gitanos al pueblo, y termina su vida atado al árbol hasta donde llega el fantasma de su
enemigo Prudencio Aguilar con el que dialoga. Úrsula es la matriarca de la familia, quien
vive por más de cien años cuidando de la familia y del hogar.

El pueblo poco a poco va creciendo y con este crecimiento llegan habitantes del otro lado
de la ciénaga (terreno que rodea y aísla al pueblo del exterior). Con ellos se incrementa la
actividad comercial y la construcción en Macondo. Desafortunadamente, llegan también la
peste del insomnio y la peste del olvido. La pérdida de la memoria obliga a sus habitantes a
crear un método para recordar las cosas y Aureliano comienza a etiquetar todos los objetos
para recordar sus nombres; no obstante, este método empieza a fallar cuando las personas
también olvidan leer. Hasta que un día regresa Melquíades (el líder de los gitanos y amigo
de José Arcadio) con una bebida para reestablecer la memoria que surte efecto
inmediatamente, y en agradecimiento es invitado a quedarse a vivir en la casa.
Cuando estalla la guerra civil, la población toma parte activa en el conflicto al enviar un
ejército de resistencia dirigido por el coronel Aureliano Buendía (segundo hijo de José
Arcadio), a luchar contra el régimen conservador. En el pueblo, mientras tanto, Arcadio
(nieto del fundador e hijo de Pilar Ternera y José Arcadio) es designado por su tío jefe civil
y militar, y se transforma en un brutal dictador, quien es fusilado cuando el conservatismo
retoma el poder.
La guerra continúa y el coronel Aureliano se salva de morir en varias oportunidades, hasta
que, fatigado de luchar sin sentido, arregla un tratado de paz que durará hasta el fin de la
novela. Después de que el tratado se firma, Aureliano se dispara en el pecho, pero
sobrevive. Posterior a ello, el coronel regresa a la casa, se aleja de la política y se dedica a
fabricar pescaditos de oro encerrado en su taller, de donde sale solamente para venderlos.
Aureliano Triste, uno de los diecisiete hijos del coronel Aureliano Buendía, instala una
fábrica de hielo en Macondo, deja a su hermano Aureliano Centeno al frente del negocio y
se marcha del pueblo con la idea de traer el tren. Regresa al cabo de poco tiempo,
cumpliendo con su misión, la cual genera un gran desarrollo, ya que con el tren, llegan
también el telégrafo, el gramófono y el cine. Entonces el pueblo se convierte en un centro
de actividad en la región, atrayendo a miles de personas de diversos lugares. Algunos
extranjeros recién llegados empiezan una plantación de banano cerca de Macondo. El
pueblo prospera hasta el surgimiento de una huelga en la plantación bananera; para acabar
con ella, se hace presente el ejército nacional y los trabajadores que protestan son
asesinados y arrojados al mar.
Después de la masacre de los trabajadores del banano, el pueblo es asediado por las lluvias
que se prolongan por cuatro años, once meses y dos días. Úrsula dice que espera el final de
las lluvias para finalmente morir. Nace Aureliano Babilonia, el último miembro de la línea
Buendía (inicialmente referido como Aureliano Buendía, hasta que más adelante descubre
por los pergaminos de Melquíades que su apellido paterno es Babilonia). Cuando las lluvias
terminan, Úrsula muere y Macondo queda desolado.
La familia se ve reducida y en Macondo ya no se acuerdan de los Buendía; Aureliano se
dedica a descifrar los pergaminos de Melquíades en el laboratorio, hasta que regresa de
Bruselas su tía Amaranta Úrsula, con quien tiene un romance. De este, Amaranta Úrsula
queda embarazada y tiene un niño que al nacer se descubre con cola de cerdo; ella muere
desangrada después del parto. Aureliano Babilonia, desesperado, sale al pueblo llamando
de puerta en puerta, pero Macondo ahora es un pueblo abandonado y solo encuentra a un
cantinero que le ofrece aguardiente, quedándose dormido. Al despertar se acuerda del niño
recién nacido y corre a buscarlo, pero a su llegada encuentra que se lo están comiendo las
hormigas.
Aureliano recuerda que esto estaba predicho en los pergaminos de Melquíades y termina de
descifrar la historia de los Buendía que ya estaba allí escrita con anticipación, encontrando
que al terminar de leerlos, finalizaría su propia historia y con él, la historia de Macondo.

El domingo 28 de abril de 1968 Alone, el crítico literario chileno, dedicó su comentario semanal
en El Mercurio a Cien años de Soledad, novela aparecida algunos meses antes, en 1967, y que
había agotado ya tres ediciones. "Alone" es el pseudónimo de Hernán Díaz Arrieta (1891-1984),
quien escribiera, entre muchos otros artículos y libros, una serie de luminosos ensayos acerca de En
Busca del Tiempo Perdido publicados en 1928. El último tomo había aparecido en Francia sólo un
año antes. ( Se pueden leer en el libro de Daniel Swinburn: Para Leer a Proust, la Mirada de Alone,
El Mercurio-Aguilar, 2001) Fue un influyente comentarista de la poesía de Gabriela Mistral y es
muy probable que haya sido "el primer descubridor" de Neruda. Desde luego, financió él mismo la
publicación de Crepusculario, el primer libro de Neruda. Sus "crónicas literarias", como las
llamaba, fueron decisivas para la inmediata consagración y continua presencia de la obra de Neruda
en su país, que él nunca dejó de examinar, a veces, con reparos e incluso, diría, incomprensiones, 
pero sin jamás dudar del talento genial del poeta. Era hombre de arraigadas convicciones liberales y
enteramente opuesto a Neruda en cuanto a ideas políticas. En él se basó Roberto Bolaño para
inventar al crítico literario "Farewell", personaje de su novela Nocturno de Chile.
"Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de
recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo." Así comienza este "relato
compacto", dice Alone, "juntando en una misma frase un pretérito desconocido, después de un
presente incógnito y frente a un futuro que más tarde se recordará".... Alone celebra la "impresión
inmediata de soberana soltura que produce esa frase inicial..." Y más adelante afirma: "Realista
hasta la crudeza minuciosa, a ratos mágico, inverosímil, siempre claro y sólido, el relato acumula en
orden tal cantidad de hechos y dichos, de personas y de dramas, historias, anécdotas, episodios e
intrigas que casi no se diría una novela sino un almacén, un tesoro de materiales novelescos
alternados, vivos y fantásticos, de un interés que no decae y que se recorre apasionadamente, como
un proceso de creación a la vista... Todo eso, hombres, animales, casos, cosas, casas, empujado por
igual torbellino, de principio a fin, unos tras otros, verídicos o inventados, termina formando una
masa que acaso sea la imagen de la humanidad: polvo, ceniza y nada."
Con todo, concluye: "No le falta sino un no se sabe qué... para ser llamada una obra maestra". Antes
dice que uno va de acontecimiento en acontecimiento "lleno de vehemente curiosidad"... "pero sin
que nada, en el fondo, le importe, como si se tratara de un espectáculo o de un juego"... Hay un no
se qué  "de distante, de ajeno, aun se diría de exterior e inútil"... Alone habla de una "fundamental
carencia"... "de una serenidad impasible"...de "la actitud del creador ...que no se inmuta por nada"...
"Diríase una fuerza de la naturaleza. Pero le falta el alma".
No sé quién haya hecho una crítica más aguda a Cien años de Soledad. ¿Pero tiene razón Alone? Lo
impresionante es que el propio García Márquez reconoce esta imperturbabilidad del narrador como
un rasgo esencial de su novela: "Me contaba (mi abuela) las cosas más atroces sin conmoverse
como si fuera una cosa que acababa de ver. Descubrí que esa manera imperturbable y esa riqueza de
imágenes era lo que más contribuía a la verosimilitud de sus historias. Usando el mismo método de
mi abuela, escribí Cien Años de Soledad. (Ver Plinio Apuleyo Mendoza: El Olor de la Guayaba,
Editorial Oveja Negra, pg. 30)
El relato de "las cosas más atroces sin conmoverse" es , entonces, según el propio García Márquez
una característica esencial de la construcción de su novela.  La atroz matanza de 3.000 trabajadores
en la estación que cargaron en un tren de doscientos vagones y arrojaron al mar, es un ejemplo. Se
impone la versión oficial: no existió. Salvo Aureliano y un tal Gabriel —cuya sigilosa novia,
Mercedes, es hija de un boticario y consigue irse a París, donde escribe de noche en el cuarto en el
que murió Rocamadour— parece que nadie cree en ella. Lo sorprendente no es que las autoridades
responsables quieran borrar lo ocurrido,  sino que el pequeño y lejano pueblo de Macondo no sea
afectado por esa tremenda matanza. No hay viudas, no hay novias, no hay hermanos ni hermanas,
no hay hijos que padezcan esas muertes. No hay verdadero dolor ni duelo. En eso Alone intuyó algo
real. La vida sigue como si nada.
Puesto en otros términos: en Macondo no hay lugar para la verdadera tragedia. El lado
verdaderamente oscuro y agobiante de lo humano queda excluido. La muerte y el horror están vistos
desde fuera de ellas. No es el ángulo subjetivo de Henry James o Proust o incluso Faulkner o Rulfo.
O, para mencionar escritores más cercanos, de Carver y Naipaul, autores en los que hay un
sufrimiento espeso y concentrado.  La tragedia exige espacios cerrados y una trama basada en unos
pocos protagonistas. Kafka, por ejemplo, crea esos espacios confinados.
"Mi problema no fue imitar a Faulkner, sino destruirlo", ha dicho García Márquez. "Su influencia
me tenía jodido".  (Plinio Apuleyo Mendoza, pg. 50) Los personajes de Faulkner -solitarios,
arcaicos, condenados por su pasado- tienden a  encerrarse. Cien Años de Soledad está llena de
personajes que se encierran en una pieza, en una casa.  Pero en Faulkner el pasado es una herida
siempre abierta y los personajes no pueden escapar de él. El tono - y por consiguiente el mundo de
Faulkner- es muchísimo más sombrío que el de la ficción de García Márquez.
La tragedia es posible si vemos el mundo desde Edipo. Pero si nos alejamos, Edipo es reemplazado
por Creonte que tendrá su ciclo y también su tragedia —la muerte de su hija Antígona que causará
además la muerte de su hijo y de su mujer— y así... La historia de la estirpe al alargarse en el
tiempo y llenarse de episodios disímiles hace que cada una de esas tragedias pierda presión.
Pero La Guerra y la Paz —" la mejor novela que se ha escrito", a juicio de García Márquez (Plinio
Apuleyo de Mendoza, pg.49)— es episódica, no es propiamente una tragedia, pero hay en ella
dolores hondos.  Lo que pasa es que  el narrador Tolstoyano habita  en el interior del mundo íntimo
de sus muchos y variados personajes. García Márquez, en cambio, se sitúa en el punto de vista de la
especie, de la estirpe que perdura idéntica a sí misma a través de las generaciones que nacen, viven
y mueren. "Pues la historia de la familia era un engranaje de repeticiones irreparables, una rueda
giratoria que hubiera seguido dando vueltas hasta la eternidad, de no haber sido por el desgaste
progresivo del eje". (Cien Años de Soledad, Editorial Sudamericana, pg.334)
De hecho, cuando García Márquez ha querido narrar el dolor a secas ha recurrido a la no ficción. 
Esto es sumamente sintomático. Y lo ha hecho con maestría. Ahí está su libro Noticia de un
Secuestro.
Proust escribió páginas extraordinarias contando la muerte de la abuela. Hay esperanza y suspenso
hasta el último minuto. La ternura del protagonista de la novela, su amor real por esa vieja y el
sufrimiento que le causa el que sea arrancada de la vida sacuden y siguen sacudiendo en el
recuerdo.  La extrañeza y violencia de la muerte, su misterio, se plantan delante nuestro con
ferocidad. La muerte de Úrsula, la gran abuela de Cien Años de Soledad, está narrada
completamente en otra cuerda. Su muerte es lenta y pacífica. La vieja se ha transformado antes de
morir en un juguete de los niños.
"Parecía una anciana recién nacida. Amaranta Úrsula y Aureliano la llevaban y la traían por el
dormitorio, la acostaban en el altar para ver que era apenas más grande que el Niño Dios, y una
tarde la escondieron en el armario del granero donde pudieron comérsela las ratas. Un domingo de
ramos entraron al dormitorio mientras Fernanda estaba en misa, y cargaron a Úrsula por la nuca y
los tobillos.
—Pobre tatarabuelita —dijo Amaranta Úrsula—, se nos murió de vieja.
—Úrsula se sobresaltó.
—¡Estoy viva! —dijo.
—Ya ves. —dijo Amaranta. Úrsula, reprimiendo la risa.—, ya ni siquiera respira.
—¡Estoy hablando! —gritó Úrsula.
—Ni siquiera habla —dijo Aureliano—. Se murió como un grillito.
Entonces Úrsula se rindió a la evidencia. "Dios mío", exclamó en voz baja. "De modo que esto es la
muerte". Inició una oración interminable, atropellada, profunda, que se prolongó por más de dos
días, y que el martes había degenerado en un revoltijo de súplicas a Dios y de consejos prácticos
para que las hormigas coloradas no tumbaran la casa, para que nunca dejaran apagar la lámpara
frente al daguerrotipo de Remedios, y para que cuidaran de que ningún Buendía fuera a casarse con
alguien de su propia sangre, porque nacían los hijos con cola de puerco..." Y, sin embargo, no había
muerto todavía, pues "amaneció muerta el jueves santo". Y "Poca gente asistió al entierro, en parte
porque no eran muchos quienes se acordaban de ella, y en parte porque ese mediodía hubo tanto
calor que los pájaros desorientados se estrellaban como perdigones contra las paredes y rompían las
mallas metálicas de las ventanas para morirse en los dormitorios. Al principio se creyó que eran una
peste..." El torrente de sucesos continúa sin pausa. El narrador no alcanza ni siquiera a poner un
punto aparte. Pues ahora se viene la historia de los pájaros y aparece un engendro de mujer y macho
cabrío, en fin... (Cien Años de Soledad, pg. 290-291)
Sin embargo, este modo de morir de Úrsula expresa inmejorablemente la concepción que subyace a
la novela. "Macondo, más que un lugar en el mundo, es un estado de ánimo," ha dicho García
Márquez.(Plinio Apuleyo Mendoza, pg.80)  Ese estado de ánimo tiñe todo lo que ocurre en el libro.
La muerte de Úrsula es tan gradual que resulta esperable y natural. A diferencia de la abuela de En
Busca del Tiempo Perdido,  mucho antes de morir ya Úrsula no pertenece realmente al mundo de
los vivos. Su muerte, entonces,  no es ningún drama. En el relato de su final se mezclan la lejanía, el
cariño y el humor. ¿No es esta otra manera de experimentar la muerte tan real y verdadera como la
de Proust?
 
Lo que encantó y sigue encantando de Cien Años de Soledad es la fuerza y exuberancia de la vida. 
El lenguaje de la novela, cerca del arcaísmo, sugiere algo antiguo, pero sin artificios, y siempre
tiene gracia y sabor. La frase es flexible, rotunda, veloz, convincente, natural, pero nunca antes
vista, nunca antes escrita.  Su estilo exagerado y a la vez concreto, es contagioso y desborda de
humor y poesía. Porque las imágenes y comparaciones trasuntan verdadera poesía. Para García
Márquez la novela es "una transposición poética de la realidad".(Plinio Apuleyo Mendoza, pg. 60):
"La atmósfera era tan húmeda que los peces hubieran podido entrar por las puertas y salir por las
ventanas, navegando en el aire de los aposentos". (Cien Años de Soledad, pg.268) El lector lee
como hechizado y va de maravilla en maravilla sumido en una belleza inaudita. El narrador quiere a
sus personajes, simpatiza con ellos —incluso con los más extremados y estrafalarios— y en el
fondo los redime. Son personajes únicos que jamás habían estado en un libro. Y esa fuerza y esa
exuberancia, esa inconmovible fe en la vida, son posibles gracias a una mirada en la que el asombro
de la poesía convive con lo remoto y en la que "el espejismo de la nostalgia" se impregna de humor.
Esa distancia de lo remoto es una condición sin la cual no se crean las maravillas que sorprenden en
cada página abigarrada de rápidos sucesos. Toda obra de arte, incluso una obra maestra, se debe a
sus limitaciones. Todo lo que existe, existe en virtud de su forma, pensaba Aristóteles, y eso es
plenamente válido en el mundo de arte. Y toda forma es delimitación. José Donoso hablaba del
sacrificio que supone una buena novela. Cien Años de Soledad encarna una cierta poética y en ella
—como en toda estética determinada y concreta— no todo es posible. Hay miradas y sentimientos
que quedan excluidos. La visión, el estado de ánimo, la atmósfera de Residencia en la Tierra de
Neruda —"el gran poeta del siglo XX en todos los idiomas," según García Márquez (Plinio
Apuleyo Mendoza, pg.52)  —obviamente no cabrían en el mundo de Macondo.
 
En  Hollywood se dice que la fórmula de la comedia es tragedia + tiempo. La abuela que muere
para Proust es un ser muy, muy cercano. Úrsula para sus tataranietos es un ser incomparablemente
más remoto, lo que hace posible un humor tierno.  En la novela se repite a menudo la palabra
"nostalgia": "El coronel Aureliano Buendía llegó en una mula embarrada. Estaba sin afeitar, más
atormentado por el dolor de los golondrinos que por el inmenso fracaso de sus sueños, pues había
llegado al término de toda esperanza, más allá de la gloria y de la nostalgia de la gloria." (Cien
Años de Soledad, pg. 154) En las hazañas épicas del coronel se entrecruzan el heroísmo, el fracaso
reiterado, la grandeza, el absurdo y la nostalgia. Pero el narrador no se fía demasiado de la nostalgia
y la matiza con el humor, un humor poético que en cierto modo nos devuelve a una nostalgia
aportillada, eso sí, por un leve y alegre escepticismo. 
La vida redime a la vida. La tragedia es superada por ese río. Muere Ursula y los pájaros se estrellan
contra los muros y aparece un engendro de mujer y macho cabrío al que capturan y  cuelgan de los
tobillos en un almendro de la plaza hasta que se seca. El narrador está siempre del lado de la estirpe,
del gozo vital. No sé en qué escritor esa capacidad de gozar la vida se dé con mayor intensidad.  Los
individuos pasan y la estirpe continúa. Hasta que la cadena se corta por el incesto de los parientes
que se aman: "... los amantes solitarios navegaban contra la corriente de aquellos tiempos de
postrimerías, tiempos impenitentes y aciagos, que se desgastaban en el empeño inútil de hacerlos
derivar hacia el desierto del desencanto y el olvido" , pero conscientes de esa amenaza "pasaron los
últimos meses tomados de la mano, terminando con amores de lealtad el hijo empezado con
desafueros de fornicación." (Cien Años de Soledad, pg. 346)   Lo que pone fin a la larga familia es
el aislamiento, el encierro. El incesto inadvertido ejemplifica esa soledad, una soledad que lleva
cien años.
Cuando el último de los Buendía logra, por fin, descifrar los manuscritos de Melquíades,
comprende que vaticinaban todo lo que ocurrió y se salta páginas precipitadamente y trata de
adivinar, entonces, cuál será el final y justo cuando lo lee, llega.  Hay algo de la emoción que
provoca el Aleph. Y algo del Génesis: la palabra crea el mundo. Macondo, se leyó en la primera
página a la que uno ya quiere volver para que Macondo vuelva a existir, estaba "a la orilla de un río
de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como
huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para
mencionarlas había que señalarlas con el dedo"... 
Después de todo, una obra maestra. Una de las más grandes de la lengua. 

También podría gustarte