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IlUSTRADO POR PATRICIO 8HHO

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Almadía
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~VOLCADEI\9
literatura para jóvenes
7.
DERECHOS RESERVADOS
© 2008, Bernardo Fernández, Bef
© 2008, Patricio Betteo (ilustraciones) ~(

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Coedición: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes


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Primera edición: abril de 2008


Primera reimpresión: julio de 2009

ISBN CNCA: 978-607-455-168-6


ffiBN: 978970985443-5

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización de los titulares del


copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total
o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento.
~.
:lsaLasde
_ Lectura
Impreso y hecho en México Almadía
A Rebeca,
por regalarme un pedacito
de sus sueños todas las mañanas
... sueños,
esa borrosa patria de los muertos.

OCTAVIO PAZ

Si hasta los monstruos sienten miedo,


entonces no debe ser tan malo.

ALAN MOOHE
En una ciudad casi igual a ésta, unos minutos en el futuro ...
CERO

El robot insectoide se deslizó por el cielo, aleteando sus


alas de grafito trescientas sesenta veces por segundo. Olis-
queó la noche con sus receptores bioquímicos. Escudriñó
el horizonte con ojos mecánicos, compuestos por cientos
de microcámaras sensibles al calor. Extendió sus recep-
tores y escuchó los sonidos de la oscuridad.
Abajo, la ciudad dormía, extendida como un tapete lu-
minoso de líneas desordenadas, ignorando a la criatura que
la sobrevolaba.
El insectoide buscaba una señal programada en sus
biochips de ADN que le permitiera reconocer las vibra-
ciones del sueño intranquilo. Cazaba pesadillas.
Una señal llegó, inconfundible en su ritmo caótico, a
uno de los receptores del robot. El ser volteó hacia la di-
rección de donde provenía. Igual que los tiburones, podía
oler el miedo a kilómetros de distancia. Su procesador
central reprogramó el rumbo. Se dirigió hacia su presa.
En algún punto luminoso del tapete gigante, un niño
tenía una pesadilla. Era hora de trabajar.

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FASE 1:
SUEÑO LIGERO
UNO

Me quedaba una vida. Ajusté el virtuocasco para contro-


larlo con la voz e inició el juego.
Alrededor de mi cuerpo se encendió un enjambre de
esferas luminosas que me envolvieron como un remoli-
no fosforescente, hasta que la sala de mi casa desapare-
ció entre la luz.
Aparecí en medio de una casa antigua, como del siglo
pasado. Era muy grande, sus paredes tenían un tapiz flo-
reado que se despegaba en algunas esquinas, el piso y los
muebles eran de madera. Del techo colgaba un candela-
bro. Nunca había visto uno más que en películas. Al fon-
do se escuchaba la música del juego.
Debía recolectar unas monedas escondidas en este esce-
nario. Parecía fácil. Di un paso. De todos lados comen-
zaron a surgir gusanos. Eran orugas velludas que salían
de las paredes, del piso. Hacían un sonido desagradable
(chup-chup) y dejaban un rastro viscoso por donde se
arrastraban. Tenía que apurarme.

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Vi una de las monedas en medio del candelabro. Tenía -¡Ouch! -grité, mientras me llevaba la mano a la herida.
un nivel de energía alto, por lo que brinqué hasta allá. Al Era un gusano. Chup-chup. [Estaban cayendo del techo!
tocada, la moneda se incorporó a mi cuerpo, dándome cien Elevé la pistola de bolas de fuego. Disparé, pero eran de-
créditos. Si juntaba diez, tendría una vida extra. masiados. Pensé que funcionaría mejor una bomba.
Al caer pisé uno de los gusanos. Sentí un ardor fuerte Más gusanos cayeron sobre mis hombros y cara. El ar-
que inmediatamente me bajó la energía. No eran cualquier dor picoteó mi cuerpo por donde dejaban su estela ácida.
cosa esas orugas. El nivel de energía descendía. Seguí disparando mientras
Seleccioné una de mis armas, la pistola de bolas de fue- la moneda parpadean te desaparecía.
go, porque no tiene límite de disparos. Ataqué a los bichos. Sentí un gusano abajo. Habían cerrado el círculo alre-
Se notaba que era el primer nivel, porque éstos no inten- dedor de mis pies y comenzaban a trepar por mis piernas.
taban esquivar el fuego. Sus pelos ardían, chisporroteando, No podía disparar sobre mi cuerpo. Recordé que para cam-
y soltaban una peste insoportable. biar de arma sólo tenía que nombrarla.
Avancé por la habitación. Por cada gusano muerto apa- -¡La bomba! -grité, y apareció en mi mano.
recían dos más. Descubrí otra de las monedas en un libre- Me habían cubierto de pies a cabeza. Cada uno quema-
ro,justo al otro lado de la habitación. Era una de las que ba al deslizarse sobre mí. Sólo mi brazo con la bomba es-
parpadeaban, lo que significaba que desaparecería pronto, taba libre de orugas, pero no alcanzaba a apretar el botón
pero también que valía por diez de las normales. Cami- para activarla. Ni siquiera podía hablar, algunos bichos
né hacia ella, tratando de no tocar a los insectos. Cada vez se habían deslizado dentro de mi boca. Chup-chup. Poco a
salían más, con mayor rapidez. Chup-chup. A medida que poco, los animales cubrieron también mi brazo. El escozor
avanzaba, nuevos gusanos aparecían tras de mí, encerrán- era insoportable.
dome en un círculo que se iba reduciendo. Se amontona- Sentí la bomba escapar de mis dedos. Vi el nivel de
ban unos sobre otros, retorciéndose como los pelos vivos energía caer en la zona roja hasta que, finalmente, se ago-
de una alfombra enloquecida. Pensé en cambiar de arma, tó. El dolor y los ruidos de los gusanos cesaron. Todo se
pero decidí que las bolas de fuego serían suficientes. oscureció. Aparecieron unas letras que brillaban parpa-
La moneda parpadeaba cada vez más rápido. Estaba deantes, como un letrero de neón:
a punto de desaparecer. Ya estaba cerca del librero, sólo
tenía que alargar el brazo para tomarla. Levanté mi mano
hacia el premio, que ya se veía transparente, cuando sentí GAMEOVER
un gran ardor en el hombro.

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De nuevo estaba sentada en la sala de mi casa, con el monitor analizando una cadena de proteínas, como siem-
virtuocasco puesto. Pensé en jugar otra vez. pre. No quise distraerla.
-Andrea -dijo Papá desde su estudio-, es hora de Parecía que no iba a tener más opción que dormirme.
dormir. Subí a mi cuarto, justo encima del estudio de Mamá. Me
-Ay, Papá, es muy temprano. Quiero jugar otro rato. asomé por mi ventanal, desde donde se veía brillar toda
No me contestó. Significaba que no estaba dispuesto a la ciudad. Me acosté, deseando no tener una de esas pesa-
negociarlo. Sólo se escuchaba el teclear de su máquina. dillas de las que todo mundo habla. Al menos esa noche.
Con el virtuocasco aún puesto me asomé a través de la
puerta de su estudio. Estaba concentrado frente al moni-
tor, escribiendo alguna de sus novelas. Trabajaba en un
estudio lleno de libreros que iban del suelo al techo. En
los estantes, los libros competían por el espacio con los ju-
guetes que había coleccionado durante toda su vida: lucha-
dores de plástico, robots de cuerda, dinosaurios miniatura.
Mis amigas de la escuela no entendían por qué teníamos
tantos libros si se podían digitalizar en CD y leerlos en la
computadora.
-Porque no hay nada como la letra impresa -solía de-
cir Papá mientras leía, cada vez que le hacía la misma pre-
gunta.
Siempre escribía escuchando música. Ahora oía algo
de punk a todo volumen. Estaba tan concentrado que no
se podría dialogar con él.
Aún quedaba Mamá. Desconecté el virtuocasco y bajé
a su estudio; era todo lo contrario al caos de Papá: las pa-
redes blancas no tenían adorno alguno. Varias plantas
raras crecían en algunas macetas de cerámica. Un gran
ventanal que daba al jardín dominaba la habitación. Mamá
trabajaba en su terminal. Estaba muy concentrada en el

22 23
Dos

Doctor Zamudio: Háblame de tu sueño, Francisco.


Francisco [8 años]: ...
Doctor Zamudio: Háblame de tu sueño.
Francisco: Es que...
Doctor Zamudio: ¿Qué sucede?
Francisco: Es que me da miedo.
Doctor Zamudio: No te preocupes. Estamos en mi con-
sultorio. No te va a pasar nada.
Francisco: ...
Doctor Zamudio: Anda. Hazlo por mí.
Francisco: Soñé con un lago. Iba toda mi familia.
Doctor Zamudio: Ajá.
Francisco: Era un lago igual al que vamos los fines de
semana.
Doctor Zarnudio: ¿Sí?
Francisco: El agua estaba tranquila, pero entonces empe-
zaba a haber olas.
Doctor Zamudio: ¿Olas en el lago?

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Francisco: Ajá. Como en el mar. Las olas del mar me dan
miedo.
Doctor Zamudio: ¿Y luego? Doctor Basulto: Vamos a hablar de tu pesadilla, ¿sale?
Francisco: Entonces, de las olas salían unos tentáculos. Laura [10 años]: ...
Doctor Zamudio: ¿Tentáculos? Doctor Basulto: ¿Sale?
Francisco: Como de pulpo, y me envolvían ... Laura: No quiero.
[Se hace un silencio de cerca de medio minuto.]
Doctor Zamudio: Estás llorando.
Francisco: Yo gritaba "auxilio, auxilio", pero nadie hacía Doctor Limón: Hola, Claudia.
nada. Cuando volteaba a ver a mis papás, veía que Claudia [ 13 años]: Hola.
a ellos también los habían atrapado. Doctor Limón: Vamos a ver. [Revisa el expediente.] Dice
Doctor Zamudio: Sí. aquí que te trajeron porque no puedes dormir bien.
Francisco: ... Claudia: ...
Doctor Zamudio: ¿Es todo? Doctor Limón: ¿Es cierto eso?
Francisco: Hay... hay algo más. De los tentáculos salían [Claudia contesta con un gruñido.]
espinas, como las de las rosas. Las espinas se cla- Doctor Limón: ¿Qué es lo que pasa, Claudia? ¿Por qué no
vaban en nosotros. duermes bien?
Doctor Zamudio: ¿Y luego? Claudia: ...
[Se escucha al paciente gimotear.] Doctor Limón: ¿Tienes pesadillas?
Doctor Zamudio: ¿Qué pasó después, Francisco? [La paciente se altera; nerviosa, comienza a sollozar.]
Francisco: La... cosa... se comía a mis papás. Doctor Limón: Ah, es eso.
[N uevo lapso de silencio. El terapeuta interrumpe des- [Transcurren un par de minutos en silencio. La pacien-
pués de unos segundos.] te llora.]
Doctor Zamudio: ¿Qué es lo que te da tanto miedo, Doctor Limón: ¿Qué es lo que ves en tus sueños, Claudia?
Francisco? Claudia: Veo...
[Pausa breve.] [Se interrumpe.]
Francisco: Ese monstruo ... Doctor Limón: ¿Sí? ¿Qué es lo que ves, Claudia?
Doctor Zamudio: ¿Sí? Claudia: Veo destrucción.
Francisco: Yo conozco a ese monstruo.

26 27
Doctora Villamil: Tus papás dicen que tienes pesadillas.
Alan 9 años]: ...
Doctora Villamil: Por eso te trajeron conmigo.
[Silencio.] .
pactara Villamil: ¿Quieres platicar de lo que sueñas?
Alan: [Después de unos segundos, muy quedo.] No. TRES
Doctora Villamil: ¿No me lo quieres platicar?
Alan: No.
Doctora Villamil: ¿Por qué? Espanto siente los párpados pesados. Se cierran cada vez
Alan. ... que intenta abrirlos. Se está durmiendo. Panza le da un ma-
Doctora Villamil: ¿Qué es lo que sueñas, Alan? notazo en la cabeza rapada y le sube a la música. "1wanna
Alan: Muchas cosas. be sedated", cantan en el minirradio los Ramones.
• I

Doctora Villamil: ¿Qué cosas? -Párate, flojo -murmura Benito, que pelea con su pro-
Alan: Cosas ... feas. pio sueño.
[El paciente se suelta a llorar. El terapeuta tiene que in- Cucho sopesa la situación. Echa un ojo al escáner de su
terrumpir la sesión.] palmo No detecta al monstruo cerca, pero nunca se sabe.
Es el mayor de todos desde que atraparon a Demóstenes.
-Cada vez somos menos -piensa.
La pantalla indica que la criatura no está cerca, sin em-
bargo, son casi las tres de la mañana. La hora de caza.
Finalmente, Espanto cae dormido. Panza se levanta
para despertarlo.
-¡Tranquilo! -ordena Cucho, que asumió el rol dellí-
der y los demás lo aceptaron tácitamente.
-Dale quince minutos -murmura-, luego lo despiertas.
Panza obedece. Sin embargo, Cucho puede ver la rabia
en sus ojos a través de la fogata que arde en el bote de ba-

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sura en medio del callejón. Aprieta instintivamente el fras- Espanto silencia la música. Se agazapan en un rincón.
co que trae en el fondo del bolsillo. Una vez más, cuenta Hace frío. Benito tirita.
mentalmente las pastillas. Catorce. Quedan catorce. Igual -Shhh -chita Cucho.
que su edad. Panza es un año menor; aunque por su ta- +Miedo -susurra Benito como respuesta. Es el menor.
maño parece de quince o dieciséis. Espanto y Benito son ¿Cuántos años tiene? ¿Seis, siete? .
menores. No sabe cuánto. Oyen al monstruo aletear, su zumbido es inconfundi-
Catorce pastillas. Hay que hacer algo. Demóstenes sa- ble. Saben que no los puede oír y que es corto de vista, pero
bría cómo conseguirlas, dónde robarlas. Vuelve a contar. las pesadillas lo atraen. El zumbido aumenta de intensi-
El número es el mismo. No varía. Saca el frasco. Lo observa . dad. Benito cierra los ojos. Los otros tres voltean hacia
contra el fuego, bañándolo con el vaho de su respiración, la rebanada de cielo nocturno que cobija el callejón. Lo ven
lo que vuelve al objeto fantasmal, sin aumentar el número pasar. Apenas un segundo. Guardan silencio.
de grageas. El monstruo pasa volando. Benito quiere llorar. Poco
Espanto está roncando. Cucho se decide, desenrosca la a poco, el ritmo del bipeo indica que se aleja, hasta que
• I

tapa. Después de todo llevan dos días sin dormir. Saca tres calla. Aun así, no se atreven a separarse. Horas después,
pastillas, vuelve a guardar el envase. Traga: una. el primer rayo de sollos sorprende abrazados como co-
-¿Cafeína? -pregunta al alargar su palma hacia el centro. nejos en su madriguera, intentando ahuyentar el frío y
La manos de sus dos amigos se estiran hacia la suya. el miedo.
Saben que las pastillas no son buenas, pero son peores las
pesadillas.
Cuando Espanto comienza a agitarse dormido, Cucho
ordena que lo despierten. Un bipeo rítmico lo hace voltear
a la palmo El escáner detecta a la criatura cerca. La atrae
el sueño de Espanto.
-¡Despiértenlo!
Los ojos del durmiente se abren, parecen un par de ma-
pas de carreteras. Cucho no sabe si es peor dormir así o
estarse metiendo pastillas.
El bipeo aumenta su ritmo. Las cuatro miradas se cru-
zan, llenas de miedo, de confusión. Panza apaga elfuego.

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CUATRO

Desperté, Abrí los ojos. Todo era borroso, como en mu-


chos de mis sueños; por eso esperé un poco para estar se-
gura de que no estaba dormida. Desde el comedor llegó
olor del café. No recuerdo que haya olores en los sueños,
así que oficialmente pude darme por despierta. Me levan-
té para estirarme. Papá pasó por el pasillo.
-Buenos días, pajaritos -me dijo, camino al baño.
El agua tibia terminó de espabilarme. Alargué un poco
más mi baño, siempre disfrutaba un par de minutos extras
bajo el chorro de la regadera. Luego cerré las llaves y me
envolví en la toalla.
En el desayuno, Papá leía el periódico. Lo leía comple-
to todos los días, pero no veía nunca los noticieros. Mamá
llegó después, ya lista para irse a trabajar. Se sirvió un café.
-¿Cómo va la escuela? -preguntó, como distraída.
-Bien -contesté.
-Nunca me gustó la escuela -dijo Papá sin levantar
la mirada del diario-, desde el primer día de la primaria

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hasta que me dieron mi título en la universidad, aborrecí Silencio. El zepelín se volvió a elevar. Era la última
cada minuto que pasé ahí. niña que recogían en mi barrio. Enfilamos hacia la escue-
Mamá volteó a verlo con ojos de pistola. Él sintió su la entre el pesado tráfico aéreo de las siete de la mañana.
mirada. Volteó a verla. -¿Hiciste la tarea de matemáticas? -dijo Mariana, mi-
-¡Es cierto! nutos después.
-Eso es justo lo que tiene que oír tu hija adolescente. -Ajá.
Sin decir más, se levantó a dejar su taza en ellavava- -¿Me la pasas?
jillas.
-Me voy antes de que se me haga tarde -dijo antes de
salir. Mis papás se conocieron bailoteando slam en algún con-
La escuchamos encender el motor de su vehículo y ale- cierto. La leyenda cuenta que Papá se descalabró en una
jarse. Nos quedamos en silencio unos minutos. caída y que Mamá fue la única que lo ayudó. Sangraba
-Los científicos no tienen sentido del humor -dijo Papá. mucho, pero ella sabía primeros auxilios. Lo llevó a la ba-
-Menos los biólogos -dije. rra del antro y, poniéndole mezcal a falta de alcohol, curó
-Y menos aún, las biólogas-repuso, guiñándome un ojo. su herida. Lo menos que pudo hacer él fue enamorar-
Nos estuvimos riendo hasta que el zepelín de la escue- se de ella. Fueron novios muchos años. Mamá estudio
la pasó por mí. Papá me cargó la mochila hasta la puerta. biología. Cuando terminó, se fueron a Toronto para que
ella estudiara un posgrado en biotecnología y Papá in-
tentara vender su primera novela en inglés a algún edi-
-Tu papá es muy raro +dijo Mariana cuando me senté tor canadiense. Ambos tuvieron éxito. Desde entonces,
junto a ella, viéndolo por la ventana despedirse de mí. Mamá se dedicó a la investigación y Papá a escribir sus
-¿Por qué? -dije, sabiendo de antemano la respuesta. libros.
-De entrada, tiene el pelo verde ... Parece que viajaron mucho, de África a Portugal, de
-Era azul. Se despintó. Bruselas a Tokio. Congresos de biotecnología, convencio-
- ...y siempre está en tu casa ... nes de ciencia ficción, viajes de placer. No paraban hasta
-Ya te dije, es escritor. que un día, en París, viendo el Desnudo azul de Matisse
- ...y parece un niñote. en el Centro Georges Pompidou, Mamá le murmuró al
-Por eso se enamoró Mamá de él. oído a Papá:
-Creo que estoy embarazada.

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-¿Crees? La que más me gusta es la clase de biología, pero la
-No. Estoy embarazada. maestra es un hígado. Hace que las cosas más interesan-
Papá dice que ha sido el día más feliz de su vida. Mi tes se vuelvan espantosas.
abuela nunca quiso a Papá, pero dice que cuando nací yo, En literatura nos da clases otro viejito, don Félix, un
le perdonó todo. profesor español que se sabe de memoria el Romancero
-¿Qué significa todo? -le pregunté una vez. gitano de García Larca y nos lo recita todo el tiempo con
+Todo es todo -dijo Papá, y no volvió a hablarse del un tono aburrido que me hace quedarme dormida.
tema. -Es una vergüenza -me regañó una vez-, siendo usted
Así fue como nací en una familia tan peculiar, donde los la hija de un literato. Dígame, ¿qué clase de libros escri-
papás no sólo se conocieron en un concierto de rack, sino be su padre?
que además se dedican a cosas muy extrañas. ¿Cómo que- -Novelas de ciencia ficción, profe.
rían que yo fuera normal? Entonces el viejito se quedó callado, como si le hubie-
ra dicho que Papá era un asesino serial. Cambió de tema
y no volvió a preguntarme hasta que me sorprendió dor-
Si lo que dice Papá es cierto, que la escuela no ha cambia- mida en su clase de nuevo.
do desde que era niño, entiendo por qué la odia. Una vez, de castigo, me mandó aprenderme su ama-
A primera hora, clase de inglés con la miss Marilú. do Romancero gitano. Me pasé todo el fin de semana repi-
-Good morning, class -saluda con tono de sargento. tiendo como idiota los poemas de García Larca. Cuando
-Good morning, miss Marilú -contestamos como coro le pregunté a Papá si a él le gustaba ese libro, me dijo que
de mongoles. prefería Poeta en Nueva York.
-Let's pray, class -dice Monstruilú. Todos recitamos y así son cada uno de mis profes en cada una de mis cla-
a coro el Our Father. Luego da su clase. ses. La escuela es una pesadilla.
Después viene Lerdo, el de matemáticas. Me cae bien,
es un viejito bonachón. Le dio clase a mi papá hace más de
veinte años, en el siglo pasado.
-Cómo no me vaya acordar de él-dijo el profe cuan-
do le pregunté-, si era tremendo. Y burrísimo en mate-
máticas. Salúdelo mucho.
Lerdo es buen profe. Un poco aburrido.

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CINCO

Todo el edificio era un ser vivo, un organismo diseñado


genéticamente para albergar en sus entrañas, o su equi-
valente, a toda una corporación. El ser no tenía intestinos,
ni hígado, ni riñones, ni páncreas, todo él era un sistema
nervioso gigantesco conectado a una planta de energía so-
lar que fotosintetizaba, a varios kilómetros de ahí, la ener-
gía que necesitaba para vivir. Sus paredes de concreto eran
cruzadas por millones de nervios que oían, veían y palpa-
ban todo el tiempo, llevando millones de millones de datos
a la computadora central, un procesador tecnorgánico, re-
tícula inmensa de biochips de ADN que extendía sus finísi-
mos tentáculos de fibra óptica más allá del edificio, afuera
de los límites del corporativo de HumaCorp. Ése era el
nombre del ser, cuyos ojos electrónicos orbitaban la tierra,
alojados en satélites artificiales, o se agazapaban en los
millones de escondrijos donde podían camuflarse cáma-
ras digitales que vigilaban día y noche,junto con los mi-
crófonos que formaban su sistema auditivo.

41
HumaCorp observaba todo el tiempo. Todo lo que des- -Eh, sí, claro -dijo mientras masajeaba instintivamen-
cubría iba a dar al cerebro central, alojado en el último te la zona de su cabeza donde su cabello comenzaba a es-
piso del edificio que era su cuerpo, donde su creador, el casear-. Doctor, como supondrá, vengo a verlo por lo del
doctor Ventosa, escudriñaba con ojos acuosos los doscien- proyecto.
tos monitores que tapizaban el salón central; doscientas -¿El proyecto? -repuso ausente el científico mientras
ventanas que cada treinta segundos cambiaban para trans- observaba con interés una de las pantallas en la que una
mitir la señal de algún otro ojo de HumaCorp, a menos mujer oriental comía alimento para perros.
que el cerebro central decidiera que había descubierto algo -El sano ... soma ...
interesante o que el doctor Ventosa le ordenara detenerse - Somnirráptor, querrá decir.
en algún lugar del planeta para observar con más cuidado. -Usted me entiende. Los miembros del consejo se sien-
En medio del salón, el larguirucho doctor casi parecía pe- ten intranquilos. Las ventas de nuestra consola fueron
queño, bañado por la luminosidad que destellaba en las espectaculares en el segundo trimestre del año, la compe-
pantallas y se reflejaba en su cabeza rasurada. tencia cada día pierde más mercado. Nuestras acciones en
Si sus ojos tenían alguna expresión, era imposible ver- la bolsa están por los cielos...
la a través de los lentes de soldador que los cubrían como -¿Entonces cuál es su queja?
un antifaz de vidrio. Sus dedos se deslizaban como probós- -Queremos saber qué sigue.
cides de moscas sobre el teclado de una terminal portátil, Ventosa dio un giro violento sobre el eje de la silla para
sin que él observara su pantalla de cuarzo líquido. clavar los dos cristales negros de sus gafas en Amín. Al
-Ingeniero Amín, gusto en verlo -dijo Ventosa a una fi- verse reflejado en ellos, el ejecutivo sintió una onda fría
gura silenciosa que apareció en el umbral del salón central. descender por su espalda. Por un instante imaginó que de-
-¿Cómo supo que era yo? -preguntó el gerente regio- trás de los lentes sólo había un par de cuencas vacías.
nal de HumaCorp en Latinoamérica. El doctor Ventosa lo -Ingeniero, prometí resultados. Los tendrán. En su
inquietaba. Sólo subía a verlo cuando era indispensable. momento.
-Lo estoy viendo, en el monitor setenta y tres -dijo el -Es que, el tiempo pasa y...
sabio, estirando su índice hacia una pantalla donde el eje- -Todos esos sueños robados son el plomo de mi alqui-
cutivo descubrió su espalda. No le gustó saberse vigilado, mia. Yo habré de devolvérselos convertidos en oro. Ahora,
pero era inevitable. déjeme trabajar.
-La incipiente calva de su coronilla es inconfundible, Dio media vuelta para sumergirse en un silencio con-
ingeniero -agregó lúgubre el doctor. Amín se sintió in- centrado. Visto por detrás, le recordaba a Amín una man-
cómodo.

42 43
tis religiosa devorando a su presa. El ingeniero salió sin
darle la espalda, caminando hacia atrás, Al hacerlo, vio al
doctor Ventosa reírse de algo que veía en una de las pan-
tallas. No quiso saber qué era.

SEIS

Los cuatro avanzan en fila india sobre una gran avenida.


Cucho al frente, Benito hasta atrás. No llaman la atención.
Un grupo más de niños que se juntan para lidiar con la
calle. ¿No hay cientos de ellos viviendo en las coladeras,
en los edificios abandonados? Nadie los observa. Nadie se
da cuenta de que estos niños no ríen. De que sus miradas
no brillan. Cuatro pedacitos de cadáver caminando en fila
india sobre una gran avenida de una gran ciudad.
=Hambre --dice Benito.
Cucho se detiene, los demás lo imitan. Instintivamente
exploran sus bolsillos, sabiendo de antemano que no en-
contrarán nada de dinero.
+Nos dividimos -ordena Cucho.
No siempre fue así. No nacieron en la calle. No siem-
pre tuvieron que robar para comer. No son buenos para
hacerlo. El único que sabía hacerlo era Demóstenes, que
ya no está con ellos. No les gustaba pensar en qué habría
sido de él.
-Nos vemos en el parque dentro de una hora. Si al- co consuelo es saber que al despertar los monstruos ya no
guno no llega, lo damos por desaparecido. Continuamos estarán ahí, pero sí los policías que los despiertan violen-
sin él -indica Cucho. tamente y los echan del parque.
-¿Y si el que no llega eres tú? -pregunta Benito con -¡Aquí no queremos vagos! ¡Fuera! -ladra el oficial.
auténtico temor. Vuelven a caminar en silencio, formados en fila india.
Panza y Espanto observan a Cucho con la misma pre- Una avenida más, otra arteria que desconocen pero al
gunta en los ojos. mismo tiempo les pertenece, como toda la ciudad, que
-Pues entonces siguen sin mí. Vámonos a conseguir de se extiende infinita frente a ellos. Un gigantesco patio
comer -remata Cucho haciéndose el duro. para un recreo que nunca termina. Los cuatro caminan
Se separan, tomando cuatro caminos diferentes. Desco- por su territorio, sin decir palabra. No tienen nada que
nocen la ciudad y sin embargo la intuyen. Cada uno toma decirse.
una calle, da vuelta aquí, tuerce allá en la medida que se -Soñé con mi mamá -rompe el silencio Benito-, se la
internan en el laberinto de concreto. comían unas arañas.
Una hora más tarde, con una puntualidad que parece No le contestan. A su lado, una escuela vacía les recuer-
cronométrica, reaparecen todos en el parque. Benito trae da vagamente que alguna vez estudiaron, que en algún I!
11
. fruta. Espanto, pan. Panza, un paquete de galletas. Cucho momento se sentaron en una banca con un cuaderno abier- l',
muestra al final su presa, levantando triunfal el galón de to y un lápiz. Pero no hoy. Pasan junto a un poste en el que
,1
jugo de naranja que consiguió. hay pegado un letrero que dice "Desaparecido". ,1

Colocan la comida al centro. Comen en silencio, divi- Miles de letreros similares se han multiplicado por los d1,
:1
diendo la comida en partes estrictamente iguales. Ningu- muros y los postes de la ciudad. Caras de expresión au- ,
no pregunta de dónde sacó el otro los alimentos. Nadie ha sente de personas que un día salieron de casa para no vol- 1
11
,
robado. Es increíble lo que puede obtener la mirada las- ver. Un ejército de ausentes que se esfumaron de un día "
,1
,
timosa de un niño. Lo saben y lo aprovechan. para el otro. Hombres, ancianos, mujeres y niños. Esta vez, :~
Cuando terminan de comer, duermen acostados en el sin embargo, el rostro fotocopiado que los observa des-
. pasto. De día es seguro, saben que no aparecerá la criatu- de el muro tiene un magnetismo familiar que los atrae. :1
ra. Lo que nunca se va son las pesadillas. El sueño de los Todos reconocen la foto de Espanto. En el cartel tiene ~I
,
cuatro es intranquilo. No descansan, acosados por sus otro nombre, pero es inconfundible. La sorpresa brilla en
temores en medio de los sueños. Monstruos que se arras- los cuatro pares de ojos. [Espanto tiene un nombre! ¡Una i
I1
tran en las húmedas profundidades de sus cráneos. El úni- familia! ¡Una vida anterior a todo esto! !

46 47
-¿Y nosotros?-piensan al mismo tiempo sin darse
cuenta-o ¿Y quiénes somos nosotros? ¿Hay alguien que
nos busque? ¿Cuelga nuestro rostro de papel en alguna
pared?
La única respuesta que reciben es el lejano ulular de
una patrulla. Nadie dice nada. Continúan su camino hacia
ningún lado, esperando que caiga la noche. Con ella, sus
horrores. SIETE

He descubierto que el tiempo es elástico. Puede pasar


rápidamente, a veces sin tocarte siquiera, como el aire
alrededor de tu cabello cuando bajas en un tobogán, o
arrastrarse como una oruga, los minutos convertidos en
cosas viscosas que se te pegan al pasar, que tardan en des-
prenderse. Pareciera que hay una relación entre lo bien
que te lo pasas y lo resbaladizo de los segundos. Cuan-
do te diviertes, escapan entre tus dedos como peces vivos,
cuando no, se adhieren como resina de árbol en las ma-
nos. De ésa que no se quita con el agua. Al jugar videojue-
gos, el tiempo se desliza como mantequilla. Cuando estás
en la escuela, el reloj camina cuesta arriba. Pero cuando
no puedes dormirte por la noche, es cuando el tiempo se
estira al máximo. Y sin poder jugar videojuegos. Mis pa-
pás me ahorcarían si me sorprendieran conectada al vir-
tuocasco de madrugada.
Ahí estás, en la cama, en medio de la oscuridad, rodea-
da del silencio que cubre a la ciudad cuando anochece. Es
un silencio salpicado de ruidos raros. Así, el agua de una

48 49
tubería se convierte en un río, los ladridos de los perros
parecen aullidos de lobos, una ambulancia que pasa a lo
lejos se transforma en el canto de una sirena auténtica que ¡Viernes! Los viernes, pase lo que pase, el tiempo transcu-
busca desviar los barcos que navegan por la noche entre el rre rápido, las horas se hacen más cortas y la escuela, qué
mar de nubes. Pero un mosquito zumbará siempre como maravilla, dura menos. Lo mejor de todo es que el día si-
un mosquito. guiente, sábado, no hay clases.
En su cuarto, mis papás dormían como bebés, tranqui- El sábado .era mi día favorito de la semana, la noche an-
los. Verlos dormir me había convencido de la existencia de terior me podía desvelar, esa mañana me despertaba tarde
la resurrección: era como si se murieran por la noche para y al día siguiente tampoco había que ir a clases. El domin-
resucitar al día siguiente. En cambio, en mi recámara, el go ya no me gustaba tanto.
mosquito no me permitía hacer lo mismo. Mientras, los Ese viernes me iba a quedar a dormir en casa de Ma-
minutos se arrastraban con lentitud de caracoles. riana. Íbamos a merendar malteadas de vainilla, que a su
En la ventana, las ramas de los árboles se mecían como mamá le quedaban buenísimas, y dormimos tarde jugan-
si fueran los brazos de una multitud que bailaba iluminada do con su consola WaRP Il.
por la luz de los faroles, siguiendo el vals del viento. En- Escogí mi ropa con mucho cuidado: peto de mezcli-
tonces pensé que podrían ser tenazas de insectos. En ese lla, camiseta roja de algodón con una carita feliz amarilla
momento, las sombras se transformaron, dejaron de ser estampada y mi chamarra de cuero negro, todo ello acom-
vegetales, convirtiéndose en miembros deformes de mons- pañado de mis botas negras con casquillo de acero.
truos. Abandonaron el baile para golpear contra la venta- -Eres una auténtica princesa punk -me dijo Papá a la
na, tac tac tac, queriendo entrar. Entrar por mí. Los había hora del desayuno.
descubierto, tenía su secreto. No me dejarían vivir. +Te ves preciosa -dijo Mamá, que ese día también lle-
Espantada, me escondí bajo las cobijas. Muera, el mos- vaba sus botas de casquillo y una chamarra de piel.
quito seguía zumbando, acechando un pedacito de mi cuer- Papá insistió en tomar nos una foto mientras desayu-
po para beber de él. Más allá, en la ventana, los árboles nábamos.
alargaban sus dedos maltrecho s hacia mí. En medio de El zepelín de la escuela pasó por mí puntual. Mis dos
tantos enemigos, me quedé dormida. papás me acompañaron a la puerta. Desde ahí se despidie-
Al día siguiente, los árboles eran otra vez plantas. El ron. Siguieron agitando sus manos hasta que los perdimos
mosquito había desaparecido. Respiré aliviada. No tuve de vista.
pesadillas. Había sobrevivido otra noche. -Tus papás son ... -empezó a decir Mariana.

50 51
-¿Raros?
-No. Iba a decir... tiernos. ¿Trajiste tu ropa?
- Yep -dije mostrando la mochila extra.
-¿Y juegos? 11

Le mostré el cubito de cristal, con cientos de videojue-


gos grabados en sus biochips.
I
-Y ..eh ...
-¿Que si hice la tarea de matemáticas?
-Eso, bruja. OCHO
Le di mi cuaderno. Continuamos en silencio hasta la es-
cuela, ella copiando mis ecuaciones, yo mirando los otros
zepelines en el cielo. Por la madrugada, el Somnirráptor volvió a su nido mecá-
nico, donde lo esperaba el doctor Ventosa.
Una vez más, la criatura mecánica regresaba con las
tenazas vacías. No es que no hubiera atrapado pesadillas. I
Era claro que en la botellita venían aprisionados un par liI
de malos sueños. Pero en su misión primaria, la de recu-' I

perar a los niños fugitivos, el robot había vuelto a fallar.


El doctor Ventosa deslizó sus dedos torpes, inexpertos
para acariciar, por la puerta que cerraba el nido del robot,
donde éste enfriaba su motor. Después fue al teclado y or-
denó a la computadora vaciar las pesadillas.
No había nada fuera de lo normal: un niño que soñaba
perderse en un bosque de árboles de carne que se iban en-
sanchando mientras el chico caminaba buscando la salida;
una niña que soñaba que en la cama de sus papás dormían I1

dos lobos que habían engullido a sus progenitores.' Pin- :1


torescos, pero de poca utilidad para los fines del doctor.
Decidió borrarlos. 11

r,

52 53
¿Dónde estarían esos niños? De acuerdo con sus cuen- -¿A quién le importa el cura Hidalgo, pudiendo balan-
tas, sólo quedaban cuatro. Los otros dos habían sido re- cear reacciones químicas? -solía pensar.
cuperados por el robot. ¿Cómo era posible que lograran Así transcurrió su andar por la escuela, desde el prime-
eludir sus millones de ojos y oídos desperdigados por la ro de kínder hasta sexto de prepa. Cuando llegó la hora il
ciudad, por el mundo? de elegir carrera universitaria, Ventosa, que se había con-
-Quizá aprendieron algo durante su estancia en el cor- vertido en un experto videojugador antisocial, se vio ante
porativo de HumaCorp -pensó el científico. Ciertamente una disyuntiva: hacerse programador de computadoras y
habían aprendido a tomar las pastillas del doctor para elu- dedicar su vida a su pasión, o dedicarse a algo auténtica-
dir al Somnirráptor. mente grande ... ¿Pero a qué?
La primera luz del día apareció en el horizonte, un ra- En esos días, una noticia sacudió al mundo: una oveja
yito luminoso atravesando la espesa nata de esmog que cu- había sido donada en el Instituto Roslin de Edimburgo,
bría la ciudad. Una noche más sin dormir. El doctor había en Escocia. Tras doscientos setenta y siete intentos, los
dejado de hacerlo cuando descubrió que perdía mucho genetistas habían logrado reproducir un organismo com-
tiempo en la cam~a.Fue cuando desarrolló las pastillas de plejo con una carga genética idéntica a la de la oveja do-
cafeína. Por esa época comenzó su interés en las pesadillas, nadora de ADN. El nacimiento de un tierno animalito caía
. porque lo de los videojuegos le atraía desde adolescente. como una bomba sobre la cultura humana, sin que nadie
Era difícil imaginar al doctor Ventosa como niño, pero se diera cuenta de ello. O casi nadie.
igual que todos, alguna vez lo había sido, un muchachito Ese día, el muy joven doctor Ventosa, que todavía res-
larguirucho, callado e introvertido cuya única caracterís- pondía a su nombre de pila, Hugo, rompió su ficha de
tica que resaltaba eran unos ojos tristes que siempre pare- inscripción para la carrera de informática. Hugo Ventosa
cían estar a punto de llorar, grises, como un par de nubes había visto el futuro. Lo sabía mientras llenaba su ficha
minutos antes de mí aguacero. para bioquímica.
Desde muy joven, el futuro doctor se aficionó a los vi- Pasaron los años. Vinieron la maestría en genética, el
deojuegos. Había descubierto las consolas Atari a prin- doctorado en biotecnología, el posdoctorado en manipula-
cipios de los ochentas. Desde entonces, nunca había dejado ción genética a través de plásmidos y, tras doce años de
de tener un control en las manos. Ello no le impidió ser estudios, una nueva noticia sacudió al doctor Ventosa, que
un brillante alumno, destacando notablemente en ciencias, para entonces no sólo había perdido todo su cabello, sino
pero reprobando irremediablemente las materias de hu- que además había decidido ocultar sus ojos de conejo tris-
manidades. te detrás de cristales oscuros para siempre.

54 55
En el 2011, un equipo de neurólogos mexicanos había para luego volver a estimular el nervio óptico con imáge-
logrado, mediante la estimulación por medio de micro- nes programadas desde la computadora. En pocas pala-
electrodos en el nervio óptico, generar una imagen en el bras, el doctor había descubierto cómo grabar, reproducir
cerebro de un voluntario. Un pequeño CÍrculoazul, inexis- y reprogramar los sueños. Supo de inmediato que una ¡I
tente en el mundo real, aparecía en el campo de visión del nueva bomba estaba a punto de caer sobre el horizonte
1
paciente. Una nueva iluminación llegó a la vida del doctor humano. Sólo que esta vez era suya.
Ventosa: ¡Sepodían generar imágenes en el nervio óptico!
Tenía ante sí la solución biotecnológica para interfaces de
realidad virtual.
Para aquel tiempo, Ventosa ya era jefe de investigación
en los laboratorios de HumaCorp Latinoamérica, compa-
ñíajaponesa multinacional dedicada a crear necesidades
para luego proveer a los consumidores con satisfactores di-
señados por ellos mismos. Al frente de su equipo, Ventosa
trabajó afanosamente para generar un hardware que per- 11
I1
mitiera estimular con neurotransmisores el nervio óptico Ir
I
y generar imágenes directamente en el cerebro. Fracasó I

rotundamen te.
A cambio de ello, desarrolló dos inventos. El primero,
unos g.ogles que disparaban un haz de láser a la retina,
permitiendo reconstruir imágenes de alta definición en el I

nervio óptico, imágenes perfectas que el cerebro asimilaba iI
i I
como reales. Casi lo que buscaba, pero no exactamente. El ~ 1

ir
segundo, mucho más importante, fue el descubrimiento de 1

los patrones quimioeléctricos que generaban las imágenes


visuales en el cerebro durante el sueño y la manera de tra- ;1
i
'1
ducirlos a una señal digital. Esa misma señal digital podía 1

il
ser decodificada por una computadora, buscando patrones
recurrentes, es decir, el lenguaje bioquímico de los sueños,
I1
! ,
,,
:I
56 57 :,
11

~I
NUEVE

Salimos de la escuela ilesas. Mariana sacó un tres en el


examen quincenal de historia. Yo saqué siete, pero no te-
níamos que llevar boletas a casa sino hasta la próxima
semana, así que era momento de gozar.
-Bebamos y comamos, que mañana podríamos estar
muertos -dije cuando subíamos al zepelín.
-¿De dónde sacaste eso? -preguntó mi amiga.
-Es un dicho de la Primera Guerra Mundial. Lo decían
las tropas alemanas.
-¿Cómo sabes tantas jaladas?
+No sonjaladas, lo leí en un libro. Se llama Sin novedad
en elfrente.
-Qué flojera, leer tantos libros -dijo ella mientras arran-
caba el zepelín.
-A mí me gusta -dije, casi apenada-o Esa novela me hizo
llorar.
-¿A estas alturas cómo pueden tener tu casa llena de
libros? Ya todo mundo los lee en la computadora o los es-
cucha como archivos de audio.

59
- Ya me lo has preguntado muchas veces. Mamá dice Hay que entender que mientras yo tenía una consola
que cada libro es un tesoro, un objeto que marca la dife- de la generación anterior, la de Mariana integraba lo últi-
rencia entre nosotros y las bestias, que ... mo en tecnología de realidad virtual, incluyendo los nuevos
-Sí, sí, ya sé. A mí me siguen dando flojera. gogles láser. Con eso~ lentes, que estimulaban directamen- !I
Seguimos en silencio el resto del trayecto. No compren- te el nervio óptico, sentías que realmente estabas dentro
I
día su mal humor. del universo del juego, dejando atrás la tecnología tradi-
cional de generación de polígono s de los videojuegos an-
teriores. Me gustaba quedarme a dormir en su casa para
Bajamos en su casa. Era el penthouse de un edificio desde jugar toda la noche. A ella, naturalmente, su juguete caro
el que seveía toda la ciudad. Cuando el cielo estaba despeja- no la entusiasmaba tanto.
do era algo impresionante. Claro que no era muy seguido. -¿Qué quieres jugar? -pregunté al tiempo que desli-
-Ya llegamos, Ma -dijo Mariana al pasar junto al cuar- zaba el cubito de cristal en el lector de la consola.
to de televisión donde su mamá hablaba por videófono, -Lo que quieras. Uno de carreras.
mientras veía un programa de concursos en una de las pa- -¿Dinoriders?
-Va. !
redes monitor, el noticiero en otra y un documental sobre I1

cerámica china en el del techo. Me coloqué los gogles. Vi aparecer la familiar lluvia 1I
1
-Hola, señora -agregué. Ella no contestó. de esferitas luminosas que me rodeó hasta que el cuar- 1

,I
--:-Odioa mis papás -dijo Mariana apenas cerramos la to de Mariana desapareció. Después de unos segundos,
puerta de su cuarto-. ¿Un cigarrito? la luminosidad fue extinguiéndose. Cuando reapareció
:I
1,
~I
-No, gracias. el mundo alrededor de mí, estaba montando un dino- ,
Ella sacó una cajetilla de Djarum mentolados del fon- saurio Struthiomimus por un bosque tropical del cretá- '1
1,
,,
do de uno de sus cajones. Los escondía entre su ropa inte- cico tardío. ,!
rior. Estaba segura de que en ese lugar jamás buscarían. Mariana no jugaba, yo iba sola contra la máquina. , 1

ii
Ahí mismo tenía un encendedor metálico que le había ro- Se trataba de encontrar los arbustos comestibles antes ,,
i,
bado a su papá. que los competidores y evitar al Yangchuanosaurus, primo
-Acuérdate, si nos descubren, los cigarros son tuyos oriental del T-rex. Había que tener cuidado, porque las
+me advirtió. hiedras venenosas eran muy similares a las de nuestra era.
-Sí, sí ---contesté distraída mientras encendía su video- En el juego te sacaban ronchas que auténticamente do-
consola WaRP II. lían. Jugabas contra otros jinetes que montaban dinosau-

: 1
',1
, ,
60 61
"
: 1
rios parecidos, todos semejantes a los avestruces, como el En el monitor vi que el pulso de mi montura se esta-
Ornithomimus y el Struthiomimus. bilizaba. Salimos a un claro. Cuando íbamos a la mitad,
En este juego había otros dos dinojinetes manejados volteé a tiempo para ver al monstruo surgir del bosque.
por la máquina. No tardé en aventajarlos, internándome Frené un poco a mi Gallimimus. El carnosaurio se supuso
en el bosque. Mi Gallimimus era más grande y más rápi- en ventaja, pero al acercarse volví a cambiar de dirección,
do que los otros dos, pero requería más alimento. Pronto dejándolo de nuevo con un palmo de narices.
encontramos un arbusto comestible. Mi montura se detu- -Ja ja ja, ¡eres un idiota! -grité jubilosa.
vo a masticar los helechos. Error. Por hacerlo, no vi el camino, mi dinosaurio tro-
Volteé alrededor. El bosque se extendía hasta donde pezó con un tronco, el depredador aprovechó nuestra des-
abarcaba mi vista. A lo lejos se escuchaba el zumbido de al- ventaja y en segundos se abalanzó sobre nosotros.
guna especie de insecto prehistórico. En este universo, lo Mientras su hocico se cerraba alrededor de mi cintura,
único que faltaba era poder oler. Hasta escuchaba a mi di- las palabras GAME OVER aparecieron en mi monitor re-
nosaurio masticar. tinal. Me desconecté, molesta.
En ese momento sentí la vibración. Era sutil, casi imper- -¿A quién le gritabas idiota? -preguntó Mariana, que
ceptible, pero definitivamente era la vibración ...¡stomp!...de seguía fumando. Esos cigarrillos mentolados eran larguí-
una... ¡stomp!...pisada de depredador carnosaurio ... ¡stomp!... simos.
que se iba... ¡GROARRR!... aproximando. -A un dinosaurio. No importa, ¿quieres jugar?
Apareció a un lado de nosotros. Echamos a correr. En
mi monitor retinal podía leer que el pulso del Gallimimus
iba en aumento. Pasado cierto límite, podía colapsarse. Un
rugido tras de mí me devolvió al juego. Volteé sobre mis
hombros. Vi una mandíbula cerrarse a unos centímetros
de la cola de mi dinosaurio. Jalé la rienda a la izquierda,
logrando que mi animal se torciera en esa dirección. El
Yangchuanosaurus siguió de frente, tratando torpemente de
detenerse para corregir su rumbo: Cuando lo hizo, estába-
mos ya lejos, lo que pareció no importarle. Cargó contra
nosotros, enfurecido.

62 63
DIEZ

-¿Junta extraordinaria de consejo? ¿A las nueve de la no-


che? -preguntó el ingeniero Amín.
-Así es. Ya sabe cómo es el doctor Ventosa -contestó
Godfrey, el contador general, desde la pantalla del video-
conmutador.
-Yo tengo esposa, hijos. ¡Tengo una vida! ¡No me pue-
do quedar a una junta en viernes a las nueve de la noche!
-Es su decisión, Amín. O su empresa, a la que juró ser-
vir incondicionalmente, o su familia. Es su decisión, le repi-
to. Pero no se sorprenda si el lunes ocupa su oficina otra
persona. Hay mucha gente en la corporación que desearía
su puesto, que harían lo quefuera para quitárselo. Incluso,
quedarse a una junta a las nueve de la noche.
Amín suspiró resignado, murmuró un "Está bien, nos
vemos a las nueve", cortó la comunicación, se levantó del
escritorio, contempló la panorámica de la ciudad que le
ofrecía la ventana de su oficina, pensando que cada día
odiaba más su trabajo.

67
Uno por uno, los doce ejecutivos de HumaCorp llegaron -¿Alguien le ha visto los ojos alguna vez? -preguntó
a la sala de juntas, ocupando los sillones forrados de cue- Godfrey, de Finanzas, por hacer plática.
ro negro que mensualmente los recibían para las reunio- -Sí, son como de insecto que no sueña -repuso Mat-
nes de consejo. Todos fingían sonreír, pretendiendo que sumoto, de Planeación.
sería una junta más, como cualquier otra de las que se ce- Hubieran querido reír para romper la tensión; no pu-
lebraban en aquel salón de paredes de cristal en el penúl- dieron.
timo piso de la corporación. Sin embargo, sabían que no En ese instante, la puerta se abrió, descubriendo la fi-
sería así. N o era una junta normal. El doctor Ventosa es- gura alargada del sabio, su cráneo rigurosamente afeitado,
taría presente. las gafas negras ocultando los ojos.
El científico había desarrollado al frente de su equipo -Buenas noches, niños +saludó con su inconfundible
de investigación la interfase retinal que ahora acompaña- voz cavernosa.
ba la plataforma de videojuegos WaRP Ir, fabricada por -Buenas noches, doctor -contestaron todos como si
HumaCorp. Esos gogles habían significado el triunfo de la fuera un salón de primaria.
consola sobre sus competidores. En recompensa, la corpo- Seguido de uno de sus robots insectoides, un escara-
ración bonificó al científico con acciones. bajo mecánico del tamaño de un cerdo, el doctor caminó
Nadie contó con la inteligencia del doctor. Una habili- hasta la cabecera, donde se sentó.
dad nata para los movimientos bursátiles permitió que -Caballeros, al grano, que estoy perdiendo dinero. No
antes de que alguien se diera cuenta, el doctor Ventosa se es secreto para ninguno de ustedes que lo que buscába-
hiciera del veinte por ciento de las acciones de HumaCorp. mos con la investigación que produjo los gogles láser no
No era el jefe, pero sus decisiones pesaban. era una mejor interfaz para plataformas de videojuegos.
Esa noche, el científico presentaría los resultados de su Yo sugerí tal uso por su alta rentabilidad y por mi pasión
último proyecto, al que había denominado Somnirráptor, por las maquinitas. En el camino, descubrimos no sólo
"ladrón de sueños", en latín. cómo generar imágenes de altísima definición en los axo-
Ninguno de los miembros del consejo directivo tenía nes de las células ganglionares del nervio óptico, tam-
muy claro en qué consistía el proyecto. Sólo creían que el bién descubrimos cómo se forman las imágenes que el
doctor actuaba en las orillas de lo estrictamente ético, lo cerebro cree ver durante los sueños. Pero llevamos la in-
cual era independiente de su inquietante presencia. El vestigación más allá, y aprendimos a clasificar el tipo de
nerviosismo de los ejecutivos era casi sólido en la sala de actividad quimioeléctrica que se presenta en el cerebro
juntas. según el tipo de sueño. Aprendimos a reproducir las pesa-

68 69
dillas. No sólo eso; descubrimos además que las podemos Un silencio incómodo cayó en la sala. Los ejecutivos no
provocar. sabían que hacer, mientras en el rostro del científico se di-
El doctor esperó a que los ejecutivos asimilaran lo que bujaba una mueca de orgullo, la imitación de una sonrisa.
había dicho. Luego continuó. El ingeniero Amín tomó la iniciativa. Comenzó a aplau-
-Experimentamos durante algún tiempo con simios, dir. Los demás lo imitaron. Cuando la ovación se extin-
pero no era suficiente. Por ello nos hicimos de unos, diga- guió, el señor Bakshi, de mercadotecnia, preguntó:
mos, sujetos voluntarios para experimentar con nuestros -Pero, doctor, ¿cómo funciona todo el sistema?
hallazgos. La caótica dentadura amarillenta de Ventosa desapa-
Nadie quiso preguntar de dónde habían salido los vo- reció al replegarse sus labios. Con evidente incomodidad
luntarios. El doctor Ventosa no se molestó en decirles que comenzó a explicar:
habían sido secuestrados de diversos salones de videojue- -Tras descubrir que el estimulador de pesadillas fun-
gos; tampoco que el mayor de ellos no tenía más de cator- cionaba en los sujetos de laboratorio, he mandado instalar
ce años. uno en cada consola distribuida en esta ciudad ...
-Indujimos en ellos lo que se conoce como sueños de -¿Eso es legal? -preguntó el licenciado Salazar, repre-
angustia o pesadillas, a través de estímulos aleatorios en sentante jurídico de la empresa.
sus nervios ópticos. Dichos estímulos eran generados por -Claro que no. Durante meses hemos estado estimulan-
losgogles y, por medio de los mismos, eran transmitidos do la, llamémosle, glándula segregadora de pesadillas en
a los cerebros de los sujetos. El resultado: podíamos provo- los miles de niños que tienen una WaRP II con gogles láser
car pesadillas y grabarlas en forma de señales quimioeléc- en casé}.Ha llegado la ,hora de cosechar lo que sembramos.
tricas para verlas posteriormente en nuestros monit6res y El ingeniero Amín y todos los que tenían hijos se sin-
reproducirlas como ambientes de realidad virtual. tieron súbitamente incómodos. Ahora se explicaban la pla-
-¿Cuál es el uso que se le ha dado a esta tecnología? ¿A ga de pesadillas que se había desatado en la ciudad.
dónde ha encaminado sus aplicaciones? -se atrevió a inte- -¡Es usted un enfermo! -tronó Amín-. ¿Sabe el daño
rrumpir Basurto, director comercial de HumaCorp Lati- que le ha hecho a los niños con sus pesadillas?
noamérica. -Por favor, ingeniero. ¿Desde cuándo los sueños son
-Por supuesto, ~l obvio -repuso triunfante el doctor dañinos? ¿No los mandó usted mismo a dormir a gritos
Ventosa-o Señores, durante los últimos seis meses, Huma- hace un par de noches, diciéndoles que no estuvieran mo-
Corp se ha dedicado a robar las pesadillas de los niños para lestando, que lo dejaran ver la tele? Después de todo,
convertirlas en videojuegos. ¿no les compró la consola para que no dieran lata?

70 71
La miradas se concentraron en el gerente. Era verdad. adolescentes. Puedo decirles, como videojugador vetera-
Había olvidado que el doctor Ventosa tenía miles de oídos, no, que estamos ante una mina de oro. Prueba de ello es el
uno de ellos en su propia sala. Amín se hundió en su sillón, éxito que los primeros títulos han tenido con los usuarios
avergonzado. beta. Pronto, con la ayuda del Somnirráptor, estaremos de-
-Prosigo -dijo el científico, carraspeando-. Les decía sarrollando, por lo menos, otros quince juegos para ser
que ha llegado el momento de cosechar lo sembrado. Aquí lanzados en el verano. Lo mejor de todo es que.el costo de
es donde entra el Somnirráptor. Caballeros ... desarrollo se reduce dramáticamente al prescindir de crea-
Chasqueó los dedos y el robot escarabajo se movió por tivos y programadores. Nuestra tierra fértil es el incons-
primera vez desde que se había instalado junto a la mesa. ciente colectivo de los niños, los miedos primigenios con
Las dos alas que formaban su coraza metálica se abrieron que los hemos alimentado a través de la televisión. En ver-
para dejar al descubierto una jaula que se elevó hasta la dad les digo, el miedo es una huerta inagotable. ¿Alguna
altura de la mesa. En ella, un robot tecnorgánico con for- pregunta?
ma de mosquito gigante, el ladrón de sueños, escudriñaba Nadie se atrevió a hablar.
a los ejecutivos con dos pares de ojos compuestos que no -Entonces, ¡a trabajar! -el doctor Ventosa palmeó las
expresaban emoción alguna. Nadie disimuló el asco que manos.
les produjo la criatura. La jaula delSomnirráptor se abrió de par en par. Las
-Mitad robot, mitad insecto, Somnirráptor es capaz de alas de la criatura comenzaron a aletear, produciendo un
detectar las ondas cerebrales más fuertes producidas por zumbido molesto. El mosquito mecánico se elevó, salió vo-
una pesadilla. En ese momento, se dirige hacia el sujeto lando por uno de los ventanales de la sala de juntas y se per-
emisor e, inyectando su trompa o probóscide en la cabeza dió con su vuelo desgarbado en la inmensidad del océano
del sujeto, puede grabar las emisiones bioquímicas que nocturno.
produce la pesadilla. Luego las archiva en los biochips -Felices sueños, que el futuro no será de nadie +mur-
de este dispositivo instalado en su cuello y me los trae de muró el doctor al abandonar la sala de juntas.
vuelta. Nadie le contestó. Estaban petrificados en sus sillones
El doctor sopesó el efecto de sus palabras en su públi- de piel.
co. Luego prosiguió.
-¿El resultado? En este momento, con el material re-
I
copilado hasta ahora, mi equipo está desarrollando siete
títulos de videojuegos basados en pesadillas infantiles y I
'1:

72 73
ONCE

Benito bosteza. No puede más. Se acurruca en un rincón


cerca de la fogata que han encendido al centro. Pronto,
duerme. Esta vez, Cucho no pide que lo despierten. Han
permanecido en vela mucho tiempo. Tomar más pastillas
de cafeína puede ser peligroso.
-A lo mejor, o a lo peor, acabamos como el doctor Ven-
tosa -piensa con un tono de diversión distraída.
Panza y Espanto parecen absortos en el fuego. ¿Qué
día es? Hace mucho perdieron la noción del tiempo, desde
que estaban dentro del laboratorio. Quizá desde antes.
No les gusta pensar en ese tiempo, en cómo les instala-
ron aquellos gogles experimentales que no les permitían
cerrar los párpados, en cómo bombardearon sus ojos con
destellos luminosos que los dejaban mareados por horas,
1
sólo para soñar terribles pesadillas por las noches. Al día I ,

siguiente, el que tenía el peor sueño era recompensado con


alguna golosina, un chocolate o un dulce de tamarindo,
ausente en su dieta diaria. Qué feliz se veía el doctor Ven-

75
tosa cuando alguno de ellos despertaba gritando, espanta- Fue cuando decidieron probar las pastillas de cafeína.
do por lo que se había encontrado en sueños. Contaron el número de grageas. Veinte. Podían espantar el
-Éramos seis -recuerda Cucho mientras ve a Panza y sueño veinte veces, después de eso quedarían a su merced.
Espanto luchar contra el sueño. Eran un recurso desesperado: habían visto la manera en
Primero los llamaban por un número, de acuerdo con que las cápsulas crispaban los nervios del doctor Ventosa.
su edad. Luego el doctor Ventosa los bautizó con los nom- Sin embargo, no tenían alternativa. Tragaron las pastillas
bres de una antigua caricatura, nombres que sólo signi- en seco. Eran amargas, como el café, pero les permitieron
ficaban algo vago en el fondo de sus recuerdos, en donde no dormir por varias horas. Cuando pasó su efecto, que-
aún se resistían a ser olvidados, pero que a ellos ya no daron tan agotados que decidieron no volver a tomarlas
les decían nada. más que en caso de emergencia.
Don Gato, el mayor de todos, resultó ser un líder natu- Esta vez estaban aún más cansados. El primero que
ral. No tardó en ser apartado de los demás. Ahora soñaba cayó dormido fue el propio Demóstenes.
pesadillas todo el día, mientras el doctor Ventosa le expri- -N-no pasa na-nada -dijo para tranquilizarlos, pero
mía los sueños. Demóstenes era tartamudo e inteligente. apenas se acostó en la banqueta, la palm empezó a bipear
Fue él quien sugirió que se escaparan, el que planeó la fuga frenéticamente. La criatura estaba cerca.
en el momento del cambio de horario de seguridad y el que No pudieron despertar a Demo. Antes de que pudieran
les enseñó cómo sobrevivir en la calle. Parecía que hubie- hacer algo, el insecto metálico descendió de las alturas y
ra vivido ahí siempre. asió con sus patas a su amigo. En segundos, desapareció
Sabían que no podían dormir, que de hacerla el mons- en el cielo nocturno, dejando sólo el eco del zumbido que
truo los encontraría. Podían saber si estaba cerca gracias producían sus alas. ¿Cuándo había sido eso? ¿Hace cinco
al escáner y la palm que le habían robado al doctor Ven- días? ¿Seis? ¿Cuánto tiempo más podrían seguir huyendo
tosa al momento de huir,junto con otras cosas. Lo que no de HumaCorp, del doctor Ventosa y del robot volador?
sabían era que sería tan difícil combatir el sueño. Cucho vio que sus compañeros se quedaban dormidos,
Los primeros días lograron mantenerse despiertos, que los vencía el sueño. Quiso despertarlos, sacudirlos
bromeando entre ellos, haciéndose cosquillas, mojándose hasta que abrieran los ojos, patear a Benito si era necesa-
la cara en la fuente de algún parque público. A medida que rio, pero sus propios ojos se sentían como sacos de arena.
fueron pasando los días, aumentaba la dificultad para man- Habían llegado muy lejos. ¿Sería éste el final del camino?
tenerse despiertos. Poco a poco, los juegos, las bromas y De ser así, era un final muy triste. ¿Hasta aquí llegaría su
carcajadas dejaron de funcionar. huida?

76 77
Cucho no quería volver al laboratorio. Estaba seguro
de que ellos tampoco, pero una tibia oscuridad lo envolvía
irremediablemente, jalándolo hacia la profundidad de un
abismo del que había huido por miedo a los horrores que
se arrastraban en sus pesadillas. Quiso levantar los párpa-
dos, pero los sintió muy pesados. Intentó hablar, gritarles
que no durmieran. En lugar de ello, se quedó profunda-
mente dormido y ni el bipeo insistente de la palm pudo
despertarlo. DOCE

En su vuelo nocturno, el Somnirráptor descubrió dos


fuertes emisiones de ondas oníricas. El procesador de su
computadora central, hecha básicamente de proteínas
suspendidas en un gel neurotransmisor, analizó las seña-
les. Al instante, el robot supo que una de las emisiones
procedía de ellos. Los muchachos perdidos. Los fugitivos.
El doctor Ventosa iba a estar feliz con él. Quizá hasta le
diera una galletita. La segunda era la señal más fuerte que
había detectado jamás. Allá abajo, alguien se lo estaba pa-
sando mal.
El mosquito tecnorgánico sabía que las pesadillas eran
cortas, que si no atendía la señal, el sueño se perdería como
una botella en el mar. Decidió que los muchachitos podían
esperar. Después de todo, dormían; no lo habían hecho ha-
cía casi una semana. Serían presa fácil.

78 79
TRECE

Soñaba que estaba en casa de Mariana. Aunque en la rea-


lidad su departamento fuera diferente, en el sueño yo sabía
que ése era el de Mariana. Había un pasillo largo, largo,
lleno de puertas. Entre dos de ellas había un mueble con
una charola llena de galletas. La mamá de Mariana apa-
recía y me decía "¿No quieres una galletita, mija?", porque
siempre me decía mija, nunca Andrea. Yo le decía que no,
que muchas gracias, la verdad es que sí quería pero me
daba pena. Ella decía "Bueno, como quieras" y se metía en
una de las puertas. Cuando ya no la oía, yo tomaba una de
las galletas, una bolita de nuez de esas cubiertas con azú-
car glass. Entonces la señora salía de otra de las puertas y
me decía "¿No que no querías?". Yo sentía que me moría de
la vergüenza. En ese momento, los gemidos de Mariana
1,
me despertaron. Descubrí dos cosas que me sorprendie- I

I
ron: la primera fue que nos habíamos quedado dormidas
jugando, así, con la ropa puesta y todo; la segunda, que
me hizo dudar de que realmente me hubiera despertado,

81
fue el mosquito gigante que estaba picando la cabeza de Por lo visto, la presencia de alguien o algo colgado de la
rm arruga. criatura la descontrolaba por completo. Al elevarse chocó
Lo más lógico (mi mamá dice que la obligación de la contra el techo, lastimando su cabeza contra una lámpara.
gente es pensar lógicamente para actuar en consecuencia, Luego quiso maniobrar por el cuarto. Lo hizo torpemen-
pero que nunca lo hacemos), lo más lógico, decía, era bus- te, lastimándose cada vez que chocaba contra una pared,
car cualquier objeto que estuviera a la mano para aven- haciendo un ruido de los mil demonios que no lograba des-
tarlo contra el monstruo. Después de todo no era sino un pertar a mi amiga.
mosquito; por muy gigante que fuera, se veía más bien Hubiera querido gritar o por lo menos soltar al bicho,
frágil, pero yo salí a mi papá, que no es lógico sino emo- pero me había quedado paralizada, mis manos aferrándo-
tivo, y lo único que se me ocurrió fue lanzarme contra el se al insectoide como las de un náufrago a la tabla. Cual-
mosquito para arrancarlo de la cabeza de Mariana. quiera de las dos cosas hubiera sido más inteligente que
El bicho olía mal, como a agua estancada. Eso fue lo lo que hice.
que me hizo darme cuenta de que ya no estaba soñando, Las cámaras de sus ojos se movían frenéticamente,
no recuerdo sueño alguno donde hubiera podido oler algo. como buscando algo, hasta que dieron con la ventana por
Movía sus alas tan rápido que era peligroso acercarse a la que seguramente había entrado mientras dormíamos.
ellas, por lo que di la vuelta y lo tomé por el abdomen. Fue Entonces enfiló hacia allá. Cuando recordé que estába-
I
en ese momento cuando descubrí que no era un mosquito mos en un penthouse, treinta pisos sobre el nivel de la r
r r

gigante, sino un robot con forma de insecto. Tenía par- calle, e iba colgada de un robot insectoide que intentaba
tes mecánicas y partes que palpitaban como si estuvieran huir de ahí volando, lo único que alcancé a murmurar fue r r
I
vivas, en las que podías ver venitas que corrían debajo del "Mariana, ¡ayúdame!". Ella siguió dormida. El mosquito
pellejo. Cada uno de sus ojos era una cámara digital que calculó unos segundos. Luego se lanzó hacia la ventana.
intentaba desesperadamente enfocarme, lo cual le era im- Creo que grité.
posible por mi cercanía. Caíamos. El robot no había calculado mi peso extra, nos
Cuando vio que jamás podría enfocarme, decidió salir desplomábamos hacia la calle. Veía las ventanas del edi-
huyendo. Batió sus alas más rápido (pensé que era impo- ficio de Mariana pasar junto a nosotros, sentía el frío del
sible), dejó en paz a Mariana, que era lo que me interesa- viento nocturno, escuchaba el zumbido de las alas del mos-
ba, y comenzó a elevarse en vuelo, conmigo aferrada a su ca. Claramente escuché cómo el zumbido se agudizaba. El
cuerpo metálico. piso de concreto, que subía presuroso a nuestro encuen-
tro, des aceleró hasta que se detuvo a unos ocho metros

82 8S
de nosotros. Quedé suspendida sobre la calle, veía mis pies
columpiándose sobre el toldo de un auto. Aun a esa altu-
ra, sería un golpe mortal. El mosquito parecía hacer un
gran esfuerzo. Volvió a acelerar su aleteo. Si hubiera sido
un humano, seguramente habría sudado a chorros. En lu-
gar de ello, comenzó a elevarse. Esta vez sí estoy segura
de haber gritado, pero de emoción.
¿Cuántas noches tienes la oportunidad de volar colga-
da de un mosquito? ¿Cuántas veces has visto la ciudad
-,
deslizándose bajo tus pies mientras el viento helado lame -, ,
tu cara y muerde tus orejas? ¿Cuántas has estado suspen-
dida a cientos de metros del suelo?
Pasamos sobre la casa de Mariana, a unos cuantos cen-
tímetros del techo. Sólo tenía que soltarme y estaría de
vuelta en la realidad, trepada en el techo de un penthouse.
De vuelta en la realidad. Esta vez, contra todo consejo
materno, decidí hacer lo ilógico. Decidí quedarme en el
sueño.

I
I
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I
I

84
1
i:

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11
FASE II:
BLOQUEO SENSORIAL

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11

1:
I
I

,
11
,
CATORCE

Primero suena un bip agudo en la palm que robaron al


doctor Ventosa. Luego se repite. La tercera vez transcu-
rre menos tiempo que entre las primeras dos y cada vez
se va acelerando el ritmo, señal de que el monstruo se
acerca; sin embargo, los cuatro están demasiado ocupados
en soñar sus respectivos sueños y nadie se da cuenta del
peligro.

En sueños, Cucho tiene siete años de nuevo. Se sube a un


árbol con su primo Pepe, que es mayor. Se trata de un co-
lorín que crece en el jardín de su casa. Cuando llegan has-
ta arriba, Cucho le pregunta a Pepe:
-¿Qué ésta no es época de orugas?
Antes de terminar la frase, los dos niños se ven cubier-
tos de cientos de gusanos negros, velludos, que dejan con
su reptar una estela viscosa que escuece. Lo último que
Cucho ve es a su primo caer, envuelto en gusanos, mien-

89
tras él mismo se desploma de un árbol que de pronto ha muy bien a dónde ir, intenta esconderse entre las flores
crecido quince metros. cuando la sensación de una línea de hielo que desciende
por su espalda lo obliga a voltear hacia atrás para des-
cubrir un aleta dorsal de tiburón, más alta que él, desli-
Espanto corre. Siente el viento en la cara mientras vue- zándose por el plantío de flores directamente hacia donde-
lasu papalote, aquel papalote que construyera con Papá se encuentra. Cuando el monstruo asoma la cabeza, Es-
durante dos semanas. Arriba, la cometa se desliza por panto sólo alcanza a gritar.
el aire como un ave multicolor. Espanto corre, corre por el
plantío de flores de manzanilla en el que solían volar los
papalotes antes de que Papá se fuera de la casa. Pero hoy Panza se descubre en el interior de un auto viejo. Está
está aquí, Espanto voltea para comprobarlo. Ahí viene amarrado en el asiento del pasajero. Maneja un sujeto al-
Papá, detrás de él, con su chamarra roja y aquel gorro de bino de cejas rasuradas y labios delgados que le produce
estambre que namá odiaba tanto. Los dos ríen mien- el peor de los desasosiegos. "Estoy secuestrado", piensa
tras el papalote vuela. Espanto puede ver la sombra de con angustia. Forcejea contra su atadura. El albino voltea
su juguete pisándole los talones, justo detrás .de él. En a verlo con la curiosidad de quien observa un escarabajo.
ese momento, por el rabillo del ojo, ve otra sombra, una Sus ojos tienen pupilas blancas. El hombre estira hasta
gigantesca, que se lanza sobre la de su cometa. De pron- la manija de la puerta una mano helada y húmeda, que
to, un jalón en el hilo; después, nada. La tensión desapa- al chico le recuerda un pescado crudo, y la abre en ple-
rece sin que Espanto comprenda qué sucede, lo único que na calle. Luego empuja fuera del auto a Panza, quien cae
sabe es que el papalote desapareció, dejando sólo un hilo a ciento veinte kilómetros por hora sobre el Periférico,
de cáñamo. "[Papál", grita el niño. El adulto no contesta. rodando sin control. Cuando se logra detener, ve venir
Espanto lo busca entre las flores. "¡¡Papá, Papá, Papá ...l!". hacia él un tráiler que no logra frenar a tiempo.
Silencio. De pronto todo se vuelve muy silencioso, ni si-
quiera se oye el silbar del viento. Espanto se está asustan-
do cuando la aparición de la sombra le corta la respiración. Benito sueña otra vez que a su mamá se la comen las
Voltea al cielo, descubre un cardumen de tiburones vo- arañas.
lando en espiral por encima de su cabeza. De las mandí-
bulas de uno de ellos escapa lo que no puede ser otra cosa
que la pierna de Papá. El niño corre, arranca sin saber

90 91
El sonido rítmico de la palm los arranca de sus pesadi-
llas. En los segundos de duermevela que separan el sue-
ño de la conciencia, los cuatro se dan cuenta de que están
en peligro, de que el mosquito se aproxima.
-¡Nos quedamos dormidos! +dice Espanto.
Es tarde para huir. Instintivamente toman lo primero
que encuentran a la mano para defenderse: una piedra,
una lata, un palo de escoba.
-Bip bip bip bip bip bip... +aúlla la palmo . QUINCE
Los latidos de los chicos se aceleran. Contienen sus res-
piraciones. Silencio. En medio de la madrugada no se oye
nada que no sea la palmo Benito quiere llorar. Se controla. Rodeado por los doscientos monitores del salón central
-Bip bip bip bip bip bip... del edificio corporativo de HumaCorp, el doctor Ventosa
Panza aprieta el palo de escoba hasta que le duelen los supo inmediatamente que el Somnirráptor tenía proble-
dedos. Vagamente recuerda, en su vida anterior a esto, ha- mas. Concentró sus monitores en las cámaras de los ojos
ber hecho lo mismo en un estadio, jugando beisbol. compuestos de su insectoide, tratando sin éxito de des-
-Bip bip bip bip bip bip... cubrir qué era lo que sucedía. En la pantalla de plasma de
Una lágrima traiciona a Benito, sale huyendo de su ojo su laptop podía leer que algo se había aferrado al robot,
izquierdo. entorpeciendo el vuelo con su peso extra.
-Bip bip bip bip bip bip... El doctor decidió abortar esa misión, salir huyendo. Era
Se acerca. Cuando ve que nadie lo observa, Cucho cie- demasiado peligroso que el robot fuera descubierto. Cam-
rra los ojos. Por hacerlo, no se da cuenta de que todos ha- bió los mandos de automático a manual, asumiendo el
cen lo mismo. control del insectoide; la interfaz era como un videojuego
-Bip bip bip bip bip bip... antiguo. Buscó la vía más cercana para escapar. Era com-
¡CRASH! plicado maniobrar en un espacio tan reducido. Halló la
ventana abierta de par en par; sin pensarlo mucho, se lan-
zó a través de ella. No contó con el peso extra. Sintió algo
muy cercano al miedo cuando vio que su robot se desplo-
maba hacia el vacío. Intentó inútilmente cambiar el curso

92 93
de vuelo, recuperar la horizontal. El peso era demasiado. MISIór·i PRINCIPAL: CUMPLIDA
Pensó en utilizar las baterías de reserva para dar fuerza
SUJETOS FUGITIIJOS: LOCALIZADOS
extra a las alas. Tecleó las instrucciones con dedos fre-
PRIOF.:IDAD MÁXIMA: RECAPTURA
néticos. Apenas unos metros antes del impacto, logró es-
tabilizar el vuelo. El doctor Ventosa sonrió, mostrando sus encías. El la-
-Uf -suspiró aliviado. Sudaba. drón de sueños había encontrado al resto de la pandilla.
Ordenó a su robot volver a casa, dejarse de aventuras Ahora los traería de vuelta, uno por uno. Quizá dentro de
por esa noche. Nunca imaginó que la criatura lo desobe- algunos años recordaría esta fuga como una anécdota
decería. Algo estaba mal, lo sabía el doctor Ventosa. Su divertida. Hoy, simplemente les daría su merecido. Era
robot mosquito estaba programado para obedecer incon- tanto su regocijo que no se dio cuenta de que el Somni-
dicionalmente las órdenes de su creador. Esta vez no lo rráptor se venía abajo de nuevo.
había hecho. En lugar de volver al corporativo de la em-
presa, había tomado su propio rumbo, con todo y el mis-
terioso peso extra que traía a cuestas.
-Esta máquina aprende -dijo una voz en la cabeza del
doctor.
-¿Ah, sí? -contestó otra, similar a la primera, pero de
tono más suave.
-¡Por supuesto! Así la programaste. Se le asignó una se-
rie de algoritmo s para tareas específicas,pero dejaste algu-
nos huecos en la programación para que se fueran llenando
solos, de acuerdo con la retroalimentación del medio.
-¿Yo hice eso?
-¡Claro! Es el principio de la inteligencia artificial. Si
bien el ladrón de sueños no es Einstein, tampoco querías
que tuviera la inteligencia de un perrito amaestrado.
-Es cierto. A veces se me olvida que soy brillante.
Un bipeo rítmico arrancó al sabio de su monólogo. En
la pantalla de su laptop aparecía información del Somni-
rráptor.

94 95
DIECISÉIS

Logré caer sobre el mosquito, pude volteado en el último


segundo. Estoy segura de que iba sobre el más pequeño
de los niños, de que extendía sus patas para levantarlo en
vuelo y llevárselo como ave depredadora.
Habíamos tenido un vuelo titubeante, varias veces ha-
bía estado a punto de caerme. No obstante, el mosquito
siempre mantuvo la misma dirección sin desviarse, era co-
mo si buscara algo específico. ¿Sería este grupo de chicos?
Imagino que sí, porque en cuanto lo vieron en el suelo,
indefenso, averiado, agitando dolorosamente las alas que
minutos antes me habían salvado de morir estrellada con-
tra el suelo, se lanzaron sobre él, atacándolo con lo que
encontraron a la mano. Gritaban como unajauría de lobi-
tos mientras lanzaban contra el robot cuanto objeto pu-
dieron encontrar. Siguieron golpeándolo mucho tiempo
después de que dejó de ser reconocible, hasta reducido a
una pulpa sin forma. En ese momento, el chiquito contra
el que iba el insectoide rompió a llorar. Todos se abraza-
ron, consolándose, sin darse cuenta de que ahí estaba yo.

97
, ,
l'
, I
, I
: I
;I
-¿Ya terminaron? +les pregunté. -En Latinoamérica -remató Cucho, que me miraba con , I

Rompieron su abrazo, sorprendidos. No tenían más ar- insistencia. 11


,I
mas a la mano, las habían utilizado todas contra el mos- -¿Algo más... específico? I

quito. Podía verse el miedo en sus caras. Yo me sentía Me estaban desesperando. ,I

tranquila. Les enseñé mis manos vacías para que vieran -¡Suelo! -gritó Benito. :I, I
que no les iba a hacer daño. Nunca había visto rostros más Alguien, creo que fue Cucho, me jaló hacia el piso. In- :I
desubicados, como si los hubieran traído de otro planeta. tenté gritar pero me taparon la boca. ,I
-¿Quién eres? -preguntó el más grande. -Shhh -me dijo al oído otro.
-¿Eres nueva? -=dijoel pequeño. Los otros me mira- No había visto que estábamos debajo de un puente, co- I
ban callados. bijados por la sombra de uno de sus pilares. Un auto pasó
-¿Quiénes son ustedes? -respondí. con una linterna, barriendo el callejón. No era una patru-
-Nosotros preguntamos primero. lla. Clarito vi que en la puerta tenía ellogotipo de Huma-
Tampoco tenían armas, pero eran cuatro contra una. Corp. El auto pasó sin vernos y se alejó lentamente. Podía
Tratar de huir no sería una buena idea. escuchar su motor ronroneante como si estuviera junto
-Me llamo Andrea, ¿y tú? a nosotros. Después de un rato, su ruido se ahogó en el
-Yo soy... Yo soy...-parecía que le lastimaba recordar. silencio de la madrugada.
Puso la cara tensa, como si estuviera haciendo un gran -Bueno, ya basta -dije-. ¿Quién demonios son ustedes?
esfuerzo. Incluso comenzó a sudar.
-Él es Cucho. Yo, Benito -dijo el pequeño-o Aquellos I
,I
son Panza y Espanto.
-Hola -mumuraron.
Qué nombres tan raros tenían.
-Mucho ... gusto. Supongo.
Cayó un silencio, de esos incómodos. El más grande
me veía como si la rara fuera yo.
,
-¿Dónde estamos? -pregunté. 1;
-Planeta Tierra -contestó Benito. I
I
-Ciudad de México -agregó Panza o Espanto. Uno de
los dos.

98 99
DIECISIETE

No saben muy bien por qué, pero sienten que pueden te-
nerle confianza. Sin consultarlo entre ellos, comienzan a
contarle la historia. Le hablan de cómo cada uno de ellos
despertó en el laboratorio de HumaCorp sin poder recor-
dar quién era.
-¿HumaCorp? ¿La de los videojuegos? -pregunta ella.
-Sí, la de los videojuegos y las computadoras y las la-
vadoras y los reproductores de discos digitales y los apa-
ratos de sonido y las cámaras digitales y las grabadoras
portátiles y los juguetes electrónicos y los servidores de
internet y los robots de plástico y las lámparas de lava y
las computadoras portátiles y los autos voladores y los
aviones y las lociones astringentes y los tanques de gue-
rra y las ojivas nucleares y los clips Ylos equipos de beis-
bol japoneses y las productoras de películas y el canal de
videos y los servicios de telefonía y los hoteles en la luna y
los envases de yogur y las películas de dibujos animados
y los trajes para astronautas y las motos y los tostadores

101
,
; ,,

y los hornos de microondas y los autos supercompactos y oruga que se deslizaba de uno a otro de los camastros don-
las plumas fuente y los anillos de diamante y los refrige- de los tenían amarrados administrándoles gotitas en los
radores industriales y los parques de diversiones y las ojos. Hablan de los patrones de colores, de las figuras bri-
acciones en la bolsa de Nueva York y las agencias de mode- llantes que se retorcían en un patrón infinito que el doc-
los coreanas y los sistemas de seguridad bancaria y las tor Ventosa ("¿Doctor qué?" "[Ventosa]" "¿Qué clase de
supertiendas de discos y los equipos de videodiscos y los nombre idiota es ése?" "Uno que da mucho miedo, crée-
helados de vainilla y las televisiones de plasma y los DVD me...") llama iteracionesfractales aleatorias que no sirven más
multirregionales y las llantas de autos y las cadenas de que para provocar pesadillas en los niños ("¿Pesadillas?"
sushi y los refrescos de cola y las medicinas para el cáncer "Sí, con los mismos gogles que trae la última WaRP"), que
y los equipos biomédicos y los hospitales para mascotas y después recolectaban de sus cabezas para programar video-
los submarinos militares y las muñecas de plástico y las juegos, hasta que el doctor Ventosa se dio cuenta de que
reediciones de los comics Astroboy y Doraemon y los telé- seis niños no eran suficientes para los requerimientos de
fonos celulares y los relojes despertadores y los instrumen- su empresa. Entonces mandó incluir los gogles en la se-
tos musicales y las fibras sintéticas y las líneas de ropa y gunda edición de su exitosa consola de videojuegos ("No
los jabones y los perfumes y los champús y los autos eléc- puede ser, HumaCorp es una empresa seria." "Escucha
tricos y las redes neuronales y los biochips y las armas quí- y decide."), para después mandar a su mosquito tec-
micas y todo lo demás que produce HumeCorp, pero que norgánico a recolectar las peores de ellas, para robárse-
nadie lo sabe, sí, esa misma corporación. . las y seguir generando más videojuegos que producirían
Es la primera vez que hablan para algo más que para nuevos sueños de angustia en una espiral que, de
comunicar lo indispensable y al hacerla descubren el re- acuerdo con los cálculos del científico, jamás se termi-
gocijo de la palabra. Antes de darse cuenta, están narran- naría. Un negocio redondo.
do su historia a la chica que descendió del cielo montada Mencionan de pasada a Don Gato, el mayor de ellos,
en el monstruo, como si no hubiera razón para temerle, eterno soñador de pesadillas ("Quizá influye la edad; él ya
como quien reconoce a su igual en la otra persona sin te- casi tenía quince.") y Demóstenes, el que organizó la fuga
mor a la traición, sin miedo al castigo. sólo para ser el primero en ser recapturado, del que alcan-
Le cuentan cómo, de pronto, vieron ante ellos los gogles, zaron a aprender las mañas para sobrevivir en la calle sin
:,
esos mismos de las consolas WaRP 11,instalados frente a ser atrapados por la policía, los equipos de seguridad de ,
I
sus ojos con unos garfios que se aferraban a los párpados HumaCorp o el propio ladrón de sueños. I,
para no permitirles cerrarlos, con un robot en forma de -¡Nos tienes que ayudar! -aúlla Benito.

11

102 103
-¿Yo?
Claro, ella pudo vencer al Somnirráptor, lo derribó des-
de las alturas. Si alguien podía ayudarles a rescatar a Don
Gato y Demóstenes y, esto era lo más importante, intentar
averiguar en los archivos de HumaCorp quiénes eran ellos
antes de convertirse en las sombras soñadoras de horrores
que ahora eran, para volver a sus vidas reales, lejos de sue-
ños y pesadillas, si alguien podía hacer lo, era ella.
Andrea se descubre en medio del círculo formado por DIECIOCHO

los chicos. Sólo hasta ese momento se da cuenta de que los


cuatro vienen vestidos de negro. Siente miedo, piensa en
sus papás, que creen que está durmiendo en casa de Ma- Habían pasado quince años desde la última vez que el doc-
riana, piensa en Mariana, que debió de estar soñando la tor Ventosa lloró. Quince años desde que despidió en un
peor de las pesadillas en el momento en que la visitó el velorio solitario los restos mortales de su madre. Cáncer.
ladrón de sueños y, sólo hasta ese momento, murmura Se había decodificado el genoma humano. Era posible
algo que ha querido decir desde que se aferró al abdomen saber desde el vientre materno si el bebé se quedaría cal-
del monstruo: vo o desarrollaría glaucoma. Era posible donar mamífe-
-Por favor ... despiértenme. ros, crear árboles cuadrados para hacer mesas, engendrar
Pero algo le dice que no duerme, que no sueña. Puede salmones brillantes para la pesca nocturna y, sin embar-
oler el miedo de los cuatro chicos. go, la gente seguía muriendo de cáncer.
Ese día, sentado solo frente al ataúd blanco que ella
había escogido al saberse en fase terminal, el hombre que
se convertiría en el doctor Ventosa dejó escapar una lágri-
ma que se deslizó lentamente por su mejilla sin rasurar,
sorteando la barba de tres días que había dejado crecer en
su rostro, hasta llegar a la barbilla, de donde resbaló para
caer como una bomba atómica en miniatura sobre la Hi-
roshima de madera de la duela. Plinc. Por más que lo in-
tentó, no logró llorar más. Sólo alcanzaba a recordar las

104 105
, ,,
,

! I
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imágenes que había visto en un libro de unos huesos de que no cayera, que esa gotita de humanidad, quizá la últi- , I

,'
dinosaurio invadidos por tumores, descubiertos en algún ma que le quedaba, no lo abandonara jamás. Sabía que al li
,'
lugar de China. Un candado biológico. Un punto final in- desprenderse, la última de sus lágrimas arrastraría consi-
, I

cluido en el código gen ético. Quizá una medida de seguri- go su esperanza de volver a pertenecer al género humano, ::
,I
dad. Después de todo, la inmortalidad seguramente sería de no ser un mutante de circo, un monstruito amaestrado ;I
un tormento insoportable. ¿O no? para generar inventos biotecnológicos.
Quince años después, el doctor Ventosa lloraba de nue- La gota cayó. Se desprendió para perderse en la alfom-
vo. Una lágrima, la segunda de su vida, había escapado bra color gris del salón central de HumaCorp. El cientí-
del otro ojo y huía hacia el sur de su rostro. El Somnirráp- fico aulló. Su alarido retumbó por todo el edificio, vacío
tor estaba muerto. Su creación, lo más cercano a un hijo a esas horas de la noche.
que jamás tendría, se había estrellado. Los chicos no ha-
bían desaprovechado el accidente. Allá afuera, en algún
callejón, humeaban los restos de su obra maestra.
La fascinación por los insectos del doctor Ventosa era
aún más antigua que la de los videojuegos. Desde muy pe-
queño había encontrado fascinantes a los bichos. Constan-
temente se preguntaba por qué los ingenieros en robótica
no volteaban a ver las sutiles articulaciones de los artró-
podos, los ingeniosos mecanismos de locomoción de los
anélido s o la elegancia del vuelo de los coleópteros.
Somnirráptor, el robot mosquito, era la cumbre de la
.investigación sobre desarrollo tecnorgánico que el doctor
Ventosa había venido dirigiendo en los laboratorios de Hu-
maCorp desde hacía un par de años. Mitad robot, mitad
insecto, el mecanismo perfecto, alimentado con pesadillas
de niños. Casi poético. Ahora sus restos estaban conver-
tidos en basura.
La lágrima había llegado a la frontera de su rostro.
Pendía temblando de la barbilla. Por un instante deseó

106 107
DIECINUEVE

¿y si era cierto? ¿Y si de veras me estaban diciendo la ver-


dad? ¿Y si en serio había dos niños más atrapados en el
edificio de HumaCorp, condenados a soñar pesadillas día
y noche para que les exprimieran el cerebro? ¿Y si real-
mente existía un doctor Ventosa, genio desequilibrado,
al que no le importaba mandar al equipo de seguridad de
HumaCorp a secuestrar niños en los salones de maquini-
tas de la ciudad? ¿Y si las familias de estos chicos los esta-
ban buscando con la angustia de quien ignora el destino
de alguien que ama?
Pero ... ¿Y si todo fuera un engaño? ¿Y si fuera el pro-
ducto de la ruda vida en la calle? ¿Y si todo fuera una es-
pecie de pesadilla colectiva que los mantenía unidos?
Entonces ... ¿Cómo explicar los restos del insecto gigan-
te que me trajo hasta ellos, que intentaba robar los sue-
ños -o algo similar- de la cabeza de mi amiga Mariana?
¿De dónde habían sacado la palm que detectaba al mons-
truo? ¿Por qué todos venían uniformados de negro, con

109
ropa de alguna fibra sintética que parecía una segunda piel
que se les pegaba al cuerpo?
Sin embargo ... ¿Qué podía hacer yo contra una corpo-
ración transnacional? ¿Cómo podíamos demostrar que era
cierto todo lo que me decían? ¿Cómo iba siquiera a entrar
a las oficinas de HumaCorp? ¿Qué les iba a decir? ¿"Hola,
me llamo Andrea y vengo a ver si aquí mantienen un par
de niños prisioneros induciéndolos a soñar pesadillas todo
el tiempo y tienen un robot insectoide que se roba los sue-
ños de los chicos para hacer videojuegos"? Lo que es peor,
¿qué le iba a decir a mis papás? ¿"Fíjense que anoche me
trepé al lomo de un mosquito gigante que atacó a Maria-
na y me fue a dejar al atto lado de la ciudad"?
Por si fuera poco... ¿Quién era yo para ayudarles? ¿Qué
podía hacer contra la fuerza siniestra de aquel doctor Ven-
tosa del que hablaban con tanto miedo? ¿No debía buscar
la manera de volver a casa o a casa de Mariana y hacer de
cuenta que todo esto era un sueño, una pesadilla? ¿Y cómo
lo iba a hacer, si no traía ni un centavo? ¿Por qué me pa-
saban a mí estas cosas?
-¿Entonces qué? -preguntó el más pequeño-o ¿Nos
ayudas o no?
-¡Sí! -contesté.

110
VEINTE

Caminan en fila india sobre el camellón de una gran aveni-


da. A lo lejos, al sur, se ve el edificio de HumaCorp eleván-
dose por encima de los demás rascacielos, como un robot
japonés gigante esperando el momento para destruir la
ciudad. Van calladitos, únicamente Cucho y Andrea inter-
cambian murmullos.
-¿Falta mucho?
-No sé, nos estábamos alejando de ahí. Es la primera
vez que vamos hacia allá.
-Ah.
Silencio de tres minutos, roto por ella:
-Tengo una duda.
-Dime.
-Una vez que estemos en HumaCorp, ¿qué vamos a
hacer?
-Colar nos dentro del laboratorio, por supuesto.
-Claro. Es lo más lógico. N o lo había pensado.
-No te burles.

lIS
; I

No lo hacía. Andrea había crecido en una familia con Media hora más tarde, mientras los niños siguen cami-
un refinado sentido de la ironía. No podía evitar sonar nando hacia el edificio inteligente, el equipo de seguridad
hiriente lejos del contexto familiar. peina la zona donde se registró la caída del Somnirráptor,
-Perdón. No fue intencional. -Confirmo. Negativo. o hay restos visibles. Negativo
-¡Patrulla! -interrumpe Benito. -dice a un teléfono celular Ornelas, jefe de los agentes de
Todos se tiran al suelo. Andrea no ha visto ni oído seguridad biológica de HumaCorp. Igual que sus compa-
nada. ñeros, va enfundado en un overol naranja para emergen-
-¿Qué pasa? -pregunta a Cucho con voz aún más baji- cias orgánicas con una máscara antigás.
ta, mientras se agazapan entre los arbustos del camellón. -Vuelva a buscar -ordena desde el corporativo un ira-
-Benito puede ver cosas antes de que sucedan. Apenas cundo doctor Ventosa-o No se atrevan a volver sin esos res-
unos segundos. Quizá sea consecuencia de los sueños. Pa- tos. No podemos perderlos. Repito, no regresen sin ellos
rece que va a pasar un vehículo de HumaCorp. -y corta la comunicación.
No es uno ni dos. Es todo un escuadrón de vehículos Inútilmente los agentes de HumaCorp vuelven a bus-
de la empresa lo que pasa a un lado de ellos segundos des- car lo que horas antes era un mosquito robot ladrón de
pués. Sus sirenas aúllan, los motores rugen. pesadillas.
-Quizá saben que derribaste al mosquito -susurra Muy quietecito, agazapado en su escondrijo, un ser ob-
Cucho. serva con ojos compuestos por videocámaras cómo lo bus-
-¿Yo? can los empleados de su empresa. De tener boca, la criatura
-¡Cállense! -ordena Espanto. Como casi nunca habla, se reiría.
le obedecen.
Esperan entre las plantas hasta que el escándalo de las
patrullas se disuelve en los ruidos nocturnos. Han pasa-
do quince, veinte vehículos llenos de guardias. Debe ser
una emergencia. Reanudan su marcha.
-¿Falta mucho? -vuelve a preguntar Andrea, cinco mi-
nutos después.

114 115
VEINTIUNO

Después de miles de años de caminar como idiotas, llega-


mos a las puertas de HumaCorp. Los cinco, formados en
fila, observábamos la gigantesca mole de vidrio y concre-
to elevarse del suelo para perderse de vista en lo alto del
cielo.
-Ciento veinte -dijo Benito, como leyendo mi mente
cuando me pregunté cuántos pisos tendría.
-¿Y ahora? -pregunté, intentando ocultar mi confusión.
Todos voltearon a ver a Cucho. Era evidente que lo te-
nían por líder. Pobres.
-Pues ... ahora ... ¡hay que entrar!
Los otros se pusieron a discutir. Que cómo crees, que
si era peligroso, que no querían volver a entrar, que esta-
ba loco, que qué caso había tenido andar huyendo todos
esos días. Yo caminé hasta la puerta de vidrio. Empujé.
Estaba abierto. ¿Quién deja la puerta de una megacorpo-
ración abierta en mitad de la noche?
-Muchachos -dije muy quedito. Seguían discutiendo.

117
-Mis niños -volví a llamar.
Se quedaron helados cuando me vieron con la puerta
abierta. Titubearon. El primero en animarse a entrar fue
Espanto. Los demás lo siguieron de mala gana.
-En cualquier momento nos cae un robot de seguridad
-gruñía Cucho- o algún oficial de esos de máscara de plás-
tico y macana, de menos UN. poli ...
El edificio estaba desierto. Sin robots. Ni oficiales. Ni
polis. La recepción era un salón gigantesco forrado del VEINTIDÓS
mármol más frío que jamás he visto. Había un escritorio
para tres o cuatro recepcionistas. Ahí estaban sus audífo-
nos para comunicar llamadas. ¿Serían guapas? Ahí mismo Jorge no puede dormir. Se retuerce en la cama, da vueltas
había unos gafetes de visitantes. Tomé cinco. Los repartí. de un lado a otro, se levanta, camina por la recámara como
-Hay que deslizar esta tarjeta en cada puerta que pase- si de pronto se hallara en un lugar desconocido, voltea a
mos. Éste es uno de esos edificios inteligentes ... ver a su esposa, la adivina respirando debajo del edredón,
-Entonces ya sabe que estamos aquí. soñando.
-¿Quién? -¿Soñando qué? -piensa, distraído.
-Pues el doctor Ventosa -me contestaron a coro con el Baja a la cocina, llena un vaso con agua, bebe sin que
tono de quien explica algo obvio a un niño tonto. lo refresque, lo deja, semivacío, sobre la mesa del comedor.
-Si lo sabe -dije, buscando una de las cámaras de segu- Abre el refri sólo para que la visión de un pollo frío le re-
ridad que casi tapizaban las paredes-, que tenga miedo, cuerde que no tiene hambre. Entra al cuarto de la tele, la I

mucho miedo. enciende. Siente una presencia incómoda, pero no logra


Esperé un momento para ver si la frase, que era de una identificarla. Recorre los cientos de canales del cable sin
:I
película vieja que le gustaba mucho a mi papá, surtía efecto. encontrar nada que alivie su insomnio: un programa finan-
-Bueno --dije cuando estuve segura de que no sucede- ciero reporta los movimientos de la bolsa en Bruselas, un
ría nada- vamos a subir al laboratorio. ¿En qué piso dicen tele-evangelista condena airadamente los experimentos
que está? genéticos llamando a los organismos transgénicos "hijos de
-Ciento veinte, por supuesto -contestó a nuestras es- Satanás", en una película italiana una pareja se besa so-
paldas el doctor Ventosa. bre el lomo de un oso grizzly, un infomercial alaba las ven-

118 119
tajas de una máscara de gel helado para colocar sobre los la consola WaRP 11.En todos aquellos papás que gusto-
ojos y aliviar tensiones, en otro canal anuncian un apara- sos pagaron por el juguete, bastante caro, ignorando que
to milagroso para bajar de peso y así continúa la sucesión cada uno de los gogles venía repleto de pesadillas. Piensa
infinita de imágenes que esta noche no logra satisfacer a en lajunta de las nueve de la noche. En cómo habían aplau-
Jorge. Apaga la tele. Vuelve a la cama. dido los experimentos de Ventosa, en cómo le habían per-
El ingeniero Jorge Amín, gerente regional de Huma- mitido envenenar las cabecitas de todos esos chicos y chicas
Corp en Latinoamérica, no puede dormir. Cierra los ojos, sólo para inventar más venenos y volverlos a emponzoñar.
suaviza la respiración, trata de relajarse. Intenta lanzarse Piensa en los niños secuestrados, inducidos a soñar pesa-
a la profundidad del sueño, sin encontrarla. El reloj mar- dillas todo el tiempo. Odia su trabajo, su empresa y al doc-
ca las tres de la mañana. Hay un largo camino por recorrer tor Ventosa.
hasta la hora de levantarse. Se incorpora de nuevo, baja Recuerda la presencia incómoda en el cuarto de la tele.
a la cocina. Busca en la alacena hasta encontrar un té in- Regresa a él. Esta vez la identifica de inmediato: la conso-
glés que promete dulces sueños a cambio de beberlo. la WaRP 11de sus dos hijos, comprada con un descuento
+Como en Alicia en el país de las maravillas +recuerda especial por ser empleado de la empresa. El aparato he-
Jorge. cho de plástico negro, del que se desprenden varios cables
Pone a hervir agua mientras busca en su video teca al- con controles y gogles, hace pensar a Jorge en un arácni-
guna película que le permita conciliar el sueño, algo abu- do asqueroso.
rrido. Sólo encuentra cintas con muchos tiros. La tetera No puede controlarse, se lanza sobre 'la consola. La es-
silba. Corre para apagarla antes de que despierte a los ni- trella contra el suelo varias veces hasta hacer saltar sus
ños o a Angélica. Sirve el agua hirviente en una taza de entrañas de silicio y polímeros orgánicos. Después arroja
Popeye que tiene su nombre. La de su esposa es de Olivia. los restos del arácnido por la ventana. Goza al ver a su pe-
Sube a la recámara de los niños, para ver que sigan dor- rro lanzarse sobre el aparato para terminar de destruirlo.
midos. Abre la puerta sigiloso y descubre la causa de su Su pulso está acelerado, puede sentir sus venas palpitar.
insomnio en la cara de-su hijo menor. El chiquito está so- Sin pensarlo más, corre a encender su laptop, conectada
ñando una pesadilla. Dos palabras. Son dos las palabras permanentemente con el computador central de Huma-
que vienen a Jorge al ver el rostro de su hijo torcerse de Corp. Redacta su renuncia.
angustia: Doctor Ventosa. Al terminar, la manda por e-mail y apaga la computa-
Un peso gigantesco cae sobre sus hombros. De golpe, dora. Sube las escaleras con la libertad de quien ha dejado
piensa en todos aquellos niños allá afuera que compraron una gran carga en el camino. En la mesa de la cocina, el té

120 121
; I

en la taza de Popeye empieza a enfriarse. Jorge ya no lo


necesita. Entra al cuarto de los niños. Da un beso a cada
uno. Hacía siglos que no se permitía ese placer. Vuelve
a su habitación. Besa a su esposa con la tranquilidad de
quien sabe que mañana será un mejor día.
Jorge Amín, ex gerente regional de HumaCorp en Lati-
noamérica, esposo de Angélica, padre de Saíd y Dib, duer-
me tranquilo por primera vez en años.
VEINTITRÉS

Una máquina que aprende. Eso es lo que el doctor Vento-


sa había decidido crear a la hora de diseñar al Somnirráp-
toroLo había logrado. En el suelo, los restos humeantes
del robot procesaban frenéticamente lo que acababa de su-
ceder. Algo era claro: no volvería a volar con un intruso
encima. Su sistema nervioso, convertido en una maraña
de nervios enredados, cada uno de ellos aullando de dolor,
trataba de concentrarse en solucionar la situación. Su pro-
cesador central emitió una orden a la pata anterior izquier-
da. El mensaje se elevó como un grito quimioeléctrico por
encima del estruendo del dolor: "Muévete". Con gran difi-
cultad, el mosquito alargó su miembro. Las garras de la
;I
pata, las únicas que habían logrado quedar intactas des-
pués del golpe, se crisparon sobre el concreto, aferrándo-
se al piso. Su cerebro volvió a lanzar una orden que tensó
sus músculos sintéticos, arrastrando el cuerpo tras de sí.
Los ojos compuestos localizaron una coladera abierta que
podría funcionar de refugio. El monstruo volvió a lanzar

122 123
su garra hacia adelante para arrastrarse de nuevo, dejan-
do una estela aceitosa de lubricante a su paso.
-Conque esto es el dolor -pensó distraídamente su pro-
cesador central, en leguaje binario.
No tardó en llegar al boquete de la coladera. Un último
estirón y su pata estaba dentro del agujero. Jaló una úl-
tima vez, lanzándose al fondo de su refugio improvisado.
Todo el cuerpo cayó sobre la pata sana, haciéndole daño.
Esta vez quedó paralizado. Por primera vez intuyó el sig- VEINTICUATRO
nificado de la palabra miedo.
El procesador central ordenó hacer un chequeo de toda
la unidad. Millones de nanomáquinas recorrieron lo-que Nunca imaginé así la cara del doctor Ventosa. Rostro alar-
quedaba de su cuerpo, inspeccionando los daños. Enton- gado, dos cejas espesas coronando un par de lentes de
ces recordó el archivo encriptado den tro de su memoria cristal tan negro que sólo devuelve el reflejo de quien lo
fija en el que se incluían sus propios planos de ensambla- observa, nariz aguileña que recuerda el pico de un bui-
je. Lo revisó. Supo que no sólo podía reparar los daños' tre, una mueca torcida que simula una sonrisa, todo esto
con ayuda de las nanomáquinas, también podía mejorar en una cabeza completamente afeitada q_ueguarda equi-
su diseño. librio sobre un cuello escuálido en el que una manzana de
Comenzó uniendo un ligamento con otro, luego termi- Adán resbala de arriba hacia abajo, amenzando romper-
naciones nerviosas rotas, poniendo en su lugar cada parte lo, a su vez clavado en un cuerpo largo de espantapájaros
dañada en la caída, regenerando con cuidado la delicada envuelto en una bata de laboratorio de la que descienden
estructura de sus alas, los complejos circuitos de su siste- dos piernas como de araña que se enfundan en un par de
ma circulatorio. La primera mejoría fue ampliar su umbral botas industriales con casquillo de acero, incómodamen-
del dolor. La segunda, hacerse de un aguijón con glándu- te parecidas a las mías (ya las de mi mamá).
'la segregadora de veneno. -Vaya, vaya ...
Cuando el equipo de seguridad de HumaCorp llegó al [l-Iastáhablaba como villano de cómic! ¿Quedará al-
lugar, el Somnirráptor, que les observaba divertido desde guien más que vaya por el mundo diciendo "Vaya, vaya"?
su escondite, ya no era un mosquito. Era algo peor. -Conque los hijos pródigos han vuelto.

124· 125
Su voz semejaba la de un maestro de mi secundaria. No -¡Basta! ¡Suficiente! ¡Disciplina! [Disciplina es lo que
lograba ubicar exactamente la de quién. Quizá era una falta aquí! ¡Se me van todos al laboratorio! Los espera un
mezcla entre el profe Lerdo y don Félix, el de literatura. castigo ejemplar. A todos, por escaparse. Y a ti, uno espe-
-y no sólo eso. Veo que han vuelto con un regalo para cial, por irrespetuosa, mocosita. ¿Te crees que por ser la
su amable vecino, el doctor Ventosa. más alta de todos puedes hacer lo que quieras?
Se movía con torpe suavidad, con la gracia de las ser- Era verdad. Yo era más alta que los otros cuatro, por
pientes que se deslizan sobre las dunas. De golpe volteó mucho. Y más rápida, lo que aproveché para dar una pata-
hacia mí, señalándome. Casi pude sentir el miedo de mis da con mi casquillo de acero en la espinilla del doctor. Él
amigos solidificar se. aulló.
-¿Cómo te voy a llamar a ti, preciosa? Mmh ... ¿Qué tal -¡Corran! -grité.
Mimosa, para que haya coherencia con los demás nom- Pude ver a Benito salir. Después lo hicieron Panza y
bres? Espanto. Cucho hasta el final. Cuando estaba a un par de
Tomé su dedo. Apretándolo, lo hice a un lado sin hallar metros de la puerta, dos tentáculos se cerraron sobre mi
resistencia. Lo había sorprendido, por lo visto estaba acos- cintura y el peso del doctor Ventosa cayó sobre mí.
tumbrado a que le tuvieran miedo. +Tú ....te quedas ... preciosa -dijo jadeando.
-En primer lugar, me llamo Andrea, no Mimosa. Yen
segundo, es de muy mala educación señalar. ¿Nunca te lo
dijeron?
Su rostro se descompuso, retorciéndose aún más. In-
tentó hablar, pero las palabras se ahogaban en su boca.ju-
raría que tartamudeaba. Finalmente se recompuso y dijo:
-¿Quién te has creído, mocosa? ¿No sabes que hay que
respetar a tus mayores, que hay que hablarles de usted? ;I
I
I
I
-Lo haría, si tú me respetaras a mí. I

El doctor rompió en un manoteo frenético. Lo había


desafiado. Nunca me había atrevido a hacerla con un adul-
to, me estaba robando las palabras de Mariana, que había
hecho enfurecer a más de un profe en el salón. Estaba fun-
cionando.

, ; !
¡
126 127
ENTRESUEÑOS
FLASHFORWARD

Muchos años después, cuando mi papá ya casi era un vie-


jito que vivía solo en un departamento cerca de mi casa
y yo era ya mamá de dos hijos, le conté esta historia.
Como todas las tardes que lo iba a visitar, platicaba con
él mientras tecleaba en su computadora y yo bebía una
taza de 'té, al tiempo que mis niños exploraban, hipnoti-
zados, los tesoros de la biblioteca de su abuelo.
-Ay, ¿qué crees? ¿Te acuerdas de hace muchos años, en
la secundaria, la última vez que me fui a dormir a casa de
Mariana?
-Ajá -contestó distraído mientras las yemas de sus de-
dos paseaban por algún planeta lejano.
-Pues esa noche ... -y le conté la historia.
Cuando terminé, él levantó la mirada de su teclado. Se
me quedó viendo, con cara de que su cerebro iba a mil por
hora. Todavía se pintaba el cabello de azul. Se veía guapí-
simo, parecía un Santa Claus punk.
-¿Fue aquella vez, cuando el escándalo de HumaCorp?

133
algo, pero no podía concentrarme. Intenté escribir sin éxi-
to. Finalmente, como a eso de las siete, puse un disco de
Leonard Cohen y me quedé dormido.
-¡Leonard Cohen! Debes ser el único que se acuerda
de ese hombre.
-Era un anciano cuando yo era joven. Hoy vive sepul-
tado en el olvido, donde pronto habremos de alcanzarlo,
poco a poco, todos los demás. FLASHBACK
-¡Papá! No seas lúgubre.
-No soy lúgubre, soy escritor.
Reímos. Me acarició la cara como lo hacía desde que El doctor Ventosa consideraba al miedo una pulsión pri-
era niña. Sus manos eran suaves. Manos de escritor. Nos mitiva originada en la ignorancia. Se veía a sí mismo como
quedamos en silencio, mientras mis hijos leían alguna un hombre racional, sin temores. Sólo había algo en el mun-
aventura de Batman, deleitándose con las reliquias de un do que Íe hacía castañear los dientes y sudar frío sin con-
mundo que poco a poco iba desapareciendo. trol. Hugo Ventosa le tenía pavor a las avispas. Una fobia
así en un hombre fascinado por todos los demás insectos
resultaba casi absurda. Él solía pensar en la frase de Oscar
Wilde: "La coherencia es el último recurso de la falta de
imaginación", y a él le sobraba esto último.
El origen de su temor se remontaba a su niñez, du-
rante un viaje que había hecho su familia a la playa. Los
detalles del recuerdo se hacían borrosos conforme pasa-
ba el tiempo, las imágenes perdían la nitidez a medida que
el tiempo que separaba pasado y presente se ensanchaba.
Así, la playa visitada, el trayecto desde la ciudad al mar y
de vuelta, el hotel donde se había hospedado la familia, el
clima, lo comido y bebido se habían diluido entre millones
de recuerdos no archivados por la memoria selectiva del
doctor Ventosa.

136 137
, 1
Sólo un recuerdo permanecía archivado con precisión ,

fotográfica: era incapaz de olvidar el agudo dolor que pro-


vocó el aguijón de la avispa al hundirse en su brazo, la fría
mirada de esos ojos inexpresivos mientras vaciaban su ve-
neno habría de acompañarlo hasta la tumba. Desde ese día,
el científico le tenía pavor a las avispas.

FASE III:
I
SUEÑO PROFUNDO l'
I1
1

1,
'1
:1,
,

138
VEINTICINCO

No le es fácil al doctor Ventosa llevar a la chiquilla hasta


su laboratorio. La mocosa se retuerce, patalea, araña. Es
una criatura peligrosa. Con esfuerzos, el científico la arras-
tra hasta el elevador, maldiciendo en voz baja el haber
mandado a todos los cuerpos de seguridad, incluido el ve-
lador, a recuperar los restos del Somnirráptor. No obstan-
te, su mente se halla muy lejos de su robot y muy cerca
de la chiquilla, a la que no puede evitar seguir llamando
Mimosa.
-Qué horrorosos son los gritos de una adolescente
-piensa el doctor-o Y qué fuertes son.
Sin embargo, la ventaja del peso le pertenece al sabio,
aunque sea por un margen diminuto. Logra llevar a la chi-
ca al interior del elevador, que se cierra ante la orden ver-
bal de Ventosa.
-¡Maldita sea, ya ponte en paz! -exige el doctor, reci-
biendo por respuesta más patadas y manotazos. Él es inca-
paz de golpear a una mujer. Vaya que ha deseado hacerlo
más de una vez.

141
No es una chica fea, quizá sólo un poco rara, nota el sus guantes de piel puede sentir el sudor que ha perla-
científico, tan poco acostumbrado a detenerse a contem- do su calva entera. Levanta la vista cuando ella habla por
plar la belleza femenina. O de cualquier otro tipo. pnmera vez:
Es una muchachita alta, muy blanca, de cabello casta- -Lo que pasa -el tono de Mimosa es desafiante- es que
ño recogido en una cola y grandes ojos cafés. Quizá en su a ti te dan miedo las mujeres.
adolescencia le habría gustado. Claro, si hubiera reparado El doctor en biotecnología Hugo Ventosa, graduado
en su existencia. con honores del posdoctorado en manipulación genética
Después de lo que parece una eternidad, el elevador e investigador en jefe del área biotecnológica de Huma-
llega al piso ciento veinte, donde el robot escarabajo espe- Corp, empresa de la que es accionista, no sabe qué con-
ra a su creador. Inmediatamente, el insectoide inmoviliza testar. Por primera vez en años lo han dejado callado.
entre sus tenazas de acero a la adolescente. El doctor Ven-
tosa puede al fin respirar tranquilo.
-No la lastimes, sígueme -ordena. Al caminar, cojea.
Al llegar a su laboratorio, el científico se levanta los
pantalones para revisarse las pantorrillas. Las descubre
tapizadas de moretones. Maldice en todos los idiomas
que habla: "¡Fucking bitch! ¡Verdamte scheisse! ¡Chikushoi!
¡Vaffanculo stronza di merda! [Petit' connasse!", pero evi-
ta hacerla en su lengua madre.
-Amárrala a la mesa. Vamos a enseñarle un poco de
disciplina -dice mientras frota sus piernas adoloridas. El
robot obedece.
La chica ni siquiera parpadea. Le mira fijamente des-
de sus ataduras. Es una mirada tan intensa, que él tiene
que desviar sus ojos.
-¿De dónde sacaron a esta fiera? -piensa-o Seguro la
trajeron del mismísimo infierno.
El científico masajea instintivamente su cráneo, com<;>
hace cada vez que se siente bajo presión. Aun a través de

142 143
VEINTISÉIS

-No la podemos dejar ahí.


-¿Tú quieres regresar? Nomás de ver el edificio me
dieron escalofríos.
-Ya sabemos lo que le va a hacer. ¿Dejarías que se lo
hicieran a tu hermana?
-Yo no tengo hermanas.
-¿A tus primas? ¿A tu mamá?
-De cualquier manera, no podemos regresar.
-¿Por qué no? No hay nadie de seguridad. El viejo es-
taba solo.
-¿Y los robots?
-Sólo eran el mosquito y el escarabajo. Uno está fuera
de combate y el otro sólo sirve para cargar cosas.
-Si pudimos con uno, podemos con el otro.
-Eso fue suerte.
-Eso fue con la ayuda de Andrea.
-Es cierto. Le debemos un favor.
-Por eso les digo que no podemos dejada allá adentro.
Hoy está solo. Es nuestra oportunidad.

145
Silencio. Los cuatro se miran entre sí.
-Está bien, votemos. ¿En contra? -sólo él, Cucho, le-
vanta la mano-o ¿A favor?
La suerte está echada.
-Muy bien. ¿Alguien tiene un plan?
-Puerta trasera -dice Benito.
-¿Y después?
-Corremos, mucho. VEINTISIETE

Ornelas lleva ya varios años en la empresa. Entró muy


joven, ante la imposibilidad de ir a la universidad. Nun-
ca dejó de lamentarlo. A estas alturas sería abogado.
No le ha ido mal, llegó al cuerpo de seguridad de la
Corporación. Empezó de guardia en el edificio corpora-
tivo. Ser grandote y corpulento le ayudó. Alguien se fijó
en que no era tonto. Lo ascendieron. Después de un tiem-
po se vio tomando cursos de capacitación en seguridad in-
dustrial. Realmente se trataba de filtros: los que aproba-
ban eran llevados a otras áreas más especializadas. A los
cuerpos de élite. Antes de darse cuenta, Ornelas pertene-
cía al selecto grupo de escoltas encargado de proteger a los
altos ejecutivos de la empresa. Se convirtió en la sombra
del contador Godfrey.
Ornelas tenía una buena imagen del contador. Un hom-
bre de familia: buen padre, abuelo ejemplar. Así lo recorda-
ba de aquellas navidades que Ornelas había pasado helán-
dose en un auto de escoltas mientras el contador cenaba
con su familia. A veces, el viejo venía a darles un chocola-

147
~I,
te caliente. Casi siempre iba acompañado de un sobre con sorprendidos superiores se lo concedieron. Así, buscando
dinero. "Feliz navidad, muchachos, ya no trabajen tanto", no convertirse en un monstruo, Ornelas terminó en el de-
les decía. Todos festejaban la humorada del señor. Pero partamento de emergencias biológicas, con uniforme na-
Godfrey era uno en su casa y otro en los negocios. El ranja y máscara antigás, buscando a otro monstruo. Esta
otro tenía una colección de enemigos a muerte. Eso, le ha- noche su equipo rastrea un mosquito gigante que se ali-
bían enseñado, era asunto que a Ornelas no le importaba. menta del miedo de los niños. Al menos eso dicen las malas
Hasta el día que uno de esos enemigos apareció en el club lenguas, en los pasillos de la empresa, en los baños, en el
de golf, pistola en mano. comedor.
Tiempo después Ornelas supo que se trataba de un -¿Apareció algo? -pregunta a Juárez, el supervisor.
empresario menor al que HumaCorp había arruinado, -Negativo, señor.
quitándole hasta el último centavo de manera poco legal. -No podemos volver sin él. ¿No lo tenían ubicado por
,
Todo orquestado por el buen Godfrey. Ese día, cerca del satélite cada doce segundos? '1
, .
hoyo quince, el hombre intentó cobrarse con sangre. Or- -Afirmativo, pero la señal se perdió en el momento en ,
"

nelas hizo lo que le enseñaron a hacer. Hizo lo que mi- que se impactó contra el suelo, señor.
llones de veces había visto en las películas, lo que había -¿Tenemos algún detector biológico? ¿Alguna fero-
hecho en los videojuegos. Cumplió su deber. Sólo hasta mona que se pueda rastrear, algo?
que la pistola se quedó sin tiros se dio cuenta de que -Negativo. Nadie pensó que esto sucedería.
había matado a un hombre. De que era un asesino. -Pues a seguir buscando, nadie se va de aquí hasta que
-Te debo una, hijo -murmuró Godfrey, que no salía no aparezca ese bicho.
de su sorpresa mientras observaba el cuerpo de su agre- -Sí, señor.
sor tirado sobre el pasto, aún humeante. Juárez se aleja, dejando a su jefe solo. Ornelas sabe que I
De nada sirvieron las felicitaciones de sus jefes ni la el tabaco es malo, que es un gran riesgo fumar con una
11
compensación económica. Ornelas había aprendido algo: profesión como la suya, mas no puede evitar quitarse la I
la vida no es un videojuego. Había matado a un hombre máscara para encender un Delicado. "Uno, nomás", pien-
que era padre de alguien, esposo de alguien, hijo de al- sa al prenderlo. Disfruta con tal intensidad la primera
guien. Había acabado con una vida sin que hubiera otras bocanada 'que no alcanza a escuchar un zumbido agudo
dos de repuesto. a sus espaldas, mucho menos a ver un insectoide volador
Después de ese incidente pidió su transferencia a otro salir de una coladera para elevarse en vuelo y desplegar
departamento. A alguno donde hubiera menos acción. Sus su aguijón.

148 149
Sus auxiliares corrieron, atraídos por los gritos de
Ornelas. Al llegar al callejón sólo encontraron el cuer-
po de su jefe, convulsionándose bocabajo, con una
gigantesca herida en la espalda que sólo podría haber
sido hecha por una lanza ... o por un aguijón gigante.
Más de uno fue incapaz de reprimir un alarido de mie-
do. De no haber hecho tanto ruido, los guardias de segu-
ridad de emergencias biológicas de HumaCorp habrían
podido escuchar el zumbido de las alas del asesino de Or-
nelas mientras se elevaba, perdiéndose en la oscuridad
nocturna.

150
VEI TIOCHO

Se levantó y caminó hacia mí manoteando, como querien-


do golpearme. No lo hizo, pero jadeaba tan intensamente
que pensé que le daría un infarto en ese momento. Su ros-
tro estaba enrojecido de furia, sus dedos s~ crispaban, im-
1

potentes. .
-Maldita mocosa -repetía entre bufidos.
Había hecho enfurecer al doctor Ventosa. No sabía si
era para enorgullecerse.
-Miedo a las mujeres. ¡Yo,miedo a las mujeres! El doc-
tor Ventosa no conoce el miedo, ¿me entiendes, chiquilla?
¡No le temo a nada!
-Entonces, ¿por qué no hay chicas en el laboratorio,
por qué experimenta con puros chicos?
-Porque ... porque ...
Abrí los ojos, esperando su respuesta.
-¡Porque son más fáciles de controlar!
Puse cara de no te creo.
-Además, son más estables emocionalmente.

153
Mi cara seguía ahí. Volví a sorprenderlo. Esta vez se quedó con la boca
-¡Ah! ¡Y más hábiles para los videjuegos! abierta. Luego de unos segundos, pareció reaccionar.
Mi cara cambió a expresión de eso no es cierto. -¿Qué quieres decir?
-De veras. Te lo juro. Es que, no sé, las muchachitas es- -Me refiero a que eso de que las chicas somos inesta-
tán interesadas en otras cosas, en jugar a la casita, a las bles y no nos gustan los videojuegos es una mentira. Estoy
muñecas ... dispuesta a demostrar lo contrario.
Eso no es cierto. -¿Me estás retando?
- ...al té y hasta al doctor. Los chamaquitos siguen -Te estoy retando.
metidos en los cómics y los videojuegos cuando ellas ya Se me quedó viendo unos instantes. Cuando recuperó
dieron su primer beso. su frialdad, torció los labios en lo que él conocía como son- í :

:I
Eso no es cierto. risa y dijo:
-Bueno, a final de cuentas no tengo por qué andar dán- -¿Cuál es tu reto?
dote explicaciones. A pesar de toda tu rabia, sólo eres una Puse mi sonrisa más ingenua, entrecerré los ojos y
rata enjaulada. murmuré quedito:
-Eso sigue sin explicar el hecho de que seas soltero. -Tus juegos.
¡Bingo! Esta vez se retorció al tiempo que la cara se -¡¿Qué?!
le ponía como un tomate, las venas del cuello se le salta- +Tus videojuegos desarrollados a partir de todas esas
ban, rechinaba los dientes e intentaba hablar, produciendo pesadillas que te robaste.
únicamente balbuceos incoherentes. Al [mal se dio un fren- Primero se me quedó viendo con la boca abierta. Lue-
taza contra la pared. Hasta a mí me dolió. Eso pareció de- go dejó escapar un graznido. Después empezó a reír.
volverle la tranquilidad. Estuve a punto de preguntarle -¿Tú? ¿Jugar mis juegos? Ja ja ja ...
si le gustaban los hombres, pero me pareció mala idea. -¿Te da miedo ...
Dejé que hablara. Dejó de reírse.
-Eres ... una alimaña asquerosa ... y me ... encantaría ... -¡Ya te dije ...
coserte a puñaladas ... y chapotear en tu sangre -jadeó. - que una niñita ...
No me animé a decirle que se notaba a kilómetros que - que el doctor Ventosa .
era incapaz de hacerlo, que la violencia fisica no era su vo- - de trece años como yo .
cación. En lugar de ello, le dije: - no conoce el miedo!
-Estoy dispuesta a demostrar lo contrario. - sea mejor jugadora que tú?

154 155
-jArrrgh! -gruñó-o Está bien. Acepto. Sólo para de-
mostrarte que eres una pobre tontita, que las mujeres son
inferiores a nosotros hasta para jugar videojuegos. Si pier-
des, te conecto a la máquina de pesadillas de por vida.
+Un momento, un momento. No tan rápido. ¿Y si gano?
Le guiñé un ojo.
-¿Si ganas? ¿No ves que no hay oportunid ... i
I
i,
-¡¿Y si gano?! I

Era obvio que no estaba acostumbrado a ser cuestio- VEINTINUEVE I

nado. En eso se parecía al director de mi escuela. Il'


:I
-Si ganas ...
!
+Me dejas ir junto con los chicos que tienes soñando, Los cuatro chicos entran de nuevo por la puerta principal, :I
:I
retiras al mosquito de circulación, dejas en paz a los que encontrando el vestíbulo desierto, como la primera vez. I

se escaparon y clausuras tu mina de sueños. -¿Y ahora? -pregunta Espanto.


Por un momento desapareció toda expresión de su cara. Todos voltean a ver a Cucho.
Su boca se volvió una raya recta, perfectamente horizon- -Pues ahora subimos y la sacamos de ahí.
tal. Lo mismo sucedió con sus cejas. No obstante, su ros- -¿Ese es el plan A? -pregunta Panza.
tro se torció de pronto en una sonrisa tiesa. Si los tiburones -Ajá.
sonríen, deben hacerla así. -¿Hay plan B?
-Me parece justo. Trato hecho -alargó hasta mí el ten- -Sí, subimos y la sacamos de ahí.
táculo enguantado que llevaba por mano. Al estrecharla, -Ya mejor no preguntes por el C +tercia Espanto.
sentí sus dedos helados debajo del cuero negro. -Subamos por el elevador +dice Cucho.
+Jarnás deshecho -contesté. +Mala idea. Escaleras +interviene Benito.
-¡¿Escaleras?! -gritan todos.
-¿Sabes lo que nos vamos a tardar subiendo por las es-
caleras? -pregunta Cucho.
+No importa. Más seguro. Escaleras -y camina hacia ellas.
Se le quedan viendo, ignorando qué hacer. Benito puede
ver cosas. Puede sentirlas. Algo sabrá que ellos no. Lo siguen.

156 157
-Escaleras -dice Cucho arremedando la voz de Benito
mientras sigue al resto.
Sabe que ya no es el líder.

TREINTA

A medida que se acercaban al cuarto de la computadora


central, el edificio de HumaCorp se iba pareciendo cada
vez más el interior de un animal. Los pasillos dejaban de
ser rectos y cómenzaban a curvarse hasta convertirse en
conductos circulares que le recordaron a Andrea los bron-
quios de unos pulmones. Las habitaciones dejaban de ser
cuadradas, tomaban formas globulares que hacían pensar
en los órganos de un animal ... o algo peor. Millones de ca-
bles aparecían en las paredes para volver a sumergirse en
ellas metros después, en una disposición similar a las ve-
nas de un ser vivo. Andrea estaba segura de haber visto
algunos cables palpitar, pero no quiso cerciorarse.
Seguía al doctor Ventosa en medio de esa masa tec-
norgánica.
-¿Alguna vez oíste hablar de Dante o estabas muy ocu-
pada con los videojuegos? -preguntó el científico sin vol-
tear a verla.
-Claro. Escribió la Divina comedia. Todo mundo lo sabe.

158 159
Sin embargo, ella sabía que no era cierto. El noventa de todo, HumaCorp es como una versión grotesca de Dis~
por ciento de sus compañeros no hubieran podido respon- neylandia, ¿pero Infierno? No, no creo que ...
der esa pregunta. Por un momento, el doctor Ventosa su- Ventosa suspiró, resignado, recordando por qué no ha-
puso que los programas de literatura de las secundarias bía utilizado niñas en su experimento. Continuó callado
habían mejorado desde sus tiempos. Un segundo después el resto del trayecto, escuchando a la mocosa argumentar
decidió que eso no era posible y prosiguió: que básicamente él era un idiota.
-En ese libro, el propio Dante desciende a los infiernos
en busca de Beatriz, su amor perdido. Creo que es un buen
motivo para hacerla.
Caminó en silencio un momento, luego preguntó:
-¿Cuál es el tuyo?
-¿El mío?
-¿Cuál es tu motivo para descender al Infierno? ¿A este
infierno?
-En primer lugar, no estamos descendiendo, sino yen-
do hacia arriba. Éste es el último piso, ¿no? En segundo,
creo que el Infierno debe ser muy diferente a esto.
y, señalando una esquina, agregó:
+No creo que allá abajo haya máquinas de Coca-Cola
como ésa.
El doctor Ventosa se sintió auténticamente idiota con
su pregunta. Después de todo, él sí había estado muy ocu-
pado jugando videojuegos. Había leído a Dante Alighie-
ri en formato de cómic, en una edición de Clásicos Ilus-
trados.
-Además, si esto es el Infierno, ¿dónde están el Purga-
torio y el Paraíso? A mí todo esto me recuerda más al País
de las Maravillas de Alicia, de Lewis Carroll, o en todo
caso a uno de los libros de Oz, de L. Frank Baum. Después

160 161
TREINTA y UNO
I
!,
'1
:'
A la altura del piso diecisiete, Benito toma uno de los te- i ¡
léfonos y marca a la policía. La operadora no le cree que I

hay dos niños secuestrados en el edificio de HumaCorp.


Le cuelga.

163
TREINTA y DOS

La computadora central era una esfera de gelatina roja del


tamaño de una casa, suspendida del techo por millones de
cables, sumergida hasta la mitad en un estanque de gel
proteínico que la enfriaba y mantenía viva. En el mo-
mento que la vi, comprendí del todo el significado del
término tecnorgánico, tantas veces utilizado y tan pocas
comprendido. La bola se hinchaba y desinflaba rítmica-
mente. Después supe que estaba respirando. En su inte-
rior se concentraban millones de biochips de ADN que
procesaban información en forma de impulsos quimio-
eléctricos, con una velocidad similar a la del pensamiento
humano. El doctor Ventosa me explicó que él había dise-
ñado los procesadores centrales a partir del cerebro de un
chimpancé.
-Debe de ser muy tonta -dije.
Se puso aún más rojo, pero sólo contestó que si ponías
quinientos cerebros de chimpancés a procesar datos en pa-
ralelo, lo que obtenías era un super simio.

165
-Con la ventaja de que los chimpancés son manejables
-añadió. No hice caso a su sarcasmo. Su máquina no de-
jaba de ser un chango.
Llegamos al pie del estanque. De una terminal salían
las conexiones de varios gogles similares a los que ve-
nían con la WaRP 11. Sin decir nada, el doctor Ventosa
tomó unos, se los puso y comenzó a manipular objetos vir-
tuales en el ciberespacio. Parecía jugar con cubitos de aire
que reacomodaba frente a su espacio visual. Dentro de
poco, todas las interfaces de computadoras serán así, le di-
remos adiós a los teclados. Estaba preguntándome cómo
iba a escribir Papá sus novelas en el futuro, cuando el doc-
tor tomó otro par de gogles y me los tendió.
Al p~nérmelos, me vi en medio de un ambiente virtual
definido por gráficas sencillas. Frente a mí, el cuerpo del
doctor era dibujado por un grupo de cubos y esferas que
flotaban en el aire. Al ver mis manos, descubrí que cada
una de ellas, al igual que mis antebrazos, era un prisma
monocromático sin dedos. Alrededor nuestro, el horizon-
te se extendía hasta el infinito. El piso era un tablero de
ajedrez que se perdía en todas direcciones. Hacia arriba
no se distinguía techo ni cielo, sólo el vacío.
-Qué gráficas tan pobres -pensé.
-Bienvenida a mi pesadilla -dijo él, como si hubiera
leído mi mente.

166
FASE IV:
MOVIMIENTO OCULAR RÁPIDO
TREINTA y TRES

Oscuridad. La más profunda de las negruras que haya vis-


to jamás. Sentí que flotaba en medio de un océano de tin-
ta. No podía distinguir arriba de abajo. ¿Estaba dando
vueltas? Estiraba las manos sin encontrar nada. No sen-
tía mi peso sobre los pies.
Primero oí la música. Una tonadita infantil, como de
carrusel, que habría de sonar todo el tiempo. Por momen-
tos podía ser enloquecedora. Luego, la luz brillante las-
timaba mis ojos.
Cuando me pude acostumbrar, descubrí que estaba en
el suelo, en posición fetal. Era yo misma, al ver mis manos,
mis brazos, mis piernas, reconocía mi propio cuerpo, ves-
tido con el peto y las botas de casquillo con los que había
salido de casa esa misma mañana, que ahora parecía tan
lejana.
Levanté la vista. El doctor Ventosa, una réplica virtual
de él, me observaba sonriente. Me incorporé. Alredor de
nosotros no había nada. Nos rodeaba un vacío brillante,

171
pero supuse que no se podía confiar en nada, así que nadé
blanco por todos lados. Imposible saber si estábamos en-
hacia un bote. Esta vez, con la energía tan alta, nadar en-
vueltos en una esfera o si el terreno se extendía horizon-
tre las pelotas fue aún más fácil que hacerla en agua. Me
talmente.
deslicé sobre el mar multicolor hasta llegar al bote. De
-¿Dónde estamos?
reojo vi la aleta nadar hacia mí, pero logre llegar primero
-La primera regla: no hay preguntas.
a la lancha. Apenas me subí, supe que haría mi paso por
Sentí miedo.
ese nivel mucho más fácil. Bastaba mover el timón en la
-Un mundo, tres vidas, varios niveles -comenzó a de-
dirección deseada para que el bote avanzara. Ahora sí fui
cir el doctor Ventosa-, cada uno de ellos con diferentes
por el cofre del tesoro. Al hacerlo, el tiburón de goma salió
pruebas, progresivamente más difíciles. En cada uno de
del mar y atacó mi transporte. Sus dientes eran de verdad.
ellos hay un enemigo a vencer. El más poderoso está al
Ponchó mi lancha de goma que, desinflándose, se hundió
final. Lo enfrentarás, si es que llegas. Hay tesoros escon-
en segundos. Alcancé a brincar en dirección contraria al
didos, también trampas. Buena suerte. .
animal, alejándome del cofre.
Tras decir esto, su cuerpo comenzó a disolverse en mi-
Me así de nuevo a la boya, supuse que ahí estaría se-
llones de esferas multicolores de distintos tamaños que
gura. Fue cuando descubrí, a lo lejos, una auténtica isla del
iban cayendo y rebotando por todos lados. Parecía que se
tesoro. Era claro, había que llegar ahí. ¿Cómo iba a evitar
fuera deshaciendo de la cabeza a los pies. Pronto, las esfe-
al tiburón? Supuse que recolectando objetos.
ras inundaron el espacio entero, formando un mar de pelo-
De nuevo me lancé a nadar. Lo primero que alcancé,
titas. Era el primer nivel.
apenas evitando al depredador, fue una cajita de regalo.
Empezaba a hundirme. Debía hacer algo. Nadé. Era
Dentro habían algunas monedas que me dieron puntos y
difícil moverse en ese medio, patalear y manotear reque-
un martillo. Seguí nadando. Esta vez buscaba una estre-
rían de mucho esfuerzo. Se me estaba agotando la ener-
lla. Vi la aleta venir hacia mí. Preparé el martillo. Cuando
gía cuando descubrí frente a mí algo que flotaba. N~d~hacia
el animal sacó su cabeza del agua para morderme, golpeé
allá. Era una boya. Me aferré a ella. Al hacerlo, mi mvel de
con fuerza su morro. Al hacerlo, el martillo se hizo más pe-
energía, representado por una barra horizontal, subió.
queño. El tiburón se fue llorando. Volvería más enojado.
Desde la boya vi cientos de objetos que flotaban entre
La estrella me dio energía, con lo que el nado se hizo
las pelotas: cofres de tesoros, botes, cajitas de regalo, es-
más fácil. Fui por el cofre. Lo alcancé sin dificultad. Den-
trellas, todos ellos parecían juguetes inflables de goma.
tro había una aguja. No me quedó duda de para qué ser-
Iba a lanzarme sobre un cofre cuando descubrí una aleta
vía. Nadé hacia la isla sin prisa. Cada vez que mi nivel de
de tiburón rondando. También parecía un juguete inflable,

173
172
energía se reducía, tomaba una de las estrellas. Si se me
acercaba un pez o un pulpo, lo golpeaba con el martillo,
que decreció con cada golpe hasta que desapareció. En
ese momento, aparecieron una nueva lancha y el tibu-
rón, el cual se acercó a mí más rápido que antes. Estaba
enojado.
Yo estaba subiendo a la lancha, tenía medio cuerpo
dentro, cuando me atrapó la pierna. He sentido golpes en
otros juegos, sin embargo, esto era dolor auténtico. Sen- TREINTA y CUATRO
tí cada uno de sus dientes clavarse en mi pierna y apretar
para jalarme hacia abajo. Mi nivel de energía descendió
rápidamente. Por más que buscaba, no podía hallar mi agu- En el piso veintinueve, Benito toma otro teléfono para lla-
ja. La barra de energía llegó a cero. Todo se oscureció en mar a los bomberos y decir que el edificio de HumaCorp
una explosión de dolor. Había perdido mi primera vida. está en llamas.
Iba a ser más difícil de lo que pensé. -Ah, ¿sí? ¿No es muy tarde para andar haciendo bro-
mitas, niño? -dice la operadora.
Benito cuelga.

174 175
TREINTA y CINCO

-Hay que jugar con sabiduría -solía decir Papá cuando nos
sentábamos a jugar Scrabble.
-Hay que ser analíticos -decía Mamá.
Opté por una combinación de los dos. Esta vez fui por
la lancha e inmediatamente me lancé por la aguja. Al ti-
burón no le di tiempo ni de aletear. Luego me lancé a la
isla lo más rápido que pude. En el camino fui recolectan-
do todos los regalos que pude, así me hice de un mapa de
la isla.
-¿Una isla del tesoro? -pensé mientras bajaba a tierra
firme-o Es una idea muy pobre para un videojuego, muy
infantil...
Claro. Era el juego de plataforma, el que lanzarían con
la consola para que la gente se fuera familiarizando con ella.
Regularmente eran juegos de tipo infantil, muy colo-
ridos. Violentos, si bien poco siniestros. El muy maldi-
to me había puesto a prueba con el juego más sencillo.
Idiota.

177
Pensaba en ello cuando vi venir corriendo hacia mí a A los que no los partía a la mitad, les rebanaba un brazo
un caníbal aullante, de piel impasiblemente negra, peina- o les cortaba la cabeza. Con esa máquina era invencible.
do de rastas, con un collar de huesos. No lo pensé, hice lo Cuando vi al último de ellos caer muerto, volteé a ver el
que todo jugador de videojuegos haría: lo ataqué. Utilicé rastro de sangre que dejé en la playa. Sentí asco.
el martillo. Al golpearlo, desapareció. De inmediato, otro
idéntico lo sustituyó. Pensé en brincar sobre él. Lo hice,
salté y caí en su cabeza. Desapareció justo en el momen-
to en que otros dos caníbales venían a atacarme. Avancé
en dirección a ellos. De vez en cuando, me encontraba en
el suelo estrellas de energía o cajas con monedas. Los ca-
níbales atacaban en pares o en tríos, eso complicaba las
cosas y me bajaban energía. Utilicé todos los regalos que
había encontrado en el mar: un rodillo para amasar pan,
una corneta cuyo ruido los disolvía, pero pronto gasté
todas mis armas.
Pensé en las palmeras. Salté a la punta de una de ellas,
le arranqué los cocos y los lancé a los caníbales. Resultó
un arma eficaz hasta que encontraron la manera de serru-
char la palmera. Tuve que saltar a otra. Más cocos. ¿Cómo
no pensé en eso antes?
Por lo visto, ellos aprendían de mis movimientos. En
poco tiempo empezaron a lanzarme piedras. Cada golpe
me bajaba energía y, lo peor de todo, cada impacto dolía.
Descubrí entonces una caja enterrada en la arena. La caja
parpadeaba, lo que significaba que desaparecería pronto.
Salté hacia ella. Tuve que pelear con varios caníbales an-
tes de alcanzarla, pero lo logré. Era un regalo: una moto-
sierra. Me pareció demasiado violento, pero al verlos venir
en manada la usé para atacarlos. ¡Wow! Caían en pedazos.

178 179
TREINTA y SEIS

El doctor Ventosa sonríe. Su rostro no está acostumbra-


do a hacerla; revela unas encías encarnadas, la dentadura
amarillenta. La chica tiene dificultades con el juego. La
isla, así se llama, no está acabado de programar. Es una
versión beta.
-Quiero -había dicho el doctor en una junta con sus
programadores- un juego que inicialmente parezca ino-
cente, infantil, que se vaya complicando hasta convertirse
en lo que es: una pesadilla.
Todos contestaron que sí. Ahora, Mimosa terminó la
primera fase. Está a punto de encontrarse con el primer
enemigo fuerte. Si lo vence, estará en el segundo nivel...
sólo si lo vence. El doctor Ventosa sigue sonriendo.

183
TREINTA y SIETE

Llegué a un claro de la selva donde había un tótem. Des-


plegué el mapa de la isla. Cuando hacía eso, el juego se
detenía. Lo estudié con cuidado. Señalaba el lugar donde
estaba. Tenía que subir por la montaña hasta la nieve.
-Qué raro -pensé-, los tótems son canadienses, no afri-
canos. y no podría haber nieve en un clima como éste.
No a tan baja altura.
Era un juego basado en sueños. Supuse que la lógica no
reinaba aquí. Guardé el mapa. Iba hacia la montaña cuan-
do el tótem cobró vida. Brincó de su base hacia mí, des-
plegando ocho brazos. Instintivamente le di una patada.
Respondió con un golpe que esquivé. Volvió a la carga,
pero ya lo esperaba. ¿Dónde estaba mi motosierra? El
tótem giró sobre su eje y vino a mí como un torbellino de
golpes. Alcancé a brincar a tiempo. Todo era como una
vieja caricatura que se hubiera desquiciado. Llegué hasta
una palmera y arremetí a cocazos contra el tótem, que re-
trocedió. Uno de los cocos estaba lleno de monedas que

185
me dieron puntos. Recordé mi energía, mi nivel estaba muy que si te caes puedes morir, aunque sea en un videojuego.
cerca del límite. Tenía que hacer algo. Sólo se me ocurrió Yo lo había rebasado hacía mucho cuando apareció el pri-
brincar sobre el tótem. Al hacerla, destruí una de sus ca- mer alacrán. Salió de una piedra donde apoyaba la mano.
ras, lo que me dio como regalo una estrella que repuso algo Un escorpión chiquito, negro. Cuando lo sentí caminar
de energía. Volví a intentarlo. Me recibió a golpes. Cada por mi mano se me anudó la boca del estómago. Lo nor-
uno de ellos mermó un poco mi nivel energético. Salté mal hubiera sido agitar la mano. Claro, me hubiera caído.
a otra palmera para volver a atacar. Encontré una estrella En lugar de eso me quedé quieta, sintiendo el viento re-
entre los cocos. Él me lanzó flechas. Yo volví a caerle enci- frescar mi espalda al tiempo que el pulso se me aceleraba.
ma. Esta vez destruí otra cara; al hacerla, el resto de ellas Cuando el bicho se fue, seguí subiendo.
se separararon. De pronto me atacaban seis enanos de ma- Apareció entonces una tarántula en mi pierna derecha.
dera, cada uno golpeándome o lanzándome dardos enve- Un ciempiés se deslizaba por mi antebrazo. Esperé a que
nenados. Tuve que activar la motosierra. En segundos, se fuera~ antes de continuar. Subí otro poco antes de es-
estaban hechos astillas. Al terminar, la sierra desapareció. tar completamente cubierta de insectos venenosos.
Había cumplido su función. Tenía la vía libre para la mon- Sentir cientos de patitas deslizarse sobre tu cuerpo
taña. No empecé a escalarla de inmediato. El corazón me cuando estás suspendida a veinte metros del suelo puede
golpeaba el pecho. Sudaba a mares. Me estaba cansando. volver loco a cualquiera. Yo recordaba las palabras de Papá:
"Hay que jugar con sabiduría ... hay que jugar con sabidu-
ría ... hay que jugar con sabiduría ...", y las repetía para dar-
La escalada era en vertical, sobre una pared de piedra. Lo me fuerza. Cada vez que me dejaban libre volvía a subir un
único que sabía era que tenía que mantener siempre tres poco más, sólo para volver a quedar cubierta de alimañas.
puntos de apoyo al mismo tiempo. Se trataba de un risco Tenía los brazos engarrotados, las piernas me dolían,
alto, que se perdía de la vista hacia arriba. No obstante, el nivel de energía seguía bajando. ¿Cuánto más tardaría?
no se veía que hubiera más peligro que una caída. Eso Estaba cubierta de arañas cuando sentí el primer picotazo.
qUise pensar. En unos minutos, mi cuerpo era el escenario de una bata-
Los primeros metros siempre son los más fáciles. Sabes lla entre insectos y aves. Decidí que lo más sabio era llegar
que si saltas, el suelo no tardará en llegar a ti, que será un arriba cuanto antes.
golpe leve, que podrás reponer te rápido. Hay un punto, Es difícil escalar en vertical una montaña llena de es-
sin embargo, que al super arlo te das cuenta de que no corpiones y tarántulas de las que se alimentan buitres y
estás bromeando, que vas subiendo una pared de piedra, cuervos. Difícil, no imposible. Cuando llegué a la cima

186 187
pude al fin agitar los brazos, espantar a los avechuchos y
sacudirme de bichos asquerosos. Volteé a ver el precipicio.
Me mareé. Caí sobre la nieve, que no estaba fría. Suspiré.
¿Por qué estaba haciendo todo esto? Si perdía, tendría que
vivir en una pesadilla eterna. ¿Valía la pena? ¿Por qué no
me podía quedar callada cuando era prudente? ¿Por qué
no había dejado solos a esos niños cuando tuve oportuni-
dad? No tuve tiempo de pensar en las respuestas. Desde
algún lado, alguien me disparaba. TREINTA y OCHO

+No subo un escalón más -dice Espanto. Panza se le une,


en muda solidaridad. Benito voltea a verlos. Hubiera de-
seado pedirles que no lo abandonaran, no tan cerca del
final, que aguantaran un poco más, que resistieran, mas
Benito sabe que hay cosas que no se pueden cambiar. Su-
ceden"sin porqués.
-Muy bien -dice suavemente. Cierra sus ojos de largas
pestañas por un momento, buscando entrever lo inmedia-
to, saber si sus amigos estarán bien. Cuando está seguro,
los abre y observa a Cucho con la más dulce de las mira-
das. No tiene que preguntar "¿Vienes?". Cucho siguejun-
to a él, escaleras arriba. Van en el piso cuarenta y siete.

188 189
TREINTA y NUEVE

Había dejado atrás al francotirador que viajaba en globo


aerostático y escapado del monstruo con miles de ojos y
tentáculos que acechaba en un lago que debía atravesar
para llegar al otro lado de la montaña. Me había arras-
trado por túneles cavernosos infestados de monstruos y
eliminado al dragón que esperaba al final de la cueva. Lo-
gré recolectar cientos de monedas y estrellas de energía.
Incluso había encontrado una vida extra escondida tras
una estalactita en las cavernas. Había salido de las cuevas;
estaba en el borde de la cima. Hasta ahí llegaba mi mapa.
¿Dónde estaba el tesoro?
A lo lejos se veía el mar de pelotas, que se perdía en el
horizonte hacia donde volteara. Estaba cansada. Tenía
sueño. En ese momento hubiera deseado dormir, aunque
tuviera que soñar una pesadilla. Entonces apareció el doc-
tor Ventosa. Descendió del cielo, al principio pensé que.
como un ángel alado. Al verlo bien, noté que las alas eran
de libélula.
-Has llegado muy lejos -dijo con voz estruendosa.

193
No contesté. Lo miré, buscando algo en sus gafas negras, algún ras-
-Estoy sorprendido. tro de humanidad, pero sólo vi mi reflejo.
Me le quedé viendo fijamente, con cuidado de que nin- -Doctor ...
guna expresión traicionara mi rostro. Por lo visto, él no -¿Sí?
sabía qué decir, no esperaba esta frialdad. -Debo decirte ...
-Eh ... como te dije, te queda un enemigo a vencer. El -Dime, dime.
peor de todos. - ...que tú podrás ser un genio de la biotecnología ...
Silencio. -Gracias.
-Es ... es sorprendente que lo hayas ... logrado. - ...pero tus juegos son una mierda.
Más silencio. Sin esperar respuesta me lancé por la colina nevada,
-Quiero decir ... eh ... dejando atrás al sabio, con el enemigo final esperándome
-¿Qué? allá abajo.
-Eres ... eres una gran jugadora.
Lo observé detenidamente unos segundos; podía ver
que estaba muy nervioso. Sabía que estaba a punto de
perder. Estiró su mano hacia mí, ofreciéndome un apre-
tón de manos no requerido.
-¿Amigos?
-¿Qué significa eso?
Se me quedó viendo sin retirar la mano.
+Te estoy ofreciendo una alianza. Si tú me ayudas a
desarrollar juegos, yo te dejo libre. Dejo también ir a tus
amIgos.
-Ah, á si no quiero?
Esta vez fue él quien guardó silencio. Después de una
pausa muy larga dijo:
-Entonces ... entonces tendrás que enfrentarte con el
último enemigo, allá abajo. Créeme, no tienes oportunidad
contra él.

194 195
CUARENTA

-¡Nooo! -aúlla el doctor Ventosa en el mundo real, con los


gogles puestos.
-¡Nooo! -le imita su réplica virtual en el juego, mien-
tras la de Andrea se le escapa ladera abajo.
Pronto la niña comprende la lógica del juego y logra
deslizarse sobre sus pies sin necesidad de esquís. En sólo
unos segundos domina la técnica y se mueve como si hu-
biera jugado este juego toda su vida. Eso es lo que aterró
al científico. Andrea puede sentir el viento frío besar su
rostro. A lo lejos, la playa se acerca a ella con velocidad.
Ella extiende los brazos como un avión; ríe mientras des-
ciende. Cierra los ojos. Por un segundo es como si no
existiera futuro ni pasado, como si estuviera congelada
eternamente en ese descenso vertiginoso en un mundo
virtual, generado por la computadora central de una mul-
tinacional voraz, capaz de tener seis niños secuestrados
soñando pesadillas todo el tiempo. Por un instante eterno,

197
nada importa. Andrea vuelve a abrir los ojos a tiempo para El doctor Ventosa observa, confundido. En el juego, el
perder velocidad y llegar a la playa arenosa deslizándose robot baja su mano, confundido.
con suavidad. Puede sentir la contradictoria brisa marina -No me dan miedo los escorpiones, ni los monstruos
que acaricia su cara donde segundos antes lo hacía el vien- de los mares, ni los dragones, ni los trolls, ni las arañas, ni
to helado de montaña. Ríe. Ríe hasta que ve aparecer al los ciempiés. No le temo a los robots asesinos, ni a las ser-
enemigo. pientes, ni a los dinosaurios carnívoros, ni a los tiburones.
El monstruo emerge del mar de pelotas, esferas colo- Las pesadillas son sueños que se desvanecen en cuanto
ridas le escurren por todos lados. Su cuerpo escamoso re- despierto, están hechas de vapor y humo.
tiembla a cada paso que da. Su rostro no tiene forma, por La programación del robot nunca contempló esta po-
momentos semeja un reptil, a ratos parece un lobo. Avan- sibilidad. Intentaba procesar la información. No estaba
za hacia ella. Sus ojos, dos faros rojos, destellan rítmica- listo para esto.
mente. Los brazos son un par de tenazas que, de ser reales, -No temo a la oscuridad, ni a los rayos que desgarran
podrían levantar un auto cada una sin dificultad. En me- el cielo en medio de la noche, ni a las almas en pena, ni a
dio de su pecho, una pantalla de televisión proyecta imá- los hombres lobo, ni a los marcianos, ni a los monstruos
genes robadas directamente de las pesadillas de los niños. de ningún lago, ni a los perros rabiosos, ni a los seres que
En ella, un cocodrilo ataca a una niña en la bañera, cien- se esconden en mi cabeza durante el día para poblar mis
tos de serpientes salen de la boca de la mamá de otro chi- pesadillas por la noche.
co y los seres más atroces acechan en la oscuridad apenas Lo primero en fallar fue el monitor del robot, la ima-
se apagan las luces. La pesada máquina avanza, chasquean- gen se llenó de interferencia. Luego se oscureció defini-
do sus tenazas. En su pecho, un enjambre de jeringas ala- tivamente. .
das ataca a dos hermanos gemelos. El robot abandona el -No temo a la guerra, ni a la soledad, ni a llenarme de
mar. Va hacia Andrea, dispuesto a atacar. Se para frente a arrugas y verme encanecida. No me dan miedo los críme-
ella sin que la chica haga nada. Levanta una tenaza, dis- nes en las ciudades. No le temo al futuro, por negro que
puesto a golpearla, cuando ella le dice: se vea desde aquí, no me da miedo subirme a los aviones.
-No me das miedo. No temo crecer y tener hijos, ni quedar me viuda. No me
El robot se paraliza. Queda confundido unos segundos. da miedo la guerra bacteriológica, ni el terrorismo. No
Intenta volver a atacar cuando ella añade: temo a las alturas, ni a las multitudes, y menos le tengo
-Inspiras más risa que temor. miedo al doctor Ventosa, que es un pobre diablo incapaz

198 199
de hablarle a una mujer, temeroso del menor contacto con Silencio. Andrea se inclina para ver si respira. El movi-
nadie y que por eso se esconde detrás de sus ridículas miento es rápido, en menos de un segundo el doctor Ven-
gafas de soldador. tosa tiene atrapada a Andrea entre sus brazos. La aprieta
Es suficiente. El robot queda paralizado antes de co- con tal fuerza que ella no puede patalear. (
lapsarse. Los cubos que forman su cuerpo se desprenden -¡Al fin te tengo, hija de Satanás! -dice mientras se in-
uno por uno hasta tapizar la playa de bloques de metal corpora con la flexibilidad de una anguila-o ¡Mala zorra,
negro. El viento se detiene y en unos segundos todo, me- parida por veinte lobos!
nos Andrea, se paraliza en ese mundo virtual que pierde -¡Déjame, idiota, enfermo! -grita ella, que puede sentir
sus colores al tiempo que el cielo se desploma en pedazos, la inquietud morbosa que le provoca al doctor el abrazarla.
mientras una luz enceguecedora lo llena todo. -Se acabó, serpiente. ¡Perdiste!
Lo siguiente que ve Andrea son los pies del doctor Ven- +No es cierto, le gané a tu juego bananero. Puedes ro-
tosa en el cuarto de la computadora central. Ella está en el bar cientos de pesadillas y eres incapaz de hacer videojue-
suelo. Se ha quitado instintivamente los gogles mientras gos decentes.
el sabio los conserva puestos, gritando y manoteando -¡Cállate! Perdiste porque aquí las reglas las pongo yo.
por todos lados. Finalmente Ventosa resbala y cae al sue- Te di una oportunidad que despreciaste, ahora dormirás
lo, callando inmediatamente. Por unos segundos el cien- eternamente un sueño intranquilo. Te conectaré para siem-
tífico no se mueve, parece no respirar. Andrea lo observa, pre en la máquina de pesadillas, sólo para lanzarte al alma-
sin saber qué hacer. Ganó, Venció en el juego. Aun así, no cén hasta que te mueras de inanición, te voy a...
sabe qué hacer. ¿Qué hora será? ¿Có~o se metió en este Andrea le escupe a la cara, interrumpiendo su discur-
embrollo? so. El doctor Ventosa limpia su rostro con el dorso de la
Quiere huir de ahí, salir de esta locura y volver a casa mano derecha, maldiciendo por lo bajo. Enseguida la le- .
de Mariana antes de que amanezca. Desea escapar de esta vanta para abofetearla.
pesadilla y volver a su vida normal, mas no puede aban- -Eres una ...
donar al hombre ahí tirado. Camina hacia él. Ló toca con -¿No te enseñaron que a las mujeres no se les toca ni
la punta de su bota sin que se mueva. con el pétalo de una rosa?
-¿Doctor? El doctor Ventosa levanta la vista, buscando al dueño
No hay respuesta. de la voz infantil que lo cuestiona. Su cara no puede ocul-
-¿Doctor Ventosa? tar la sopresa al encontrarse frente a Benito.

200 201
-Ah, el más pequeño de mis hijos -dice, imitando una +No están aquí -dice Benito-, ¿no les dijiste que no vol-
sonrisa-, así que vuelves a casa. Una acción valiente, si vieran sin los restos de tu robot mosquito? Pues ella fue
bien estúpida, hijo -y avanza hacia el niño, con la chica la que lo derribó.
entre los brazos. Andrea sonríe mientras se incorpora. Los seis adoles-
-No sea tan valiente. No vengo solo. centes y el niño rodean al sabio, que se sabe acorralado.
En la puerta aparece Cucho, con un palo de golf en las Retrocede hasta que su espalda se topa con el ventanal
manos, seguramente robado de la oficina del gerente. Por desde el cual se ve la ciudad entera. A lo lejos, el sol co-
un segundo, Ventosa se detiene. Cuando retorna confianza mienza a asomarse por el horizonte. El doctor Ventosa se
y vuelve a avanzar, una tercera voz suena a sus espaldas. para muy derecho. Engarrota las manos como un pisto-
-Buenos días, doctor. lero a punto de desenfundar, volteando su cabeza de bui-
El científico voltea para descubrir a unos metros de su tre hacia todos lados. Los chicos cierran el círculo a su
espalda a Don Gato, el mayor de los seis. Lo han desper- alrededor.
tado tras soñar pesadillas por semanas. La furia en sus -¡Basta! -grita el científico, desenfundando una pistola.
ojos no se puede disimular. Es un revolver de agujas, desarrollado en el área mili-
-No se olviden de mí -interviene alguien más. Ventosa tar de HumaCorp. Una descarga puede lanzar hasta tres-
tuerce el cuello a la derecha. Ahí está Demóstenes, el peor cientos alfileres, desgarrando piel y hueso como si fueran
de todos, el más revoltoso, recién rescatado de la máqui- de papel.
na de sueños, con un bat en las manos. -¡Atrás! +ordena-. Se acabó su jueguito -dice, balan-
-¿Se creen muchos? -desafía el científico. ceando la pistola de uno a otro de los chicos-o Todos us-
+Aún no. Un segundo, por favor -contesta Benito. tedes van a volver a las máquinas de pesadillas, esta vez
Como cronometrada, un segundo después, la puerta con seguridad redoblada. En cuanto a ti, mocosita.,
del elevador se abre. Entran Panza y Espanto con armas No acaba la frase. Lo que sigue es una sucesión de even-
improvisadas en sus manos. tos tan rápida que termina antes de que la mayoría de ellos
+No podíamos dejarlos solos -dicen al mismo tiempo. se dé cuenta de que inició. Por la puerta del salón, un ro-
+Lo sabía -contesta Benito, sonriente. bot insectoide entra zumbando sus grandes alas de gra-
El doctor Ventosa está rodeado. Sólo alcanza a soltar a fito. Es un avispa gigantesca que parece buscar al doctor
Andrea, que cae al suelo, para tomar su radio del cinturón: Ventosa. En lo más profundo de su cerebro, un viejo re-
-¡Seguridad, seguridad! -grazna sin obtener respuesta. cuerdo vuelve del cementerio del olvido. La imagen de

202 203
aquellos ojos sin emociones que le observaban mientras llegó al final, sin vidas extras ni letreros de GAME aYER
el aguijón se hundía en su carne llena de terror al doctor parpadeando en la pantalla.
Ventosa, que no reconoce a su obra maestra, al ladrón de Un segundo después, su cuerpo estalla contra la ban-
sueños, al Somnirráptor. queta, ante la mirada confundida de siete chicos que lo
De tener boca, el robot diría: "Papá, Papá, he vuelto. observan desde ciento veinte pisos arriba.
Tuve una caída casi mortal, pero me programaste como
una máquina inteligente, Papá, y mira, reparé mi cuer-
po. No sólo eso, lo mejoré. Mírame, Papá, he superado tu
propio diseño, ahora soy una avispa, un insectoide inven-
cible. No habrá quien se me enfrente, Papá, no habrá quien
se atreva a treparme para volar sobre mí. Lo logré, Papá,
volví de entre los muertos ...''.
Pero el ladrón de sueños no tiene boca. Muy tarde com-
prende el inconveniente de esa carencia, cuando una rá-
faga de agujas, disparada por su creador, víctima del más
irracional de los miedos, atraviesa su cabeza y tórax, des-
garrando a su paso órganos vitales y el procesador cen-
tral, sin el cual la vida se escapa del insectoide junto con
los fluidos lubricantes que escurren por todos lados. Su
carcasa inerte se desploma al tiempo que el retroceso
del arma empuja al doctor Ventosa hacia atrás, proyec-
tándolo contra el gigantesco ventanal, que se hace añicos
con el impacto del cuerpo del científico, quien cae al vacío
acompañado de una lluvia de cristales que semejan dia-
mantes.
Lo último que sale de la boca del doctor Ventosa no es
una frase célebre, como hubiera deseado, sino un alarido de
terror al darse cuenta, en medio de la caída, de que su vida

204 205
DESPERTAR
CUARENTA MÁS UNO

Lo que siguió después de la caída del doctor Ventosa se


confunde con sueños en mis recuerdos. Sólo hasta muchos
años después pude poner algo de orden en los hechos que
intentaban esconderse entre las nieblas del olvido. Recuer-
do que nadie dijo nada por varios minutos. Que fue Benito
el que rompió el silencio, nos dijo que huyéramos de ahí.
Cuando salimos del elevador, en el lobby aún no había na-
die. Todos estaban buscando los restos del Somnirráptor.
¿Cómo los iban a encontrar, si estaban de vuelta en el úl-
timo piso de su propia empresa?

Corrimos. Recuerdo que corrimos mucho tiempo, como


huyendo del amanecer. Cuando llegamos a un parque, Be-
nito le dio una tarjeta a cada quien. Las había tomado del
archivo del doctor Ventosa.
-Tu nombre es Roberto, vives en la calle fulana, en el
número tal, tus papás son Zutano y Mengana, te secues-

211
traron el día tal de tal mes en tal salón de maquinitas de Cuando desperté, estaba de nuevo en la recámara de Ma-
videojuegos +iba diciéndole a cada uno. riana. Las dos teníamos la ropa puesta. Ella estaba sobre
Ellos, al oír sus verdaderos nombres, parecían recu- la cama, yo en el suelo. Abrí los ojos justo a tiempo para
perar la memoria. Cuando llegó a Demóstenes, levantó verla despertar.
los hombros. -Buenos días -dijo con voz algodonosa.
-Lo siento. Sólo sé que te llamas Juan. Sin padre ni ma- -Hola -contesté.
dre. Te levantaron de la calle, donde vivías desde antes. +Tuve una pesadilla +me dijo.
Demóstenes quiso llorar. Lo evitó, sólo dijo: -Sí, ya lo sé.
-Demóstenes me gusta más -tras lo cual echó a cami- No hablamos más de ello.
nar hasta perderse de vista.
-Vayan a sus casas, sus papás los esperan. Cuenten
todo, que esta historia se sepa, que no la sepulte el silen- Volví a casa. A partir de ese día, la escuela no me pareció
cio -ordenó Benito. tan mala. Es más, comencé a ir con gusto. Mi amistad con
Todos se separaron, cada uno en dirección de su casa, Mariana se fue enfriando hacia el final del año. En el cur-
de sus recuerdes recuperados. Sólo nos quedamos Cucho, so siguiente ya no nos tocó juntas. Ni en el último año.
Benito y yo. A las pocas semanas, estalló el escándalo. Cinco fami-
-¿Y ustedes? -pregunté. lias acusaban a HumaCorp de haber secuestrado a sus hijos
+Nosotros te llevamos a casa -dijo Cucho. para perpetrar experimentos atroces. Vinieron demandas
que los abogados de la empresa no pudieron detener. Fue
un proceso legal muy largo, pero tras varios años las fa-
No recuerdo el trayecto, pero sí recuerdo que cuando lle- milias de los chicos ganaron el juicio. Desgraciadamente,
gamos a la puerta del edificio de Mariana le pregunté a no había a quién encarcelar. Años antes, el orquestador de
Cucho: todos los experimentos había muerto, lanzándose por una
-¿Esto es todo? ventana del último piso del corporativo de la empresa, en
+No -contestó Benito por él-, volverán a verse, pero medio de misteriosas circunstancias. Ninguno de los de-
ahora tenemos que irnos. mandantes se llamaba Don Gato, Cucho, Panza, Espanto
Me quedé viendo los ojos de Cucho. Por un instante, o Benito.
por un segundo tan sólo, pude ver la eternidad reflejada
en sus pupilas.

212 213
A Demóstenes jamás lo volví a ver. no nos veíamos, la vida nos había llevado por caminos di-
ferentes.

La consola WaRP II, el sistema de videojuegos más exito-


so de la historia, fue retirada de inmediato del mercado. Los Mamá murió primero. Papá vivió muchos años más. Al-
equipos vendidos fueron recogidos por la empresa, indem- canzó a ver a mis hijos con la edad que yo tenía cuando
nizando a los compradores, lo que puso a HumaCorp en fuer- me enfrenté al doctor Ventosa. Poco antes de morir, en
tes aprietos financieros. La empresa se retiró del negocio la cama del hospital, me pidió que me acercara a él. Me
de los videojuegos. Otras ocuparon su lugar. dijo al oído, muy quedito:
-La vida es un sueño. Llegó la hora de despertar.

La epidemia de pesadillas desapareció de forma tan miste-


riosa como había llegado. Nunca nadie logró explicarla sa- Sucedió a la orilla del mar, cuando llevamos a esparcir las
tisfactoriamen te. cenizas de mi papá. El sol brillaba furioso mientras la bri-
sa marina soplaba, refrescándonos. Alquilamos una lan-
cha que nos llevó hasta mar abierto, donde abrimos la urna
Seguí jugando videojuegos, aunque poco a poco dejaron y dejamos que el aire se llevara a Papá con él. Cuando re-
de interesarme. Acabé la secundaria, terminé la prepa en gresamos a la costa, Francisco me dijo:
otra escuela y seguí los pasos científicos de Mamá, gra- -¿Sabes por qué me enamoré de ti?
duándome en Biología. Dediqué varios años de mi vida a -¿Por mi inteligencia prodigiosa, por mis piernas lar-
la investigación de los hongos mucilaginosos. Luego co- gas y por ser hija de tu escritor favorito?
nocí a Francisco. Estudió Letras y había crecido leyendo -No. En primer lugar, por ser una magnífica jugadora
las novelas de mi papá. El día que se conocieron, Francis- de videojuegos.
co lloró de la emoción. Mi papá también. -¿Videojuegos? ¿Cómo sabes? Hace años que no ...
-En segundo, por haber visto la eternidad reflejada en
tus ojos durante un segundo.
Años después nos casamos y ahora tenemos dos hijos. Me quedé muda. Sólo hasta ese momento, quince años
Uno se llama como mi papá, el otro como el papá de Fran- después de casados, me di cuenta. Hasta entonces lo re-
cisco. Supe que Mariana se casó, pero para entonces ya conocí ..Benito tenía razón.

214 215
Le di un beso largo, acaricié su cara, y lo llamé por su
nombre verdadero, aquel con el que lo había conocido,
veinte años atrás:
-Cucho.
Él sólo sonrió, dejando entrever su rostro de niño en la
cara de adulto, mientras la lancha avanzaba hacia la playa.
-Mimosa -dijo tras un momento.

216
ÍNDICE

CERO, 15

FASE 1:
SUEÑO LIGERO

UNO, 19
Dos, 25
TRES, 29
CUATRO,33
CINCO, 41
SEIS, 45
SIETE, 49
OCHO, 53
NUEVE, 59
DIEZ, 67
ONCE, 75
DOCE, 79
TRECE, 81

FASE II:
BLOQUEO SENSORIAL

CATORCE, 89
QUINCE, 93
DIECISÉIS, 97 . \"'>1
\10\ 1\1IE~T() OCUL.\I{ I( ,1'11H)
DIECISIETE, 101

DIECIOCHO, 105

DIECINUEVE, 109 l'ln:l:>- I'A Y THES, 171

VEINTE, 113 THFI:\TA y CUATRO, 175

VEINTIUNO, 117 THLI'TA y CINCO, 177

VEINTIDÓS, 119 THEINTA y SEIS, 183

VEINTITRÉS, 123 THEI 'TA Y SII::TI::, 185

VEINTICUATRO, 125 THEI "fA Y OCHO, 189

THEINTA y NUEVE, 193

ENTRESUEÑOS CUAHENTA, 197

FLASHFORWARD, 133 DESPERTAR


FLASHBACK, 137

CUAHE TA MÁS UNO, 211

FASE III:
SUEÑO PROFUNDO

VEINTICINCO, 141

VEINTISÉIS, 145

VEINTISIETE, 147

VEINTIOCHO, 153

VEINTINUEVE, 157

TREINTA, 159

TREINTA y UNO, 163

TREINTA y DOS, 165


RlADRON D[ SU[NOS
de Bernardo Fernández, Bef
se terminó de
imprimir
y encuadernar
en julio de 2009,
en los talleres
de Litográfica Ingramex,
Centeno 162,
Colonia Granjas Esmeralda,
Delegación Iztapalapa,
México, DF.

Para su composición tipográfica se emplearon las familias Bell Centennial y


Steelfish de 12:15,37:37 y 30:30. El diseño es de Alejandro Magallanes. La
impresión de los interiores se realizó sobre papel Snow Cream de 60 gramos.

Este libro pertenece a la colección Revolcadero


de Editorial Almadía, una soleada playa
con textos vertiginosos que te sumergirán
en agitadas aventuras literarias.

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