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Introducción ............................................................................................................ 20
Antecedentes .............................................................................................................. 48
Más allá del fin señalado, que constituye el objetivo principal de la DSI, ella está orientada
como fin último: “al desarrollo auténtico del hombre y de la sociedad, que respete y promueva en
toda su dimensión la persona humana”. JUAN PABLO II. “Sollicitudo rei socialis”. n. 1.
Introducción
La Escritura, los Padres de la Iglesia y el Magisterio se han ocupado frecuentemente de la
posesión de las cosas por parte del hombre.
Con ello han afirmado el derecho de propiedad, pero, al mismo tiempo, han corregido los
abusos que se han presentado en el ejercicio de este derecho.
Por ejemplo: La relación pobreza – riqueza, no es más que una aplicación muy concreta del
derecho de propiedad privada. El hombre puede poseer los bienes creados, pero su dominio no
es total, por lo que el derecho de propiedad no es absoluto, sino condicionado al uso legítimo de
los bienes creados por Dios para todos los hombres.
Los grandes autores del siglo XVI – XVII se dedicaron a fundamentar la propiedad privada
como “derecho natural”, luego los manuales a partir del s. XIX abordan el mismo esfuerzo en
contra de las ideologías que en esa época comenzaban a negar este derecho.
Actualmente se presenta el tema de la propiedad privada de los bienes, denunciando asimismo
la injusta distribución de los mismos entre individuos, países, y aún continentes.
Hay que destacar también que la “propiedad de bienes materiales” no tiene ahora ya la misma
importancia en la vida económica que tuvo a lo largo de la historia: “Existe otra forma de
propiedad, concretamente en nuestro tiempo, que tiene una importancia no inferior a la de la
tierra: es la propiedad del conocimiento, de la técnica y del saber. En este tipo de propiedad,
mucho más que en los recursos naturales, se funda la riqueza de las naciones industrializadas.”
JUAN PABLO II. Centesimus Annus. n. 32
Antes, había señalado Juan XXIII: “...en la actualidad, son cada día más los que ponen en los
modernos seguros sociales y en los múltiples sistemas de la seguridad social la razón de mirar
tranquilamente el futuro, la cual en otros tiempos se basaba en la propiedad de un patrimonio,
aunque fuera modesto.” JUAN XXIII. “Mater et magistra”. N. 105.
¿Qué dice la antropología cristiana sobre la legitimidad de la propiedad privada de los bienes,
sea cual sea su naturaleza?
DIDACHÉ IV, 5-8: «No seas de los que extienden la mano para recibir y la encogen para dar. /
Si adquieres algo por el trabajo de tus manos, da de ello como recate de tus pecados. / No
vacilarás en dar ni murmurarás mientras das, pues has de saber quién es el recompensador de tu
limosna. / “No rechazarás al necesitado”, sino que comunicarás en todo con tu hermano, y de
nada dirás que es tuyo propio. Pues si os comunicáis en los bienes inmortales, ¿cuánto más en los
mortales?»
Principios
La propiedad privada es de derecho natural
El tema es central en la Encíclica Rerum novarum, dado que la “cuestión social” se movía
entre las tesis del liberalismo capitalista y la doctrina del socialismo colectivista.
Por este motivo, León XIII se extiende en demostrar que la propiedad se fundamenta en la
misma naturaleza del hombre: “El poseer algo en privado como propio es un derecho dado al
hombre por la naturaleza” (RN 4).
León XIII justifica la propiedad privada como un derecho natural con estas razones:
El sentido racional del trabajo humano:
El trabajo del hombre se distingue de cualquier actividad común con los animales, porque
emplea la inteligencia para la obtención de los bienes:
“Y por esta causa, dado que es el único animal dotado de razón, es de necesidad conceder al
hombre no sólo el uso de los bienes, cosa común a todos los animales, sino también el poseerlos
con derecho estable y permanente, y tanto los bienes que se consumen con el uso cuanto los que,
pese al uso que se hace de ellos, perduran”. LEÓN XIII. “Rerum novarum”. N. 4.
El carácter provisor del ser humano:
A la persona humana no le satisface sólo ocuparse del presente, sino que, en virtud de su
racionalidad, no puede menos de prever el futuro, para lo cual requiere que pueda disponer de
algo como suyo propio: “Pues el hombre, abarcando con su razón cosas innumerables, enlazando
y relacionando las cosas futuras con las presentes y siendo dueño de sus actos, se gobierna a sí
mismo con la previsión de su inteligencia... por lo cual tiene en su mano elegir las cosas que
estime más convenientes para su bienestar, no sólo en cuanto al presente, sino también para el
futuro.” LEÓN XIII. “Rerum novarum”. N. 5.
Por ejemplo, referido a la producción agraria, según León XIII, no basta con que el agricultor
sea dueño de los frutos terrenales, sino de la tierra misma: “Por tanto, la naturaleza tiene que
haber dotado al hombre de algo estable y perpetuamente duradero, de que pueda esperar la
continuidad del socorro.” Ibidem.
La institución familiar demanda el derecho a poseer:
Familia y propiedad derivan de la misma naturaleza racional del hombre.
Establecer una familia y estar en posesión de cosas como propias tiene su fundamento en la
misma naturaleza humana: “Por tanto, es necesario que ese derecho de dominio atribuido por la
naturaleza a cada persona, según hemos demostrado, sea transferido al hombre en cuanto cabeza
de la familia; más aún, ese derecho es tanto más firme cuanto la persona abarca más en la
sociedad doméstica. Es ley santísima de naturaleza que el padre de familia provea al sustento y a
todas las atenciones de los que engendró;” LEÓN XIII. “Rerum novarum”. N. 9.
Las leyes natural y positiva demandan la propiedad:
Por todos estos motivos, el Papa afirma que las leyes justas han reconocido siempre el derecho
a la propiedad privada: “... las leyes civiles, que, cuando son justas, deducen su vigor de esa misma
ley natural, confirman y amparan incluso con la fuerza este derecho de que hablamos.” LEÓN
XIII. “Rerum novarum”. N. 8.
Por eso el Papa demanda que el Estado ha de defender: “Las posesiones privadas con el
imperio y fuerza de las leyes.” LEÓN XIII. “Rerum novarum”. N. 28.
Es precisamente el Estado el que debe preocuparse de que se extienda la propiedad a todos
los ciudadanos, puesto que, si se trata de un “derecho inviolable”, es lógico que: “... Las leyes
deben favorecer este derecho y proveer, en la medida de lo posible, a que la mayor parte de la
masa obrera tenga algo en propiedad.” LEÓN XIII. “Rerum novarum”. N. 33.
Documentos posteriores:
Juan XXIII: Incluye el derecho a la propiedad en la lista de los Derechos Fundamentales del
Hombre, y lo fundamenta. JUAN XXIII. “Pacem in terris”. N. 21.
En la Mater et magistra, Juan XXIII expone este argumento de gran fuerza probatoria y
decisivo al menos por las consecuencias, pues, de lo contrario, haría prácticamente imposible el
ejercicio de la libertad individual. JUAN XXIII. “Mater et magistra”. N. 109.
El Concilio Vaticano II formula sintéticamente todas estas razones. “Gaudium et Spes”. N.
71.
Función social de la propiedad
Forzado por las presiones ideológicas socialistas que negaban la propiedad del campo, León
XIII defiende la propiedad privada (LEÓN XIII. “Rerum novarum”. N. 6).
Pero, tal afirmación no se contraponía a la función social de la propiedad.
Pío XI concreta las exigencias sociales de la propiedad privada: Quadragesimo anno. Nn. 50 –
51.
Juan XXIII fundamenta la función social de la propiedad en la misma naturaleza de la
propiedad: Mater et magistra. N. 19.
En la Encíclica Pacem in terris, al formular los derechos del hombre entre los que enumera la
propiedad privada, destaca su función social: Pacem in terris. N. 22.
Pablo VI, en la Populorum progressio, a propósito del tema, comenta un texto de San
Ambrosio: Populorum progressio. N. 23.
Juan Pablo II: Relaciona el destino universal de los bienes con el derecho a la propiedad
individual de los mismos: Laborem exercens. N. 14.
Conclusiones:
La doctrina católica sobre la propiedad privada permite el uso, pero no el abuso de los bienes
que se poseen legítimamente como propios. Constituiría un verdadero abuso que se defendiese el
derecho a la propiedad privada frente al caso de que alguien careciese de lo necesario para vivir
de un modo humano conforme a la dignidad de la persona. Como enseñan los autores de todos
los tiempos, en esos casos no se daría una apropiación injusta, por lo que no cabe calificarlo
como robo CATECISMO DE LA IGLESIA CATOLICA 2408.
No existe un solo modo de ejercer la propiedad privada. El Vaticano II habla de formas
diversas (Gaudium et Spes. N. 69). Ejemplo: Comunidades campesinas, Cooperativas.
La regulación jurídica dependerá de la situación social y aún cultural de cada pueblo.
El Magisterio distingue entre la propiedad y el ejercicio de la misma (RN 27).
Consecuentemente, existe la obligación de hacer producir la propiedad privada a favor de los
demás.
En razón del bien común, no es lícito el uso indiscriminado de la propiedad privada. (QA 50 –
51).
El derecho a la propiedad privada, fundado en la naturaleza humana, demanda que, en la
medida de lo posible, se extienda a todos los hombres.
Esta doctrina se repite en diversos documentos magisteriales (cfr. RN 33, QA 57, MM 114 –
115).
La propiedad privada de bienes materiales juega hoy un papel menos decisivo que en otros
tiempos: “Existe otra forma de propiedad, concretamente en nuestro tiempo, que tiene una
importancia no inferior a la de la tierra: es la propiedad del conocimiento, de la técnica y del
saber. En este tipo de propiedad, mucho más que en los recursos naturales, se funda la riqueza de
las naciones industrializadas.” JUAN PABLO II. Centesimus Annus. n. 32
Por último, con el fin de conjugar el derecho a la propiedad privada y la función social de la
misma, la ética teológica no sólo declara lícito, sino que exige una normativa jurídica que regule
ambos derechos (cfr. QA 49, MM 20, GS 70, PP 24, LE 14).
III. Expropiación de la Propiedad Privada en atención al Bien Común.
La DSI considera lícito que el Estado expropie algunos bienes cuando sea de utilidad para el
bien común.
Juan Pablo II escribe que en ciertas circunstancias no debe excluirse la posibilidad de que
algunos bienes pasen a control del Estado(JUAN PABLO II. Laborem exercens. N. 14).
Para la intervención del Estado, la doctrina ética exige estas cuatro condiciones:
Principio de propiedad privada:
Que la expropiación, o socialización de ciertos bienes reconozca y no niegue el derecho que
tiene el individuo a poseerlos como suyos.
De aquí que, en caso de expropiación, debe ofrecerse al dueño “Una justa compensación” (GS
71, cfr. RN 28, MM, 109 – 111, LE 14).
Principio del bien común:
Solamente se permite la socialización en los casos en que lo demande el bien común.
No es suficiente que sólo sea útil para el bien de un particular, o de un partido político, o
incluso del Estado como tal (cfr. MM 20, 44; GS 71).
Principio de subsidiariedad:
Se debe apelar a la propiedad pública en aquellos casos en que ni los particulares o la entidades
intermedias pueden satisfacer convenientemente el bien de los ciudadanos (cfr. MM 53, 117; GS
75).
A este respecto, la Encíclica Centesimus annus es aún más explícita y concreta (CA 40, cfr.n.
15).
El trabajo humano
Juicio Ético del mundo del trabajo: La relación trabajo objetivo-trabajo subjetivo
El gran principio que rige el juicio ético de los diversos temas elaborado por LE es la prioridad
del trabajo subjetivo sobre el trabajo objetivo.
La definición de trabajo objetivo la encontramos en: “Esta universalidad y, a la vez, esta
multiplicidad del proceso de “someter la tierra” iluminan el trabajo del hombre, ya que el dominio
del hombre sobre la tierra se realiza en el trabajo y mediante el trabajo. Emerge así el significado
del trabajo en sentido objetivo...” JUAN PABLO II. “Laborem exercens”. n. 5a.
El aspecto subjetivo consiste en que la dignidad del trabajo es tal, porque el trabajo emana del
sujeto humano: “Esto no quiere decir que el trabajo humano, desde el punto de vista objetivo, no
pueda o no deba ser, de algún modo, valorizado y cualificado. Quiere decir solamente que el
primer fundamento del valor del trabajo es el hombre mismo, su sujeto.” (JUAN PABLO II.
“Laborem exercens”. n. 6f).
La dimensión moral aparece con la máxima evidencia cuando se expone el carácter subjetivo
del trabajo frente al objetivo: “...el trabajo está en función del hombre, y no el hombre en función
del trabajo. Con esta conclusión se llega justamente a reconocer la preeminencia del significado
subjetivo del trabajo sobre el significado objetivo.” (JUAN PABLO II. “Laborem exercens”. n.
6f).
Juan Pablo II encuentra que el problema de la economía moderna está en que el trabajador es
sometido a la exigencia de la producción de manera absoluta, produciendo esto un grave error en
el planteo de las relaciones de producción, el economismo: “Esta situación estaba favorecida por
el sistema socio-político liberal, que, según sus premisas de economismo, reforzaba y aseguraba la
iniciativa económica de los solos poseedores del capital y no se preocupaba suficientemente de
los derechos del hombre del trabajo, afirmando que el trabajo humano es solamente instrumento
de producción y que el capital es el fundamento, el factor eficiente y el fin de la producción.”
JUAN PABLO II. “Laborem exercens” n. 8c.
El conflicto capital-trabajo
“Se sabe que en todo este período, que todavía no ha terminado, el problema del trabajo ha
sido planteado en el contexto del gran conflicto que en la época del desarrollo industrial, y junto
con éste, se ha manifestado entre el “mundo del capital y el “mundo del trabajo”, es decir, entre
el grupo restringido, pero muy influyente, de los empresarios, propietarios o poseedores de los
medios de producción y la más vasta multitud de gente que no disponía de estos medios, y que
participaba, en cambio, en el proceso productivo exclusivamente mediante el trabajo.” JUAN
PABLO II. “Laborem exercens” n.11c.
Juan Pablo II reconoce que el trabajo se encuentra involucrado en un gran conflicto con el
capital,
no por razones técnicas, sino éticas:
- Se ha invertido el justo orden de valores que subordina el capital al trabajo.
- Se parte de un hecho que es propio de la sociedad industrial: La emergencia del capital como
fuerza social, que se contradistingue del trabajo.
Este hecho, de carácter sociológico y económico, da pié a un enfrentamiento entre grupos
sociales.
Históricamente, esta situación se ha dado, por ejemplo, cuando el capital buscando conseguir
en máximo rendimiento trataba de establecer el salario más bajo posible.
La encíclica dedica un número a los derechos que derivan de la relación entre el empresario
directo y el trabajador.
Entre los temas que surgen de esta relación, se atribuye un papel preponderante al salario: “El
problema clave de la ética social es el de la justa remuneración por el trabajo realizado.” JUAN
PABLO II. “Laborem exercens” n.19a.
El salario justo, afirma el Magisterio Social: “...sigue siendo la vía concreta a través de la cual la
gran mayoría de los hombres puede acceder a los bienes que están destinados al uso común;
tanto los bienes de la naturaleza como los que son fruto de la producción.” JUAN PABLO II.
“Laborem exercens”. n.19b.
Cuando LE hace referencia al tema del salario, no lo enfoca únicamente en perspectiva
personal, lo hace considerando la realidad toda de la familia del asalariado. Se mantiene entonces
el concepto de “salario familiar”, ya tradicional como se ha visto en la DSI.
Aunque no deja de admitirse la posibilidad de que se dé también un justo acceso a los bienes
por otros medios, como pueden ser, por ejemplo, los subsidios: “Tal remuneración puede
hacerse, bien sea mediante el llamado salario familiar... bien sea mediante otras ayudas sociales,
como subsidios familiares o prestaciones a la madre que se dedica exclusivamente a la familia;
prestaciones que deben corresponder a las necesidades efectivas, es decir, al número de personas
a su cargo durante todo el tiempo en que no estén en condiciones de asumir dignamente la
responsabilidad de la propia vida.” JUAN PABLO II. “Laborem exercens” n.19c.
Marco Cultural
A lo largo del siglo XVII, se expande en Europa el pensamiento escolástico tardío, de raíz
iusnaturalista, defensor de la libertad personal y contrario a la intervención del Estado en aquellos
campos en los que la iniciativa individual se basta,
Sin embargo, otra corriente, radicada en el nominalismo voluntarista, iba socavando, desde el
siglo XVI, el sistema de libre mercado para imponer un sistema político – económico al servicio
del estado absoluto que, desplazando las instituciones vigentes hasta entonces, constituye lo que
hoy conocemos con el nombre de “mercantilismo”.
¿Qué es el Nominalismo?
“Otra concepción, que posteriormente tuvo
consecuencias perniciosas, fue iniciada por J. Duns
Escoto. A diferencia de Tomás de Aquino, Escoto da, en
la ley divina, preferencia a la voluntad sobre el
conocimiento. La voluntad divina aparece como norma
suprema del bien y del mal.
«Como Dios puede obrar de otra manera, así puede
también dar otra ley como recta. Si fuera dada por Dios,
sería efectivamente recta, pues ninguna ley lo es sino en
cuanto es aceptada por la voluntad divina» (Sent. 3 d. 37
n. 5).
Esta concepción de Escoto tiene todavía un sentido
aceptable. Guillermo Ockham y el nominalismo interpretan la voluntad divina como fuente de la
ley en el sentido de una arbitrariedad divina: Dios podría declarar lo que quisiera bueno o malo,
pues no importa para nada una rectitud objetiva. Esta teoría nominalista fue decididamente
atacada por Vásquez, Grocio y otros. De la teoría de que la ley moral sólo obliga por estar
imperada por la voluntad divina, una época secularizada dio un paso más adelante: toda ley,
cualquiera sea su contenido, es obligatoria, si está respaldada por una voluntad imperativa, y sólo
por eso es obligatoria. Parejo positivismo jurídico entrega indefenso al hombre a los dueños y
señores del poder.”
El Capitalismo Hoy
Stefano Zamagni se refiere de la siguiente manera al capitalismo, tal como es descrito en los
diversos documentos del magisterio pontificio desde la RN hasta la CA: “Es decir, se ve el
capitalismo como un sistema con las características intrínsecas de flexibilidad y adaptabilidad,
tanto por la variación de la técnica como por el sistema de valores que la sociedad donde se
radica expresa. Esta posición elimina del discurso sobre capitalismo aquella interpretación
mecanicista que aún hoy sigue muy difundida.”
Etapas de desarrollo histórico del capitalismo liberal
“… en el sistema económico capitalista, haciendo caso omiso de las formas precursoras del
capitalismo moderno en la Edad Media y Moderna, se pueden distinguir históricamente:
El sistema económico capitalista de finales del siglo XVIII y una gran parte del siglo XIX,
caracterizado por una libertad de mercado sin trabas y una actuación pública en le economía
restringida, casi exclusivamente, a proteger la libertad de actuación formal o jurídica de los
particulares.
El sistema económico capitalista que se va imponiendo a partir de la segunda mitad del siglo
XIX, en el que la libertad de mercado va resultando moderada por la acción de los obreros
organizados y por la intervención del Estado, para corregir las injusticias sociales más sangrantes.
Con ambas modalidades del sistema capitalista guarda relación la Encíclica RN (Rerum
novarum).
El capitalismo del primer tercio del presente siglo [Siglo XX], tenido en cuenta por la QA
(Quadragesimo anno), que se distingue por la tendencia a la formación de agrupaciones
monopolistas de empresas: cárteles y trusts, y por tanto a la concentración del poder económico y
financiero en unas pocas manos;
El sistema económico capitalista de los años treinta hasta la II Guerra Mundial, especificado
por una mayor intervención del Estado en la Economía, por la prosecución de las conquistas
sociales de los obreros, y por el continuo aumento relativo de la importancia de la economía
pública en la economía total de los países. Se inspira ante todo en Keynes.
El sistema capitalista actual, caracterizado por la internacionalización cada vez más acusada de
la vida económica y el auge de las empresas multinacionales, la tecnificación progresiva de la
producción, el desempleo creciente y el agudo contraste entre las economías de los países
desarrollados del hemisferio Norte de la tierra con los subdesarrollados del hemisferio Sur. Esta
modalidad es a la que se refieren las Encíclicas PP (Populorum progressio) y SRS (Sollicitudo rei
socialis) y CA (Centesimus annus)” SIERRA Bravo, Restituto. o.c., p. 592.
La libertad económica
El Papa, afirma el derecho a la libertad económica, que ya había reconocido anteriormente.
Dice: “La moderna economía de empresa comporta aspectos positivos, cuya raíz es la libertad de
la persona, que se expresa en el campo económico y en otros campos. En efecto, la economía es
un sector de la múltiple actividad humana y en ella, como en todos los demás campos, es tan
válido el derecho a la libertad como el deber de hacer uso responsable del mismo”. JUAN
PABLO II. Centesimus annus. n. 32.
Sin embargo, conviene puntualizar el concepto general de libertad en el marco del cual el
Magisterio reivindica la libertad económica.
Recordamos un texto de la CA ya citado, cuando precisamente se describe aquel capitalismo
que no puede ser éticamente aceptado: “capitalismo” como “un sistema en el cual la libertad, en
el ámbito económico, no está encuadrada en un sólido contexto jurídico que la ponga al servicio
de la libertad humana integral y la considere como una particular dimensión de la misma, cuyo
centro es ético y religioso”. Ibidem. n. 42.
Está claro entonces que la libertad económica que se reivindica es aquella que se entiende no
de otra manera sino como una particular dimensión de la libertad humana integral, cuyo centro es
ético y religioso.
Se señala además la responsabilidad del Estado, no es a otro a quien corresponde encuadrar el
ejercicio de la libertad económica en un sólido contexto jurídico que la ponga al servicio de la
libertad humana integral.
Frente a la elaboración del juicio ético del capitalismo, la forma de entender la libertad se viene
a constituir en un criterio ético fundamental.
A continuación, teniendo claro el pensamiento de la Encíclica sobre este punto medular, es
fundamental preguntarse por su valoración del mecanismo central del capitalismo, el mercado
como asignador de recursos.
El mercado como asignador de recursos
Encontramos primeramente un juicio ético positivo del mercado, en cuanto nos dice la
Encíclica: “Da la impresión de que, tanto a nivel de Naciones, como de relaciones
internacionales, el libre mercado sea el instrumento más eficaz para colocar los recursos y
responder eficazmente a las necesidades.” JUAN PABLO II. o.c., n. 34.
Aunque señala inmediatamente los límites intrínsecos del mercado.
En primer lugar, distingue las necesidades “solventables” con poder adquisitivo y los recursos
que son “vendibles”, de otras que no lo son. Pues: “existen numerosas necesidades humanas que
no tienen salida en el mercado. Es un estricto deber de justicia y de verdad impedir que queden
sin satisfacer las necesidades humanas fundamentales.” Ibidem. n. 34.
En segundo lugar, habla más adelante de los bienes públicos afirmando: “Es deber del Estado
proveer a la defensa y tutela de los bienes colectivos, como son el ambiente natural y el ambiente
humano, cuya salvaguardia no puede estar asegurada por los simples mecanismos de mercado.”
Ibidem. n. 40.
Y enseguida agrega: “He aquí un nuevo límite del mercado: existen necesidades colectivas y
cualitativas que no pueden ser satisfechas mediante sus mecanismos; hay exigencias humanas
importantes que escapan a su lógica; hay bienes que, por su naturaleza, no se pueden ni se deben
vender o comprar.” Ibidem.
Por lo tanto, aunque: “los mecanismo de mercado ofrecen ventajas seguras; ayudan, entre
otras cosas, a utilizar mejor los recursos; favorecen el intercambio de los productos y, sobre todo,
dan la primacía a la voluntad y a las preferencias de la persona, que, en el contrato, se confrontan
con las de otras personas.” Ibidem.
Con todo, los mecanismos de mercado son meros mecanismos instrumentales, que se
subordinan tanto a la totalidad de lo humano (del hombre y todos los hombres) -no reductible a
sólo lo económico- como también al fin global de la sociedad (el bien común).
Si el instrumento se absolutiza, se cae en la ideologización del mercado. Pero entonces no se
trata sólo de un sistema económico eficaz sino también de una ideología que enmascara
relaciones injustas de poder.
El Profesor Illanes explica claramente la posición de Juan Pablo II de crítica a la
ideologización del mercado: “Si Juan Pablo II da ese paso, si formula objeciones, y objeciones
graves, respecto al capitalismo entendido como ideología es, en última instancia, porque percibe
con claridad que la ideologización del mercado, es decir, en términos más concretos, la
presentación del mercado como una realidad que se autorregula con independencia de los
objetivos o finalidades éticas de los sujetos que en él intervienen, implica, a pesar de su aparente
proclamación de la libertad, un determinismo, diverso, sin duda, del determinismo marxista, pero,
a decir verdad, no menos férreo y no menos grávido de consecuencias negativas.” ILLANES,
José Luis. o.c., pp. 121 – 122.
Por ello, el Papa señala como imprescindible éticamente que el mercado esté orientado a
cubrir las necesidades del bien común.
El mercado puede ser sumamente eficaz para asignar los recursos, cuando quienes participan
de él se encuentran en igualdad de condiciones. Sin embargo hay situaciones en las cuales el
mercado puede generar y acentuar desigualdades.
Esto destaca adicionalmente si lo relacionamos, como inevitablemente se da, con la vida
política de la sociedad.
Stefano Zamagni propone tres aspectos a los cuales estar atentos para garantizar la llamada
democracia económica: “Una auténtica democracia política necesita de una democracia
económica. ¿Pero qué significa «democracia económica»? –significa garantía de libertad de acceso
al juego económico por parte de todos, pero una garantía que no hay que ver, como en el
discurso liberal clásico, sólo como igualdad de los puntos de partida. En efecto, hace falta
asegurar las oportunidades de acceso al mercado según se realice el juego económico, porque,
paradójicamente, un mercado que funcione bien, es un mercado que produce anticuerpos que
tienden a destruirlo…
Eso puede ser asegurado introduciendo tres elementos de sociabilidad en una economía de
mercado: una red de protección social; la redistribución de la propiedad y la disciplina de
condiciones de cambio justas.” ZAMAGNI, Stefano. o.c. pp. 101 – 102.
Orientación del mercado hacia el bien común
Juan Pablo II aborda el tema al decir que “…así como a nivel interno es posible y obligado
construir una economía social que oriente el funcionamiento del mercado hacia el bien común,
del mismo modo son necesarias también intervenciones adecuadas a nivel internacional”. JUAN
PABLO II. o.c. n. 52.
Tanto en éste como en el orden nacional, más que una mera “social economía-de-mercado”,
en la cual “social” fuera sólo un adjetivo que se añade, el Papa parece favorecer una “economía-
social orientadora del mercado”, en la cual la denominación “social” hace parte del mismo
sustantivo “economía”, pero aceptando como eficaz instrumento económico al mercado. En esta
medida se podrá considerar que el sistema de economía de mercado está siendo puesto al servicio
del bien común.
Surge inmediatamente la pregunta por el quién será el encargado de orientar el mercado hacia
el bien común, lo cual lleva a examinar en la CA, cómo se debe enfocar la relación entre el
Estado y el mercado, entre la sociedad y el mercado.
Relación Estado-mercado, sociedad-mercado.
Admitiendo la “legítima esfera de autonomía de la actividad económica, donde no debe
intervenir el Estado”, sin embargo, a continuación se señala la necesidad de encuadrarla jurídica y
políticamente, para que las relaciones de poder no se hagan hegemónicas.
Pues al “Estado... le corresponde determinar el marco jurídico dentro del cual se desarrollan
las relaciones económicas y salvaguardar así las condiciones fundamentales de una economía
libre, que presupone una cierta igualdad entre las partes, no sea que una de ellas supere
totalmente en poder a la otra que la pueda reducir prácticamente a la esclavitud.” Ibidem. n. 15.
Así es como también, historiando lo sucedido en Europa después de la segunda guerra
mundial y refiriéndose al “esfuerzo positivo por reconstruir una sociedad democrática inspirada
en la justicia social”, la encíclica afirma laudatoriamente: “Estas iniciativas tratan, en general, de
mantener los mecanismos de libre mercado, asegurando, mediante la estabilidad monetaria y la
seguridad de las relaciones sociales, las relaciones para un crecimiento económico estable y sano,
dentro del cual los hombres, gracias a su trabajo, pueden construirse un futuro mejor para sí y
para sus hijos.”Ibidem.
Pero seguidamente agrega: “Al mismo tiempo, se trata de evitar que los mecanismos de
mercado sean el único punto de referencia de la vida social y tiendan a someterse a un control
público que haga valer el principio del destino común de los bienes de la tierra. Una cierta
abundancia de ofertas de trabajo, un sólido sistema de seguridad social y de capacitación
profesional, la libertad de asociación y la acción incisiva del sindicato, la previsión social en caso
de desempleo, los instrumentos de participación democrática en la vida social: dentro de este
contexto deberían preservar el trabajo de la condición de «mercancía» y garantizar la posibilidad
de realizarlo dignamente.” Ibidem. n. 19.
Por consiguiente se trata de que no sea el mercado “el único referente de la vida social”, sino
de que el contexto arriba descrito le dé el marco ético-jurídico y ético-político así como el control
público necesario, tanto de parte de la sociedad misma como de parte del Estado.
Si no -como dijo en la encíclica más arriba- se desequilibra el poder social, dando lugar a falta
de libertad y de justicia para muchos, generalmente, para los más pobres y débiles.
Al respecto, nos explica Monseñor Jorge Mejía, antiguo Vicepresidente del Pontificio Consejo
Justicia y Paz: “Son los países mismos los que deben hacer los esfuerzos económicos, sociales y
políticos necesarios para su desarrollo. Nadie puede sustituirlos. Con este objetivo, los países
deben encontrar el consentimiento interno necesario con una equitativa distribución de costos;
esto significa que, donde esto no fuese necesario, se deberá proveer y proteger a los más débiles.”
MEJÍA, Jorge. La Cuestión Social. Temas de Doctrina Social de la Iglesia. Buenos Aires; San
Pablo 1998. p. 28.
El sistema ético-cultural.
El Santo Padre al ver con detenimiento los hechos de nuestro tiempo, comprende que las
circunstancias de vida social contrarias al Evangelio en las cuales nos vemos envueltos nosotros,
los hombres del presente tienen una raíz más profunda que tan sólo la forma de organizar el
funcionamiento de la economía, que las circunstancias económicas responden a una cultura que
no corresponde a los designios del Creador.
Por eso se detiene en ella: “En efecto, la economía es sólo un aspecto y una dimensión de la
compleja actividad humana. Si es absolutizada, si la producción y el consumo de las mercancías
ocupan el centro de la vida social y se convierten en el único valor de la sociedad, no subordinado
a ningún otro, la causa hay que buscarla no sólo y no tanto en el sistema económico mismo,
cuanto en el hecho de que todo el sistema sociocultural, al ignorar la dimensión ética y religiosa,
se ha debilitado, limitándose únicamente a la producción de bienes y servicios.” JUAN PABLO
II, o.c. n. 39.
De ahí que las “críticas van dirigidas no tanto contra un sistema económico, cuanto contra un
sistema ético-cultural”.
Mientras que el primero puede ser aceptable, el segundo, el encuadre ético, cultural, jurídico y
político que el Papa desarrolla en distintas partes de la encíclica, es éticamente reprobable.
Ibidem. n. 39. p. 786.
Rafael Termes, profundo conocedor del capitalismo liberal, sostiene que está precisamente en
la atención al sistema ético – cultural el camino hacia el mayor beneficio del hombre por parte de
la actividad económica organizada a la manera capitalista: “… si queremos que el capitalismo dé
sus mejores frutos desde todos los puntos de vista, no debemos intentar corregir coactivamente
el funcionamiento del sistema, sino regenerar moralmente el entorno en el que funciona. Es
decir, impulsar la mejora del sistema ético – cultural y del sistema jurídico – institucional para
adecuarlos a una antropología basada en la naturaleza y valor del hombre, como ser racional y
libre, con un fin propio que es, al mismo tiempo, inmanente y trascendente.” TERMES, Rafael.
Antropología del Capitalismo. Una debate abierto. Madrid; Rialp 2004. p. 16.
Zamagni incorpora la perspectiva ético – cultural de la siguiente forma al debate en torno al
capitalismo contemporáneo: “Los problemas económicos que se refieren a la sociedad post –
industrial, al contrario son sobre todo problemas relacionados con la elección entre fines
diferentes donde por “fines” se entiende los modelos de sociedad, los caminos de desarrollo.
Ahora bien, en este caso, un discurso sobre los medios, sobre los instrumentos técnicos, ya no
basta; cuando se trata de tomar decisiones entre fines es inevitable la referencia a otra categoría, la
de los valores, a su vez, éstos se remiten a matrices concretas o a concretas opciones culturales, a
la dimensión ética.” (ZAMAGNI, Stefano. o.c. p. 104).
Juan Pablo II, al incidir en la importancia del sistema sociocultural en el cual se encuadra y
desarrolla el sistema económico capitalista, no hace sino reivindicar el carácter unitario del ser
humano: “El ser humano es un ser unitario y la eticidad dice referencia a la totalidad de sus
actividades: en todo momento el hombre está situado ante su propia conciencia, llamado a
afrontar y asumir su propia e insustituible responsabilidad. La realidad, también la realidad
económica, tiene sus leyes, pero esas leyes son leyes que dicen referencia a un sector del actuar
humano y, en consecuencia, presuponen la verdad del hombre como ser dotado de libertad, de
dominio sobre sus actos, de finalidad y de destino.” ILLANES, José Luis. o.c., p. 123.
La economía de empresa.
Al rechazar un sistema económico en el cual el mercado predomine sin control de ningún
tipo, sin embargo: “en la lucha contra este sistema no se pone, como modelo alternativo, el
sistema socialista, que de hecho es un capitalismo de Estado, sino una sociedad basada en el
trabajo libre, en la empresa y en la participación. Esta sociedad tampoco se opone al mercado,
sino que exige que éste sea controlado oportunamente por las fuerzas sociales y por el Estado, de
manera que se garantice la satisfacción de las exigencias fundamentales de toda la sociedad.”
JUAN PABLO II. o.c., n. 35.
Antecedente: En el Radiomensaje de Navidad de 1944, a finales de la Segunda Guerra
Mundial, Pío XII, al llevar a cabo el necesario discernimiento del momento histórico que vivía la
humanidad en ese entonces, nos entregó el reconocimiento magisterial de la democracia como el
sistema de gobierno más coherente con el respeto de la naturaleza de la persona humana y su
dignidad.
De esta manera el Papa hacía referencia a un elemento propio de la manera de construir la
vida en sociedad contemporáneamente.
A la luz de los elementos analizados de la economía de mercado, parece ser válido hacernos la
siguiente pregunta: ¿Nos encontramos ante el reconocimiento de aspectos propios de la
economía de mercado como pilares del orden económico y político del mundo contemporáneo?
Podríamos concluir respondiendo afirmativamente, siempre y cuando a lo que hagamos
referencia sea a aquella forma de organizar la actividad económica descrita y aceptada por el Papa:
Si por «capitalismo» se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y
positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad
para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la
economía.” JUAN PABLO II. o.c., n. 42.
Antecedentes
El tema de los Derechos Humanos es de excepcional importancia en el tratado teológico de la
Moral Social: “El respeto de la persona humana implica el de los derechos que se derivan de su
dignidad de criatura. Estos derechos son anteriores a la sociedad y se imponen a ella. Fundan la
legitimidad moral de toda autoridad: Menospreciándolos o negándose a reconocerlos en su
legislación positivas, una sociedad mina su propia legitimidad moral” CATECISMO DE LA
IGLESIA CATOLICA 1930.
En consecuencia, el respeto y la protección jurídica de los DDHH es el supuesto primordial
para la convivencia digna del hombre, objeto de la Moral Social
El reconocimiento de los DDHH también constituye una ayuda imprescindible para alcanzar
una sociedad basada en la justicia.
En este sentido, “dignidad de la persona” y “derechos humanos” se implican mutuamente.
No obstante, hay que reconocer que en materia de DDHH existen “diversos enfoques”. La
existencia de esa pluralidad de enfoques muchas veces manifiesta la existencia de marcadas
parcialidades, dado que dichos “enfoques” tienen muchas veces origen en ideologías.
Origen Histórico
Los textos bíblicos, como el Deuteronomio, son utilizados como puntos de partida para la
concepción judeo – cristiana de la dignidad humana.
Sin embargo, los conceptos de justicia y de moralidad son en gran medida heredados de la
civilización Sumeria y Acadia.
Zona Sumeria y Acadia
Fragmentos de tablillas encontradas muestran copias de un código promulgado por
Urnammu, soberano de Ur, en torno al 2350 AC. Más de medio milenio antes de que
Hammurabi, rey sumerio de la ciudad – estado de Eshnunna, situada al noroeste de Babilonia,
promulgara su famoso código,
Samuel Kramer, From the Tablets of Sumer, Falcon’s Wing Press, Indian Hill, Colorado 1956;
History Begins at Sumer, Double Day and Company, Colorado, New York 1959; The
Summerians, University of Chicago Press, Chicago 1963. Citado por: LLAMAS, Angel.
“Reconocimiento histórico de los derechos humanos”. En: TAMAYO, Juan José (Director).
Diez Palabras Claves sobre Derechos Humanos. Verbo Divino; Estela 2005. p. 277.
Importancia: Los conceptos de justicia y de moralidad Acadios y Sumerios tienen un enorme
paralelismo con los de los libros del Antiguo Testamento. Los reyes no obtenían su legitimidad
por sus conquistas o por sus riquezas, sino que eran juzgados por las acciones conforme al
sentido de “lo que era justo”.
La ciudad de Ur – Nammu, origen de las reformas del código anterior, fue la ciudad natal de
Abraham, primer patriarca hebreo.
En los tiempos en los que probablemente Abrahán emigró de Ur, Hammurabi promulgaba su
código.
Atención: Comprobamos que, ya en los primeros textos legales sumerios o acadios los jueces
establecen justicia considerando que: Existe un sustrato común a toda naturaleza humana. De
igual manera en los sistemas actuales jurídicos, desde el derecho romano hasta el modelo
anglosajón de derechos, el punto de partida no son tanto los textos positivados, sino la
comprensión de la raíz ética de la que parten.