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PREGUNTAS INQUIETANTES SOBRE LA FIABILIDAD HISTÓRICA DE LA BIBLIA.

La primera era si Moisés podía haber sido realmente el autor del Pentateuco, pues el último de sus
libros, el Deuteronomio, describía con gran detalle el momento y las circunstancias precisas de su
propio fallecimiento.

Pronto se evidenciaron otras incongruencias: el texto bíblico estaba plagado de recursos literarios
que explicaban los nombres antiguos de algunos lugares e indicaban que los testimonios de
algunos acontecimientos bíblicos famosos seguían siendo visibles «hasta el momento». Estos
factores convencieron a algunos estudiosos del siglo XVII de que, al menos, los cinco primeros
libros de la Biblia habían recibido forma y habían sido ampliados y ornamentados a lo largo de
siglos por editores y revisores anónimos posteriores.

A finales del siglo XVIII, y todavía más en el XIX, muchos estudiosos críticos de la Biblia habían
comenzado a dudar de que Moisés hubiera intervenido siquiera en su redacción, y acabaron
creyendo que se trataba de una obra escrita exclusivamente por autores posteriores. Estos
estudiosos aludían a lo que parecían ser diferentes versiones de los mismos relatos dentro de los
libros del Pentateuco, lo que sugería que el texto bíblico había sido producido por varios
redactores reconocibles.

Una lectura atenta del libro del Génesis, por ejemplo, revelaba dos versiones contrapuestas de la
creación (1:1-2:3 y 2:4-25), dos genealogías muy distintas de los descendientes de Adán (4:17-26 y
5:1-28) y dos relatos del diluvio ensamblados y readaptados (6:5-9:17).

Por otra parte, en las narraciones de las andanzas de los patriarcas, el éxodo de Egipto y la entrega
de la Ley había docenas más de duplicados y, a veces, triplicados de los mismos sucesos

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