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Las Reclamaciones Y El Expansionismo Norteamericano

A la entrada a la década de 1840, el expansionismo norteamericano había adquirido el


carácter de una fiebre nacional de la que no se salvaba ninguna región de Estados Unidos.
Tanto el presidente norteamericano en turno como los partidos políticos veían en el
expansionismo la fuente más segura de popularidad. Los grupos que se oponían al
expansionismo por razones morales, políticas o racistas, aunque contaban con un
pensamiento orgánico y bien definido, eran más pequeños y no encontraban eco entre los
grupos mayoritarios de la población, para los cuales los beneficios que traerían las tierras
del Oeste, el libre comercio de Santa Fe, el puerto de San Francisco o las tierras
algodoneras eran inapreciables.

Públicamente se defendía el derecho a ocupar tierras deshabitadas o gobernadas de manera


tiránica. A veces se abogaba por el uso de la fuerza y en otras por la simple ocupación.
Muchos lo veían como obligación de cumplir con el mandato divino de multiplicarse y
poblar la Tierra.

El camino rumbo al Oeste se hizo incesante y aumentó el deseo de obtener no sólo Texas,
sino Oregón, California y Canadá. Lo que originalmente había sido un movimiento
espontáneo se convirtió pronto, con las racionalizaciones de unos cuantos, en verdadera
doctrina que se bautizaría con la frase feliz de John O'Sullivan de "destino manifiesto".

Esta doctrina, en su forma original, se oponía al uso de la violencia y simplemente sostenía


que cualquier grupo humano podría establecerse en tierra no ocupada, organizar su
gobierno por contrato social y en un momento dado solicitar su admisión a la Unión
norteamericana. Los hispanoamericanos podrían ser admitidos a esta comunidad, pero antes
tendrían que purgar su herencia de gobiernos tiránicos: claro que algunos expansionistas
preferían señalar la conveniencia de limitar las admisiones a la línea de las Sierras Madres
para no tener que absorber "mongrel races" [razas mestizas].

Desde su campaña en 1844, el candidato demócrata a la presidencia, James Knox Polk,


basó su plataforma política en un ambicioso programa expansionista que incluía la anexión
de Texas y el territorio de Oregón en poder de los británicos, así como la ampliación hacia
Canadá, además de obtener por compra o conquista Nuevo México y California.

En realidad, Polk no era original en sus ambiciones expansionistas, como lo declaró


honestamente ya en plena guerra el presidente de la Comisión de Relaciones del Congreso,
C.J. Igersoll: “todos los partidos en los Estados Unidos y todas las administraciones de
este país desde que México dejó de ser una provincia española, han sostenido
unánimemente el principio político de obtener de México por medios equitativos
precisamente los territorios que ese propio país nos ha obligado ahora a tomar por la
fuerza; a pesar de que todavía ahora mismo estaríamos dispuestos a pagar por ellos, no
nada más con sangre, sino también con dinero".

“Los estadounidenses querían añadir más territorios a la república por una variedad de
razones: para muchos, el impulso por expandirse era una expresión de su confianza en la
superioridad de su civilización, su cultura y su modo de gobierno; veían su país como la
continuación del movimiento hacia adelante que había comenzado en Europa y estaba
asociado con la misión religiosa y el gobierno representativo... (Además) Estados Unidos
estaba urbanizándose e industrializándose aprisa y muchos creían que las caóticas
ciudades en las que muchos hombres blancos trabajaban para otros, en lugar de cultivar
su propia tierra, eran antiestadounidenses; creían que la expansión de las tierras
disponibles para la agricultura podía ayudar a protegerse de esa tendencia, anticipándose
a la posibilidad de un conflicto de clases; sin embargo, una gran parte de las tierras
estadounidenses eran cultivadas, no por granjeros blancos independientes, sino por
esclavos. El espectro del conflicto racial rondaba tras el expansionismo: algunos
expansionistas creían que la adquisición de más tierras de México evitaría la guerra
racial, ya fuese impidiendo que los negros dominaran esas tierras, ya sea permitiendo que
los negros emigraran a México… De hecho, muchos esclavos del sur de Estados Unidos
escaparon a México, y lo débil de los prejuicios raciales entre los mexicanos mestizos y
mulatos de las clases bajas les permitió incorporarse a la sociedad mexicana por medio
del trabajo y el matrimonio.”
James Knox Polk, presidente de Estados Unidos
4 de marzo de 1845-4 de marzo de 1849

“No todos los estadounidenses eran expansionistas y, sin duda alguna, no todos apoyaban
la invasión de México. Ciertamente, el Partido Whig, uno de los dos principales partidos
políticos de Estados Unidos, creía que su país tenía como destino religioso la propagación
de su influencia a todo el continente por medio del ejemplo, no de la conquista...
favorecían un Estados Unidos más compacto y centrado en la prosperidad mediante el
comercio y la industria; creían que el gobierno federal debía fomentar el desarrollo
económico por medio de mejoras internas, como los canales y los ferrocarriles… No es
accidental en absoluto que, cuando Estados Unidos entró en guerra con México, lo haya
hecho bajo el liderazgo de un presidente demócrata,]ames K. Polk, quien, aunque pudo
manipular a los whigs en el Congreso para que apoyaran la autorización oficial para
declarar la guerra, solamente pudo hacerlo iniciando primero la guerra y ocultando la
situación con numerosas declaraciones falsas sobre los actos de los
mexicanos.” (Guardino Peter. La marcha fúnebre).
Desde los tiempos de Thomas Jefferson, como secretario de Estado, fue informado en 1797
por Philip Nolan, aventurero y comerciante, de la riqueza del noroeste de Texas, donde
comerciaba con los indios y capturaba caballos salvajes. Jefferson, ya como presidente,
inició la remoción india (expulsión de los indígenas de sus tierras ancestrales o su
exterminio) y envió a Lewis y Clark a explorar el oeste hasta el Pacífico para una futura
expansión.

Además, en 1808 se publicó el "Diario de un viaje entre China y la costa noroeste de


América en 1804", escrito por William Shaler, comerciante aventurero, en el que dio a
conocer los enormes recursos de California, sobre todo en nutrias, cuya piel tenía un alto
precio, y lo fácil y poco costoso que sería para los Estados Unidos conquistar estas tierras
dada la incapacidad de Nueva España para defenderlas, lo que impactó la opinión pública
norteamericana; Shaler sería después agente confidencial del secretario de Estado James
Monroe para incitar a las colonias americanas a independizarse de España. Los
estadounidenses codiciaban desde entonces los despojos que dejaría el inminente colapso
del imperio español.

“Nuestra confederación ha de ser considerada como el nido del cual partirán los polluelos
destinados a poblar América, el peligro actual no radica en el hecho de que España sea la
dueña de extensas posesiones americanas, sino que en su debilidad permita que caigan en
otras manos, antes de que seamos lo suficientemente fuertes para arrebatárselos, parte por
parte.” Estas palabras de Jefferson también reflejaron dos ideas que desde el siglo XVI
habían estado en la mente de los ingleses, excluidos por el Papa del reparto de América
desde 1493: el odio a los españoles por ser una raza mezclada con todos los vicios y
pecados imaginables, y la convicción de que los anglosajones son preferidos por Dios y
están predestinados a redimir al mundo.

Estas creencias las trajeron consigo los puritanos ingleses que arribaron a América para
fundar las colonias que después se constituirían en los Estados Unidos, además de su
propósito de glorificar a Dios mediante el trabajo y una vida honesta y próspera, en la que
la riqueza no era pecado, la pobreza era la reprobable, en tanto que era evidencia de
ociosidad y vicio. Consideraban que el catolicismo era un peligro para su país, pues era una
religión practicada por personas ignorantes, supersticiosas, idólatras, inferiores, débiles,
ignorantes, perezosas y no aptas para la democracia por su lealtad al Papa y su iglesia
jerarquizada. Por lo tanto, Dios quería la agresión contra México.

Siglo y medio después, esta verdad religiosa se transformó en verdad política y los Estados
Unidos se convirtieron en el país elegido para llevar al mundo, por las buenas o las malas,
por el camino correcto, para lo cual se sentían obligados a hacer crecer su territorio, sobre
todo hacia donde imperaba la tiranía y la corrupción, como pensaban de Nueva España y
después de México.

Cuadro de John Gast (alrededor de 1871) titulado El Progreso Estadounidense. Es una


representación alegórica del Destino Manifiesto. En la escena, una mujer angelical (a veces
identificada como Columbia, una personificación del siglo XIX de los Estados Unidos de América)
lleva la luz de la civilización hacia el oeste junto a los colonizadores, tendiendo líneas telegráficas
y de ferrocarril mientras viaja. Los amerindios y animales salvajes huyen en la oscuridad hacia el
incivilizado Oeste.
Así, para el presidente John Quincy Adams todo el continente debía ser poblado por una
sola nación, la de ellos, con una única lengua y los mismos principios religiosos, políticos,
económicos y hasta costumbres similares. La doctrina del presidente Monroe confirmó su
“derecho” sobre el continente americano, su anhelo de hacerse de los restos que quedaban
de la desintegración del imperio español sin injerencia de las potencias europeas.

Otro presidente norteamericano, Jackson, expresó que Dios había escogido a los
estadounidenses como guardianes de la libertad y era su deber intervenir en donde no la
hubiera. Sin embargo: “La democracia jacksoniana incluyó de forma deliberada todos los
hombres blancos, pero también excluyó de la misma forma a casi todos los demás
habitantes del país… Los negros libres perdieron su derecho al voto en los pocos estados
donde lo tenían y en algunos estados se les negó incluso el derecho a ser dueños de
propiedades. Los indios también perdieron terreno durante el periodo jacksoniano, porque
cada vez más personas afirmaban que eran razas inferiores y que no podían ser incluidos
en la civilización estadounidense… lo cual provocó que los habitantes originarios de
América perdieran el derecho legítimo a sus tierras…”

“Fue justo antes y durante la guerra que los estadounidenses blancos decidieron que el
mexicano no constituía sólo una nacionalidad, sino también una raza. Los estadounidenses
expansionistas la consideraron una raza inferior para justificar el despojo de sus
territorios y el racismo fue de capital importancia para el nacionalismo estadounidense
durante la guerra… Lo decisivo fue que los estadounidenses llegaron a creer que los
mexicanos no tenían más derecho a sus territorios que los indios. ¿Por qué no debería
Estados Unidos expandirse a expensas de ellos? Lo irónico es que, en ocasiones, incluso la
oposición a hacerse de territorios mexicanos y a la guerra misma fue impulsada por el
racismo; después de todo, esas tierras estaban habitadas y, ¿quién querría añadir gente de
una raza inferior a la población de Estados Unidos?  Este racismo impedirá, que, pese a su
victoria aplastante, no se quedaran con todo México.

 Así se fue conformando la idea de su “destino manifiesto”, como un derecho concedido


por Dios a los norteamericanos blancos de habla inglesa para ocupar y “civilizar” con su
democracia y sus altos ideales protestantes los territorios deshabitados o poblados por
nativos, o mestizos y españoles católicos, como lo sintetizó en 1845 el periodista John L.
O'Sullivan en la revista Democratic Review de Nueva York: “El cumplimiento de nuestro
destino manifiesto es extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado por la
Providencia, para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno. Es un
derecho como el que tiene un árbol de obtener el aire y la tierra necesarios para el
desarrollo pleno de sus capacidades y el crecimiento que tiene como destino.” Con base en
estas “convicciones”, durante los años previos a la declaración de guerra, la propaganda de
su gobierno animaba al pueblo norteamericano a marchar sobre México, en donde privaba
la anarquía, el derroche, el ocio y la corrupción. La pereza de los mexicanos se convirtió en
argumento para arrebatarles sus tierras.

"Parte importante de la expansión era la adquisición de las provincias mexicanas de


California y Nuevo México. Querían conseguir los excelentes puertos de la primera -llave
del comercio con Asia- y controlar el rico 'camino de Santa Fe' en la segunda, al igual que
evitar que cayesen en poder de potencias como Francia o Inglaterra, cada vez más
interesadas por territorios casi abandonados y demasiado lejanos del inestable Estado
mexicano. Manifestaciones del interés de los Estados Unidos en las mencionadas
provincias fueron la colocación de una flota frente al Pacífico desde 1840, pese a que
todavía no alcanzaban las costas de ese océano, y la toma en 1842, del puerto californiano
de Monterrey, por un malentendido de guerra y las órdenes dadas. Se presentaron excusas
en el segundo suceso, pero se demostró con claridad que los norteamericanos eran
capaces de actuar con rapidez de movimientos". (Moyano Ángela et al. EUA. Síntesis de su
Historia.)
El Contexto al Estallido de la Guerra

En febrero de 1844, se firmó un armisticio formal entre Texas y el gobierno mexicano de


Santa Anna, al mismo tiempo que se negociaba con los británicos el reconocimiento de la
independencia de Texas. Pero los texanos desconocieron el armisticio cuando el presidente
norteamericano John Tyler pidió la anexión de Texas a Estados Unidos para detener la
creciente influencia inglesa.

El tema del reconocimiento se había vuelto tabú para los políticos mexicanos, a pesar de
que la mayoría reconocía en privado la necesidad de hacerlo y confiaba en que la crisis
entre abolicionistas y esclavistas impidiera su confirmación en el Senado. En efecto, el
primer intento de anexión promovido por la administración Tyler en 1844 fracasó porque el
Senado se negó a ratificarlo a pesar del clamor popular despertado en favor de la anexión
en la campaña del candidato demócrata James K. Polk, quien defendía la reanexión de
Texas y ocupación del Oregón. Tyler no se dio por vencido y maquinó la forma de lograrlo.
En el primer intento se había presentado como materia de relaciones exteriores, razón por la
que el Senado debía aprobarlo, pero en la segunda instancia se promovió como problema
doméstico, de manera que requería de sólo una resolución en la Cámara de Representantes
aprobada por el Senado. La Resolución Conjunta se aprobó el 27 de febrero de 1845 y el 1°
de marzo Tyler firmó el decreto que permitía la anexión de Texas a Estados Unidos. El
ministro mexicano en Washington, Almonte, de acuerdo con las advertencias mexicanas de
que tal anexión sería considerada como acto de agresión, pidió sus pasaportes.

Mientras tanto, el gobierno moderado del general José Joaquín Herrera, quien había tomado
el poder en diciembre de 1844 al caer Santa Anna, había acogido tardía y lentamente la
sugerencia británica. A pesar de los deseos de dar fin a la cuestión texana para salvar a
California, el gabinete de Herrera se encontró con el obstáculo de que las Bases Orgánicas
prohibían que el Ejecutivo enajenara territorio, y ante el temor de que los radicales se
fortalecieran con el apoyo popular contra la medida, pidieron sólo autorización al Congreso
para entablar negociaciones con Texas.
El documento mexicano fue conducido por el representante británico en Texas, quien lo
presentó casi al mismo tiempo que la oferta norteamericana de anexión. La popularidad del
movimiento anexionista forzó al presidente Jones a convocar una convención especial para
decidir el destino texano. En un ambiente anexionista total, el Congreso texano rechazó la
oferta mexicana el 21 de junio de 1845 y los primeros días de julio se aprobaba la anexión a
Estados Unidos.

José Joaquín de Herrera. Presidente de México en 1844. Durante su administración la República


de Texas se anexó a los Estados Unidos. El Senado de México rompió relaciones con el país
vecino el 28 de marzo de 1845 y Herrera dio las órdenes para que se enlistasen las tropas y
prepararse para la guerra. Sin embargo, Herrera prefirió las negociaciones pacíficas.

Al tomar posesión el presidente Polk el 4 de marzo de 1845, declaró que la agregación de la


República de Texas era una decisión mutua entre dos naciones independientes: Estados
Unidos y Texas, y no entre su país y México. 

Al momento de la presente declaración de guerra por el presidente Polk, el contexto


internacional favorece la agresión, pues México está aislado: ha roto relaciones con Francia
por un incidente sin importancia; España promueve en contra del gobierno republicano el
establecimiento de una monarquía mexicana con la anuencia de Francia y Gran Bretaña,
intento organizado por el ministro español, Salvador Bermúdez de Castro, con la
colaboración de ciudadanos mexicanos influyentes, como Lucas Alamán, y que fue
aprovechado por Estados Unidos para presentarse como defensor del republicanismo. Por
su parte, Inglaterra negocia discretamente con los estadounidenses la adquisición del
territorio de Oregón en términos muy favorables para los ingleses, por lo que no tiene
interés alguno en apoyar a México.

“La mayor ventaja que Estados Unidos tenía era su prosperidad; cuando se examina la
historia social y cultural de la guerra, queda muy claro que las diferencias económicas
entre los dos países contribuyeron mucho más a la victoria estadounidense que las
diferencias políticas. Los políticos de México fueron capaces de atraer a sus compatriotas
para que se integraran a las filas de sus ejércitos, pero esos ejércitos estaban mal
equipados y aprovisionados: con frecuencia, los soldados mexicanos carecían de
uniformes adecuados y casi siempre enfrentaron a los estadounidenses con armas gastadas
y frágiles. La falta de alimentos hizo que su experiencia fuera aún más dramática: los
soldados y las mujeres que los acompañaban solían marchar con hambre y luchar con
hambre…

La economía de México era mucho más pequeña que la de Estados Unidos incluso antes
de la guerra, su gobierno había tenido grandes dificultades para generar suficientes
ingresos con los cuales solventar las operaciones rutinarias. En las décadas anteriores a
la guerra, la falta de ingresos obligó repetidamente a los gobiernos en dificultades
económicas a cubrir insuficiencias con préstamos del extranjero y nacionales con unas
altas tasas de interés, por lo que un porcentaje creciente de los ingresos que lograban
recaudar lo dedicaban a pagar los intereses de esos préstamos. La dificultad se
exacerbaba debido a la indisposición de los mexicanos acaudalados a pagar impuestos
directos, lo cual llevó a un sistema fiscal que dependía de forma exagerada de los
impuestos al comercio exterior, que nunca satisficieron unas expectativas más que
optimistas…

La guerra provocó un derrumbe catastrófico de las tambaleantes finanzas del gobierno


mexicano, y la agresión estadounidense lo obligó a aumentar el gasto militar, lo cual
causó que el problema empeorara…El problema fiscal tuvo un enorme impacto en la
capacidad de México para defenderse…. Y como escribió Raymundo de
Montecucculi: “Para sostener una guerra se necesitan sólo tres cosas: dinero, dinero y
más dinero”. (Dell’arte della guerra)

También el balance militar ofrece grandes ventajas a los Estados Unidos, pues el ejército
mexicano era de leva reclutada de las familias más pobres, improvisado, siempre
hambriento, comandado por militares exrealistas enfrentados entre sí y con estrategias,
tácticas y armas muy anticuadas, cuya mayor experiencia bélica había sido la guerra
contrainsurgente un cuarto de siglo antes.

En estas circunstancias que aseguran la victoria, Polk idea una “guerra pequeña” con
México para apoderarse de California y Nuevo México, a fin de obligarlo por las armas a la
venta de estos territorios. Para justificar su guerra planeó la manera de presentar a México
como el agresor y a su gobierno comportándose siempre conforme a las “leyes de la
guerra”, que argumentará constantemente para justificar sus excesos.

“Sin duda alguna, a Polk no le interesaba una guerra tan prolongada y sangrienta como la
que hizo estallar. La guerra se desarrolló como lo hizo porque los mexicanos no
entendieron en un principio lo fuerte del impulso expansionista estadounidense y los
estadounidenses tampoco entendieron la profundidad de la identidad nacional mexicana ni
lo profundamente que los mexicanos de muchas clases sociales rechazaban la idea de que
eran inferiores a los estadounidenses. Para muchos mexicanos, la ambición de sus vecinos
del norte de apoderarse de parte de sus territorios era un impulso criminal, un impulso que
no esperaban de una república hermana con tantas cualidades admirables: seguramente,
la república estadounidense fundada por inmortales como George Washington debía estar
en proceso de degradación…. si la depravación de los estadounidenses sorprendió a los
mexicanos, a aquéllos los sorprendió que éstos resistieran su agresión tanto como lo
hicieron. La visión racista de un México cuya población débil e inferior tenía poca
identificación con la identidad nacional hizo que muchos estadounidenses creyeran que la
guerra sería breve y gloriosa…
Polk despreciaba a México: creía que tenía un sistema político en bancarrota,
antidemocrático, corrupto e inestable que no querría o no podría unificar a su población
para combatir en una gran guerra para defender unos territorios remotos donde vivían
pocos mexicanos; asimismo, Polk, que era un esclavista sureño, consideraba que los
mexicanos eran racialmente inferiores. Si México no cedía sin combatir, sin duda habría
de hacerlo después de una breve guerra de fronteras. Incluso mientras negociaba un
arreglo relativamente débil con el Reino Unido sobre la frontera entre Estados Unidos y
Canadá en el litoral noroeste del océano Pacífico, Polk provocó a propósito al gobierno
mexicano al apoyar las exageradas reivindicaciones de los ciudadanos estadounidenses,
que querían que se los compensara por las propiedades destruidas durante los conflictos
políticos mexicanos… estaba dispuesto a llevar a cabo una guerra corta, y sin duda
alguna, parecía que cualquier guerra entre dos enemigos tan desiguales parecía breve…

Creía que México no actuaría como tal, sino como una de las monarquías dinásticas cuyos
conflictos habían moldeado la historia territorial tanto de Europa como de América
durante siglos. Cuando un monarca perdía el dominio de un territorio y consideraba que
su recuperación era demasiado costosa, pronto lo cedía en la mesa de negociaciones.
México no actuó de esa manera ni podía hacerlo realmente, porque sus políticos, como sus
pares estadounidenses, se habían dedicado durante mucho tiempo a construir un Estado
nacional cuya legitimidad dependía de su función como instrumento de su
pueblo. (Guardino).

Además, muchos políticos mexicanos creían que Estados Unidos se hallaba debilitado por
sus conflictos políticos y confiaban en que Inglaterra no permitiría el despojo territorial sin
saber de los arreglos entre ingleses y norteamericanos por Oregón. El informe del general
Arista de que en el primer encuentro armado de ambos ejércitos hubo una notable deserción
de soldados estadounidenses, animó a los militares a resistir la invasión e incluso a pensar
que se lograría la victoria.

El motivo inmediato de la guerra, Polk lo encontró en los problemas de límites entre Texas
y México, pues en tanto los texanos decretaron que sus límites estaban en el río Bravo, con
lo cual Texas hacía crecer su territorio hasta poblados como Taos, Santa Fe y El Paso, los
mexicanos los reconocían en el río Nueces; por su parte, los norteamericanos habían
sostenido frente a España, décadas antes, absurdamente, que los límites de Luisiana
llegaban hasta el río Bravo. En apoyo a los texanos, el gobierno norteamericano ordenó al
general Zacarías Taylor que avanzara hasta el río Bravo y construyera el Fuerte Brown,
actualmente Brownsville, sobre territorio entonces mexicano.

El Presidente Herrera aceptó reconocer la independencia de Texas si no se daba la anexión,


pero Texas confirmó su incorporación el 4 de julio de 1845.

El gobierno de los Estados Unidos envió a John Slidell con el carácter de ministro
plenipotenciario, lo que implicaba la reanudación de relaciones entre ambos países, que en
esas circunstancias no podía aceptarse. Herrera se negó a recibirlo. Además, Slidell traía
instrucciones de exigir que México reconociera el río Bravo, no el río Nueces, como límite
de Texas y de presionar para que vendiera el territorio de Alta California (que comprendía
los actuales estados de California, Arizona, Nevada, Utah y parte de Wyoming, Colorado y
Kansas) por veinticinco millones de pesos y Nuevo México por cinco.

En esta coyuntura, Mariano Paredes Arrillaga acusó de traición al presidente Herrera,


prometió declarar la guerra sin tardanza y tomó el poder. Lógicamente, tampoco recibió a
Slidell con sus propuestas de compra.

Ante la negativa, Polk decidió seguir el camino de la provocación para conseguir sus
propósitos y en enero de 1846, ordenó al general Zachary Taylor el avance desde la bahía
de Corpus Christi hacia las riberas del río Bravo. Dos meses más tarde, Taylor se atrincheró
frente a Matamoros, donde los mexicanos preparaban la defensa. El general Arista conminó
a Taylor a retroceder hasta el río Nueces y ante su negativa, el ejército mexicano cruzó el
río Bravo para cortar la línea entre las fortificaciones en el Bravo y el Frontón de Santa
Isabel.

El 25 de abril de 1846 la caballería mexicana venció en tierras mexicanas a los


norteamericanos al mando del capitán Thorton en una escaramuza en el Rancho de
Carricitos. La “sangre americana derramada en territorio americano” en esta escaramuza
es la que Polk toma hoy de pretexto para pedir la declaración de guerra contra México.

El coronel norteamericano Etah Allen Hitchcok, escribió en su diario cuando recibió el


nuevo mapa de la frontera con México: "Se le han añadido [énfasis en el original] al río
Grande unos límites distintos. ¡Nuestro pueblo debería ser condenado por su impúdica
arrogancia y su autoritario atrevimiento!... he mantenido desde el principio que los
Estados Unidos son los agresores… no tenemos el más mínimo derecho a estar aquí…
parece que el gobierno envío un pequeño destacamento adrede para provocar la guerra,
para tener un pretexto para tomar California y todo el territorio que se le antoje… Mi
corazón no está metido en este asunto… pero como militar, debo cumplir las órdenes".

El mexicano José María Roa Bárcena sugerirá burlonamente varios años más tarde en sus
escritos que la base histórica de la reivindicación sobre el río Bravo como la frontera fue
tan ridícula que Estados Unidos bien podría haber afirmado igualmente que Texas se
extendía hasta el estrecho de Magallanes.

El Congreso norteamericano, de inmediato y con una oposición mínima, aceptará la


declaración de guerra el 13 de mayo, "por actos de la República de México". La votación
será 40 a favor y 2 en contra en el Senado, y en la Cámara de Representantes de 174 a favor
y 14 en contra; sólo se opondrán Nueva Inglaterra y las fuerzas abolicionistas que
identificaron la guerra como un complot para extender la esclavitud y aumentar la
influencia de los sureños norteamericanos. Se autorizará aumentar el ejército a 15,540
regulares y 50,000 voluntarios.

En agosto de este mismo año, el Congreso norteamericano rechazará la cláusula Wilmont


(patrocinada por David Wilmot, como modificación a un proyecto de ley relativo a la
compra de territorio a México), que pretendía prohibir la esclavitud en cualquier territorio
ganado durante la guerra con México, lo cual aumentará el interés de los sureños
esclavistas en el desarrollo de esta guerra de despojo.

"De todos los crímenes conocidos, el más atroz es el que consiste en hacer que estalle una
guerra innecesaria; este crimen merece como ningún otro la ira de Dios y la execración de
la humanidad. Es triste y humillante el hecho de que el Congreso americano se limitó a
aprobar un decreto que bien supo que ocasionaría muchas quejas y lamentaciones, dolor y
muerte, con una indiferencia, con una precipitación, con un desdén tal para las pruebas
que debieron presentársele, como ningún tribunal de justicia de nuestro país se atrevería a
manifestar al condenar a simple arresto a un hombre acusado de una pequeña ratería.
Decir esto es muy desagradable, pero la verdad que contiene lo es más
todavía...” (William Jay. Revista de las causas y consecuencias de la guerra mexicana).

Al iniciarse la guerra, el filósofo norteamericano Henry D. Thoreau irá a la cárcel una


noche por negarse a pagar impuestos, como desobediencia civil contra la guerra con
México. Declarará públicamente que cuando algún hecho como esa guerra “os obliga a ser
agentes de la injusticia, entonces os digo, quebrantad la ley...Bajo un gobierno que
encarcela a alguien injustamente, el lugar que debe ocupar el justo es también la prisión”.
Muy distinta será la posición del poeta Walt Whitman en el Eagle de Brooklyn: “Sí,
México debe ser castigado... Dejad que nuestras armas se porten llevando el espíritu que
enseñaremos al mundo, si bien no promovemos la lucha, ¡en Estados Unidos sabemos
aplastar y expandirnos!”

La Sociedad Americana Abolicionista insistirá en que la guerra “se hace sólo con el


propósito detestable y horrible de extender y perpetuar el régimen esclavista por el vasto
territorio de México”. Por su parte, Horace Greeley escribirá en el Tribune de New
York: “Podemos vencer con facilidad a los ejércitos de México, aplastarlos por millares…
¿Quién cree que un puñado de victorias contra México y la ‘anexión’ de la mitad de sus
provincias, nos darán más libertad, una moralidad más pura, una industria más próspera
que la que tenemos hoy?... ¿No es lo bastante miserable la vida, no nos llega la muerte lo
suficientemente pronto sin necesidad de recurrir a la terrible ingeniería de la guerra?”

Sólo ya declarada la guerra, el nuevo congresista Abraham Lincoln cuestionará la


guerra: “El Congreso quiere tener conocimiento completo de todos los hechos para
establecer si un lugar particular (the particular spot) del territorio en donde la sangre de
nuestros hermanos fue derramada era o no nuestro propio territorio en ese momento”. Su
reiterada exigencia en que se ubicara ese “particular spot” fue aprovechada por los
partidarios de la guerra para apodarle “Spotty” Lincoln.

Cinco días más tarde, Taylor ocupará Matamoros. La estrategia general de los invasores
será ocupar de inmediato los territorios a despojar: en enero de 1847 Nuevo México y
California fueron anexados; avanzar desde el Río Bravo hacia el centro de México y
desembarcar en Veracruz para tomar rápidamente la capital siguiendo la misma ruta del
conquistador Cortés.
Por otra parte, se bloquearán los puertos de Tampico, Carmen, Guaymas, Mazatlán y San
Blas, entre otros. “Pronto, el bloqueo naval estadounidense de los puertos mexicanos
exacerbó de forma drástica la crisis fiscal, debido a que impidió que el gobierno mexicano
recaudara los aranceles a las importaciones, que eran la fuente más importante de sus
ingresos; asimismo la guerra provocó que la economía mexicana disminuyera su ritmo, lo
cual redujo aún más los ingresos del gobierno y empeoró las condiciones de vida de la
población civil… Lo que impidió que el Estado nacional montara una defensa exitosa en
contra de la agresión estadounidense fue, más que ninguna otra cosa, la falta de recursos
fiscales, la cual también fue lo que definió la experiencia que la mayoría de los soldados y
los civiles tuvo durante la guerra: las fuerzas mexicanas siempre tuvieron menos y peores
armas, menos animales para transportar esas armas o las provisiones, peores ropas y,
sobre todo, menos comida que las fuerzas estadounidenses a las que hicieron
frente”… (Guardino).

En contraste, los norteamericanos, bien financiados siempre, aumentaron más sus recursos
al tomar los principales puertos mexicanos y cobrar los aranceles aduaneros, bajo el
“principio de las leyes de la guerra” esgrimido por Polk, de que el invasor debe financiarse
con lo capturado al invadido.
Escribe Robert Ryal Miller (La guerra entre Estados Unidos y México) que ésta será la
primera guerra que Estados Unidos peleará en territorio extranjero. Se utilizarán múltiples
ejércitos comandados por profesionales egresados de West Point, modernas armas, extensas
líneas de abastecimientos de todo tipo, el desembarco a gran escala de tropas anfibias y será
su primera experiencia en ocupar una capital extranjera e instaurar un gobierno militar para
su población. Y hasta por primera vez desplegarán en México como su única bandera, la de
las barras y las estrellas. En suma, será el debut de Estados Unidos como potencia militar
imperialista.

Se lee en la Historia Mínima de México: “una vez desencadenada la guerra, el resultado


era previsible, México carecía de todo: su armamento era obsoleto; sus oficiales, poco
profesionales; sus soldados, improvisados. Este ejército se enfrentaba a uno tal vez menor,
pero profesional, con servicios de sanidad e intendencia, artillería moderna de largo
alcance y un caudal de voluntarios que podían entrenarse y renovarse periódicamente.
Mientras el ejército mexicano tenía que desplazarse de sur a norte, Estados Unidos
destacaba varios ejércitos y atacaba en forma simultánea diversos frentes, al tiempo que
su marina bloqueaba y ocupaba los puertos mexicanos privando al gobierno de los
recursos de las aduanas que los invasores explotaron para sostener la guerra. Como se
regula el pago de impuestos, el comercio se animó. Precisamente para evitar que sus
puertos fueran ocupados, Yucatán se declaró neutral ante la guerra".

Veinticinco años de anarquía política, de falta de cohesión en las clases dirigentes divididas
en centralistas, monarquistas, liberales puros y liberales moderados, que en varias ocasiones
antepusieron los intereses de partido a los de la Nación, permitirán que “un ejército
extranjero de diez a doce mil hombres haya penetrado desde Veracruz hasta la capital de
la república, y que, con excepción del bombardeo de aquel puerto, la acción de Cerro
Gordo y los pequeños encuentros que tuvo con las tropas mexicanas en las inmediaciones
de la misma capital, puede decirse que no ha hallado enemigos con quién combatir"...
como lo expresará Mariano Otero en 1847.

Y no hallarán enemigos las tropas norteamericanas porque, vergonzosamente, el pueblo


mexicano, en su mayoría, no defenderá a su país y tampoco apoyará a su ejército por la
ignorancia mayoritaria de su condición de ciudadanos mexicanos (varios millones eran
indígenas monolingües); por la indiferencia de otros ante las derrotas de un ejército
percibido como ajeno, arbitrario y opresor; y por la codicia de los menos que aprovecharán
la oportunidad para comerciar sus bienes y servicios, o emplearse como sus sirvientes; sin
faltar aquellos que recibirán con vítores la llegada del enemigo.

Sólo algunos sacerdotes católicos promoverán la resistencia popular al inicio de las


hostilidades, temerosos de la persecución religiosa, pero pronto se darán cuenta que la fe
católica no correrá riesgo alguno y garantizados sus bienes, ayudarán, como en Puebla, la
ocupación pacífica de las ciudades. Además Polk conseguirá el apoyo de obispos católicos
norteamericanos e incorporará capellanes católicos al ejército que marchará contra México
para propagar que no se afectará al catolicismo.

La invasión norteamericana nunca encontrará la resistencia que en situación similar


mostrara el pueblo ruso o español, y que fue básica para la victoria. Nuestro nacionalismo
sólo llegará a manifestarse tardíamente en la ciudad de México ocupada; por lo que la
defensa de nuestro territorio recaerá sólo en los jefes, oficiales, clases y soldados más
heroicos de nuestro ejército; unos pocos grupos de guerrilleros patriotas que serán
identificados por los invasores como “comanches blancos”, a los que había que exterminar
cual animales; y en unos cuantos acaudalados, empleados públicos y gente del pueblo, en
particular mujeres, que aportarán objetos, dinero y hasta trabajo para financiar la guerra
patria.

“…varios dirigentes mexicanos fomentaron la guerra de guerrillas y, en ocasiones, las


tácticas de los guerrilleros fueron muy eficaces… y el ejército mexicano empezó a enviar
fuerzas de la caballería regular para que ayudaran a los guerrilleros a cortar las líneas de
abastecimiento de los estadounidenses. (Guardino, ya citado). Los voluntarios
norteamericanos, muchos de ellos fanáticos racistas, asesinos de comanches y de esclavos
prófugos, sin disciplina ni honor militar, se encargarán de combatir tenazmente a los
guerrilleros y tomar desmesuradas represalias por las bajas que les causan. Para evitar estas
crueles venganzas contra los pueblos, el gobierno mexicano dejará de organizar guerrillas y
la lucha principal se dará entre los dos ejércitos.
La población civil llevará la peor parte de la guerra. Por el lado del ejército mexicano las
familias y la economía rural se verán afectadas por la leva y los préstamos forzosos para la
defensa nacional. Por su parte, los soldados norteamericanos, especialmente los voluntarios,
racistas, indisciplinados, desenfrenados, de una clase social más elevada, dados a los vicios
y al exterminio de indígenas americanos, cometerán toda clase de actos criminales: desde
los sacrilegios, el robo y el saqueo de casas e iglesias, las violaciones a las mujeres y la
ejecución de supuestos guerrilleros no uniformados, hasta el asesinato, el incendio de
rancherías y pueblos, como el sucedido en Zacualtipán, hoy Hidalgo, en el que se vio
involucrado el mayor William Polk, hermano menor del propio presidente de los Estados
Unidos.

“México, una nación de ocho millones de gente, ya tenía un ejército permanente de 44 mil
hombres, pero con estrafalarias proporciones. Había un general por cada 220 hombres, y
un oficial por cada hombre enlistado, generalmente un indio o un trabajador pobre.
México había ganado recientemente su independencia de España y muchos de sus hombres
eran veteranos, pero la mayoría de su infantería portaba mosquetones de segunda mano
comprados al ejército británico. (Mosquetones Brown–Bessy rifles Baker ambos de
chispa). Los cañones de la artillería eran reliquias ineficientes proveídas por Francia, y la
mayoría de los doce regimientos de la caballería mexicana sólo portaban lanzas. (Hearn
Chester G. ARMY. An ilustrated History).

En contraste, después de la guerra de 1812, el ejército de los Estados Unidos abandonó los
mosquetones con sistema de chispa usados desde 1650, y adquirió armas con el nuevo
sistema de percusión, inventado en 1805, y para 1841 ya poseía el rifle estriado, antecesor
del famoso Springfield.

La diferencia entre ambos sistemas era notable. Los mosquetones de chispa eran armas
extremadamente ineficientes: se cargaban por el frente, tenían un alma lisa, balas de bolas
de plomo y un alcance teórico máximo de unos 275 metros. Por su escasa precisión, se
disparaba a bloques de tropa, no a individuos, de modo que los soldados en formaciones
cerradas tenían que marchar, cargar y disparar casi como autómatas, de ahí que la disciplina
resultaba de suma importancia, ya que si la formación se rompía, no había manera de
resistir el avance del enemigo. (Newark Tim. Historia de la Guerra).

Las armas de percusión eliminaron los problemas que implicaba el uso de pedernal, el
preparar nuevamente la pólvora en caso de que no se produjera la descarga, y las fallas por
demora de la descarga una vez jalado el gatillo. Asimismo, los mosquetes de repercusión
acortaron el tiempo empleado en la recarga. Las carabinas retrocargas calibre .54 también
fueron distribuidas como arma de mano a la caballería norteamericana. Además, la
artillería, mejoró su movilidad adoptando carruajes ligeros de inmenso valor durante la
Guerra Mexicana. (Hearn Chester G. ya citado).

Los cañones mexicanos…“entre su menor tamaño y su inferior capacidad de fuego, no


representaron una amenaza importante: las balas de los cañones casi no llegaban hasta
las tropas estadounidenses y, cuando lo lograban, su impulso era en ocasiones ya tan
reducido que rodaban con lentitud por la rígida pradera y los soldados podían
esquivarlas. (En contraste, los artilleros) estadounidenses, actuaron ‘más como carniceros
que como militares’.(Los mexicanos caían muertos) por los disparos de hombres a los que
no podían combatir en respuesta; debido a que los ejércitos enemigos se encontraban muy
lejos uno del otro como para poder usar los mosquetes, los estadounidenses tenían una
ventaja terrible… podían matar a sus hombres con una impunidad relativa sin siquiera
tener que acercarse lo suficiente como para que la infantería mexicana pudiera hacer
mella en ellos." (Guardino, ya citado)

En lo que respecta a los mandos, Estados Unidos contaba con un gran número de egresados
de su academia militar de West Point, entre ellos Ulysses S. Grant y Robert E. Lee. En
tanto que los mandos mexicanos eran militares ex realistas adheridos al Plan de Iguala,
como el mismo Santa Anna, Arista y Anaya, que sólo habían combatido a insurgentes
improvisados y peor armados.

Esta superioridad apabullante explica por qué de los más de 13,000 soldados
estadounidenses fallecidos durante la invasión, únicamente unos 1,700 fueron muertos por
patriotas mexicanos y los demás por enfermedades: malaria, cólera, fiebre amarilla, viruela,
diarrea y disentería en campamentos y hospitales lejos del frente de batalla; de los muertos
por enfermedad el 15% eran voluntarios y sólo el 8% soldados regulares. En contraste, se
estima que las bajas militares y civiles mexicanas ascendieron a no menos de 25,000
personas. (Guardino, ya citado).

Así, en su primera guerra en el extranjero, Estados Unidos prueba sus modernas armas con
una presa débil y con una victoria de antemano asegurada.

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