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La 

historia del papel está intrínsecamente relacionada con la historia de la cultura y de


la ciencia.

El desencadenante que dio pie a la historia del papel es sencillo y, al mismo tiempo,
importantísimo.

El hombre tenía una necesidad urgente: comunicar a sus semejantes determinada


información por escrito. La información debía quedar fijada en un material ligero y
resistente, que fuese fácil de transportar. La invención del papel nos permitió sustituir el
papiro y el pergamino por un material más sencillo de hacer y, gracias el
perfeccionamiento de las técnicas de producción, más económico.

Puede que la llegada de los medios digitales haya eclipsado la labor fundamental del
papel en la divulgación del saber, pero no debemos olvidar que, hasta hace algunas
décadas, la transmisión de cualquier noción pasaba a través de una hoja de papel.

Resulta interesante, en este sentido, la primera definición de papel proporcionada por la


«Enciclopedia dei ragazzi» (Enciclopedia de los jóvenes) de Treccani: «Un material
indispensable para difundir ideas en la vida cotidiana. A lo largo de los siglos, el papel ha
contribuido enormemente al progreso, a la participación de los ciudadanos en la vida
democrática y al aumento del nivel medio de cultura y educación».

La historia del papel ha acompañado la evolución de la humanidad a lo largo de los


siglos: desde la trasmisión de nuevos conocimientos científicos y filosóficos hasta la
difusión de la educación y la conquista de una conciencia política e histórica que dio lugar
al nacimiento de los Estados modernos.

Historia del papel: los orígenes en China


Las fuentes históricas atribuyen la invención del papel a Ts’ai Lun, un dignatario de la
corte imperial china que en el año 105 d. C. empezó a producir hojas de papel utilizando
retales de tela usada, corteza de árbol y redes de pesca. Los chinos custodiaron
celosamente el secreto de su producción durante muchos siglos, hasta que, en el siglo VI
d. C., su invención llegó a Japón gracias al monje budista Dam Jing. Los japoneses
aprendieron enseguida las técnicas de fabricación del papel y empezaron a usar una
pasta derivada de la corteza de morera para producir este valioso material.

El papel y la tinta
Había una hoja de papel sobre una mesa, junto a otras hojas iguales a ella,
cuando una pluma, bañada en negrísima tinta, la manchó completa y la llenó
de palabras.
– “¿No podrías haberme ahorrado esta humillación?”, dijo enojada la hoja de
papel a la tinta. “Tu negro infernal me ha arruinado para siempre”.

– “No te he ensuciado”, repuso la tinta. “Te he vestido de palabras. Desde


ahora ya no eres una hoja de papel sino un mensaje. Custodias el pensamiento
del hombre. Te has convertido en algo precioso”.

En ese momento, alguien que estaba ordenando el despacho, vio aquellas


hojas esparcidas y las juntó para arrojarlas al fuego. Sin embargo, reparó en la
hoja “sucia” de tinta y la devolvió a su lugar porque llevaba, bien visible, el
mensaje de la palabra. Luego, arrojó el resto al fuego.

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